Enciclopedia de la Literatura en México

Editorial Porrúa

Luis Mariano Herrera Z.
01 may 2019 / 04 jun 2019 23:58

mostrar Introducción

La librería y editorial Porrúa Hermanos es una de las empresas culturales de mayor longevidad e incidencia cultural en México. Nació con el siglo xx y su desarrollo puede ser un ejemplo ilustrativo del sector editorial mexicano tanto en sus momentos de auge, como de estancamiento, así como de su constante adaptación a los diferentes escenarios editoriales que fueron provocados por avances tecnológicos, políticas públicas en torno a la educación y la lectura y cambios económicos en un siglo.

Para tener una comprensión plena del proyecto editorial y comercial de la casa Porrúa Hermanos es necesario hacer un recorrido breve de su incursión en la escena cultural mexicana. Para ello, se proponen tres etapas; la primera corresponde a la aparición, la cual comprende de 1904-1930, la segunda, el impulso, que abarca de 1931-1959 y finalmente la expansión, que comienza en la década de los años sesenta y continúa hoy día.

Es necesario resaltar que Porrúa Hermanos además de ser una editorial conformada por colecciones de diversa índole es una empresa enmarcada en la distribución y comercialización de libros de la gran mayoría de las editoriales mexicanas y buena parte de las extranjeras de habla hispana. El binomio de librería-editorial funcionó muy bien desde sus primeros años y se ha mantenido durante más de diez décadas, logrando una expansión significativa con una presencia notable entre los lectores mexicanos. Por consiguiente, la naturaleza de su éxito se debe a una confluencia de factores que emanaron de sus publicaciones, pero también de sus estrategias comerciales. Aunque en ocasiones es imperceptible el efecto que tuvo una sobre la otra, las explicaciones deben estar enmarcadas siempre en la coexistencia de ambas.

mostrar Tres etapas del proyecto editorial y comercial

La aparición: 1904-1930

José Porrúa Estrada, el primero de los hermanos fundadores, llegó a México en 1886 en pleno porfiriato. Sus hermanos, Francisco e Indalecio, se unieron a él en su aventura transatlántica en 1888 y 1890, respectivamente. A finales de siglo en el centro de la ciudad de México, los tres habían desarrollado un negocio, al parecer lucrativo, con la compra y venta de prendas usadas. El funcionamiento y su importancia en la aparición en el mundo del libro mexicano lo explico ampliamente en otra parte,[1] pero vale resaltar dos aspectos relevantes. El primero es que el vínculo que los Porrúa tuvieron con el libro se propició en los bazares, gracias al comercio minorista, usado, de ocasión. De ahí la extensión del adjetivo para referirse al libro usado, que llegaba por única vez al local. A pesar de no ser los creadores del concepto libro de ocasión la Librería Porrúa sería una de sus principales promotoras. El segundo, tiene que ver con la estrategia comercial que siguieron y que fundaría una tradición que acompañaría a la librería por siempre: la publicación de boletines y catálogos que daban cuenta de las obras que se vendían en los locales y después en la Librería. Fue un catálogo y no un libro la primera publicación de los Porrúa en 1904.

En 1910, en medio de la convulsión revolucionaria, los Porrúa emprendieron la consolidación del negocio del libro en varios aspectos. El primero de ellos fue cambiar el negocio de la librería a un local destinado sólo para ello y ya no alternarlo con el negocio de los bazares. Eligieron un local en la planta baja, en la esquina que forman las calles de Relox y Argentina, justo al lado de lo que fue la Escuela Nacional Preparatoria y unos pasos de la Escuela de Jurisprudencia. Hoy en día es la casa matriz y el edificio es uno de los logotipos de la librería y la editorial.

También en 1910 emprendieron su aventura editorial. Comenzaron con un libro genérico, casi utilitario, nada nuevo en lo que se refiere al tema, pues era una Guía de la Ciudad de México, muy común en aquellos días. El autor fue José Romero, quien se preocupó por hacer un registro minucioso de los establecimientos comerciales y despachos de servicios que tenía la ciudad en aquella época. Para la impresión, los Porrúa recurrieron a la Imprenta Ibérica de Madrid.

A partir de ese momento, y de manera ininterrumpida, la Librería Porrúa tendría actividades editoriales, sin embargo, las dos décadas siguientes serían principalmente dedicadas al fortalecimiento de la venta y distribución de libros no sólo en México sino en buena parte del sur del continente. Un libro de cuentas que la editorial dio a conocer en la exposición Porrúa 117 años al alcance de todos, demuestra que la Librería tenía clientes en muchas ciudades del interior de la República mexicana y más aún, le vendía libros a personas e instituciones en Estados Unidos como a la Universidad de Texas, Oklahoma o Louisiana, entre muchas otras.

