2014 / 05 dic 2017
Por donde se sube al cielo es la única novela escrita por Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895). Considerada la primera novela del modernismo, narra el enamoramiento de una comedianta y cortesana, Magda, con un joven de nombre Raúl. La trama, que se desarrolla en Aguas Claras, una provincia de Francia; su final, abierto y que plantea la redención social de la protagonista; y el tratamiento de un tiempo narrativo no lineal, la distinguen del resto de la producción novelística de aquellos años.
Con la publicación de Por donde se sube al cielo, Manuel Gutiérrez Nájera no sólo amplía el espectro de su pluma (escribió poesía, cuento, crónica, ensayo y artículos), sino que se convierte en el precursor de la novela moderna y uno de los autores más versátiles del siglo xix.
La novela apareció en exclusiva para el periódico El Noticioso, como folletín durante los meses que van de junio a octubre de 1882. Contó con un total de ciento noventa y dos páginas y se entregaba irregularmente, una o dos veces por semana, los jueves y los domingos.
El auge de la novela en México comienza a partir de la sexta década de mil ochocientos con la República restaurada (1868), promovido, principalmente, por la pacificación del país y el estímulo nacionalista del segundo romanticismo mexicano. Desde este momento hasta la aparición de Por donde se sube al cielo en 1882 se publicaron las novelas –por mencionar algunas de las más importantes– de Juan A. Mateos El cerro de las campanas (1968), de corte histórico y aparecida por entregas; Calvario y Tabor y Monja y casada, virgen y mártir de Vicente Riva Palacio, ambas de 1868; del maestro Ignacio Manuel Altamirano, Clemencia (1869) y La Navidad en las montañas (1871); La piedra del sacrificio (1871) de Ireneo Paz; y de Pedro Castera la novela sentimental Carmen (1882).
En el mismo año de 1868, Altamirano publica Revistas literarias de México donde expone el plan para una literatura nacional y su concepción sobre la función de la novela. Su proyecto literario se puede resumir en los siguientes puntos: 1) La historia y la geografía mexicanas son “mina inagotable” para el historiador y el novelista, como también sus tradiciones y luchas de Independencia e intervenciones; 2) que la novela nacional busque un “color americano propio”, virgen, original y vigoroso, alejado de la novela francesa “cuya forma es inadaptable a nuestras costumbres”; 3) dar a la literatura “una misión patriótica” y que al mismo tiempo se vuelva “un arma de defensa”; y 4) reconocer el valor público de la novela como género que hace “descender a las masas doctrinas y opiniones” y buscar en su fondo “una intención profundamente filosófica y trascendental”.[1]
Es dentro de esta idea literaria que irrumpe la novela de Manuel Gutiérrez Nájera, una obra que, si bien aborda veladamente problemas públicos y morales como la redención social de una cortesana, rompe mayoritariamente con el programa establecido por Altamirano. Se trata, pues, de una historia que, tanto por su ubicación como por los personajes, no corresponde al contexto mexicano y, por ende, desarrolla una problemática más allá de su contexto.
Vale la pena agregar que en México la figura de la prostituta fue tratada con posterioridad por diversos escritores, como Federico Gamboa en su novela Santa (1908) y otros modernistas en sus cuentos y relatos, tales como Alberto Leduc, Bernardo Couto Castillo o Ciro B. Ceballos; por ejemplo en “Fragatita” (1896), “Dos hermanas” (1893) y “En la sombra” (1903), respectivamente.
