Enciclopedia de la Literatura en México

Emilio Rabasa

Ángel Muñoz Fernández
1995 / 07 ago 2017 11:55

Nació en Ocozocuautla, Chiapas, en 1856 y murió en la Ciudad de México en 1930. Literato, abogado y político. Desde muy joven figuró en las legislaturas de Oaxaca y Chiapas. Profesor de derecho civil. Gobernador de su estado. Procurador General de Justicia. Senador de la República. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Academia de Jurisprudencia. Exiliado en Estados Unidos de América, radicó en Nueva York.


Notas: Escribió diversas obras de tipo jurídico.

Alfonso Reyes
1958 / 17 sep 2017 10:43

El escritor político y constitucionalista Emilio Rabasa, bajo el nombre de “Sancho Polo”, abandona la excesiva preocupación por los ambientes locales, trasciende el costumbrismo, entra en  los caracteres y logra dar alcance social a sus novelas: La bola, La gran ciencia, El cuarto poder, Moneda falsa, La guerra de tres años, verdaderas sátiras de la vida política, pero sátiras en el más serio concepto. Su narración procede de norma galdosina; su prosa, seca, a veces tiene muy buen aire, a veces es algo descuidada. Se lo considera como uno de nuestro más altos novelistas. 

José Luis Martínez
1993 / 13 sep 2018 18:32

Aunque ya se advierten propósitos "realistas", según la manera española, en algunos novelistas contemporáneos y anteriores a él, se considera a Emilio Rabasa (1856-1930), Sancho Polo en las letras, el introductor de esta tendencia. De hecho, el realismo en la novela mexicana no fue sino un grado evolutivo más avanzado del costum­brismo, dominante en toda la centuria, al que añadía una pintura más detenida del ambiente y un estudio más atento de los caracteres, siguiendo los modelos establecidos por Benito Pérez Galdós y José María de Pereda, los novelistas de mayor influencia entre nuestros narradores de las últimas décadas del siglo xix.

Tales fueron las doctrinas y los ejemplos –a éstos debe añadirse el de Dickens– que guiaron a Emilio Rabasa cuando, antes de con­vertirse en jurista y sociólogo eminente, escribió una novela dividida en cuatro pequeños volúmenes: La bola (México, 1887), La gran ciencia (México, 1887), El cuarto poder (México, 1888), y Moneda falsa (México, 1888). Con ironía y desencanto extraños en un hombre apenas en la madurez, Rabasa relató en esta serie novelesca, hasta cierto punto autobiográfica, los accidentados amores de Juanito Quiñones, el héroe y narrador, y Remedios, la dulce sobrina del feroz cacique Mateo Cabezudo. Pero gracias a los obstáculos que éste pone a su noviazgo, el protagonista se ve forzado a participar en una re­friega, "la bola", que surge en su pueblo San Martín de la Piedra; luego le es preciso ir a la capital del estado donde tiene oportunidad de conocer los turbios juegos de la política local, "la gran ciencia". Huyendo de las consecuencias de una agresión, en defensa del honor de su novia, torna el héroe, pasajeramente, a su pueblo y de allí va finalmente a la Ciudad de México donde, en recuerdo de las apti­tudes que había mostrado al escribir la proclama de "la bola" pueble­rina, ingresa al periodismo, "el cuarto poder", en el que conquista éxitos y halagos. Pronto, sin embargo, descubre cuánta "moneda falsa" y venalidad hay en aquel medio en que los elogios y la difa­mación tienen un precio. A pesar de sus propósitos, el ambiente acaba por transformarlo y un día se ve comprometido a raptar a una im­pulsiva y otoñal vecina, y sus amigos de ayer, para contentar a su viejo rival Cabezudo, lo denigran públicamente. Pero Remedios, la novia de ayer, se muere y el peligro que corre reúne a los enemigos y devuelve al héroe a sus ideales de antaño, y a todos, al pueblo oscuro a donde van a terminar pacífica y melancólicamente sus días.

