Enciclopedia de la Literatura en México

Serenidad

mostrar Introducción

Amado Nervo publica Serenidad en 1914 bajo el sello editorial Renacimiento en Madrid. En este libro se recogen además algunos poemas de La amada inmóvil, no obstante, la escritura de Serenidad es anterior a éstos y al fallecimiento de Ana Cecilia Luisa Dailliez (1912). La pérdida tan repentina de la mujer que amó y con la que vivió durante diez años motivó a Nervo a escribir La amada inmóvil, que se publicaría póstumamente (1920). Serenidad, entonces, resulta contradictorio y heterogéneo: varios poemas que refieren a la tranquilidad emocional que, según Nervo, le ha proporcionado la edad; algunos aluden a la desesperación de la pérdida, mientras que otros más sugieren la posibilidad de encontrar un nuevo amor. El libro no está exento de giros humorísticos y satíricos.

Serenidad está dividido en secciones y cada poema dentro de ellas está numerado. Llevan un título: “Apaciblemente”, “Rimas irónicas y cortesanas”, “Amor”, “Ad astra...”, “Piedad” y “Penumbra”. Sin embargo, con excepción quizá de las “Rimas irónicas y cortesanas”, ninguna sección destaca como una entidad aparte; hay una tendencia unitaria que hace que olvidemos fácilmente las subdivisiones, que parecen más bien una organización necesaria para el autor pero prescindible para el lector.

A pesar de la variedad de tonos emotivos, la melancolía, la contemplación y la resignación ante la muerte son una constante en este volumen. Si bien ciertos aspectos, como el vocabulario, las imágenes y un dejo de tedio en su visión de la existencia hacen evidente su filiación modernista, puede adivinarse la influencia del Simbolismo y el Decadentismo en la imaginería erótico-religiosa; por otra parte, lo llano del lenguaje y la tendencia a la austeridad en los aspectos formales revelan una apuesta estilística ajena al Modernismo y una búsqueda principalmente filosófica.

mostrar Hacia la sencillez desde la lejanía

Serenidad pertenece a un momento tardío en la trayectoria poética de Amado Nervo; es uno de los últimos poemarios que se publicaron en vida del autor y guarda ciertas similitudes con los que dio a conocer en los años sucesivos: Elevación (1917) y Plenitud (1918). Mientras que la forma de los poemas está muy ligada a la prosa, las preocupaciones en los tres libros son de orden metafísico y marcadamente religiosas.

Como varias de sus obras, lo escribe fuera de México mientras servía como parte del cuerpo diplomático, en un momento crítico de la Revolución. No obstante la lejanía geográfica, Nervo siempre mantuvo lazos estrechos con la sociedad literaria mexicana, como demuestra su participación activa en la Revista Moderna. Prueba de ello es que, al regreso de Nervo a México, en 1918, el círculo literario estaba al tanto de todas sus publicaciones y su visita apareció en los medios impresos nacionales.

Su obra debe entenderse en relación con la segunda generación de modernistas mexicanos y con la literatura europea del momento –especialmente la francesa y la española–. A decir de Sarah Bollo: “Amado Nervo [...] fue entre los Modernistas el más ecléctico, el más libre, el más alejado de la Retórica y de las influencias extranjeras”;[1] en efecto, la carga autobiográfica –a veces confesional– de Serenidad, aunada a la simplicidad de las formas métricas, lo aleja del Modernismo más canónico.

mostrar El espejo turbio de la serenidad

En las notas que escribió como prólogo a La amada inmóvil, Amado Nervo dice:

Creí que Serenidad sería mi último libro de versos, y así lo afirmé a un amigo. Esa afirmación me perdió, porque la vida no gusta de que le tracen caminos, y el arcano burla los propósitos de los hombres. He vuelto, pues, a componer poemas. Un nuevo dolor, el más formidable de mi vida, los ha dictado, y sollozo a sollozo, lágrima a lágrima, formaron al fin el collar de obsidiana de estas rimas, que cronológicamente siguen a las de Serenidad.

