Enciclopedia de la Literatura en México

Rafael Solana

Claudio R. Delgado
2016 / 11 oct 2018

mostrar Introducción

Rafael Solana (1915-1992) nació en el puerto de Veracruz. Cultivó todos los géneros literarios: poesía, cuento, novela, teatro, ensayo y crónica, asimismo ejerció como editor de dos revistas importantes para su generación Taller Poético (1936-1938) y Taller (1938-1940). A la edad de 19 años incursionó en la poesía con la publicación de su primer libro, Ladera de 1934, género que cultivó hasta 1958. El último de sus trabajos poéticos fue la plaquette Pido la palabra, editada por Juan José Arreola. En su labor novelística se encuentra La educación de los sentidos, obra que se concibió en tres partes. Posteriormente publicó una trilogía sobre la Ciudad de México que dio a conocer en un solo volumen con el título El sol de octubre, a la que siguieron las novelas unitarias Viento del Sur, Juegos de invierno, Las torres más altas, Bosque de estatuas y El palacio Maderna. Con respecto a su producción en el ámbito de la dramaturgia, se le ha considerado un renovador del teatro mexicano, género por el que fue más reconocido, al ser uno de los primeros en establecer la comedia como una forma dramática de relevancia para el teatro nacional. Su primera obra escrita ex profeso para teatro fue Las islas de oro en 1952 a la cual le siguieron 33 piezas más. Debiera haber obispas es su comedia más traducida y representada. Fue colaborador asiduo de los periódicos de la época en donde realizó crónicas teatrales. Entre su obra ensayística publicó un libro monográfico sobre la figura de Verdi, libro favorablemente recibido por muchos lectores. 

 

 

 

 

 

 

mostrar Un hombre de letras

¿Qué dejo?,
Docenas de libros, miles de artículos,
cientos de charlas,
¿qué me llevo? La duda de si todavía alguien leerá o
pronunciará mi nombre cuando cumpla
un siglo de que vine al mundo.
Rafael Solana

Rafael Solana Salcedo nació el 7 de agosto de 1915 en el puerto de Veracruz en plena lucha revolucionaria y cuando nuestro país contaba hasta con tres “presidentes” de la República: Venustiano Carranza en Veracruz, Eulalio Gutiérrez en San Luis Potosí y Roque González en la Cuidad de México. Ese año, y en el mismo mes de agosto, murió en el exilio Porfirio Díaz. En la misma fecha se formó el grupo conocido como Los Siete Sabios o Generación de 1915: Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Alfonso Caso, Antonio Castro Leal, Teófilo Olea y Leyva, Alberto Vázquez del Castro del Mercado y José Moreno Baca. Los tres primeros coincidieron con el joven Solana en la universidad como profesores del derecho y filosofía, y desde la preparatoria conoce a Manuel Gómez Morín, de quien era alumno.

Solana aprendió las primeras letras de la mano de su madre, doña Maurilla Salcedo de Solana, de quien también heredó la afición por la lectura. En su vieja casona de madera en Tampico, ella le dibujaba con gis en el piso del corredor descubierto los signos del abecedario que vería por primera vez; con ella aprendió a leer en un libro del escritor francés Pierre Loti, uno de los autores preferidos de la señora, y sobre el que, en 1959, don Rafael escribió y dedicó a su progenitora su libro titulado: Leyendo a Loti.

En una carta abierta al editor y escritor español, creador de la colección “Sepan Cuantos…”, Felipe Teixidor, Rafael Solana le decía: “Yo fui de joven un voraz lector no de libros, sino de colecciones; mi ritmo de lectura, que la edad y las ocupaciones han disminuido severamente, era, cuando yo estudiaba, de 100 libros al mes; en la secundaria, además de la biblioteca entera de la número tres –salvo diccionarios– leía yo una colección que se editaba en Madrid, y cuyos números, viejos y nuevos, encontraba yo en avenida Hidalgo”.[1]

Gracias a sus lecturas y a sus viajes –principalmente por Europa, la cual visitó durante 23 ocasiones– el veracruzano fue un personaje cosmopolita y deslumbrante, un hombre que lo mismo sabía de literatura que de cine, de teatro y de ópera. Además, practicó la crónica taurina –afición que heredó de su padre, Rafael Solana Cinta, Verduguillo–, también sabía de música clásica –uno de sus “santos” más venerados fue Mozart–, fue un entusiasta gastrónomo y conocedor de ciudades y de libros, en fin… poseía don Rafael un cultura enciclopédica: para Carmen Galindo, Rafael Solana y Jaime Torres Bodet fueron los dos hombres más cultos de México.

Desde muy temprana edad Solana ya deslumbraba a sus maestros por su erudición y por su afición a las letras. Incursionó en todos los géneros: poesía, cuento, novela, teatro, ensayo y crónica; citando al maestro Ignacio Manuel Altamirano, de Solana se puede decir lo mismo que el guerrerense manifestó de José T. de Cuéllar: “Fue uno de esos talentos que tiene una flexibilidad sorprendente”. A través de cada uno de esos géneros, podemos seguir la vida literaria del escritor veracruzano; no sólo de la evolución que recorre su quehacer, sino también de la búsqueda, casi cronológica, de un género que le permitió el completo cumplimiento y realización de su misión como escritor.

A la edad de 19 años incursionó en la poesía con la publicación, en 1934, de su primer libro, Ladera, cuyo título fue escogido al azar de un sombrero con papeles amarillos; en 1936 vio la luz su segundo libro de versos, Los sonetos, del cual sólo se imprimieron 25 ejemplares. Para entonces Solana ya contaba con dos libros juveniles de poemas y con un tercero, del cual perdió los originales, compuesto de tres partes: la primera con 34 cantos y la segunda y tercera con 33. El verso final de cada canto terminaba en “estrellas”, como en la Divina comedia, de Dante Alighieri.

Los sonetos iniciales que escribió fueron tal vez los que publicó en el primer número de la revista Taller Poético en mayo de 1936 y que, según el mismo Solana, “fueron solamente un ejercicio”. Incluso cuando Carlos Pellicer, Octavio Novaro y Luis Fernández del Campo le plantearon el reto de escribir en soneto las crónicas de las corridas de toros que publicaba en El Universal Gráfico, Solana respondió al desafío “sin cometer graves faltas de acentuación, de medida ni de rimas”.

Al cumplir 21 años, el juvenil Solana ya tenía en su haber “un libro muerto” y dos vivos, y era, además fundador y director de la revista Taller Poético. El propósito de su publicación era lograr la concordia entre todos los poetas mexicanos que tenían una presencia importante dentro del mundo intelectual. Gracias al escritor veracruzano, esta revista más tarde se convirtió en el símbolo de una de las generaciones literarias más importantes de las letras nacionales; además, sus páginas fueron testimonio de la inteligencia y capacidad de Solana, cualidades admirables en una época de cambios e imposiciones.

Sin embargo, al fundar por sí solo –a la edad de 20 años- la revista Taller Poético, la cual era impresa por el también escritor y además abogado Miguel N. Lira, Rafael Solana no pretendió, en comparación con las revistas anteriores, romper tajante y agresivamente con las influencias que le antecedieron. Al contrario, Solana dio cabida tanto a poetas ilustres vivos para que dictaran su lección a jóvenes e inquietos versificadores de su generación: al hojear los cuatro únicos números de Taller Poético aparecen en sus páginas desde Enrique González Martínez –de quien don Rafael editó el libro Ausencia y canto– hasta los más jóvenes, como Neftalí Beltrán y Ramón Gálvez, actualmente olvidado.

Los poetas de la generación que forman parte del grupo de los Contemporáneos también participaron en las páginas de Taller Poético, con excepción de José Gorostiza, quien se caracterizaba por su brevedad creativa, además de por su extraordinaria calidad poética. En la revista de Solana también se recogieron poemas de Alfonso Gutiérrez Hermosillo, Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer, Jorge Cuesta, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano y Xavier Villaurrutia. En el segundo número de la revista, correspondiente al mes de noviembre de 1936, pareció el poema “Gacela de la terrible presencia”, del español Federico García Lorca, que Genaro Estrada le entregó a Rafael Solana para su publicación. En Taller Poético también nacieron y tuvieron un espacio Carmen Toscano y Octavio Novaro: los poetas que “andaban sueltos”, que no pertenecían a ningún grupo y eran más jóvenes que los Contemporáneos, pero más viejos que los de Taller Poético, como Elías Nandino, Anselmo Mena y Enrique Asúnsolo.

Lo anterior permite crearse una idea clara del “eclecticismo” de la revista de Solana, pues la nómina de sus colaboradores incluía a los representantes de todas las generaciones vivas –por lo menos dos anteriores a la de Taller Poético, sin renunciar a la calidad que pretendía sostener y sin incursionar hacia un tipo de poesía excesivamente popular, que sobre todo hubiera llevado a su director a un exceso de demagogia, pues sólo el joven Efraín Huerta seguía con mayor apego una línea poética de izquierda.

En esta nueva revista no sólo se dio espacio a los poetas de la capital y a los que acababan de llegar a ella de los estados del país, sino también a quienes radicaban en otras partes de la República como Guadalajara o Mérida.

Además de los cuatro únicos números de Taller Poético, Rafael Solana editó algunos libros: de Carmen Toscano uno muy pequeño y raro, titulado Inalcanzable y mío –ella se había estrenado ya al publicar antes Trazo incompleto, libro publicado por la Editorial Cvltvra–, y de Efraín Huerta publicó tres, uno de los cuales prologó, mientras que en otro, Línea del alba –que Miguel N. Lira imprimió–, tuvo como cajista nada menos que al entonces ministro de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, quien formó la portada con sus propias manos. También publicó un libro de Gómez Mayorga y dos de Enrique Guerrero Larrañaga, poetas hoy desconocidos; uno del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, con dibujos de Roberto Montenegro, y un tomito dedicado a conmemorar el centenario del poeta Garcilaso de la Vega, en el que colaboraron don Jaime Torres Bodet, con un ensayo, Alberto Quintero Álvarez y el mismo Rafael Solana.

