Enciclopedia de la Literatura en México

Ignacio Ramírez

mostrar Introducción

Crítico de las costumbres, escritor, abogado, político, orador, periodista, parlamentario, polemista, reformador, maestro, conferencista, académico, juez, ciudadano distinguido de la República de las Letras, observador de espíritu científico, naturalista, geógrafo, historiador e indagador de las antigüedades mexicanas, filólogo, poeta, dramaturgo, ensayista: todo ello fue Ignacio Ramírez, a más de liberal “puro” y militante pleno de la Reforma. ¿Cómo podía un solo hombre reunir tantas vocaciones, tantas actividades, tantas preocupaciones? La respuesta es que esto sólo se hizo posible gracias a la asunción de todas ellas como parte de un destino de fundador de una nación moderna, crítico del viejo orden conservador y tradicionalista, renovador de la vida social, creyente en la capacidad movilizadora de la razón, la ciencia y la educación para cambiar los destinos de una patria: un Prometeo inquieto y genial, un miembro del Parnaso mexicano que arrebata al orden conservador los viejos saberes que es necesario refuncionalizar a la luz de las nuevas ideas del siglo. Y como Prometeo lo encontramos, ya visitante libre de todos los mundos, apoderándose de los conocimientos todavía encerrados en las viejas instituciones escolares y acervos culturales, ya encadenado y castigado por su atrevido afán de servir a los hombres en la fundación de un nuevo orden.[1]

mostrar Del crítico de las costumbres al constructor de una nación

Primeros años

Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada nació en San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), Guanajuato, el 22 de junio de 1818, y murió en la Ciudad de México el 15 de julio de 1879. Según la mayoría de sus biógrafos, su padre, Lino Ramírez, era de ascendencia tarasca, y su madre, Sinforosa Calzada, de origen azteca. Su padre era por entonces un importante miembro del Partido Liberal Federalista que apoyó la Constitución de 1824, y más tarde fue vicegobernador de Querétaro –sitio donde su hijo comienza los estudios– y ejecutor de las Leyes de Reforma de 1833.

En 1835 la familia se traslada a la Ciudad de México, y el hijo sigue el curso de artes en el Colegio de San Gregorio, para luego ingresar, en 1841, al Colegio de Abogados de la Universidad Pontificia Nacional, donde se gradúa en 1845. Ya como colegial se muestra un apasionado estudioso de los más diversos temas, asiduo visitante de bibliotecas como la del Convento de San Francisco, y se forma como autodidacta, interesado en temas que van de las ciencias naturales a la literatura. Guillermo Prieto lo recuerda como un joven que, “encerrado en librerías”, adquirió desde entonces “asombrosa erudición”.[2] Y Altamirano, su primer biógrafo, anota que Ramírez, “después de haber entrado a esas bibliotecas erguido y esbelto, salió de ellas ligeramente encorvado y enfermo, pero erudito y sabio”.[3]

En 1837 ingresa a la Academia de San Juan de Letrán, en la que logra ser aceptado muy joven aún como miembro con un discurso de postura materialista inspirado en la obra de Lucrecio y en el clima filosófico empirista y sensualista. A pesar de que este acto de afirmación resultó escandaloso para muchos y le valió la fama de ateo, se reconoció su “talento y erudición” y se lo admitió como miembro activo de esa entidad pionera para la fundación de una literatura mexicana, en la cual alternaban voces conservadoras con otras muchas, progresistas y en buena medida liberales, y que se planteó como tarea “mexicanizar la literatura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar”.[4]

Algunos años después, anotará Ramírez que las esperanzas de la patria se encuentran puestas “en algunos jóvenes que se están formando solos”: “¿No los veis tronar en la tribuna, triunfar en los combates, brillar inesperados?”.[5] No podría haber mejor descripción de su propia posición y la de sus pares.

Otro elemento más lo confirmará como representativo de toda una generación: su estrecho vínculo con el periodismo y la oratoria, dos formas de incidir en la vida social en una época en la cual no sólo era enorme el número de analfabetos y la palabra circulaba de viva voz, sino que también era tan alto el costo de producir libros que muchos de estos grandes escritores sólo lograron publicar unos pocos títulos.

Ésta es una buena muestra de que, además de su formación por las vías tradicionales, el joven Ramírez empieza a frecuentar ese naciente espacio público integrado por jóvenes renovadores, muchos de ellos también abogados recién titulados y de escasos ingresos, a los que unen varios rasgos: son liberales; se adhieren a los valores revolucionarios; son antitradicionalistas y amigos de las novedades; confían en la perfectibilidad de la naturaleza humana; son propulsores de las causas modernas: igualdad, laicismo, progreso.[6] Defienden la democracia representativa, el federalismo y la separación de poderes, la pacificación del país y la vigorización del orden social; afirman la necesidad de fijar la independencia de Iglesia y Estado y, más aún, la subordinación de los intereses de la primera a los del segundo; luchan por la defensa de las libertades individuales en todos los ámbitos: desde el laboral y comercial hasta el educativo y periodístico (libertad de asociación, de prensa, etcétera), así como defienden el progreso de la ciencia y de la sociedad a través de instituciones como el municipio y la escuela.[7]

Este joven y brillante abogado habría de constituirse pronto en “el hombre representativo” del momento de la consolidación de la República y del ideario de la Reforma, preocupado por dotar al idealismo liberal “puro” de contenidos provenientes de la realidad mexicana.[8]

Los comienzos de una carrera brillante

En 1845 el joven abogado comienza a dedicarse también a la política, el periodismo y la vida literaria. Funda con otros miembros de su generación como Guillermo Prieto y Manuel Payno el periódico Don Simplicio. Una vez más, la elección del título apunta tanto al Quijote como a un personaje del Don Catrín de Lizardi, y con él se pretende emprender una crítica de las costumbres, “contribuir a la regeneración moral de la sociedad mexicana”, así como examinar la posición de los distintos sectores políticos y “defender rabiosamente un modelo republicano y popular de gobierno”.[9]

En el primer número de este periódico, encabezado por una caricatura (signo también de la época), aparece un editorial, “A los viejos”, donde Ramírez abunda sobre la necesidad de alejar lo viejo para propiciar la renovación de la sociedad y plantea por primera vez un programa de reforma política, económica y religiosa de su país. Estas ideas, expuestas por él más tarde en el Club Popular, fueron, según Francisco Sosa, las mismas que “quedaron consignadas en la Constitución y en las Leyes de Reforma”. En las distintas épocas de Don Simplicio la pluma de Ramírez aporta artículos de corte político y crítica de las costumbres, así como cuadros y diálogos entre personajes imaginarios siempre cargados de un fuerte contenido satírico, en un estilo que evoca en buena medida el de su admirado Lizardi: a pesar de que algunos rasgos de su desempeño y de su obra lo acerquen al clima romántico de la época, el propio Ramírez trazará en más de una ocasión su vínculo con las ideas de El Pensador Mexicano, a quien años después, y en pleno auge de la reflexión sobre las bases de la literatura nacional, llegará a considerar abiertamente como el padre fundador de la tradición literaria mexicana moderna.[10] En abril de 1846 se clausura el periódico y Ramírez, junto con otros colaboradores, es encarcelado.

Ese mismo año nuestro autor se afilia al Club Popular y es clave su participación en la gesta de una nueva constitución de cuño liberal apoyada en el ideario reformista. Francisco de Olaguíbel, gobernador del Estado de México, lo designa secretario de Guerra y Hacienda. Ramírez tiene así la oportunidad de instrumentar las primeras reformas de signo liberal, como la ley por la que se declara la autonomía del municipio y el fomento de nuevos planes educativos.[11]

También en Toluca, y por esta misma época, se casa Ramírez con Soledad Mateos, la Sol a quien están dedicados varios de sus poemas y su compañera de toda la vida, con quien tendrá cinco hijos.

Tras la intervención norteamericana, Ramírez se alista como soldado para luchar contra la invasión y participa en la batalla de Padierna. En 1848 se traslada a Tlaxcala como jefe superior político de dicho territorio, pero al disolverse los poderes cesa su desempeño como funcionario y pasa a la Ciudad de México. A pesar de las tormentas políticas encuentra tiempo para avanzar en uno de sus más anhelados y no menos urgentes proyectos: la renovación de las ideas, y escribe su Ensayo sobre las sensaciones, dedicado a la juventud mexicana (1848).

A fines de ese año lo encontramos en Toluca, donde ejerce su tarea de abogado y colabora en la fundación del Instituto Científico y Literario de Toluca, en el que imparte de manera gratuita las cátedras de derecho y literatura y trabaja en la puesta en marcha de un programa de becas para apoyar a estudiantes pobres y de ascendencia indígena, y donde logrará generar un grupo de jóvenes seguidores alentados por sus ideas liberales y reformistas. Uno de los beneficiarios de ese programa será nada menos que Ignacio Manuel Altamirano, su discípulo, amigo y correligionario de tantos años, y su primer biógrafo.

En 1849 funda el periódico Temis y Deucalión, y en él adopta un nuevo seudónimo: Tirabeque (“tirador”). Allí se publica su artículo “A los indios” (1850), que también provoca una fuerte reacción: se lo acusa por escándalo y difamación y se le hacen cargos por “delitos de imprenta” y su texto se califica como “sedicioso, infamatorio e incitador a la desobediencia”. Tras una notable autodefensa, el jurado absuelve a Ramírez, pero los sectores conservadores del estado lo obligan a retirarse de su cátedra por “corrupción” de las mentes juveniles, al tiempo que organizan una quema de libros al grito de “¡Mueran las ciencias y las artes!”.[12]

El sinuoso camino hacia la Reforma

Hacia 1850 México atraviesa un momento enormemente difícil, con la pérdida de buena parte de su territorio, la guerra civil, la pobreza, la precariedad y el desorden en la cosa pública. Los principales representantes de los sectores pensantes comienzan a reagruparse en torno de programas de acción en la línea liberal y en la línea conservadora. Por estos años empieza a manifestarse la efervescencia oratoria de Ramírez, quien traducirá simbólicamente a través de sus discursos este proceso y alimentará con sus propuestas el ideario de los “puros”.

Difícil e infructuoso resultaría, tanto en el caso de nuestro autor como en el de muchos otros, intentar hacer un claro deslinde entre el hombre de acción y el hombre de letras propiamente dicho, en una época en la que todavía no se ha comenzado a generar un espacio social autónomo para la literatura y el escritor atraviesa una y otra órbitas de la sociedad, aun cuando lo haga precisamente en su carácter de profeta o iluminado por la vocación literaria para contribuir a la mejora de la vida social.[13]

En 1852 Ramírez es designado secretario de gobierno de Sinaloa. Pone entonces en práctica y experimenta en ese nuevo laboratorio regional las mejoras políticas y sociales que proyecta llevar a cabo en todo México. Durante la Revolución de Ayutla (uno de cuyos objetivos era la destitución de Santa Anna), se le designa secretario del general Comonfort. En 1853 regresa a México, donde ocupa la cátedra de literatura en el Colegio Políglota de Toluca, pero su prédica resulta amenazante para Santa Anna, quien lo manda encarcelar, incomunicado y con grilletes, en Tlatelolco. Con la destitución del dictador se lo pondrá nuevamente en libertad. La distancia ideológica con la posición moderada de Comonfort, así como su cercanía con el sector más radical del liberalismo, lo decidirá a pasar nuevamente a Sinaloa, donde se desempeñará como juez.

No obstante la agitación de esos años, Ramírez no deja de escribir. Entre enero y mayo de 1854 elabora los cuadros de costumbres que formarán parte de la obra colectiva Los mexicanos pintados por sí mismos. Tipos y costumbres nacionales, publicado un año después por la Sociedad de Literatos. En 1855 prepara tres artículos y un poema para El Monitor Republicano, donde volverá a emplear el seudónimo de Tirabeque: “El programa de la revolución es un nudo gordiano, que quiere Tirabeque cortar, mientras otros lo desatan”.[14] Además de sus textos de fuerte carácter político, prepara “Dos lecciones inéditas sobre literatura”, vinculadas a los cursos dictados en Toluca. La publicación de las lecciones reúne dos de los grandes intereses de su generación: el fomento y la renovación de los contenidos educativos, todavía marcados por lastres tradicionalistas y retrógrados, y el despunte del futuro programa del nacionalismo literario, que piensa la relación fuerte entre literatura y vida nacional.

En 1856 Ramírez es nombrado representante de Sinaloa ante el Congreso General Extraordinario que habría de elaborar una nueva constitución. Es así como entre 1856 y 1857 participa como diputado en el Congreso Constituyente, en el cual, a pesar de la presencia de los “puros” (citemos los nombres de Ponciano Arriaga, Santos Degollado, Melchor Ocampo, Francisco Zarco y el propio Ramírez), terminó por predominar una posición moderada. Las intervenciones de nuestro autor despiertan siempre enormes expectativas. Pronuncia una serie de prominentes discursos de crítica a las instituciones tradicionales a la vez que reflexiona sobre los fundamentos de un nuevo orden para la nación. Entre sus numerosas intervenciones en los debates parlamentarios, que confirman su excepcional talla de orador, evocamos las dedicadas a la desamortización de los bienes de las corporaciones civiles y religiosas, la defensa del federalismo, la protesta en favor de los derechos ciudadanos, la situación del campesino y el obrero, así como pormenorizados comentarios sobre muchos artículos constitucionales. Reflexionemos sobre el sentido profundo de esta época de oro que fue la militancia parlamentaria de Ramírez: dar un orden constitucional era no sólo dar un marco legal, sino en rigor –como la palabra misma lo indica– constituir una nueva nación, libre de los lastres del pasado y abierta, a partir del presente, a las posibilidades que el futuro habría de expandir. Esta prominente actuación constitucionalista de Ramírez y su esfuerzo por repensar a la nación desde sus bases mismas será una de las facetas más evocadas por los historiadores.

En 1857 funda El Clamor Progresista, periódico independiente y liberal, en el que apoya la candidatura presidencial de Miguel Lerdo de Tejada a la vez que se opone a las pretensiones de Comonfort, quien en su opinión se había alejado de los principios liberales. Escribe un virulento texto crítico bajo un nuevo seudónimo, O. (alias) Chile Verde, dirigido a dicho personaje, quien lo manda perseguir y encarcelar. Ramírez logra escapar disfrazado y se dirige hacia Sinaloa, pero es apresado en el camino por las fuerzas del conservador Tomás Mejía, quien lo remite a la prisión de Querétaro y, tras la amenaza de fusilarlo, la tropa termina por hacer escarnio de él, obligado a desfilar a lomo de un asno mientras los soldados lo insultan y apedrean. Finalmente se suspende la orden y se lo vuelve a enviar a la cárcel, de donde sale a fines de 1858.

Ramírez viaja a Veracruz, donde se une al grupo de Benito Juárez y participa en la redacción de las Leyes de Reforma. En 1859, mientras siguen las luchas entre liberales y conservadores, y a pesar de ese primer momento de cercanía con Juárez, Ramírez decide alejarse e instalarse en San Luis Potosí, dada su oposición a la Ley Lerdo, que representaba según él la ruina de la propiedad comunal de los indígenas.

Los avatares políticos no lo hacen desatender su afán de conocimientos y su permanente curiosidad científica: así escribe “Aurora boreal”, artículo que publica en La Sombra de Robespierre, San Luis Potosí, el 22 de agosto de 1859. Al mismo tiempo, y como respuesta a una brutal masacre ligada al martirologio liberal, Ramírez escribe uno de sus mejores poemas, “Después de los asesinatos de Tacubaya” (1859).

En 1861, con el regreso del gobierno liberal a la Ciudad de México, es designado ministro de Justicia e Instrucción Pública y queda interinamente a cargo de las carteras de Fomento, Colonización e Industria.

Trabaja entonces activamente para instaurar por fin en el ámbito nacional el proyecto liberal por tanto tiempo acariciado y se dedica a promover la marcha de la Reforma en el interior de México (San Luis Potosí, Guanajuato, Jalisco, Sinaloa), con medidas como la desamortización de los bienes de manos muertas o la reforma de la enseñanza e innovación en los planes de estudio (que hasta el momento seguían siendo los de la Colonia). Así, dicta la Ley de instrucción pública en el Distrito Federal y territorios, para la reforma de la instrucción primaria, secundaria, escuelas de artesanos, escuelas especiales y de niñas, así como atiende a bases generales de exámenes, designación de catedráticos y fondos de instrucción pública.

Otras medidas de no menor interés serán por esos mismos años el cierre de la Universidad y el Colegio de Abogados, considerados lugares donde se perpetúa el orden conservador, así como la fundación de nuevas instituciones: la Biblioteca Nacional, la primera pinacoteca integrada por obras de artistas mexicanos o la Escuela de Minas. Otra preocupación de los liberales es la modernización del sistema de transportes y comunicaciones, que habría de permitir, en palabras de Francisco Zarco, “comunicar material y espiritualmente el país”, generando una nueva dinámica de integración regional. Es así como, también gracias a la gestión de Ramírez, se agiliza la construcción del ferrocarril de México a Veracruz.

Como bien anotan los especialistas, el cierre de la universidad tradicional y la apertura de academias y gabinetes de lectura y de ciencias constituyen un movimiento estratégico para la reforma educativa y el fomento del conocimiento, que se verá complementado con otras muchas disposiciones no menos relevantes. El periodismo, la creación artística y literaria, la participación a través de discursos, son otras tantas formas de intervención que buscan renovar la sociedad y refundar el país a través de la consolidación de un nuevo orden no tradicionalista. De este modo, ni aun en las épocas de mayor actividad política abandona Ramírez su participación en la prensa. Escribe con Guillermo Prieto siete artículos en El Monitor Republicano dedicado a las Leyes de Reforma y colabora también en el periódico El Siglo xix. Tampoco deja la oratoria patriótica: el 16 de septiembre de 1861 pronuncia un encendido discurso en homenaje a la Independencia.

