Enciclopedia de la Literatura en México

Cvltvra

mostrar Introducción

En términos de historia cultural, la década armada se presenta como un periodo demasiado convulso para ser explorado literariamente. Los estudios de Antonio Saborit han sido revaladores al evidenciar un paisaje cultural sin precedentes que llama la atención de 1911 a 1920,[1] un espacio por lo regular encuadrado en narrativas político-militares que, no obstante, invita a contemplarlo inmerso en una cautivante efervescencia cultural en medio de la guerra, en los efectos inmediatos de la violencia para advertir entre los escombros su singular vitalidad. Durante la Revolución mexicana y a causa de ésta, las poblaciones capitalinas del país y, especialmente de la ciudad de México, fueron partícipes de proyectos experimentales y eclécticos en materia cultural, algunos de estos fenómenos se vivieron de manera inusitada por su presentación, circulación y transmisión, los cuales fueron prefigurando, al tiempo que transformaron las fórmulas y formatos de los impresos, así como las prácticas de escritura, lectura y de la edición de obras literarias. Como resultado de este proceso emergieron nuevos públicos, cuyo afán distintivo marcaba las pautas de su consumo y apropiación simbólica, creando a la par una ampliación del mercado y diversifición de los bienes culturales entre la sociedad mexicana en las primeras décadas del siglo xx.

La Revolución de 1910, resultado de una lucha de clases, tuvo consecuencias desastrosas: pérdidas de capitales, hambruna, pestes, migraciones, exilios, etc.; pero también representó, sin lugar a dudas, momentos de oportunidad, coyunturas que sirvieron para irrumpir en un sistema social y político colonialmente jerárquico, autoritario y racista como el mexicano. Para observar la complejidad de este proceso interno de la nación mexicana, conviene advertir otros fenómenos políticos, sociales y comerciales que condicionaron los orígenes de la edición mexicana moderna y el crecimiento de un mercado del libro literario.[2]

La edición literaria de la década armada en México, se produjo entre dos guerras devastadoras: una civil, la Revolución mexicana y, la otra de carácter mundial, la Gran Guerra. Los efectos de esta última en el comercio trasatlántico impidieron que el libro de importación fuese surtido con regularidad por las empresas mundiales a las casas y agencias libreras que, desde la segunda mitad del siglo xix, atendían en la capital mexicana a sus clientes, lectores selectos que leían en lenguas originales o traducciones de alto costo. Fueron el caso de las ediciones de Vda. de Bouret, Hachette, Librería Ollendorf, Garnier Frères, Armand Colin o Louise Michaud, la inglesa Thomas Nelson y la estadounidense Appleton, y algunas españolas como Espasa-Calpe y Aguilar.

Aunque la oferta literaria de los españoles fue, en la mayoría de los casos, problemática para las élites hispanoamericanas, ya sea por la oferta literaria o el descuido de sus ediciones, ya por su casi nulo interés en publicar autores hispanoamericanos para sus catálogos, siempre que no fueran ediciones de autor y con excepciones; la edición española buscó posicionarse cada vez más, impulsada por el gobierno, sus instituciones –como universidades y la Real Academia de la Lengua– e intelectuales, el caso expreso de Ortega y Gasset, de la última década del siglo xix a la caída de la Segunda República. En este sentido, los intereses de los editores españoles por los mercados hispanoamericanos se explican, en gran medida, a partir de un fenómeno intelectual, político y comercial que en la historia de la edición española se ha estudiado como el “movimiento americanista del libro español” (1892-1936), que desde una política de lengua y cultura hispana se propuso recuperar los mercados de sus antiguas colonias.[3] Al respecto, críticos, intelectuales y editores hispanoamericanos del periodo, lo expresaron en artículos y ensayos, y resistieron la expansión del libro español en la práctica editorial, por ejemplo Pedro Henríquez Ureña, Joaquín García Monge, Horacio Blanco Fombona, José Vasconcelos, Alfonso Reyes y, una vez fundado el Fondo de Cultura Económica, Daniel Cosío Villegas y Arnaldo Orfila Reynal, quienes planteaban la necesidad de cambiar la orientación comercial trasatlántica y reorientar el pensamiento y el perfil de los catálogos hacia intereses americanistas; pero sobre todo, a manera de misión cultural, buscaron establecer editoriales propias que permitieran al público hispanoamericano y a los nacionales vivirse literariamente.

