La memoria supone el hecho de ser, la cosa como hecho, la posesión como juego o forma; va en fuga, mientras que la historia se mantiene en vela; es nada más la cifra, no el inventario, de lo vivido. Hacemos el repaso de las formas, perseguimos el arco de su contorno, sin alcanzar un conocimiento íntimo ni exhaustivo. Los significados se desvanecen hasta quedar únicamente el sedimento de una gramática, la acumulación misteriosa de unos signos.Vivir es un espacio en el que las cosas tienen un ser y una distancia es un acto de consumación, imaginado por el deseo. En vez de las ruinas de la ciudad, quisiéramos ver todo resuelto en una sola imagen, y que lo roto no siguiera determinando nuestro desenlace. Christopher Domínguez Michael, en la presentación de esta edición, afirma que "Una piñata llena de memoria implica una triple lectura: cuerpo, historia y escritura". La confrontación de los fragmentos de un tiempo que todavía transcurre, inevitablemente nos deja desnudos ante nuestra propia invención: estamos en el instante anterior a toda posesión, mirándonos frente al lenguaje como si éste fuera el espejo del mundo o de nosotros, la única memoria que al fin pudiera resultar palpable y cierta.