La parábola que aprendemos en la novela de Rabasa no nos llama, sin embargo –como en Astucia de Luis G. Inclán–, a un retorno a los orígenes; su lección es amarga y negativa: los horrores de "la bola", la corrupción de la política y el periodismo, los peli­gros de la ciudad. Pero antes que presentarnos tan escéptico pano­rama desde la perspectiva del moralista, Sancho Polo tuvo el acierto de velarlo tras un dibujo irónico, apenas interrumpido por efusivas pinceladas sentimentales. En los dos primeros volúmenes –muy superiores a los que les siguen–, la graciosa pintura de la vida e intrigas pueblerinas, la vigorosa y animada narración de la refriega y el pintoresco cuadro de la corte que rodea a los políticos de la capital del estado, aparecen siempre afinados por el correctivo de la ironía que lima desproporciones, palia las iras y frena las exalta­ciones sentimentales. Y al mismo tiempo que Rabasa componía esta "educación política" –no menos desilusionada que la "sentimental" de Flaubert– supo pintar situaciones características de la vida mexi­cana de ayer y hoy y crear un modelo de nuestra novela política y social. Las páginas de La bola podrían ser de alguna de las "novelas de la Revolución" contemporánea, y los ambientes descritos en aquélla y en su continuación, La gran ciencia, las envidiarían para sus obras nuestros novelistas actuales. Ni siquiera está ausente de la novela de Rabasa ese escepticismo frente a las consecuencias de las luchas fratricidas, constante en el ánimo de la mayor parte de cuantos han novelado la Revolución. Con puntualizaciones tan sociológicas como prudentes, Rabasa distinguía las revoluciones, a las que debemos –escribía– "la rápida transformación de la sociedad y las institucio­nes", de "la bola". A ésta, afirmaba,

...la arrastran tantas pasiones como cabecillas y soldados la constituyen; en el uno es venganza ruin; en el otro una ambición mezquina; en aquél el ansia de figurar; en éste la de sobreponerse a un enemigo. Y ni un solo pensamiento común, ni un principio que aliente a las conciencias. Su teatro es el rincón de un distrito lejano; sus héroes hombres que, quizás aceptán­dola de buena fe, se dejan lo que tenían, hecho girones en los zarzales del bosque.

Moderno pues en su concepción de esos elementos tan señalados de nuestra vida que son las revoluciones y la política, y moderno también en el sobrio y fácil estilo narrativo con que realizó su novela. Pero no en vano guardó su madurez para sus reflexiones de jurista y sociólogo, y sólo concedió sus años juveniles a las letras. Carece su serie novelesca de esa profundidad y densidad en las concepciones finales, la narración se vuelve profusa y carente del interés que animaba la primera mitad de la serie; sus recursos novelísticos son apenas los esenciales; su lenguaje no escapa al desaliño. Y sin em­bargo, La bola y La gran ciencia podrán volverse a leer con la seguridad de encontrar en ellas estampas aún vivas y elocuentes, expresadas con una ironía y un desencanto que aún nos regocijan y conmueven.

Un año antes de iniciar la publicación de su serie novelesca, Emilio Rabasa reunió una antología de poetas oaxaqueños –acaso su primera obra literaria– en cuyo prólogo afirma la estética nacionalista que, dentro de la tendencia establecida por Altamirano, habría de guiar sus breves escritos literarios. En 1891, finalmente, ocurrió la última aparición de Sancho Polo. En las páginas de El Universal publicó entonces una breve obra maestra –recogida en volumen en 1931–, La guerra de tres años, la novela corta de mejor factura y de gusto más moderno en nuestras letras del siglo xix.

Emilio Rabasa Estebanell nació en Ocozocoautla, Chiapas, el 22 de mayo de 1856, y murió el 25 de abril de 1930, en la Ciudad de México. Eva Guillén Castañeda relata que el catalán José Antonio Rabasa, padre del escritor, dejó su patria para establecerse temporalmente en Nueva Orleans, Estados Unidos, donde contrajo matrimonio con “una dama mexicana”. Después se trasladó a Chiapas con la finalidad de dedicarse a las labores agrarias. En la hacienda que habitaban murió su primera esposa y José Antonio se casó en segundas nupcias con Manuela Estebanell, con quien procreó tres hijos: Ramón, Emilio e Isabel.

Emilio Rabasa recibió la instrucción primaria en su hogar y a los doce años partió a Oaxaca para estudiar en el Instituto de Ciencias y Artes, centro en el cual, por su inclinación al estudio, “se hizo querer de todo el mundo”, según Ángel Pola. Con las mejores calificaciones, se recibió de abogado el 4 de abril de 1879.

Inició su trayectoria en el sector público como diputado a la legislatura de Chiapas en 1881. En 1882 dirigió el Instituto del Estado, donde dio a conocer su espíritu progresista, creencias avanzadas, conocimientos literarios y científicos, al perfeccionar el plan de estudios, así como el orden serial de las cátedras, también de acuerdo con Pola.