Asimismo, en la segunda década del siglo xx, la escasa mercancía librera proveniente del extranjero que lograba llegar enfrentaba el riesgo de ingresar a tierra y perderse, ya que desde finales de 1914, en el caso del puerto de Veracruz, el ejército estadounidense había invadido el puerto e ingresado al país, mientras al interior, la lucha armada sufría sus años más cruentos. En este cerco bélico comercial, los libreros de la ciudad de México impulsaron iniciativas editoriales de interés comercial, en conveniencia y asistidos por los intelectuales del momento, especialmente los relacionados con las instituciones educativas, como la Secretaría de Instrucción Pública, la Universidad Nacional y la Preparatoria Nacional. Fue así que entre los libreros Hermanos Porrúa, Francisco Gamoneda y los libreros Botas editaron las primeras antologías poéticas y las novelas que distinguen la literatura hasta finales de la primera mitad del siglo, a la par de otros proyectos editoriales de carácter cultural, como la Colección Cvltvra.

Imagen 1. Primer sello de la colección Cvltvra. Fotografía de la autora.

La coyuntura bélica, paradójicamente, impulsó la edición de libros en México, una respuesta que, sin lugar a dudas, vitalizó una década de experimentación cultural con la producción de bienes simbólicos, entre ellos los impresos. De esta forma, la precariedad y la necesidad fueron estímulos para emprender publicaciones propias y con ello dar origen a la creación de públicos, en un reducido mercado del libro. En lo inmediato, esto fue posible por factores internos, como desplazamientos poblaciones a la ciudad de México a causa de la guerra, nuevas políticas educativas con la llegada de Venustiano Carranza, las cuales tuvieron el efecto inmediato de ampliar la matrícula escolar, además de invertir en la tecnología con la compra maquinaria y la implementación de talleres más competitivos para la edición institucional, como los talleres de Bellas Artes; además de apoyar económicamente proyectos culturales de la iniciativa privada que correspondieran a las políticas del gobierno carrancista.

La historia cultural de la década armada se distingue, entre otros aspectos, por los exilios que sufrieron políticos e intelectuales mexicanos. De ahí que, en gran medida, la atomización de los ateneístas y de muchos otros grupos de intelectuales se deba al exilio e insilio; no obstante, estas dos fuerzas dieron lugar a la ampliación de redes, desde las cuales se intensificó un nutrido intercambio editorial que tuvo repercusiones en la creación de colecciones, en su producción y distribución, así como en la forma de proyectarse nacional e internacionalmente. Cuando la carencia de profesores y funcionarios de la élite intelectual mexicana para ocupar puestos y cátedras durante el periodo carrancista se resintió más, la correspondencia de algunos ateneístas en el exilio y sus discípulos al interior del país, contribuyó al desarrollo de uno de los proyectores más importantes de la edición literaria: la Colección Cvltvra.

mostrar Una colección ejemplar

La Colección Cvltvra, selección de buenos autores antiguos y modernos, fue un proyecto editorial y literario de larga duración que inició publicando unos “cuadernillos” quincenales, también llamados revistas por su periodicidad y extensión en 1916, y que terminó editando libros hasta 1923, entre los convulsos y agitados gobiernos de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. El proyecto editorial consistió en armar y empastar con seis números un tomo para conformar una biblioteca personal, según la duración del proyecto, por lo que la colección alcanzó un total de 87 títulos en xv tomos, el último sin completarse debido a que la periodicidad se dilató con los años.

La colección fue dirigida y fundada por el bibliógrafo Agustín Loera y Chávez y el escritor Julio Torri, en sus primeros años, y en los últimos dos por el joven poeta José Gorostiza. Las prácticas editoriales de la prensa periódica del siglo xix que adoptó el proyecto editorial, garantizaron el éxito de la colección, la cual fue lanzada y sostenida por un sistema de suscripción, el envío postal y por la limitada, pero eficiente, red de librerías que concentraban la venta de impresos en la ciudad de México, como fueron las librerías de Porrúa Hermanos, Botas y Biblios de Francisco Gamoneda. Pese a la guerra civil y la Gran Guerra en Europa, la colección se distribuyó mediante envíos postales certificados en algunos estados de la República, y logró circular a petición de reimpresiones en ciertos círculos de intelectuales mexicanos e hispanoamericanos de algunas ciudades en el extranjero, como Madrid, San José de Costa Rica y Santiago de Chile, entre otras.