En lo que se refiere a la producción editorial, la Librería Porrúa Hermanos publicó no más de medio centenar de obras. El perfil de las obras publicadas en esta época no fue muy definido tanto en los géneros como en la extensión y los autores. La búsqueda de una identidad en la edición se cimentaría entre los años veinte y treinta, pero se conformaría como tal a partir de los años cuarenta.

En 1914, el segundo libro publicado por la Librería Porrúa Hermanos fue Las cien mejores poesías (líricas) mexicanas, una antología impresa en México y compilada por Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint y Alberto Vásquez del Mercado. Esta antología además de convertirse en una prestigiosa publicación, desde mi perspectiva fundó una fórmula exitosa de las dos facetas de la edición dentro de Porrúa. Por un lado, encargaron a especialistas la tarea de selección, compilación y propuestas de nuevos títulos para la publicación, mientras que, por otro lado, el financiamiento, la distribución y ventas fueron llevadas por los fundadores de la Librería.

Así, lograron juntar a una parte importante de los incipientes intelectuales de la época. Entre los más sobresalientes aparecieron como autores de la novel empresa Antonio Caso y Manuel Gamio. Sin embargo, la plantilla más destacada estuvo conformada por personajes relacionados con la literatura. Ediciones Porrúa (como aparecía en el pie de imprenta en aquella época) dio a conocer tres obras de Enrique González Martínez, el primer libro de Julio Torri, una reedición de Mirtos de Enrique Fernández Granados y la primera edición de El corazón delirante de Jaime Torres Bodet. Además de las antologías Jardines de Francia de González Martínez, Poetas nuevos de México de Genaro Estrada y Ocho poetas, de autor desconocido. Además, se publicaron tres tomos de un proyecto interesante titulado Parnaso de México, que consistía en una antología general de autores seleccionados por González Martínez, la diferencia fue que la estrategia se acercó más a una publicación periódica, pues se “publicaban cuadernos de cien o más páginas impresas en buen papel satinado”[2] es decir, alrededor de siete cuadernos formaban un tomo y cada uno de los cuadernos estaba dedicado a un poeta diferente. Llama la atención que esta fórmula editorial fue análoga a la utilizada por Cvltvra unos años antes.[3]

De aquella época fue el segundo logotipo emblemático de la editorial. En todas las ediciones, desde 1915 apareció la cabeza del Caballero Águila, dibujada por Saturnino Herrán.[4]

 

El auge: 1931-1959

Los años treinta y cuarenta del siglo xx fueron tiempos de cambio para la edición mexicana. Además de un crecimiento en la oferta de títulos nacionales con proyectos editoriales que se serían fundamentales para la literatura y otras disciplinas como Editorial Botas, Cvltvra, Herrero, Patria y otras más, hubo un desarrollo de las casas editoriales del exilio español en México.

Asimismo, también se renovó la oferta de la edición pública. La creación del Fondo de Cultura Económica en 1934, marcaría una nueva etapa de la producción editorial proveniente de dependencias del estado mexicano. Por otro lado, la fundación de las colecciones de la Universidad Nacional Autónoma de México de diversos departamentos e institutos de investigación sería la piedra angular de las publicaciones especializadas y junto con las anteriores, el desarrollo de la bibliodiversidad mexicana del siglo xx.

Para la Editorial Porrúa estos nuevos tiempos no serían diferentes. En primer lugar, reeditaron las obras de los autores que habían aparecido a partir de 1914, como Enrique González Martínez y Antonio Caso. Conjuntamente lanzaron en 1935 una nueva edición de Las cien mejores poesías (líricas) mexicanas que revisó nuevamente el propio Castro Leal. Además, publicaron una serie de leyes, códigos y estudios relacionados con el derecho que serían el punto de partida para colecciones posteriores.

