Enciclopedia de la Literatura en México

La guerra de tres años

mostrar Introducción

La guerra de tres años del escritor y jurista Emilio Rabasa narra cómo el pueblo de El Salado se ve envuelto en una riña de intereses: por un lado, los liberales que buscan imponer en la vida cotidiana los frutos seculares de la guerra de Reforma (también llamada guerra de los Tres Años por su duración y a la cual se alude en el título) y por el otro lado, los conservadores que quieren favorecer las fiestas religiosas. La gresca entre Don Santos (presidente municipal de El Salado) y Doña Nazaria (viuda devota de la iglesia católica) involucra desde inofensivos chismes hasta comunicados oficiales. Como novela realista, La guerra de tres años muestra personajes comunes en la vida pueblerina del México decimonónico: tenderos, viejos liberales, políticos astutos, amantes, secretarios y matronas.

Rabasa cuestiona el actuar de los personajes que se encuentran subyugados por el nepotismo imperante, las políticas superfluas, e incluso, sus propias pasiones. En la literatura realista de finales del siglo xix, la reflexión sobre la sociedad resultaba imprescindible para la comprensión cabal del acontecer mexicano. Rabasa al hacer retratos y caricaturas de su época, nutrió la crítica que se realizaba a la clase dominante.

La guerra de tres años, quinta novela del escritor, apareció por entregas de septiembre a octubre de 1891 en el periódico El Universal, firmada con el seudónimo Sancho Polo.[1] Recopilada en forma de libro y publicada por la editorial Cvltvra con ilustraciones de Isidoro Ocampo,[2] la novela vio la luz en 1931, un año después de la muerte del autor.

mostrar Del Porfiriato al Maximato

En 1884, cuando Porfirio Díaz proclamó el segundo mandato, la sospecha de dictadura rondaba el pensamiento político y surgieron, en menos de una década, diversas rebeliones que pusieron de manifiesto el descontento social en toda la República. La primera reelección de Díaz resultó irónica, dado que en su momento se rebeló contra Benito Juárez por las mismas causas. Emilio Rabasa, en su libro La evolución histórica de México (1920), resaltó un paralelismo entre las dos figuras que, a su vez, también los separa: mientras que Juárez desata la guerra de Reforma y, junto con Lerdo de Tejada, se da a la tarea de separar la Iglesia y el Estado; la política de Porfirio Díaz radicaba en mantener abierta la comunicación con la Iglesia después de ver las consecuencias de la llamada rebelión de los Religioneros.

Rabasa logró plasmar en su novela La guerra de tres años, una crítica no sólo al funcionario local y al populacho, sino también al alto funcionario, como una muestra de la extendida dolencia nacional creciente a partir de la guerra de Reforma y las leyes impuestas por Lerdo de Tejada (quien sancionó tanto a jesuitas como a las hermanas de la caridad). En el ámbito pueblerino, este cobro de conciencia, tiene un cauce trágico: desde 1885 y hasta 1893, años que enmarcan la gesta y la publicación periódica de La guerra de tres años, también surge un triste episodio nacional: la rebelión y matanza de Tomochic, Chihuahua. Heriberto Frías publicó su novela Tomóchic por entregas y de manera anónima en 1892,[3] dando fe de este acontecimiento.

En 1888, Emilio Rabasa y su amigo Rafael Reyes Spíndola fundaron el periódico El Universal en el que el primero colaboró con poemas, cuentos y varias columnas de crítica literaria, como la realizada a la poesía de Justo Sierra[4] y la polémica con Francisco Sosa sobre Miau de Benito Pérez Galdós.[5] Para entonces, Rabasa era conocido dentro del ámbito literario de la época (Manuel Gutiérrez Nájera incluso lo había elogiado en su artículo “La bola de Sancho Polo”)[6] y el periódico se convirtió en el lugar idóneo para colocar por entregas su última novela La guerra de tres años.

Hacia 1889, la república de las letras despedía a Ignacio Manuel Altamirano, que partía con rumbo a España en misión diplomática. La nueva estética que se fraguaba con las influencias de José Martí y Gutiérrez Nájera, vio oportunidad de afianzarse en este cambio paradigmático.