Por otra parte, dentro de la narrativa universal la temática de la prostituta fue frecuente durante la segunda mitad del siglo xix, aunque, como apunta Belem Clark, los autores que la abordaron ofrecían una perspectiva de redención individual, como ocurre en La dama de las camelias de Alejandro Dumas, hijo. Bajo este tenor, continúa Clark, la novela del Duque Job “fue la primera que pretendió que la sociedad tomara conciencia de la parte de culpabilidad que tenía en la ‘caída’ de las jóvenes desamparadas”.[2]
Contexto de producción de la novela
La novela de folletín, formato en el que se editó Por donde se sube al cielo, aparecía en la parte inferior del pliego del periódico para que se le pudiera recortar y coleccionar. Según Carlos Foresti, este tipo de publicaciones admitía un contenido misceláneo, cabían tanto los ensayos y críticas literarias, como relatos breves e incluso fragmentos de novelas que podían ser escritas previamente en su totalidad antes de comenzar a publicarse.[3]
Se diferencia, en su mayoría, a decir de Antonio Castro Leal, de la “novela por entregas” en que ésta aparecía en un soporte independiente, en un papel de mejor calidad y en un formato que le permitía al lector empastarla como libro terminadas las entregas, y en que, algunas veces se escribe sobre la marcha, y el lector recibe el texto durante el proceso mismo de su producción.[4]
En cuanto a su estilo o temática, Foresti sugiere que tiene una “forma de novelar, sentimental y sencilla”;[5] no obstante, presenta algunas dificultades para aprehender toda la producción literaria que apareció bajo estas condiciones de publicación. Pues, como continúa el consabido autor, no siempre que una novela aparece publicada como folletín cuenta necesariamente con dichas características. Este es el caso de Por donde se sube al cielo, obra que por su eclecticismo y complejidad formal escapa de dicho tono.
Ivan A. Schulman, uno de los principales estudiosos del modernismo hispanoamericano, reconoce en la novela de Manuel Gutiérrez Nájera un “discurso sincrético característico” que la identifica ya plenamente con los procedimientos característicos del modernismo, mismos que se identifican claramente en otras obras posteriores, como Amistad funesta, 1885, del cubano José Martí y De sobremesa, 1896, del colombiano José Asunción Silva que, hasta el “descubrimiento” de la obra najeriana (en 1994) eran consideradas por la crítica como las iniciadoras del modernismo en la novela.[6]
Por su parte, Belem Clark encuentra que en Por donde se sube al cielo se conjuntan tanto la expresión como la visión de vida típica del modernismo. Según la investigadora algunas de las diferencias sustanciales introducidas en la obra con respecto de Amistad funesta –y en general a la novela del romanticismo– serían: el enfoque de una trama donde el amor deja de estar determinado por el fatalismo (como en el romanticismo) y se vuelve una cuestión social; la contradicción interna de los personajes y su evolución; una realización impresionista de su carácter –mórbidos y neuróticos viven al margen social–; la cualidad del protagonista de ser sensible al arte o artista; el cosmopolitismo: las referencias culturales, históricas, artísticas y literarias extranjeras; un mundo natural que permanece ajeno a los estados de ánimo de los personajes (a diferencia de lo que ocurre en el romanticismo); y su eclecticismo, entre otras diferencias.[7]
El cielo y el infierno: la fábula de una cortesana
La novela cuenta –en sus siete capítulos y prólogo– la historia de Magda, una comedianta y cortesana que hace un viaje en compañía de Provot, su amante, a la provincia de Aguas Claras donde conoce a la familia Lemercier: madame Lemercier, Eugenia y Raúl. En poco tiempo Magda se hace amiga de Eugenia y se enamora de Raúl. Las cosas se complican pues al momento de llegar a Aguas Claras, Provot y Magda tienen que fingir que, en lugar de amantes, son sobrina y tío. Así Provot, personaje público de París, hace varios intentos por aclarar la situación, pero se ve obligado a callar pues las cosas ya han llegado muy lejos. Por su parte Magda cada día se siente más integrada a la dinámica familiar de los Lemercier y cómoda lejos de la ciudad y su antigua vida de cortesana. Lo que deriva –aunado a los sentimientos por Raúl– en un conflicto interno de la protagonista quien duda entre decirle toda la verdad a su enamorado o escapar; llega incluso a contemplar el suicidio. Finalmente, Magda se resuelve a pedirle a Raúl que la espere tres años para volver estar juntos. La novela finaliza con Magda en París donde comienza a arreglar su vida para poder reencontrarse con Raúl.
Al margen de la fábula central, el primer capítulo presenta a Magda en su cotidianidad parisina. La narración es profusa en detalles y datos sobre la vida social de París; ambienta el entorno de Magda y pinta su carácter: frívolo, superficial, caprichoso. También se cuentan las noticias más reveladoras del pasado de Magda: su temprana orfandad y las circunstancias que la llevaron a ese punto de su vida.