Además de las reediciones de algunas de las obras más importantes y los libros de derecho, la Librería Porrúa incrementó significativamente las primeras ediciones y reimpresiones de libros de texto, sobre todo de secundaria y preparatoria e incluso algunos universitarios. Más allá de ser sólo libros de consulta para estudiantes de un sólo grado, la propuesta era que se convirtieran en referentes introductorios en ciertas disciplinas científicas y sociales. Entre 1930 y 1960 la Librería Porrúa publicó más de 60 títulos de libros de texto y la gran mayoría alcanzaron segundas y terceras reediciones y reimpresiones; algunos más fueron vigentes durante décadas, como la Historia general de la pedagogía de 1944, que fue reimpresa en 20 ocasiones hasta 1990;[5] y qué decir de Anatomía humana de Fernando Quiroz que fue publicado por primera vez en 1944 y que en 2012 alcanzó su edición 43.

En 1933, la editorial cambió su razón social que había consignado hasta ese entonces en sus publicaciones. A partir de ese momento se dejó de utilizar en el pie de imprenta Ediciones Porrúa y formalizaron sus publicaciones con el nombre de Librería Porrúa Hermanos y Cía. Este cambio fue precedido de la separación de José Porrúa de la sociedad que los hermanos habían establecido décadas atrás, para fundar otro negocio referente a la compra y venta de libros de ocasión, sobre todo antiguos, en la Antigua Librería Robredo.[6] Finalmente, se crearía concretamente la Editorial Porrúa en 1944 como una faceta interdependiente a la estructura de la Librería.

A partir de los años cuarenta diseñaron e impulsaron su línea editorial a través de sus nuevas colecciones. Con ellas, hubo un crecimiento significativo que fue acompañado de primeras ediciones, pero también de reimpresiones constantes de libros de texto. La primera colección de esta nueva etapa fue la Colección Jurídica que publicó su primer título en 1940. Cuatro años más tarde se publicaría una compilación de los poemas líricos de sor Juana Inés de la Cruz en una nueva serie, ahora dedicada a la literatura, que llevó el nombre de Colección de Escritores Mexicanos.

Asimismo, en 1946 la ahora Editorial Porrúa diseñó una colección dedicada al arte, sobre todo mexicano, en donde autores incipientes y consolidados publicaron estudios históricos y ensayos sobre el tema. Cabe mencionar que esta colección tuvo una producción significativamente menor en relación con las otras impulsadas en ese mismo periodo. La gran mayoría de los autores fueron parte del Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam, creado a principios de 1936. Quizá éste haya sido uno de los factores que no fomentó una amplitud en la producción de nuevos títulos porque los investigadores tenían una ventana de salida para su trabajo dentro del Instituto.

La última colección que alcanzó esta nueva época fue la Biblioteca Porrúa. La idea fundamental era la publicación de investigaciones, ensayos o documentos relativos a la historia de México. Ésta se inició en 1953 con la publicación de la Historia de la literatura náhuatl de Ángel María Garibay.

Además del auge editorial, hubo un notable incremento en la presencia de la Librería Porrúa en el mercado mexicano. En 1953, por ejemplo, abrieron una sucursal adicional a la que tenían en Argentina y Justo Sierra desde 1910, la famosa esquina. Decidieron colocarla, en la Avenida Juárez, enfrente de la Alameda Central. Además, conmemoraron sus cincuenta años con la publicación del Catálogo especial de libros de ocasión, como remembranza a sus comienzos y sería la última de la serie de catálogos individuales de libros antiguos y de ocasión con los que la familia Porrúa ingresó al mundo del libro décadas atrás. Esta magnífica edición fue preparada por Felipe Teixidor, un gran amigo y colaborador de los Porrúa.

Finalmente, desde 1940, la librería dio a conocer el Boletín Bibliográfico Mexicano, una publicación bastante particular y muy útil para difundir las obras que estaban disponibles en los aparadores de la librería. En sus inicios y hasta los años noventa estuvo compuesta por varias secciones. La primera, por fragmentos de las introducciones de algunos libros publicados por ellos o, en su defecto, de algunas valoraciones de las nuevas ediciones de los libros de derecho o códigos y leyes anotados, además de los nuevos títulos de las colecciones de Escritores Mexicanos y la Biblioteca Porrúa. Es muy importante resaltar que ésta es una fuente indispensable para comprender el mundo del libro en México, pues combina las actividades de la edición con los complejos aspectos de la distribución.