Existe una correspondencia entre los discursos que enarbolaba el programa educativo del secretario de Instrucción del periodo, Félix Palavicini, con los objetivos que el proyecto de la Colección Cvltvra asumía para las clases populares. El más importante fue el de orientar a sus lectores a la “buena literatura”, en contra de una supuesta “mala literatura”, es decir, aquella que difundían los impresos periódicos como el relato policiaco y la nota roja, literatura de gusto “depravado”. Pero esta misión por la buena literatura, también tuvo otras intenciones de grupo respecto de los productores que vivían de mala literatura, pues representaban una amenaza al pretender ampliar y diversificar el círculo letrado. Con el proyecto de la Colección Cvltvra, sus directores y colaboradores marcaron una diferencia radical y lograron autolegitimarse como autoridad literaria, un poder que se expresó también en un saber y gusto libresco, para producir los “buenos libros”.

La producción de los buenos libros de la colección implicó contar con una estructura material, imprentas e insumos, además de una planeación editorial bien organizada para elaborar cada número de la serie en una constante comunicación con autores, compiladores, traductores, ilustradores, portadistas o decoradores del libro, impresores y distribuidores; además de una administración y financiamiento, que lograban completar con la venta de espacios para publicidad.

La práctica editorial de los directores de Cvltvra se destacó por su acción intelectual y literaria, en las que prevalecieron los valores tradicionales del libro, entendido como unidad discursiva e instrumento de consagración, y la innovación de la fórmula antológica en formato accesible al alcance de todos, porque en términos de contenidos fue sobre todo una colección de antologías. No obstante, las condiciones técnicas y materiales favorecieron poco la aspiración inicial, por lo que a pesar de los esfuerzos los cuadernillos desmeritaban el cuidado editorial. Así, en agosto de 1916 cuando apareció el primer número de Cvltvra, Cuentos y Semanas Alegres, de Ángel de Campo, la prensa lo elogió, pero también criticó su aspecto rústico y descuido tipográfico. En otra ocasión por motivo de la publicación de Cartones de Madrid, Julio Torri tuvo que disculparse con Alfonso Reyes, por todas las erratas que presentaba la edición, porque “Cvltvra se imprime en una imprenta misérrima de arrabal”. Las imprentas que atendieron las publicaciones de Cvltvra fue primero la Imprenta Victoria y posteriormente Imprenta Murguía, según consignan los ejemplares.

Pese a lo anterior, las operaciones editoriales que emprendieron los sujetos de Cvltvra en sus libros, lograron apropiarse de ciertos saberes e intereses críticos de los estudios literarios y filológicos, resultado de las investigaciones y labores de algunos de la red de colaboradores de Cvltvra en España, como Alfonso Reyes en el Centro de Estudios Históricos. Reyes supo compartir esta experiencia al igual que Pedro Henríquez Ureña con Julio Torri, quien la ensayó en las ediciones de Cvltvra. En la selección de buenos autores antiguos y modernos, la forma de presentar las obras clásicas y contemporáneas a un público masivo representó un arduo trabajo crítico para instruirlo en su apreciación, pese a los tiempos de periodicidad quincenal que debía cumplir la colección.