En 1931, cuando La guerra de tres años se publicó en forma de libro por la editorial Cvltvra, el contexto político y el literario había cambiado de manera radical: a 20 años del inicio de la Revolución, el Porfiriato se veía lejano: “El giro populista del pensamiento de las minorías letradas de México luego de terminada la fase armada de la Revolución tenía como propósito conjurar la inquietud que un sujeto como Rabasa, desde la matriz liberal de su visión del mundo, sentía frente a los nuevos actores sociales”.[7] Plutarco Elías Calles tomó la silla presidencial en 1924 y al modificar el código penal impuso la llamada Ley Calles que sancionaba aspectos del culto religioso. Por consecuencia, en 1926 comenzó el conflicto armado que llevó el nombre de guerra Cristera o Cristiada y se extendió hasta 1929.

En literatura, despuntó la Novela de la Revolución Mexicana con La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán escrita en el exilio y publicada en 1929; mientras que en la producción tolerada por el régimen (dominio del partido del estado, el Partido Nacional Revolucionario) “a pesar del tono pesimista de las novelas que aparecieron entre 1926 y 1940, por lo general no criticaban franca o directamente a los triunfadores de la Revolución”.[8] En este ambiente tirante entre religiosos y seculares, La guerra de tres años volvió a cobrar vida entre los intelectuales. Sin embargo, las posturas políticas del propio Rabasa fueron causa de que otros intelectuales estigmatizaran su producción como escritor y como jurista.

mostrar Carreteros y señoritos de la crema: el realismo de Emilio Rabasa

En México, las corrientes literarias de la época cercana a Emilio Rabasa eran el Costumbrismo, el Romanticismo, y el Modernismo, cuyas principales figuras fueron, respectivamente, José Tomás de Cuellar, Ignacio Manuel Altamirano y Manuel Gutiérrez Nájera. En el ámbito de la literatura mundial, el núcleo francés estaba constituido por la influencia del Naturalismo de Émile Zolá y el encanto sin precedentes de Madame Bovary (1856) de Gustave Flaubert. En España, Benito Pérez Galdós abría una ventana al Realismo con su narrativa expresiva y rica tanto en sus novelas como en los Episodios nacionales (1873). Emilio Rabasa desde su primera novela y más notablemente en La guerra de tres años, tuvo una preocupación estilística clara: alejarse del Romanticismo sin caer en el retrato vacío de las costumbres de un lugar, sino al contrario, utilizar las características propias de una comunidad netamente mexicana para mostrar las carencias en política, los tropiezos ideológicos y lograr una crítica a las aplicaciones teóricas de las Leyes de Reforma que se pierden en la práctica:

En El Salado había de todo y don Santos no era hombre para escarmenar los problemas complejos. El alto comercio y los propietarios de abolengo y apellido rancio eran verdaderamente devotos; pero enemigos de meterse en camisa de once varas, trataban de aparecer como liberales moderados, se dejaban visitar del cura, y saludaban afectuosamente al jefe de quien nunca hablaban mal. Acataban los preceptos de la Iglesia por interés de la otra vida, y respetaban mucho al gobierno por el rato que hemos de pasar en ésta.[9]

El autor de La guerra de tres años, no sólo utilizó el Realismo por tratarse de una corriente literaria en boga; lo aplicó como herramienta necesaria para el desarrollo de sus ideas como jurista: en sus novelas, el fondo es forma. Sobre el uso del Realismo en Rabasa, dice Marcia Hakala que “demostró una afinidad por el análisis inductivo. Es decir, usaba ejemplos específicos de un problema socio-político para luego sacar conclusiones generales acerca del problema en México. Un buen ejemplo de esto es el conflicto básico que presenta en La guerra de tres años”.[10]

El material que Rabasa emplea en sus novelas proviene tanto de su aguda observación como de su experiencia al gobernar Chiapas. Sin embargo, mientras que en otras novelas los críticos encuentran notas autobiográficas, en La guerra de tres años parece no existir ninguna,[11] y con ello, ésta obtiene una particularidad que la distingue de las anteriores. En La guerra de tres años los recursos realistas de los que echa mano el autor buscan tratar una preocupación específica: el problema nacional que se vivía; por eso la naturaleza de la obra exige mantenerse a raya de sus experiencias personales. Rabasa se sirve de la novela como suerte de experimento, en el que aplica y muestra el ejemplo de la práctica ideal en lo terrenal, dicha cuestión le suma complejidad a su visión literaria porque “estaba aplicando su propia variedad del realismo, una en que respondía el ímpetu francés, pero en que simultáneamente incorporaba esa cualidad más íntima y subjetiva que es tan común en la literatura española”.[12]