 

La expansión: 1960 a nuestros días

Hasta la década de los años cincuenta la faceta editorial de Porrúa había estado destinada principalmente a segmentos bien definidos del mercado de lectores mexicanos. La Colección Jurídica y la de Códigos y Leyes estaba dirigida a los estudiantes y profesionales del derecho. La Colección de Escritores Mexicanos, aunque con intenciones más amplias, se destinó principalmente a rescatar algunas obras difíciles de conseguir en aquella época y, por lo tanto, sus principales compradores en sus primeras ediciones fueron especialistas, instituciones educativas, bibliotecas públicas o escolares y algunos lectores curiosos. Por su parte, la Biblioteca Porrúa, por su carácter especializado, estaba dirigida a investigadores e instituciones universitarias o lectores “enterados”; este tipo de compradores eran los que agotaban las ediciones de la Biblioteca de Arte.

Para los Porrúa, contar con un negocio de comercialización, distribución y venta, además de la labor editorial, tenía consigo ventajas para robustecer su catálogo de publicaciones. Nadie como un librero entiende las necesidades, tendencias y ciclos de compra del mercado editorial. Con ello en mente, sabían los temas, autores, ediciones y materiales de lectura más solicitados en ciertos momentos de alta demanda, por lo que decidieron emprender, quizá el proyecto más ambicioso y por el que serían conocidos en todo el país y algunos lugares de Latinoamérica: la colección “Sepan Cuantos…”.

La creación de la Comisión Nacional de Libros de Textos Gratuitos (conaliteg) en 1959 redujo la presencia de las editoriales mexicanas en las aulas de educación primaria y secundaria. Los contenidos de los libros y materiales de lectura fueron unificados y además editados, impresos y distribuidos por esta dependencia del estado mexicano. Esto redujo significativamente los ingresos de las empresas editoriales que habían fundamentado su negocio en la publicación y distribución de los libros utilizados en las escuelas públicas y privadas. En esta situación hubo un reacomodo en la oferta de las editoriales relacionadas con el libro de texto.[7] Algunas de ellas siguieron publicando títulos de corte escolar y algunas otras ofrecieron formularios y otros tipos de materiales de lectura.

La editorial Porrúa encontró una veta muy importante en esta situación. En los boletines y catálogos de los años cincuenta puede verse una oferta nutrida de obras clásicas de editoriales madrileñas y bonaerenses. Las más sobresalientes son tres. Primero, los tomos pequeños de la Colección Crisol, de la editorial Aguilar, con un rango de 500 a 900 páginas, impresas en papel biblia, encuadernadas en piel flexible de diferentes colores, de acuerdo a cada uno de los temas. Segundo, los libros de la Colección Oro y los títulos de la Colección Austral, ambos provenientes de Buenos Aires. Austral, fue creada en 1937 y funcionó como un enlace cultural muy importante entre los exiliados españoles en Argentina y España; fue tan importante en el mercado transatlántico y latinoamericano que en la mitad de la década de los años cincuenta ya habían publicado un poco más de mil títulos,[8] por supuesto, muchos de ellos estaban destinados a lectores mexicanos y en buena medida a estudiantes preparatorianos y universitarios, que para esta época crecían sostenidamente.

Con una demanda comprobada y un cambio sustancial en la política educativa mexicana, mediante la conaliteg se comenzó a gestar el nuevo proyecto. Un hecho fue detonante. José Antonio Pérez Porrúa, el actual director general, me declaró en una conversación que en aquella época habían hecho un pedido robusto de autores clásicos a las editoriales y librerías españolas para abastecer la demanda en el inicio del periodo escolar. Al momento de recibir el cargamento, José Antonio Pérez Porrúa, su padre, se dio cuenta que sólo había llegado la mitad de lo solicitado. Con una considerable tradición en el medio editorial mexicano, José Antonio consideró pertinente comenzar a publicar muchos de estos títulos bajo una colección destinada a ello. El encargado de dirigir esta nueva colección fue Felipe Teixidor, un colaborador muy cercano a la casa editorial que había hecho aquel catálogo especial de 1949. Un agregado importante fue que los títulos de la nueva colección, en un principio de autores clásicos impresos en México, fueran complementados con notas y estudios introductorios de especialistas “de los diversos temas clásicos”[9] destinados a un público amplio, incluyendo a los estudiantes. El nombre sería “Sepan Cuantos…” y sería oficial hasta la publicación del segundo título.

Las décadas siguientes a la publicación de “Sepan Cuantos...” tuvo cambios importantes para la Editorial y la Librería. A principios de los años setenta la Librería matriz y la sucursal de Avenida Juárez dejarían de vender paulatinamente los libros de ocasión y se concentrarían en abastecer el mercado mexicano de las obras recién publicadas. La decisión se tomó también en el Boletín Bibliográfico Mexicano, que dejó de publicar la sección de La Bibliografía que había sido incorporada desde la década de los años cuarenta.