Por esa misma época en Europa se está gestando un nuevo proyecto de intervención armada para obtener el pago de la deuda externa contraída por el gobierno liberal mexicano. Ya bajo la amenaza de la invasión extranjera, Ramírez redacta, con Guillermo Prieto y otros autores, La Chinaca (1862), periódico dedicado a la propaganda patriótica. Así, en un nuevo vuelco del panorama político, poco tiempo después de haber sido electo diputado al Tercer Congreso Constituyente se verá obligado a partir para convertirse en defensor y difusor de la causa republicana. El 5 de febrero de 1863, Ramírez pronuncia un discurso sobre el sexto aniversario de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos y el 16 de septiembre en el Puerto de Mazatlán da otro discurso: “En la solemnidad de la Independencia de México”. Desde Sinaloa mantiene también una valiosa correspondencia con Guillermo Prieto (Fidel), en un intercambio epistolar que se extenderá hasta 1877, y donde no deja de hacer observaciones científicas y tomar notas de la vida cultural de la región. Se conservan muchas de las cartas que envía desde San Francisco de California, Mazatlán y el Golfo de California. El 5 de febrero de 1864 da otro discurso desde el Puerto de Mazatlán, “En el aniversario de la Constitución de 1857” y más tarde, el 5 de mayo otro texto no menos soberbio, “En el aniversario de la batalla de Puebla”. Participa en La Opinión de Sinaloa. En Sonora publicará La Insurrección, periódico opuesto a la intervención extranjera, y en el cual mantendrá además una apasionante polémica con Emilio Castelar en torno a la desespañolización política e intelectual de los mexicanos, tras la cual, como se sabe, el propio Castelar se declara vencido por la elocuencia y el talento de nuestro autor. En otro periódico sonorense, La Estrella de Occidente, aparecerán más tarde muchos de sus más encendidos textos de arenga patriótica, como “Patriotismo” o “La tempestad” (1865).

En 1866 regresará a la patria para contribuir a su defensa, y poco antes del fusilamiento de Maximiliano será nuevamente encarcelado en San Juan de Ulúa y más tarde en Yucatán, donde resultará víctima de la fiebre amarilla. De esta etapa proceden composiciones como “El hombre dios”[15] y posiblemente sus “Décimas”. Pasa luego a la Ciudad de México, donde seguirá viviendo bajo vigilancia policial y escribirá de manera afiebrada muchos de sus mejores textos, algunos de ellos de carácter dramático, dada su cercanía con la actividad teatral de la época.

Pero es sobre todo la etapa de El Correo de México, fundado por Altamirano, una de las más ricas en su producción, en la que participa como redactor junto con Prieto, García Pérez, Chavero, Cuéllar o Manuel Peredo, y publica textos como su recordado ensayo sobre “La Constitución” y artículos como “Héroes y traidores”, “La apelación al pueblo”, “El clero”, “La convención progresista”, “Los estudios metafísicos”, y textos programáticos como “Instrucción primaria”, “Colonización”, “La unión americana” o “La lengua mexicana”, y encuentra en ese proyecto periodístico independiente un espacio para sus reflexiones políticas de la hora, hasta que en 1867 se produzca el triunfo de la República y con ello la posibilidad de volver a la acción.

El 15 de septiembre, a pocas semanas de la entrada de Benito Juárez en la capital mexicana, Ramírez será el encargado por la Junta Patriótica para pronunciar en el Teatro Nacional uno de sus textos más recordados: el “Discurso cívico”.

Tras la llegada de esta nueva época de libertad nuestro autor escribirá textos de capital importancia como “El Congreso”, “Los ayuntamientos”, “¿Dónde está la República?” y “¡Reforma!”, publicados entre noviembre y diciembre de 1867. Estos artículos muestran que, una vez más, Ramírez no se había dejado ganar por las cuestiones de corto plazo, sino que había continuado reflexionando en torno de temas de capital importancia tales como el de la representación política, la soberanía popular, el espíritu de asociación, a la vez que madurando todo un programa político de avanzada.

Ramírez y la República Restaurada (1867-1876)

El regreso de Juárez y el triunfo del grupo liberal sobre el conservador, que supusieron el retorno de los más altos representantes de la inteligencia republicana, no trajeron sin embargo la paz en la vida de Ramírez, quien a través de El Correo de México continuará profundizando la crítica a la política juarista y con ello propiciando un mayor alejamiento con el presidente. Ramírez participará también en juntas y asociaciones que darán lugar poco después al surgimiento del Partido Liberal Constitucional. Como otros representantes de esa corriente, Ramírez da su apoyo a Porfirio Díaz, en quien ve a un defensor de la Constitución de 1857 y un firme luchador contra los intereses de sectores conservadores.

A lo largo de esta década fundamental para la consolidación del programa liberal Ramírez se desempeñará en un nuevo cargo de responsabilidad: en 1868, y ya francamente distanciado de Juárez, el Congreso lo designa magistrado de la Suprema Corte de Justicia, cargo en el que se desempeñará de manera casi ininterrumpida hasta el fin de sus días y desde el cual luchará particularmente en favor de la ley de amparo. El autor continuará además activo en el debate de ideas y en la intervención en diversos asuntos de la vida social, como lo prueban sus últimos discursos y escritos. De este modo, y paradójicamente, ni aun como miembro de la Suprema Corte se mantuvo Ramírez al margen del compromiso, las tormentas políticas y la intervención en los más diversos ámbitos de la vida cultural.

Como escribe Luis González y González al referirse a los dieciocho letrados que, sumados a doce militares, conformarán el grupo de “los treinta” que encabezará la puesta en práctica del programa liberal, “los cultos de la República Restaurada ejercieron la oratoria en la tribuna y en la cátedra, y la literatura en el periódico y el libro. Casi nadie se escapó de hacer crítica, reportajes y comentarios de índole política, social, económica y cultural en los mayores y mejores periódicos del ala liberal: El Siglo xix y El Monitor Republicano”.[16]

Ramírez coincidirá en buena medida con las posturas de los otros miembros de la elite que aspira a la puesta en práctica del proyecto liberal de 1857, y que además del anticlericalismo tiene como programa la pacificación del país, el fortalecimiento de la hacienda pública, el estímulo a la inmigración, la defensa de las libertades de asociación y trabajo, la promoción de la agricultura, la construcción de puentes, caminos y ferrocarriles, la defensa de las libertades de credo y prensa, el cultivo de la educación libre, gratuita, obligatoria, laica, la difusión de la ciencia positiva, el fomento del nacionalismo a través de las letras y las artes, etcétera.[17] Sin embargo, manifestará a la vez ciertas tomas de posición originales: mientras que algunos de sus correligionarios se muestran más conciliadores en el ámbito de lo religioso, Ramírez se seguirá afirmando como intransigente al respecto y luchará por la desamortización de los bienes de la Iglesia sin dar lugar a negociación; mientras que algunos liberales piensan en la necesidad de “exterminio de lo indígena”, Ramírez emprende su más valiente defensa de las culturas autóctonas con un muy avanzado esfuerzo de recuperación arqueológica y lingüística e insiste en ver las raíces de la historia nacional en el mundo prehispánico; si otros sólo veían en la inmigración extranjera la base del crecimiento, Ramírez propondrá interesantes medidas de colonización interna; mientras que la base de la organización familiar se apoyaba para muchos en un modelo centrado en el individuo masculino, cabeza de familia, propietario y pagador de impuestos, Ramírez se preocupa por la mujer y ve su potencial para el desarrollo social de México;[18] por fin, mientras otros liberales atendían sólo a la circunstancia mexicana, Ramírez está atento a las experiencias y a las ideas provenientes de otras partes de América Latina: así, por ejemplo, se muestra conocedor de las ideas de Sarmiento.[19] Carlos Monsiváis dice certeramente lo siguiente:

Ramírez pertenece a la vez que se exceptúa de esta “Sociedad de los elegidos”. Allí están sus amigos, sus compañeros, sus discípulos, pero también allí se mueven quienes lo consideran el elegido de Satanás, el enviado del demonio. Su radicalismo ideológico y político lo aísla, lo señala públicamente como al más intransigente de entre los “puros”, le crea un marco de hostilidad y miedo.[20]

A la hora de interpretar y diagnosticar la realidad social, la sensibilidad de ese gran lector, observador y retratista de las costumbres mexicanas que ha sido siempre Ramírez viene en auxilio del político y el científico. De allí que la gestión pública no le impida participar en nuevos y fundamentales proyectos periodísticos, como es el caso de El Semanario Ilustrado, concebido como revista científico-literaria y enciclopedia de conocimientos útiles. Ramírez contribuye en él con una serie de textos sobre educación, historia e industria. Se dedica allí a asuntos relacionados con los ferrocarriles o las obras públicas, pero también a temas sociales y culturales de más largo alcance, como “El Apóstol Santo Tomás en América”, “Asociación periodística”, “Asociación de la prensa” o “Principios sociales y principios administrativos”. En cuanto a este último, se trata de un ensayo clave para comprender el deslinde entre el ideario liberal que muchos quieren acallar y el nuevo programa que tiene por palabra de pase un término, “administración”, que irá imponiéndose aceleradamente entre distintos sectores de la sociedad (“colegiales, abogados, médicos, ingenieros, periodistas, filarmónicos y artesanos”). Ramírez insistirá en la necesidad de distinguir entre “los principios administrativos y los sociales”, en un artículo que complementará con otros textos como “Espíritu de asociación entre los mexicanos”, “Los pueblos de indígenas” o “Los campesinos”. En uno de los ensayos arriba mencionados escribirá:

El desarrollo de la asociación es espontáneo; la forma administrativa es caprichosa.
La asociación exige la igualdad; la administración se conserva por la jerarquía.
La sociabilidad significa nacimiento y cambios de forma, y muerte y reproducción; todo sistema gubernativo tiende a perpetuarse, aun contra la voluntad, aun con el sacrificio de los mismos interesados.
Asociación es bienestar; administración es obediencia.[21]

He aquí una muestra de su profunda defensa de las ideas de asociación y sociabilidad como bases de una auténtica vida democrática, contra las nociones de administración y obediencia, que resultan en su opinión escandalosamente contrarias a las leyes de la historia y el progreso social, e intentan imponerse “a pesar de la imprenta, del vapor y de la tribuna”:

Difícil es probar la bondad y la necesidad de los gobiernos; pero a nadie se oculta que ese sistema de entregar los negocios comunales o forzosos apoderados, engendra la corrupción y la tiranía [...].
Las autoridades, sea cual fuere su procedencia, no trabajan sino para sí; el espíritu de corporación que las anima, no se encuentra seguro, sino levantando su trono entre una iglesia y una cárcel; la prisión para el alma y para el cuerpo. Natural era que la vil multitud acabase por buscar lejos del sistema administrativo el aseguramiento de todos sus intereses, la encarnación de sus deseos, el ejercicio de la soberanía que se le ha usurpado por los mismos que se la han reconocido [...], ¡el pueblo tiene razón![22]

Los grandes ideales liberales y republicanos de Ramírez, inspirados en las revoluciones francesa y norteamericana, siguen en pie y lo alimentan hasta la última hora: “Exista el gobierno, pero exista aislado; asociación, libertad, igualdad, fraternidad ven con odio lo que se llama ley, pero nacen del contrato: ¡la lucha es entre la ley y el contrato!”.[23]

Hasta el fin de sus días lo acompañará también su obstinada defensa de la educación y de la ciencia como los motores del desarrollo social. De allí su interés en la publicación, también en 1868, de sus estudios pedagógicos, dedicados a la instrucción pública: “Instrucción primaria”, “Educación indígena”, “Educación de la mujer”, “Los libros de texto” y “La educación en los municipios”.

Escribe también un ensayo sobre las “Antigüedades mexicanas”, donde se refiere a la urgente necesidad de contar con un establecimiento dedicado a la recopilación, análisis y difusión de los hallazgos de vestigios de la cultura indígena sobre los cuales habrá de erigirse el conocimiento de la nación.[24]

No se trata sólo de un texto aislado: si a él sumamos los que publicará un año después, como sus “Estudios sobre literatura”, sus Lecturas de historia política de México y su participación en los primeros números de El Renacimiento, descubriremos que su obra forma parte de un vasto programa y de un vasto movimiento de fundación de una historia y una literatura nacionales, cuyo conductor habría de ser su más grande discípulo, Ignacio Manuel Altamirano. Se trata de una tarea de dimensiones titánicas: refundar México a partir de una nueva tradición, un nuevo pasado, una nueva forma de leer la literatura.

Compone además en esos años algunos de sus mejores poemas: “A la patria” y “Por los desgraciados” y pronuncia algunos de sus más célebres discursos, como el que dedicará a Humboldt en sesión solemne de la Sociedad de Geografía y Estadística.

En 1870 escribe Lecturas de historia política de México, obra dedicada a Emilio Castelar, en la que pasa revista a las dos primeras grandes etapas de la vida nacional: “Las naciones primitivas” y “La época colonial”. Entre 1871 y 1872 continúa colaborando con artículos sobre historia y educación en El Monitor Republicano, El Federalista, El Mensajero. Regresa a una de sus formas dilectas: el diálogo, que lo confirma como un autor de genio y “un verdadero periodista, un liberal firme y sincero”. En 1872 participa también en el periódico El Siglo xix, es nombrado vicepresidente de la Sociedad de Geografía y Estadística y se preocupa por garantizar la presencia de México en la Exposición Internacional, a la vez que lee un discurso sobre “Los habitantes primitivos del continente americano”. Se da tiempo para escribir poesía, como “Por los gregorianos muertos”, pieza leída en un banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana, y continúa con sus estudios sobre literatura, educación y antropología. Imparte conferencias sobre poesía erótica y religión griega en el Liceo Hidalgo.

En 1873 presenta un Proyecto de enseñanza primaria y textos escolares como el Libro rudimental para la enseñanza primaria y el Libro progresivo para la enseñanza primaria. Su curiosidad científica lo lleva a pronunciar un nuevo discurso sobre “La lluvia de azogue”.

Uno de sus últimos textos será el folleto El Partido Liberal y la Reforma Religiosa en México (1878), dedicado “a los miembros del Partido Liberal, quienes por medio de la tribuna, de la prensa o de las armas, han luchado en bien de la institución política, social o religiosa”: esta dedicatoria encierra también parte de su propio ideario.

Los comienzos del Porfiriato y el fin de una vida (1877-1879)

Ha sido Ramírez, como se dijo, hombre representativo de muchos de los grandes momentos del siglo xix mexicano y varias de sus ideas rectoras lo enlazan con otros grandes del pensamiento latinoamericano: Bello, Sarmiento, Alberdi, Lastarria, Hostos, en cuanto asume como ellos la responsabilidad que se adjudicaba a sí mismo el hombre de letras: la promoción del adelanto de la sociedad, la defensa de los ideales liberales y republicanos, su consolidación a través del conocimiento científico y su difusión a través de la educación y la cultura, considerados como las claves para la formación de hombres libres.

En la última etapa de su existencia alcanzó a vivir no solamente los comienzos del Porfiriato, sino ese particular momento de tensión entre las ideas liberales propias del grupo al que perteneció y la emergencia de un nuevo sistema de pensamiento, el positivista, así como las tensiones entre liberalismo y administración, que implicaron un giro fundamental para la política mexicana y la gesta de un “mito liberal unificador” que en el fondo no hizo sino acallar las voces más radicales del liberalismo.[25] La vida de Ramírez se extingue precisamente cuando se está dando ese proceso, a la par de la reconstrucción, a la luz de las nuevas demandas de época, del Partido Liberal.

La muerte de Ramírez coincide así con este grave momento de acallamiento del liberalismo radical y “puro”. Este incansable luchador recorre por última vez el jardín de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, llega a su casa y muere un 15 de julio de 1879. Así lo recuerda Pimentel: “Hombre modesto y honrado, muere pobre, habiendo tenido a la mano como ministro, los bienes nacionalizados del clero, pudiendo hacer uso fácil de las leyes de desamortización y habiendo despachado asuntos de sumo interés como magistrado”.[26]

Un hombre de acción y de letras; un político honrado; un liberal puro.

mostrar La obra literaria de Ignacio Ramírez

Para acercarnos a la obra de un polígrafo del siglo xix como Ignacio Ramírez es preciso entender que en esa época fundacional de nuestra literatura el naciente campo literario del México independiente se toca muchas veces con las esferas política, educativa, cultural.[27] De este modo, si por una parte resulta difícil y estéril tratar de aislar las obras de “creación” propiamente dichas, por la otra es necesario entender que los textos forman parte de un sistema inestable, dinámico y cambiante integrado por otras manifestaciones de la prosa de ideas. Así, en el caso de Ramírez resulta tan difícil como infructuoso, por ejemplo, establecer un corte nítido entre discurso político y obra de aliento ensayístico. Otro tanto sucede cuando examinamos sus poesías, en las que aquellas de contenido satírico-político rivalizan y en muchos casos superan en calidad a otros ejemplos de tono lírico e intimista. Sátira política, artículo de opinión, discurso crítico, cuadro de costumbres, ensayo científico, constituyen otros tantos ejemplos de lo mejor de la prosa de Ramírez: una prosa que difícilmente puede ceñirse a cánones estrechamente literarios y de creación (ya que hacer esto implicaría no sólo incomprensión sino proyección sobre el pasado de una idea de la literatura y de la autonomía del campo literario sólo concebible décadas después), pero que a su vez ha tenido un valor impar como contribución al tejido de una red de lecturas y, a la larga, a la génesis del campo de las letras mexicanas. La propia reflexión sobre temas literarios y lingüísticos, además, no buscaba su aislamiento respecto de las condiciones políticas y sociales concretas sino, muy por el contrario, su vínculo, a través de nuevos elementos, con una más activa intervención en el campo de la cultura.

El joven Nigromante, mordaz, satírico, moralista a la vez que “demoledor”, dedicado al retrato y la crítica de las costumbres, cederá hasta cierto punto su sitio al Ramírez maduro, “fundador”, mucho más imbuido en los intereses del Romanticismo y el liberalismo social y dedicado a construir una nación a través de la palabra.

Formar lectores, fomentar hábitos de lectura, crear bibliotecas y colecciones reales y virtuales fueron todas, en suma, estrategias para nutrir al México naciente de una tradición no tradicionalista y dotarlo de una nueva genealogía y de una memoria renovadas y apoyadas en nuevos ideales de libertad y republicanismo.

Por otra parte, a través de su producción poética, ensayística, oratoria, teatral, nuestro autor participa en un gran movimiento de secularización de la literatura, para su época todavía cercana en muchos ámbitos –como el de la oratoria o el teatro– al campo religioso.

En cuanto a sus reflexiones sobre arte, literatura, lingüística, tienen no sólo como objeto sacar las reflexiones de la órbita religiosa sino someterlas a nuevo examen a la luz de la razón y las leyes de la naturaleza con objeto de recolocarlas en la órbita del pensar científico. Es que su época vive nada menos que el paso de una concepción cerrada, inmovilista y autoritaria del mundo a una concepción abierta, dinámica y crítica, iluminada por la razón y la idea de historicidad de la experiencia humana: un verdadero Renacimiento, para emplear el nombre del gran proyecto cultural de Altamirano que sintetiza los intereses y alcances de toda esta gran generación en muchos sentidos fundacional de la literatura mexicana.