Otro rasgo digno de notar sobre su preocupación estilística es que el autor se difumina al no tomar partido por las posturas ideológicas de sus personajes. El retrato esbozado logra capturar el lado humano, plasma las contradicciones sin afán aleccionador y sin aplicar castigo desmesurado –como en las novelas románticas de la época– a aquél personaje que piense de manera contraria a sus principios. Emilio Rabasa, como Zolá, describió lo que veía, de manera que los personajes toman el cauce de sus propias decisiones; pero como realista, agrega la crítica mediante la ironía, sin moralizar:

Don Santos se batió o no se batió; duró o no duró en las filas republicanas; estuvo o no estuvo en el asalto de Puebla el 2 de abril; sobre esto no creo una sola sílaba de lo que él cuenta. El caso es que no se sabía en El Salado, a punto fijo, si tenía grado reconocido en el ejército o en la guardia nacional. Yo sé decir que le encontré cuatro o cinco años antes de los sucesos que ahora voy a referir, arreando cuatro burros en la cuesta de Los Coyotes.[13]

Una técnica estilística propia de la novela romántica en boga era el recurso del acontecimiento improbable: la feliz serendipia o la trágica fuerza del destino; para Emilio Rabasa esta técnica no producía el efecto que necesitaba en sus novelas: el cauce de las decisiones de los personajes en un contexto social que los sobrepasa. Así, para combatir la solemnidad del Romanticismo en su prosa realista, el narrador aplica el humor de diversas formas: ironía, sátira, burla, sarcasmo e incluso humor negro.

mostrar Apalear al sacristán y emplumar a las cucarachas: el humor

Rabasa apela al humor en La guerra de tres años para tratar un asunto con consecuencias funestas: la oposición de bandos con tendencia al fanatismo durante los años posteriores a la Reforma. La gama de recursos estilísticos y retóricos que utiliza para tal fin es diversa y, aunque merecen un estudio aparte, se pueden mencionar sucintamente algunas características.

Vicenzo Cerami en su libro Consejos a un joven escritor (1997) ha dicho sobre la comicidad que “no hay nada más dañino para una obra cómica que la semioscuridad, el contraluz, los fuertes contrastes luminosos”.[14] Por lejano que parezca, Emilio Rabasa aplica este principio en su forma humorística: si la política mexicana se mueve en las sombras; si el pueblo lleno de ideologías permeables es manejado por intereses oscuros; si personajes de vida triste y opaca mueven los hilos del tejido social (la triste viuda, la amante escondida, el tendero frustrado) entonces nada mejor que arrojar luz a la vida de estos personajes para conducirlos al humor y a su vez, criticar el ambiente en el que se mueven. Es decir, si el político se muestra como un ser solemne, basta con alumbrar la parte oculta de su vida cotidiana para que se convierta en caricatura, como en este ejemplo en el que Santos Camacho se despierta por las campanadas de la iglesia y por medio de una sucesión de verbos se retrata al personaje hasta llegar, mediante el detalle de la vestimenta, a la caricatura:

El jefe buscó los fósforos mientras el cojo ganaba la puerta, recogió el puro que andaba envuelto entre las sábanas, y después de encenderlo, encendió también una vela de sebo que estaba sobre el baúl. Bufando de coraje acabó de vestirse los pantalones con la botonadura de plateada, gruesos y armados como si fueran de cartón, y completó el avío con la chaqueta de género velludo que le daba ciertos lejos de oso domesticado.[15]

Otra forma de humor, tiene su base en las notas del narrador que, gracias a su cualidad omnisciente, puede darse el lujo de incluir un guiño social que muestra la experiencia del autor y apela a la picardía del lector: “Y siguió hasta concluir una frase que cualquiera puede adivinar si ha tratado en su vida con carreteros o señoritos de la crema”.[16]

El ambiente en El Salado es dinámico aunque el argumento de la historia por momentos parezca estático. Los personajes no tienen una evolución ni hay grandes saltos temporales, Hakala dice al respecto que: “En esta obra, ninguno de los dos protagonistas experimenta ninguna metamorfosis ni moral ni mental […] En efecto, la falta general de cambios en la atmósfera de El Salado, y no el cambio inconsecuente de Camacho, es lo fundamental en esta novela”.[17] Sin embargo debe existir movimiento para que la novela avance, por lo que su autor para tal fin emplea la sátira, sátira refinada que utiliza a veces con progresiones o acumulación de acciones desmesuradas. Un ejemplo es cuando Luisa se siente mal y se recuesta, nótese la aglomeración de los verbos para burlarse de las reacciones exageradas: “Una docena de mujeres del pueblo, amargas de condición como Gilda, corrían por la casa; una preparando una bebida, calentando trapos otra, aquéllas buscando una taza, ésta la azúcar y todas atropellándose, armando ruido y dando a la casa de Luisa las proporciones alarmantes de un caso desesperado”.[18]

