Enciclopedia de la Literatura en México

Gilberto Owen

mostrar Introducción

Gilberto Owen (1904-1952)[1] es el poeta más errante de la generación de Contemporáneos. Sus mayores aportes se encuentran en la poesía, el poema en prosa, el relato y el género epistolar. En su adolescencia escribió bajo los modelos modernistas, poco después pasó por el vanguardismo, y ya en su etapa madura ajustó su estilo a la versificación libre en herméticos poemas. Sus libros más importantes son Perseo vencido (1948), en poesía, y Novela como nube (1928), en prosa; además de que son famosas sus cartas amorosas a Clementina Otero, actriz mexicana. Su obra trasciende a la literatura universal como uno de los grandes poetas “imagineros del verso”; según la clasificación del crítico peruano Luis Alberto Sánchez, en su Historia de la Literatura Americana, para aludir a la imagen y la metáfora como los recursos principales utilizados por el poeta.

Por la dispersión de su obra, es también el poeta de su generación leído a cuentagotas, distante y, sin embargo, respetado por la calidad de su poesía, y porque la particularidad de ésta se basa en el coloquialismo de sus versos, redimensionados por la apropiación del lenguaje sometido a las virtudes del verso libre y la reflexión sobre la existencia humana. Es tan coloquial que escribe frases como: “Pero esta noche el capitán, borracho de ron…”[2] Como hábil poeta, traduce la reflexión que hace de su existencia en la apropiación de un lenguaje sugestivo y sentencioso, nutrido de imágenes y de miradas atentas a fenómenos visuales del paisaje, de objetos y lugares de su travesía. Es asimismo el más místico, impregna de cultura católica su poesía (por ello el calificativo de “Conciencia Teológica de Contemporáneos”), entremezclada de símbolos, nombres, obras, personajes de la literatura universal, y su admiración por lo moderno, por los descubrimientos que impactaron el mundo durante la primera mitad del siglo xx.

mostrar A la luz del Nevado de Toluca

De tempranas y prontas decisiones vocacionales, Gilberto Owen se entregó a la literatura desde su adolescencia en el Instituto Científico y Literario de Toluca, al cual se inscribe en 1919. Sus grandes mitos, sueños, visiones y pesadillas se manifiestan durante los primeros quince años de vida. Tiene que inventarse una biografía, pues sólo es Gilberto Estrada. Lo persigue la ausencia del padre (y del apellido paterno), como puede leerse en sus versos:

como el de ese párvulo que esta noche se siente solo e íntimo
y que suele llorar ante el retrato
de un gambusino rubio que se quemó en rosales de sangre al mediodía.[3]

Owen llega a Toluca acompañando a su madre, Margarita Estrada, y a su media hermana, Enriqueta Guerra. Su viaje fue iniciado en Rosario, Sinaloa, posiblemente vivió en Mazatlán, aunque no hay constancia de ello; sólo Effie Boldridge[4] indica que salió de su tierra natal en 1914 para vivir tres meses en el puerto de Mazatlán y luego dirigirse hacia Toluca. Ateniéndonos a su poesía, dos lugares más son parte de este viaje iniciático: Zirahuén, en Michoacán, y Yuriria, Guanajuato, parte del mundo materno, la Isla y la tierra del gran lago de ojo bovino descrito en sus versos. Madre e hijos llegan a vivir a Toluca en la calle Isabela la Católica número 31 (al lado poniente del actual Palacio de Gobierno), a casa del tío Bardomiano Estrada, quien funge como tutor y apoyo económico de la familia, gracias a su trabajo en el Registro Civil de la ciudad.

En el archivo histórico de la Universidad Autónoma del Estado de México (uaem, antes Instituto Científico y Literario, donde Owen estudió), se encuentra el comprobante del registro de nacimiento con que el rosarino se inscribió al Instituto, además de otros documentos, como un certificado de que fue examinado (y las calificaciones) en el primer curso del “Departamento Superior que fue anexo a la Normal de Profesores” en 1917, o el reporte de mala conducta en el Instituto en 1919.[5]

El expediente de su inscripción al Instituto Científico y Literario, que se guarda celosamente en el Archivo Histórico de la uaem también contiene otros datos relevantes, entre los que destaca que en 1919 Gilberto Estrada empieza a aparecer como Gilberto O. Estrada, y después antepone a su apellido materno el de Oven, que más tarde cambia a Owen; además de que sus cursos de Idioma Nacional y Literatura le inician en la aventura literaria que decidió emprender en compañía de los poetas locales de la época.

Asimismo en Toluca comienza su trayectoria periodística en calidad de secretario de redacción de Manchas de Tinta (mayo de 1920); colabora en el periódico estudiantil Horizontes (1921); y es director de las revistas Raza Nueva (junio-julio de 1922) y Esfuerzo (septiembre-octubre de 1922). De estos años son los Primeros versos (1920-1922), publicados póstumamente en 1957. Tuvo experiencias políticas de carácter estudiantil cercano al pensamiento liberal en la conservadora capital del Estado de México.[6]

Fue decisiva su lectura del poema “La legión del águila”, que escribió en honor a Juárez, ante el presidente de la República, Álvaro Obregón, y Plutarco Elías Calles, en la ceremonia del vi aniversario de la promulgación de la Constitución Política Mexicana, en Zitácuaro, Michoacán, el 5 de febrero de 1923. Hasta el mes de agosto de ese año colaboró en la Biblioteca Pública Municipal en calidad de subdirector, para cambiar su domicilio a la Ciudad de México y trabajar en la Secretaría de la Presidencia de la República, reuniendo la información más importante del día para lectura del Presidente.

Las publicaciones de estos primeros años de producción literaria son Primeros versos (1957) que concentra los poemas escritos de 1920 a 1922. En 1923 publica en La Falange “Canción del alfarero”; en Variedades, de Guadalajara, “Canción efusiva del crepúsculo” y “Mediodía arbitrario”; “El madrigal de sor Puericia”, en El Gladiador y “Fragmento del poema heroico ‘La lección del águila’”, en Juventud Liberal. Corresponde a la tercera parte del poema “La legión del águila”, que publicó íntegro Heriberto Enriquez, quien fue profesor de Owen, en 1952 en las páginas de El Sol de Toluca al enterarse de su fallecimiento. Por lo general los poemas de este periodo son escritos bajo la aún dominante estética modernista-decadentista, el misticismo de Amado Nervo y con temática provinciana a la Ramón López Velarde.[7]

mostrar La Bagdad olvidadiza

Gilberto Owen llegó a la Ciudad de México en agosto de 1923, donde permaneció hasta julio de 1928. Estos cinco años constituyen su segunda etapa de valioso aprendizaje literario, en la que reafirma su vocación como escritor. La cercanía con Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta y Salvador Novo es decisiva en la orientación de sus escritos, lecturas y proyectos. Lee a André Gide, a Juan Ramón Jiménez y a T. S. Eliot, además de que el mundo cultural de entonces lo actualiza en lo referente a cine, artes plásticas y literatura universal. Publica “Playa de veraneo”, en la revista Antena, 1924. Al año siguiente, con el título de “Suite Emur”, en El Universal, difunde seis poemas: “Yo lo que buscaba”, “Te harían, Cenicienta, Rosalía”, “Guarismo que repite, interminable”, “Sueño”, “En el orbe de tu dedal, yo era” y “Pureza”, más tarde incluidos en Desvelo. También de 1925 es La llama fría, primer ejercicio poético en forma de relato. Su título se refiere al contraste entre los recuerdos que corresponden al pasado, personajes y ambiente, y el presente con una diferencia de diez años. Más que argumento, dominan las imágenes con paradojas, antítesis, disgregaciones e impresiones sobre las cuatro situaciones fundamentales que cuenta (el protagonista, el viaje, el pueblo y el reencuentro con el personaje).

En 1927 participa y se identifica con la revista Ulises, dirigida por Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, cuya fugacidad (seis números) fue motivo siempre presente para pretender continuarla, sin lograrlo. En el primer número de tal órgano de difusión publica “Desvelo” (tres de los poemas que posteriormente se integran al poemario de la edición de 1953: “Corolas de papel de estas canciones”, “Romance” y “El agua, entre los álamos”) y “Pájaro pinto”; en el segundo, “Pachuca”, un adelanto de Novela como nube; en el número 5, con el título de “Línea”, otro adelanto, los poemas en prosa: “Teologías”, “Maravillas de la voluntad”, “Interior”, “Novela” y “Poética”.