La vida de Ramírez coincide además con un momento muy rico en que se articulan las estéticas neoclásica, romántica y realista-naturalista: “Si la transformación del mundo en la primera adoptaba la postura de iluminar intelectualmente al lector, la de la segunda solía conminar a la acción inmediata o a la revisión pasional de los valores tradicionales; la de la tercera, por su parte, se empeñaba en diagnosticar los males americanos con el fin de conmover al público y disponerlo a procurar el cambio”.[28]

La obra de Ramírez es representativa de las interesantísimas transformaciones que habrá de vivir a lo largo del siglo xix el quehacer literario latinoamericano en general. Prácticamente en las primeras tres cuartas partes del siglo la literatura ocupa en nuestros países un espacio simbólico a la vez menor y mayor que el de la política: menor, porque caído el viejo orden colonial se ha emancipado de las viejas estructuras de mecenazgo religioso y virreinal y no se ha consolidado todavía como una nueva práctica con rasgos específicos y autonomía relativa; mayor, porque dados sus alcances y su capacidad de representación del mundo puede incidir en los demás campos, dar nombre y configuración simbólica a sus prácticas y traducirlas: así, por ejemplo, al mismo tiempo que los efectos de la Revolución francesa se hacen sentir en la transformación del vocabulario, en la reconfiguración de los campos semántico e ideológico, la lucha política y las diversas prácticas se traducen en nuevas formas en prosa, con la renovación del ensayo y del discurso. Pero ya hacia fines del  xix un nuevo orden económico y social lleva a la especialización de las prácticas, a la multiplicación de espacios de lectura, a la ampliación del mundo de los lectores y a la consiguiente consolidación de campos o esferas relativamente autónomos para los distintos quehaceres, al punto que deberá firmarse un nuevo “pacto” entre las esferas de la literatura, la política, la ciencia y el conocimiento en general. La creación y la crítica ganan así en autonomía y especificidad lo que pierden en su derecho a mezclarse con otras órbitas del quehacer social e incidir sin mayor mediación en las luchas simbólicas. De este modo, a fines de siglo –y por tanto en una nueva etapa histórica que Ramírez no alcanzará a ver–, conforme se acerque a su fin el intento de monopolizar todos los discursos por parte de la prosa positivista, se asistirá a una refundación del campo de las letras.

El poeta

La poesía acompaña a Ramírez a lo largo de su vida, desde las composiciones de tono costumbrista, cívico y patriótico, hasta la lírica que canta la intensidad del amor –aunque, como se verá, en muchos casos se trata de un amor fundador del orden de la familia y del Estado– y el dolor del poeta materialista que piensa su propia muerte sin creer en el consuelo de la vida eterna:

Madre Naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza;
nací sin esperanza ni temores,
vuelvo a ti sin temores ni esperanza...

Esta estrofa pertenece a una de las más admirables composiciones de Ramírez, “Por los gregorianos muertos”, considerada por José Luis Martínez como “el punto más alto de la poesía mexicana de tema moral”, donde “Ramírez alcanza una de las cumbres de su poesía, al expresar sus ideas materialistas en un lirismo desolado y altivo”.[29]

A las demandas de una poesía patriótica sigue, en América Latina, un segundo momento, de sublimación de los valores cívicos: un gesto que, junto a la construcción de la nación, la exaltación de las virtudes patrióticas, la lucha contra la adversidad y el enemigo, tiene particular peso en una nación que, apenas concluida la lucha por la independencia de España, se ve ya inserta violentamente en los avatares de la política mundial y enfrenta la expansión de los Estados Unidos y la oleada de restauración monárquica que llevará años después a Maximiliano al gobierno de México.

Así, y a diferencia de las primeras producciones de otros poetas de la época, de tono amoroso y melancólico, la poesía de Ramírez más tempranamente sacada a la luz es de carácter satírico y descriptivo, como las variadas composiciones que publica en el Don Simplicio o esa obra singular que es “El rapto”.

Encontramos también un valioso grupo de obras de carácter cívico: tal es el caso del soneto “Después de los asesinatos de Tacubaya” (1859), una de las mejores composiciones de Ramírez, en la que la ira desatada por una despiadada matanza de tonalidad goyesca lleva al poeta a resaltar el carácter sublime de la causa liberal al tiempo que a otorgar dimensiones sobrehumanas a la maldad del enemigo:

Guerra sin tregua ni descanso, guerra
a nuestros enemigos, hasta el día
en que su raza detestable, impía
no halle ni tumba en la indignada tierra…

En esta poesía temprana se descubren algunos de los rasgos característicos del estilo de Ramírez: la personificación de elementos de la naturaleza y del mundo del hombre –guerra, raza, tumba, tierra, sierra, selva, ojos, luz, natura, fuente– que dan contundencia a la expresión, hecho que se ve reforzado por un uso medido de modalizadores-moralizadores, adjetivos y adverbios que conducen siempre al ámbito de lo público y lo cívico, de manera no menos contundente –detestable, impía, indignada–, alguno que otro guiño de conocedor a la tradición y las convenciones poéticas: “selva umbría”, “fuente pura”.

Otra alusión de conocedor se verá en una de sus últimas poesías, “A Ezequiel Montes” (1876), donde el poeta envía al amigo encarcelado las liras de fray Luis de León, de tal modo que el destino de dos presos ilustres se entreteje, siempre a través de los usos cívicos y patrióticos de una poesía a la que quedan subordinados los primores artísticos:

Dulce amigo, recibe con agrado
la obra de un fraile que pasó su vida
de lo noble y lo bello apasionado.

La fama lo siguió por la escondida
senda del huerto donde su alma pura
los palacios de jaspe y de oro olvida…

Olvida luego amor, huerto y estrella;
a la patria dirige una mirada
donde pesar, indignación destella.

Róbale al godo forzador su espada
la traición; y al dejar el torpe lecho,
descubre a su nación encadenada…

La docta antigüedad griega y hebrea
le enseña los secretos de su idioma,
y en pro de su país, él los emplea…

El destino de fray Luis, el del poeta y el del patriota se entrelazan en causa común contra el oscurantismo, representado aquí por la Inquisición, y el poder real:

Tu inocencia en prisión solo divisa,
del Santo Oficio con la luz humosa,
de Felipe segundo la sonrisa.

El remate, una vez más, adquiere un sentido de sublimidad cívica:

¡Y no te amedrentaste! Y tu gloriosa
misión supiste como vate y sabio,
añadir a tu frente esplendorosa.
La corona de mártir no fue agravio:
de Sócrates la copa envenenada
una gota guardó para tu labio.

Como se ve, se ha impreso un giro narrativo al poema, que lo lleva al ámbito de la enseñanza cívica y moral:

Las almas fuertes celebrar me agrada
hoy que mi excelsa patria se derrumba
al peso de una turba degradada.

Escápese su elogio de mi tumba,
dando a los viles incesante susto.
Como un baldón en sus oídos zumba
el nombre de un avión constante y justo.

El endecasílabo –un metro frecuentado por los hacedores de versos patrióticos e himnos– sirve aquí para glosar la dulce lira de fray Luis y acompañar esta relectura “a lo cívico” de un poeta admirado por Ramírez, en cuanto modelo de búsqueda del conocimiento y rechazo de la intolerancia.

Nos dejó el autor intensos poemas de amor gozoso y de amor frustrado. En opinión de José Luis Martínez, sus primeras poesías de amor a Soledad se ven superadas por los poemas a Rosario de la Peña (musa romántica de Acuña, Flores y el propio Martí): “expresó su amor frustrado en algunos de los más hermosos e intensos versos de las letras mexicanas de su siglo”.[30]

Entre los fragmentos y poemas que dedica “A Sol” en 1872, poco después de la muerte de su esposa, encontramos pasajes tan hermosos como éste:

apagóse mi sol; tiembla mi mano
en la mano del aire sostenida…

Pero se hace evidente también en otras composiciones del mismo grupo la conversión de los impulsos amatorios en el fundamento de un orden del hogar que a su vez refleja y reproduce el orden de la sociedad:

Amor a las cadenas te sujeta
de mis brazos; después de mi victoria
tú despertaste madre y yo poeta;

triunfos de amor componen nuestra historia;
por ti yo he amado la virtud sencilla,
por ti la libertad, por ti la gloria.[31]

La austeridad y medida neoclásicas y los recursos expresivos románticos –así como, muy en particular, la recuperación de lo sublime– reciben una reinterpretación por parte de Ramírez, quien suma a ellos un estilo contundente, donde el empleo del sustantivo predomina francamente sobre la adjetivación, y cualquier amenaza de exceso expresivo o ambigüedad de sentido queda controlada y subordinada mediante la exaltación de los valores de la razón, el patriotismo y la ciudadanía.

La obra poética de Ramírez, una de las pocas consideradas por los estudiosos de la literatura hispanoamericana como muestra de lo mejor de la producción del Romanticismo, denota ya muchas de las características propias de ese gran movimiento estético y filosófico. No olvidemos dos notorias coincidencias: por una parte, los años de juventud y madurez de la vida de Ramírez corresponden a los que la crítica considera de desenvolvimiento del Romanticismo (1830-1870); por otra parte, los vínculos entre Romanticismo y liberalismo han sido muy marcados en la escena americana. El Romanticismo tuvo además en nuestro continente desarrollos propios, algunos de cuyos rasgos se hacen también manifiestos en la obra de Ramírez. Así, la incorporación de la historia a la vez que del sentido de la experiencia del presente se carga en nuestro continente del componente de la ruptura con el viejo orden colonial y con ello la recuperación de una tradición propia, la interpretación heroica y sublime de los protagonistas y las luchas por la independencia, así como la conquista de un nuevo tiempo; del mismo modo, el interés del yo romántico por el mundo y la pintura del ambiente natural y social se combina con el afán por pensar, nombrar y construir una patria, con la “evocación y descripción” de los paisajes naturales y un muy temprano interés por los nuevos fenómenos urbanos, repensados desde la tensión entre atraso y civilización.[32] Ramírez hace una original integración de los moldes neoclásicos (particularmente notorios en la métrica y la rima) con la experimentación temática y hasta cierto punto también formal del Romanticismo (y en esto nos recuerda la integración de Neoclasicismo y Romanticismo en la obra de Mora), así como, en otro rasgo de enorme interés, la incorporación de temas y voces populares. Otra característica particular de la poética de Ramírez es la vena satírica, que atraviesa también su prosa. Resulta llamativa la coincidencia entre nuestro autor y un poeta satírico y dramaturgo peruano, Manuel Ascencio Segura, considerado el padre del teatro republicano en el Perú.[33]

Ramírez nos ha dejado también valiosas reflexiones vinculadas a estética y literatura, que traducen una concepción mimética y naturalista de la belleza y del placer y complementan su visión de la poesía y de las que llamó “bellas letras”:

Limitándonos a las impresiones como agradables o desagradables, los objetos que las causan son producidos por la naturaleza sola o por la naturaleza dirigida en aquellos casos en que el arte pueda provocarla [...], no siempre el floricultor podrá determinar hasta dónde ha ayudado a la naturaleza [...], por ahora, sólo reconoceremos como productos artificiales aquellos agentes que el hombre arranca a la naturaleza por medio de procedimientos o de instrumentos humanos. Y como las obras literarias no son sino productos del instrumento que se llama lenguaje, la belleza puramente literaria depende en realidad del modo con que por medio del lenguaje se pueden producir sensaciones agradables.
El placer reside en las sensaciones aisladas o en sus combinaciones. Hay, por lo mismo, tres modos de proceder para el arte: primero, imita a la naturaleza en sus formas simples y en las compuestas; segundo, descompone lo que la naturaleza presenta compuesto; y tercero, hace nuevas combinaciones con los elementos sencillos o compuestos de la misma naturaleza. Se ve en todos estos casos que es imposible al artista sobreponerse a la naturaleza; lo intenta, es verdad, con frecuencia, pero ya descubriremos los lamentables resultados que le castigan.[34]

Como observa en este mismo volumen el estudioso Leonardo Martínez Carrizales, las reflexiones de Ramírez sobre literatura traducen su preocupación por revisar la esfera de las bellas letras desde las leyes de la naturaleza, y de allí que encuentre en el lenguaje la clave para establecer el vínculo necesario entre esas órbitas.

El prosista

Entre la segunda mitad del siglo xviii y el siglo xix vive nuestra América una impresionante eclosión y diversificación de formas en prosa, reavivada por la expansión cada vez más poderosa de otras manifestaciones discursivas tan variadas como pueden serlo el artículo periodístico, el discurso cívico, la proclama o el panfleto. En una sociedad que en pocas décadas vive transformaciones tan radicales como la ruptura con el viejo orden colonial de base mercantilista y el ingreso a un nuevo orden mundial de base capitalista regido por otras potencias, presenciamos el exacerbamiento del debate político a la vez que la emergencia de nuevas formas en prosa destinadas a nuevos sectores. Todas estas manifestaciones sirven al ritmo tenso y urgente de la política, a la necesidad de maduración de la opinión pública, a los imperativos del debate y la puesta por escrito de las ideas, a la propaganda patriótica y a las demandas eléctricas de una razón que aspira a iluminarlo todo, a indagarlo todo, a repensarlo todo. La prosa entra en el mundo y el mundo entra en la prosa: artículos de costumbres, textos de crítica, discursos, debates parlamentarios, tratados, ensayos, cuyo fin último es nada menos que proveer un nuevo imaginario y un nuevo sistema representativo del tiempo y del espacio que permita dar fundamento a la nueva nación. Es la gran época del diálogo y de la confrontación de ideas, es el estilo ágil en la conversación, inflamado en la arenga cívica y mordaz en la crítica. Una nueva figura, la del ciudadano con voz y voto, se expande por el espacio público, y se va construyendo a través de la palabra, la opinión, el debate, que atraviesan una y otra vez los porosos límites entre lo dicho y lo escrito. Es la gran época del periódico: consigna Nicole Giron, siguiendo a su vez las estimaciones de Coudart, que entre 1820 y 1855 se publican en México 178 títulos de periódicos, mientras que entre 1876 y 1910 la cifra alcanzará los 396 títulos.

La larga militancia periodística de Ramírez empieza en el Don Simplicio y prosigue en varios periódicos, algunos de ellos de circulación local: Temis y Deucalión, El Siglo xix, El Demócrata, El Monitor Republicano, El Porvenir, El Clamor Progresista, La Sombra de Robespierre, El Semanario Ilustrado, La Chinaca, La Insurrección, La Opinión de Sinaloa, La Estrella de Occidente, El Correo de México, Las Cosquillas, El Clamor Popular, El Federalista, El Mensajero, El Precursor, El Combate y La Voz de México se cuentan entre los principales. Fundador, director, editorialista y líder ideológico de algunos de ellos, colaborador asiduo o esporádico en otros, Ramírez articula su trabajo en los periódicos y su prosa mordaz con su actuación como publicista, crítico social, polemista, activista político en favor del liberalismo y la Reforma y como autor de ensayos literarios y filosóficos.

A las muchas explicaciones que se han dado para esta sorprendente explosión de títulos y el multiplicado alcance de la prensa periódica en el espacio público, deseo aquí añadir una observación más: la conformación de un catálogo expansivo de temas, la estandarización de un lenguaje moderno, la dinámica de un estilo claro y contundente acompañado por la simplificación en la presentación gráfica, así como la incorporación de tipos altamente legibles, son todos ellos elementos que contribuyen a generar un espacio simbólico ciudadano donde se aspira a que lectores de distinta procedencia social, regional y étnica superen provincianismos e intereses particulares para encontrar una voz, un vocabulario, un estilo, un modo de opinar compartidos. El diálogo, el debate de ideas, la polémica, se dan en un cada vez más amplio espectro del espacio público: del silencio de las bibliotecas conventuales, del murmullo de los lugares de recreo, de la plática controlada de los viejos salones familiares ampliados, se pasa a la conversación de viva voz en academias, gabinetes, salones, veladas literarias, cafés, parques, jardines, museos, pinacotecas, laboratorios, que van cambiando el trazado real e imaginario de la ciudad. El alumbrado eléctrico permite alargar las tardes y ganar las noches; el vapor agiliza los viajes, alimenta las prensas, allana la circulación de los textos.[35] En una síntesis magistral de estos y otros muchos temas fundamentales, escribe Ramírez, en la “Introducción” a El Semanario Ilustrado, lo siguiente:

Las condiciones sociales del siglo XIX han establecido que basta pertenecer al género humano para considerarse comprendido en el estricto deber de iniciarse en los misterios de la ciencia; y no es porque ellas aspiren a formar naciones enteras de sabios; es, sí, porque la completa ignorancia ya no puede vagar sino proscrita.
Los raudales de la ilustración han roto sus márgenes antiguas; todo lo invaden, todo lo fecundizan. En otro tiempo, unos tenían el privilegio de escribir, mientas otros pocos formaban el vulgo de los lectores; pero desde que la naturaleza sola es el libro confiado a la meditación universal, todos poseemos el derecho de publicar nuestras propias impresiones y todos solicitamos con impaciencia la noticia oportuna de las observaciones ajenas y de los descubrimientos con que la fortuna suele premiar los afanes del artista y del sabio; es una nueva especie de democracia, que favorecida por los sistemas de gobierno, se realiza; es el cable magnético que por millares e hilos cambia las simpatías entre los Estados Unidos y la Rusia; es el sistema de Lancaster aplicado por la imprenta a todos los pueblos del mundo.
Sólo el periodismo ha podido realizar tan inesperado prodigio [...]. Útiles son para la juventud las escuelas y los textos; pero la multitud enteramente y militante quiere periódicos: en éstos, todos los ramos del saber tienen su departamento; quien busca sistemas encuentra sistemas; quien desea aplicaciones tiene aplicaciones; las clasificaciones, la historia, los ensayos, las hipótesis, todo circula como moneda corriente; y la instrucción se amolda a la capacidad de la inteligencia; y vigila por satisfacer, al cabo de cierto tiempo, todas las necesidades.[36]

Es la era de la conversación y el debate a viva voz, pronto traducidos en letra: tal es el caso de la polémica que entabla el mexicano Ramírez con el español Emilio Castelar, en la cual este último se declara justamente derrotado.[37] Hacen falta más voces porque es mucho lo que hay que decir y discutir: así la palabra de Ramírez se desdobla en la de distintos personajes y construye agudos diálogos, como los que protagoniza La Voz de México, representante de las ideas conservadoras y beatas, que se debe despertar. La Voz de México va y viene de la casa a la misa, de la misa a la casa, y hace del párroco su más reconocida autoridad. Pero la voz de un vecino atrevido –que no es otra que la del Nigromante– la interrumpe en la calle para entablar un diálogo socrático que la saque de sus errores y le enseñe a pensar y formar opinión por sí misma:

La voz de México. Adiós, señor Nigromante, adiós; no me puedo detener, porque ya dejan la misa.
Nigromante. Hace usted bien de ir adonde se divierte [...].
La voz de México. No olvida usted sus malas mañas; con frecuencia descubro a usted solitario en este jardín de la plaza. ¿Qué preocupa a usted ahora [...]?
Nigromante. Hubiera contestado desde el otro día, si el padre no hubiera estado en espera de usted para aquello del chocolate. ¿Cómo se hace soberano el pueblo? Siéntese usted... no le faltará otra devota al padre...[38]