A este tipo de técnica se le suma la apócope en el diálogo: “Muchas veces la apócope se encuentra en un diálogo en que el autor trata de simular la naturalidad y la espontaneidad del habla. El empleo rabasiano de esta técnica anticipa, como ya hemos dicho, a los novelistas más modernos mexicanos como Mariano Azuela, Agustín Yañez y hasta Carlos Fuentes”.[19] Pero no sólo la maneja para fingir naturalidad, sino que la aprovecha en los diálogos para simular el chisme telegráfico y cómo corre entre los pobladores de El Salado, es decir, para satirizar los dimes y diretes, como en esta escena en la que se anuncia que el padrecito está en la cárcel junto con el santo:

Casi al mismo instante, Zapata llegó corriendo a “La Esperanza en la Honradez”.
—¿Ya saben ustedes? –preguntó.
—Cuenta hombre, cuenta.
—El cura preso y condenado a veinte días de arresto o a cien pesos de multa.
—¡Bueno!
—¡Magnífico!
—El santo preso también
—¡Muy bueno![20]

Sin embargo, cabe destacar que la intención de Rabasa no era llegar a la sátira mediante el tema que le interesaba; al contrario, el humor es una herramienta que utiliza para el tratamiento adecuado de una situación particular. En este sentido, no está muy alejado del propósito que tenía Altamirano con sus novelas, como enfatiza Hakala: “Lo que sí importa mucho en este libro [La guerra de tres años] es un examen de la función del argumento dentro del concepto rabasiano del género. Como Ignacio M. Altamirano y otros, don Emilio creyó que el propósito fundamental de la novela era llamar la atención del público hacia los problemas socio-políticos de México”.[21] Por eso, en el análisis estilístico y estructural de la obra de Rabasa, se debe tener en cuenta el propósito primario del autor.

mostrar Ladrido de perros y aleteo de gallinas

Por la brevedad de las novelas de Emilio Rabasa, los personajes tienen características que los hacen sobresalir de entre otros personajes de la literatura decimonónica. Manuel González ha dicho que: “Aunque quiso pintar almas, en realidad retrató cuerpos, con la impersonalidad de la contemplación objetiva: tan fríamente, como el naturalista; con la precisión escolástica del abogado”,[22] observación que no le hace justicia a los personajes de Rabasa y que a simple vista parece incluso facilona. Emilio Rabasa, al aplicar el humor y la sátira para retratar a los personajes de El Salado, tuvo que presentar un ambiente propicio: “La obra cómica se desarrolla sobre una superficie, sobre un espacio bidimensional”.[23] Esto quiere decir que cuando se usa alguna forma de comicidad en automático se pierde profundidad, pero gana riqueza retórica. Otros elementos a la mano del autor pueden compensar la pérdida de profundidad psicológica, por ejemplo, la crítica que logra con la burla del perfil de un político cualesquiera o el retrato de un lugar que trasciende precisamente por la sátira con que se aborda.

El lugar donde se desarrolla la acción de La guerra de tres años (y en general todas las novelas de Rabasa) tiene características propias que realzan el retrato cómico de los personajes: un país con poder centralizado, con una pirámide social clara que precisa un comportamiento que no puede transgredir el canon y el canon, a su vez, está dictado por la clase dominante:

en una sociedad con un poder fuerte las oportunidades de elección individuales son muy reducidas, los comportamientos están estandarizados y los modelos vienen dictados desde arriba. […] En este contexto, los militares, sacerdotes, comerciantes, terratenientes, señoritas, empleados, policías, políticos perdonavidas, etcétera, se adecuan a un canon de comportamiento bien preciso hasta convertirse en auténticas caricaturas.[24]

Pero en El Salado resulta que hay un conflicto de intereses al momento de definir quién tiene el modelo y el estándar social (los conservadores o los liberales), aunque a veces los mismos partidarios se confundan entre los bandos, pues quieren pertenecer al empoderado en turno, ya sea el gobernador Santos Camacho o la viuda doña Nazaria, según se maneje la situación.