En el Teatro Ulises fue traductor de obras como Simili, de Claude Roger-Marx, además de que actuó en Ligados, de Eugene O’Neill; El peregrino, de Charles Vildrac; y El tiempo es sueño, de Henri R. Lenormand. Ahí conoció a Clementina Otero, destinataria de las cartas de amor más poéticas de la literatura mexicana, escritas en 1928, la mayoría de ellas después de que abandona el país.

Aparece Novela como nube (1928), una novela experimental innovadora y perfecta. Su riqueza verbal, carácter imaginativo y lúdico siguen siendo su principal fuerza expresiva. Asimismo, publica “Sombra”, “Teologías”, “Alegoría”, “Viento”, “Maravillas de la voluntad”, “Interior”, “Novela” y “Poética”, en la Nueva antología de poetas mexicanos de Gabriel García Maroto, poemas que repite en la Antología de la poesía mexicana moderna (1928) firmada por Jorge Cuesta. Dos años después, en 1930, publica Línea en los Cuadernos del Plata en Buenos Aires, Argentina. Son también conocidos en la revista Contemporáneos (de 1928 a 1930, en los números 7, 12 y 28-29) otros poemas que más tarde integrará en sus libros: “Examen de pausas”, “Poema en que se usa mucho la palabra amor”, “Autorretrato o del Subway”, “Carta. Defensa del hombre”, “Santoral”, “Repeticiones”, “Acróstico”, “El río sin tacto”, “Alusiones a X”, “Apeiron” e “Y fecha:”.

Alejado ya del Modernismo, en estos años de estancia en la Ciudad de México, Owen participa de la estética vanguardista que será dominante e innovadora, aunque el estilo oweniano críptico, lúdico y lírico ya es distintivo en los géneros donde participa.

mostrar El viaje al norte y Sudamérica

Gilberto Owen inicia el Servicio Conciliar Mexicano en Nueva York, a donde llega el 8 de agosto de 1928, adscrito a la Secretaría de Relaciones Exteriores. De Nueva York pasa a Detroit, Michigan, el 11 de octubre de 1929 y a Cincinnati, Ohio, en enero de 1931. Después viajará a Lima, Perú, a donde llega para desempeñarse en calidad de Cónsul General a partir del 27 de julio de 1931. Aquí planea con Martín Adán escribir un poema largo entre los dos; según Luis Vargas Durand: “Aloyusius Acker estuvo a punto de editarse en Lima, en edición conjunta con El infierno perdido, de Gilberto Owen, bajo el título común de Dos poemas de odio”.[8] Asistía a la tertulia “El Areópago” en casa de Martín Adán, al igual que José Díez Canseco y Benjamín Carrión. Conoce a Luis Alberto Sánchez y a Víctor Haya de la Torre.

Viaja hacia Ecuador el 11 de febrero de 1932, a fundar el consulado mexicano. En Ecuador es denunciado y expulsado del servicio exterior mexicano por facilitar la huida de Luis Alberto Sánchez y Haya de la Torre, líderes importantes del primer partido de izquierda en América Latina, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra), y deportados de Perú por el presidente Luis Miguel Sánchez Cerro.

Después de este suceso, orienta el viaje rumbo a Bogotá, a finales de 1932, donde permanecerá –con una interrupción de dos años en México– hasta 1947. En esos quince años –superado el vanguardismo, sin haberse alejado nunca del coloquialismo como la forma definitiva de su lirismo– se define mejor la intensidad de su poesía.

Trabajó como articulista para El Tiempo y El Espectador de la capital colombiana, fue secretario de redacción de La Estampa, “revista semanal de actualidad gráfica”, y fundó una librería, denominada “1936”, que fracasó. Su primer artículo periodístico en Bogotá es “Filipinas en su víspera” publicado en El Tiempo, el 16 de enero de 1933. Publicará desde entonces artículos periodísticos y notas que alternará en las columnas del diario y Lecturas Dominicales. Suplemento Semanal de El Tiempo. Los artículos de carácter literario, y algunos poemas, se dieron a conocer en México en 1978 en las páginas del suplemento cultural de El Sol de México, y se incorporaron a la edición de sus obras en 1979.[9]

Aunque vive del periodismo, no descuida sus reflexiones sobre las artes y la poesía, plasmadas en las páginas de Lecturas Dominicales de El Tiempo de Bogotá, y concretadas en su ejercicio literario. Muchos escritores están cercanos a él, algunos de los cuales participan en calidad de testigos en su boda con Cecilia Salazar Roldán en diciembre de 1935.[10]

De este periodo es la leyenda del poeta mexicano que cazaba en las selvas colombianas y contrajo matrimonio con una mujer millonaria. Tiene dos hijos, Victoria y Guillermo, quienes nacen el 4 de septiembre de 1936 y el 4 de mayo de 1938, respectivamente, situación que recrea en el verso “Todos los días 4 son domingos / porque los Owen nacen ese día”.[11]

Mientras su vida mundana proseguía, dio a conocer textos como “Nota autobiográfica”, “River rouge”, “La semilla en la ceniza”, “Defensa del hombre” y “El infierno perdido” en El Tiempo (1933), además de poemas que integraría en Perseo vencido: “Discurso del paralítico” (Letras de México, 1940); “Laberinto del ciego” (Lecturas Dominicales, 1941); “Tres versiones superfluas” (Amistad. Cuadernos trimestrales, 1941); “Día primero, El naufragio”, “Día dos, El mar viejo”, “Día tres, Al espejo” y “Día nueve, Llagado de su desamor” (El Hijo Pródigo, 1943); “Regaño del viejo” (Letras de México, 1943); “Virgin Islands”, “El patriotero” y “El hipócrita” (Letras de México, 1944); “Nombres” (Revista de América, 1945) y “Poética” (Revista de las Indias, 1945); “Varado Sindbad” (Universidad Nacional de Colombia. Revista Trimestral de Cultura Moderna, 1945); Libro de Ruth (México, Firmamento, 1946); “Lázaro mal redivivo” y “Madrigal por Medusa” (Revista de América, 1948). Finalmente, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos publicó por primera vez completo Perseo vencido en Lima (1948), integrado por “Madrigal por Medusa” (1948), “Sindbad el varado” (1942), “Tres versiones superfluas” (1941) y “Libro de Ruth” (1946).

En 1942 viaja a México, donde se dedica a la traducción y a reconocer la capital, su “Bagdad olvidadiza”. Dos años después regresa a Bogotá. En 1945 inicia trámites en la Secretaría de Relaciones Exteriores, en calidad de “Agregado Cultural ad-honorem”. El 1º de febrero de 1947, fecha oficial de su reingreso al servicio exterior, es enviado a la embajada en Filadelfia, donde se desempeña en las actividades administrativas típicas de un funcionario menor.

Durante los últimos años de su vida, Owen redujo al mínimo las relaciones sociales, volviéndose aún más inconspicuo, un fantasma huidizo, tal y como lo dibuja Valeria Luiselli en su novela Los ingrávidos. Muere en una cama de hospital el 9 de marzo de 1952. Sus restos se encuentran en el Cementerio Holy Cross, lote 57, hilera 26, fila 13 (Villaseñor 11), de donde tal vez algún día serán rescatados para integrarlos a la rotonda de los hombres ilustres de su tierra natal. Dedicó los últimos años de vida a reunir su obra dispersa, vía Josefina Procopio. Aunque murió ciego, el trabajo editorial que hicieron juntos, impreso en los talleres universitarios de la unam en 1953, no ha sido superado.

mostrar La crítica

El primero de los críticos de Gilberto Owen fue Felipe Villarello, su profesor en el Instituto Científico y Literario: “porque una vez nos peleamos don Felipe N. Villarello, mi profesor de retórica y poética, y yo. Se atrevió a decirme que mis versos en latín estaban bien, pero que era un ‘latín de cocina’”.[12]

La edición de 1957, conocida con el título Primeros versos, rescata siete poemas del olvido. En la presentación, Rodolfo García indica con claridad el valor de estos iniciales ejercicios literarios:

El lector atento podrá advertir en estos versos la génesis de la calidad que después había de alcanzar su mayor desarrollo en la obra posterior de Owen, y que tan señalado lugar le había de conquistar en las letras nacionales.
La publicación de este cuaderno obedece, más que al prurito de ofrecer poemas desconocidos, a la intención de coadyuvar en el trabajo de quienes más tarde se interesen en llevar a cabo una investigación sistemática de la producción literaria del Estado de México.[13]