Ramírez retoma la herencia del diálogo mordaz legada por Lizardi y sus ilustres antecesores y explora sus múltiples posibilidades: traba maliciosas conversaciones con el diablo o escenifica acuerdos y desacuerdos entre distintos tipos sociales, desde los soldados sin paga hasta los miembros del gabinete de Benito Juárez. Sus propias cartas, muchas de ellas dirigidas a Fidel (seudónimo de Guillermo Prieto), son también animadas en varias ocasiones por un tono casi teatral. El diálogo adopta muchos registros: la conversación, en sus distintas modulaciones –desde la gravedad hasta la ligereza y la sonrisa–, pero también la polémica, la crítica, la sátira, la ironía, el sarcasmo, la arenga, la farsa, formas todas emanadas de la discusión en un espacio público simbólico, tal como el que muy frecuentemente aparece en sus boletines:

Los palabreros me obligan, de cuando en cuando, a ocuparme de algunas cuestiones fundamentales para la sociedad: no pretendo ilustrarlas, sino fijar sencillamente mi profesión de fe sobre ellas, deseoso de no resultar responsable de ajenas y supositicias opiniones...[39]

Para hacerse eco del registro oral, la transcripción escrita se carga de indicadores deícticos, imágenes cinéticas, signos de admiración e interrogación, guiones, paréntesis, comillas, puntos suspensivos, interjecciones, giros y modos verbales que permiten la cita ágil y la transcripción de la dinámica de la conversación y el pensamiento, a la vez que la inscripción de la situación concreta de diálogo y experiencia en el terreno del papel:

¿Es posible una lluvia de mercurio? Ahora que el fenómeno aparece suficientemente comprobado, me atrevo a proponer que examinemos, en una conversación científica, “¿cuál explicación puede aventurarse como la más racional sobre tan extraño suceso?” Comenzaré por declarar que considero no solamente como un caso de urbanidad sino como un procedimiento útil y necesario discutir las noticias que se nos envían por personas respetables, pues nuestro desdén desalentaría a los numerosos observadores que repetidas veces convocamos en auxilio de la ciencia.
¿El vapor de mercurio es capaz de sostenerse en la atmósfera?
¿El mercurio líquido se presta a ser llevado por los vientos [...]?
Tal es la serie de preguntas cuya contestación espero de nuestros sabios especiales, anticipándome entretanto, menos a responder a ellas, que a robustecerlas con mis ligeras observaciones.[40]

Este fragmento muestra cómo confluye el estilo conversacional con el presente eléctrico de la experimentación, la reflexión y el debate de ideas: en esta “conversación científica” se plantean preguntas y se emplean términos que transitan una y otra vez los umbrales que separan al texto especializado de la conversación civilizada: “caso de urbanidad”, “discutir las noticias”, “convocamos”, “preguntas cuya contestación espero”, etcétera. Ha sido el estilo de Ramírez, representante pleno de una época crecientemente dialógica y polémica, el que ha reforzado toda una línea de valoración de su obra como la de un gran orador, un gran difusor de los conocimientos de su época, aunque no así un pensador sistemático y reposado: tal vez lo primero –se dice– fuera lo que atentó contra lo segundo.

Podemos hacer extensivas a Ramírez algunas de las observaciones que la crítica aplica al español Mariano José de Larra: El Nigromante nos recuerda a Fígaro en cuanto intervino activamente en las publicaciones periódicas y culturales de carácter ensayístico, a la vez que conjuga “razón ilustrada y vitalidad romántica”, “compromiso progresista y conflictividad crítica”.[41]

El siglo xix mexicano es también la gran época de la construcción de una historia patria apoyada en la recuperación de la etapa precortesiana así como del trazado de una nueva geografía que permita incorporar nuevos hallazgos de espacios físicos, sociales y étnicos. A este respecto son muchos los aportes de Ramírez para el reconocimiento de zonas geográficas (como consta en sus estudios geográficos sobre Guanajuato y otros estados del norte de la república o las muchas cartas descriptivas que envía desde Sinaloa, Baja California y Sonora), la recomposición de los sitios dispersos de una geografía atravesada por las guerras y las intervenciones (tal como aparece en poesías que recorren las distintas entidades que conforman la nación, o las muchas cartas y comentarios de sabor federalista). No menos significativas son sus reflexiones sobre las antigüedades mexicanas y la condición del indígena en su época, el rescate con interés científico de las lenguas originarias, las observaciones lingüísticas y filológicas, enlazadas con temas de particular interés como la topografía.

Si nos atuviéramos a los títulos que un autor propositivamente asigna a sus obras, sólo contaríamos en rigor hasta el momento con un solo “ensayo” de Ramírez así designado por él de manera explícita: su Ensayo sobre las sensaciones, dedicado a la juventud mexicana. Este texto, inscrito en la tradición del ensayo científico y filosófico, se preocupa por la relación entre los sentidos y el conocimiento.[42]

Sin embargo, contemplados de una manera más amplia y desde la lectura contemporánea, muchos de sus artículos, lecciones y discursos se acercan al ensayo, en cuanto forman parte de un vasto programa de reforma intelectual y constituyen, antes que textos cerrados, y para decirlo con Juan Bautista Alberdi, “la expresión sumaria de un momento de pensamiento”.

Entre el libro de gran formato y los textos circunstanciales, todas estas formas de la prosa de ideas, y muy particularmente el artículo periodístico, representan el “gozne” que permite la articulación entre los trabajos de largo aliento y los que obedecen a las necesidades de la hora, incrementadas por una incesante inestabilidad política y la mutabilidad de la realidad a que se hace referencia.[43]

Nos ha legado también Ramírez valiosos ensayos, tratados y proyectos sobre lengua y literatura. En sus trabajos sobre la materia, reflexionó más de una vez sobre la lengua viva y la palabra actuante, y revalorizó el papel del “lenguaje de acción”, al que distinguió de otras dos formas: el “lenguaje simbólico” y el “lenguaje figurado”, a la vez que atribuyó gran valor al estilo común y a la lengua vulgar:

Entendemos por estilo común aquel que con el empleo exclusivo de palabras usuales y de construcciones propias del idioma que hablamos expresa directamente las variadas percepciones del entendimiento humano. En el lenguaje de acción, el hombre de preferencia enuncia lo que siente, tal vez antes de que la inteligencia acrisole sus afectos en el idioma de los símbolos [...].
El lenguaje vulgar no es la belleza ni menos la sublimidad, pero es la perfección; por eso en las naciones ilustradas él sólo en lo posible está encargado de explicar la religión, de formular las leyes y de contener la sabiduría, triple y augusto ministerio que en los primeros tiempos desempeñó el pincel poético en las manos de Moisés, de Solón, de Homero y de Lucrecio.[44]

Así, en cuanto a sus diversas “Lecciones”, no debemos considerarlas sólo como limitadas a un ejercicio meramente didáctico, sino que suponen una profunda reflexión sobre el lenguaje y un nada despreciable aporte a la consideración del papel de la lengua americana para la construcción de un pensamiento propio.[45]

La educación fue para Ramírez, como para muchos de nuestros más grandes liberales, la piedra de toque en el desarrollo del país y la transformación de la sociedad. Así, mientras que su obra de creación no pudo aparecer recogida en volumen, sí se dio prioridad y se logró publicar obras como Plan de estudios (1867), La instrucción pública y la enseñanza religiosa (1868) o Proyecto de enseñanza primaria (1873).

Defender los ideales de razón y libertad propios del programa liberal ante las adversas y complejas condiciones políticas que llevan a varios grupos conservadores a aliarse con la reacción extranjera, y ante una seguidilla irracional de sucesos y recambios de los grupos en el poder, se convierte en tarea admirable y casi imposible. Otro tanto sucede con el esfuerzo obstinado por ampliar los alcances de la ciencia, la cultura y la educación, imperativos de la razón, en una época todavía dominada por las inercias de un modelo productivo y educativo atrasado, fragmentado y totalmente anacrónico si se lo pone en relación con las nuevas exigencias de la época: ésta es una de las muchas observaciones que subyacen a la vez que alimentan el nuevo imaginario trazado a partir de la oposición entre mundo urbano y mundo rural, entre civilización y barbarie: el contraste ensayístico entre razón luminosa e ignorancia oscurantista o las antítesis excluyentes propias del panfleto político alimentan también el imaginario en que se inserta la obra de Ramírez.

Un hombre de teatro

En años recientes se ha descubierto una nueva faceta de Ramírez como autor de teatro.[46] Si bien sólo se conservan de él algunas pocas obras terminadas y varios de sus textos se limitan a contadas escenas mientras que otros se encuentran apenas en esbozo o inconclusos, no dejan de constituir un eslabón importante para la historia del teatro mexicano en el siglo  xix. No debe olvidarse que en ese siglo el teatro se concebía como un “espectáculo eminentemente civilizador” a la vez que concitador de la reunión y el recreo público, y preocupaba no sólo la consolidación de un “repertorio nacional” sino también la posibilidad de tener un laboratorio donde la juventud ilustrada pudiera dedicarse a “la discusión y el estudio concienzudo” del género. Recordemos además que en sus textos sobre literatura y lingüística nuestro autor dedicó valiosas reflexiones al “lenguaje de acción”, de capital importancia en la comunicación humana y particularmente en el ámbito dramático.

El teatro ocupa un lugar de singular importancia en la vida social del siglo xix y reproduce nuevas prácticas y representaciones que refuerzan nuevos tipos de identidad grupal en cuanto lugar clave del espacio público en que la naciente burguesía se observa a sí misma. Ramírez, ligado también al mundo del teatro,[47] se siente atraído por la posibilidad de dramatizar la vida del presente y los hechos del pasado: escribirá varias obras (muchas de ellas, por desgracia, incompletas y todavía de difícil atribución), algunas de las cuales estarán destinadas a recrear las etapas prehispánica y cortesiana; otras, a evocar hechos del pasado reciente (Hidalgo, Iturbide), y muchas más a pintar las costumbres y los tipos de época, ya en pleno proceso de estilización, atraído como se sentía Ramírez por la posibilidad de incursionar en la dinámica de la intriga, los enredos, los equívocos, los encuentros y los desencuentros de personajes tales como el hombre rico que paga por encargo unos versos al poeta pobre enamorado secreto de la hija de aquél y provocador sin quererlo de los coqueteos de la madre (El argumento de un drama). Poner en escena el diálogo; propiciar una comunicación directa y una identificación inmediata con el público (el aplauso es, para Wittgenstein, la forma más espontánea del juicio estético); retratar los nuevos ambientes urbanos; traer al presente, a través de la representación escénica, ambientes, hechos y personajes del pasado: todas ellas no podían dejar de ser posibilidades enormemente seductoras para un autor como Ramírez, para un orador como Ramírez, muchos de cuyos escritos llevan ya la impronta de la teatralidad, la gestualidad y la expresividad propias del discurso a viva voz.

Lo cierto es que las obras de Ramírez son testimonio del interés por evocar las antigüedades mexicanas, por representar momentos clave para la fundación de la nacionalidad o las pugnas políticas cercanas en el tiempo. Son también valiosas como retrato de los usos y costumbres de la época –con un claro vínculo con la farsa y el sainete–, y en ellas no sólo aparecen tipos representativos sino los valores propios de la sociedad de entonces. Se trata de obras ricas en modismos y expresiones populares, que llaman nuestra atención por sus diálogos animados y audaces, pero también –como afirma Luis de Tavira– por la presencia de algunas propuestas escenográficas de interés, como la que aparece en La caverna de Cacahuamilpa, o la recreación de tipos teatrales y aun algunos experimentos formales, tales como la inclusión de la representación dentro de la representación, como es el caso de una de sus más logradas obras, ya citada, El argumento de un drama, donde además se hace alusión a uno de los textos más sonados de la época, el Don Juan Tenorio de Zorrilla. Es también de interés una obra como La noche triste, donde se ofrece una interpretación poco usual de las figuras de la Malinche, Cortés y Alvarado y se relee ese momento fundamental para la conquista de México desde la circunstancia de nueva amenaza a la integridad nacional. No dejan de despertar interés muchas otras piezas, varias de ellas, como se dijo, fragmentarias o apenas esbozadas, en las que se descubre un Ramírez de enorme imaginación, libertad creativa y audacia en la concepción de los personajes, ambientes y recreación de situaciones históricas, con cierta complacencia en los detalles de la pintura de complicados enredos amorosos, políticos y monetarios.

Un hombre de genio

Los esfuerzos que se dieron a partir del positivismo por blanquear racial e ideológicamente a este liberal radical y de ascendencia indígena se vieron acompañados por la inmovilización simbólica de su figura de luchador a través de los discursos, la estatuaria y el ingreso a la rotonda de los Hombres Ilustres, seguidos muchas veces de la simplificación, la incomprensión o, sin más, el olvido de algunos de sus mejores aportes.

Es nuestro interés devolverlo a estas páginas en su carácter de genio al que la necesidad de construir un nuevo país hizo ya heroico, ya demoniaco, en una obra plural, sugerente y cargada de los grandes temas y contradicciones de época: tal su relación con la idea de Dios y de belleza, muchas veces castigadas aunque siempre recurrentes en un permanente esfuerzo de sublimación de los valores cívicos y del papel del escritor en la construcción de una sociedad.

Las reflexiones de Ramírez son representativas del proceso intelectual que vivieron muchos pensadores del siglo xix, quienes debieron conciliar la idea de revolución con la idea de evolución así como confrontar la vieja idea fatalista de la historia con las nuevas nociones de un proceso temporal abierto.[48]

Había mucho que hacer: construir una nación nueva, dinámica e integrada a partir de los restos de instituciones viejas; dar una patria libre a un pueblo soberano y dar a éste un nuevo marco jurídico, una historia, una tradición, una nueva geografía, una nueva educación, una lengua renovada, para hacerlo verdaderamente libre y soberano.

Ramírez pagó muy cara la fidelidad a sus ideas: la cárcel, enfermedad, la censura, el escarnio, la amenaza de fusilamiento, el silencio y la incomprensión para un hombre de palabra y de palabras en la defensa de un liberalismo puro y sin concesiones a las componendas facciosas.

Presenció la evolución política de otros países como los Estados Unidos y tuvo noticia de los comienzos del socialismo y la expansión de las ideas de Marx, y a todos ellos los sometió a una crítica inclemente desde el mirador del liberalismo y el republicanismo más puros, en su constante evocación del lema de las grandes revoluciones francesa y norteamericana, los derechos del hombre y del ciudadano.

Nos legó espléndidas y amorosas representaciones de México, de sus regiones, de su historia, su gente y sus costumbres. Una vez más, retratos y paisajes recibían la doble mirada del artista y del reformador, que pintaba no sólo para el deleite sino también para el diagnóstico y la solución; no sólo para la perpetuación sino para el cambio; no sólo para la contemplación sino también para la acción.

A través de su obra, antecedente inmediato de la de Altamirano, indagó y contribuyó a dar a México una memoria cultural de cuño liberal apoyada en la herencia indígena y en parte de la española, a partir de una lengua y una tradición literaria renovadas y para todos. Dio al país algunos de sus primeros libros de texto; dotó a la nación mexicana de algunas de sus primeras páginas de historia, geografía, arqueología y lingüística, así como valiosos escritos de rescate topográfico y observación científica. Contribuyó a la fundación de bibliotecas, pinacotecas y asociaciones científicas –los nuevos templos de una sociedad laica y civilizada– para que México contara con una base sólida a partir de la cual edificar una nueva forma de memoria y una nueva imagen de sí mismo. Si pensó estas instituciones como escuelas, es decir, como sitios para el fomento del conocimiento, pensó las escuelas como nuevos laboratorios y museos.[49] A través de la oratoria y el periodismo, a través de las investigaciones sobre las lenguas indígenas y la española, quiso también dotar de un nuevo lenguaje ciudadano a los miembros de una sociedad en construcción: habló para los lectores y leyó para una nueva escucha social. Contribuyó así, a fuerza de palabras fundacionales, a la construcción del nuevo patrimonio simbólico de la cultura mexicana.

Vivió de acuerdo a un modelo ciudadano y republicano que defendió de manera vehemente: la austeridad y el compromiso con la cosa pública; la fundación de una familia y de redes de compromiso intelectual y político que pusieron en práctica sus propios principios sobre la importancia de la asociación como base de la vida social. Trabajó mucho y con poca renta; en sus últimos años siguió sumergido en plena actividad como juez, periodista, escritor, y murió como vivió: pobre, honradamente pobre, sin haber comprometido nunca su buen nombre con el mal uso de los recursos públicos. Murió pobre, aunque rico en ideas, generoso en prácticas, derrochador en energías, excesivo en la entrega a los compromisos, superlativo en sus tomas de posición, intemperado en proyectos, descomunal en sueños: este hombre de genio lo dio todo a la construcción de un México de libertad, igualdad y fraternidad. No sabemos si al morir lo acompañara en la intimidad la profesión de fe materialista de Lucrecio o si tal vez lo persiguiera hasta el final una preocupación antes de luchador ciudadano que de hombre solo, y volvieran a él los versos angustiados del poeta:

Porque no puedo consagrarme al canto
entre las guerras de la patria mía…

mostrar El arte de la nigromancia a la luz de la razón

¡La República existe!, y si no existiese, la inventaríamos
unos pocos, como hemos inventado la Independencia y
la Reforma…[50]
Ignacio Ramírez

 

Un muy joven Ignacio Ramírez irrumpe en la vida cultural de México con dos gestos radicales y paradójicos: en 1837 solicita su ingreso a la Academia de San Juan de Letrán y presenta un discurso a la vez genial y escandaloso, cuyas primeras palabras son: “No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”; en 1845 adopta un seudónimo de resabios oscurantistas, El Nigromante, con el que firma sus tan luminosas como racionales colaboraciones para el periódico Don Simplicio y con el que se lo suele identificar hasta nuestros días. Así se hace presente por primera vez:

… Y un oscuro Nigromante
que hará por artes del diablo
que coman en un establo
Sancho, Rucio y Rocinante
con el Caballero andante...[51]

Posiblemente inspirado en su lectura del Quijote –es decir, en uno de los escasos textos de la tradición literaria española que las nuevas generaciones antihispanistas americanas habrían de hacer suyos–,[52] no deja de resultar sorprendente la elección de un seudónimo que evoca a un personaje oscuro y diabólico por parte de un defensor de las luces de la razón y de la ciencia, así como un crítico del viejo orden.[53] Nada más contrastante que esta evocación jocoseria de la nigromancia, puesta en relación con la que habría de ser una de las más extremas defensas del programa liberal y reformista.[54]

Se esboza así una cierta contradicción entre el significado hermético, mágico y oscuro del término y la permanente prédica luminosa en favor de la razón y la experiencia, el liberalismo y el progreso que llevó a cabo Ramírez. La nigromancia apunta a un ámbito cerrado, atemporal, irreductible a lo racional y apartado de lo social, mientras que la práctica poética, política y ciudadana de nuestro autor conducen a un ámbito abierto, público, histórico, apoyado en la confianza en una razón multiplicadora e inserto en el corazón mismo de lo social.

