Enciclopedia de la Literatura en México

Pasado en claro

mostrar Introducción

Pasado en claro de Octavio Paz es un poema largo de alrededor de seiscientos versos escrito entre finales de 1974 y principios de 1975, en Cambridge, Massachusetts. Es un texto principalmente autobiográfico en el que se entreveran muchos temas, en su mayoría ya explorados por Paz a lo largo de su obra poética, como el transcurrir del tiempo, la fuerza creadora de la palabra, la poesía, el erotismo, la memoria, la orfandad del ser humano y el vínculo con la naturaleza. En el poema conviven dos voces: la del poeta que recuerda desde el presente y la de un pasado que reinventa, con lo que se urde una poética del habitar, de la casa, del hogar y de la infancia.

Su título original era “Tiempo adentro”; sin embargo, cuando lo publicó el Fondo de Cultura Económica en 1975, por iniciativa del entonces director de la editorial, Jaime García Terrés, se imprimió ya con el nombre con el que lo conocemos hoy en día. El diseño fue de Vicente Rojo y la edición estuvo a cargo de Adolfo Castañón y Ana María Cama. Paz haría algunas correcciones sucesivas hasta la edición de 1985, donde encontramos algunos versos nuevos y otros eliminados.

mostrar La autobiografía del artista y el poema de largo aliento

Octavio Paz cultivó el poema de largo aliento a lo largo de su obra, desde “Elegía interrumpida” (1948) hasta El mono gramático (1974), pasando por Raíz del hombre (1937), Piedra de sol (1957), Homenaje y profanaciones (1960) y Blanco (1967). La elección del tema, sin embargo, lo distingue de aquéllos: como lo anticipa el título, este poema es un ejercicio consciente de revisión y visita del pasado. En correspondencia con la voluntad de introspección, reevaluación e, incluso, enmienda, se encuentra una tendencia a la unidad semántica. Dicha unidad se ve reforzada por el uso constante del endecasílabo. Este poema es extenso no sólo por la cantidad de versos que lo componen, sino por su aspiración a explicar la realidad de una manera totalizadora.

En la urdimbre temática de Pasado en claro se entrecruzan narraciones de índole autobiográfica, reflexiones filosóficas, religiosas y poéticas; todas ellas contribuyen a conferirle al texto un tono de mito de creación. Quizá por ello, Anthony Stanton lo asocia al linaje de la “autobiografía del artista”,[1] cuyo origen, según Adolfo Castañón, se sitúa en el poema Prelude de William Wordsworth, de donde Paz toma el epígrafe que acompaña a Pasado en claro.[2] La “autobiografía del artista” se denomina así porque no se refiere solamente a los hechos que han construido la vida del autor, sino que selecciona las imágenes que enlazan la historia personal con el origen y desarrollo de la vocación artística.

En “Jardín” y “Elegía interrumpida”, dos poemas contenidos en Libertad bajo palabra, se encuentran algunos de los antecedentes de Pasado en claro. En el primero se establece la relación panteísta con el paisaje (“El heliotropo con morados pasos / cruza envuelto en su aroma. / Hay un profeta: / el fresno —y un meditabundo: el pino. / El jardín es pequeño, el cielo inmenso”).[3] Mientras que en el segundo, varias de las estrofas repiten una anáfora dolorida (“Hoy recuerdo a los muertos de mi casa”), la memoria se enhebra con el lenguaje (“El pensamiento disipado, el acto / disipado, los nombres esparcidos / (lagunas, zonas nulas, hoyos / que escarba terca la memoria)”, el habitar desarraigado se vincula con la familia (“no sabe el pan, la fruta amarga, / amor domesticado, masticado, / en jaulas de barrotes invisible / mono onanista y perra amaestrada, lo que devoras te devora, / tu víctima también es tu verdugo”) y, como anota Enrico Mario Santí en su edición, en metonimias se alude: “al abuelo de Paz, Ireneo (“Oigo el bastón que duda en un peldaño”), su tía paterna (“la que murió noche tras noche…”) y su padre, Octavio Paz Solórzano (“Al que se fue por unas horas / y nadie sabe en qué silencio entró”).[4]