La descripción del pueblo es la primera que aparece en la novela. En este primer retrato el autor remarca la división de poderes a los que está sometido el pueblo por medio de un sonido característico que irrumpe el sueño. El lector con buena dote de imaginación, casi puede ver en toma abierta El Salado apacible, a oscuras y dormido cuando resuenan las campanadas y después, un acercamiento rápido al carácter diverso de los habitantes que se sustenta en una enumeración sensorial primero sobre las características del sonido y quién lo produce, seguido de los tres tipos de habitantes más comunes en el pueblo, para terminar con una pareja simbólica de animales que acrecienta la sensación de conflicto que se intuye e inclina hacia la caricatura:

Minutos más o menos, serían las tres de la mañana en el pueblo de El Salado cuando rompió el primer repique, en el cual juntaron sus voces la campana grande, la cuarteada y la esquila, en desconcierto estruendoso e insufrible, que fue en uno alegría de muchachos, satisfacción de viejas devotas, causa de gruñidos de viejos dormilones, de ladridos de perros y aleteo de gallinas y despertador de todo el mundo.[25]

La descripción del sonido que atraviesa el pueblo despertando a los habitantes da pie para que el narrador de inicio al retrato del personaje más contrariado por las campanadas de la iglesia: el gobernador don Santos Camacho.

mostrar El dragón, el santo y doña Nazaria

Como buen retrato literario, en La guerra de tres años, se provoca un contraste en los caracteres mediante juegos de conceptos contrarios que nos lleva a intuir el conflicto a desarrollar entre los habitantes de El Salado: “Y como por negro de sus pecados y en recompensa de sus virtudes cívicas, vivía en ese mundo don Santos Camacho”.[26] Es evidente que el autor castiga al personaje por lo “negro de sus pecados” y lo recompensa por “sus virtudes cívicas” a vivir y gobernar en aquel pueblo, el chiste finísimo de lo secular y lo religioso en aquella yuxtaposición se cuenta solo. Además se expone el contraste ideológico en el nombre Santos Camacho y la ley que intenta aplicar en El Salado, de tal manera que la caricatura alcanza hasta el nombre propio del personaje.

El cuadro continúa con la aclaración de cómo gobernaba don Santos Camacho “con la autoridad un poco exagerada de jefe político”,[27] lo que se traduce en que el actuar político imperante reaccionaba de manera exagerada ante nimiedades como el repique de una campana.

La estampa de Santos Camacho está enmarcada primero por una serie de acciones que esbozan su manera de actuar: el jefe es arrebatado por el enojo pueril y el narrador aprovecha para contar sus antecedentes en la guerra de Reforma, todo dentro de la misma descripción, como una ramificación nacida a partir de que “Camacho tenía proporciones de coronel, aunque no lo era”.[28] Mediante el ardid narrativo de contar por qué no era coronel, aunque lo parecía, Rabasa hace una analepsis para referir la militancia de Santos Camacho en el bando republicano.

En el segundo capítulo de la novela, se mencionan las ventajosas habilidades a las que recurre Santos Camacho para alcanzar y mantener el puesto de jefe; prácticas comunes en la política mexicana:

tenía presente que no es lo más difícil adquirir sino conservar, para lo cual no escaseaban los regalos a la familia del gobernador; enviaba por extraordinario pescados frescos del río a la señora, durante la cuaresma; remitía de vez en cuando al secretario del gobierno artefactos indígenas, verbigracia, una jaula hecha de pajitas de colores, un abanico de plumas exquisitas y en llegando las vísperas del santo del gobernador, echaba escote entre los empleados del distrito, le arrancaba al pobrísimo ayuntamiento medio centenar de duros…[29]

Mención aparte merece el hecho de que al gobernador le sea celebrado su santo, es decir, la onomástica propia del santoral católico; pues, Santos Camacho al presentarse tan laico, no debería conmemorarlo.

Para rematar con Santos Camacho, se debe reflexionar sobre el concepto de poder político que tenía el jefe; hecho importante porque la representación de Santos Camacho busca ser caricatura de cualquier político de pueblo mexicano, soldado raso que favorece intereses de poderes más altos (ahí, en tal o cual estado, gobierna un Santos Camacho cualquiera, sería el dicho para aplicar el retrato de Rabasa a la vida social de México): “En primer lugar, creía que el distrito era suyo; y, en segundo, que el jefe político manda a todo el mundo, y todo el mundo debe obedecerlo sin chistar. Él no podía comprender la autoridad de otro modo”.[30] La finalidad del autor fue retratar la idea de autoridad que practica Santos Camacho para lograr el mismo procedimiento de configuración que se ha efectuado en otros personajes literarios: a la vieja alcahueta por excelencia a partir de la obra de Fernando de Rojas se le llama desde entonces Celestina; a las circunstancias exageradas se les ha dicho rocambolescas y, en este caso, que el político mexicano de medio pelo con grandes aspiraciones sea un Santos Camacho cualquiera.