El cuarto y último número de Taller Poético apareció publicado en junio de 1938 con el sello de imprenta de Ángel Chapero. Para ese año, la generación de escritores que había comenzado a darse a conocer aún con cierta inseguridad en las revistas Barandal (1931-1932), Cuadernos del Valle de México (1933-1934) –ambas fundadas por Octavio Paz, Salvador Toscano, José Alvarado, Enrique Ramírez y Ramírez y Rafael López Mayol, entre otros– y Taller Poético (1936 -1938) se concentró en torno a la revista Taller (1938-1941).

De todos los miembros de Taller, esencialmente poetas y ensayistas, Rafael Solana fue el que dejó una abundante producción narrativa. También fue él quien, a finales de 1938, decidió invitar a Efraín Huerta, Quintero Álvarez y Octavio Paz para transformar Taller Poético en una “revista literaria más amplia en la que se publicaran también cuentos, ensayos, notas críticas –como se venía haciendo ya desde la anterior revista– y traducciones. Para realizar lo anterior, Solana deseaba contar con nuestra ayuda”,[2] según cuenta el mismo Paz.

Inmediatamente se reformó el pequeño grupo de responsables de la nueva revista Taller. El primer número de la publicación apareció en el mes de diciembre de 1938 y fue editado únicamente por Rafael Solana, pues él se encargó desde dibujar la cabeza hasta ir a formarlo en la imprenta. En este primer número aparecieron fragmentos de prosa de Octavio Paz, versos de Efraín Huerta, un artículo en la sección de notas de Alberto Quintero Álvarez, un texto del oaxaqueño Andrés Henestrosa que lleva por título “Retrato de mi madre”, así como un excelente ensayo sobre la pintora mexicana María Izquierdo, del propio Solana –el cual en no pocas ocasiones fue elogiado por el mismo Paz y aún espera ser rescatado del ignominioso olvido en el que se encuentra–; es importante destacar que Rafael Solana fue el primero en ocuparse de la obra de esta artista mexicana. En el primer número de Taller también aparecieron algunos poemas inéditos de García Lorca con ilustraciones de José Moreno Villa.

En el segundo número de la revista, que apareció en abril de 1939 –meses después de que saliera el primer número, a pesar de que la publicación se había anunciado como mensual–, colaboraron Efrén Hernández y José Revueltas; Quintero Álvarez lo hizo con algunos poemas y Octavio Paz y Rafael Solana sólo aparecieron como autores de notas. Del español Juan Gil Albert, recién llegado a México, con la inmigración española, se publicó en forma de separata “A los sombreros de mi madre y otras elegías”.

En los dos siguientes números, el 3 y el 4, Solana sigue apareciendo como uno de los editores principales. En 1939 don Rafael publicó en la tercera edición de Taller, el “Diario, epígrafes y apuntes” de su primera novela titulada La educación de los sentidos de cuya serie se desprende El envenenado, con retratos y viñetas de su amigo, el pintor Juan Soriano; además también aparecieron dos de sus poemas, titulados “Mississippi” y dedicados a Octavio Paz desde Argel.

Es importante dejar bien claro que Rafael Solana fue quien logró agrupar, de forma fraternal, en sus dos revistas, Taller Poético y Taller, una comunidad de artistas que pese a los problemas “técnicos” del lenguaje poético –lo cual constituyó una de las preocupaciones centrales–, jamás vieron la palabra como un mero “medio de expresión”, sino que ésta se transformó en una verdadera actividad personal que les permitió afirmar al poema como un acto o aseveración vital, en correspondencia con su realidad. Es decir, la poesía de Taller –no dejemos de lado la prosa– está orientada hacia el hombre como una participación de la realidad, sin que se vulgarice, tal y como lo logra hacer Solana en Taller Poético.

Modificar o analizar la conducta del hombre ha sido una de las constantes que podemos observar a lo largo de la historia de la literatura universal. Sin embargo, los miembros de la generación de Taller, más seguros de su realidad artística, crearon una poesía sin falsos imperativos sociales. Estos, a mi parecer y en comparación con la generación anterior a la de Taller, partió de la influencia de la Guerra Civil española; recordemos que la mayoría de esos jóvenes mexicanos que se agruparon en torno a esta nueva revista eran de ideas de izquierda, y que además, algunos de ellos, asisten en 1937 como delegados a Madrid y Valencia para manifestar su apoyo a los republicanos. Lo que coincidió con el momento en el que Paz, uno de los delegados, escribió su poema de intención profética “¡No pasarán!” el cual, junto con Piedra de sol, en mi opinión, es uno de los más bellos y mejores poemas del Nobel mexicano.

Los cruces entre esta generación y la precedente, la de los Contemporáneos, surgieron a partir de la coincidencia de los gustos y preferencias estéticas, aunque tal vez con ambigüedad en algunos momentos –recordemos que en cierta forma a las dos las une la soledad frente a una indiferencia de su medio, no pocas veces transformada en hostilidad–. No olvidemos que Octavio Paz fue cercano a Jorge Cuesta, mientras que Rafael Solana se identificó con el poeta Jaime Torres Bodet.

La gran mayoría de los jóvenes de Taller, si bien heredaron la modernidad de los Contemporáneos, no tardaron en modificar por su cuenta esa tradición gracias a sus renovadas lecturas e interpretaciones. Se deja ver en estos novísimos autores una impaciencia ante la frialdad y la reserva con que la nueva generación veías las luchas revolucionarias mundiales y su velado desvío ante la potencia que, según ella, “encarnaba el lado positivo” de la historia: la antigua Unión Soviética.

Es importante decir que los miembros de Taller nunca denostaron a los poetas y escritores de Contemporáneos, y éstos no fueron reivindicados por los integrantes de Tierra Nueva. No hubo enemistad entre Taller y Tierra Nueva ni entre Taller y Contemporáneos. Salvo Efraín Huerta, quien los atacó varias veces en El Nacional –aunque nunca en Taller, periódico al que fueron a refugiarse la gran mayoría de los miembros de la revista.

Fue el escritor Rafael Solana quien, gracias a su nobleza y visión de hombre de letras e impulsor de un periodo fundamental de la historia de nuestra literatura, permitió con la creación de sus revistas Taller Poético y Taller, el surgimiento de escritores –entre ellos él mismo– que lograron brillar con luz propia y modificar el rumbo y desarrollo de la literatura mexicana del siglo xx.

mostrar El poeta

Para el escritor Julio Torri, la generación de Taller propició el surgimiento de tres figuras jóvenes de calidad dentro de la lírica nacional; los cito en el orden en que el coahuilense los menciona: Efraín Huerta, Rafael Solana y Octavio Paz.

Después de haber publicado, en 1937, Tres ensayos de amistad lírica para Garcilaso, junto con Torres Bodet y Alberto Quintero Álvarez, la producción poética de Solana disminuyó. Su “Poema del desprecio”, apareció en Taller Poético en 1936, junto con tres sonetos más y otro poema en verso libre enviados durante su paso por los Estados Unidos rumbo a Italia, significaron el último fruto de lo que fue su primera etapa como poeta. La segunda comenzó con la publicación de Los espejos falsarios, en 1944, el cual el mismo Solana consideró “su libro de versos póstumo”, y anunció que su contenido era producto de la influencia de sus maestros, Dante, Calderón de la Barca, Heine y Bécquer. Las influencias poéticas de Rafael Solana nacieron de los mejores autores, no solamente del barroco español como Quevedo, Calderón, Lope de Vega, el mismo Garcilaso, sino también de Sor Juana, de los clásicos griegos y latinos, del Romanticismo y de los poetas considerados en aquel momento como los más modernos de nuestra lengua y de la francesa.

En lo que se refiere a sus influencias, en su quinto libro, Alas, de 1958, nos recuerda a Ramón López Velarde, sobre todo en la segunda parte, pues su autor trasluce una religiosidad, una comunión íntima de su poesía con Dios, y nos revela al hombre que escribe, al poeta que confiesa su fe.

Para Solana la poesía fue la entrada a la literatura, un oficio que le permitió conservar siempre un hálito lírico. A pesar de que solía hacer alarde de su “antipoesía”, es un escritor que sabe esconderse detrás de un rostro de “simulador de sonrisas y veleidades”.[3] Es, como dijera su amigo el también poeta Alberto Quintero Álvarez: “un señor que por fuera se divierte con fuego y por dentro tiene la música auténtica, o bien tiene la música refranesca por fuera y por dentro el fuego sagrado”[4] de la poesía. De ahí que, sin temor a equivocarnos, podamos decir incluso que la poética de Solana es una superación de la cotidiana y ordinaria labor de las “virtudes y poderes espirituales”; es, como en algún momento lo señalara Arturo Riva Sainz, “un poeta que navega por coordenadas sobre el curvo ecuador que cincha el mundo”.

La poesía de Solana es un tanto táctil, y él es un poeta visivo, un poeta háptico que sabe conjugar, como si fueran uno solo, vista y tacto. Es un autor poético que “tactiliza” lo intangible, que sabe precisar las sensaciones y que padece una íntima sinestesia; don Rafael es un poeta emotivo, sí, que emociona, pero no es un poeta conmovedor ni cursi; vamos, no es ni siquiera un sentimental, como en algún momento lo consideraron; todo lo contrario, es un poeta sensitivo. Es un escritor que sabe convertir sus temas en motivos, es decir, en movimiento, lo cual nos permite observar cierta modernidad, ya que la evolución literaria no es más que el acercamiento a lo clásico para después desplazarse hacia lo moderno; por lo general, el poeta suele ser visivo o auditivo, “músico o pintor”. Nunca o casi nunca es olfativo o gustativo. Solana logra ser un autor que conjuga –insisto– lo visible y lo táctil, es un poeta que consigue una disgregación cósmica dentro del arte de la versificación. Rafael Solana es, incluso a pesar suyo, un verdadero poeta que supo llevar por el mundo su voz, lo que le valió formar parte de una antología poética en Italia y ser considerado uno de los mejores autores latinoamericanos de la primera mitad del siglo xx.