Pensé que si hasta entonces mi vida había sido conturbada e inquieta, el hondo deseo de ser sereno y el tesón en expresarlo acabaría por serenarme de veras, haciéndome adquirir por fin el más precioso de los dones que he ansiado en la turbulencia y la amargura de mis días: la ecuanimidad.[2]

El contraste de tonos al interior del libro evidencia esta encrucijada entre la serenidad, consecuencia del paso de los años, y el dolor de la muerte sorpresiva de Ana Cecilia. Lo impredecible de la vida, como da a entender en este prólogo, cambia el rumbo de su escritura; la contradicción, en estos poemas, es una marca de la conciencia de la fragilidad humana. Respecto a esta voz doble, Francisco Monterde expresa: “Con el equilibrio, que Nervo se proponía alcanzar, hubiese cuajado una poesía –humana, exenta de deseos extremados y de imposibles renunciaciones– a la que no llegó porque el deber impuso al hombre una senda, un calvario”.[3]

Las preocupaciones que habitan estos versos oscilan entre la inquietud por la muerte y la resignación ante ésta; el deseo de la unión con Dios y el arrobo ante lo misterioso de la vida; el desapego de lo terrenal y el festejo de los goces humanos. Salvo algunas excepciones, los temas que le interesan aquí a Nervo se relacionan con la muerte, la inspiración poética, el enamoramiento y la pérdida, el misterio del alma, la presencia de Dios, el viaje del alma después de la muerte y la vanidad del ser humano. Estas problemáticas espirituales van acompañadas de una diversidad de sentimientos: la melancolía, la resignación, la ironía y la exaltación son los más recurrentes. El amor es como el delta donde desembocan todos estos caudales.

La serenidad es una presencia constante. En el sexto poema de Serenidad, por ejemplo, la montaña es una alegoría de la aspiración a la renuncia y el vivir austero; a su vez, es una metáfora de la morada de los muertos. La calma interior, anhelada en numerosos versos, se relaciona con la renunciación; la paz del alma le parece al poeta el resultado de una vida de desapego, libre de deseos, de emociones exacerbadas, sean éstas positivas o negativas:

Desde que no persigo las dichas pasajeras,
muriendo van en mi alma temores y ansiedad;
la vida se me muestra con amplias y severas
perspectivas, y siento que estoy en las laderas
de la montaña augusta de la serenidad…[4]

En “Renunciación” es muy enfático su consejo de abandonar el deseo, al que representa de una manera muy interesante:

El deseo es un vaso de infinita amargura,
un pulpo de tentáculos insaciables que, al par
que se cortan, renacen para nuestra tortura.
El deseo es el padre del esplín, de la hartura,
¡y hay en él más perfidias que en las olas del mar![5]

Amado Nervo es un poeta profundamente religioso; a pesar de que atraviesa por momentos de duda, como en el poema “No es culpa mía”, e incluso en los poemas de amor más desenfadados, la ideología cristiana permea la totalidad de sus versos. Su idea de la muerte es consonante con esta línea de pensamiento: la muerte, más que marcar el fin de la vida, es el comienzo del viaje que emprende el alma hacia territorios que le son desconocidos al hombre. La muerte muchas veces representa la partida a una existencia mejor, eterna y pura, liberada del lastre del cuerpo. Nuevamente, la renuncia, la desconfianza de los placeres terrenos intervienen en su idea de la muerte; la vida post mortem parece más verdadera que el presente, que se asemeja a la espera. De ahí, estas palabras de “Hay que...”:

Hay que andar por el camino
posando apenas los pies;
hay que ir por este mundo
como quien no va por él.[6]

Esta idea del mundo conlleva una percepción del tiempo peculiar; el tiempo puede reducirse a nada si se compara con la eternidad de la vida en el más allá, puede convertirse en una convención más a la que se sujetan los hombres sin pensar en su insignificancia, como se lee en “Serena tu espíritu”:

¿Que fuiste infeliz una hora?
Pues búscala...
¿En dónde se encuentra esa hora?
Pasó... ¡no es más!
Tu pobre vivir, malo, bueno,
cayendo va
en un pozo obscuro… Las dichas
¿qué más te dan,
si apenas adviertes un goce
ya muerto está?[7]