Una de la más notables singularidades de la obra consiste en volver a la vida familiar, los espacios domésticos y la infancia, aspectos más frecuentados por la estética de “la otra vanguardia” o “Realismo coloquial” (términos acuñados por José Emilio Pacheco) en la tradición lírica de México, pero bajo la intención de muchos de los procedimientos arraigados en los orígenes de la poesía moderna francesa: principio de analogía o cierto malditismo. A diferencia de Juan de Dios Peza en Hogar y patria o de Salvador Novo en Espejo, Octavio Paz amplía nuevamente el registro estético de lo que puede denominarse neosimbolismo, intención emparentada con el Modernismo hispanoamericano y posteriormente con el Surrealismo, al que el autor se sintió tan próximo. Estas coordenadas estéticas justifican una más de las afinidades entre Octavio Paz y Ramón López Velarde. Los poemas de Paz mantienen un diálogo con los del jerezano, en “Poema de vejez y de amor” o “En el viejo pozo”, principalmente.

Por otra parte, la huella o apropiación de Antonio Machado se advierte en la manera en que Octavio Paz consigue encarnar el flujo del tiempo en el paisaje. En un texto crítico de 1951, que luego fue publicado en Las peras del olmo, refirió:

Por la poesía, Machado sale de sí, aprehende al tiempo y a las formas en que éste se despliega: el paisaje, la amada, el limonero junto al muro blanco; por el pensamiento, se recobra, se aprehende a sí mismo. Poesía y reflexión son operaciones vitales. Pero su vida no sustenta a su obra. Más bien es a la inversa: la vida de Machado, el opaco profesor de Soria, el solitario distraído, se apoya en la obra de Machado, el poeta, el filósofo.[5]

Un gran sector de la poética de Pasado en claro aprehende el tiempo mediante correlatos objetivos del jardín de la casa paterna. Los dos primeros versos de “Retrato” de Machado son las huellas sobre las que el libro de Octavio Paz asirá las evocaciones del pasado: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero”.[6] Para Octavio Paz son el fresno o la higuera los objetos sobre los que el tiempo se objetiva y en los cuales es posible la consagración del instante: “El patio, el muro, el fresno, el pozo / en una claridad en forma de laguna / se desvanecen. Crece en sus orillas / una vegetación de transparencias”.[7]

mostrar Presencias e intertexto

Pasado en claro es un poema histórico en varios sentidos: a la vez que se presenta la historia familiar de Octavio Paz se puede leer entre líneas la de México, también se narra el origen o descubrimiento de su voz poética, reconstruido a posteriori. Algunos pasajes apuntan conceptos abstractos como el tiempo y la memoria; otros se ejemplifican por medio de hechos concretos y nombres propios, tanto de familiares y amigos como de protagonistas de la historia universal y nacional. Conviven en estos versos sus compañeros de juego, Ernesto y Guillermo, con los guerreros Xicoténcatl, Pompeyo y Abderramán; sus familiares más cercanos, como su madre, su padre, su abuelo y su tía, con figuras de la literatura mexicana, como Xavier Villaurrutia, y de la historia política de España, como Carlos Garrote:

  Yo estoy en donde estuve:
entre los muros indecisos
del mismo patio de palabras.
Abderramán, Pompeyo, Xicoténcatl,
batallas en el Oxus o en la barda
con Ernesto y Guillermo. […][8]

De la misma manera, en el trance iniciático confluyen las voces de Gérard de Nerval y la de Dante, la de Apuleyo y la de Julio Verne. El resultado es un diálogo polifónico y multilingüe que tiene mucho de la apuesta poética de T. S. Eliot, y que está inspirado por las “máquinas transparentes del delirio”, es decir, los libros que, en palabras de Paz, “[...] levantaban / arquitecturas sobre una sima edificadas”.[9]

mostrar Voces del tiempo

El tema del tiempo es una constante; aparece representado de distintas maneras. Casi desde el inicio, se entiende la memoria como el tránsito entre el presente y el pasado; sin embargo, ambos empiezan a confundirse con el instante eterno conforme avanza el poema. Cuando, en los versos introductorios, el poeta invoca los espacios de su infancia, reconoce de inmediato la deformación que sufre la realidad en el recuerdo y la reinvención de cada imagen evocada: “Ando entre las imágenes de un ojo / desmemoriado. Soy una de sus imágenes”.[10] Aquí, el instrumento de la memoria es el verso; o bien, como expresa Paz en entrevista con Manuel Ulacia: “La memoria es la facultad poética cardinal por su inmensa capacidad de invención”.[11]