El panorama se vuelve aún más complejo si vinculamos su fama de ateo y volteriano con su defensa del espíritu científico.[55] Carlos Monsiváis nos brinda lúcidas observaciones al respecto. En cuanto al seudónimo, éste respondería sobre todo a las reacciones de enojo y terror que habrían de provocar las ideas de avanzada de Ramírez en la sociedad de su época. En cuanto a su declaración de ateísmo, lo confirma como un espíritu moderno que reúne “cualidades intelectuales heredadas de la Ilustración: lucidez, ironía, escepticismo y curiosidad intelectual que se combinan con la intensidad apasionada y la sensibilidad enaltecida de los románticos, su rebelión y su sentido del experimento técnico, su conciencia de vivir en una época trágica”.[56]

Otras muchas observaciones de interés harán los diversos estudiosos de la obra de Ramírez, y en especial los prologuistas de los distintos tomos de sus Obras completas, que nos muestran desde una mirada contemporánea cómo con su postura irónica y su crítica satírica Ramírez nos habría legado un permanente antídoto a cualquier tentación de cristalizar su pensamiento.[57] El escritor y crítico de las costumbres ocupa así un lugar inquietante, demoníaco, disruptor, en una sociedad atrasada y conservadora que se somete a crítica y que se espera reformar.

Esta tensión entre opus nigrum y obra luminosa sólo puede resolverse a partir del examen de las ideas que nutren y acompañan a Ramírez a lo largo de su vida, así como al complejo de representaciones de procedencia racionalista, empirista, revolucionaria y prerromántica que alimentan sus años de formación: el escritor como crítico de las costumbres ligado al iluminismo, el poeta como profeta de un nuevo tiempo y como impulsor de un nuevo orden social. Este componente inicial, que se consolida mientras consulta afiebradamente los más diversos títulos de las bibliotecas, habrá de quedar como base y acompañamiento de su evolución posterior hacia una verdadera epopeya de la República y la Reforma: un largo proceso de ciudadanización de la práctica del hombre de letras.

Otro antecedente notable de esta actitud disruptora es el constituido por los textos de José Joaquín Fernández de Lizardi, uno de los grandes maestros y modelos escriturales y críticos que elegirá Ramírez. Si atendemos a algunas de las obras de El Pensador Mexicano como su Alacena de Frioleras, su vasta folletería y sus muchos diálogos, descubriremos una estrategia discursiva semejante: se narra el modo en que la verdad y el conocimiento se abren paso entre la general corrupción de las costumbres.[58] Y es que la literatura ofrecía a un lector empedernido como el joven Ramírez uno de los más tempranos, acertados y ácidos retratos y diagnósticos de los males de la sociedad y las costumbres que habría de combatir. Tal es el caso de todos aquellos autores españoles, maestros de su maestro Lizardi, a quienes con seguridad él mismo leyó directamente.[59]

De este modo, si bien en su origen el concepto de “nigromancia” tiene una connotación negativa como arte adivinatoria abominable y peligrosa ligada a la invocación de los muertos y al pacto con el diablo, la lectura de la obra de Cervantes, Quevedo, Vélez de Guevara o Torres Villarroel nos conduce a otra trayectoria posible en la tradición literaria: la nigromancia tomada de manera jocosa como arte del desengaño que permite descubrir el lado oculto de las cosas, y de allí, por extensión, el lado secreto de las costumbres reprobables que sólo un desencantador de genio puede descubrir. Se genera así un tema literario que, vinculado a su vez con el de la proliferación de diablos y espíritus maliciosos y revestido en el origen de una carga negativa, oscura y grave, a lo largo de los siglos xvii y xviii se desatanizará hasta llegar a adquirir, a través del juego desestabilizador de la sátira y la caricatura, un valor positivo, luminoso y mordaz, de tono goyesco, ligado a la agudeza y el ingenio en la pintura de las costumbres.

Así lo confirma además el ambiente en el cual se nutren y en el cual se insertan a su vez las ideas de Ramírez, cuya posición no resulta, a la luz de aquél, de ningún modo excéntrica y singular: la apelación al mundo de las tinieblas y los actos demoniacos es una estrategia satírica y crítica característica de la época, que se extenderá a lo largo del siglo xix sobre todo en el campo del periodismo, y está sumergida en pleno clima ilustrado, aunque ya prerromántico y liberal. Así, por ejemplo, nada más alejado del oscurantismo que La sombra; periódico jocoserio, ultraliberal y reformista escrito en los antros de la tierra por una legión de espíritus que dirigen Mefistófeles y Asmodeo, publicado entre 1865 y 1866, y cuyos colaboradores, ocultos tras esos y otros seudónimos como Un Espíritu o El Diablo Cojuelo, escriben en una prosa eléctrica a favor de la revolución liberal y progresista e invocan los nombres de Voltaire, D’Alembert y Rousseau.[60]

Pero si algunas de las claves se encuentran en los juegos satíricos del publicista, no debemos tampoco desatender al no menos complejo papel que toca en esos años al poeta, considerado como iniciado en los secretos del lenguaje originario y la voz verdadera del hombre.[61] De este modo, la tensión entre nigromancia disruptora y prédica pública integradora se enlaza también con la tensión que viven los artistas y escritores de la primera mitad del siglo xix: el poeta como vate o iluminado por el destino para propiciar el enlace entre una verdad sólo accesible a los elegidos y el pueblo llano. Los largos y accidentados años de la trayectoria de Ramírez, su interés por alimentar el ideario cívico de la Independencia, por dotar a México de un sentido de patria, reforzado a su vez por un nuevo calendario laico en que la ciudadanía republicana –siempre inspirada y movilizada por la voz del escritor patriota– se celebre a sí misma,[62] son la parte visible de una compleja y conmocionada percepción que se desencadena en el prerromanticismo respecto del papel del poeta como profeta laico y como descubridor de los secretos del lenguaje.[63]

Ramírez habría de transitar a lo largo de su vida de la risa caricaturesca del Nigromante al discurso patriótico del Tirabeque o a la crítica mordaz del Chile Verde, es decir, de la burla mordaz a la arenga patriótica, y de ésta al gesto adusto del maestro y del orador: ese “monitor” republicano que actúa como tutor y multiplicador en la formación cívica de sus compatriotas.[64] Hacia el final de sus días, habría de hacer frente también al sutil desplazamiento de la imagen del hombre de letras como vocero de la verdad a la del escritor como representante de los intereses de un Estado naciente y un gobierno administrador, que asigna incluso una función subalterna a los propios artistas: este equilibrio inestable entre una y otra posiciones se hará aún más fuerte cuando entre en juego el nuevo orden porfiriano.

Para emprender una relectura de la obra de Ramírez debemos por lo tanto tener en cuenta varios elementos. En primer lugar, subrayemos que su estilo jocoserio dista mucho de ser superficial o coyuntural, ya que apunta tanto a una crítica desengañadora como a una reforma profunda de la sociedad, y constituye de este modo el puente que vincula la ilustración moralizante de Lizardi y las críticas de fray Servando con las ideas procedentes de la Revolución francesa, el prerromanticismo, el romanticismo propiamente dicho y el liberalismo. En segundo lugar, no resulta tampoco sorprendente la no menos permeable frontera entre el escritor y el político, en cuanto que –como se verá más adelante– estamos en un periodo previo al movimiento de diferenciación y especialización en los distintos campos del hacer y del saber. En tercer término, recordemos que la voz y la letra impresa mantenían en el panorama latinoamericano del xix fronteras lábiles, una y otra vez transitadas, como lo muestra la aparición de una muy amplia gama de textos en prosa (artículos periodísticos, panfletos, proclamas, cartas, diálogos, discursos, obras teatrales, etcétera) en una sociedad con alto grado de analfabetismo, donde la lectura y el comentario en voz alta se seguían dando en distintas esferas públicas y privadas, desde el café hasta la academia, donde la publicación y la circulación de libros era costosa y difícil, y donde comenzaba apenas a insinuarse una nueva y muy tímida forma de mecenazgo basada en la suscripción popular. Una sociedad, en suma, donde tener lectores y publicar libros revestía todavía caracteres de excepción: si era posible pensar ya en una República de las Letras resultaba en cambio casi imposible postular todavía una ciudadanía de lectores. Por fin, para alcanzar una mayor comprensión de la obra de Ramírez es preciso reconstruir tan minuciosamente como sea posible las redes ideológicas de la época, para así, en lugar de contemplarlo estrictamente como un individuo de excepción, poder verlo como un genio, sí, pero inmerso en una atmósfera efervescente de diálogo, polémica y tomas de posición, algunas de las cuales lo llevaron más de una vez a la prisión y el exilio, y aun al riesgo de perder la vida.

mostrar Algunos momentos en la recepción de la obra de Ramírez

Entre los muchos testimonios de la recepción de la obra de Ramírez resultan sintomáticas las palabras que le dedica Justo Sierra. Tanto en los versos por él redactados para las exequias del gran liberal como en evocaciones sueltas dedicadas a su obra, es evidente el “apoderamiento simbólico” que muy pronto se hace en el porfiriato de la prédica de Ramírez,[65] a quien se asocia sobre todo con el ala volteriana y atea de la revolución, y de algún modo se lo incorpora, en el nuevo “mito liberal unificador”, como profeta de una nueva época de libertad, ligada ahora al orden y al progreso:

Es verdad que nosotros predicamos
al porvenir y al mundo otro evangelio;
que al hombre con los átomos ligados
y unidos vemos en la luz serena
al átomo y al sol en una sola
de vida y movimiento áurea cadena,
un sello lleva el universo impreso
que enseña nuestra mente estremecida
la libertad como alma del progreso
y el orden como ley de toda vida.
mas esta faz del pensamiento humano
no era la vuestra, excelsos soñadores
que sólo con el verbo, inmensa tea
que se dispersa en humo, pretendisteis
vaciar un mundo nuevo en una idea.[66]

La desaparición de Ramírez coincide precisamente con la etapa de paso de un “modelo forense” a un “modelo estratégico” de sociedad.[67] Los discursos y artículos que se le dedicaron en 1879, año de su muerte, nos revelan la evaluación que recibió por parte de sus viejos correligionarios liberales y por parte de la naciente elite porfiriana, todavía en proceso de consolidación, a la cual muchos de sus antiguos conmilitones se estaban ya incorporando.[68] Así, por ejemplo, para Agustín Aragón, miembro de la Sociedad Positivista,

Ignacio Ramírez, dedicado a la defensa y difusión de la ciencia, [...] representa, entre nosotros, el lazo de unión entre nuestros demoledores propiamente dichos y nuestros grandes constructores. Fue, pues, por sus trabajos de demolición del antiguo régimen, de los que dieron la base necesaria a los reconstructores y fue también como espíritu abierto y progresista uno de los últimos.[69]

A la luz de las ideas de Comte, Ramírez queda convertido para este autor positivista en adalid de “la reorganización social sin Dios ni rey”.[70]

Entre los muchos tópicos que hacen a una historia de la valoración de su vida y la recepción de su obra, el tema que aparece en primer lugar es el del origen étnico de Ramírez: mientras que algunos, como Altamirano, recuperan su ascendencia indígena, otros, como es el caso de Telésforo García, tratan de blanquearlo y prefieren decir de él que era “descendiente de españoles a pesar del color bronceado que le daba cierto carácter indiano”.[71]

Otro de los temas recurrentes y necesarios para quien intente hacer una historia de la recepción de sus ideas es el del carácter de su obra, a la que algunos celebran por su vehemencia crítica y otros disculpan por su falta de organicidad, a la que algunos festejan por su genio satírico, en cuanto resultado de los empeños de un “demoledor” del antiguo orden, y otros tratan de contemplar como pionera de un nuevo ideal progresista y constructivo, inserto ahora en un mundo contenido y administrado.

Un profeta laico

Fue Ignacio Manuel Altamirano, a la vez que su discípulo, su primer gran biógrafo, quien estudió la personalidad y la obra de Ramírez y revalorizó la enorme valentía de su prédica a la luz de las condiciones de la época en que le tocó vivir:

Los que piden de un pensador, a toda costa, un libro compaginado, no reflexionan en que una propaganda diaria y sostenida es más eficaz que un libro; no reflexionan en que los fundadores de una época nueva, los grandes apóstoles de una idea, no escriben jamás libros, no tienen tiempo, se ven obligados a mezclar la acción a la palabra [...]. Ignacio Ramírez en México, perseguido cuando joven, conspirando o huyendo, iniciando sus grandes ideas en la tribuna, o realizándolas en los ministerios de Estado, no ha tenido tiempo ni facilidades para preparar obras metódicas; ha sido como los revolucionarios de 1789, periodista, legislador y tribuno, hombre de acción y combatiente.[72]

Altamirano lo considera un “apóstol de la Reforma”, en cuanto “propagandista enérgico y valiente, que fue el primero en alzar la bandera, que no se desalentó en el silencio del desierto, que tuvo fe, y que acabó por comunicar esa fe al pueblo y a los vacilantes de su partido”.

Otro de los grandes temas en la valoración de la figura de Ramírez es su parangón con Voltaire, propiciado por la temprana expresión de José María Lacunza, uno de los asistentes a la reunión de la Academia de Letrán, quien después del tan sonado primer discurso materialista de Ramírez lo abraza emocionado al tiempo que declara que “Voltaire no hubiera hablado mejor sobre este asunto”.[73]

Así se marca su llegada al espacio público a la vez que su ingreso real y simbólico a un ámbito de cultura no tradicional: un reconocimiento por pares en un ambiente mucho más abierto a las nuevas ideas que el del estricto sistema institucionalizado. La Academia de Letrán recibe a este joven de genio demoníaco, que emerge de muchos años de lecturas, amparado en las ideas de Lucrecio, y la fama de su ateísmo se verá alimentada por otra serie de declaraciones y anécdotas.[74]

Algunas semblanzas apuntan a su carácter de santo laico, de héroe de la Reforma, y lo equiparan a apóstoles, santos, profetas como Daniel o héroes míticos como Prometeo. Sus obras se parangonan con los trabajos de Hércules, se lo llama “coloso del pensamiento” y aun Titán:

Porque este Titán vencedor amontonó para combatir a los viejos dioses y arrancarlos del trono todas las montañas de la filosofía, de la elocuencia, de la poesía, de la sátira, del sarcasmo, de la burla, de la revolución, y sintió naturalmente estrellarse sobre su cabeza invulnerable los rayos que esgrimieran las coléricas potestades amenazadas.[75]

Otros retratos, como el ya citado de Lacunza, nos lo pintan como volteriano (“hijo de aquel demoledor terrible”, lo llaman algunos versos), demoniaco, aguijoneante, satírico, burlón, y narran escenas de su vida como las andanzas de un pícaro o los trabajos de un antihéroe legendario y justiciero y aun como un personaje salido del Infierno. La sátira, la caricatura, la ironía, la crítica mordaz, la prosa arrebatada y urgente, los discursos polémicos e impetuosos, las declaraciones apasionadas, son todos recursos a que apela Ramírez y que alimentan, como no podía ser de otro modo, su fama de autor incendiario.

Si las lecturas que enfatizan su vínculo con la revolución y la militancia reformista lo asocian a la luz y a la “chispa eléctrica” de la razón, las lecturas porfirianas congelan esta dinámica para colocarlo como uno de “los fundamentos sólidos” del nuevo orden institucional, que alberga y orienta hacia el tiempo largo del orden cívico otras tantas ideas dinámicas como libertad, ciencia y progreso.

Pero Ramírez no fue sólo un demoledor del viejo orden, sino también un constructor de la nueva patria. He aquí el sentido de su magisterio: las distintas evocaciones de Ramírez como defensor de la educación y adalid de nuevos sistemas no tradicionales de enseñanza.[76] Así, su entrega a la función de maestro y formador de juventudes es evocada más de una vez al hablar de sus discípulos: Joaquín Alcalde, Agustín Gómez Eguiarte, Luis Gómez Pérez, Eloy Martínez, Gumersindo Mendoza, Juan y Manuel Mateos (fusilado en Tacubaya), Pablo Maya (fusilado en Santiago Tianguistengo), Jesús Fuentes Muñiz, José María Condes de la Torre, Ignacio Altamirano y otros que se han distinguido después en las ciencias, en las bellas letras, en la tribuna forense y parlamentaria, pero que, sobre todo, fueron fieles a las ideas democráticas y reformistas que les inculcó aquel maestro inolvidable.

Por nuestra parte, para que esta evocación no se agote en puras imágenes líricas o retóricas, recordemos que también en educación se estaba pasando de un orden autoritario, jerárquico, regido por el modelo religioso y el artesanal –que iniciaba a unos pocos elegidos en el secreto excluyente del oficio o de las letras y hacía del conocimiento una forma de distinción social–, a un nuevo sistema, racionalista, moderno, abierto, multiplicador, en el que el maestro de la escuela pública no tiene subalternos sino alumnos y no tiene secretos sino que debe, precisamente, seguir el imperativo ético de difundir y hacer públicos los saberes, y que, lejos de entrenar a los alumnos en competencias excluyentes que los aíslen en una ciudad letrada (latín, metafísica, etcétera), prefiere iniciarlos en un saber para todos basado en conocimientos provenientes de las ciencias, las artes y la literatura.[77] Debe haber sido además un gran maestro, despertador de inquietudes y vocaciones, como consta en los testimonios de sus discípulos y colegas.

Otro tema que emociona particularmente a los ojos de hoy es la alabanza a su probidad como hombre público que, a pesar de haber tenido a su alcance las sumas provenientes de la nacionalización de las rentas de la Iglesia, vivió siempre austeramente y “murió pobre”.

Otros autores lo colocan entre los pensadores y científicos de avanzada: “Conocedor como Aristóteles, como Galileo y como Humboldt, de todas las ciencias en que había nutrido su espíritu en largos años de un estudio asombroso [...] para ilustrar al pueblo”.[78] También el positivista Porfirio Parra lo inserta en la genealogía de los grandes científicos (piensa en Galileo, Kepler y Newton), aunque considera que Ramírez era ante todo un “divulgador” por excelencia de las grandes doctrinas filosóficas, “de instrucción extensa y variada más bien que de saber sólido”, como los Voltaire, Diderot, D’Alembert, Rousseau.[79] En cuanto a los poetas, se lo equipara, en la pluma de Altamirano, con un Tirteo que anima al combate a los hombres libres, y con un Lucrecio que canta los misterios sublimes de la naturaleza.