En el prólogo el autor asegura que a Judith Gautier –a quien está dedicada la novela– le corresponde la idea primordial que él desarrolla, aunque no se indica claramente cuál podría ser.
Una de las características del modernismo es su eclecticismo. En palabras de Juan Ramón Jiménez en él “caben todas las ideologías y sensibilidades”.[8] Al mismo tiempo es romántico y naturalista, simbolista, parnasiano e impresionista. Así, Por donde se sube al cielo, como primer novela netamente modernista incorporará rasgos e inquietudes diversas. De la sensibilidad romántica Manuel Gutiérrez Nájera conserva su oposición al mundo; la atracción por la muerte y el sueño como medios de escape. Magda, la protagonista, sueña y en este estado de conciencia alterado es que encuentra las revelaciones que le indican cómo poder cambiar su condición. Así, por ejemplo, cuando en un arranque de desesperación decide entrar de noche al cuarto de Raúl para seducirlo y evitar que la rechace cuando sepa la verdad, rectifica debido a que comienza un monólogo dramático: “¡Mentira! ¡No eres tú! [...] Yo soñaba con una alondra y, al despertar, miro ceñida mi cintura por el cuerpo escamoso de un víbora. No puedo besarte, porque no hay en tu cuerpo parte alguna que no esté profanada por los besos de otros; vete lejos de mí: no te conozco”.[9]
De la escuela naturalista comparte la idea del determinismo como agente hereditario; sin embargo, se encuentra matizada dentro de la novela, pues el Duque considera que la sociedad, al hacerse responsable, puede cambiar las condiciones que generan, en este caso, la “caída” de las jóvenes. A su vez son patentes una intención por perfeccionar el lenguaje y un trabajo constante de filigrana en su prosa, propios del parnasianismo:
¡Qué horrible monstruo es la locomotora! [...] Trepa, como víbora gigante, por la vertiente de los montes, y baja, a modo de un alud oscuro, hasta la sima de los más hondos precipicios. Es el cometa de la tierra. Pero el cometa encadenado, preso en la angosta vía que la voluntad y la inteligencia humana le han trazado, cuando desriela, cuando se despeña, es que, cansado de su largo cautiverio, se rebela.[10]
En el simbolismo se persiguió una nueva manera de llamar a las cosas, de escapar del lugar común y conseguir una técnica de comunicación indirecta. Colores, sonidos y movimiento liberan la palabra a través del símbolo y tienden un puente entre el mundo interior y el exterior. En este caso, Magda es producto de la sensibilidad desbordada del autor, que se escapa para funcionar como símbolo del carácter liberador del amor: recuérdese a la María Magdalena de los evangelios, la prostituta redimida.
Las hojas de papel me esperan impacientes, con su traje de novia inmaculada. Magda, mi pobre enferma, la creación de mis horas soñolientas, me pide a voces la vida rápida del libro, como esos cuerpos de ángeles que miran los enamorados en sus sueños, pidiéndoles, en ademán de ruego y con las manos juntas, el triste don de la existencia.[11]
También los supuestos del impresionismo en la pintura están presentes en Por donde se sube al cielo. Como lo harán los artistas plásticos de esta corriente la aparición de la naturaleza dejará de ser realista para fundamentarse en las impresiones que despierta. Belem Clark considera[12] que el ejemplo más claro de esto es que la provincia de Aguas Claras, donde se desarrolla el grueso de la trama, sólo puede ser conocida por “los novelista y los soñadores”.[13] Esto va a provocar que sus descripciones sean típicamente idealistas y que apuesten por el cromatismo:
Lame el mar sus peñascos esponjosos, y canta, cautivo en sus enormes diques, una canción monótona y pausada, como lo son todos los cantos del esclavo. Aquella voz de bajo profundo que alcanza en ocasiones las notas más altas de tenor agudo, es la única que interrumpe el silencio académico de la ribera.[14]
La descripción del sonido del mar anterior que es “monótona y pausada” y no “alegre y ágil” corresponde únicamente a la subjetividad del narrador para quien dicha musicalidad está “fabricada adrede para los locos, los enamorados y los soñadores”;[15] es decir está hecha de las impresiones de un hombre melancólico.