Sin embargo una novela no se compone de un solo personaje, para que avance la acción y exista un conflicto de intereses en El Salado, Emilio Rabasa dibuja a otros personajes típicos de la pintoresca escena pueblerina mexicana, aunque sólo nos detendremos con doña Nazaria, la rival empedernida de Santos Camacho.

“Esto explica los odios de don Santos: como jefe político odiaba a los alzados del pueblo que le negaban facultades omnímodas; y como liberal aborrecía al cura, a la iglesia y a las beatas de la “vela perpetua”.[31] Con este breve párrafo Emilio Rabasa comienza la descripción de aquello que antagoniza el poder de Santos Camacho (quien se erige ahora como figura que salta entre las ideas liberales contra la Iglesia de forma casi fanática y una especie de idea conservadora sobre el poder y sus facultades como jefe): los verdaderos antagónicos son, por un lado, los que chocan contra el poder político del jefe y por el otro, devotos de rodilla ensangrentada. Nadie mejor para el puesto que una mujer viuda, doña Nazaria, de carácter y género opuestos al del jefe; además de ser, literariamente, el personaje antagónico y relegado de las novelas románticas.

Si el retrato de Santos Camacho comienza a partir de un hecho incidental e inicia por una descripción puntual, el retrato de doña Nazaria se da al revés: ella aparece en la novela casi de forma abrupta, con una acción y un diálogo, sin que sepamos bien a bien de quién se trata. Además, comparte aparición con la comadre Agustina que desempeña un papel inferior:

Por eso no eran aún las tres cuando la fresca cuarentona acompañada de su comadre Agustina, que no se le despegaba desde la tarde de ayer, aporreaba la última ventanilla de la casa rural, despertando al campanero. Grande gozo tuvieron las dos porque le cogieron durmiendo.
—¿No te lo dije?, ¿no te lo dije? –decía doña Nazaria sofocada por la alegría–. Yo te voy a despertar.[32]

A partir de aquí tenemos tres noticias de doña Nazaria: tiene cuarenta años, pero continúa fresca a las tres de la madrugada, se apasiona con gran facilidad y es una mujer común. Es decir, la mención de doña Nazaria junto a Agustina, da la impresión de que pudo tratarse de cualquiera de las dos, es más, que pudo ser cualquier representante de pueblo de la graciosamente llamada “vela perpetua”.

El hecho de que sea una viuda adinerada le brinda primero, libertad de acción: apoyo monetario a la iglesia y por lo tanto, el voto decisivo en fiestas y arreglos; segundo, libertad de enredarse (por decirlo de algún modo) sin chismorreo de exhibición. Este último aspecto importante porque serán el grito y el mitote entre la nueva querida del jefe Santos Camacho y doña Nazaria –anterior querida del jefe–, lo que desencadene el revuelo contra el jefe político.

Así, las caricaturas de la obra resultan claras: desde el jefe político mediocre de cualquier pueblo mexicano; pasando por el secretario (Hernández) triste, afectado y vulgar que sabe manejar a su antojo tanto al pueblo como al jefe; la masa de pueblo, indecisa, siempre entre el chisme y el fanatismo, el dato inexacto y el griterío en el que despunta quien puede manejar las situaciones por ser ajonjolí de todos los moles; hasta llegar a la querida chismosa que puede inferir en la vida política. En ese mundo de contradicciones ideológicas el autor realiza su mayor crítica social o parafraseando a Terencio: el poder es un lobo agarrado por las orejas, si no se avienta a otro te devora, si no se suelta a tiempo, también… y si no se tiene agarrado del lado correcto, la tarascada es inevitable.

mostrar Recepción

La guerra de tres años fue la última novela que publicó Emilio Rabasa y por lo mismo la recepción se dio de formas distintas, con respecto a la fluctuación del poder y la sociedad. Para 1891, Emilio Rabasa ya había fundado el periódico El Universal y tenía lectores aficionados a su producción literaria. La república de las letras lo contaba entre los suyos y se habían publicado comentarios críticos y favorables de sus novelas anteriores. Entonces Emilio Rabasa decidió abandonar su carrera literaria y dedicarse por completo a su carrera como jurista: “Es lástima que haya eludido su evidente vocación de novelista, para entregarse a la ciencia jurídica”.[33] Pero La guerra de tres años tuvo excelente acogida entre sus contemporáneos que ya reconocían en el autor un estilo literario pulcro y trabajado desde sus novelas anteriores. Incluso, como el pináculo de su expresión literaria, La guerra de tres años se consideró como una afirmación de las tesis propuestas, además de la culminación narrativa de su producción.