Su caracterización como periodista, legislador, tribuno, maestro, rivaliza en la mirada positivista y porfiriana con la de científico, educador y apóstol de la Reforma. Nos cuesta entender que quien fuera saludado como el más grande prócer de su tiempo, adalid de la Reforma y enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres, sea hoy prácticamente un desconocido en el currículum escolar, donde se suele limitar el estudio del liberalismo y la Reforma a Juárez, Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo y otros pocos nombres, mientras que en cuanto a literatura del periodo se pasa de Lizardi a Payno, con breve mención de Altamirano, Prieto, y alguna que otra escasa y descolorida referencia adicional.

Ya más próximo a nosotros en el tiempo, Alfonso Reyes ha dejado algunas observaciones certeras, aunque desafortunadamente incidentales, sobre la obra de Ramírez: aplaude algunas de sus composiciones, como los discursos dedicados a evocar el 16 de septiembre o la obra de El Pensador Mexicano, y recupera algunos de sus sonetos de amor. Dice de él que, dadas sus evocaciones clásicas y el lirismo de su estilo, los hombres de su época “lo admiraban sin entenderlo”.[80] Lo llama “el austero indio humanista”, portador de “su trágica máscara de indio”, y subraya aquel pasaje donde dice: “Y si la civilización nos traicionara, no vacilaríamos en sacrificarla, refugiándonos entonces en esa frontera hospitalaria para todos los perseguidos, donde nos entregaríamos todas las noches a la danza frenética, inspiradora, de las cabelleras”. Tal es, comenta, “el grito dionisiaco en boca de un indio mexicano”.[81]

Esta continua mención del cruce entre la procedencia indígena y la formación del humanista, esta permanente exaltación de la civilización a la vez que la preocupación por que se tergiverse su sentido, tanto nos hablan de Ramírez como de su lector: Alfonso Reyes, quien está recuperando una tradición clásica y humanística en un México que no por ello deberá renunciar a la raíz indígena. La recuperación que hacen Reyes y su generación de la figura de Ramírez y los grandes liberales del siglo xix, en quienes ven un modelo posible de intervención pública del hombre de letras y de ciencias en la sociedad, se evidencia también en las páginas de la revista Cuadernos Americanos. Así, de enorme interés es también la revalorización de la obra de Ramírez a partir de una posición que Jesús Reyes Heroles califica como “liberalismo social”:

Las ideas sociales de El Nigromante se exteriorizan en tres momentos; cuando el joven Ignacio Ramírez redacta el políticamente desafortunado Don Simplicio; cuando, más tarde, en el Congreso Constituyente de 1856-57, propone una especie de participación de los trabajadores en las utilidades, y, por último, en escritos y discursos posteriores.[82]

La década de los años sesenta habría de significar una importante revalorización de la obra de los grandes liberales mexicanos, y entre ellos Ramírez, y es éste precisamente el clima de opinión en que Boris Rosen comienza sus investigaciones al respecto y David Maciel publica su tesis sobre el liberalismo social en nuestro autor. Se trata de una etapa que enlaza a su vez dos grandes momentos: el representado por los nombres de Jesús Silva Herzog, Jesús Reyes Heroles, Daniel Cosío Villegas y el propio Jorge Tamayo, en el cual se llevó a cabo una intensa recuperación de la faz más progresista del liberalismo social mexicano y se contempló ese tan valioso proyecto político que fue la Reforma, entendida como una estrategia radical de intervención en la vida pública que implicó el desarrollo de la economía, la educación, la cultura, la ciencia, la tecnología. Desde la mirada de estos grandes intelectuales, liberales y progresistas, el proyecto de la Reforma fue modélico en su carácter fundacional, en cuanto legó a México muchas de sus más grandes instituciones, en cuanto veía en la educación, la ciencia y la tecnología los motores del cambio y en cuanto ofrecía ese ejemplo de vínculo entre el conocimiento y la acción para servir a la consolidación de una nación moderna que ellos mismos habrían de seguir. Los hombres de la Reforma concibieron además las primeras “empresas culturales” al servicio de México. Se veía a Ramírez y a su generación como un modelo posible de intervención de la inteligencia en la cosa pública, caracterizada por el compromiso, la probidad y la entrega absoluta al servicio de la nación.

Se ha recuperado también la figura de Ramírez como educador y polígrafo. Francisco Monterde, autor de una selección de lecturas publicada en 1975, lo compara certeramente con Lizardi, Mora y Sarmiento:

Ramírez fue el ensayista de obra más comprensiva que México dio en el primer siglo de su vida independiente. Si, como reformista, tiene precursores en Fernández de Lizardi y el doctor Mora, como educador y polígrafo sólo puede comparársele –fuera del país, pero dentro de América– con Domingo F. Sarmiento. La obra de éste ha sido totalmente reunida en volúmenes; los trabajos científicos, artículos de polémica y ensayos literarios de Ramírez –con los que se podrían formar veinte tomos, según Altamirano– aún permanecen dispersos en los periódicos en que aparecieron.[83]

Para terminar, recordemos que una de las miradas más apasionadas que vuelven a Ramírez y a su generación enormemente actuales es la que le dedican grandes intelectuales como Octavio Paz o Carlos Monsiváis. En El laberinto de la soledad, Paz hace una crítica inclemente de esa minoría ilustrada, liberal, racionalista, científica, que busca imponer “con un optimismo heredado de la Enciclopedia” una nueva realidad a través de nuevas leyes, sin prestar la suficiente atención a las miserias de una vasta población en la intemperie social y cultural. Y encuentra en Ignacio Ramírez, “quizá la figura más saliente de este grupo de hombres extraordinarios”, así como en los otros hombres de su generación, el impulso hacia una afirmación materialista que hace de la naturaleza una nueva madre de los hombres.[84]

Esta observación, afín a la que muchos de los más grandes intelectuales latinoamericanos contemporáneos formulan en torno de los grandes pensadores del xix, es una de las más dramáticas, más hondas, más desgarradas, ya que traduce el problema de la representatividad de las representaciones que los intelectuales hacen de su sociedad y de la relación cada vez más tensa y atormentada que se da a partir de la modernidad entre la inteligencia y el mundo.

Ya hacia fines de los años sesenta, Carlos Monsiváis, otro de los grandes redescubridores de la obra de Ramírez, reexamina la figura del Nigromante después de la conmoción del 68 y lo considera uno de nuestros contemporáneos, clave como sembrador de los proyectos nacionales y luchador en defensa de los derechos constitucionales y humanos, que logró enfrentar las tradiciones imperantes y advertir tempranamente, y con enorme sensibilidad por lo social, zonas cruciales del debate político, como la cuestión indígena, el problema de propiedad de la tierra, el papel de la mujer o el problema educativo.[85] Boris Rosen y David Maciel habrían de coincidir en esta revalorización de Ramírez y habrían de rastrear acuciosamente los cientos de textos que hoy nos dan una visión más completa de las ideas del Nigromante.

En cuanto a la recuperación de las obras de nuestro autor, muy poco tiempo después de la desaparición de Ramírez, su discípulo, amigo y correligionario Ignacio Manuel Altamirano se dio a la tarea de escribir su primera biografía y recoger en dos tomos sus principales obras, que aparecieron en 1889 y fueron reeditadas en 1952 por la Editora Nacional.[86]

A pesar de la publicación de varias antologías y estudios sobre la obra de nuestro autor,[87] se hizo preciso esperar varios años aún para que el Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo tomara la iniciativa de elaborar un proyecto de recopilación y publicación de las Obras completas de Ramírez, bajo la responsabilidad de Boris Rosen Jélomer y David R. Maciel.[88] En la presentación de la obra, escribe Boris Rosen que Ramírez fue sobre todo “hombre de pensamiento y acción, el incorruptible e intransigente ideólogo y la voz más progresista y radical de la Reforma”, y anuncia la magnitud del trabajo que espera a quienes se apliquen a recuperar (prácticamente a redescubir) su obra:

Ignacio Ramírez, El Nigromante, personaje de lo más avanzado dentro de la formidable generación de la Reforma, incursionó en múltiples campos de la cultura nacional. Sus conocimientos enciclopédicos junto a su aguda ironía y sarcasmo le valieron el calificativo de Voltaire mexicano.

Humanista de altos vuelos, enraizado profundamente en su patria mexicana fue El Nigromante literato, poeta, ensayista, polemista, economista y tribuno; pero sobre todo fue hombre de pensamiento y acción, el incorruptible e intransigente ideólogo y la voz más progresista y radical de la Reforma. Sus artículos sobre los derechos de la mujer y sobre la defensa de la raza indígena, escritos hace más de cien años tienen plena vigencia actual, para servir de guía al México de hoy.

Sin embargo, a los 105 años de su muerte, gran parte de su obra –que según Ignacio Altamirano en su totalidad podría abarcar 20 tomos– ha permanecido dispersa en los periódicos y revistas donde apareció por primera vez.[89]

Por su parte, David Maciel, en el amplio estudio con que se abre el primer tomo de las Obras completas, se refiere a Ramírez como ideólogo del liberalismo social en México, y nos ofrece pasajes tan certeros como éste:

Su objetivo permanente fue la promoción de un cambio radical de las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales en vigencia. El poder de las personas o de las instituciones no lo atemorizaba. Sus adversarios fueron siempre el imperialismo extranjero, la Iglesia y el clero, y caudillos políticos de la talla de Ignacio Comonfort, Benito Juárez o Sebastián Lerdo de Tejada.[90]

mostrar Bibliografía

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Vida y obra de Ignacio Ramírez

 

Historia de México

 

 

 

1818

 

 

Nace el 23 de junio en San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), Guanajuato. Es bautizado con el nombre de Juan Ignacio Paulino Ramírez. Son sus padres Lino Ramírez, destacado luchador liberal de origen tarasco, natural de Querétaro, y Sinforosa Calzada, de ascendencia azteca y originaria de Tlacotalpan.

 

La sociedad de Guanajuato (importante ciudad minera y cuna de la Independencia) atraviesa una de las etapas más sangrientas de la represión española en contra de los insurgentes. Por Real Cédula la corona española autoriza la importación de maquinaria minera a México.

 

 

 

1823

 

 

Él mismo cuenta sobre su infancia: “La pasé con sarampión, viruela, sustos, regaños, misa, escuela... era un niño que se divertía, jugaba con todas las muchachas a las escondidillas; y en vez de escuchar explicaciones sobre cosas que nunca he entendido, me escapaba de la escuela para vagar por el campo a la orilla de ese arroyo que los queretanos llaman río”.

 

El 19 de marzo, el Congreso reinstalado determina la abdicación de Iturbide, quien sale el 11 de mayo rumbo a Italia. En julio las provincias de Centroamérica declaran su independencia de México.

 

 

 

1824

 

 

Realiza sus primeros estudios en Querétaro. Su padre, miembro destacado del Partido Federalista, se pronuncia a favor de la Constitución de 1824 y es nombrado vicegobernador del estado.

 

El 31 de enero se constituyen y reconocen los Estados Unidos Mexicanos. El 4 de octubre el Congreso proclama la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos. El 10 de octubre Guadalupe Victoria es designado presidente de la nación y Nicolás Bravo es nombrado vicepresidente. Iturbide regresa a México. Se acuña el peso de plata con el águila mexicana. Lucas Alamán forma la Compañía Angloamericana con participación de capitales ingleses.

 

 

 

1825

 

 

Desde niño, los escasos recursos de su familia lo obligan a luchar por la existencia.

 

El fuerte de San Juan de Ulúa, último reducto español, cae en poder de tropas mexicanas. México e Inglaterra celebran un tratado de amistad y comercio. Se establecen casas comerciales europeas.

 

 

 

1830

 

 

Con apenas doce años de edad, el joven Ramírez es ya testigo de una dolorosa realidad social con muchos derramamientos de sangre, a la vez que del comienzo del nuevo clima cultural.

 

Benito Juárez es nombrado diputado del Congreso de Oaxaca hasta 1832. Junto con la expansión del romanticismo se abre una década de gran actividad en la difusión de las ciencias, con la formación de institutos, academias y sociedades impulsoras del debate de ideas.

 

 

 

1834

 

 

Lino Ramírez enfrenta el poderío clerical y las sublevaciones del Partido Centralista en San Juan del Río, y es obligado a renunciar como vicegobernador de Querétaro. Su hijo Ignacio presencia las fuertes pugnas políticas, a la vez que asimila los principios progresistas por los que luchará toda su vida.

 

Gómez Farías es desterrado a Nueva York.

 

 

 

1835

 

 

Su familia es víctima de una cruenta persecución y se traslada a México, donde el joven continúa su instrucción secundaria. Con 16 años de edad ingresa al prestigioso Colegio de San Gregorio, institución dirigida por Juan Rodríguez Puebla, pedagogo de ideas liberales y gran protector de la raza indígena. Allí recibe un curso de artes. Su pasión por la lectura y el conocimiento lo lleva a concurrir asiduamente a las bibliotecas de Catedral y de San Gregorio. Durante ocho años completa su formación autodidacta en antropología, astronomía, biología, filosofía, fisiología, geografía, historia, literatura, matemáticas, pedagogía, química y teología escolástica. Ignacio Altamirano describe la figura de Ramírez durante sus años en San Gregorio: “después de haber entrado a esas bibliotecas erguido y esbelto, salió de ellas ligeramente encorvado y enfermo, pero erudito y sabio, eminentemente sabio”. Aprende varios idiomas y su sorprendente caudal de conocimientos le granjea el mote de “Voltaire mexicano”.

 

Santa Anna es sustituido por Miguel Barragán, quien queda como presidente interino. Gran desarrollo de la industria textil. Se establecen fábricas en Tlalnepantla, Cuencamé, Tlaxcala, León, Celaya, Puebla, Querétaro, Jalisco, Michoacán, Veracruz y Zacatecas. Lucas Alamán trae maestros en el arte de hacer cristales. Durante los años treinta y cuarenta se establecen fábricas de puros y cigarros, aguardiente, aceites, y se expande la herrería y la construcción de carruajes y diligencias.

 

 

 

1837

 

 

Con casi veinte años y con una notable reputación entre sus compañeros, solicita su ingreso a la Academia de San Juan de Letrán. El tema de su disertación es: “No hay Dios: los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”. Ramírez defiende una posición materialista, influida por sus lecturas de Lucrecio y por los principios de las ciencias naturales. José María Iturralde y Revilla, rector del Colegio, se opone a las blasfemias del joven Ramírez; sin embargo la opinión de la mayoría se muestra a favor de que Ramírez continúe su lectura. Guillermo Prieto lo recuerda así: “el estallido inesperado de una bomba, la aparición de un monstruo, el derrumbe estrepitoso del techo, no hubieran producido mayor conmoción”. José María Lacunza, presidente de la Academia, y todos los presentes quedan asombrados ante los conocimientos, la capacidad de expresión y la belleza de estilo que demuestra Ramírez.

 

En enero, el Congreso aprueba las Siete Leyes Constitucionales, el primer modelo de organización política elaborado por el conservadurismo que dan forma a un Estado centralista que garantiza el equilibrio de los poderes públicos representados por un “Supremo Poder Conservador”. El 17 de abril, el general Anastasio Bustamante es declarado presidente de la República, cargo que ocupará durante los cinco años de vigencia de las Siete Leyes (1837-1841). México atraviesa por un agitado periodo de reclamos sociales, rebeliones indígenas, intervenciones extranjeras y pronunciamientos del ala liberal.

 

 

 

1841

 

 

Ingresa en octubre al Colegio de Abogados de la Real y Pontificia Universidad de México para dar inicio a sus estudios de jurisprudencia.

 

Santa Anna dicta las Bases de Tacubaya, que establecen el cese de funciones de los poderes Ejecutivo y Legislativo.

 

 

 

1845

 

 

Obtiene el grado con honores en la carrera de jurisprudencia. El jurado le otorga voto unánime de aprobación. Se inicia en el periodismo y decide fundar, en compañía de su fiel amigo Guillermo Prieto y de Manuel Payno, Don Simplicio, periódico burlesco, satírico, crítico y filosófico, por unos simples. Al tono satírico se suma un fuerte sentido de apoyo a “las clases pobres de las cuales nadie se ocupaba”. En el primer número se publica un pasaje en verso dedicado a cada uno de los colaboradores, y es entonces cuando aparece por primera vez el seudónimo que Ramírez utilizará para firmar sus artículos, El Nigromante. En el primer número de Don Simplicio publica su artículo “A los viejos”. El lema de su vida, desde este año, se sustenta en la doctrina de Lucrecio: Recedant omnia vetera; nova sint omnia (Fuera todo lo viejo; que sean todas las cosas nuevas). Escribe un breve ensayo sobre “Fray Margil de Jesús”.

 

El 2 de enero el general Mariano Paredes Arrillaga entra a la ciudad de México, y el día 4 de enero es elegido presidente interino. En febrero, Texas pasa a formar parte de los Estados Unidos de América. Santa Anna es desterrado a La Habana.

 

 

 

1846

 

 

Se establece en Toluca, invitado por Francisco Modesto de Olaguíbel, gobernador del Estado de México, para formar parte de su gobierno como secretario de Guerra y Hacienda. Se lo designa, además, secretario de Justicia. En San Francisco, California, escribe “El monarca extranjero”, que trata del empeño de Francia por hacer de la República Mexicana una monarquía semieuropea. En Jalapa redacta una reseña en torno a La azucena silvestre, leyenda española escrita en verso por José Zorrilla. Publica 42 artículos y algunas poesías para el periódico Don Simplicio. Sobresalen sus textos de sátira social y política contra el clericalismo. El 21 de enero escribe a favor de la ciencia económica el artículo “Sobre las necesidades humanas”. El 23 de abril se publica en blanco el último número de la segunda época de Don Simplicio. El editor, Vicente García Torres, sale desterrado, y El Nigromante, Guillermo Prieto, Manuel Payno y los demás redactores son encarcelados por el gobierno represivo del general Paredes. Entre sus composiciones en verso escribe una estampa costumbrista, “El rapto”. De este año son sus “Memorias para la apología de un embustero”. En un intento de dirigirse a las masas, expone sus ideas en la organización llamada Club Popular, muchas de ellas adelanto del programa que cobrará forma en la Constitución y en las Leyes de Reforma. En los últimos días de noviembre sustenta ante el Tribunal Superior de Justicia su examen profesional de abogado. A partir de entonces, colabora con Olaguíbel en el gobierno, al frente de un Consejo Asesor del que forman parte Guillermo Prieto y José María Iglesias.