No deja de ser contradictoria la voluntad de no desear nada, por no caer en el engaño de lo fugaz, si la contrastamos con el dolor por la pérdida de la mujer amada que expresa en algunos poemas, o el goce del amor nuevo, que encontramos en los que dedica a una joven en otras secciones del libro. Al interior de su concepción de la muerte también puede encontrarse la misma convivencia de opuestos: en el poema “La muerte, nuestra señora...” la retrata como una virgen, pero también como la amada:

Sobre sus hombros de mármol,
en que los besos se hielan,
cae en negros gajos fúnebres
la majestad de las trenzas…[8]

De entre los poemas amorosos, el más enigmático es “El nudo”, que sugiere una actitud vital muy distinta. En primer lugar, describe un nudo, sin aclarar qué representa metafóricamente, y mantiene la idea de "desenredarlo" en vez de cortarlo: “¡Jamás cortaré nudos,/ por estrechos que sean, en la vida!”.[9] Una interpretación posible sería pensar que representan la realidad y la única manera de aprehenderla es dividirla en sus partes, sin violentarlas; por otro lado, en la idea de “nudo” y la exclamación enfática “en la vida”, nos hace pensar en los lazos afectivos. Las partes del nudo son los amantes y al deshacerlo quedan de todas formas unidos.

En “Los dos” hay un planteamiento semejante; que recuerda al famoso soneto de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte”. En el poema de Nervo aparece la posibilidad de morir junto a la mujer que ama, y así prolongar su unión:

Rimemos nuestros destinos
para todos los caminos
futuros que, a mi entender,
habremos de recorrer
en lo inmenso del arcano;
y vayamos por la muerte de la mano
como fuimos por la vida: ¡sin temer![10]

En “Rimas irónicas y cortesanas” hay ejemplos de otra vertiente de los poemas amorosos de Serenidad, en los que Nervo explora aspectos como la coquetería, la atracción física y el libertinaje, en una especie de impulso juvenil, de Carpe diem. También se entremezcla un lamento por la pérdida de la juventud; de nuevo, aparece como contrapunto la conciencia de la fugacidad de la vida.

La naturaleza en Serenidad se encuentra subordinada al amor, a Dios y a la trascendencia del alma. Los elementos son un medio para hablar, a través de la comparación y el contraste, de dichos temas. En algunos casos, la naturaleza tiene para Amado Nervo el lugar arquetípico de la madre, como lo expresa en “Alma mater”. En este poema aparece una curiosa comparación intertextual de la naturaleza con “La giganta” de Charles Baudelaire, a la que dota de características no sólo voluptuosas, sino también maternales.

Al igual que muchos artistas de finales del siglo xix e inicios del xx, como herencia quizá del Romanticismo, Amado Nervo se interesó por el exotismo y la otredad frente a la conformación social y psicológica de occidente. Contrario a la sensualidad de Oriente, que fascinó a muchos simbolistas y decadentistas –marcadamente a Charles Baudelaire–, o al Preciosismo derivado de la arquitectura y la ornamentación de sus templos, lo que atrajo a Nervo, tan preocupado por el aspecto metafísico de la existencia humana, fue la idea de la reencarnación del alma. Así, lo que llama “creencia brahmánica” en el poema “¡Quién sabe!” y que se refiere más específicamente a la idea de la reencarnación, le ofrece una posibilidad de reencuentro con la mujer amada en vidas futuras y pasadas. Al mismo tiempo, imaginar este constante flujo de almas crea un sentimiento de incertidumbre, que relaciona con el concepto de “karma”:

Y si el karma quiso, si hoy ya no lo quiere,
es cruel que a mi alma tu pobre alma espere
junto a un mar de sombras, viendo con afán
las olas que vienen, las olas que van...[11]

La ecuanimidad es otra postura vital que tiene resonancias con el budismo en la poesía de Nervo, como en el poema ya citado “Renunciación”:

Oh Siddharta Gautama, tú tenías razón:
las angustias nos vienen del deseo; el edén
consiste en no anhelar, en la renunciación
completa, irrevocable, de toda posesión:
quien no desea nada, dondequiera está bien.[12]

Fuera de las cuestiones metafísicas, la poesía también es asunto de su escritura. Más que reflexionar sobre el lenguaje en sí o la tradición literaria, Nervo se concentra en dos temas de gran importancia para su época: el origen de la inspiración poética y el lugar que ocupa el poeta en la sociedad.