Pero al no preocuparse por el destino de ésta última novela, quedó relegada hasta su publicación póstuma en forma de libro en 1931. Para entonces, la recepción fue distinta: pese a que el estilo literario seguía causando admiración al lector avispado, el ambiente político de la época y el estigma que cargó la figura de Emilio Rabasa, al defender el gobierno de Victoriano Huerta, había calado entre los estudiosos de la literatura. Si bien su figura nunca se opacó del todo, es sintomático que el iniciador del Realismo en México sea tan poco estudiado o se le tenga tan poca consideración en el recuento de las letras mexicanas. La reedición de La guerra de tres años en 1955 con prólogo de Emmanuel Carballo volvió a colocar en el mapa literario la prosa de Emilio Rabasa, de ahí deriva que otros escritores hayan sido cautivados por sus novelas: “A los cien años de su nacimiento, la lectura de su reducida producción literaria lo hace crecer a nuestros ojos y hallar el reconocimiento de quienes saben que la literatura, además de una humorada de juventud, es un largo proceso”.[34]

Tanto contemporáneos como escritores posteriores han admirado sus novelas. Narradores destacados como Manuel Gutiérrez Nájera, Justo Sierra, Mariano Azuela, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Julio Jiménez Rueda, José Luis Martínez, por mencionar algunos, se han detenido para apreciar y mantener viva su escritura. De la importancia de Emilio Rabasa, Carlos González Peña ha dicho:

Por primera vez se presentaba la novela mexicana con este carácter. Antes había sido picaresca, o moralizante, o folletinesca, o sensiblera, o pintoresca y tan sólo referida a amores y aventuras. Con Rabasa era ya trascendental; en Rabasa, al costumbrista, sumábase el psicólogo abordando estudios de carácter y el sociólogo que convertía en materia artística las cuestiones políticas y sociales.[35]

Emilio Rabasa cambió la literatura de su tiempo; mayor importancia no podría tener. La forma literaria que introdujo sigue vigente en la literatura del siglo xxi, autores escriben y van por el camino del Realismo literario, sendero que inició en México Emilio Rabasa y que por conocimiento de la tradición debe y exige ser estudiado: “Si Clemencia de Altamirano, señaló una nueva etapa en la novelística mexicana en cuanto a la adopción de las formas cultas del género, las novelas de Emilio Rabasa afirmaron esta condición progresista y mostraron que estaba ya superado el simple y pintoresco afán costumbrista”.[36] Pero en su obra no sólo existe un mero valor referencial de índice analítico de enciclopedia literaria, también tienen mérito la forma estructural, el estilo literario, el trazo de los personajes, los retratos de la época, el humor, la caricatura, la sátira política, las relaciones, el ambiente o las descripciones bellamente construidas, tan sólo por nombrar algunas cualidades literarias en los textos de Emilio Rabasa. No sólo merece el análisis de la crítica académica, merece el disfrute de cualquier lector, la reflexión de los escritores mexicanos y la inclusión en los textos escolares.

mostrar Bibliografía

Bruce-Novoa, Juan, “La novela de la Revolución Mexicana: la topología del final”, Hispania, núm. 1, vol. 74, marzo 1991, pp. 36-44.

Carballo, Emmanuel, “Prólogo a La guerra de tres años”, en Antología de Emilio Rabasa, 2 ts., biografía y selec. de Andrés Serra Rojas, México, D. F., Oasis, 1969, pp. 124-127.

Cerami, Vicenzo, “La comicidad”, en Consejos a un joven escritor: narrativa, cine, teatro, radio, Barcelona, Península, 1997, pp. 151-181.

Chumacero, Alí, “Las novelas de Rabasa”, en Alí ChumaceroLos momentos críticos, selec., pról. y bibliografía de Miguel Ángel Flores, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1996, pp. 213-218.

González Peña, Carlos, “Emilio Rabasa”, en Antología de Emilio Rabasa, 2 ts., biografía y selec. de Andrés Serra Rojas, México, D. F., Oasis, 1969, pp. 122-124.

----, “Rabasa y sus novelas”, en Antología de Emilio Rabasa, 2 ts., biografía y selec. de Andrés Serra Rojas, México, D. F., Oasis, 1969, pp. 128-131.