En sus siguientes libros, Cinco veces el mismo soneto, de 1948; Alas, de 1958, y Las estaciones, también de 1958, Solana nos muestra al poeta de sí, al de su mundo interno; nos deja ver al paisajista, al viajero, al hombre cosmopolita que siempre fue, y que nos describe estampas de ciudades tanto europeas como mexicanas; a decir de don Rafael, en ellos tienen presencia Gautier y Urbina. Aparece además esa inspiración religiosa ya mencionada, que surge a la sombra de grandes catedrales góticas en Francia, o lo provocada por lugares como Lourdes o Fátima.

En su último trabajo poético, una plaquette titulada Pido la palabra, editada por Juan José Arreola en 1964 con el sello de imprenta Pájaro Cascabel, Rafael Solana nos muestra a un versificador que juega con el lenguaje. Se trata de un poemario en el que las palabras “se comen a sí mism[a]s/ o ell[a]s mism[a]s se embarazan/ y estallan en nuevos y pequeños cosmos…”[5] esos cosmos le permiten a Solana hacer evidente su pulcritud en el manejo del español, lo que le valió que en algún momento Xavier Villaurriuta lo consideraron “un predestinado de la lengua”, un escritor, como se lo dijo Octavio Paz, “dueño de un idioma y un talento nada comunes”,[6] y que, al cumplir 100 años de haber nacido, sigue dando cuenta de su genio y maestría no sólo en lo que a la poesía se refiere sino también en otros géneros.

mostrar El novelista

En 1937 Rafael Solana incursionó en la novela con el primer tomo de La educación de los sentidos, obra que se concibió en tres partes. El primer volumen de la trilogía se publicó el 21 de abril de 1939 con el título El envenenado, bajo el sello editorial de Taller. Sus páginas están acompañadas de viñetas dibujadas por el pintor Juan Soriano; el tiraje fue tan sólo 500 ejemplares y se formó en las instalaciones de la Imprenta Universitaria.

En esta novela Solana hace alusión a Flaubert y a Torres Bodet; pero se distingue específicamente la influencia de Freud, en particular de su Psicoanálisis de la vida cotidiana y de su Interpretación de los sueños. Los personajes, Lupe, Guillermo y José Daniel se educan mutuamente a través de sus sentidos, y para agudizarlos los someten a un entrenamiento que consiste en “leer” a las personas y a los objetos que los rodean.

Solana se nutrió también de otras voces, fue un constante lector del Diario de los monederos falsos de André Gide, cuya influencia se observa en su primera novela, donde hay un afán por repetir o imitar, en cierta medida, la misma fórmula del autor francés. Al respecto, Xavier Villaurrutia, en una crítica aparecida el 15 de octubre de 1939 en el número 10 de la revista Letras de México –editada y dirigida por Octavio G. Barreda y que por un tiempo condujo el mismo Rafael Solana–, dice:

El hecho de que en la literatura contemporánea existan novelas como Contrapunto de Huxley o Los monederos falsos de Gide en las que el ensayo en la primera y la crítica de la obra misma en la segunda están incorporados al cuerpo de la novela, no significa sino que esas dos novelas los son a pesar de la crítica y del ensayo y no gracias a ellos. Estas dos obras llevarán siempre la huella del pecado original de la confusión de géneros, pecado que va dejando de ser original en la descendencia numerosa pero poco afortunada que han suscitado.[7]

Habría que decir que, hasta cierto punto, Villaurrutia tiene razón, sobre todo si consideramos que se trata de una novela escrita por un joven poeta que incursiona en la narrativa por atender la necesidad “de amar la prosa”, como diría su admirable amigo Jaime Torres Bodet. Podemos observar que en El envenenado, Solana abandonó a sus personajes y más bien transitó por una divagación que está mayoritariamente relacionada “con el ensayo”, como bien lo hace notar Xavier Villaurrutia a propósito de las novelas de Aldoux Huxley y André Gide, pues, como se percibe a lo largo de la lectura, los protagonistas del relato “se adelgazan, se sutilizan, se volatizan”. Esto, sin duda, en demérito de la misma narración, y se pierde, incluso, en algún momento, la intención central del relato; se desvía del propósito fundamental del género novelístico, que es el de analizar lo real o la reconstrucción de la realidad.

No olvidemos que la novela parte de lo tangible y descomponiendo lo existente, separándolo y examinándolo, o bien, parte de lo irreal para lograr “una sensación subliminada” de la realidad. De ahí que “método” de escritura de esta novela juvenil de don Rafael a veces no se perciba con claridad. A pesar de las “debilidades” de esta primera novela –que deben ser entendidas, ya que es su primera incursión en el género–, Solana logró crear un trabajo delicado y sensible, un texto de un prosista que además es poeta, “y al que la poética le ha servido para escribir en buena prosa”.

Su amigo fraternal y compañero de correrías y aventuras juveniles, el poeta Efraín Huerta, al referirse a El envenenado dijo:

Por último, deseamos reafirmar nuevamente la opinión que nos ha dejado esta nueva novela y la importancia que tiene en el seno de la literatura mexicana. Una novela original, escrita sin deliberada certidumbre, sin acritud, en la que predomina una dulce mitología domestica [sic]: una novela en la que el sueño desempeña una poderosa función magisterial. Clara en su intención, precisa en el tono, perfecta en la forma. Una novela en la que los intentos realistas no son los menos valiosos.
Y ya que hemos mencionado la expresión realista, creemos oportuno decir que El envenenado significa, desde nuestro punto de vista, una saludable reacción contra lo que se podría, peligrosamente, convertirse en una tradición; nos referimos concretamente a cierta clase de falsa novela, que, como cierta falsa poesía, amenazaba con convertirse en el único matiz de la prosa mexicana, lo cual, obvio es decirlo, nos hubiera dañado notablemente.
Es verdad, también, que en la novela de Solana el mundo en que se mueven los personajes es un mundo a un paso de lo irreal, pero no es menos cierto que adentrarse en la zona de lo puramente psicológico es una de las tareas más comprometidas para un escritor. Es por tal motivo que alabamos la labor esclarecedora de El envenenado.[8]

Dejemos, en todo caso, que el lector sea quien juzgue de manera más detenida la calidad y el valor de este trabajo, que a 78 años de haber sido escrito, y al ser rescatado del olvido por primera vez en la presente antología, nos muestra que sigue siendo una obra que al público actual le causará una grata impresión, pues en ella podrá captar la sensibilidad también educada de su autor.

Resalto que 76 años después también se salvó del polvo del abandono el “Diario, epígrafes y apuntes” de La educación de los sentidos, y que por primera ocasión aparecieron publicados en este libro junto con la novela. Estas anotaciones, que Solana escribió de junio de 1937 al 15 de marzo de 1938, y que publicó a manera de diario en el número 3 de la revista Taller, en mayo de 1939, nos permiten seguir y entender los “conflictos” a los que el escritor se enfrentó al elaborar su serie novelística. A través de estas notas el lector podrá conocer los acercamientos, los diálogos y las dudas de Solana, así como su enfrentamiento con el complejo acto de elaboración creativa, pues todo texto narrativo al que da vida a la postre le traerá el reconocimiento o la crítica y gracias a él logrará dar testimonio de su talento como escritor.

Hacia finales de 1939, Rafael Solana trazó en Roma y en Capri el segundo volumen de su serie La educación de los sentidos, titulado La mujer de sal, novela inspirada en los mosaicos medievales que vio en Palermo. Y aunque esta segunda parte sí fue terminada, nunca se publicó, al menos no como libro, ya que en 1940 y 1944, en los números 8 y 23, respectivamente, de las revistas Taller y Letras de México, Solana dio a conocer dos capítulos de dicha novela. Por lo que respecta a la tercera parte de su trilogía, y no obstante de que Solana ya contaba con el título, nunca la anunció y jamás escribió una línea.

Veinte años después de su intento en el género novelístico, en 1959 el escritor veracruzano publicó una nueva trilogía en el Fondo de Cultura Económica –la cual ocupa el número 48 de la colección Letras Mexicanas y cuya edición se agotó en pocos meses–, que dio a conocer en un solo volumen con el título El sol de octubre. En 1968, la Editorial Diana, en su colección Novelista Mexicanos, lanzó con el número 8 de la serie, una nueva edición, y en julio de 2002 el Fondo de Cultura Económica realizó una reimpresión de la novela.

Sin duda se trata de un libro bien logrado y magistralmente escrito; es un trabajo que nos deja ver que su autor ya ha pasado por todas las complicaciones creativas que un escritor puede enfrentar en su proceso. Cada parte tiene el nombre de una mujer: Margarita, Sara y Caritina, personajes que en la trama se enamoran de hombres más jóvenes que ellas; el autor alude así el amor otoñal, de diferentes características y diversas soluciones. En algunos capítulos el escritor logró describir de forma espléndida las costumbres de la capital de México y los paisajes de Francia, España e Italia.

Es necesario destacar que en El sol de octubre don Rafael, a través del personaje del escritor Sigfrido Scheffler, se retrató a sí mismo. Sigfrido representa al joven autor que posee una ansia creativa y que no halla el camino de la realización, pues primero se aproxima a la poesía, después al drama –piensa que éste será el medio que lo consagre– y finalmente conquista la novela –la cual piensa ser la expresión última de sus intenciones artísticas–. Recordemos que Solana surgió como poeta, siguió su camino literario como novelista, continuó a través del cuento y culminó su vida en el teatro.