En una rápida lectura del catálogo de la colección, se aprecian lo mismo títulos de la literatura nacional que internacional, tanto del pasado clásico como de los tiempos modernos, de la que se infiere un canon propio al publicar indistintamente obras de Fernández de Lizardi, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Amado Nervo, e hispanoamericano con obras de Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Enrique Rodó, Ricardo Jaimes Freyre, Enrique José Varona, para los lectores de su tiempo; además de otro universal con la publicación obras de autores europeos contemporáneos, como Nietzsche, Anatole France, G. B. Shaw, pero también de la antigüedad clásica de Occidente y de Oriente, como Esquilo, El cantar de los cantares, Omar Al-Khayyam y Rabindranath Tagore, entre otros. La complejidad del corpus que constituyen el conjunto de las obras se evidencia en todas direcciones por autores del pasado y la modernidad, por géneros y tradiciones literarias nacionales e internacionales, por materias y disciplinas, efecto que contribuye a enmarcar el canon de la literatura nacional en un horizonte mayor. Asimismo, en el catálogo se pueden señalar algunos rescates para la literatura nacional, como fue el caso de la edición de Juan Ruiz de Alarcón, elaborada por Pedro Henríquez Ureña, un autor disputado a la historiografía clásica española de los Siglos de Oro, que presentado al público de Cvltvra bien puede interpretarse como un acto de independencia literaria y otro tanto editorial.

Imagen 2. Primera de forros de Leopoldo Lugones, Poesías, estudio de Antonio Castro Leal, México, Cvltvra, 1917. Fotografía de la autora.

mostrar Antologías y traducción en Cvltvra

La antología fue la fórmula editorial por excelencia de Cvltvra, una práctica probada con éxito comercial desde el siglo xix, cuya tradición probaba ser eficaz en su función difusora de la literatura, como instrumento historiográfico; además de comportar un estatus como impreso ilustrado y exquisito. Los editores y colaboradores de Cvltvra fueron lectores de antologías, recurrieron a esta tradición para resolver en la práctica editorial los criterios de su voluntad selectiva, y definir así la personalidad antológica de la colección.

Las antologías de Cvltvra presentaban selecciones de obras por autor o fragmentos de obras de autores diversos, organizadas por temas, épocas, géneros literarios o coyunturas significativas del momento que daban unidad a cada título. Por ejemplo, la poesía de poetas mexicanos se publicó en antologías de autor y bajo uno de los títulos más populares del siglo anterior: Los cien mejores poemas de Amado Nervo o de Enrique González Martínez. También hubo antologías que referían a sucesos recientes, como la Antología de poetas muertos en la guerra (1914-1918), publicada en 1915, un año después del fin de la Gran Guerra.

Por otra parte, en los difusos terrenos de la literatura nacional del momento, sorprende en 1917 la publicación de la antología Antigua literatura indígena mexicana, preparada por Luis Castillo Ledón, en la que adelantaba primicias de la primera traducción del náhuatl al español de Cantares mexicanos, del maestro Mariano J. Rojas. También, el colonialista Artemio de Valle Arizpe enriqueció el catálogo de Cvltvra con La gran ciudad de México Tenustitlan, perla de la Nueva España, según relatos de antaño y ogaño, una antología de leyendas. Un ejemplo más de la pluralidad de Cvltvra fue La poesía religiosa en México (siglos xvi al xix), una excelente antología que revela la amplitud de lecturas e intereses destinados a su nuevo público.

Imagen 3. Primera de forros de Antigua literatura indígena mexicana, compilación de Luis Castillo Ledón, México, Cvltvra, 1917. Fotografía de la autora.

La traducción fue otra de las tareas sustanciales de la colección, para dar a conocer al público mexicano las obras de autores entonces desconocidos en lengua inglesa, francesa, italiana y alemana. Cabe mencionar a manera de ejemplos a algunos traductores como Carlos González Peña, que tradujo La virgen Úrsula, de Gabriel D’Annunzio; a Genaro Estrada, traductor de La linterna sorda y otras obras de Jules Renard; a Salvador Novo, y su traducción de Francis Jammes; a Rafael Cabrera por su traducción de Mimos y La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, que aún reimprimen algunas editoriales. Destaca la antología publicada en 1918 que a su vez representa una selección del trabajo de traductores: Tres grandes poetas belgas. Rodenbach, Maeterlinck y Verhaeren, con las versiones de Enrique González Martínez, Alfonso Cravioto, Pedro Requena, Alejandro Quijano, Xavier Icaza y Enrique Díez-Canedo.

mostrar Aportaciones musicales y gráficas

La música en Cvltvra mereció sus propios títulos, y se distinguen por ser compilaciones de ensayos y piezas de autores prologados con breves estudios críticos, que refieren sobre el aprendizaje, la composición y la apreciación musical. Cabe destacar la composición tipográfica de estos números musicales que incluyeron fragmentos de partituras para ilustrar los asuntos a tratar, como fueron las publicaciones de Manuel M. Ponce y Gustavo E. Campa con el mismo título de Escritos y composiciones musicales; y  Dramma per musica. Bethoven. Wagner. Verdi y Debussy, de Antonio Caso ilustrado magistralmente por Roberto Montenegro.