 

Prosigue la guerra de intervención norteamericana. El 4 de enero Mariano Paredes es designado presidente interino. El 11 de mayo los Estados Unidos declaran la guerra a México y con ello el comienzo de la invasión norteamericana. Francisco Modesto de Olaguíbel da nuevo impulso al Instituto Literario, creado en 1827. Melchor Ocampo, eminente filósofo y naturalista, es nombrado gobernador del estado de Michoacán. Los invasores norteamericanos tratan de hacer suya, por la fuerza, la Baja California, pero los tratados de Guadalupe Hidalgo consiguen retenerla. El 12 de junio, en un Congreso extraordinario, se decide la reelección de Paredes, la designación de Nicolás Bravo como vicepresidente, se establece la Segunda República Federal y se prepara la reforma de la Constitución de 1824. Sin embargo, Salas consigue apoderarse del gobierno y lo pone en manos de Santa Anna y Gómez Farías. A fines de agosto, Santa Anna desembarca en Veracruz, y apenas se detiene en la capital, para partir de inmediato a San Luis Potosí a organizar la defensa.

 

 

 

1847

 

 

El 17 de mayo contrae matrimonio en la parroquia del Sagrario con Soledad Mateos Losada, hija del reconocido liberal Remigio Mateos y hermana del escritor Juan A. Mateos. Con ella procreará cinco hijos: Ricardo, Román, José, Manuel y Juan. Se alista como soldado para luchar contra la invasión norteamericana y participa en la batalla de Padierna.

 

El 11 de enero, Gómez Farías expide un decreto que permite utilizar los bienes del clero hasta por 15 millones de pesos con el fin de obtener fondos para la guerra. La Iglesia se pronuncia y promueve el levantamiento de los “polkos” (jóvenes de la clase alta del país). Santa Anna retoma la presidencia. El 7 de marzo, los setenta navíos que conducen las tropas de Scott, ya en Veracruz, inician el bombardeo. El 26 se iza la bandera blanca y el 29 de marzo comienza la ocupación por parte del ejército norteamericano. El 2 de abril, Santa Anna sale para Veracruz, donde intenta detener a Scott infructuosamente; más tarde las tropas invasoras norteamericanas entran a Puebla. El 7 de agosto con 14 000 hombres Scott inicia la marcha hacia la ciudad de México. Entre el 19 y 20 de agosto tiene lugar la batalla de Padierna, en la que el general Valencia resulta derrotado y es rendido el convento de Churubusco. El 13 de septiembre los invasores ocupan el castillo de Chapultepec y un día después toman la ciudad de México. En el Palacio Nacional es izada la bandera de los Estados Unidos. Santa Anna renuncia a la presidencia y el gobierno derrotado, encabezado por el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Manuel de la Peña y Peña, se traslada a Querétaro. Benito Juárez es nombrado gobernador de Oaxaca hasta 1852. En Yucatán se desata la Guerra de Castas.

 

 

 

1848

 

 

Ocupa el cargo de jefe superior político del Territorio de Tlaxcala por el Gobierno General. En los primeros días del año interrumpe sus labores de funcionario público y se refugia en la ciudad de México, pero regresa a litigar a Toluca hacia finales de año. Como secretario de gobierno de Olaguíbel, pone en práctica desde el Instituto Literario de Toluca el programa de becas planeado originariamente en 1827 para apoyar en sus estudios a los más destacados jóvenes de escasos recursos y de raza indígena por cabecera de distrito. Escribe Ensayo sobre las sensaciones, dedicado a la juventud mexicana.

 

El 7 de enero se disuelven los poderes en la capital de la República, tras la invasión norteamericana. El 2 de febrero se firma en Guadalupe, Hidalgo un tratado de paz, amistad y límites entre México y los Estados Unidos. El decreto es publicado en mayo, en Querétaro, donde residen los supremos poderes. México cede más de la mitad de su territorio: Texas, Nuevo México y Alta California; la línea divisoria afecta los estados de Tamaulipas, Sonora y Baja California. El 3 de junio es elegido presidente constitucional el general José Joaquín Herrera.

 

 

 

1849

 

 

Hasta principios de este año, Ramírez continúa como jefe político de Tlaxcala. Es fundador y colaborador de Temis y Deucalión, periódico político editado en Toluca, México.

 

El gobierno de Herrera se enfrenta a las insurrecciones de indígenas, como las de Yucatán, de Sierra Gorda y las incursiones de los indios en la frontera norte. El 10 de mayo, Juan de la Granja introduce el telégrafo en la República Mexicana. El 27 de octubre se aprueba la creación del estado de Guerrero, cuyo primer gobernador es Juan Álvarez.

 

 

 

1850

 

 

En enero imparte cursos en el Instituto para el primer y tercer año de jurisprudencia, al mismo tiempo que Ignacio Altamirano cursa el segundo año de latinidad. La impresión física que le produce Ramírez es la de un joven de 32 años de edad, cuerpo delgado y de talla más que mediana, que se encorvaba ya como un anciano. A partir de este año utiliza el seudónimo Tirabeque, palabra que en Álava, Logroño y Navarra significa “Tirador”. Publica los artículos: “Elección de presidente de la República”, “¿Es válida la elección del señor Riva Palacio para gobernador del Estado de México?”, “A los indios”, “Otra vez El Siglo xix”, “A los defensores de los nuevos financieros”, “Compañía Monplaisir” (Temis y Deucalión). El 9 de abril enfrenta una acusación por difamación, según consta en el documento Denuncia del gobierno del Estado de México contra Ignacio Ramírez por su artículo “A los indios”. El artículo es causa de escándalo y se le considera “sedicioso, infamatorio e incitador a la desobediencia”. El 19 de abril Ramírez presenta su autodefensa, en acto presidido por Joaquín Medina, y el jurado dicta sentencia absolutoria. El 20 de abril otra crítica al artículo “A los indios” es publicada en El Siglo xix bajo el título de “Ideas de barbarismos”. El 9 de mayo, el testimonio de Ramírez es publicado en El Demócrata, con el título “Autodefensa ante el jurado”. En otra parte aparece el artículo “Jurados en los delitos de imprenta”, que apoya los pronunciamientos de Ramírez a favor de los indios.

 

El sector ilustrado mexicano decide tomar las riendas de la nación y sus integrantes se agrupan en dos grandes sectores: el liberal y el conservador. Melchor Ocampo, gobernador de Michoacán, promueve reformas liberales que provocan la oposición del clero. A mediados de año los partidos políticos comienzan a preparar la sucesión presidencial; en los periódicos se anuncian las candidaturas de Mariano Arista, Luis de la Rosa, Nicolás Bravo, Manuel Gómez Pedraza, Juan N. Almonte y Antonio López de Santa Anna.

 

 

 

1851

 

 

Vive en Toluca con su familia y ejerce su profesión de abogado. Es nombrado profesor de derecho en el Instituto Literario de Toluca. Sus ideas son señaladas como una fuente de corrupción de las mentes juveniles. Los señores Mañón y Madrid encabezan las protestas de padres de familia en su contra y piden su renuncia como catedrático, pero Felipe Sánchez Solís, director del instituto entre 1846 y 1851, se pronuncia a favor de Ramírez. Por esta misma época dicta una clase llamada Bella Literatura, a la que asiste Altamirano. A fines de año presenta su renuncia al instituto.

 

El 8 de enero el general Mariano Arista es electo presidente de la República. El 15 de enero Herrera entrega el mando a Mariano Arista, quien sigue la misma orientación de su predecesor. En su gabinete figuran liberales puros, moderados y conservadores. Es fundado el Liceo Hidalgo, cuyo principal impulsor es Francisco Zarco. El 5 de noviembre de 1851, gracias a Juan de la Granja, se instala la primera oficina telegráfica que comunica a Nopaluca, Puebla, con la ciudad de México.

 

 

 

1852

 

 

Es designado secretario de Gobierno por el estado de Sinaloa. Promueve tanto mejoras políticas como sociales y aboga enérgicamente por la extinción de las alcabalas. Se vincula a uno de los conflictos más dramáticos del México de este siglo: la Revolución de Ayutla, y es nombrado secretario del general Comonfort.

 

William Walker se autodesigna presidente de la República de la Baja California. Comienza a emplearse el daguerrotipo.

 

 

 

1853

 

 

Se consagra a sus trabajos literarios y de propaganda e imparte clases de literatura en el Instituto de Literatura de Toluca. Perseguido por Santa Anna, Ramírez es reducido a severa prisión.

 

Arista renuncia a la presidencia y Juan Bautista de Ceballos, presidente de la Suprema Corte de Justicia, asume el poder. El coronel José Manuel Escobar, en entrevista con Santa Anna, le ofrece la presidencia de la República. El 20 de abril Santa Anna llega a México y hace su juramento a la nación ante la Cámara de Diputados. Santa Anna vende el territorio de La Mesilla a los Estados Unidos. Por decreto constitucional determina la elección de su propio sucesor y adopta el título de Alteza Serenísima. Benito Juárez es desterrado a los Estados Unidos.

 

 

 

1854

 

 

Entre enero y mayo escribe “El alacenero”, “La coqueta”, “El abogado”, “El jugador de ajedrez” y “La estanquillera”, retratos de sátira social que formarán parte de la obra Los mexicanos pintados por sí mismos. Tipos y costumbres nacionales, impresa en 1855 por la Sociedad de Literatos.

 

El 1º de marzo Florencio Villarreal proclama el Plan de Ayutla, a fin de desconocer el régimen de Santa Anna. Ignacio Comonfort hace algunas reformas al Plan de Ayutla, previa proclamación formal en Acapulco, el 11 de marzo, y se convierte así en el jefe del movimiento. El 23 de noviembre se da a conocer la Ley Juárez. Fin de la Guerra de Castas en Yucatán.

 

 

 

1855

 

 

Escribe para El Monitor Republicano “Tirabeque del Monitor”, alegoría en contra del gobierno de Santa Anna; “La orden de Guadalupe”, inspirado en el establecimiento de esta orden por mandato de Santa Anna, y “Pronunciamientos dirigidos por Tirabeque”. Para el mismo diario escribe el poema en traducción libre, “a chacun nature donne etc”. Imparte en el instituto clases sobre el estilo figurado y sobre el estilo común, más tarde recogidas en Dos lecciones inéditas sobre literatura.

 

El 9 de agosto Santa Anna, derrocado definitivamente, se ve obligado a huir del país y parte desde Veracruz rumbo a La Habana. El 4 de octubre, Juan N. Álvarez es designado presidente provisional de la República. Su gabinete está conformado por el filósofo y científico Melchor Ocampo en el Ministerio de Relaciones, el poeta Guillermo Prieto en Hacienda, el abogado Benito Juárez en el de Justicia y Comonfort en el de Guerra. El presidente interino Juan Álvarez convoca a un Congreso Constituyente. El 28 de diciembre se expide la Ley Lafragua, que regula la libertad de prensa.

 

 

 

1856

 

 

Se le nombra diputado al Congreso General en el estado de Sinaloa. El 7 de julio pronuncia un discurso ante el Congreso Constituyente argumentando que la persistencia de la tradición religiosa en la vida pública es una señal clara del retroceso y del desistimiento del libre albedrío. Declara la necesidad de una nación autónoma. El 27 de septiembre da un discurso cívico con motivo del aniversario de la entrada en México del Ejército Trigarante. Realiza un estudio biográfico sobre “El general Ignacio López Rayón”. Entre mayo y diciembre mantiene numerosas intervenciones en el Congreso Constituyente, con recordados debates sobre los artículos del proyecto constitucional. Ramírez expresa estar en contra de que las iniciativas de ley supongan métodos inmutables, sugiere tener “fe en el progreso de la humanidad y tener la conciencia de la democracia”, una de sus más brillantes improvisaciones sobre el Artículo 66.

 

En febrero se inicia el Congreso Constituyente, convocado por los revolucionarios de Ayutla, en su mayoría son “puros” y distinguidos intelectuales como Ponciano Arriaga, José María Mata, Ignacio Ramírez, Sebastián Lerdo de Tejada y Francisco Zarco. En mayo se promulga un estatuto orgánico mientras se elabora una nueva Constitución para regir al país. Comonfort, quien habría de sustituir a Álvarez en la presidencia, expide la Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas Propiedad de las Corporaciones Civiles y Religiosas, que suprime toda forma de propiedad comunal. Esta ley, llamada también Ley Lerdo (por Miguel Lerdo de Tejada), así como la Ley Juárez, son condenadas por el papa Pío ix. La Ley Lerdo obliga a las corporaciones civiles y eclesiásticas a vender las casas y terrenos que no estuvieran ocupando a quienes los arrendaban, para que estos bienes produjeran mayores riquezas, en beneficio de más personas. Se discute en el Congreso Constituyente la elaboración de la Constitución que será proclamada meses después.

 

 

 

1857

 

 

Participa activamente en los debates de las sesiones del Congreso Constituyente hasta el día 14 de febrero. Es aprobado el último artículo de la Constitución, y Ramírez recibe de la comisión respectiva un voto de agradecimiento por contribuir con su elocuencia al establecimiento de los principios que regirían la Constitución de 1857. Es nombrado juez civil e imparte clases de derecho canónico y de literatura, esta última de manera gratuita. Funda El Clamor Progresista, Periódico Independiente y Liberal, en el que expresa su rechazo a la presidencia de Ignacio Comonfort. En junio publica en la sección editorial “Escenas de la vida del actual gobierno”, bajo la firma de O. (alias) Chile Verde. Se ordena la detención de Ignacio Ramírez y de Benito Juárez por mandato de Comonfort. Ramírez evade la captura pero al intentar llegar a Sinaloa es capturado en Arroyozarco por el general Tomás Mejía, quien decide remitirlo a Querétaro, donde es puesto en prisión bajo amenaza de fusilamiento y donde los soldados lo hacen montar sobre un asno para apedrearlo. Manuel Robles Pazuela sabe del valer de Ramírez y, al frente de la Comandancia de México, consigue ponerlo a salvo y en libertad.

 

El 5 de febrero, se promulga la Constitución de 1857 y con ello las Leyes de Reforma; es altamente plausible la participación de Ramírez; estas leyes contemplaban: nacionalización de los bienes del clero; organización del Registro Civil; establecimiento del matrimonio civil, como única forma de constituir la familia; prohibición de las comunidades religiosas; trato igual para todos los cultos, los cuales deberían celebrarse en el interior de los templos; y secularización de los cementerios. El martes 9 de junio, El Clamor Progresista publica una nota en la que se anuncia la postulación del candidato del partido progresista Sebastián Lerdo de Tejada para presidente de la República y del licenciado Ignacio Ramírez como candidato para ocupar el cargo de fiscal en la Suprema Corte de Justicia. El 1º de diciembre, Comonfort toma posesión como presidente constitucional de la República Mexicana, y Juárez es designado vicepresidente. Promulgada la Constitución, Comonfort la desconoce y da señales de cambiar su política a favor de los intereses de los conservadores. El 17 de diciembre el militar y político Félix María Zuloaga proclama el Plan de Tacubaya, a favor de abolir la Constitución de 1857. Los estados de México, Puebla, Tlaxcala, San Luis Potosí y Veracruz se adhieren al Plan de Tacubaya. Comonfort da un golpe de Estado, disuelve el Congreso y expide una nueva constitución. Al efectuarse el cambio político, son encarcelados los diputados y el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Benito Juárez.

 

 

 

1858

 

 

Ramírez y Ponciano Arriaga se unen al recién instalado gobierno de Juárez en Veracruz. Ramírez combate la transacción hecha por Mathew y se aleja de Lerdo de Tejada por sus diferencias con Ocampo. Toma a su cargo la cartera de Justicia y de Fomento. Emigra de Veracruz a Tampico, de donde sale al resto de la República y con ayuda del general Garza promueve el triunfo decisivo de la Reforma en los estados de San Luis, Guanajuato, Jalisco y Sinaloa, que son a la vez testigos de los inmensos trabajos de Ramírez que con toda abnegación renuncia siempre a toda mención de su persona.

 

El 11 de enero, Zuloaga desconoce de todo mando a Comonfort y se apodera de La Ciudadela. Comonfort huye a los Estados Unidos. El 19 de enero, Benito Juárez, en su carácter de presidente de la Suprema Corte de Justicia, asume la presidencia de la República y establece su gobierno en Guanajuato. El 22 de enero los conservadores designan como presidente interino al general Zuloaga, que deroga la Constitución del 57 y la legislación reformista. Surgen dos fuerzas opositoras por el gobierno de la República, una de orden conservador y otra de tradición liberal. La principal consecuencia de esta oposición es la Guerra de Reforma, que habrá de durar tres años. En febrero, Juárez, perseguido por el gobierno conservador, traslada su gobierno de Guanajuato a Guadalajara, Colima y Veracruz.

 

 

 

1859

 

 

Después de estar con Juárez en Veracruz, en la expedición de la legislación de la Reforma, se hace evidente su oposición a la Ley Lerdo, debido a que arruina la propiedad comunal indígena. Se instala en San Luis Potosí para realizar labores de proselitismo. El 22 de agosto publica su artículo “Aurora boreal”, en La Sombra de Robespierre. Desde San Luis Potosí, escribe el poema “Después de los asesinatos de Tacubaya”.

 

El presidente conservador de la República, Miguel Miramón, envía a su ejército a Veracruz para atacar a Juárez. Mientras tanto, el general Leonardo Márquez vence al ejército de Santos Degollado en la ciudad de México. Las personas y médicos que ayudaron a los heridos de los combates son arrestados y fusilados; a las víctimas de esta cruenta e injustificada matanza, se les recordará como los “Mártires de Tacubaya”. Manuel Mateos, abogado y publicista, muere fusilado por el general Márquez.

 

 

 

1860

 

 

El 13 de diciembre, desde Veracruz, escribe una carta a Manuel Doblado en la que se pronuncia sobre la deficiente negociación que el gobierno presta a los asuntos de guerra para conseguir recursos.

 

Los conservadores dominan la ciudad de México. El 4 de diciembre se promulga la Ley de Libertad de Cultos promovida por Benito Juárez y, el 22 de diciembre, los liberales obtienen el triunfo definitivo en la batalla de San Miguel Calpulalpan, Estado de México.