Alí Chumacero y José Emilio Pacheco resaltan el “cuadernito delgado y sustancioso”[14] que contiene los versos de un adolescente. Para Alí Chumacero, “en estos Primeros versos, tocados con la seriedad de la adolescencia, se traslucen las lecturas de Owen: López Velarde, González Martínez, Barba Jacob y Darío”.[15] Pacheco demuestra el valor incipiente de “Confiadamente, corazón…” citándolo como “versos que insensiblemente anunciaban un futuro brillante que el poeta hizo oscuro y alejado”. Termina su comentario uniendo el Perseo vencido a Muerte sin fin, Altazor y Residencia en la tierra como “la aportación de Hispanoamérica al gran libro de la Poesía Universal”.[16]

Otros estudiosos que han opinado sobre estos ejercicios literarios son Effie Boldridge, José Sergio Cuervo y José Hilario Ortega, con sendas tesis presentadas en las Universidades de Missouri, Nueva York y Texas. La opinión de Boldridge sobre Owen se sintetiza en las siguientes palabras:

For Gilberto Owen the very human conflict between man as a physical being and man as a spiritual entity assumed the proportions of a major struggle. His objective in life was to resolve this conflict so that he could “live fully” or gain totality of existence.[17]

José Hilario Ortega comparte la idea de que “los versos primerizos revelan mucho de la personalidad de Owen y […] permiten trazar su trayectoria poética”[18]; por lo que destina diecisiete páginas de su tesis a analizar los siete poemas en orden cronológico, resaltando aspectos de la métrica:

Observamos que Owen practica la lección aprendida de los clásicos españoles, Góngora y Lope principalmente, al cultivar el soneto; sin embargo, bajo el influjo del modernismo sabemos que esta forma agregó nuevas combinaciones a los tercetos. Tal es el experimento de Owen al unir en un sexteto los dos tercetos y ponerlos en una rima diferente a la abrazada que preferían los clásicos.[19]

En el mismo año que José Sergio Cuervo, Tomás Segovia anota:

En mi opinión [los Primeros versos] muestran algunas experimentaciones, audacias incluso, en la forma exterior que, aun cuando no logran seguramente salvar la calidad del conjunto, parecen probar en cambio una temprana curiosidad formal que el poeta no desmintió después.[20]

Entre los críticos más connotados, Luis Alberto Sánchez[21] valoró la importancia de la obra del rosarino, al ubicarlo no sólo entre los escritores de Latinoamérica más sobresalientes del momento. En su Nueva historia de la literatura americana, el nombre de Gilberto Owen está asociado a los grandes poetas de la lengua española posteriores a la muerte de Rubén Darío, así como en el periodo de la literatura de entreguerras, el momento más “receptivo” de la literatura.

Lector y crítico de su tiempo, Sánchez arriesga la propuesta de calificar la poesía de Owen como poesía metafísica, intelectiva o conceptual, poesía de los “imagineros, de los sabios del verso”:

La poesía de Pellicer, Carrera Andrade, Gorostiza, Owen, Hidalgo, es una sucesión de imágenes. Cada verso tiene una unidad, que no es la del acento, sino la de la “imagen”; “Rol de la manzana”, de Jorge Carrera Andrade no es otra cosa que un encadenamiento de imágenes. Y lo son “Hora de junio”, de Pellicer y “Dimensión del hombre” de Hidalgo, “Simbad el varado”, de Gilberto Owen, autor de “Novela como nube” y de “Línea”, uno de los espíritus más penetrantes, imagineros y finos que ha dado México en la penúltima década. Tan evidente es tal predominio de la fantasía sobre cierta sensibilidad y cierta sentimentalidad, que hasta el indigenismo se viste de ultraísmo, de imaginerismo, de creacionismo en Alejandro Peralta (“Ande” y “El Kollao”) o en los nuevos poetas ecuatorianos, como en Alejandro Carrión.[22]
Gilberto Owen (¿1904?), perteneció al grupo de Ulises[23]    y sobresalió en plena juventud por su originalidad y cierto gongorismo congénito que revestía sus versos de nieblas conceptuales, aclaradas por lampos de imaginería. Publicó una novela, que es, en realidad, poema, como otra de Villaurrutia, en esos mismos días: “Novela como nube”. Más tarde, Alfonso Reyes, en los “Cuadernos del Plata”, recogió poemas de Owen, bajo el título de “Línea”. Le escuché leer largos trozos de su poema “El infierno perdido”. Ha publicado después “Libro de Ruth” (1946) y “Simbad el varado” (1948) donde luce una inspiración profunda y dramática, llena de austeridad y elegancia, de esa rara combinación de sutileza y angustia propia de T.S. Elliot.[24]

En la primera (y hasta ahora mejor) compilación de los escritos de Gilberto Owen, el libro Poesía y prosa, prologado por Alí Chumacero, éste se refiere al rosarino en los siguientes términos:

Owen aceptaba como designio insobornable incorporar a su verso el fluir de las cosas, la conciencia de que todo –como en las clásicas Coplas– está condenado a sugerir la pregunta por su existencia. Sabía que su obra, connatural a las ideas que la animaban, era el reflejo y la dócil respuesta a la contemplación de lo que no perdura, a la inevitable presencia de lo que muere frente a nuestros ojos, y entraba a la poesía dejando a la puerta toda esperanza.[25]

Casi veinte años después del esfuerzo biográfico de José Rojas Garcidueñas (Gilberto Owen y su obra), en 1970 Tomás Segovia destaca el virtual desconocimiento de Owen en el mundo de las letras. En esta fundamental apreciación de la obra del poeta, Segovia marca el rumbo de la crítica, pues señala con claridad las características de esta notable escritura, al tiempo que indica la posibilidad de tres lecturas diferentes de “Sindbad el varado”: como una historia de amor, como la bitácora de un fracaso y como el viaje “al infierno de la inmovilidad”.

En El azogue y la granada: Gilberto Owen en su discurso amoroso, Vicente Quirarte considera “Sindbad el varado” como un poema de amor, tesis que alimentó a través de la biografía de Gilberto Owen, aceptando la invitación que Tomás Segovia formulara en “Gilberto Owen o el rescate”. Es el primer libro que nutre al lector con detalles personales y copiosa información sobre la obra de Owen. Ilustrado con documentos y fotografías, nos acerca a la relación que hay entre vida y poesía en un poeta de notables méritos, del cual poco se había hablado y poco se conocía. Con gran pasión por esta poesía, Quirarte nos acerca a las influencias de Owen, a su ubicación literaria, emitiendo esclarecedores juicios críticos sobre la obra del rosarino. Es Vicente Quirarte quien mucho ha propiciado que Owen sea cada vez más leído, como nítidamente lo indica su libro Invitación a Gilberto Owen.

Carlos Montemayor destaca su apreciación de los veintiocho poemas de "Sindbad el varado". Para él, este libro de poesía es la expresión de una actitud interior y de un acercamiento a la vida. Éstas son sus palabras:

El poema en su conjunto es memoria, es minuciosa expansión de una vida, de una inclemente mansión que cae. Es el hombre que al mirarse a sí mismo acepta mostrar sus límites y su morada, emociones que en él mismo, con su cuerpo, con su conciencia, con su incontenible deseo de vida, naufragan en el estrecho litoral de la carne. Apuntes de un capitán ebrio y llagado, rencoroso por muchas cosas, embriagado por muchas cosas, llagado por años. Y entre él y su marino se eleva el viento, o la memoria, o la poesía, o el paisaje de una anagnórisis continua y de amoríos compartidos por ambos, por el poeta y su conciencia, por el hombre y la soledad: la vida como amante de ambos; la emoción como una ramera de ambos; la poesía como el árbol que a ambos cobija y sobrevive.[26]

Jaime García Terrés identifica tres mundos en la poesía de Gilberto Owen, mundos relacionados con la alquimia. Este crítico reconoce en Owen un punto de vista religioso como concepción de mundo y literatura, además de que señala algunas posibles apropiaciones, como William Blake, Víctor Hugo, Rimbaud, Valéry y Juan Ramón Jiménez. En la “Tercera jornada” de su libro, García Terrés aprecia en Owen un sentimiento místico derivado de la poesía de Juan Ramón Jiménez, al igual que el gusto por la intimidad. Repasando las características de la poesía mística española, García Terrés afirma que

el poeta [...] es un místico sin Dios necesario. En este preciso sentido, no sin cautela, cabe señalar la dimensión religiosa en Owen. Que es algo muy distinto del opresivo sentimiento católico, falsamente religioso, que México heredó de España, y del cual es indispensable, si se quiere hacer poesía, escapar volando. Owen, que se autotitulaba ‘la conciencia teológica de los Contemporáneos’, eligió, sin embargo, un vuelo escondido, de música callada y soledad sonora, tan discreto que no se le oía, y de oírsele, no se le entendía.[27]