Ese mismo año regresó a Oaxaca; ahí contrajo matrimonio con Mercedes Llanes Santaella (1860-1910), hija de Manuel Llanes, reconocido médico oaxaqueño. En esa ciudad continuó su trayectoria laboral: de 1883 a 1884 trabajó como juez civil, y en 1885 Luis Mier y Terán, gobernador del estado, lo nombró su secretario particular.

Al año siguiente se trasladó a la capital de la República y en octubre ocupó el cargo de defensor de oficio en la Secretaría de Justicia. En enero de 1887 fue designado agente del ministerio público; en abril tomó posesión del Juzgado Quinto Correccional y de la cátedra de Economía Política en la Escuela de Comercio. Más tarde ejerció como juez primero de lo penal, magistrado del Tribunal Supremo, procurador del Distrito Federal y gobernador de su estado natal durante dos periodos: de 1891 a 1892 y de 1893 a febrero de 1894, fecha en que renunció definitivamente. Entre sus primeras acciones al frente del Ejecutivo en su estado destaca el traslado de los poderes de San Cristóbal de las Casas a Tuxtla Gutiérrez; además, con el objetivo de mantener a Chiapas comunicada con el centro del país, encaminó la construcción de carreteras, vías férreas, redes de telégrafos y teléfonos.

Al terminar la gubernatura, Rabasa cambió su residencia a la Ciudad de México; allí ocupó una curul en el Senado de la República hasta 1913, cuando tuvo lugar el derrocamiento de Francisco I. Madero y la disolución de las Cámaras. Al tomar posesión el presidente Victoriano Huerta, Rabasa asistió como delegado a las Conferencias de Niagara Falls, Ontario, Canadá, del 24 de mayo al 15 de julio de 1914. Héctor Díaz Zermeño lo ubica dentro del grupo selecto de los Científicos; por ello, cuando Venustiano Carranza promulgó el Plan de Guadalupe en contra de Huerta y desconoció al presidente interino Eulalio Gutiérrez, Rabasa salió del país para radicar en Nueva York hasta 1921. Debido a su capacidad y gran inteligencia, en 1929 se le designó rector de la Escuela Libre de Derecho, de la que fue uno de los fundadores y en la que se desempeñó como catedrático y pasó a la historia como un reconocido maestro. Desempeñó tal responsabilidad hasta su fallecimiento.

Emilio Rabasa ingresó en el sistema literario mexicano en 1881, desde las filas del periodismo. Colaboró en La Iberia, impreso chiapaneco; El Porvenir, de San Cristóbal de las Casas, y El Liberal, de Oaxaca, de 1883 a 1884. En 1888 y con Rafael Reyes Espíndola, fundó el rotativo capitalino El Universal, en cuyas páginas él y Francisco Sosa generaron una polémica sobre la novela María de Jorge Isaacs.

Aunque Rabasa comenzó sus actividades como escritor en la adolescencia, poco se conoce de su obra de aquella época. Se sabe, por ejemplo, de una oda en honor de Emilio Castelar y de un poema conformado por 56 sextetos, dedicado a su esposa y titulado “A Mercedes”. Sin embargo, según el licenciado Nicanor Gurría Urgel, gran amigo de Rabasa, éste abandonó la poesía porque al conocer algunos poemas de Salvador Díaz Mirón se sintió “tan inferior […] que prometió no sólo no volver a escribir versos, sino destruir todo lo que había hecho, sin que se escapara a esta firme resolución el folleto donde estaban reunidos sus mejores poemas”. No obstante, algunas de estas composiciones fueron recuperadas por Emmanuel Carballo en su edición de la última novela de Rabasa, La Guerra de Tres Años, y por Marcia A. Hakala en su libro Emilio Rabasa. Novelista innovador del siglo xix.

La formación literaria del escritor chiapaneco fue ecléctica. Él mismo confesó su cercanía con la Biblia y con algunas referencias hispanas, como el Tesoro del parnaso español, antología preparada por Manuel José Quintana; según el propio Rabasa, ese texto lo introdujo a la poesía, aunque en un principio le costó comprender a varios de los poetas ahí reunidos. Además, supo de poética por José Gómez y Hermosilla, y se interesó por las obras de fray Luis de León, Francisco de Quevedo, el dramaturgo Antonio Hurtado de Mendoza y Miguel de Cervantes Saavedra. Por supuesto, también tendió un vínculo estético con los realistas españoles, como Benito Pérez Galdós. Entre sus lecturas sobresalen autores clásicos franceses del siglo xvii, como Pierre Corneille y Jean-Baptiste Racine, además de Alfred de Musset, el orador sagrado Jacques-Bénigne Bossuet, Alphonse Daudet y Émile Zola.