A lo largo del poema, es recurrente la reflexión sobre el lenguaje como un recipiente de la vivencia capaz de moldear la realidad; la incertidumbre causada por la distancia entre el nombre y lo nombrado se refleja, por ejemplo, en los versos: “En la escritura que la nombra / se eclipsa la laguna”.[12] El tiempo y el espacio cambian al ser trasvasados a una forma poética: el pasado vuelve a ser presente en una amplia sección del poema, que se fundamenta en la consigna “Yo estoy donde estuve”. También el espacio es transformado por la evocación, que es un regreso y un viaje iniciático:

Ni allá ni aquí: por esa linde
de duda, transitada
sólo por espejeos y vislumbres,
donde el lenguaje se desdice,
voy al encuentro de mí mismo.[13]

Doble rostro de la memoria en Pasado en claro. Además de ser agustiniana (“el alma es ya, vacante, espacio puro”) es lingüística: “No veo con los ojos: las palabras / son mis ojos. […]” o “Yo estoy en donde estuve / entre los muros indecisos / del mismo patio de palabras”. Comparte la misma noción de todos los poemas memoriosos que espacializan el tiempo, sólo que Octavio Paz lía tiempo, memoria y lenguaje. Gracias a lo cual esculpe imágenes que mezclan dos planos que, en la voz del poeta, son la misma cosa. Así, esta poética de la casa es inseparable del lenguaje: “Mis palabras, / al hablar de la casa, se agrietan”.[14]

Para Saúl Yurkiévich, la relación de Paz con la palabra en su obra poética es fluctuante: va de la creencia en la unión indisoluble entre el signo y su referente real, a la desilusión del lenguaje como forma de conocer el mundo, y de regreso a la confianza en el poder creador de la palabra poética. Afirma el crítico que “Esta sacralidad de lo poético, esta fascinación ante lo extraño, ante lo numinoso, aquello que se entrevé y que sólo se puede sugerir balbuceando, lo innominable e indecible, se reafirman en Paz a través de su contacto con el surrealismo”. Si su primera etapa escritural está marcada por el Surrealismo, el Existencialismo pondrá en duda el vínculo entre realidad y palabra: “A la arbitrariedad del mundo corresponde la arbitrariedad del lenguaje; ambos se relativizan”. Finalmente, observa Yurkiévich, después de La estación violenta, Paz regresa al lenguaje como cimiento de la experiencia.[15]

En Pasado en claro, la palabra traza su propio recorrido. En los primeros versos, la voz poética sólo reconoce al mundo y al pasado por medio del lenguaje:

No veo con los ojos: las palabras
son mis ojos. Vivimos entre nombres;
lo que no tiene nombre todavía
no existe: Adán de lodo,
no un muñeco de barro, una metáfora.
Ver al mundo es deletrearlo.[16]

Hacia la mitad del poema, la palabra se convierte en el instrumento demiúrgico por medio del cual el poeta podrá descifrar el orden natural y, hasta cierto punto, emularlo:

Nombres anclados en el golfo
de mi frente: yo escribo porque el druida,
bajo el rumor de sílabas del himno,
encina bien plantada en una página,
me dio el gajo de muérdago, el conjuro
que hace brotar palabras de la peña.[17]

No obstante, en versos posteriores la muerte tiñe de destrucción incluso lo que la palabra trae a la vida:

Atónita en lo alto del minuto
la carne se hace verbo –y el verbo se despeña.
Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra,
es saberse mortal. [...][18]

También la visión del tiempo se transforma hacia el final del poema: ahí se caracteriza como una encarnación divina (“el tiempo y sus epifanías”) y, a la vez, como un rostro de la muerte, dos temas que convergen en la reflexión metapoética. En la analogía entre el tiempo y la divinidad, el primero se anula, para convertirse en “un movimiento hecho fijeza”,[19] que es la suma y la superposición de todos los instantes pasados, presentes y futuros.