José Joaquín Blanco, en La paja en el ojo, afirma que para los Contemporáneos la poesía fue “un género más clandestino y personal, y, en algunos (Novo, Owen, Villaurrutia, Cuesta, Gorostiza), ostensiblemente escaso”[28]. Desde su punto de vista, Owen se dedicó a "mitologizar sobre la religión bíblica, trayéndola al mundo cotidiano".[29]

Guillermo Sheridan insiste en las apropiaciones que Owen recibe de Juan Ramón Jiménez y López Velarde, en lo cual coincide Eugenne L. Moretta. Además, Sheridan destaca la imprescindible necesidad de hablar sobre sí mismo que este poeta tenía. Acaso el mejor juicio de Sheridan sobre Gilberto Owen sea:

Owen comienza por entender a su poesía como una pesquisa cuyo sentido radica más en la búsqueda que en el hallazgo. Los juegos de palabras forman un antecedente importante para Villaurrutia. Owen asume el juego con una frescura propia de quien se ha aventurado ya por un sendero nuevo, sin preocuparse de la ley circundante. Las intermitencias autobiográficas parecen documentar la potencia lírica al tiempo que contrapuntean con su ambigüedad un discurso ceñido en apariencia. A Owen siempre le gustará meter frases del tipo de “se me había vuelto diálogo el monólogo” que aportan una rara distancia entre el poema y el lector al apuntar a una zona vedada de antemano. Pero la diversidad de elementos se suman en una poesía que, para su momento, no sólo era original sino escabrosa, con un aliento entre ríspido y críptico que no por ello dejaba de ser sumamente cordial.[30]

De entre los últimos estudiosos de Owen, entresaco la aseveración de Cynthia Araceli Ramírez Peñaloza al señalar que la lectura de la Biblia no fue tan determinante en la obra de Gilberto Owen como sí lo fue su conocimiento de los preceptos del catolicismo expuestos en la Historia sagrada y sus lecturas literarias de autores como Gide y Víctor Hugo. La crítica de Ramírez Peñaloza apunta a revisar toda la obra del poeta sinaloense como el poeta que se apropia y utiliza los preceptos del catolicismo divulgados también de manera oral.

Hay dos ensayos de Owen que ilustran su gran preocupación respecto a la poesía, y en los cuales es posible apreciar el concepto que orientó su escritura. En “Poesía –¿pura?– plena” (1927) se refiere a la poesía como el choque “inimitable de la inteligencia con la belleza”,[31] o bien el “resultante del equilibrio de sus elementos formales y esenciales”, y agrega como una de sus cualidades básicas la “formalidad expresiva –elaboración en metáforas de un sistema del mundo–”.[32] Once años después, a la par que escribe Perseo vencido, en “Poesía y revolución” (1934) reafirma lo anterior con sus palabras alusivas a la década de los años veinte en México:[33]

Que su poesía sería reaccionaria, que no sería al fin poesía, aunque sus materiales fueran arado y martillo, si con ello no descubría nueva belleza formal y esencial, y que sería revolucionaria en sí y por sí misma si se daba sinceramente, fervorosamente, a la expresión cabal de sus propios individuales hallazgos.

Gilberto Owen tuvo claro su compromiso y vaticinó el trayecto de su escritura, su búsqueda, hasta encontrar la belleza formal en prosa y verso que la lengua española le proporcionaba y que defendió y ejerció constantemente. No le pareció interesante ocuparse de otra cosa. ¿Su vida? Material de su poesía. La unión de estos elementos converge en una noción primordial que defendió y ejerció de múltiples maneras, la noción de que todas las cosas son sagradas. La visión de la sacralidad de la poesía en Owen es primordial porque así establece su relación con ella. Sin esta noción no es fácil concebirla como la conciencia que fue de sí mismo, y de ella como la máxima expresión de lo sagrado: “que eres tú, que no yo, tuya y no mía, / la voz que se desangra por mis llagas”.[34]

mostrar Bibliografía

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Nació en El Rosario, Sinaloa, el 13 de mayo de 1904; murió en Filadelfia, Estados Unidos, el 9 de marzo de 1952. Poeta y narrador. Estudió en la Escuela Nacional Preparatoria. Perteneció al grupo Los Contemporáneos. Sus obras completas fueron publicadas por el fce en 1979 y por el conaculta en 1990. Colaboró en Contemporáneos y Ulises.

José Luis Martínez
1995 / 27 ago 2018 09:05

Gilberto Owen (1905-1952) es un poeta rescatado. En su tiempo, publicó poemas y prosas en las revistas de su grupo y breves libros en ediciones de difícil acceso, entre los cuales el más conocido durante años fue Novela como nube (1928). Sus largas estancias en Norte y Sudamérica como diplomático colaboraron en su decisión de permanecer en la penumbra, de no ser una figura literaria. En una nota autobiográfica de 1933, apuntó: “hace cuatro años, jugó un reverso heroico de la apuesta de Pascal, y empezó a tirar los dados del arte para no ganar nada, acertando, a perderlo todo por temor de equivocarse”.

Pero esta voluntad de anonimato y aun la dispersión en que dejó su obra no le impidieron realizarla con secreta riqueza y una intensidad lírica, tierna, irónica y desilusionada.

Gracias al cuidado de dos de sus fieles, Alí Chumacero y Josefina Procopio, la obra de Gilberto Owen ha sido rescatada en Poesía y prosa (1953) y completada en Obras (1979). Estas ediciones, que permitieron conocer una obra antes inaccesible, han suscitado el interés de varios críticos –Merlín H. Forster, Frank Dauster, Alí Chumacero, Tomás Segovia, Jaime García Terrés y Vicente Quirarte que se han esforzado por explicar la compleja personalidad literaria de Owen y, en el caso de Segovia, García Terrés y Quirarte, desentrañar la selva de significaciones y alusiones de Perseo vencido (1942) el poema más importante del sinaloense.

Owen escribió poemas en verso y en prosa, relatos, ensayos y cartas en ocasiones con rasgos comunes: asociaciones juguetonas, varia imaginación, gracia ligera y dejos irónicos que disimulan su desolación. En sus “Primeros poemas” hay ecos discretos de la adjetivación de López Velarde, y Desvelo (1925) recoge “poemas a la sombra de Juan Ramón”, como reconoce su autor. En Línea (Buenos Aires, 1930), primer libro suyo publicado, de poemas en prosa o en versos largos, ya se lee al Owen con los rasgos que antes se han señalado.

En el campo narrativo, escribió primero una novela corta, La llama fría (1925), con recuerdos sentimentales de su pueblo (Rosario, Sinaloa), en un lenguaje terso, a veces azoriniano, pero con la imaginación, ternura y desasimiento irónico que eran su propio temperamento. Novela como nube (1928) que al parecer dio origen al grupo de novelas de los Contemporáneos, es un ejercicio literario de frases, de semi-personajes y semi-ambientes. Hay una trama, un intento de asesinato y un matrimonio por equivocación, aunque todo disuelto en una nube. Como en la novela de Gide, el autor se interroga sobre su propia narración, y a la manera de Unamuno, dialoga con sus personajes. Examen de pausas (1928) que recoge fragmentos de una novela perdida, sigue el mismo juego de asociaciones caprichosas aunque ahora más ingeniosas, con observaciones agudas, como las rápidas imágenes de ciudades Puebla y Veracruz, o como este lindo apunte sobre el vuelo de los pájaros:

Pero en alta mar dicen que sólo hay golondrinas; por cierto que su caligrafía es de amplios y sobrios trazos latinos; los colibríes, en cambio, han aprendido la más complicada letra gótica: vuelan en alemán; las golondrinas en esperanto, por lo mucho que han viajado.

Pasaje que recuerda versos memorables sobre el vuelo de los pájaros: “un vil zopilote resbala, / tendida e inmóvil el ala”, de Díaz Mirón; “Asoladora atmósfera candente / do se incrustan las águilas serenas, / como clavos que se hunden lentamente”, de Othón; “… las garzas en desliz / y el relámpago verde de los loros”, de López Velarde; y “la golondrina de escritura hebrea”, de Gorostiza.

Perseo vencido (1942, 1948), el poema más importante de Gilberto Owen, consta de una breve introducción “Madrigal por Medusa”, un extenso desarrollo central, “Sindbad el varado”, que lleva como subtítulo “Bitácora de febrero” y consta de 28 poemas para cada uno de los días de este mes, y dos adiciones, “Tres versiones superfluas”, “(Para el día veintinueve de los años bisiestos)”, y el “Libro de Ruth”. Es ciertamente un poema hermoso y complejo, de secreta y retenida desolación, tramado de imágenes míticas para contar las experiencias de su autor, su inmóvil naufragio y su concepción de la poesía. Con su peculiar manera displicente, Owen explicó el sentido de su poema, en carta a Luis Alberto Sánchez, de 1948:

Dime si te parece bien el nuevo plan del libro, cuyo título, en ese caso, sería Perseo vencido; si no quieres añadirle la Ruth y el Madrigal, puede ser, como decía antes, Sindbad el varado. El Perseo me suena más, porque el origen de todo, el Madrigal, lo escribí viendo una de las innumerables estatuas, pensando que Medusa después de todo no había sido decapitada, y que seguía petrificando, a los que creemos vencerla, a través de la historia del arte. Y de la poesía.