En “Mediumnidad” es muy transparente la idea que tiene el autor sobre la inspiración y la poesía misma: la poesía viene de otra parte, es ultraterrena, y el poeta es sólo el conducto –el medium– a través del cual pasa el mensaje hacia los seres humanos. Las palabras vienen de algún ser indefinido, una fuerza que puede equipararse a Dios, a los dioses o al espíritu de los difuntos.

En “Paz lunar”, esta idea romántica de la inspiración se yuxtapone a un planteamiento más científico, menos religioso; éste proviene del psicoanálisis:

"En lo más escondido de tu mente,
detrás de una enigmática barrera,
vive un ser misterioso, un dios silente,
un inmortal y arcano subconsciente,
y éste tiene razón: espera, espera”.[13]

Por otra parte, en su relación con la poesía, como expresa en “Fidelidad”, busca lo que ha perseguido en vano en otros aspectos de la vida: “De todo y todo lo que yo he amado,/ sólo las rimas no me han dejado”.[14] La reflexión sobre la poesía y, en general, sobre el artista moderno da cabida a una veta más humorística y satírica de Nervo, semejante a la que cultivó muchos años en su prosa y que se manifiesta de igual forma en los poemas amorosos de las “Rimas irónicas y cortesanas” ya mencionados. En esta misma serie, el poeta de Serenidad se burla abiertamente de las aspiraciones snobistas de la clase alta: de la fealdad que las marquesas y duquesas no logran disimular bajo su atavío, de lo superfluo de la vida aristocrática. Mientras que en los primeros poemas se concentra en los personajes prototípicos de la “nobleza”, en “Nocturno parisiense” retrata una vida nocturna mucho menos lujosa. Dentro de estos personajes marginales, pobres y de alguna manera marcados por el pecado, presenta al poeta o bohemio:

Pasa la barba poética,
fluvial y profética
de un bohemio que no come nada...
Pasa la faz apoplética
y congestionada
de un vividor...
                    Pasa, ética,
alguna peripatética
trasnochada,
muy pintada...[15]

No se incluye, evidentemente, en ningún grupo: ni entre los aristócratas, ni entre los artistas bohemios. Aún así, no escapa a su propio tono mordaz: en “Prodigalidad” alude abiertamente a la hipocresía que a veces es un mal necesario del género periodístico:

Por escrito, despacho lo menos diariamente
diez “ilustres”, dos “sabios”, un “gran”, cuatro protestas
de adhesión, tres “insignes”, con algún “eminente”,
¡y otras cursilerías por el estilo destas![16]

La relación de Nervo con la poesía es paralela a otro antagonismo arraigado al fondo de este poemario: el choque entre la ciencia y la religión. La idea de que el mundo, la existencia humana y la naturaleza forman parte de algo más grande e inextricable va acompañada de la sensación de que todo intento por explicar el misterio es vano y también soberbio. En algunas ocasiones, la ciencia le parece al poeta una falta de modestia del ser humano, una inconformidad con el misterio de la creación divina. No sólo los científicos le parecen necios en su afán por explicar lo inexplicable; también todos los que llama “académicos” y “sabios” y que, inferimos, incluyen a algunos colegas de su gremio. Esta resignación a no saber nunca del todo la causa o la razón de las cosas se traduce en una especie de fe en la incertidumbre, como se refleja en el poema “A qué...”:

¡A qué tantos y tantos sistemas peregrinos!
¡A qué tantos volúmenes y tanta ciencia! A qué,
si lo que más importa, que son nuestros destinos,
se nos esconde siempre; si todos los caminos
conducen al “¡no sé!”[17]

De la misma inconformidad ante la ambición científica provienen el espíritu crítico y humorístico de poemas como “Células, protozoarios”:

Células, protozoarios, microbios..., más allá
de vosotros, ¿hay algo?
                                    Pronto nos lo dirá
el microscopio intruso, pertinaz y paciente.
Mas, tal vez la materia empequeñecerá
tanto bajo su lente
que un día, como espectro, se desvanecerá
ante el ojo del sabio, quedando solamente
la fuerza creadora, cuyo oleaje va
y viene omnipotente
y fuera de la cual nada es ni será...[18]

La misma profesión de fe aparece en “Yo no soy demasiado sabio”, donde la naturaleza es nuevamente una expresión de la divinidad:

Yo no soy demasiado sabio para negarte,
Señor; encuentro lógica en tu existencia divina;
me basta con abrir los ojos para hallarte,
la creación entera me convida a adorarte,
y te adoro en la rosa y te adoro en la espina.[19]

Algunas veces el poeta es más indulgente y se deja seducir por los prodigios de la tecnología y la modernidad, como en “Ave milagrosa”, donde se fascina ante el mecanismo del avión y “El convento”, donde se refiere al telescopio como un artefacto para comunicarse con lo más inefable del firmamento.

Un conflicto muy semejante entra en juego entre Nervo y la poesía, al menos, entre su forma de hacer poesía y la que considera “convencional”. Pareciera que la desconfianza hacia los avances tecnológicos y sus implicaciones sociales se extendiera hacia las expresiones de esta nueva época, como en este curioso poema que refiere al Futurismo, “Pas même un futuriste”:

Yo no sé nada de literatura
ni de vocales átonas o tónicas,
ni de ritmos, medidas o cesura,
ni de escuelas (comadres antagónicas),
ni de malabarismos de estructura,
de sístoles o diástoles eufónicas...[20]

mostrar Austeridad

La forma es un reflejo de la voluntad del poeta de despojarse de las vanidades de la existencia humana. Hay una predilección por los endecasílabos, los heptasílabos, la combinación libre de ambos en un remedo de silva; también algunas décimas, octosílabos sueltos y alejandrinos seguidos de heptasílabos en una estructura de pie quebrado. Al mezclar diferentes medidas de verso, las formas poéticas establecidas quedan diluidas; la misma intención de Nervo de restarle importancia a la perfección formal se confirma en su repertorio de rimas, que puede incluir algunas muy sencillas, en infinitivo, participio o en la misma conjugación e incluso entre la misma palabra situada al final de distintos versos. La mayoría de estas rimas son consonantes y recurre a las asonantes más por comodidad que en busca de combinaciones novedosas. En algunos casos, la disposición acentual responde al tono emotivo, como en el primer poema de “Penumbra”, “Eso no más”, en donde todos los versos, excepto el estribillo, comienzan con una palabra esdrújula, que le da un tono solemne y elegíaco al poema:

Página primordial de la vida,
trémulos parpadeos del alba,
límpido borbotar de la fuente,
prístino verberar de las alas,
¡no conturbéis mi espíritu
con vuestras añoranzas![21]

Alfonso Reyes proporciona, en su reseña “La serenidad de Amado Nervo”, una descripción muy atinada del tratamiento formal en este libro:

Si una de las notas del libro es la sinceridad, otra es la maestría de palabras. No relumbrantes, no parnasianas. El libro está escrito a cien leguas de la rima rica, y el autor le ha torcido el cuello a la elocuencia. Está demasiado cerca de la realidad para conformarse con ser un pulido estilista. Su maestría de palabra viene de cierta depuración de las ideas, y tiene por caracteres dominantes la brevedad y la transparencia.[22]

En otros casos, más allá de la sencillez estilística de la rima y el metro, la expresión poética se apoya en otros recursos formales, como el diálogo, las exclamaciones y preguntas, los puntos suspensivos al final del verso y algunos elementos extratextuales, como las notas al pie que inserta el autor y donde explica con más detalle una idea, la razón de alguna rima o la situación que dio origen al poema. Además de estas curiosas intromisiones de la voz del autor, hay algunos poemas que le hablan al lector directamente, en especial, al inicio o final de las secciones; estos poemas funcionan como advertencia, resumen o aclaración acerca de qué quiso decir el autor en otros poemas. Así, la primera sección del libro termina con el poema xxxiv:

Lector: tal vez murmures (y tal vez con verdad),
después de que las páginas de este libro leíste,
que mi serenidad es un poquito triste...
¿No es así, por ventura, toda serenidad?[23]

mostrar Unos ojos verdes...