Rafael Solana se valió también de Scheffler para enjuiciar la importancia de su novela: “Siento que ésta es mi obra, mi única obra, no la mejor; no la más importante, sino la única… que si esta novela vale algo, esto habré valido yo. Aquella en la que estoy mezclado, con lo que imagino, los personajes que he conocido, que he amado… aquella en que me he puesto yo mismo, fragmentado, pulverizado… como si echara libras de mi carne y de mi sangre en el caldero”. Hay que decir que El sol de octubre es una de las obras de la llamada “novela urbana” más representativas de inspiración social –junto con Casi el paraíso (1956), de Luis Espota, y La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes–.

A pesar de ser una obra urbana –la Ciudad de México aparece en la narrativa mexicana a partir de Lizardi; pasa por Altamirano, Riva Palacio, Payno, y llega a Parménides García Saldaña, José Emilio Pacheco, etc.– El sol de octubre no es precisamente “una novela de ciudad” como la de Fuentes, ni posee “la intención admonitoria” de la Spota; se trata más bien de un trabajo novelístico “clásico”. Solana deja ver aquí su dominio del oficio literario, enriquecido con los elementos periodísticos, que se traducen en agilidad al pintar los personajes y hacerlos vivir y desenvolverse a lo largo y ancho de las páginas. El veracruzano supo estructurar un andamiaje ágil y equilibrado en su narración, que afirma en torno de unos cuantos personajes centrales; alrededor de éstos construye la arquitectura de su texto y logra proyectar la vida de una clase media alta de la Ciudad de México, en pleno camino a la modernidad.

Después de El sol de octubre, don Rafael publicó, en noviembre de 1960, La casa de la Santísima, obra narrativa en la que “recupera” sus recuerdos de estudiante, ya que transcurre en el viejo barrio universitario de San Ildefonso, en el Centro Histórico de la capital. En ella tienen cabida algunos de los personajes de su segunda novela, pero cuando aún eran jóvenes; tal es el caso de Juan, que en El sol de octubre aparece como un hombre maduro. Solana no siguió en orden cronológico sus novelas; en El palacio Maderna, continuación de La casa de la Santísima, la trama transcurre cuatro lustros antes de El sol de octubre. (Cabe mencionar que en 2000, el Fondo de Cultura Económica integró a su colección Letras Mexicanas la novela de 1960 con una edición que cuenta con inteligente prólogo de Carmen Galindo, y reúne, además, los 22 cuentos que Solana escribió a lo largo de su vida).

La mayor parte de El palacio Maderna se desarrolla en Italia, por lo que muchos de los personajes son desconocidos para el lector, si bien otros ya habían aparecido en las dos novelas anteriores. Más tarde, Solana escribió una sexta novela, que sería parte de la dodecalogía que pretendió crear, La pequeña comedia. En ésta, la trama, que inicia en 1939 y se prolonga hasta casi 25 años, transcurre en Viena y Lisboa durante la segunda Guerra, después se traslada a Nueva York y termina en la Ciudad de México y en Acapulco. Una gran parte de los personajes de este libro son nuevos, aunque algunos ya aparecen en las novelas anteriores. La pequeña comedia –y de ahí el título– se desarrolla en el mundo de la ópera, visto desde dentro; el autor conocía a la perfección ese círculo pues fue uno de los más connotados críticos de ópera y de música clásica que tuvo México por casi 50 años.

La lectura de La comedia humana de Balzac y de todas las Escenas de la vida portuguesa de José Maria Eça de Queiroz inspiró a Solana para escribir su dodecalogía, en la que, como ya se ha dicho, varios de los personajes aparecen en distintas épocas de su vida, y son abordados desde diversos planos, “en diferentes acercamientos”: los que en un libro son los protagonistas, en otro tienen un papel secundario, o cruzan como simples sombras. Y a los personajes imaginarios unió algunos reales; Rafael Solana intentó reconstruir aspectos de la vida de México a lo largo de 25 años. En Las torres más altas, novela inspirada en La ciudad y las sierras, del escritor portugués, Solana contrasta la vida de la capital con la de un pueblo, San Miguel de Allende. Bosque de estatuas, de 1969, el séptimo libro de la serie, introduce al lector en el mundo de la burocracia mexicana entre 1958 y 1964; en sus páginas el veracruzano muestra una especie de “recopilaciones anecdóticas”.

A propósito de Queiroz, autor de El crimen del Padre Amaro, en 1961 Solana escribió el magnífico ensayo Leyendo a Queiroz que “fue tomado con enorme simpatía por el entonces Embajador de Portugal, el escritor Mario Duarte, autor él mismo de una obra muy interesante sobre el mismo tema”,[9] y para el cual Duarte logró una amplia difusión en la prensa de su país que culminó con la visita del autor del ensayo a la Sociedad “Amigos de Queiroz”, en Lisboa, para rendir una conferencia magistral “sobre el autor de Los Maias”.

Posteriormente, en enero y marzo de 1970, respectivamente, el veracruzano dio a conocer Viento del Sur y Juegos de invierno. En esta última novela, el personaje Luis Sánchez, reflejo de Solana, resalta la idea del autor de crear una obra en la que se plasme “la comedia humana” de la clase media alta mexicana en varios tomos. Ahí reaparecen Sergio y Margarita, protagonistas de El sol de octubre, en un diálogo que tiene como marco la Olimpiada de 1968 –año en el que suscitaron los lamentables e inaceptables hechos perpetrados por el régimen del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz–, y en el que Solana plasma claramente su opinión en favor de los estudiantes y en contra de la agresión que sufrieron; incluso cuestiona la postura de algunos intelectuales ante el movimiento.

Por razones que desconocemos, don Rafael sólo escribió nueve de las 12 novelas que había planeado crear; no hay que olvidar que la serie La educación de los sentidos no forma parte de su proyecto de la novela “río”, pero es claro que desde la concepción del proyecto, esta secuencia ya está en ciernes.

mostrar El ensayista

Rafael Solana y Octavio Paz vienen a ser los dos únicos escritores dentro de su generación, es decir la de Taller, que practicaron el ensayo.

Es de sobra sabido que Paz ha sido reconocido mundialmente por su vastedad ensayística y su producción poética, a tal grado que es el único premio Nobel con el que cuentan nuestras letras nacionales. Sin embargo, Solana, a pesar de ser un ensayista digamos “menor”, también es un autor que se destacó en esta rama dentro de la literatura, aunque sea la menos frecuente dentro de su producción.

El ensayo para don Rafael es una práctica –digamos– “impresionista”, de pasatiempo, pues más allá de preocuparse por analizar y difundir sus ideas en torno a temas y personajes sobresalientes como en el caso de Jaime Torres Bodet (delicioso ensayista quien escribió libros tan interesantes sobre Balzac, Tolstoi, Proust, Galdós, Dostoievski y Stendhal, en los que muestra grandes dotes de prosista consumado, elegante y sabio conocedor de personajes y novelistas cumbres de la literatura universal, a quienes mediante la prosa analiza “científicamente”),  se preocupa, más bien, por difundir sus impresiones de manera modesta entre un número muy corto de lectores, el cual estaba integrado solamente por familiares y amigos, nunca entre el gran público lector, el público de masas.

En su libro Musas latinas de 1969, el cual contiene tres de sus ensayos, Solana dice: “no se trata de biografías ni tampoco de estudios eruditos sobre los autores escogidos; son solamente comentarios, juicios personales, recopilaciones de datos acerca de esos escritores encontrados al azar en otros libros, y no tras de una búsqueda cuidadosa; no son estudios de valor académico, son mera constancia de simpatías; crítica impresionista, o subjetiva…”.[10]

Rafael Solana dejó escritos sólo cuatro libros de ensayos: Leyendo a Loti (1959), Leyendo a Queiroz (1961), Oyendo a Verdi (1962) y Leyendo a Maugham (1980), todos estos trabajos aparecieron publicados fuera de comercio y como regalo a los amigos del autor, con motivo de la Natividad y Año Nuevo, con un tiraje de tan sólo 500 ejemplares cada uno. Oyendo a Verdi está dedicado a su padre (Rafael Solana Cinta, conocido como “Verduguillo” en el ambiente periodístico y taurino) y forma parte de los tres primeros que Solana más tarde reunió en 1969, en una edición que el Fondo de Cultura Económica editó bajo el título de Musas latinas y que iba dirigido ya, al grueso público. En este volumen se contienen: Leyendo a Loti, Leyendo a Queiroz y Oyendo a Verdi. De los cuatro libros, el de Verdi es el que ha corrido con mejor suerte, tanto es así que, en octubre de 2013, el Instituto Nacional de Bellas Artes tuvo el acierto de editarlo en versión facsimilar por vez primera con motivo de la celebración de los 200 años del natalicio del italiano, como homenaje al autor de Rigoletto y como un reconocimiento al trabajo y al saber de Solana sobre la obra y la vida del maestro de Busseto.

En sus ensayos, el autor se regocija y entretiene (literalmente) haciendo alarde de su conocimiento sobre la vida y obra del francés Pierre Loti, del lisboeta Eça de Queiroz (padre de la literatura moderna del Portugal) y por supuesto del italiano Giuseppe Verdi.

Oyendo a Verdi resultó ser de los tres libros el más solicitado. Fue requerido muy particularmente en España, y claro está, en Italia. En la prensa se hicieron repetidas reproducciones de algunos de sus capítulos.

Podemos decir que a pesar de la modestia de Solana al referir que sus libros no están escritos bajo el rigor académico o como estudios eruditos, al leer los cuatro ensayos, podemos darnos cuenta de que la maestría prevalece y, particularmente en Oyendo a Verdi, ésta se deja sentir. Vamos: se escucha y prevalece; está aderezada con un estilo claro y sencillo, acompañada (además) de una frescura que hace del libro un divertimento a la hora de su lectura.

Hasta donde yo he investigado, no ha habido ni hay escritor alguno, aficionado o experto en el tema operístico y específicamente en el estudio de la vida y obra del creador de “Otello”, que haya creado en nuestro país un libro como el que nos regaló Solana sobre Verdi.