Acerca de la pluralidad de significaciones o de lecturas del Perseo vencido de Owen se han propuesto tres interpretaciones. Para Tomás Segovia, “Sindbad el varado”, la sección central del poema:

Relata […] tres historias simultáneamente: por un lado es el diario en verso de una ruptura amorosa; por otro lado es la bitácora de una navegación que es toda ella naufragio; finalmente, es una especie de inversión, quiero decir versión al revés, de la leyenda de Sindbad, un Sindbad varado, cuyo viaje es tan sólo al infierno de la inmovilidad.[1]

Para Jaime García Terrés los tres niveles del Perseo son éstos:

El primer nivel es la alegoría de una vida cotidiana, depurada y paradigmática; el segundo es el de una poética (que bien puede ser, con algunos toques de iluminismo, la predicada por Valéry); el tercero es el esotérico plano mítico, el más inesperado y fascinante, porque superpone al mito a flor de piel de Perseo y Medusa, la mitología, menos convencional o más arcana, de la Alquimia y de la Gnosis, echando mano, al pasar, de cábalas y fórmulas pitagóricas.[2]

Y Vicente Quirarte, al principio y al fin de un notable análisis de la obra de Owen dice:

Mi propuesta consiste en leer los 28 fragmentos de Sindbad el varado como un poema de amor […]

Las primeras vanguardias europeas quisieron recuperar el carácter adánico del lenguaje. Sus intentos fueron heroicos, deliberadamente irracionales. Vino después el tiempo del pensamiento y la construcción, del orden y la pureza. A esta tribu donde caben las abstracciones de Kandinsky, el sistema de coordenadas de Cézanne, el “obstinado rigor” de Valéry, y siglos de reinventar el amor encima del obstáculo y el mito, se sumó Gilberto Owen, para escribir con mayúsculas la palabra Pasión. Su Sindbad el varado es la prueba mejor de esta aventura: hacer de las vivencias de un hombre el retrato de esta humanidad doliente y luminosa.[3]

Entre las notas críticas de Owen son excelentes las estampas que hizo de dos de sus compañeros de generación más cercanos y queridos, Xavier Villaurrutia a cuya muerte dedicó uno de sus últimos poemas, “Allá en mis años…” y Jorge Cuesta, cuya amistad y enseñanzas recordó en “Encuentros con Jorge Cuesta”. Las cartas de Owen son otros poemas en prosa, con algunas alusiones circunstanciales; las más interesantes son las enviadas a Villaurrutia y a Elías Nandino. Después de la edición de 1979 de las Obras de Gilberto Owen, se han publicado (1982) las cartas de amor que hacia 1928 envió a la actriz Clementina Otero.

De padre irlandés y madre mexicana, abandonó la casa materna a los trece años, posteriormente llegó a la ciudad de Toluca, donde residió entre 1917 y 1923, realizó estudios en el Instituto Científico y Literario y fue subdirector de la Biblioteca Pública de Toluca (1920-1923). Publicó sus poemas en las revistas de Toluca, Esfuerzo y Manchas de Tinta, de la que fue secretario. Fundó y dirigió la revista quincenal Raza Nueva (1922). Estudió en la Escuela Nacional Preparatoria, donde conoció en 1923 a Xavier Villaurrutia y Jorge Cuesta, quien lo inició en la lectura de los contemporáneos franceses como Gide y Valéry. Con ellos y Torres Bodet, Novo y los hermanos Gorostiza revisó los nuevos caminos de la poesía mexicana e hispanoamericana, particularmente representada por López Velarde y Vicente Huidobro para afianzar una tenaz visión crítica y lograr una pureza en el arte, particularmente en la literatura. Juntos fundaron Ulises en 1927, nombre homónimo del teatro en el que se escenificaban obras de vanguardia que ellos mismos traducían y actuaban; y Contemporáneos (1928-1931), de la cual surgió el nombre que los representaría para siempre en la tradición crítica. En esos años Owen conoció a la actriz Clementina Otero, a quien lo unió una relación sentimental y sostuvo correspondencia durante 1928. Colaboró en El Hijo Pródigo con algunos escritos y fue su jefe de redacción entre 1942 y 1945. Fue empleado en la secretaría particular de la presidencia de Plutarco Elías Calles (1923-1928), miembro del Servicio Exterior Mexicano en Perú (1931), posteriormente cuando estuvo en Guayaquil, Ecuador, fue destituido por haber participado en la política interna de Perú, en el partido clandestino Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra), que lo obligó a regresar a México. Sin que el hecho tuviera repercusiones, continuó en el Servicio Exterior en Colombia, donde trabajó en el diario El Tiempo (1932-1936) y fue jefe de redacción de la revista Estampa. Revista Semanal de Actualidad Gráfica (ahí se casó con Cecilia Salazar, hija de un ex presidente, en 1935). También prestó sus servicios en las ciudades de Nueva York y Filadelfia (1947), en ésta como oficial canciller de primera, ciudad en la que murió víctima de la cirrosis. En 1984 se estrenó el cortometraje Gilberto Owen, un poeta olvidado, dirigido por Óscar Blancarte y nominado al Ariel como mejor cortometraje educativo, científico o de divulgación artística.

La obra de Gilberto Owen Estrada ha podido ser apreciada por los trabajos de rescate de Alí Chumacero y Josefina Procopio y por la crítica de José Rojas Garcidueñas, Jaime García Terrés, Juan Coronado, Tomás Segovia y Vicente Quirarte, quienes han contribuido al conocimiento de su personalidad poética que por su propio hermetismo gozaba de poca recepción. La mayor parte de sus obras de poesía y prosa permanecieron dispersas en revistas, hasta ser recogidas y publicadas por Josefina Procopio en un solo volumen en 1953, un año justo después de su muerte. La obra de Owen parece no concebir límites entre la poesía y prosa, ya que su poesía es prosaica en algún sentido, así como su prosa es lírica, en otro. Su primer texto "Desvelo" (1926), tiene la influencia de Juan Ramón Jiménez, por su tono coloquial y rítmico. Línea, poemas en prosa escritos entre 1927 y 1929, recogen la influencia del simbolismo, particularmente de Rimbaud, y del surrealismo. Pero es hasta la publicación en 1948 de su poema largo "Sindbad el varado", donde la mayoría de sus críticos señalan su madurez como escritor. Como su subtítulo lo indica, "Bitácora de febrero", este poema es el registro de un viaje de 28 días, sentimental, mítico y alegórico a través de su experiencia con el amor y su imposibilidad, el consiguiente naufragio y su antiheroismo, donde el poeta "narra su vida [...] de una manera ritual, legendaria, casi mítica". Un viaje que no significa más que "recorridos hacia dentro de su inmovilidad". Es en este poema, donde biografía y creación se enlazan y logran su culminación. Otro de sus poemas más logrados, el "Libro de Ruth", publicado también como libro en 1944, apunta nuevamente hacia las figuras míticas, en el que la descripción de la mujer amada es un ejercicio de matices eróticos, poco vistos en la poesía del autor. De su narrativa, La llama fría y Novela como nube, "finos ejercicios de poesía novelada", se pueden advertir las secuencias de su poesía, tanto en los temas (el amor, la identidad, el viaje, el ejercicio de la poesía), como en el tratamiento (la recurrencia en las imágenes de la mitología clásica y la síntesis poética). En Cartas a Clementina Otero, la experiencia personal del amor y las referencias mitológicas también están presentes.

Gilberto Owen es el miembro más joven de la generación de Contemporáneos. Se conocen con certeza sólo unos cuantos datos sobre su vida.[1] Nacido en El Rosario, Sinaloa, en 1904, y fallecido en Filadelfia, Estados Unidos, en 1952, dejó libros fundamentales para la poesía y la prosa experimental de México. De gran importancia para entender su labor como traductor, deben resaltarse dos antecedentes: por un lado, su inscripción y temprana formación en el Instituto Científico y Literario de Toluca (1919–1922), donde aprende inglés y francés, sus lenguas de traducción, y donde empieza a alternar la creación literaria con la recreación traductora, desdibujando los límites entre una y otra, explorándolas como si fueran dos facetas de un mismo impulso imaginativo; y, por el otro lado, la amistad que traba con Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, ya en la Ciudad de México (1923–1928), que le permite integrarse al grupo de Contemporáneos y, a partir de 1927, formar parte imprescindible de su proyecto cultural.