Mientras que la mayoría de las metáforas que aparecen en Serenidad se ciñen al vínculo –muy explorado por el Romanticismo, el Modernismo y el Simbolismo– entre las emociones humanas y la naturaleza o, de manera más amplia, entre el microcosmos y el macrocosmos; algunas otras, las más interesantes, se inspiran en un vocabulario que refiere de manera más directa a la vida cotidiana de principios del siglo xx, más específicamente, a los avances tecnológicos y la consecuente entrada de ciertos términos científicos al lenguaje común. El resultado: metáforas originales que todavía son llamativas para el lector contemporáneo y que, curiosamente, contrastan con la reticencia de Nervo al cambio y el espíritu emprendedor de la época. En su poema “Credo”, por ejemplo, dice con humor: “Creo en Dios y en el noble sulfato de quinina,/ y a veces creo en Dios...¡pero no en el sulfato!”;[24] en el poema iv de “¡Amemos!” utiliza el campo léxico de la electricidad para hablar del enamoramiento: “Para que mi mente ejerza/ su vigor, la galvanizas”;[25] en “Dominio” (vi) describe los ojos de una mujer como “Unos ojos verdes… color de sulfato de cobre”.[26] Esta última imagen sería retomada, casi literalmente, por el más joven poeta Ramón López Velarde, en “No me condenes”, en un verso que se establecería con mucha más fuerza que el de Nervo en la memoria colectiva de la poesía mexicana: “ojos inusitados de sulfato de cobre”.[27] A pesar del rumbo divergente que tomó la poética de López Velarde con respecto a Nervo, sí cabe considerar a este último como una influencia crucial en los inicios poéticos del zacatecano. En palabras de Manuel Durán –reproducido por Luis Leal y Ramón Xirau–: “López Velarde es hijo espiritual y heredero de Nervo, lo mismo que Nervo lo es de Gutiérrez Nájera. Melancolía, nostalgia, mezcla de erotismo y religiosidad, sensualidad vagamente culpable: todo ello es común a ambos poetas”.[28]

Todas éstas son pequeñas variaciones dentro del canon poético que amplían las posibilidades y abren paso al vocabulario proveniente de áreas como la física y la química, entre otras, y los integran en el repertorio metafórico. Aunque la mayoría de las imágenes que podemos encontrar en los versos de Serenidad son menos originales, más apegados a la tradición poética del momento, estas pocas excepciones sobresalen por la extrañeza que provoca la innovación, en ese contexto, en el lector actual.

Si bien estos rasgos nos podrían hacer pensar en el nacimiento de vanguardias mexicanas como el Estridentismo, la poética de Nervo se encuentra lejos de este impulso renovador. Como expresa Juan Domingo Argüelles:

En efecto, Nervo muere en el seno de la religión poética que él mismo fundó. Y, en esa estética de la sinceridad autobiográfica teñida de misticismo y ascetismo, el creacionismo de [Vicente] Huidobro no alcanza a decirle nada. Las otras vanguardias hispanoamericanas (el ultraísmo argentino, el estridentismo mexicano, etcétera) surgirán, justamente, luego de la muerte del autor de La amada inmóvil.[29]

mostrar La sinceridad y el estilo

Cuando Serenidad ve la luz, Nervo ya era un escritor conocido tanto en México como en el extranjero, de tal manera que su publicación no pasó inadvertida, al menos no entre el grupo cercano de intelectuales y escritores de su patria. El mismo año (1914) Alfonso Reyes le dedica una breve reseña, favorable en términos generales, pero que pone de manifiesto una idea en la que la mayor parte de sus críticos, desde diferentes ángulos, confluye. La sinceridad del poeta que se sobrepone, en muchos casos, al estilo y, específicamente, al trabajo formal que caracterizó a Nervo en su poesía temprana y que lo vincula estrechamente al Modernismo mexicano más canónico. Reyes expresa: “Serenidad es un libro dedicado al yo del poeta. La base de su crítica consistiría, pues, en preguntarse cuál es, para el arte, la sinceridad útil, y cuál la inútil”.[30] Desde su punto de vista, la intención comunicativa y el tono confesional de Nervo en Serenidad pueden ir en detrimento de un concepto, más o menos indefinido, que denomina “gusto” y que se entiende como noción estética. Concluye: “Nervo no espera, seguramente, que su obra sea juzgada a la fría luz del ‘estetismo’”.[31]