Renovaciones: lengua y recursos estilísticos
El modernismo es uno de los grandes momentos de renovación verbal de la lengua castellana. En la novela “es difícil deslindar el manejo de las fórmulas gramaticales y los recursos retóricos: unos y otros se complementan”,[16] señala Clark; conviven el epíteto, la anáfora, los paralelismos, las enumeraciones y las analogías para estar al servicio de la prosa najeriana.
A través del epíteto se nos presentan a los personajes: Raúl, “gallardo como Apolo”, y Magda, “la bulliciosa parisiense” o “la duquesa”, por ejemplo. La repetición de una palabra, o anáfora, sirve para establecer los diferentes ritmos de la novela, como ocurre en el monólogo interior de Magda, cuando, contemplando el suicidio, cree enfrentarse a la pérdida irreparable de Raúl: “No más congojas, no más zozobras, no más sobresaltos. ¡Mucho frío! ¡Mucha sombra! ¡Mucho olvido!”.[17]
Los paralelismos trazan puentes lógicos y de significado a lo largo de toda la novela. En la construcción del tiempo narrativo es significativo el “detalle” de la “novela de moda” con “sus forros amarillos” que aparece en paralelo tres veces, induciendo las retrospecciones de Magda o permitiéndole volver de ellas.
Las enumeraciones son abundantes en la narración y resaltan las soluciones estilísticas de Gutiérrez Nájera en los pasajes de mayor tensión narrativa. Así, cuando Magda se decide a proponerle a Raúl que la espere tres años para casarse, la “desdicha de Magda” se podía comparar con “el niño sin madre, sin nodriza, sin fuerza para andar y sin palabra” pues “iba a estar sola, sin ayuda, sin socorro, en lucha abierta con los tigres y los leones y las hienas”.[18] Los sinónimos por su parte muestran el amplio repertorio verbal del autor y acentúan el cuidadoso trabajo que el Duque tenía en su prosa.
No obstante la analogía –desarrollada principalmente a través de la comparación– se vuelve el recurso central de su prosa, pues es a través de ella que se construyen las correspondencias entre el mundo sensible y el suprasensible. Al establecer estos puentes en la novela se consigue una construcción verbal renovada y se logra expresar, en última instancia, la emoción íntima de Gutiérrez Nájera. Así, por ejemplo, la lluvia que cae preludiando “su obertura wagneriana” mientras el poeta comienza a escribir la novela –según lo expresa en el prólogo– se relaciona con las ideas del compositor alemán y sobre todo corresponde al primer capítulo en el que “concluido el espectáculo [...] la concurrencia, como una marea oscura, se desborda del teatro” para presentar a Magda quien “entre esa concurrencia de pobres empleadillos y tenderos [...] salía” apenas con tiempo para“quitarse el traje de duquesa y [...] despegarse con la toalla una primera capa de albayalde”.[19]
Otro caso en el que las correspondencias sirven para establecer un puente entre una realidad y otra es al final del primer capítulo. Magda toma “un espejo que tenía oculto entre las colchas, con su marco de plata cincelado y su mango torcido en forma de espiral” y “acercándose los labios al espejo, se dio un beso. Luego apagó la luz y se quedó dormida”.[20] Estas líneas sirven de transición para que en el capítulo dos, “A orillas del mar”, se presente la playa de Aguas Claras, recuperando, con ello, las correspondencias entre el mar y el espejo como símbolo y paralelismo.
El catálogo de recursos retóricos y fórmulas gramaticales es extenso, además de los anteriores el autor utiliza, por mencionar las más recurrentes, gradaciones, perífrasis, hipérbatos, metáforas, preguntas retóricas, prosopopeyas, etc.
Ángel y demonio: la mujer modernista
Sin duda una de las principales preocupaciones –sociales y políticas– del Duque fueron las mujeres; tanto en sus relatos (“Historia de una corista”, “En la calle” o “El hipódromo”, de Cuentos frágiles, 1883) hasta sus crónicas y ensayos político-morales (“Los hijos de esas señoras”, por ejemplo) manifiesta una inquietud sobre la suerte y el papel de la mujer en el naciente mundo moderno que le tocó vivir.