En la posición del poeta traductor, Owen tradujo a sus pares del francés, concentrándose en la poesía de Paul Valéry, y del inglés, donde sobresale por haber sido uno de los primeros traductores de Emily Dickinson al español. Exploró también la traducción colaborativa, al lado de Agustín Lazo, de obras dramáticas escritas originalmente en italiano.

De este modo, Owen contribuyó a la renovación de la literatura mexicana en el periodo de las vanguardias, en la medida de que sus traducciones aparecieron en las revistas Ulises y Contemporáneos y de que nutrió las puestas en escena del Teatro Ulises. Posteriormente, y gracias a su actividad como diplomático o como residente en otros países, colaboró con publicaciones periódicas en las que aparecieron versiones, sobre todo, de obras en prosa (artículos y fragmentos de relatos) en revistas del país (Letras de México, El Hijo Pródigo) o del extranjero (El Tiempo de Bogotá). Se cuenta con las referencias de traducciones inéditas de poemas (¿destruidas, extraviadas?) y aún queda pendiente la tarea editorial que reúna en un solo volumen, o que se incluya en una nueva edición de sus Obras, su ejercicio de la traducción.

 

Los Contemporáneos fueron escritores cosmopolitas. Sabían lenguas extranjeras, lo que les permitió leer de primera mano a Marcel Proust y a André Gide, a James Joyce y a T. S. Eliot, pero su internacionalismo, lejos de ser meramente imitativo, servil o exotista, llevó siempre la consigna de fortalecer y acrecentar el carácter nacional, alejándolo del ensimismamiento pernicioso.[2] Ya lo decía Jorge Cuesta a propósito de “la vuelta a lo mexicano”:

[La tradición] se entrega no en lo que perece y la limita sino en lo que perdura y la dilata. Lo particular es su contrario; lo característico la niega… El nacionalismo equivale a la actitud de quien no se interesa sino con lo que tiene que ver inmediatamente con su persona; es el colmo de la fatuidad.[3]

Comprometidos con la iniciativa de renovar y enriquecer la literatura nacional, y sin embargo conscientes de su inscripción en un vanguardismo literario que desdibuja las fronteras políticas y culturales, los Contemporáneos se dieron a la tarea de ubicar el pensamiento mexicano en el panorama universal y de fomentar su desarrollo de dos modos distintos pero complementarios: por medio de la crítica literaria y artística, por una parte, y, por otra, en palabras que adoptaron de André Gide, por medio del injerto y el transplante culturales.[4] En este sentido, el ejercicio de la traducción de Gilberto Owen adquiere características muy específicas en tanto combinó, a diferencia de Villaurrutia, el desarraigo de México, el viaje y la traducción de un grupo selecto de autores.

En el caso de los Contemporáneos, traducir fue una actividad persistente, disciplinada y deliberada que se emprendió con la función primaria, que no exclusiva, de nutrir y consolidar el sistema literario mexicano mediante la importación de textos, formas, temas y motivos de culturas extranjeras que, al mismo tiempo, contribuyen —por oposición tanto como por asimilación— a la fábrica de una identidad propia. Como afirma Guillermo Sheridan, “el contexto de la revista [Contemporáneos, la más representativa que produjera la generación] nacionaliza en buena medida el acto de traducir […]; acto expresivo de una realidad nacional en sí mismo a pesar del origen extranjero de la materia”.[5] No es de sorprender, pues, que la innovación y el intercambio que promoviera el grupo, en su función de mediador cultural, encontrara resistencia en las esferas más cerradas de la sociedad mexicana. Sin embargo, y con la ventaja de una mirada retrospectiva, es posible afirmar en la actualidad que las traducciones de los Contemporáneos sirvieron no sólo para descubrir las deudas, acusar las ansiedades y explicar los experimentos de la generación, sino también, y principalmente, para crear un canon de literatura mexicana moderna.[6]

Sin duda, para algunos miembros del grupo, como Gilberto Owen, la traducción fue parte integral de su desarrollo creativo; para otros, como Cuesta y Villaurrutia, traducir fue una manera de entablar diálogo con sus predecesores y, en general, con la tradición literaria. En todos los casos, no obstante, se tuvo plena consciencia de que la función que desempeñaba la traducción en la cultura meta era de consolidación, de fortalecimiento nacional. Los Contemporáneos, en palabras de Carlos Monsiváis, “Escriben para disipar fronteras, […] traducen para romper el cerco”,[7] y es justamente gracias a esa voluntad universalista, a ese propósito de superar las barreras lingüísticas y culturales del México de principios de siglo xx, que hoy en día tenemos no sólo The Waste Land (El páramo), el William Blake de Villaurrutia, el O’Neill, el Cocteau y el André Gide de Novo, la Dickinson y el Valéry de Owen, sino también —y dicho sea sin rodeos— la obra literaria, poética y crítica, de los propios Villaurrutia, Novo y Owen, de Ortiz de Montellano, de Torres Bodet, de Cuesta y Gorostiza. Por concluir con Marco Antonio Montes de Oca: “Los Contemporáneos vierten al español libros o poemas de cabecera. Cada línea traducida por ellos equivale a un juramento…”[8]

 

Gilberto Owen empezó a practicar la traducción desde fechas tan tempranas como 1919–1922, en el Instituto Científico y Literario de Toluca, donde ya para 1921 era catedrático de Lengua y Literatura Francesas. Sin embargo, su primera traducción publicada no apareció sino hasta diciembre de 1927, en el penúltimo número de Ulises (5:1).[9] Se trata de algunas líneas del “prefacio a versos que nunca fueron encontrados” de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, a partir de las Oeuvres complètes editadas ese mismo año por Philippe Soupault. El repertorio de Owen tiene el propósito de ser aforístico o epigramático; por ejemplo:

Describir las pasiones no tiene mérito alguno; basta para ello con haber nacido un poco chacal, un poco buitre, un poco pantera.

[…] Los que escriben en pos de gloria quieren tener la gloria de haber escrito bien. Los que lo leen quieren tener la gloria de haberlo leído. Yo, que escribo ésto, me jacto de tener ese deseo. Los que lo leerán se jactarán de haberlo hecho.[10]

Más notable aún que las propias líneas de Lautréamont es el comentario preliminar que las acompaña, en el que el firmante, “G. O.”, aduce los motivos que justifican su selección y traducción: “entresacamos estas […] afirmaciones”, escribe Owen, porque las sentimos “agudas, ¿nuestras?, arbitrarias” —haciendo hincapié en el acto de apropiación que ello implica, si bien cuestionado entre signos— y porque la traducción de Lautréamont debe “hacerle familiar al gran público”, en vista de que su obra “persiste en influencias decisivas sobre la poesía y la prosa contemporáneas”.[11] También en este párrafo introductorio el rosarino dice encontrarse preparando la traducción del vi Canto de Maldoror, dato que igualmente queda consignado en su entrada en el Índice de escritores,[12] pero de ello no se conserva ninguna evidencia.

En el proyecto del Teatro Ulises (1928),[13]  Gilberto Owen colaboró con la traducción de tres obras dramáticas. La primera, Lazarina entre cuchillos (Lazzarina tra i coltelli), del italiano Pier Maria Rosso di San Secondo, fue realizada en colaboración con Agustín Lazo y no apareció publicada sino hasta julio–agosto de 1946, en El Hijo Pródigo (13:40–41).[14]

La segunda obra, Símili, comedia en tres actos de Claude Roger-Marx, la tradujo Owen del francés alrededor de 1927 y se representó los días 4 y 5 de enero de 1928, bajo la dirección de Julio Jiménez Rueda, con las actuaciones de Antonieta Rivas Mercado y Xavier Villaurrutia, entre otros. Por último, El peregrino (Le pèlerin), obra en un acto de Charles Vildrac, dirigida por Celestino Gorostiza, se montó entre el 20 y el 22 de marzo de 1928. El peregrino es quizá la pieza dramática más significativa de Owen para el Teatro Ulises, cuando menos en términos personales: en ella se escenifica la historia del regreso de Édouard Desavesnes —protagónico que tradujo Owen pensando en asumir él mismo la interpretación— a su pueblo natal en Francia a fin de emprender la educación sentimental de su sobrina Dionisia (Denise Dantin), papel que quedó en manos de la joven Clementina Otero.[15] A más de todo aquello, las reseñas en los periódicos de la época celebraron la “pulcra traducción” de Owen[16] y la “tarea muy elogiable, de dar a conocer a pequeños auditorios, algunas de las obras del teatro moderno”,[17] con lo que, en efecto, la prensa reconoció la función primordial de la traducción y el montaje en la importación de novísimas obras extranjeras, y esto con el propósito de fomentar su apropiación en nuevos ámbitos. Este impulso marca un claro inicio en el desarrollo de una labor de difusión cultural por parte del grupo de Contemporáneos.