También se robustecieron significativamente todas las colecciones. Entre 1960 y 1990 se publicaron 140 primeras ediciones de la Biblioteca Jurídica. Además, se reimprimieron hasta en cinco ocasiones las obras de la Colección de Escritores Mexicanos y de la Biblioteca de Historia.

Sin lugar a dudas otro referente de Porrúa en la segunda mitad del siglo xx corresponde a una fórmula editorial muy particular: El Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México. La intención principal la sintetizó Ángel María Garibay, el director del proyecto:

Las exigencias de la vida moderna piden con frecuencia una información precisa, rápida y, en cuanto sea posible, objetiva y completa sobre personas, hechos y lugares. El estudiante, el profesional, el obrero y aun el mismo hombre de ciencia o de letras, en determinada ocasión requiere datos que necesita tener a la mano, sin distraer mucho su tiempo. Es la utilidad de diccionarios y manuales la que ayuda a resolver el problema.[10]

La primera edición data de 1964 con un tiraje de 5 mil ejemplares y, según la nota introductoria a la segunda, la edición se agotó ese mismo año. En un inicio se publicó en dos volúmenes y alcanzó a tener cuatro hasta la última edición de 1995. En total se realizaron seis ediciones, las primeras dirigidas por el propio Garibay y coordinadas por Felipe Teixidor. La última fue dirigida por Miguel León-Portilla. En realidad, fue un esfuerzo de adecuación de los contenidos para que tomara un carácter enciclopédico, y su magnitud se puede constatar en los siguientes datos. En la tercera edición se habían tratado alrededor de 4 mil temas, en 2,497 páginas, cerca de 17 mil artículos y 41 mapas de colores.[11] Finalmente, en la obra colaboraron autores vinculados con la casa editorial, como Francisco Larroyo, Ignacio Bernal, Justino Fernández, María del Carmen Millán y Francisco de la Maza, entre muchos más.

Aunado al crecimiento editorial, la distribución y venta tuvo un crecimiento importante. A mediados de los años setenta, destinaron un edificio alterno, muy cerca de la casa matriz para las ventas al mayoreo en la calle de Justo Sierra 36. Lo anunciaron como “un paso más para difundir el libro mexicano a los cuatro vientos”.[12] Éste sería el comienzo de un crecimiento muy significativo que perdura hoy día.

En la actualidad, la Librería Porrúa Hermanos y la Editorial Porrúa continúa bajo la tradición familiar en la que cimentaron su fundación. En el caso de la esfera editorial siguen vigentes la mayoría de las colecciones que se iniciaron hace más de cinco décadas y se han incluido seis más con la intención de ampliar su oferta editorial a niños y jóvenes. Ejemplo de lo anterior sería la Biblioteca Juvenil Porrúa, que comenzó en 1992 con las Aventuras de Don Quijote y que al día de hoy cuenta con 77 números, de los cuales muchos de ellos se encuentran en versión física y digital. Además, han desarrollado estrategias para insertarse en la tendencia en el desarrollo de contenidos digitales. Finalmente, en lo que se refiere a la distribución y venta, su presencia ha llegado a buena parte del territorio mexicano, ya que cuentan con 73 sucursales distribuidas en todo el país.

mostrar Descripción y análisis de algunas colecciones

A continuación, se presentan las descripciones y análisis de las colecciones más importantes de la faceta editorial de Porrúa Hermanos. Me concentro en las series correspondientes a las iniciadas en los años cuarenta y en las dos décadas posteriores porque fueron las más importantes para el desarrollo del proyecto editorial. Asimismo se han dejado fuera las más recientes por estar en desarrollo, lo que no permite tener una interpretación completa más allá de los objetivos plasmados por cada una de las colecciones. El orden es estrictamente cronológico siguiendo la aparición de los primeros títulos y en todos los casos hay testimonios de los encargados de la colección. El análisis está hecho a partir de la reconstrucción de los catálogos, de diferentes fuentes publicadas por la editorial y algunos catálogos digitales de bibliotecas.

 

Colección Jurídica

A pesar de que durante los años veinte y treinta hubo una pequeña serie de libros publicados relacionados con el derecho (tanto leyes como estudios monográficos), la Colección Jurídica se inició propiamente con el título Introducción al estudio del derecho de Eduardo García Máynez, con prólogo de Virgilio Domínguez en 1940. Durante la década de los años cuarenta se publicaron 45 títulos en esta colección, lo que quiere decir que se le dio un impulso muy particular, pues desde ese momento los libros alojados en este sello serían un acompañante imprescindible de los estudiantes y profesionales del derecho.