Por su parte, a la muerte del poeta, Enrique González Martínez retoma en su discurso el antagonismo entre la sinceridad, es decir, el tono autobiográfico y desgarrado del libro, y la vacuidad de las formas. Para el jalisciense es notoria la transformación de la poesía de Nervo desde Serenidad y, más visiblemente, entre Elevación y su último libro, El estanque de los lotos. A partir de ese momento, en palabras de González Martínez, la consigna de Nervo ha sido: “Limpiar el espíritu y limpiar la palabra. Romper el ritmo que a nada conduce; destronar la rima que nada enseña; abominar de la retórica que es engaño y de la técnica que es vanidad”. Más adelante matiza, en consonancia con las palabras de Reyes, “el afán de pulimento que quita asperezas, que borra manchas y destruye imperfecciones, puede dejar la obra limpia de todo, hasta de poesía”.[32]

En la nota escrita por Antonio Castro Leal –a la muerte del poeta–encontramos el mismo reproche: además de la duda acerca de la validez poética de la sinceridad, el autor señala una enunciación filosófica endeble: “No es un poeta filosófico, pero cuando quiere serlo lo acechan todas las dificultades del caso”.[33] Con respecto a la decreciente complejidad formal, anota en un tono que no está exento de mordacidad: “El ambiente es favorable y, como la retórica no impera, todas las puertas están abiertas”.[34]

La sinceridad como medio y fin de la escritura que predomina en el libro y se propaga a lo largo de la última poesía del autor de La amada inmóvil, será retomada por autores de generaciones posteriores como un lugar común de la crítica negativa a Nervo. Un ejemplo es la nota que aparece en la polémica Antología de la poesía mexicana moderna, compilada por Jorge Cuesta y otros Contemporáneos, en 1928 –que Juan Domingo Argüelles reproduce en “Elevación y caída de la poesía de Amado Nervo”–. A pesar de que Nervo es considerado por encima de otros modernistas de la talla de Gutiérrez Nájera, no por ello queda libre del juicio riguroso de Cuesta:

Distinguimos dos épocas en la poesía de Amado Nervo: la de su juventud, realizada en los límites de una inquietud artística, dicha en voz baja, íntima, musicalmente grata, y la de su madurez religiosa y moralista, ajena, las más veces a la pureza del arte. El progreso de su poesía termina en la desnudez; pero así que se ha desnudado por completo, tenemos que cerrar, púdicos, los ojos.[35]

Argüelles explica la pronta extinción del legado de Nervo de la siguiente manera: “Cuando Amado Nervo murió, en 1919, aunque sus exequias fueron fastuosas y su prestigio popular era extraordinario, la estética en la que fundó su poesía ya comenzaba a agonizar”;[36] añade que para mediados del siglo xx su poesía estaba casi olvidada: “la popularidad no siempre (o casi nunca) es sinónimo de inmortalidad”.[37] La revaloración de su obra no vendrá hasta años después, hacia la segunda mitad del siglo xx, y será principalmente a partir de su biografía o bien, de su labor como cronista. Sin duda, Antología del modernismo: 1884-1921, preparada por José Emilio Pacheco y su brillante estudio preliminar contribuye a la recuperación de la poesía de Nervo, junto con la edición de sus Obras completas, a cargo de Alfonso Méndez Plancarte y Francisco González Guerrero, en Madrid (1952). El estudio (1943) de otro Contemporáneo, Bernardo Ortiz de Montellano, fue el primero de esa índole tras la muerte del autor de Serenidad. El libro Genio y figura de Amado Nervo (1968) de Manuel Durán es un estudio imprescindible para este esfuerzo.