La tradición del libro ilustrado estuvo presente en Cvltvra, y en estas ediciones radica una de sus mayores aportaciones gráficas al igual que en sus portadas. Uno de los títulos más bellos en los que diálogo el texto con la imagen de manera ejemplar fue la antología Poemas escogidos de Manuel José Othón, ilustrada por Julio Ruelas. Asimismo, en muchas de las portadas de la colección, podría asegurarse sin equívoco que en ellas se manifiesta la efervescencia artística del momento, su naturaleza experimental y personalidad ecléctica, que en la actualidad representan documentos estéticos y bibliográficos inestimables. En estas portadas se puede admirar una galería singular en la participaron varios de los artistas mexicanos más reconocidos del momento, como Jorge Enciso, Saturnino Herrán, Roberto Montenegro y Diego Rivera. Como bien advierte la especialista Marina Garone Gravier, resulta conveniente observar estos cambios sustanciales en los esquemas compositivos de la gráfica mexicana, en un momento de transición como experimentó la serie,[4] y en los que se combinan las tradiciones gráficas de Europa y América Latina, como lo manifiestan las cubiertas de dos ediciones de la colección: La virgen Úrsula, ilustrada por Saturnino Herrán; La linterna sorda y Antología del amor asiático, ambas ilustradas por Jorge Enciso; y la portada de Diego Rivera al poema El soldado desconocido, de Salomón de la Selva . Las características materiales y gráficas de Cvltvra ayudaron al objetivo pedagógico de la serie para iniciar a sus lectores, no sólo en las obras literarias, sino también en introducir los gustos artísticos, para así convertirlos en posibles espectadores del arte para futuras galerías.

Imagen 4. Primera de forros de Romances viejos, México, Cvltvra, 1918. Fotografía de la autora.

 

Imagen 5. Primera de forros de Jules Renard, La linterna sorda, edición de Genaro Estrada, México, Cvltvra, 1920. Fotografía de la autora.

 

Imagen 6. Primera de forros de Gabriel D'Annunzio, La virgen Úrsula, traducción e introducción de Carlos González Peña, México, Cvltvra, 1917. Fotografía de la autora.

mostrar Paratextos y colaboradores

La función paratextual de la colección Cvltvra se puede seguir en la escritura de los prólogos, prefacios e introducciones, en estos textos radica su objetivo pedagógico y su intención prescriptiva, para estimular la apreciación literaria con nuevos contenidos críticos para los lectores poco letrados. En las primeras páginas de las ediciones, los editores, prologuistas y antólogos expusieron sus razones y criterios de selección, con la idea de ponderar su valor crítico en la nueva edición, formalizando de manera particular estas ediciones populares, al ofrecer con escrutinio contenidos ordenados a sus lectores.

A lo largo de un inestable periodo político y bajo condiciones económicas adversas, en torno de la colección Cvltvra existió una sociabilidad emergente y no sin tensiones, en la que convivieron intelectuales y artistas de diversas generaciones y tradiciones literarias. Entre ellos se encuentran formando el cuerpo de colaboradores los modernistas Luis G. Urbina y Enrique González Martínez; ateneístas, como Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes y sus jóvenes discípulos; los siete sabios, como Manuel Toussaint y Antonio Castro Leal; además de los iniciados Contemporáneos, como Salvador Novo. En otras palabras, una sociedad que compartió sus inquietudes y necesidades en una etapa que precedió a la reconstrucción nacional y al renacimiento cultural. En esta primera iniciativa editorial literaria se pueden reconocer los antecedentes de la práctica editorial de los editores que se distinguieron en la siguiente década emprendiendo programas educativos y culturales fundamentales para el estado mexicano posrevolucionario: José Vasconcelos, Julio Torri, Genaro Estrada, Alfonso Reyes, Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza y Xavier Villaurrutia, entre otros.