De la misma época son algunas de las traducciones más destacadas de Gilberto Owen: los “Pequeños textos. Comentarios de grabados”, “La madre joven”, “El hombre volador”, “La cazadora”, “La amazona” y “El atentado”, todos de Paul Valéry, publicados originalmente en Contemporáneos 4 en septiembre de 1928. La prosa poética de Owen se robustece con el hipotexto del autor francés, que el mexicano vierte al español con apego y cautela y, sin embargo, con una voz y estilo propios:

El jardín en todo su vigor, la luz, la vida, atraviesan lentamente la época de perfección de su naturaleza. Se diría que todas las cosas, desde su origen, no han venido haciendo más que madurar este destello de unos cuantos momentos. La felicidad es visible, como el sol.[18]

“La madre joven” es, sin duda, la traducción de “La jeune Mère” de Paul Valéry y, sin embargo, es también un primer atisbo del Owen posterior, el poeta de Línea. En particular, “La amazona” y “El atentado” se difundieron ampliamente gracias a su inclusión en El surco y la brasa de 1974. El compilador de esta antología de traductores mexicanos, Marco Antonio Montes de Oca, acompaña la minúscula selección con una apreciación crítica que, aunque escueta, es una de las pocas que considera la labor traductora de Gilberto Owen como una parte constitutiva de su obra: "Miembro de los Contemporáneos, Owen comparte con sus compañeros de generación la vocación de lucidez y la amplia cultura… Traductor escrupuloso, sus trabajos en este campo son aplicados y creativos."[19]

A mediados de 1928, y con la anuencia de Álvaro Obregón, Gilberto Owen se integró al servicio diplomático mexicano para llegar en julio a Nueva York como tercer secretario en el Consulado de México, lugar en el que permanece hasta el año siguiente.[20] El periodo neoyorkino de Owen está marcado, por un lado, por el íntimo contacto que estableciera con los artistas europeos y estadounidenses de vanguardia que frecuentó en la ciudad y, por otro, por un profundo dolor a causa del desarraigo. Es en esta época que escribe algunos de los poemas que habrán de conformar el volumen Línea, como “Autorretrato o del subway”; las célebres cartas de amor a Clementina Otero, llenas de ingenio y tristeza, y probablemente las traducciones de Emily Dickinson.[21]

Indudablemente aplicadas, en el sentido de esmeradas, afanosas, y más creativas todavía que las de Paul Valéry, en tanto que aprovechan la ocasión del trasvase para procurar nuevos hallazgos que puedan acaso llamarse personales, son las traducciones de la poeta estadounidense. Owen comienza a traducirla, cabe suponer, durante su estancia diplomática en la ciudad de Nueva York pero no publica sus versiones sino hasta el 29 de abril de 1934 en el diario El Tiempo de Bogotá.[22]

Presentada por primera vez en español unos cuantos años antes, en el Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez (1916), de la “Eva de la Poesía norteamericana”, Emily Dickinson, ya había dicho Xavier Villaurrutia en alguna ocasión que “anticipa a la nueva poesía los finos ritmos, el gusto epigramático y un admirable deseo de exactitud y síntesis”.[23] Es por influencia de ellos dos que Owen se decidió a emprender una “peregrinación a Amherst”, según dice, a fin de descubrir el “[m]undo extraño e inesperado” en el que famosamente se encerró la poeta.[24] Sus traducciones de ocho breves poemas —supuestamente un adelanto de una selección de doscientos, a la fecha perdida o inexistente— tienen el tino de llamarse “Versiones a ojo”, denominación que le permite a Owen “expresar la actitud de improvisación y descuido que, cuidadosa y trabajosamente, ha tenido que adoptar en esta obra”.[25]

En el postfacio que acompaña la antología, el traductor ofrece una breve semblanza biográfica de Emily Dickinson para los lectores hispanohablantes; incluye una reflexión personal sobre la traducción poética (que en este caso, explica, se trata de no “entender de la poesía sino el temblor inexplicable, inaudible e invisible” con tal de procurar un “resucitar suyo magnífico en otro siglo”, de conservar “su voz tan pura en la distancia”)[26] y concluye con el comienzo de una “larga elegía” compuesta en su honor, de la que sólo se conservan los primeros cinco versos. Como relata Alfredo Rosas:

Se cuenta que Gilberto Owen “se solazaba” con la poesía de dicha mujer, leyéndola y traduciéndola. No es casual; tienen mucho en común… El poeta Gilberto Owen lee, traduce y escribe sobre la poesía de Emily Dickinson porque, al hacerlo, es como si se pusiera frente a un espejo y contemplara su propio rostro.[27]

Así pues, a más de dar a conocer a autores extranjeros en su lengua, de difundir una literatura que considera necesaria en su tiempo —empresa muy loable de por sí—, la traducción literaria le brinda a Gilberto Owen, en las etapas más tempranas de su escritura, una ocasión no sólo para el aprendizaje sino también para el mimetismo, para el juego de máscaras, para el ensayo lírico. Owen recurre a las voces de Dickinson, de Valéry, de Lautréamont, lo mismo que a las de Simbad y Booz en los poemas de su clásico Perseo vencido, para entramar una poética con hilos propios y ajenos.

Además de obras dramáticas y poemas, Gilberto Owen en el último tramo de su vida también tradujo obras en prosa. Durante su estancia de diez años en Colombia trabajó como colaborador en El Tiempo bogotano,[28] donde aparecieron los textos “Lázaro Cárdenas, un indio asceta”, de Lestrois Parish, y “Las sorprendentes aventuras del Barón de Munchausen” en 1935, de acuerdo con información de Antonio Cajero.[29]

De vuelta en México por un breve intermedio de dos años (1942–1944), el poeta se dedicó a traducir el “mejor libro sobre la China de hoy” (según se anuncia en Letras de México), el relato periodístico de la segunda guerra sino-japonesa, China en armas (Battle Hymn of China), de la estadounidense Agnes Smedley, que publicó en abril de 1944 y por el que recibió el caluroso elogio del reseñista Isaac Rojas Rosillo: “se ve que el traductor puso amor en una obra de mérito literario y de importante contenido social”.[30] Al respecto de un adelanto de la novela de la misma autora, “El automóvil núm. 1469”, “en la que se nos da a conocer cómo funciona la extensa red de espionaje que el comunismo tendió en Manchuria hacia el año de 1933”, se ha dicho que “destaca [por ser] una obra excelentemente traducida por Gilberto Owen”.[31] Finalmente Owen publica un último artículo en traducción, “Actualidad de las sectas”, de Roger Caillois, en El Hijo Pródigo (4:14, 15 de mayo de 1944), antes de volver a Colombia, desde donde viaja a la Filadelfia que lo vio morir el 9 de marzo de 1952.

Gracias a las investigaciones de José Rojas Garcidueñas se logró recuperar el que probablemente sea el último proyecto literario de Gilberto Owen: la traducción de un fragmento de “The Music from Behind the Moon”, primera novella de The Witch-Woman: A Trilogy About Her, del estadounidense James Branch Cabell. Cuando dio a conocer las “dos docenas de cuartillas con la traducción del primero de los tres ‘relatos-poemas’ de la trilogía”, Rojas Garcidueñas se empeñó en recalcar, por respeto, que se trata de “una primera versión no corregida… inconclusa, incompleta, sin revisión final”.[32] Con todo, el descubrimiento confirma que, incluso hacia el final de su vida, Gilberto Owen se deleitaba en el ejercicio de la traducción. Tal parece atestiguarlo un fragmento narrativo de Cabell que el traductor refiere en el más puro estilo oweniano:

Ahora bien, un atardecer de mayo, cuando la luna rolliza y ambarina se detenía muy baja aún, en el oriente, detrás de los sauces, este mismo joven Madoc se bañaba según el antiguo ritual. Luego fue a sentarse junto a la fuente, a consumir, meditabundo, su ración de vino ralo y sus dos emparedados de queso. Una mujer se llegó a él, rodeada por un limbo blanco, y como una niebla viviente contra el crepúsculo.[33]

Vagamente recuerda este pasaje al Owen de Novela como nubeSin embargo, y por desgracia, no siempre se ha tenido la suerte que tuvo Rojas Garcidueñas. Quedan aún por encontrarse, si es que alguna vez existieron, las traducciones owenianas del ya citado vi Canto de Maldoror de Lautréamont, la comedia Quality Street de J. M. Barrie, las Iluminaciones Una temporada en el infierno de Rimbaud y otras obras de Jules Romains que registran Esperanza Velázquez Bringas y Rafael Heliodoro Valle en su Índice de escritores. También se desconoce hasta la fecha el paradero del resto de la selección de Emily Dickinson y las traducciones de “cuatro o cinco” poetas jóvenes de los Estados Unidos (“¿Sandburg, Kreymborg, W. Carlos Williams, Witter Bynner, Countee Cullen?”) que preparaba Owen, alrededor de 1928–1929, para colaborar en una antología a solicitud de Alfonso Reyes.[34] Si estas traducciones pueden rescatarse y editarse, en caso de que no hayan sido una más de las tantas invenciones de Owen, es un asunto que, por lo pronto, ha de quedar pendiente.