La importancia de esta colección en el ámbito jurídico fue señalada por García Máynez, director de la serie:

Hace algo más de media centuria, casi todos los libros de texto o de consulta, en nuestras escuelas de jurisprudencia, eran de autores extranjeros, y llegaban a México con veinte o treinta años de retraso. En las últimas décadas el panorama ha cambiado por completo. La producción de los letrados nacionales es ahora no sólo abundante, sino de gran riqueza temática. Ello se debe, en buena parte, a la intensa labor editorial de la Casa Porrúa, cuya Colección Jurídica, con más de 200 títulos, ha brindado a nuestros juristas la posibilidad de dar a conocer, nacional e internacionalmente, lo mejor de su pensamiento, y de prestar así, lo mismo a la juventud estudiosa de habla española que a legisladores, magistrados, maestros de derecho y abogados en general, un servicio de no escaso valor, cuyo conocimiento creciente, dentro y fuera del país, debe ser timbre de orgullo no sólo para autores de las obras, sino para la editorial que ha sabido dar a éstas una cada vez mayor difusión.[13]

Al día de hoy la Biblioteca Jurídica ha publicado a 1,300 autores y un poco más de 2 mil títulos. Desde un inicio, se publicaron con dos tipos de forros, en rústica y en tela con tapa dura, esto debido probablemente a que la colección fue pensada para ser utilizados de forma recurrente para estudiantes y profesores. El tiraje de las primeras ediciones en los años cuarenta y cincuenta fue de mil ejemplares y muchas de las obras fueron reimpresas y reeditadas constantemente, pues se convirtieron en referentes necesarios del estudio y la práctica del derecho. Por ejemplo, el libro de García Máynez alcanzó su 65 edición en 2013, y El Juicio de Amparo de Ignacio Burgoa su edición 43 en 2012. En los dos casos sin contar algunas reimpresiones.

Con la profesionalización paulatina de la enseñanza universitaria de las disciplinas que envuelven el estudio de la ciencia jurídica, la publicación de los títulos relacionados con el derecho se convirtió en un referente fundamental para la academia. Además, para los juristas publicar una obra bajo este sello significa añadir un rasgo de prestigio.

Esta colección es la base y el antecedente principal de dos colecciones más recientes: Colección de Temas Jurídicos, que se creó en 2001 y Breviarios Jurídicos de 2003.

 

Colección de Escritores Mexicanos

Con la empresa constituida como Editorial Porrúa S.A. en 1944 fue inaugurada una de las colecciones más importantes de la literatura mexicana: La Colección de Escritores Mexicanos. El volumen con el que se dio a conocer fue una compilación de poemas de sor Juana Inés de la Cruz en ese mismo año. En un primer momento, el encargado para dirigir la colección fue Joaquín Ramírez Cabañas, pero a la muerte de éste lo secundó Antonio Castro Leal, aquel autor de los primeros visos editoriales de los Porrúa en 1914. Una de las particularidades de la colección fue que los títulos se imprimieron en los talleres de la editorial Stylo (donde uno de los propietarios era Alfonso Caso, hijo) con una composición tipográfica “pulcra y legible” como lo mencionó algún escritor de la época.[14]

La relevancia de esta colección se fundamenta en ofrecer al público una serie de obras mexicanas que, por el tiraje de sus ediciones anteriores era muy difícil conseguir en ese momento. Más allá de realizar ediciones críticas o anotadas, la colección tenía por objetivo difundir las obras de manera fiel al texto original. En la nota editorial del primer volumen, se enuncian dichos objetivos:

declaramos, pues, que se trata de una labor de divulgación y que no pretendemos ofrecer al lector ediciones críticas, sino lisa y llanamente ediciones limpias, pulcras, restableciendo en lo posible el texto correcto y fiel que todo escritor anhela. Creemos oportuno recordar que los libros de muchos de nuestros escritores más distinguidos son al presente muy difíciles de adquirir, por el reducido número de ejemplares que se hicieron, a veces en ediciones privadas. El editor, por otra parte, se propone publicar también obras inéditas, y otras que aún no han sido recogidas en páginas de libros.[15]

En realidad, el proyecto dirigido por Antonio Castro Leal abarcó una buena parte de la literatura mexicana buscando la publicación de los autores más representativos de diversas épocas. Desde el inicio de la colección se publicaron tres presentaciones para cada uno de los títulos. El de costo menor, se presentaba con los forros de cartoné y con portadas similares a los títulos publicados por Stylo. La segunda presentación tenía los forros de tela y finalmente la edición de lujo con las cubiertas de piel.