mostrar Palabra invocada

Al lado del registro autobiográfico y el tono reflexivo, convive el poema como rezo. Pasado en claro se asemeja a un cántico o himno sacro, o bien, a un exorcismo, como lo calificó su autor. Continuamente en el poema se escucha la invocación a la divinidad, aunque ésta pueda llegar a ser el vacío mismo; el autor busca la unión entre el poeta y lo sagrado, entre la palabra y la creación divina, entre la inmaterialidad de los dioses y la solidez del cuerpo, entre el fragmento y la totalidad. A pesar de que la búsqueda muchas veces desemboque en contradicciones irresolubles, ésta nunca es en vano. Se llega a la unión con el todo en la disolución de la individualidad:

Purgación del lenguaje, la historia se consume
en la disolución de los pronombres:
ni yo soy ni yo más sino más ser sin yo.
En el centro del tiempo ya no hay tiempo,
es movimiento hecho fijeza, círculo
anulado en sus giros.[20]

A pesar de que la divinidad aparezca como un signo vacío que se anula al ser nombrado o pensado: “[...] Es dios: / habita nombres que lo niegan”.[21] El ejercicio de rememoración y reencuentro consigo mismo a lo largo del poema es lo que, finalmente, colma de sentido los huecos que este dios invisible deja en el lenguaje.

mostrar A la sombra de la higuera: deseo y conocimiento

Como el árbol de Adán y Eva, la higuera descubierta en el patio durante la infancia, representa en Pasado en claro el reconocimiento por parte del individuo de su existencia, su deseo y su mortalidad; se convierte en un lugar sagrado y profano simultáneamente. En las metáforas que transfiguran a la higuera confluye una diversidad de inquietudes; es un símbolo de la creación, del deseo, del erotismo entre el yo y el otro, del nacimiento de la sexualidad, del nacimiento de la poesía, de la autoconciencia, de la confrontación con la muerte y del desdoblamiento. Como se lee en los versos: “No me habló dios entre las nubes: / entre las hojas de la higuera / me habló el cuerpo, los cuerpos de mi cuerpo”.[22] En las imágenes que configuran el simbolismo del árbol –que corresponden biográficamente a la adolescencia del autor– el primer acercamiento a la poesía es semejante al descubrimiento de la sexualidad. Al retrato que hace Adolfo Castañón de “ese niño que asiste de asombro en asombro a su desdoblamiento en adolescente, por virtud de la aparición de esas fuerzas que son las de la sexualidad y la muerte”[23] habría que añadir la sorpresa de la subversión de la realidad a través de la poesía.

mostrar Habitar bajo el árbol simbolista

La poética de la familia al conjuntarse con el sistema estético neosimbolista se amolda al principio de analogía y a lo que pudiéramos denominar como “malditismo”. Entre lo primero, se suceden imágenes de una gran autonomía y visualmente muy plásticas: “el fresno, sinuosa llama líquida” o “El deseo es señor de espectros, / somos enredaderas de aire / en árboles de viento, / manto de llamas inventado / y devorado por la llama”.[24] El cruce de sentidos, lección aprendida en los poemas fundacionales de Baudelaire y Rimbaud, permite acceder a realidades desconocidas:

La hendedura fue pórtico
del más allá de lo mirado y lo pensado:
allá dentro son verdes las mareas,
la sangre es verde, el fuego verde,
entre las yerbas negras arden estrellas verdes:
es la música verde de los élitros
en la prístina noche de la higuera;
—allá dentro son ojos las yemas de los dedos,
el tacto mira, palpan las miradas,
los ojos oyen los olores;[25]

Para ser recuperado, el espacio familiar es visto sin ninguna concesión y se aleja de todo convencionalismo burgués: “Cuartos y cuartos, habitados / sólo por sus fantasmas, / sólo por el rencor de los mayores / habitados. Familias, / criaderos de alacranes: / como a los perros dan con la pitanza / vidrio molido, nos alimentan con sus odios / y la ambición dudosa de ser alguien”.[26] La infancia y la casa son habitadas por “adultos taciturnos” de “terribles niñerías” donde “[...] los muertos eran más que los vivos”. Un contrapunto donde se alternan la oración y la blasfemia, el agradecimiento y la condena, entrega uno de los momentos más intensos de toda la poesía de Octavio Paz:

Mi madre, niña de mil años,
madre del mundo, huérfana de mí,
abnegada, feroz, obtusa, providente,
jilguera, perra, hormiga, jabalina,
carta de amor con faltas de lenguaje,
mi madre: pan que yo cortaba
con su propio cuchillo cada día.
[...]
Virgen somnílocua, mi tía
me enseñó a ver con los ojos cerrados,
ver hacia dentro y a través del muro.
Mi abuelo a sonreír en la caída
y a repetir en los desastres: al hecho, pecho.
(Esto que digo es tierra
sobre tu nombre derramada: blanda te sea.)
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos.[27]

Se suceden deslumbrantes enumeraciones, oxímoros, metonimias, metáforas; sin embargo, lo que más signa a esta versión de la poética de la familia es el hiato entre poesía de comunión y el habitar poético. La familia ahoga, inocula odio, parece querer decirnos. La familia es también una posibilidad del habitar desarraigado.

mostrar Espiral del tiempo

El poema finaliza con un regreso al inicio; nuevamente, la palabra construye la realidad, guiada por las huellas de la memoria. Paz retoma aquí los “pasos mentales más que sombras, / sombras del pensamiento más que pasos”[28] que dan inicio al poema y, con ello, recobra el equilibrio entre movimiento y quietud, el mismo que caracterizaba al tiempo estático y móvil, eterno y fugaz a la vez. El retorno al origen, sin embargo, no es retorno cabal; el yo regresa transformado luego del viaje, por lo que es más acertado pensar en éste como un poema en espiral que traza una y otra vez el recorrido circular entre los polos opuestos.

Pasado en claro marca una encendida mirada del pasado. Luego de transitar hacia distintas experiencias estéticas, este libro fue escrito cuando su autor había cumplido los sesenta años y cuando había explorado en la última década las relaciones de Oriente y Occidente en El mono gramático, el poema objeto en Discos visuales y Topoemas o las múltiples direcciones que el poema alcanza cuando el blanco de la página se imanta de sentido en Blanco. Todo libro es personal; sin embargo, en Pasado en claro Octavio Paz desborda toda confesión para entregar un descarnado retrato de la memoria más íntima de un jardín de Mixcoac.

mostrar Bibliografía

Cervera Salinas, Vicente, “La palabra en claro de Octavio Paz”, en El águila y el viento, España, Comisión v Centenario, 1990.

Pacheco, José Emilio, “La otra vanguardia”, en Lectura crítica de la literatura americana. Vanguardias y tomas de posesión 3, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, 1997.

Paz, OctavioPasado en claro, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1975.

----, Libertad bajo palabra, ed. de Enrico Mario Santí, España, Cátedra (Letras Hispánicas), 2009.

----, Las peras del olmo, México, D. F., Imprenta Universitaria, 1957.

Yurkiévich, Saúl, “Octavio Paz, indagador de la palabra”, en Suma crítica, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Tierra Firme), 1997.

mostrar Enlaces externos

Castañón, Adolfo, “Notas para la relectura de Pasado en claro. El poeta como revisor”, Revista de la Universidad de México(consultado el 9 de febrero de 2016).

Malpartida, Juan, “Entrevista”, Letras Libres (España), (consultado el 9 de febrero de 2016).

Pérez Gay, Rafael, “Entre las ruinas y el jardín”, Nexos, (consultado el 9 de febrero de 2016).

Sefamí, Jacobo, “Desde las grietas de la infancia: un fragmento de Pasado en claro, de Octavio Paz”, Portal de revistas científicas y arbitradas de la UNAM, (consultado el 9 de febrero de 2016).

Ulacia, Manuel, “Octavio Paz: poesía, pintura, música, etcétera. Conversación con Octavio Paz”, Revista Iberoamericana, pp. 615-636, (consultado el 13 de marzo de 2014).

Wong, Óscar, “Octavio Paz, perfección y transparencia”, La Otra, Revista de poesía, artes visuales, otras letras, (consultado el 9 de febrero de 2016).

Estos poemas, escritos en la década de los sesenta, que se suman a la extensa y riquísima producción del mayor poeta mexicano del siglo XX. La obra poética de Paz ya no requiere presentación sino dispuesta y atenta lectura.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 1975. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


Estos poemas, escritos en la década de los sesenta, que se suman a la extensa y riquísima producción del mayor poeta mexicano del siglo XX. La obra poética de Paz ya no requiere presentación sino dispuesta y atenta lectura.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 1978. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.



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