 

No es mucha la importancia que se le ha dado hasta la fecha a la labor traductora de Gilberto Owen, aunque esa omisión justamente es una de las razones que aducen Francisco Javier Beltrán Cabrera y Cynthia Ramírez para justificar la necesidad de “una nueva edición de la obra de Gilberto Owen” en una exhortación publicada en 2006.[35] Al día de hoy, el compendio más sustancial y detallado que puede encontrarse al respecto de este trabajo es el artículo “Traducción y mediación: la obra dispersa de Gilberto Owen”, de Antonio Cajero Vázquez, que en diversas ocasiones ha hecho un esfuerzo encomiable por identificar y reunir todas las facetas del escritor sinaloense que aún quedan por descubrirse.

Amén de los lacónicos comentarios manifestados en la prensa de la época, en particular en lo que concierne a las obras del Teatro Ulises, las traducciones de Owen no se han considerado un tema serio de análisis o de estudio académico, y esto, evidentemente, por su escasez, no por su calidad. Sólo tres excepciones cabe mencionar a propósito: los artículos “Emily Dickinson y Gilberto Owen: ese par de perversos”, de Alfredo Rosas, y “Emily Dickinson: un texto olvidado de Gilberto Owen”, de Francisco Javier Beltrán Cabrera, ambos publicados en La Colmena 63, así como “‘La medida exacta de su luz’: Emily Dickinson y las ‘Versiones a ojo’ de Gilberto Owen”, de Juan Carlos Calvillo, publicado en Trans. Revista de Traductología 22, los cuales ponderan la influencia de Dickinson en Owen y señalan las correspondencias en las poéticas de uno y otro.[36]

Fuera de tales publicaciones, a saber, las únicas destacadas por su especificidad o pertinencia, todas las valoraciones de Gilberto Owen traductor se hacen en función de Gilberto Owen poeta, y pueden encontrarse, asistemáticas y con cuentagotas, en la bibliografía ya clásica sobre el autor y su generación.

No debe dejar de señalarse, a manera de conclusión, que, si bien la crítica posterior ha relegado la apreciación y el reconocimiento de las versiones de Gilberto Owen, una persona hay, no obstante, que no dejó de reflexionar en torno al provecho personal y la utilidad social de la traducción: el poeta mismo. Siempre que las condiciones editoriales se lo permitieron, como en los casos de Lautréamont y Emily Dickinson, Owen se esforzó por precisar los motivos que alentaron su selección y traducción, así como los criterios a los que juzgó conveniente adecuar su trabajo. Sin duda, el poeta fue consciente en todo momento de su intención de adjudicarse sus lecturas predilectas, de asimilarse a sus autores y de volver propias sus líneas al verterlas en su lengua; sin embargo, esto lo hizo siempre en beneficio de sus contemporáneos, al tiempo que buscaba para sí el ideal de una “poesía plena”, “una poesía íntegra, resultante del equilibrio de sus elementos esenciales y formales”.[37]

El compendio hasta ahora definitivo de sus Obras, una edición de 1979 de Josefina Procopio, con recopilación de textos de la misma Procopio, Miguel Capistrán, Luis Mario Schneider e Inés Arredondo, y con prólogo de Alí Chumacero, reúne, además de todos sus poemarios y su obra narrativa, otros textos no incluidos en el primer volumen de Poesía y prosa (1953): algunas cartas, artículos y reseñas, es decir, muestras representativas de su producción epistolar y crítica. En la edición no se incluye ninguna traducción, y la notoriedad de esta ausencia hace que se vuelva inevitable coincidir con Antonio Cajero cuando se pregunta “por qué las obras de un escritor no incluyen los productos de su labor mediadora como traductor, mientras que sus textos críticos merecen un valor preponderante junto a la obra literaria propiamente dicha.”[38]

Quizá este fenómeno se deba a un prejuicio, necesariamente inopinado, que considera un acto creativo la crítica literaria y, sin embargo, un producto derivado, la traducción. Con todo, en el caso de Owen, como en el de muchos otros poetas traductores a lo largo de la historia, la traducción desempeña un papel significativo en la conformación no sólo de las literaturas de una época sino también de las poéticas personales de quienes las llevan a cabo.

 

Referencias

Anónimo, “El Teatro de Ulises en el Virginia Fábregas”, El Universal, 13 de mayo de 1928, p. 10.

Beltrán Cabrera, Francisco Javier y Cynthia Ramírez, “Notas para una nueva edición de la obra de Gilberto Owen”, en Contribuciones desde Coatepec 11, julio–diciembre, 2006. pp. 59–70.

Beltrán Cabrera, Francisco Javier, “Emily Dickinson: un texto olvidado de Gilberto Owen”, en La Colmena 63, julio–septiembre, 2014. pp. 37–41.

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Traducciones

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Caillois, Roger, “Actualidad de las sectas”, trad. Gilberto Owen, El Hijo Pródigo 4:14, 15 de mayo de 1944. pp. 89–92.

Dickinson, Emily, “Poemas. Versiones a ojo de Gilberto Owen”, trad. Gilberto Owen, El Tiempo (Lecturas Dominicales), 28 de abril de 1934. pp. 6–7.

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Traducciones no literarias

Anónimo, “Las sorprendentes aventuras del Barón de Munchausen”. trad. Gilberto Owen, El Tiempo, 7 de agosto de 1935. p. 12.

Parish, Lestrois, “Lázaro Cárdenas, un indio asceta”, trad. Gilberto Owen, El Tiempo, 19 de enero de 1935. p. 18.

Smedley, Agnes, China en armas, trad. Gilberto Owen, Ciudad de México, Editorial Nuevo Mundo, 1944.

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Gilberto Owen. Poemas

Lectura a cargo de: Gabriel Pingarrón
Estudio de grabación: Radio UNAM
Dirección: Eduardo Ruiz Saviñón
Música: Gustavo Rivero Rivero Weber
Operación y postproducción: Francisco Mejía /Gabriela Jiménez
Año de grabación: 2012
Género: Poesía
Temas: Estos siete poemas de Gilberto Owen en voz de Gabriel Pingarrón, ofrecen un panorama somero de la obra poética del escritor sinaloense que perteneció al grupo Contemporáneos, pilar fundamental de la literatura de nuestro país en el siglo pasado. Recogidos en la antología La poesía mexicana del siglo XX, los poemas que se presentan pertenecen a las obras Línea, Poesía y prosa y Perseo vencido, éste último quizá el más emblemático de la obra de Owen. Gilberto Owen (Rosario, Sinaloa, 1905-Filadelfia, Estados Unidos, 1952) poeta, narrador y dramaturgo desempeñó diversos cargos diplomáticos en representaciones de México en el exterior. Incluso, al morir, era vicecónsul en Filadelfia. La obra de Owen, al igual que la del resto de los artistas del grupo Contemporáneos, se caracterizó por la exploración en temas universales, el alejamiento de la estética nacionalista y la correspondencia con las vanguardias internacionales. Owen participó en la fundación del Teatro Ulises, involucrándose en la traducción, la dirección y la actuación de las obras que se presentaban en compañía de Salvador Novo, Celestino Gorostiza, Xavier Villaurrutia y Carlos Lazo. Agradecemos la colaboración musical de Gustavo Rivero Weber. D.R. © UNAM 2013

Instituciones, distinciones o publicaciones


El Hijo Pródigo. Revista Literaria
Fecha de ingreso: 1942
Fecha de egreso: 1945
Colaborador y jefe de Redacción

Contemporáneos. Revista Mexicana de Cultura
Fecha de ingreso: 1928
Fundador

Ulises. Revista de curiosidad y crítica
Fecha de ingreso: 1927
Cofundador