Según Ángel Pola, Rabasa solía hacer traducciones; tal fue el caso del poema “María”, perteneciente al libro de poesías Rolla (1833), de Musset, publicado en la Revista Azul (núm. 9, 1º de julio de 1894). De igual manera, se tiene noticia de que el escritor chiapaneco editó un volumen titulado La musa oaxaqueña, colección de poesías escogidas de vates oaxaqueños, precedida de un prólogo de su autoría, fechado en Oaxaca en 1886.

El autor firmó sus obras con su nombre y con dos seudónimos (los que a la fecha se conocen): Pío Gil, que usó con menor frecuencia, en su crítica literaria tanto en El Diario del Hogar como en El Universal, y Sancho Polo, inmortalizado en la mayoría de sus novelas.

En cuanto a su producción novelística, puede decirse que fue escasa, pues sólo contamos cinco títulos. Entre 1887 y 1888 publicó la tetralogía conformada por La bola: novela original, La gran ciencia: novela original, El cuarto poder: novela original y Moneda falsa: 2ª parte de “El cuarto poder”. La quinta novela, La Guerra de Tres Años, apareció en el folletín del diario El Universal en 1891 y como libro, de manera póstuma, en 1931, prologada por Victoriano Salado Álvarez.

La crítica literaria supo apreciar a Rabasa en su momento. Pola advirtió que era el primero que venía “al mundo de las letras sin el apadrinamiento de don Ignacio M. Altamirano”; no obstante, sintiéndose pequeño para emitir críticas sobre la producción del chiapaneco, en su entrevista prefirió citar a Justo Sierra y Joaquín Arcadio Pagaza, no sin enfatizar que sus opiniones eran imparciales, pues ninguno de ellos conocía al autor de La bola. De acuerdo con Pola, Justo Sierra confesó que una noche abrió La gran ciencia, desconfiando de la calidad del novelista, y no la dejó hasta llegar al final; consideró que Rabasa escribía bien, “lo cual era notable”, y encontró en su prosa la influencia de Benito Pérez Galdós. Pagaza, por su parte, afirmó: “Escribe bien, muy bien”; sus novelas son “una cosa notable, muy notable”, y si “corrigiera uno que otro defectillo”, en poco tiempo llegaría a ser inmejorable.

A lo largo del siglo xx, las academias extranjera y vernácula incluyeron a Rabasa en sus respectivas historias de la literatura mexicana. La veta integrada por estudiosos norteamericanos historió su perfil intelectual e inscribió sus textos en distintas corrientes literarias. Así, Frederick Starr ofreció una sucinta biografía del escritor y breve reseña de su obra en Readings from Modern Mexican Authors. Más tarde, en su libro Emilio Rabasa y la supervivencia del liberalismo porfiriano: el hombre, su carrera y sus ideas, Charles A. Hale puntualizó el importante papel de Rabasa en México como intelectual producido y educado bajo el régimen de Porfirio Díaz. En la segunda mitad de la centuria, Ralph E. Warner, en su Historia de la novela mexicana en el siglo xix, lo distinguió por su lucha “en contra del romanticismo que [durante el último tercio del siglo xix] todavía hacía sus estragos” en las letras mexicanas, aunque, en varias ocasiones, el narrador rabasiano comulgara con ciertos preceptos de dicha escuela, entre ellos “la personificación de la Naturaleza, la anticipación de la trama, [y su] intromisión […] en [la] obra”. De igual modo, en el libro Emilio Rabasa, novelista innovador mexicano en el siglo xix, Marcia A. Halaka afirmó que Rabasa era “escritor innovador y moderno” por su estilo cuidadoso y variado, en comparación con otros literatos nacionales. Por su parte, Elliot S. Glass analizó la relación que existe entre la representación de sus personajes —arraigados a una idea particular de “lo mexicano”—, sus artículos periodísticos y sus tensiones con diversos políticos revolucionarios, en México en las obras de Emilio Rabasa. Por último, en “La novela mexicana frente al porfirismo”, John S. Brushwood consideró a Rabasa heredero de la picaresca española y del realismo francés, que empleaba bases científicas para la construcción de una nueva moral.