Don Rafael llevó su afición más allá del mero ámbito periodístico al realizar sus crónicas o críticas de ópera en la revista Siempre! y en alguno de los muchos diarios para los que escribió. Con la publicación de Oyendo a Verdi, nos da muestra no sólo de su afición y de sus simpatías operísticas, sino además de que se dio el lujo de asistir cada año a Nueva York a la temporada de ópera. También pudo presenciar durante una gran parte de su vida y durante los muchos años que viajó al viejo continente, lo mejor de este género musical en teatros de Europa como la Scala de Milán, lugar en el que, como contaba el mismo Solana, tuvo la oportunidad de compartir la ópera durante la Segunda Guerra Mundial con Mussolini, cuando junto con el maestro José Pagés Llergo, se repartieron Europa para cubrir el conflicto bélico. Presenció lo mejor de este género en teatros de Sudamérica, principalmente en Argentina y Chile. También lo hizo en el Japón, aunque allí, más específicamente, su atención se enfocó al teatro.[11]

Respecto al libro Leyendo a Queiroz, debo destacar una oportunidad que tuve en el año de 2002. Con motivo de la polémica desatada por la censura que el mismo clero ejerció en torno a la película de Carlos Carrera El crimen del Padre Amaro, que estelarizaran los entonces jóvenes Ana Claudia Talancón y Gael García Bernal, con guion de Vicente Leñero, y que no es otra cosa más que la adaptación de la novela de Queiroz del mismo nombre, por mi trabajo periodístico pude conocer y hacer una excelente amistad con el entonces embajador de Portugal en México, el señor Antonio Antas de Campos, actualmente retirado ya del servicio diplomático y un enamorado de nuestro país.

Lo anterior derivó en que yo irremediablemente hiciera comentarios sobre el libro que don Rafael escribió en torno a a de Queiroz, debido al desconocimiento abrumador de lo que opinaba la gente sobre el tema en ese momento y peor aún, por la enorme ignorancia de no pocos en torno a la novela del portugués, tema que inmediatamente interesó al entonces embajador. En una entrevista hecha en ese tiempo por Guadalupe Loaeza, el mismo Antas de Campos se refirió al trabajo y al análisis hecho por Solana, particularmente al capítulo que el veracruzano dedica precisamente a El crimen del Padre Amaro y a las coincidencias o parecido que esta novela pudiera tener con la novela de Émile Zola, titulada La falta del abate Mouret.

Las conclusiones hechas por el señor Antas de Campos coincidían en que se trataba de un desconocimiento total y penoso de la obra de Queiroz, de una mala adaptación cinematográfica y recomendaba se le echara un ojo al trabajo publicado por el maestro Solana en el capítulo v, en el que trataba el tema del crimen.

Con esto, lo que pretendo es poner en perspectiva la importancia, el valor ensayístico y el análisis de Solana en torno a la obra de un escritor portugués que hasta la fecha sigue siendo desconocido, por lo menos para la gran mayoría de los lectores mexicanos, mismo que don Rafael tuvo la inquietud de analizar desde un punto de vista “impresionista” y que en contraste con México causó en Portugal una gran simpatía, un magnífico recibimiento y una amplia difusión en la prensa portuguesa.

Su aceptación fue tal que acudió como autor invitado a dar una conferencia sobre el autor de Los Maias, en la sede de la Sociedad “Amigos de Queiroz” de Lisboa (Largo Bordalo de Pinheiro, en ese tiempo ubicada en el centro de la capital portuguesa). Fue presenciada por los personajes más distinguidos de la intelectualidad y de la sociedad lisboeta de ese momento y, en ella, Antonio Queiroz, hijo del autor de El primo Basilio, distinguió a Solana al regalarle “una página manuscrita de La ciudad y las sierras. En Brasil, este libro también tuvo gran aceptación por los estudiosos queirocianos, y alabado por el diplomático brasileño, Clodomiro Vianna Moog.

Leyendo a Loti, dedicado a la memoria de doña Maurilia Salcedo de Solana, madre de don Rafael, a pesar de haber sido el primero de sus cuatro ensayos, es tal vez el que con menor suerte ha corrido. Fue precisamente en un libro de Loti, que su madre enseñó a Solana las primeras letras, y fue en un libro de este autor francés que nuestro escritor comenzó a leer; fue de su madre, de quien Rafael Solana adquirió el gusto por la lectura. De su padre, Verduguillo, obtuvo el gusto por la música, pues según don Rafael, él (su padre) lo “enseñó a oír”.

El libro sobre Loti “tuvo una acogida amable”, y fue celebrado con una recepción en la embajada de Francia por el entonces agregado cultural de ese país en México, Jean Sirol.

Aunque el libro sobre Julien Viaud (Pierre Loti) no ha sido un ensayo difundido y celebrado como los dos anteriores, la calidad y el análisis que Solana hace en torno a la obra de este autor impresionista, miembro de la Academia Francesa, es digno de ser difundido, sobre todo ahora que nadie o casi nadie recuerda o ha leído en México a este autor galo.

En 1980, Solana escribió su último libro de ensayos dedicado al escritor inglés William Somerset Maugham, titulado Leyendo a Maugham. Es un libro lúcido y aunque de los cuatro que escribió, el menos difundido y conocido, es un ensayo en el que se puede ver el dominio y el conocimiento que de este autor tiene Rafael Solana; Maugham, después de Dickens, era el escritor más popular, el más leído entre cierta clase social inglesa y que ha sido olvidado.

Dentro de la llamada “literatura de ideas”, don Rafael se inscribe con estos cuatro trabajos, en lo que José Luis Martínez define como crítica literaria, artística (como en el caso de Oyendo a Verdi), histórica, filosófica o científica, la cual “es en general, una función del espíritu, por lo que éste se enfrenta con diferentes propósitos, alcances y rigor, a los productos culturales”, dice el mismo José Luis Martínez.

De ahí que el autor de este tipo de ensayo pueda elegir entre una gama muy amplia de formas que “van desde la incidental opinión impresionista hasta la monografía, pero la crítica ingresa en el campo del ensayo cuando, cualquiera que sea su índole, tiene además esas cualidades de flexibilidad y libertad formal e ideológica, el acento subjetivo y la naturaleza interpretativa que distingue el ensayo”. Requisitos todos ellos que los libros de don Rafael cumplen a cabalidad.

Solana también dejó escritos a manera de prólogo otras piezas ensayísticas para la colección "Sepan cuantos..." de la Editorial Porrúa, me refiero a Papá Goriot de Balzac, Oliver Twist de Charles Dickens, a todas las comedias de Molière (Tartufo, El burgués Gentilhombre, etcétera), Las desencantadas de Pierre Loti y a Servidumbre humana de Maugham. En estos textos, el autor sigue dando muestra de su dominio de la literatura universal.

Sin embargo, puedo afirmar que Rafael Solana se estrena como ensayista en la revista Letras de México, en el núm. 11, el 16 de julio de 1937, al publicar su texto sobre el poeta recién fallecido en ese momento, Alfonso Gutiérrez Hermosillo. Más tarde, en la misma revista publicaría un ensayo largo sobre otro poeta: Enrique González Martínez, a quien en 1936, con el sello editorial de Taller Poético, le editó su libro titulado Ausencia y canto. Dicho estudio se tituló "Un gran poeta en su tierra", y apareció en el núm. 12, el 1º de agosto de 1937.

A estos dos le seguirían, también en Letras de México, otros ensayos dedicados a Álvarez Bravo, al español Pedro Salinas, a Alberto Quintero Álvarez, a Efraín Huerta, y el 1º de julio de 1938 en el núm. 29, sería publicado el ensayo titulado: “Mapa de afluentes en la obra poética de Federico García Lorca”, el cual aparece ilustrado con tres dibujos del mismo poeta granadino.

Este ensayo fue retomado por Luis Mario Schneider en 1998 para ser incluido en su libro titulado García Lorca y México, el cual apareció editado ese mismo año bajo el sello de la Universidad Nacional Autónoma de México, dentro de su colección Diversa. Este trabajo de Schneider es un compendio de ensayos y artículos periodísticos escritos por mexicanos en torno a la figura y el trabajo del poeta español. Entre otros aparecen textos de: Alfonso Reyes, Genaro Estrada, Torres Bodet, Octavio Paz, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, Antonieta Rivas Mercado, Hugo Gutiérrez Vega, etcétera.

También en 1938, pero el 1° de diciembre, apareció su estudio sobre el trabajo de su amiga, la pintora María Izquierdo, publicado por única vez en la revista Taller. Cabe decir que este trabajo en no pocas ocasiones fue elogiado y reconocido por Paz, y es don Rafael dentro de la historia de la plástica mexicana, quien escribe por vez primera sobre la obra pictórica de la artista jalisciense. Más tarde, en la revista El Hijo Pródigo, Solana se ocupó del trabajo de José Juan Tablada, en el núm. 30, el 15 de septiembre de 1945; y de "La patria chica de López Velarde", ensayo aparecido en el núm. 39, el 15 de junio de 1946.

Con todos estos trabajos, Rafael Solana se inscribe como un autor dentro de la historia de nuestra literatura, digno de ser estudiado y difundido entre las actuales generaciones, y que cien años ha de haber llegado al mundo, aún nos asombra por su honestidad intelectual y clara capacidad creadora.

mostrar El teatro: una verdadera vocación

Rafael Solana fue un renovador del teatro mexicano. Después de Rodolfo Usigli, él fue quien se atrevió a romper con la “tradición” en la que “los autores se presentan furiosos contra el gobierno, las costumbres, la familia, los padres, los hijos”, y quien, en la segunda mitad del siglo xx mexicano, cultivó la farsa y la comedia. Solana trazó el camino que dramaturgos como Hugo Argüelles, Jorge Ibargüengoitia, José Fuentes Mares, Tomás Urtusástegui y Víctor Hugo Rascón Banda siguieron después.