La adopción del modelo capitalista en Hispanoamérica durante la última mitad del siglo xix trajo consigo, aparejado al desarrollo económico y tecnológico, la modernización de las costumbres; se promovió, si bien de manera incipiente, la introducción de la mujer a las esferas laborales y su salida al espacio público –artístico, políticas e intelectuales.
En el curso de este proceso emancipatorio, señala José Ricardo Chávez, se abrieron dos cauces: por un lado hay en nuestros artistas “un miedo masculino y burgués ante una más amplia participación femenina en la vida social”,[21] que amenaza con trastocar la masculinidad y el orden falocéntrico de la vida cotidiana encarnado en la figura de la mujer fatal; y por otro surge la necesidad de recluir a las mujeres en sus hogares –con el fin de salvaguardar el mundo interior– y representarlas como seres enfermizos, casi moribundos, mujeres fágiles que pueden ser cultivadas y cuidadas “como rosas” por los hombres. En este sentido la escritora británica Abba Goold Woolson escribió en 1873:
Las heroínas familiares de nuestro libros, especialmente si son descritas por plumas masculinas, son pequeñas y frágiles, con dedos de lirio y cinturas delgadas, y se supone que viven de aire y luz de luna y que nunca cometen el imperdonable pecado de comer en presencia de un hombre. [...] No es de extrañar, entonces, que los internados sigan la tradición de que es interesante ser pálida y lánguida y enfermiza…[22]
No obstante, ambos cauces combinan sus aguas continuamente, tal y como ocurre en la novela de Manuel Gutiérrez Nájera. En ella, como es típico del modernismo, el personaje femenino, Magda, es ángel y demonio: una comedianta frívola e independiente, que se propone representar el papel de la sobrina del hombre con quien va a vacacionar de la mejor manera “Soy actriz, tengo decoro, y por nada consentiría en representar un papel sin vestir propiamente”,[23] que además gusta de las joyas, los adornos y vestidos costosos, al grado de ser descrita como “una edición de lujo [...] mujer impresa en papel Whatman y con cantos de oro”[24] y al mismo tiempo, en cuanto a creación artística, el narrador la presenta como una “pobre enferma”, “creación de las horas soñolientas”, “como esos cuerpos de ángeles que miran los enamorados en sus sueños”.[25]
En este mismo sentido es importante destacar el hecho de que la obra está dedicada a madame Judith Gautier, quien fuera escritora y poeta, hija de Théophile Gautier, y una destacada figura intelectual de entresiglos. En el prólogo Manuel Gutiérrez Nájera le escribe a la autora de El libro de jade (1867): “Mientras el sueño viene y arde mi tabaco, trazo, señora, las primeras páginas de este libro humilde, cuya idea primordial os pertenece”.[26]
Todo el mundo, toda la cultura
Uno de los rasgos más evocados del modernismo es su cosmopolitismo; el interés que sus escritores tuvieron por dialogar con las letras y la cultura universales. En este sentido el discurso de Manuel Gutiérrez Nájera apela constantemente a referentes literarios y culturales de la época. Se refieren por ejemplo obras como Robinson Crusoe (1719) del escritor inglés Daniel Defoe, La guerra de las mujeres (1844) del francés Alexander Dumas padre o la ópera Roberto y el Diablo (1831) de Giacomo Meyerbeer; nombres de personajes literarios como Tartufo y Mefistófeles; de personajes históricos como Luis xiv, Felipe ii, Rousseau y los generales duque de Wellington y Gebhard Leberecht von Blücher o de personalidades como madame de Warnes, el duque de Morny o Cora Pearl.