El periodo de más actividad editorial fue entre 1944 y 1962. En estos 18 años se publicaron 83 números de 42 autores diferentes. Debido al formato, muchas obras se imprimieron en dos o más tomos. A partir de 1963 y hasta el último número de la colección en 1991 tan sólo se editaron 13 títulos más, sin embargo, se siguieron reimprimiendo constantemente. Quizá se le prestó más atención a la colección “Sepan Cuantos…”, que comenzó en 1959.

Algunos de los títulos más vendidos (considerando sus reimpresiones) fueron: Al filo del agua de Agustín Yáñez con 13 reimpresiones en tela y 26 en cartoné, Ocios y apuntes y La rumba de Ángel de Campo con 19 reimpresiones en cartoné, La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, con 23 reimpresiones en cartoné y La parcela de José López Portillo y Rojas, con 19 reimpresiones. Cabe destacar que Las cien mejores poesías (líricas) mexicanas, aquel primer libro publicado por Ediciones Porrúa de 1914, fue incorporado al catálogo de esta colección con correcciones y adiciones hechas por el propio Castro Leal, la última edición data de 1992 y todavía circula.

 

Biblioteca Porrúa

La Biblioteca Porrúa comenzó en 1953 con la publicación de la Historia de la literatura náhuatl de Ángel María Garibay, quien además fue el encargado de llevar a cabo las tareas de edición de la colección. En la nota de los editores publicada en el Boletín Bibliográfico Mexicano en 1953 se señalaba que: “intentan dar cabida en ella a una diversidad de textos que se refieren a la historia mexicana primero y a los que, de manera indirecta, sirvan de antecedente a nuestros problemas de la cultura y de la historia”.[16]

Además de los estudios históricos, se publicaron algunas obras de carácter facsimilar como el Teatro mexicano (1971) de Fray Agustín de Betancourt, y colecciones de documentos de vital importancia para la historia nacional como los Documentos inéditos o muy raros para la Historia de México (1972) de Genaro García.[17]

La colección fue consistente de 1953 hasta 1998, año en que se publicó el último número. Consta de 117 números con un total de 80 obras, ya que muchas ediciones se realizaron en varios tomos. El impacto de la Biblioteca Porrúa en la historiografía es muy importante, pues conformó un corpus bastante nutrido de obras necesarias para la comprensión del pasado mexicano. Por ejemplo, el segundo título publicado fueron las Cartas y los documentos de Hernán Cortés (1953), la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, la cual alcanzó siete ediciones en 1977, es decir, fue de los títulos más solicitados.

Hubo dos ediciones diferentes, la de forros en rústica y también en tela. La gran mayoría de los títulos fueron reimpresos en dos o tres ocasiones. Sin embargo, algunos de ellos alcanzaron seis o más. Sin duda el título más vendido fue la Relación de las cosas de Yucatán, de Fray Diego de Landa, que tuvo 13 reimpresiones para 1986. A este selecto grupo se puede agregar Monarquía indiana de fray Juan de Torquemada, en tres tomos con seis reimpresiones para 1986, además de los cinco tomos de la Historia de la iglesia en México de Mariano Cuevas, que tuvo siete reimpresiones para el año 2003.

 

“Sepan Cuantos…”

La colección “Sepan Cuantos…” fue inaugurada en 1959, el coordinador de este proyecto fue Felipe Teixidor que entró a trabajar de lleno a la editorial unos años antes.[18] A 60 años de la aparición del primer número, cuenta con 743 títulos. Pocas colecciones de editoriales de habla hispana han alcanzado tal cantidad de número publicados.