Solana llevó su pasión por el teatro más allá de una mera afición; a la edad de 11 años adoptó, junto con sus padres, la costumbre de ir al teatro cada domingo, después de los toros. Su familia tenía platea fija en el Ideal, al lado de la del entonces presidente interino de la República, Emilio Portes Gil. También asistían al Teatro Iris, donde había representaciones de ópera, y a veces en el Fábregas; en algunas ocasiones al Hidalgo, “donde ponían dramones”, como llegó a decir don Rafael.

Desde 1930 y cuando apenas tenía 15 años de edad, Rafael Solana comenzó a escribir sobre teatro en el semanario Multitudes, del cual su padre era director y dueño. Esto nos permite afirmar que desde 1926 hasta el año de su fallecimiento, en 1992, el veracruzano, tuvo acceso a todas las puestas exhibidas; 66 años de íntima experiencia, toda una vida cerca del quehacer teatral. Pero su presencia no se limitó a la de simple espectador, sino que incluyo la visita a los camerinos, el teatro personal con los autores, los actores y las actrices –se tuteó con María Conesa, Sara García y Lupe Rivas Cacho–. Se preocupó por leer obras inéditas, antes de que llegaran a la escena, e incluso aquellas que no eran representadas. A esta experiencia debemos agregar su conocimiento del teatro que se hacía en Nueva York, París, Londres, Alemania, Polonia, Suiza, Buenos Aires y Madrid –en algunas de estas ciudades se presentaron sus comedias–. También visitó Japón en varias ocasiones y se acercó al teatro nipón; de ello dejó testimonio en su libro Momijigari, de 1964, y en artículos periodísticos.

Solana se preocupó por adquirir obras teatrales editadas en español, inglés, francés, italiano o alemán, lenguas que dominaba; además de los periódicos teatrales de varios países. No restringió su pasión por el teatro y no iba a las funciones solamente a escribir sus crónicas para los varios diarios y revistas en los que colaboró durante toda su vida, sino que llevó su entusiasmo mucho más allá, como pocos, que podríamos calificar como una verdadera vocación y un empeñoso estudio.

El inicio de don Rafael como autor teatral data de 1951; cuando el director Julián Duprez le pidió que realizara una traducción de Ninotchka, del dramaturgo francés Marc-Gilbert Sauvajon, para la actriz que tanto admiraba, Anita Blanch. En aquel tiempo Solana realizaba adaptaciones de comedias españolas y francesas para radio; pero cuando su adaptación de Ninotchka se estrenó con éxito, la Unión de Autores le informó que los derechos los cobraría Dagoberto Cervantes, quien había hecho y registrado otra traducción de la misma obra, considerada inutilizable. Así que, para evitar controversias y enfrentamientos, Solana se dio a la tarea de escribir una pieza nueva: “Entonces pensé que el mismo tiempo que me llevaba hacer una traducción, me llevaría escribir una obra original, con lo que ya no habría discusión”,[12] platicaba don Rafael. Para “soltar la mano”, Solana adaptó uno de sus cuentos, “Estrella que se apaga”, que publicó originalmente en el número 36 de la revista El Hijo Pródigo en 1945, y que posteriormente recogió en su libro Trata de muertos, de 1947. La obra no se estrenó hasta febrero de 1953 en el viejo Teatro del Caracol, donde alcanzó más de 100 representaciones.

Un año antes, en 1952, estrenó en el Teatro Colón, dentro de la temporada de la Unión Nacional de Autores, la comedia Las islas de oro, primera obra escrita por Solana ex profeso para teatro, y a la cual le siguieron 33 piezas más. En esta comedia el autor, al igual que en sus cuentos muestra que trabajo teatral huye de lo dramático, de la manía de convertir en melodrama o en prosa de exclamaciones e interjecciones una representación que puede ser vista desde un ángulo de lo ridículo, satírico, gracioso y alegre, elementos que, según Antonio Magaña Esquivel, también forman “parte real de la vida entera, regida por la imaginación”. Sólo quedaban las plumas se estrenó en 1953 en la sala Chopin, obra que, junto con Estrella que se apaga, compartió con Hidalgo, de Federico S. Inclán; Los sordomudos, de Luisa Josefina Hernández, y Las cosas simples, de Héctor Mendoza.

En 1954, a petición de María Teresa Montoya, escribió y estrenó Debiera haber obispas, su comedia más traducida y representada. No se debe pasar por alto que, después de muchos años, esta obra ha sido –junto con Cada quien su vida, de Luis G. Basurto, y El extensionista, de Felipe Santander– una de las que más veces se ha llevado a escena. Celestino Gorostiza señala en la introducción que escribió para la edición de Debiera haber obispas que “la especialización en la comedia y el aliento poético que emplea Solana, se funden de una manera perfecta, y tal vez por ello, a más de la magnífica situación que da pie la obra, ha sido la que mayor éxito ha alcanzado”.[13]

En A su imagen y semejanza –estrenada en México en 1957 y en 1962 en Berlín en el Behind Spanish American Footlights, donde tuvo gran éxito de taquilla y entre la crítica especializada–, Solana hizo una adaptación de su cuento El director, el cual fue publicado en su libro Los santos inocentes, de 1944. La trama cuenta cómo un famoso director de teatro, despechado el trato que le da la crítica, decide engañar a los críticos especializados presentando como director invitado a un merolico al que contrata para enseñarle a “dirigir” como si fuera él. El suplantador alcanza “el éxito” y, por medio de truculentas modificaciones contractuales, logra desbancar al maestro en la dirección del conservatorio, e incluso llega a quitarle a su esposa. Una obra que, junto con Pudo haber sucedido en Verona, fue una de las preferidas del autor.

Una de las características de las piezas dramáticas de Solana, según Carmen Galindo, es la utilización de “subtexto”, el cual se refiere en realidad al empleo del metatexto –sobre todo en su obra cuentística y teatral–, algo que el lector podrá comprobar en al menos tres de las comedias que aquí se incluyen. Don Rafael utilizó continuamente este recurso, retomó temas ya clásicos de la literatura universal, los adaptó, los volvió a trabajar y los presentó en público, sin demeritar la calidad y el argumento de la obra original. Esto también se puede observar en El tercer Fausto, de 1934, de Salvador Novo. Hay que añadir que este recurso es empleado de manera magistral por ambos escritores. En Pudo haber sucedido en Verona, galardonada en 1983 con el Premio Juan Ruiz Alarcón, se lee el clásico de Shakespeare, Romeo y Julieta, pero desde un extremo humorístico. Mediante alientos de farsa clásica y de una burla matizada de ternura, algo peculiar en Solana, se narra la vejez de los amantes shakesperianos. Recursos que provocan en el lector risa y alegría sin artificios ni engaños, también una de las mayores virtudes de su autor. Son pláticas de familia, la última obra que vio representada Solana, en 1991, en el teatro Wilberto Cantón, y de la cual escribió dos versiones: la primera en 1987 en prosa, y la segunda en 1988 en verso, se lee con el desenfado y el buen humor del autor mexicano el Juan Tenorio de José Zorrilla. La última comedia que escribió es El décimo Fausto, en 1992; en ella, el lector podrá reconocer el clásico de Goethe, pero la trama, guiada por el recurso humorístico, no sigue al pie de la letra la del alemán.

De entre las últimas obras póstumas del veracruzano, que destacan por la rapidez con la que fueron creadas, se encuentran La pesca milagrosa, escrita tan sólo en dos días –entre el 16 y el 17 de febrero de 1984–, y Cruzan como botellas alambradas, que escribió el 22 y 23 de febrero del mismo año; es decir, en tan sólo un mes Solana escribió dos comedias. Tal vez uno de los “pecados” de don Rafael sea su “precipitación”, al pretender escribir una pieza teatral en menos tiempo que el mismo Lope de Vega; sin embargo, cumple a cabalidad, pues se dice por ahí que una de sus piezas fue escrita en solamente 16 horas. Un ejemplo que retrata la facilidad creativa de Solana es la anécdota que Luis G. Basurto, también escritor de teatro, narra en su prólogo a tres piezas de Solana; Basurto cuenta que fue testigo de cuando el veracruzano, siendo secretario particular del entonces secretario de Educación, don Jaime Torres Bodet, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, hizo una adaptación para el teatro de La casa de la Santísima. Con el manuscrito a medio escribir en un cajón abierto, cuenta Basurto, “en el que había muchas cuartillas escritas y otras por llenar, y él usaba la pluma para ir pergeñando, con la mano activa dentro de ese cajón, entre llamadas de don Jaime, telefonazos a pasto, levantadas para introducir visitantes… Cuando le mostré mi asombro… me contestó que la tenía, no sólo en la mente, sino en la punta de los dedos, y que no podía dejarla escapar”.

Junto con Emilio Carballido, Solana fue uno de los primeros en establecer la comedia como una forma dramática de relevancia para el teatro nacional, aunque es importante resaltar que mientras Carballido se dedicó a tratar temas y actitudes de la provincia, don Rafael exploró en su quehacer escénico actitudes universales y más características de las familias de la clase media alta de la capital del país, llevadas al teatro con un fino toque de sátira e ironía o salpicadas con un poco de sarcasmo. Rafael Solana aprendió de Xavier Villaurrutia que es un error ofrecer al público problemáticas que únicamente interesa al autor y a sus amigos; y que es mejor abordar conflictos de resonancia social, que no hay que dejar de lado la inteligencia de los diálogos, la corrección del lenguaje y la novedad en la creación.

Solana construyó sus personajes y temas gracias a la observación de su entorno, incluso el más cercano, aquel que conformaba su familia, conocidos y amigos a quienes imaginaba a partir de lecturas y recuerdos. Lo valioso del arte escénico, según don Rafael, no son los desplazamientos escénicos, sino el montaje que hará que el público entienda la belleza literaria de los textos. Decía que el teatro puede ser un género literario divertido, una escuela cívica de educación moral para la familia. El veracruzano alguna vez confesó que su arte brotaba en todo momento y en todo lugar, y que al entrelazarse, constantemente la inspiraba nuevas creaciones, pues una necesidad creativa viajaba con él a cualquier sitio: a los toros, a la ópera, a la música que iluminaba su imaginación, y al teatro donde quizá alcanzó sus mayores logros.