González Ramírez, Manuel, “Prólogo”, en Emilio RabasaRetratos y estudios, pról. y selec. de Manuel González Ramírez, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México (Biblioteca del Estudiante Universitario; 59), 1995, pp. v-xxxiv.

Hakala, Marcia A., Emilio Rabasa: novelista innovador en el siglo xix, pról. de Óscar Rabasa, México, D. F., Porrúa, 1974.

Hernández, Jorge F., “Prólogo”, en Emilio Rabasa, La constitución y la dictadura. Estudio sobre la organización política de México, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002, pp. 9-21.

Magaña Esquivel, Antonio, “Del realismo de Emilio Rabasa”, en Emilio Rabasa, Antología, 2 ts., biografía y selec. de Andrés Serra Rojas, México, D. F., Oasis, 1969, pp. 119-121.

Martínez Carrizales, Leonardo, “Cada día la palabra Pueblo se aproximará más a la significación de multitud: La guerra de tres años y La hacienda”, en Gustavo Jiménez Aguirre (coord.), Una selva tan infinita. La novela corta en México (1891-2014), 3 ts., México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Fundación para las Letras Mexicanas, 2014, pp. 399-421.

Mata, Óscar, “La novela corta realista”, en La novela corta mexicana en el siglo xix, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Universidad Autónoma Metropolitana, 2003, pp. 103-118.

Monsiváis, Carlos, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo xix”, en Historia general de México, México, D. F., El Colegio de México/ Centro de Estudios Históricos, 2000, pp. 957-1076.

Pola, Ángel, “En casa de las celebridades”, en Antología de Emilio Rabasa, 2 ts., biografía y selec. de Andrés Serra Rojas, México, D. F., Oasis, 1969, pp. 101-106.

mostrar Enlaces externos

Arteta, Begoña, “La novela del Porfiriato: un reflejo de la sociedad”,  Universidad Autónoma Metropolitana/ Azcapotzalco/ Departamento de Humanidades,  (consultado el 22 de abril de 2015).

Medina, Hilario, “Emilio Rabasa y la Constitución de 1917”, El Colegio de México, (consultado el 18 de marzo de 2015).

Pola, Ángel, “Emilio Rabasa”, Nexos, (consultado el 6 de abril de 2015).

Rabasa, Emilio, "La guerra de tres años", La novela corta, (consultado el 6 de abril de 2015).

Villegas Moreno, Gloria, “La visión histórica de Emilio Rabasa”, Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto de Investigaciones Históricas, (consultado el 18 de marzo de 2015).

Los liberales de El Salvador hacen que se cumpla el espíritu de la Guerra de los Tres Años al impedir la celebración de actos culto externo. Los conservadores, en cambio, ejercen sus creencias auspiciando fiestas religiosas. Un hecho jocoso de esta índole origina la acción de la novela. Para mi gusto, Emilio Rabasa es uno de los mejores novelistas mexicanos del siglo XIX. Como pocos saben contar las peripecias de la anécdota, sabe explicar con malicia y humor el por qué de las acciones. Sus personajes son sueltos, convincentes, posibles.
A diferencia de otros autores, su primavera tiene cenzontles y clarines; sus bosques, cedros, caobas y ocotes. Su lenguaje, sin dejar de ser castizo, posee un inconfundible sello nacional. Sus novelas son imprescindibles para conocer los distintos aspectos de la vida en la segunda mitad de nuestro siglo XIX.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2004. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


Escuchar con los ojos es una colección que acerca a los jóvenes al mundo de la lectura. Está formada por novelas, cuentos, ensayos y poemas, con un criterio muy amplio: tanto escritos en lengua española como traducciones de los mejores autores de la literatura universal. La caracteriza este cuarteto de Francisco de Quevedo:

Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos.

Emilio Rabasa (Ocozocoautla, Chiapas, 1856-Distrito Federal, 1930). Abogado, periodista y funcionario público. Rabasa es uno de los escritores que cierran brillantemente el siglo XIX mexicano, punto de contacto imprescindible entre el romanticismo costumbrista y patriótico que lo precede y la novela de la Revolución, mostró la vida en México durante el porfiriato con técnicas realistas, sobre todo bajo la impronta de Leopoldo Alas y de Benito Pérez Galdós.

Del autor de una de las sagas narrativas más relevantes de la literatura nacional. Siglo XXI Editores publica ahora la última, la más breve y quizá la más significativa de sus piezas: La guerra de tres años.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2007. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.