El objetivo primordial fue ofrecer clásicos de la literatura universal al alcance de un amplio grupo de lectores: una tarea educativa y de divulgación cultural. Las obras literarias publicadas en esta colección fueron presentadas por prestigiados escritores y críticos literarios, prólogos, estudios, cronologías, todo ello preparado con un carácter didáctico. Los editores declararon en 1979 lo siguiente:

Nos decidimos a formar un plan de publicaciones, para dar a un público medio los títulos solicitados con más frecuencia y los más difíciles de obtener. O sea, obras cimientos de ilustración. Prologados por distinguidos hombres de letras mexicanos, a quienes acompañarían también otros escritores de diversas nacionalidades; presentadas con austera dignidad tipográfica y a precios venales al alcance de muchos. Y así salió de Editorial Porrúa, en 1959, El Periquillo Sarniento, de Fernández de Lizardi; con este primer volumen poníamos la primera piedra de lo que habría de ser después la Colección “Sepan Cuantos...”.[19]

La elección del nombre de la colección tiene una anácdota interesante. En la celebración de los 20 años de la publicación del primer título, los encargados de la editorial, Francisco y José Antonio Pérez Porrúa hablaron así del bautizo que hizo Alfonso Reyes a la colección:

La última vez que don Alfonso Reyes tuvo comunicación con esta Editorial, nos preguntó el nombre de la colección en donde iba a aparecer La Ilíada, de Homero, que acababa de prologar para nosotros. Le contestamos que, en la misma, pero aún sin bautizar, en la que había salido como primer título El Periquillo Sarniento, de Lizardi. Don Alfonso, con la fantasía de la inteligencia y con el impulso al cual se rendía con tanto gozo cuando le ayudaba a servir a sus amigos, lanzó un nombre: “Sepan Cuantos…”. Reconocimos la originalidad, y nos gustó mayormente por lo que tenía de un principio de pregón. Más no muy inclinados al simbolismo para denominar la serie de publicaciones de la Casa (llanamente dichas: Colección de Escritores Mexicanos y Biblioteca Porrúa) archivamos la sugestión del eximio escritor. Agradable anécdota que de este género no suelen ser demasiadas en la vida cotidiana de unos editores.
Muy pocos días después moría don Alfonso Reyes y el prólogo a La Ilíada se convertía en trabajo póstumo. Recordamos entonces aquel “Sepan Cuantos…”. Era nuestro deseo que el símbolo se nos apareciera ahora con suficiente claridad para establecer, para estamparlo en letras de molde.
A su memoria, “Sepan Cuantos…” será el nombre de la colección. No hubiera podido nunca presentarse ante el público con más preciada fe de bautismo.[20]

El camino que siguió la colección fue en forma ascendente desde el primer momento. La versalitidad de los títulos se complementó perfectamente con los estudios introductorios de varios especialistas de México y otras latitudes del mundo. El coordinador de la colección, Felipe Teixidor, decía que: “ha sido todo un esfuerzo de difusión de la cultura, de la cultura al alcance de muchos […] a nadie se le había ocurrido hacer algo así, reunir esa cantidad de prologistas, hombres y mujeres, españoles de España y españoles de México, cubanos, guatemaltecos, franceses […] un ramillete de nacionalidades”.[21]

Un aspecto muy importante es que hubo una migración de algunos títulos de la Colección de Escritores Mexicanos y de la Biblioteca Porrúa hacia esta nueva colección. Aunque marginalmente, estos títulos incrementaron el catálogo y fueron reeditados en esta serie para hacerlos más accesibles a un público más amplio. Además en las colecciones originales las reimpresiones no alcanzarón un tiraje mayor de 2 mil ejemplares y en “Sepan Cuantos…” el tiraje mínimo, desde un inicio fue de 5 mil. Por ejemplo, de la Colección de Escritores Mexicanos fueron publicados La historia antigua de México (1964) de Francisco Javier Clavijero y Los bandidos de Río Frío (1959) de Manuel Payno. De la Biblioteca Porrúa fueron reeditados las Cartas de relación de Cortés (1963) y La vida en México (1959) de Madame Calderón de la Barca.

Como se ha mencionado, la colección consta de 743 números. El tiraje mínimo desde su creación fue de 5 mil ejemplares, sin embargo, algunas ediciones se incrementaron en los años setenta a 10 mil y en las décadas posteriores las reimpresiones llegaron a tener un tiraje de 30 mil y hasta 50 mil ejemplares. Ése fue el crecimiento, en promedio, del volumen de la producción por cada uno de los títulos.

Muchos de los números incluyen distintas obras de uno o varios autores, el formato a doble columna, con letra pequeña y con papel económico, permitió esta fórmula editorial. En total se publicaron a 1,777 autores hasta el último número, Las leyendas del sureste de Guadalupe Appendini, se editó por primera vez en 2008. Muchos autores fueron parte de antologías o compendios y otros más fueron publicados en diferentes tomos. En total se publicaron alrededor de 4,376 obras en todos los números de la colección.

mostrar Bibliografía

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mostrar Enlaces externos

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