Todas estas referencias e intertextualidades fortalecen el sentido de la novela: Magda siente “la soledad de Robinson en la isla; la soledad del ser humano entre las fieras, la tempestad y el mar”.[27] Pueblan el imaginario del lector: “Magda pensó en el tercer acto de Roberto y el diablo y en el Infierno”.[28]
Una de las principales tareas de un novelista es saber cómo contar una historia, en este sentido el tratamiento temporal de Por donde se sube al cielo se distingue por no seguir un orden natural, esto es, que va y viene del presente al pasado y al futuro. En el primer capítulo, “Comedianta”, hay una regresión a través de objetos concretos que explican la infancia de Magda: “la novela a la moda, virgen todavía” y el “paquete de cartas atado con un listón color fuego”,[29] son analogías de un pasado inocente y virgen. Del mismo modo, estos elementos son los que permiten volver al presente: “La novela de moda dormía bajo su forro amarillo [...] El paquete de cartas, sucias y arrugadas, con su cinta roja, yacía sobre la sábana de Holanda”[30] (el subrayado es nuestro). La mutación que ambos símbolos sufren es correspondiente a la que opera en el carácter de Magda, que va de la pureza infantil a la degradación de su estado actual.
El siguiente salto temporal se da entre el capítulo i y el ii. Por medio de una elipsis, es decir la omisión de un lapso en la historia, la narración nos sitúa en Aguas Claras algunos meses después de que se nos presentara a la protagonista en su habitación. La ruptura temporal se da a través de un objeto: un espejo de plata y marfil.
Una tercera alteración en el tiempo narrativo es el brinco hacia el futuro –o prolepsis– que hay entre el capítulo vii, donde se suspende la historia de Aguas Claras, y el vii, cuando ya Magda está de regreso en París. A su vez, en el capítulo vii, ocurre una analepsis o salto hacia el pasado, que cuenta el desenlace –la despedida de los enamorados– de la historia en Aguas Claras; así se restituye el tiempo que había quedado en suspenso. Como en el caso anterior, es un objeto (una cucharilla de cristal) lo que permite transitar del presente narrativo al pasado y de regreso: “Los rayos áureos de la luz entraron a la alcoba, y Magda, más tranquila despertó. La camarera revolvía con su pequeña cucharilla de cristal la poción recetada por el médico”.[31]
El espacio narrativo, asimismo, es singular. Los capítulos que ocurren en París, el primero y los dos últimos, muestran casi exclusivamente la habitación de Magda como alegoría de un espacio interior donde opera la transformación del personaje. Mientras que los capítulos centrales –del segundo al sexto– ofrecen más bien espacios abiertos, como la playa y el campo, que contrastan con la personalidad individualista y sofocada de Magda; incluso cuando se sitúa a la protagonista en la habitación, la presencia de la ventana da una sensación de libertad –llega a intentar saltar por ella–, cosa que no ocurre en la alcoba que ocupa en la ciudad.
Gutiérrez Nájera como novelista: el narrador
Predomina en Por donde se sube al cielo una voz narrativa omnisciente en tercera persona. Se trata de un narrador que conoce y entrevé el interior de los personajes, que adelanta juicios sobre sus acciones y los aspectos sociales que los rodean. En muchos casos es cercano a la enunciación del ensayo o crónica que tan profusamente cultivó Gutiérrez Nájera; en otras ocasiones está más cercano a la voz lírica de la poesía del Duque.
En el capítulo v es la propia Magda quien, a través del monólogo interior, se inquiere a sí misma sobre sus acciones, mezclando su voz con la del narrador omnisciente.
Hay tres tipos de personajes: la protagonista, Magda, de quien se desarrolla su psicología y profundiza en sus contradicciones internas; los secundarios, Eugenia, Provot y Raúl que, si bien no muestran un desarrollo interno, sirven de contrapunto para el protagonista principal: Eugenia por oposición a Magda representa la virginidad y Provot recuerda su condición de cortesana, o bien, son quienes, como Raúl, propician su cambio. El tercer tipo de personajes son los incidentales, algunos como madame Lemercier –representa la virtud de la mujer casada y luego viuda– son también contrapesos de Magda; otros como Monsieur Durand simbolizan un estilo de vida y de pensar pasados, en este caso, los viejos tiempos de gloria de Aguas Claras.