La labor pedagógica de la Colección Cvltvra consistió en ofrecer los “buenos libros”, materiales de lectura a jóvenes preparatorianos, universitarios y profesionales dispuestos a seguir el canon que los directores de la colección ofrecían con antologías selectas de textos por autor, tema, géneros, disciplinas, y de épocas, culturas y lenguas diferentes. Entre sus publicaciones antológicas destacan Antigua literatura índigena mexicana (1917); Antología de poetas muertos en la guerra (1914-1918) (1919) y Antología del amor asiático, de A. Thalasso (1918); y entre las antologías de autor, el ensayo musical tuvo en Manuel M. Ponce y Adolfo Salazar, dos de sus mejores exponentes. Esta biblioteca coleccionable tenía la misión de reparar los efectos de la “mala literatura”, que la prensa periódica ofrecía a los lectores del momento, con novelas policiacas y folletinescas; de ahí la vocación “civilizadora” que enalteció al proyecto, anticipándose a la gran labor educativa de José Vasconcelos con la colección Los Clásicos, dirigida años después por Julio Torri.

En la actualidad, algunos estudiosos todavía confunden el proyecto de la Colección Cvltvra con la Editorial Cvltvra, además de disociar estas iniciativas del proyecto editorial que representó la primera casa editora que se tenga registro sin la intervención mercantil de los libreros, me refiero a Editorial México Moderno.[5] Es importante advertir para la historia de la edición que estas tres iniciativas están íntimamente relacionadas, no sólo por la red intelectual que se articula en torno de ellas, sino también por el proceso que las une y les da sentido a sus proyectos editoriales, los más significativos para la historia literaria del primer tercio del siglo xx en México. En este sentido, la Colección Cvltvra, identificada como sello editorial y no una empresa legalmente constituida, fue el antecedente que inspiró la fundación de Editorial México Moderno, que operó de 1919 a 1921, y la cual finalmente adquirió Rafael Loera y Chávez, hermano de Agustín, para crear la Editorial Cvltvra (1922-1968). Con esta nueva empresa, el editor Rafael supo capitalizar tanto los proyectos y catálogos de Editorial México Moderno, como el prestigio de la Colección Cvltvra, de los cuales participó en su producción, para formar su catálogo editorial, una vez constituido su propio taller de imprenta, que fue especialmente favorecido por el Estado posrevolucionario hasta mediados del siglo.

La cohesión intelectual, literaria y artística de la colección “Cvltvra” fue crucial para fijar una tradición de la actividad editorial en el primer tercio del siglo xx, en México. Los aportes de los directores y colaboradores, como actores de cambio, contribuyeron de diversas maneras en el campo cultural, una de las más importantes fue establecer una cultura editorial del libro y con ello un mercado en crecimiento con la publicación de colecciones para formar gustos literarios. El éxito de su práctica editorial consistió en emular las estrategias comerciales de los impresos periódicos, lo cual le permitió a la vez crear nuevos públicos, lectores que transitaron del fascículo, el folletín y la hoja suelta al formato del libro de bolsillo. Al relacionarse íntimamente y formar parte de las instituciones educativas y de cultura, los editores y sus colaboradores alentaron la profesionalización y el prestigio del campo literario, además de autolegitimarse en un canon para el siglo xx, mediante la revisión y rescate de la literatura del siglo anterior para sus nuevos lectores.

mostrar Estudios e investigaciones sobre Cvltvra

En relación a estudios sobre la Colección Cvltvra, estos en realidad están en curso. No obstante, las referencias breves al proyecto son muchas, la mayoría dan cuenta de ella en comentarios o testimonios indirectos, tanto en correspondencias entre autores, como en las memorias. Entre las primeras, sobresalen las correspondencias de Julio Torri con Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, las de Manuel Toussaint, Genaro Estrada y Antonio Castro Leal con Alfonso Reyes, entre otras. Sobre las memorias, las alusiones de Daniel Cosío Villegas, Jesús Silva Herzog y Juan José Arreola, como lectores de Cvltvra son entrañables. En cierta forma, el primer estudio monográfico de la colección se le debe al historiador José Luis Martínez, quien dedica un escueto apartado en su libro La literatura mexicana del siglo xx, en coautoría con Christopher Domínguez Michael, volumen que abre con la fotografía del grupo de Cvltvra en su primer aniversario de la colección.