Ahora bien, la premisa de Brushwood dialogó con la veta explorada, antes de él, por escritores e investigadores mexicanos, quienes mostraron la importancia de Rabasa en el campo intelectual finisecular y establecieron su tradición ascendente y descendiente. En un primer momento, la escritura del chiapaneco se asoció con creaciones provenientes de la península ibérica. En varias aproximaciones publicadas desde 1928, Carlos González Peña aseguró que Sancho Polo había sido “el introductor del realismo en la novela [de nuestro país]” y subrayó las antes mencionadas influencias de Cervantes y Galdós tanto en la composición de sus obras como en su estilo (véase Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días). Además de ratificar esta idea, en Historia de las letras mexicanas en el siglo xix, Emmanuel Carballo resaltó la función pedagógica de los personajes rabasianos, retratados como antihéroes con la finalidad de exponer la barbarie y la corrupción presentes en todos los estratos sociales de la nación.

En un segundo momento, a partir de 1950, la crítica otorgó a Rabasa el papel de precursor de la novela de la Revolución Mexicana. En este sentido, Salvador Calvillo Madrigal, en el artículo “La Revolución que nos contaron”, señaló la constante aparición del abuso del poder político, burocrático y periodístico en la narrativa del escritor chiapaneco. Asimismo, Mariano Azuela apreció en ésta un completo cuadro de la sociedad porfiriana y un auténtico espíritu crítico en torno a la esencia rebelde, inconforme y desalmada de “la bola”, lo que lo llevó a establecer que Rabasa fue el primero en enfrentarse “a los problemas políticos y sociales que otros novelistas habían tocado acaso, pero sin la preparación de un verdadero sociólogo”. De igual manera, mediante un examen minucioso de la tetralogía novelesca, José Luis Martínez consideró La bolaLa gran ciencia muy superiores a El cuarto poder y Moneda falsa, ya que los volúmenes iniciales ofrecen, con mayor nitidez, una guía correctiva de la “educación política”, con un estilo irónico, sagaz.

Con motivo del centenario del nacimiento de Emilio Rabasa, proliferaron artículos en torno a la importancia de este personaje en la vida política, social y cultural de nuestro país. En 1955, Rafael Heliodoro Valle anunció, en Excélsior, la organización de un comité chiapaneco con el propósito de honrar la memoria del escritor. Con ese mismo espíritu festivo y un año más tarde, corresponsales de El Nacional —entre los que se contaban Gabriel Ferrer de Mendiolea y Andrés Henestrosa— elogiaron la relevancia de Rabasa tanto en las leyes como en las letras mexicanas. Por su parte, El Universal participó de la celebración con un somero análisis de su narrativa y una biografía, a cargo de José M. González de Mendoza y Andrés Serra Rojas, respectivamente. Finalmente, Nemesio García Naranjo y Manuel González Ramírez, redactores del diario Novedades, señalaron que tanto la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional como la Escuela Libre de Derecho rindieron homenaje al autor de La bola.

Por su parte, la crítica elaborada en el siglo xxi se ha caracterizado por abordar la novelística del chiapaneco con un enfoque sociológico. Por ejemplo, María Rosa Palazón Mayoral y Columba C. Galván Gaytán, en “La gran ciencia: Emilio Rabasa y el credo positivista”, vincularon el ascenso social de los personajes rabasianos con las teorías de Comte, Spencer y Taine sobre la evolución progresista. Belem Clark de Lara, en El cuarto poder y Moneda falsa, analizó la tensión del periodismo finisecular que surgió entre el literato-periodista y el reporter. Cabe mencionar, también, las más recientes aproximaciones en torno a la última obra de Rabasa, La Guerra de Tres Años, a la que se ha calificado de satírica, concisa, imparcial, rigurosa, objetiva, severa, e incluso se ha considerado la mejor novela del autor. Entre los que suscriben esta postura se encuentra Óscar Mata, en La novela corta mexicana en el siglo xix. Cabe decir que en 2009 La Guerra de Tres Años se integró a la biblioteca virtual La novela corta, página electrónica del proyecto homónimo realizado en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Si bien sus novelas dieron a Rabasa un lugar prestigioso en la República de las Letras, se suele estimar que su principal aportación fue en el terreno del derecho y la ciencia política, reconocimiento ganado por sus famosos escritos El artículo 14, Juicio constitucional, La Constitución y la dictadura y La evolución histórica en México.

Por tan sólida trayectoria, el escritor chiapaneco fue propuesto como miembro de número en la Academia Mexicana de la Lengua; leyó su discurso de ingreso el 18 de mayo de 1908.

Tras sufrir un padecimiento estomacal, unido a la arterioesclerosis y a una progresiva ceguera, vivió sus últimos años en la calle de Durango, en la Ciudad de México. Una pulmonía fulminante causó su fallecimiento.

 

Bibliografía

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Seudónimos:
  • Sancho Polo
  • Pío Gil