Si alguien preguntara cuál fue el ideal constante que orientó la creación literaria de Solana, habría que responder con lo que él dijo al hacer un balance de su vida, en 1959, al cumplir 30 años como periodista y 25 como escritor: “Verdad, amor, belleza, justicia, serían los cuatro puntos cardinales de mi mapa. Esto sería lo que yo quisiera decir si las fuerzas me alcanzaran para decir algo a los jóvenes cuando alguna vez lean mis obras”.[14]

mostrar Bibliografía

Huerta, Efraín y Raquel Huerta Bravo, Canción del alba, Guanajuato, Ediciones La Rana/ Instituto estatal de Guanajuato/ Universidad de Guanajuato, 2014.

Novo, Salvador y Luis Guillermo Piazza¿Qué pasa con el teatro en México?, México, D. F., Editorial Novaro, 1967.

Paz, Octavio, “Presentación”, en Taller, ed. facs., diciembre de 1938-noviembre de 1939, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Revistas Literarias Mexicanas Modernas), 1982, vol. 1, pp. 19-21.

----, “Invitación a la novela”, en Taller, ed. facs., diciembre de 1938-noviembre de 1939, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Revistas Literarias Mexicanas Modernas), mayo de 1939.

Solana, Rafael, “Balance de mi vida”, Siempre!, junio de 1969.

----, Crónicas de Rafael Solana, 2ª ed., comp. de Claudio Rodríguez y Mireya Rodríguez, Xalapa, Veracruz, Universidad Veracruzana, 1997.

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----, Musas latinas, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1969.

----, Pido la palabra, México, D. F., Editorial Pájaro Cascabel, 1964.

Teatro mexicano del siglo xx, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, t. 2, 1981.

Villaurrutia, Xavier, “Locura, de José Martínez Sotomayor; El envenenado de Rafael Solana”, Letras de México, ed. facs., enero de 1939-diciembre de 1940, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Revistas Literarias Mexicanas Modernas), 1985, t. 2, p. 122.

Nació en Veracruz, Veracruz, el 7 de agosto de 1915; murió el 6 de septiembre de 1992. Poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Estudió Actuación, Derecho y Filosofía en la unam. Fue director de teatro foráneo y de publicidad del inba; director de teatro y televisión; secretario general de la Federación de Uniones Teatrales; presidente de la Asociación de Críticos de Teatro de México y de la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música; jefe de prensa del imss; vicepresidente de la sogem; director de Claridades; fundador de México en el Arte; director de Multitudes; fundador de Taller; fundador y director de Taller Poético. Colaboró en Claridades, El Día, El Hijo Pródigo, El Universal, Excélsior, México en el Arte, Multitudes, Siempre!, Taller, Taller Poético y Tierra Nueva. Premio Nacional de Crónica 1976. Premio Nacional de Ciencias y Artes 1986. Premio Juan Ruiz de Alarcón 1991. Medalla Mozart 1992. Doctor honoris causa por la Universidad de Mérida y por la uv. Caballero de la Orden Internacional del Bien Público y de la Orden al Mérito de Francia.

José Luis Martínez
1995 / 01 ago 2018 10:37

En sus mocedades, Rafael Solana (1915-1992) fue uno de los animadores principales de su grupo literario: dirigió Taller Poético (1936-1938) y figuró como uno de los responsables iniciales de Taller (1939-1941). Como era la costumbre, sus primeros libros fueron de poesía: Ladera (1934), Los sonetos (1937), Los espejos falsarios (1944, con prólogo de Alberto Quintero Álvarez), Cinco veces el mismo soneto (1948) y Alas (1958). Hábil sonetista, sus versos más logrados son evocaciones de ciudades. De su obra poética prefiero un juvenil "Poema del desprecio" (Primer Taller Poético, 1936), humedecido de emoción, que no recogió en sus libros.

A lo largo de su vida, Solana realiza una obra muy extensa. Periodista durante más de medio siglo, ha escrito regularmente artículos sobre temas generales y una sección de espectáculos (en la revista Siempre!); asimismo hizo guiones de películas y programas de radio y televisión.

Su obra literaria es considerable. Además de su poesía, es autor de ensayos, cuentos y novelas –poco atendidos, como los de Luis Spota, por la crítica y una amplia producción dramática, apreciada por la gente de teatro.

Los ensayos críticos de Solana son interesantes. En los años de Taller Poético, promovió la publicación de Tres ensayos de amistad lírica para Garcilaso (1936), en ocasión del cuarto centenario del poeta. El hermoso libro está formado por "Pasaje de Garcilaso", de Jaime Torres Bodet, "Semblanza del llanto", de Alberto Quintero Álvarez, y "Garcilaso rodeado de sus palabras", de Solana. Este último, muestra a un buen conocedor de la poesía española y a un espíritu sensible a los secretos de la creación poética.

Años más tarde, Solana publicó tres de sus mejores libros: Leyendo a Loti (1959), Leyendo a Queiroz (1961) y Oyendo a Verdi (1962), que reunió en Musas latinas (1969). En la nota preliminar de esta última colección, su autor señala que los suyos "no son estudios de valor académico, sino mera constancias de simpatías; crítica impresionista o subjetiva", y el hecho es que consigue su propósito, de "lectura que sólo aspira a ser amena". De los tres, me parece que el más agradable es el dedicado a Pierre Loti, el novelista del Oriente, muy popular a principios de siglo y hoy casi olvidado. Solana compuso su estudio como una serie de viñetas que van exponiendo aspectos del autor y de sus obras: los gatos, las mujeres, los colores, los sonidos, el olfato, Las desencantadas, la escasez de lecturas, el mar, el arte literario, la débil religiosidad, las despedidas, etcétera.

Leyendo a Queiroz es un estudio muy amplio que da constancia de un conocimiento a fondo de la compleja obra del novelista. Sin embargo, resulta un poco espeso, acaso por la falta de una estructura clara y por el exceso de citas en portugués, a veces de páginas enteras.

Oyendo a Verdi es un libro poco común entre los escritores literarios que no suelen ser buenos conocedores de materias ajenas a las letras. Cuenta Solana que su padre homónimo "Verduguillo" como cronista de toros y notable periodista profesional le enseñó a oír música y sobre todo ópera y le permitió conocer el mundo musical. Su libro sobre el autor de tantas óperas casi familiares en México es muy ameno porque va entremezclando a los juicios musicales múltiples anécdotas y "trivia" operística curiosas. Me llamó especialmente la atención un pasaje (final del capítulo xii) en que Solana reflexiona sobre la grandeza y la popularidad de Verdi que se apoyan en buena parte en vulgaridades:

A esa muchedumbre dice supo llegar Verdi, y supo hacerse admirar y armar de ella; pero no fue con las más finas y mejores de sus obras; fue [...] con El Trovador, y con traviata, y con Rigoletto... de tal manera que no puede menospreciarse esta parte de su obra y de su personalidad, que no puede separarse de la otra parte.

Los cuentos de Rafael Solana tienen esa habilidad y amenidad que distinguen todas sus obras. Los escribió entre 1942 y 1954 y los publicó en plaquettes o pequeños grupos que reunió en 1961 en Todos los cuentos. Su ambiente es urbano y contemporáneo aunque algunos evocan personajes históricos, y sus mejores recursos son un humor nunca corrosivo y la sorpresa. Siete de sus primeros cuentos son divertidas bromas de temas musicales, en los que aparece el entonces famoso maestro Carlos Chávez –con nombre apenas disimulado. "Estrella que se apaga", acerca de un actor cinematográfico inventado por la publicidad, tiene alguna coincidencia con un notable cuento de Carlos Noriega Hope, "Che Ferrati, inventor". Y "Cirugía de guerra" me parece el cuento más original y atroz.

Desde los años de sus revistas literarias, Solana intentó la ardua creación novelística. Su ejercicios de dedos fue El envenenado (1939), novelita difusa a la manera de las "novelas como nube" de los Contemporáneos. Muchos años más tarde, escribió cuatro novelas de desigual fortuna. La más ambiciosa y extensa es El sol de octubre (1959) que cuenta varias historias entrelazadas de las vidas y amores de deportistas, juniors y señorones ricos. Ocurre en la Ciudad de México de aquellos años y tiene alguna semejanza con dos novelas cercanas, Casi el paraíso (1956) de Spota, y La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes. La de Solana está bien llevada y equilibrada, y es de fácil lectura, aunque a menudo es banal. Junto a los personajes ficticios que aparecen personajes reales de la época, sobre todo escritores y periodistas. La valiente generosidad de doña Inés, mujer del arquitecto don Juan el del amor tardío, "sol de octubre", que da nombre a la novela, es conmovedora. Margarita y Sergio no llegan a tener consistencia ni drama. Y el escritor cuyos diarios y cartas se recogen tiene sólo chispazos de agudeza. Hay escenas y pasajes bien logrados, como la novillada o tienta, narrada con precisión de experto, o como la descripción de la visita a la Alhambra de Granada, llena de emoción ante la belleza.

El palacio Maderna (1960), para mi gusto, es la mejor novela de Solana, por su equilibrio interno y el interés de sus personajes. Aquí aparece de nuevo el arquitecto Juan Salinas, antes de su boda y desventuras, cuando recién graduado viajaba por Italia. Sus amores con Dina son necesarios aunque no fascinantes. El nervio del relato son los personajes que se hospedan en un caserón romano, el palacio Maderna, además del mexicano Juan. Un viejo profesor, un viejo pintor, dos muchachas obreras, y la dueña pobre del palacio, la princesa Mafalda Monteleone el apellido de los descendientes de Hernán Cortés, los cuales, salvo la princesa, se reúnen para desayunar en una "lechería" cercana. Juan y Dina viajan y dan pretexto al autor para sus evocaciones de lugares y museos italianos. El profesor muere y el pintor tiene un inesperado resurgimiento. Juan, separado de Dina, quien ingresa a la vida alegre, vuelve a su tierra.