Lectura de una novela: del olvido al interés
A pesar de tratarse de la única novela del Duque Job, sin duda uno de los escritores más queridos del siglo xix, la fortuna crítica que corrió Por donde se sube al cielo es muy poco digna del resto de su producción. Esto a pesar de haber sido publicada en un momento en el que su carrera literaria y periodística iba en ascenso. Así, tuvieron que pasar más de cien años para que fuera “redescubierta” por Belem Clark de Lara; el hallazgo se dio gracias a un anuncio que la investigadora había encontrado en un periódico de la época, El Diario del Hogar, y que rezaba de la siguiente manera: “Por donde se sube al cielo. Es el título de una novela que ha comenzado a publicar en su folletín nuestro colega El Noticioso. / El autor de esa obra es nuestro querido amigo Manuel Gutiérrez Nájera, que hace su debut como novelista”.
No obstante, del tiempo mismo de su publicación se cuenta con escasos testimonios que comenten, critiquen o valoren la obra. La misma Clark considera[32] que esta recepción tan limitada pudo deberse, sobre todo, a la temática de la novela (la redención social de una prostituta) y al hecho de que nuestro autor ubicara su fábula en Francia, en un contexto cultural y social radicalmente distinto al del México decimonónico.
Por suerte, a partir de su reaparición ha despertado la curiosidad y atención de los estudiosos del modernismo y de la obra najeriana. Ivan Schulman, por ejemplo, al igual que Clark y otros, encuentran de particular interés la restitución de Por donde se sube al cielo como la primera novela modernista;[33] con lo que se reestructura tanto la historia literaria de Hispanoamérica como el estudio de la narrativa moderna. Por su parte, Jorge Ávila Sorter asegura que con la publicación de dos volúmenes, Cuentos frágiles (1883) y Por donde se sube al cielo, Manuel Gutiérrez Nájera fijó perfectamente lo que sería el primer gran movimiento literario de Hispanoamérica: el modernismo.[34]
En 1994 fue reeditada por el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el volumen xi de las Obras de Manuel Gutiérrez Nájera; en 2002 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; durante 2004 Factoría Ediciones la publicó en su colección Serpiente emplumada y en 2009 salió en la colección Relato Licenciado Vidriera de la misma Universidad en formato de bolsillo. Este creciente número de apariciones en un periodo relativamente corto de tiempo –sobre todo si se considera, como se ha dicho, que fue desconocida un siglo– pone en relieve el interés tanto de especialistas como de lectores en la obra.
Por donde se sube al cielo permite considerar la literatura de Manuel Gutiérrez Nájera materializada dentro de una estructura –la novela– que, tanto amplía el espectro de su pluma, como ofrece una nueva dimensión de la prosa modernista y por lo tanto de su vigencia.
Altamirano, Ignacio Manuel, “Revistas literarias de México”, en Obras completas de D. Ignacio Manuel Altamirano, noticia biográfica Luis González Obregón, México, D. F., Imprenta de Victoriano Agüeros (Biblioteca de autores mexicanos), 1899.
Ávila Storer, Jorge, “La poética de la contemplación en un texto de Manuel Gutiérrez Nájera”, Literatura Mexicana, año xi, núm. 1, pp. 113-135.
Castro Leal, Antonio, “Estudio preliminar”, en Manuel Payno, El fistol del diablo, México, D. F., Editorial Porrúa (Sepan cuantos...; 80), 2007.
Chaves, José Ricardo, Cultura y sexualidad en la literatura de fin de siglo xix, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2007.
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Foresti Serrano, Carlos, et al., La narrativa chilena desde la Independencia hasta la Guerra del Pacífico, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1999.
Gutiérrez Nájera, Manuel, Por donde se sube al cielo, introd. de Belem Clark de Lara, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México (Relato. Licenciado Vidriera), 2004.
----, Obras xi. Narrativa i. Por donde se sube al cielo (1882), pról., introd., notas e índs. de Belem Clark de Lara, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto de Investigaciones Filológicas (Nueva Biblioteca Mexicana; 118), 1994.
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Schulman, Iván A., El proyecto inconcluso. La vigencia del modernismo, México, D. F., Siglo xxi/ Universidad Nacional Autónoma de México, 2002.
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Kurz, Andrés, "La transformación de estereotipos femeninos en el modernismo mexicano a raíz de una adaptación de El retrato de Dorian Gray", (consultado julio de 2014).
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