Respecto de investigaciones recientes, Pedro Valero Puertas y yo realizamos un primer estudio crítico, La Colección Cvltvra y los fundamentos de la edición mexicana moderna 1916-1923, para conmemorar la colección a cien años de su aparición, incluido en la edición de 16 ediciones facsimilares, publicadas por la Secretaría de Cultura y Ediciones Juan Pablos. Posteriormente bajo mi autoría, apareció un artículo especializado, resultado de un seminario dirigido por Laura Suárez de la Torre: La edición literaria en días agitados: la colección Cvltvra. En la actualidad, en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, encabezo una investigación interdisciplinaria para el rescate bibliográfico y material que representa como patrimnio cultural la colección Cvltvra, con la colaboración de especialistas en el estudio de la edición, y en coordinación con la editora Verónica Loera y Chávez.

mostrar Referencias bibliográficas

Cervantes, Freja I., “La edición literaria en días agitados: la colección Cvltvra”, en Laura Suárez de la Torre (coord.), Estantes para los impresos. Espacios para los lectores. Siglos xviii-xix, Ciudad de México, Instituto Mora, 2017, pp. 178-212.

Cervantes, Freja I. y Pedro Valero, La Colección Cvltvra y los fundamenos de la edición mexicana moderna 1916-1923, Ciudad de México, Secretaría de Cultura/ Ediciones Juan Pablos, 2016.

Garone Gravier, Marina, Historia en cubierta. El Fondo de Cultura Económica a través de sus portadas (1934-2009), pról. de Víctor Margolín, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2011.

Martínez, José Luis, Literatura mexicana siglo xx (1910-1949), México, D. F., Antigua Libería Robredo (Clásicos y Modernos. Creación y crítica literaria; 3), 1949.

Martínez Rus, Ana María y Raquel Sánchez García, Los patronos del libro, Gijón, Trea, 2004.

Martínez Rus, Ana María, “La industria editorial española”, Hispania, núm. 212, vol. 62, 2002, pp. 1021-1058.

Monsiváis, Carlos, La cultura mexicana en el siglo xx, México, D. F., El Colegio de México, 2010.

Pereira, Armando (coord.), Diccionario de literatura mexicana. Siglo xx, México, D. F., Univerdidad Nacional Autónoma de México/ Ediciones Coyoacán, 2004.

Saborit, Antonio, “El trabajo literario y el presente inmediato: escritores y artistas de la década armada”, en Fernández Perera (ed.), La literatura mexicana del siglo xx, México, D. F., Fondo de Cultura Económica/ Consejo Nacinal para la Cultura y las Artes/ Universidad Veracruzana, 2008.

Entre 1916 y 1923, Agustín Loera y Chávez y Julio Torri establecen una editorial bajo el nombre de Cvltvra. La nueva empresa tiene intenciones de publicar una colección de cuadernos “de buenos autores antiguos y modernos”.

Loera y Chávez, junto con Torri, convocan en torno de esta empresa a escritores modernistas como Luis G. Urbina y Luis González Obregón. Asimismo, invitan a participar a los miembros del Ateneo de la Juventud y a escritores que posteriormente adquirirían renombre, como: Manuel Toussaint, Genaro Estrada, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Julio Jiménez Rueda y Carlos Pellicer.

La colección publicó seis cuadernos anuales. Está formada por un total de 87 números que ilustran la diversidad de curiosidades culturales que motivaba a los escritores mexicanos de aquella época.

La colección incluye autores nacionales y abre sus puertas a la literatura de otras latitudes, con la publicación de intelectuales como Marcel Schwob, Rémy de Gourmont, Oscar Wilde, André Gide, Ramón del Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel Machado.

Las oficinas de Cvltvra estaban ubicadas en la 3ª calle de Donceles 79.


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