La casa de la Santísima (1960) parece aprovechar una historia real: un burdel que era al mismo tiempo taller de costura, regentado por una mujer tranquila y bondadosa, doña Rosita. Allí van hombres maduros y pacíficos y estudiantes, en la Ciudad de México de los años treinta o cuarenta. Y para ambientar su relato, aunque no visiten la "casa", aparecen junto a los personajes ficticios, pintores y escritores amigos del autor. Pero ocurre un suicidio por amor de una de las muchachas de la casa, y se viene abajo aquella organización placentera. La historia está bien contada y, aunque sólo se acerca a la truculencia, vale poco en letras.

Real de Catorce (1979), aunque se dice novela, es más bien una sucesión de visiones, escritas en una prosa de contenida eficacia, y acompañada por dramáticas fotografías anónimas, acerca de un pueblo colonial abandonado. Nada se precisa en Real de Catorce acerca del lugar, que no conozco. He logrado averiguar que se encuentra en San Luis Potosí, que era un antiguo pueblo minero y que se llega a él por un túnel. Parece aún más hermoso que Marfil, el pueblo cercano a Guanajuato, y del que se dice que fue abandonado por agua venenosa. Es uno de los más hermosos libros de Rafael Solana.

De su teatro, que a partir de 1952, en que estrenó Las islas de oro, fue su actividad literaria preferente, me limito a señalar que su comedia Debiera haber obispas (1955) parece la preferida del público.

Hizo estudios en las facultades de Leyes, Actuación y Filosofía y Letras en la Universidad Nacional, entre 1930 y 1937. En 1929 empezó a colaborar en publicaciones periódicas y desde entonces ha mantenido el periodismo como su principal actividad. A partir de 1940 colabora con la industria cinematográfica, para la que escribe varios argumentos; también trabaja para radio y televisión. Fue secretario particular de Jaime Torres Bodet en la Secretaría de Educación Pública (1958-1964) y director de teatro y de publicidad del Instituto Nacional de Bellas Artes. También fue empresario y director de teatro y televisión. Cultivó todos los géneros literarios: poesía, ensayo, crónica, crítica literaria, novela, cuento y teatro. Su producción teatral se inició en 1952 con Las islas de oro y para 1991 se habían representado más de quince obras, entre las que se cuentan Ensalada de Noche Buena, Vestida y alborotada, Círculo cuadrado, A su imagen y semejanza y Debiera haber obispas. Editó la revista literaria Taller junto con Octavio Paz, Efraín Huerta y Alberto Quintero Álvarez, y dirigió Taller Poético. Fue secretario del interior de la Unión Nacional de Autores, secretario general de la Federación de Uniones Teatrales, presidente de la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música, presidente de la Asociación de Críticos de Teatro en México y también jefe de prensa del Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha colaborado en El Universal, El Hijo Pródigo, Tierra Nueva, El día, Excélsior y Siempre!.

En 1986 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes; además, el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional. Fue nombrado caballero del Orden Internacional del Bien Público y caballero de la Orden al Mérito de Francia.

Fue hijo del periodista y cronista taurino Rafael Solana, conocido como el “Verduguillo”. Estudió Leyes en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y Filosofía y Actuación en la Facultad de Filosofía y Letras (ffl) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) (1930-1937). Interrumpió sus estudios por una huelga estudiantil y suplió a su padre en la columna de toros del diario El Universal Gráfico (1929), donde inició su carrera periodística y colaboró durante cincuenta y cinco años. Sus primeros poemas fueron publicados en la revista literaria Taller Poético, de la cual fue director (1936-1938). Con Efraín Huerta, Octavio Paz y Alberto Quintero Álvarez fundó y editó la revista Taller (1938-1939). Fue oficial mayor y secretario particular de Jaime Torres Bodet en la Secretaría de Educación Pública (sep) (1958-1964); director de teatro foráneo y prensa del Instituto Nacional de Bellas Artes (inba); jefe de prensa y difusión del Instituto Mexicano del Seguro Social (imss); secretario del interior de la Unión Nacional de Escritores; secretario general de la Federación de Uniones Teatrales; director de relaciones públicas de Telesistema Mexicano; fundador y presidente en tres ocasiones de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro; presidente de la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música; director de la Sociedad Mexicana de Escritores; coordinador general de Difusión y Relaciones del Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos y asesor de la unidad de información y relaciones públicas de la dirección de Radio, Televisión y Cinematografía (rtc) de la Secretaría de Gobernación (sg), entre otros cargos. Escribió argumentos para radio, cine, teatro y televisión, medios de los que, en algunos, también fue empresario y director. Colaboró, desde 1929 hasta 1992, en diversas publicaciones periódicas, como en los diarios Excelsior y El Día; en las revistas Hoy, Tierra Nueva, Mañana, El Hijo Pródigo, América y Siempre! Y en los suplementos “México en la Cultura”, de Novedades, “Revista Mexicana de Cultura”, de El Nacional, “Revista de la Semana” de El Universal y “Jueves de Excelsior”, entre otras. Su novela El sol de octubre fue traducida al croata. Su obra de teatro A su imagen y semejanza, fue traducida al alemán y representada en Alemania. Después de su muerte, ha recibido varios homenajes de escritores y amigos.

Rafael Solana Salcedo, periodista y narrador, dramaturgo y poeta. Cultivó todos los géneros literarios y escribió guiones para radio, cine y televisión. Publicó seis libros de cuentos, seis novelas, diez de crítica literaria y crónica taurina, siete de poesía y más de treinta obras teatrales. En Noches de estreno, agrupa cien crónicas teatrales de autores mexicanos y transmite su juicio acerca de dramaturgos, directores, actores y escenógrafos. En sus crónicas periodísticas, además de abordar el tema taurino del que fue aficionado desde la fundación de la Plaza de Toros México en 1946, hace un análisis de los medios de comunicación; del acontecer cotidiano de la ciudad de México; de cine, del que fue uno de los iniciadores con su columna “La película de anoche”, de Excelsior; y de la obra de músicos como Giuseppe Verdi, de pintores como María Izquierdo y de escritores universales como Pierre Lotï (Louis Marie Julen Viaud); españoles como José Martínez Ruiz “Azorín”; mexicanos de la época virreinal y de los siglos xix y xx; de este último siglo le interesaron la generación de los Contemporáneos, principalmente Jaime Torres Bodet, narradores como Mauricio Magdaleno, Juan Rulfo y Juan José Arreola, y dramaturgos como Emilio Carballido, Sergio Magaña, Vicente Leñero, Hugo Argüelles, Luisa Josefina Hernández y Víctor Hugo Rascón Banda, entre otros. La trama de su novela, La casa de la Santísima, se desarrolla en una casa de citas durante los años treinta, en un antiguo barrio de la ciudad de México llamado la Santísima, a donde llegan un profesor universitario y un sacerdote, quienes creen que es un taller de costura, y al descubrir la verdad se involucran hasta comprender que el amor no se puede adquirir como una mercancía. En su obra teatral Las islas de oro, a través de una narración fantástica, expone los peligros de una vida perpetua, representada con un experimento practicado a una anciana, ya difunta y vuelta a la vida, suceso por el cual un médico y un sacerdote confrontan sus puntos de vista. En La Edad Media, los protagonistas abogan por la igualdad de los deberes y privilegios de los seres humanos. En varias de sus obras teatrales desarrolla situaciones relacionadas con el medio artístico, por ejemplo en Estrella que se apaga, La ilustre cuna y Lázaro ha vuelto, que representan las tragedias de actores y cantantes, quienes terminan labrando su propia ruina por su insatisfacción por su fama; buscan la inmortalidad y lo que encuentran es la decadencia y, en el peor caso, la muerte. En A su imagen y semejanza, un director de orquesta se enfrenta a múltiples conflictos al crear a su imagen a un hombre apuesto para que los sustituya profesionalmente. Debiera haber obispas, comedia religiosa, transcurre en un ambiente provinciano en la casa de un cura ya fallecido, donde existe una ama de llaves que se adueña de los secretos y la voluntad de los fieles poderosos del pueblo. En El arca de Noé es descubierto un polizón y Noé, desconcertado, invoca a Dios para saber qué hacer y un arcángel le transmite sus instrucciones.

Instituciones, distinciones o publicaciones


El Hijo Pródigo. Revista Literaria
Redactor

México en el Arte
Fecha de ingreso: 01 de julio de 1948
Fecha de egreso: 01 de septiembre de 1948
Fundador

México en el Arte
Fecha de ingreso: 01 de septiembre de 1948
Fecha de egreso: 01 de septiembre de 1948
Fundador y colaborador

Taller
Fecha de ingreso: 1938
Fecha de egreso: 1939
Fundador

Taller Poético
Fecha de ingreso: 01 de mayo de 1936
Fecha de egreso: 01 de julio de 1938
Fundador y director

Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes
Fecha de ingreso: 1986
Fecha de egreso: 1986
Ganador en el campo de Lingüística y Literatura

El Nacional
Colaborador en el suplemento "Revista Mexicana de Cultura"

Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes
Fecha de ingreso: 1988
Fecha de egreso: 1986
Ganador

Premio Nacional de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón
Fecha de egreso: 1991
Ganador

Universidad Veracruzana UV
Fecha de ingreso: 1990
Fecha de egreso: 1991
Doctor Honoris Causa

Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura INBA
Director de teatro foráneo y prensa

Sociedad General de Escritores de México (SOGEM)
Fue vicepresidente

Tierra Nueva. Revista de Letras Universitarias
Colaborador

América. Revista Antológica de Literatura
Colaborador

Secretaría de Educación Pública (SEP)
Fecha de ingreso: 1958
Fecha de egreso: 1964
Oficial mayor y secretario particular de Jaime Torres Bodet