En este breve periodo de reconsideración de la obra y figura de Nervo, Ramón Xirau escribe “Amado Nervo: pensamiento y poesía” en Entre la poesía y el conocimiento. Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos. La forma en que aborda el tema de la desnudez retórica, esta sinceridad que incomodó a tantos y que, paradójicamente, le ganó un lugar importante en el gusto popular de su época, es novedosa. Xirau asocia el fervor religioso a dicha característica; explica de esta manera la transformación que se hace notoria en la poesía tardía del autor. Para el filósofo, Nervo siempre buscó un Ideal absoluto en su poesía, influenciado fuertemente primero por el positivismo y después, por el simbolismo francés y, finalmente, a través de un credo poético-religioso de su propia invención: “[...] el poeta, ser escogido, persigue el Ideal y realiza el Ideal más allá de la transitoriedad de la vida. Este más allá, este Ideal se llama ahora: Dios”.[38]

Xirau insiste en la continuidad de este Ideal: “La intención de Nervo es la misma en una u otra época: encontrar una realidad absoluta –aquí proclamada cristianamente Dios y, en forma budista, Nirvana– opuesta a nuestra realidad meramente aparencial. Sólo la realidad divina (ahora acaso despersonalizada) da sentido a la vida”.[39] El resultado es, como hemos visto, el despojo de los sentimentalismos y el ornato excesivo, la búsqueda de la sobriedad en la expresión. Por este motivo Manuel Durán –citado por Luis Leal y Ramón Xirau– dice: “Nos hallamos frente a un caso extremo, singular, de ‘prosa filosófica rimada’”;[40] en el caso de Serenidad, incluso podríamos prescindir de lo rimado y llamarla versificación libre filosófica. Luis Leal, por su parte, encuentra un contexto fuera de la biografía del poeta que aporta una visión más amplia de este estilo: “La trayectoria poética de Nervo va, como en [Rubén] Darío, [Leopoldo] Lugones y Juan Ramón Jiménez, de la obra hermética a la obra abierta”.[41] En un sentido, Leal difiere del resto de los críticos, pues ve una voluntad estética incluso en el descuido formal: “Hay que observar, sin embargo, que escribir poesía sin retórica es otra forma de la retórica”.[42] Esto no significa que, al hacer un balance general, le parezca que tengan una validez como obras de arte: “Si apartamos la poesía pseudo filosófica –donde entraría la mayor parte de Serenidad– y la que cae en la confidencia, todavía queda un buen número de composiciones dignas de figurar entre las mejores que la poesía hispana ha producido”.[43]

Este breve recorrido nos permite ver que la característica distintiva de Serenidad y la poesía tardía de Nervo es la sinceridad, entendida no sólo como tal, sino como la crudeza del lenguaje.

mostrar Bibliografía

Argüelles, Juan Domingo, “Elevación y caída de la poesía de Amado Nervo”, en El libro que la vida no me dejó escribir. Una antología general, selec. y est. prel. de Gustavo Jiménez Aguirre, México, D. F., Fondo de Cultura Económica/ Fundación para las Letras Mexicanas/ Universidad Nacional Autónoma de México (Colección Biblioteca Americana. Viajes al Siglo xix), 2006, pp. 523-541.

Bollo, Sarah, “La poesía de Amado Nervo”, Revista Nacional, núm. 68, agosto, año vi, 1943, (consultado el 30 de noviembre de 2015).

Castro Leal, Antonio, “Amado Nervo”, Hispania. Revista española de historia, núm. 5, vol. ii, noviembre, 1919, pp. 265-267.

Cuesta, Jorge, Antología de la poesía mexicana moderna, selec. y pról. de Jorge Cuesta, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas)/ Contemporáneos, 1928.

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López Velarde, Ramón, Obra poética, ed. crít. y coord. de José Luis Martínez, España, Archivos de la Literatura Latinoamericana del Caribe y África del siglo xx/ Universidad de Costa Rica (Colección Archivos; 36), 1998.

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* Esta contraportada corresponde a la edición de 1919. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.



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