 

 

 

1861

 

 

El 21 de enero, al volver el gobierno liberal a la ciudad de México, es nombrado ministro de Justicia e Instrucción Pública, cargo en el que se desempeñará hasta el 9 de mayo. Entre el 19 de marzo y el 3 de abril se le asigna, además, de manera interina, la cartera de Fomento. Como ministro de Justicia e Instrucción Pública se encarga de una serie de tareas, tal como se comenta en varios artículos: “Fondo para el Colegio Nacional de Minería”, “Patentes de privilegio para inventores”, “Comunicación sobre procedimientos en los denuncios y enajenaciones de terrenos baldíos”, “Dictamen sobre el libre ejercicio de la actividad piscicultora”, “Formación de una nueva carta general de la República”, “Sobre la solicitud del ministro de Relaciones de Prusia para la colonización germana en México”, “Decreto sobre el tránsito y construcción de barcos chatos”, “Los caminos son una necesidad urgente en la República”, “Decreto sobre la adquisición por extranjeros de terrenos agrícolas”, etcétera, publicados en El Siglo xix. En el periódico El Movimiento publica “Decreto sobre la adquisición de terrenos baldíos”, “Decreto que anula la enajenación de tierras baldías en Baja California”, “Decreto que establece el sistema métrico decimal”, “Franquicia para colonizar terrenos en la Sierra Madre de Guerrero”, “Nombramiento del Jefe de la Comisión encargada de formar las cartas biográficas y geológicas del Valle de México” y “Permiso para la construcción de un camino de hierro de la capital a Chalco”. El 15 de abril contribuye a la expedición de la Ley de Instrucción Pública en el Distrito Federal y Territorios. En ella se incluyen decretos referidos a la instrucción primaria y a la instrucción secundaria, a los estudios en las escuelas especiales, a la enseñanza de niñas, reglamentos de exámenes y bases generales para la docencia, nombramiento de catedráticos y a los fondos destinados a la instrucción pública. El 9 de mayo presenta su carta de renuncia al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Asume la responsabilidad de la exclaustración de monjas. Interviene en la reforma de la Ley de Hipotecas y Juzgados, pone en práctica las disposiciones sobre la independencia del Estado y la Iglesia. Desde su enfoque liberal y radical insiste en uniformar la enseñanza de las primeras letras, que es la única a la que puede aspirar la población en general. Sienta las bases para la formación de la Biblioteca Nacional. Participa en la organización de los gabinetes del Colegio de Minería. Forma un excelente cuadro de profesores en la Academia de San Carlos. Rescata obras originales que se atesoraban en los conventos y conforma una rica galería (piezas de Meaux, de Zurbarán y obras como Santa Cecilia, Santo Tomás, La adoración de los Reyes, El martirio de san Lorenzo, La mujer adúltera, La samaritana, entre otros). Como ministro de Justicia e Instrucción Pública y Cultos escribe los artículos “Reducción del número de monasterios”, “Fraccionamiento de fincas rústicas y urbanas”, “Destinación del edificio del ex convento de la Encarnación”, “Claridad en las sentencias definitivas”, “Redención de capitales”, “Reconocimiento de los capitales impuestos a favor de las religiones”, “Disposición sobre el derecho de minería”, “Decreto que autoriza a los ministros de todos los cultos para ejercer profesiones y ser tutores y apoderados”, “Habilitación de los ministros de culto para ejercer profesiones”, “Confirmación del término para ocurrir a los tribunales a denunciar los bienes del clero”, “Decreto que establece las bases del reglamento de la dirección de fondos de la instrucción pública”, “Establecimiento y derechos de oficios en el Distrito” y “Establecimiento de la lotería nacional”, publicados en El Siglo xix. Expide los documentos: “A José María de Sollano con motivo de la entrega de la Universidad después de la interrupción por efecto del Plan de Tacubaya”, “A José María Arteaga, con motivo de que se instale la oficina del Registro General en la Casa del Colegio de Minería” y “Renuncia ante la Secretaría de Relaciones y Gobernación, firmada por Francisco Zarco, Ignacio Zaragoza e Ignacio Ramírez. Al señor oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores y Gobernación”. En agosto, escribe con Guillermo Prieto para El Monitor Republicano: “Los bienes llamados del clero y el Constitucional”, “Las Leyes de Reforma y el Constitucional”, “Valúo de los bienes llamados eclesiásticos”, “La junta de Hacienda y El Siglo xix”; y para El Siglo xix “El impuesto del tabaco”. En septiembre pronuncia en la Alameda de México un solemne Discurso Cívico, en memoria de Miguel Hidalgo y de la proclamación de la Independencia, publicado en El Monitor Republicano.

 

El gobierno constitucional de Benito Juárez se instala en la ciudad de México. Los conservadores Juan N. Almonte, José M. Hidalgo y José M. Gutiérrez de Estrada gestionan con Francia el establecimiento de una monarquía en México. Se agudizan los enfrentamientos entre liberales y conservadores. Se logra el reconocimiento internacional del gobierno encabezado por Juárez. El 17 de julio, ante la falta de fondos económicos en el país, el Congreso expide un decreto que suspende el pago de las deudas públicas, entre ellas la deuda contraída con Londres y con las naciones extranjeras. Inglaterra y Francia piden la derogación del decreto y, ante la negativa del gobierno, el 25 de julio ambas naciones rompen sus relaciones con México. El 31 de octubre, en la Convención de Londres, las autoridades de Francia, España e Inglaterra se comprometen a adoptar las medidas necesarias para enviar fuerzas de mar y tierra para intervenir las fortalezas y posiciones militares del litoral mexicano. Las naves enviadas por las tres potencias europeas desembarcan en Veracruz y se apoderan del puerto entre diciembre de 1861 y enero de 1862.

 

 

 

1862

 

 

Ramírez redacta con Prieto, Iglesias, Schiafino, Santacilia, Chavero y Altamira, La Chinaza, un periódico que alcanza gran popularidad, que buscó levantar el espíritu público para defender la patria ante la amenaza de la invasión extranjera. El 7 de mayo, desde la ciudad de Veracruz, escribe una carta al general Miguel Blanco.

 

Se establecen los acuerdos preliminares del tratado de La Soledad, dirigidos a las tropas intervencionistas. Desde Córdoba, los soldados franceses salen rumbo a la capital, mientras que el general Zaragoza trata de impedirles el paso, aunque consiguen llegar a San Agustín del Palmar. El 5 de mayo el general Zaragoza concentra sus fuerzas en Puebla y logra derrotar al ejército francés.

 

 

 

1863

 

 

El 5 de febrero da un discurso en torno al “Sexto aniversario de la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos”, publicado en El Monitor Republicano. El 16 de septiembre, en el puerto de Mazatlán, pronuncia el discurso “En la solemnidad de la Independencia de México”. Ramírez sale rumbo a Sinaloa para luchar contra la intervención francesa (1863-1867). En agosto y noviembre, desde Mazatlán, Ramírez inicia un intercambio epistolar con Guillermo Prieto (Fidel), y así lo hará hasta 1877. Las cartas serán publicadas en El Semanario Ilustrado.

 

El 17 de mayo, la ciudad de Puebla es tomada por los franceses. El Congreso otorga al presidente Juárez poderes extraordinarios durante la ocupación francesa. El 10 de julio se elige la monarquía como forma de gobierno, y en octubre le ofrecen formalmente la Corona del Imperio de México a Maximiliano de Habsburgo. El 22 de diciembre, tras la caída de la ciudad de México en manos de los franceses, el gobierno de Juárez emprende el retiro de su gabinete hacia el norte de México. Francisco Díaz Covarrubias inaugura el Observatorio Astronómico Nacional en el Castillo de Chapultepec.

 

 

 

1864

 

 

Entre enero y noviembre, viaja a San Francisco de California, Mazatlán y el Golfo de California, en su correspondencia con Prieto da cuenta de las observaciones de sus viajes y de la riqueza inexplorada en la Baja California. Improvisa un discurso en el Puerto de Mazatlán, “En el aniversario de la Constitución de 1857”. El 5 de mayo vuelve a pronunciar un discurso, “En el aniversario de la victoria de Puebla en 1862”. Escribe “La guerra en México”, en torno a la invasión militar francesa, publicado en La Opinión de Sinaloa. En julio, desde Ures, Sonora, hace pública “Una proclama del tudesco Maximiliano”, que aparecerá en La Estrella de Occidente.

 

Ingresan las tropas francesas en Guadalajara, Aguascalientes y Zacatecas. La ocupación se extiende a Morelia y San Luis Potosí. Los generales Doblado y González Ortega envían una comisión a Saltillo para pedirle a Juárez que abandone la presidencia, como medio de negociación con la intervención extranjera. En abril, Juárez establece su gobierno en Monterrey. En Bruselas, Maximiliano recibe las actas por las que supuestamente la nación mexicana lo postula como su emperador. El 12 de mayo, Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia desembarcan en las playas de Veracruz y el 20 de junio entran en la capital.

 

 

 

1865

 

 

En Sonora está a cargo del periódico patriótico La Insurrección, que significaba un grito de guerra ante la amenaza de la invasión extranjera. Desde Ures, Sonora, sostiene en defensa del sentimiento nacional una polémica con el escritor y político Emilio Castelar, ex presidente de la primera República Española. Ramírez demuestra el derecho y la conveniencia de que los pueblos hispanoamericanos se emancipen de las tradicionales costumbres de España y de la imitación de ese país. Castelar se declara vencido por la elocuencia del mexicano y en respuesta, le escribe la siguiente dedicatoria: “A D. Ignacio Ramírez, recuerdo de una polémica en que la elocuencia y el talento estuvieron siempre de su parte. El vencido, Emilio Castelar”. El 24 de marzo, en Ures, Sonora, escribe “Barbarie de los invasores”, en torno a las disposiciones de ataque por los franceses. El 31 de marzo escribe “La situación militar”, con motivo de la invasión francesa en Guaymas. Publica luego la proclama de “Castagny a los sonorenses”. Entre febrero y abril, mantiene correspondencia con Guillermo Prieto, desde Mulegé, Guaymas, Hermosillo y Ures. En julio dirige una carta a Ignacio Altamirano (Próspero), desde Hermosillo. En octubre realiza la defensa del general Gaspar Sánchez Ochoa, a quien se le imputan los delitos de sedición, deserción y fuga. El documento saldrá a la luz en El Monitor Republicano, el 28 de julio de 1868.

 

En Paso del Norte (Ciudad Juárez, Chihuahua) se instala el gobierno republicano. Maximiliano reconoce las Leyes de Reforma decretadas por Juárez y ordena la abolición del peonaje. Estas medidas lo llevan a enemistarse con los sectores conservadores y la Iglesia. En enero se promulga un decreto, según el cual las bulas y breves papales no se pueden publicar ni ejecutar, lo que provoca el rompimiento con el nuncio y con el sector más influyente del clero del país. En febrero, Maximiliano promulga un decreto que establece la libertad de cultos y dispone la revisión de las ventas de los bienes del clero. El rompimiento entre Maximiliano y la Iglesia queda consumado.

 

 

 

1866

 

 

En Mérida escribe algunos poemas: “A Lola”, “El Hombre-Dios” y posiblemente, “Décimas”. Antes de la caída de Maximiliano, se le envía al destierro en San Juan de Ulúa, y después a Yucatán, donde enferma de fiebre amarilla.

 

El 9 de febrero se inaugura la primera línea de telégrafos que va de México a Cuernavaca, construida por el Ministerio de Fomento. El 12 de marzo se establece la Asociación Gregoriana en la ciudad de México. Mariano Escobedo obtiene el triunfo sobre las tropas imperiales. En diciembre, Maximiliano organiza un ejército, al mando de Márquez, Mejía y Miramón. Juárez vuelve a Chihuahua y establece allí su gobierno. Los juaristas invaden el valle de México.

 

 

 

1867

 

 

Levantado el destierro, regresa a México pero permanece vigilado por la policía hasta el triunfo de la Republica, en julio. Colabora asiduamente en El Correo de México; de aquí surgen escritos capitales en los que propugna casi todas las mejoras materiales: su ensayo “La Constitución” y, entre sus artículos, algunos como “Héroes y traidores”, “La apelación al pueblo”, “El clero”, “Los capitales”, “Carta del C. Juan José Baz al ciudadano general Corona y al pueblo”, “El Clero: Primera contestación a la ‘Sociedad Mercantil’ ”, “Plan de estudios”, “Ferrocarriles”, “Diálogo (En la puerta de la presidencia)”, “Los estudios metafísicos”, “El papa es dictador (Contestación segunda a la ‘Sociedad Mercantil’)”, “La usura”, “La muerte de Maximiliano”, “La laguna de Tamiahua”, “Instrucción primaria”, “Colonización”, “La unión americana”, “La prensa periodística y el señor don Juan José Baz”, “La protección del gobierno”, “Un nuevo puerto en Tamaulipas”, “El Congreso”, “Los fondos especiales”, “Apuntes sobre un sistema militar”, “Las injurias consideradas como delito de imprenta”, “Las casas de moneda en Sonora”, “Las patentes de corso”, “Los ayuntamientos”, “¿Dónde está la República?”, “¡Reforma!”, “Absueltos e indultados”, “El divorcio”, etcétera. Ramírez forma parte de la Sección de Teatro Nacional del Liceo Mexicano que el 9 de agosto celebra la creación de la nueva compañía dramática. Da un discurso en el Teatro Nacional la noche del 15 de septiembre, en el cual reconsidera su visión del mundo indígena. Publicado en El Correo de México. Escribe “Defensa hecha a La Cuchara por el C. Ignacio Ramírez, en el Club de la Reforma” y el artículo “Los capitalistas”, con el fin de que los ciudadanos dediquen algunas meditaciones para examinar el papel que representa el capital en la República Mexicana.

 

Maximiliano abdica al cargo de emperador. El 15 de mayo Maximiliano es vencido por los ejércitos liberales de Mariano Escobedo, Ramón Corona y Porfirio Díaz. Se rinde en Querétaro. Triunfo de los republicanos sobre el imperio y del partido liberal sobre el sector conservador. El 19 de junio es fusilado Maximiliano en el Cerro de la Campanas, junto con Miramón y Mejía. El 15 de julio, Benito Juárez hace su entrada triunfal en la ciudad de México. Ya había acabado la guerra de Reforma y concluye la guerra de Intervención, con lo que afirma la independencia nacional. Este mismo día, Porfirio Díaz anuncia a Juárez su decisión de retirarse del ejército; sin embargo, tres meses después figura como su rival en la elección presidencial de diciembre. En septiembre, Altamirano funda un periódico independiente, El Correo de México, y en su carácter de redactor en jefe invita a Ramírez, Prieto, García Pérez, Chavero, T. de Cuéllar y Manuel Peredo. México alcanza cierto equilibrio político. Porfirio Díaz es vencido en las elecciones para presidente de la República. El 21 de julio, Juárez reorganiza su gabinete, nombra a Sebastián Lerdo de Tejada como ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación, a José María Iglesias a cargo de la cartera de Hacienda, a Antonio Martínez de Castro como encargado de Justicia e Instrucción Pública. Juárez decreta la Ley Orgánica de Instrucción que establece la enseñanza primaria, laica, gratuita y obligatoria. Con el nombramiento de Gabino Barreda el gobierno de Juárez comienza a incorporar las ideas positivistas como rectoras de la educación moderna. En diciembre se produce la primera reelección de Juárez.

 

 

 

1868

 

 

A pesar de una fuerte oposición, es designado magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cargo en el que permanece hasta el final de su vida. El 2 de abril envía por telegrama una felicitación al general Porfirio Díaz con motivo del primer aniversario de la toma de Zacatecas. Entre mayo y noviembre escribe para El Semanario Ilustrado: “Ferrocarriles”, “El apóstol Santo Tomás en América”, “Asociación periodística”, “Asociación de la prensa”, “Principios sociales y principios administrativos”, “Espíritu de asociación entre los mexicanos”, “Obras públicas”, “Ferrocarril”, “Pupilaje social”, “Los pueblos de indígenas”, “Coaliciones municipales”, “Los campesinos” y “La desespañolización”, polémica literaria entre Ramírez y Castelar, publicada en La Estrella de Occidente y reproducida en Nueva York como “Antigalicanismo”. Se pronuncia en favor de la instrucción pública. Entre junio y agosto escribe: “Instrucción primaria”, “Educación indígena”, “Educación a la mujer”, “Los libros de texto” y “La educación en los municipios”. La experiencia de persecución durante su vida le inspira los tercetos “Por los desgraciados”, leídos en el tercer banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana. Escribe el poema, “A la patria”. En noviembre escribe “Antigüedades mexicanas”, en el que da a conocer los vestigios anteriores a la Conquista.

 

Se expide la primera Ley de Amnistía. Se funda la primera compañía petrolera en México: Compañía Explotadora del Golfo de México La Constancia, en Papantla, Veracruz. El 1º de mayo comienza a publicarse El Semanario Ilustrado, revista científico-literaria que revela el momento de efervescencia literaria y periodística que vive México y una de las fuentes que mejor representa el movimiento cultural de la República.

 

 

 

1869

 

 

El 2 de enero figura entre los redactores del primer tomo del periódico literario El Renacimiento. El 2 de febrero, en El Monitor Republicano publica el artículo “Socialismo, comunismo, guerra de castas”. En junio escribe un texto jurídico, “La Suprema Corte”, defensa en favor de los magistrados y de su independencia judicial y “Legitimidad del ejecutivo”, en torno a las elecciones. El 14 de septiembre pronuncia el discurso “En la festividad del centenario del barón de Humboldt” ante la Sociedad de Geografía y Estadística, que celebra una sesión solemne en honor de Guillermo de Humboldt. Altamirano destaca la elocuencia del discurso en una nota publicada en el diario de Crónicas de la semana. Escribe Estudios sobre literatura.

 

Se emite la segunda Ley de Amnistía. En enero comienza a circular El Renacimiento, a cargo de Ignacio Altamirano, a quien se debe la inspiración y la dirección del periódico; Gonzalo A. Esteva se responsabiliza por los elementos materiales.

 

 

 

1870

 

 

Con Ignacio Cornejo, Luis Malanco y Gumersindo Mendoza, presenta el estudio “Bosques y arbolados”. Escribe Lecturas de historia política de México, que incluye “Las naciones primitivas” y “La época colonial”, un estudio dedicado a Emilio Castelar. Para El Monitor Republicano, escribe “¡Castigo!” y “Comercio extranjero”.

 

Al frente de la Suprema Corte de Justicia están Ignacio Ramírez, magistrado; Ignacio Altamirano, fiscal, y León Guzmán, procurador, quienes se manifiestan como enemigos abiertos de Juárez. La mayoría parlamentaria se expresa en contra de Juárez. Por el derecho de huelga, obreros mexicanos fundan el Gran Círculo Obrero.

 

 

 

1871

 

 

En marzo, en la primera plana de El Federalista, se publica “La enseñanza religiosa”, carta de Ramírez dirigida a Ignacio Altamirano. Posteriormente aparece publicado el ensayo “Historia política de México. Las naciones primitivas”, escrito en 1870. Es nombrado presidente del Club Central de Puebla, la principal plataforma de los porfiristas. Trabaja y escribe para el periódico El Mensajero. Sus manuscritos provocan escándalo por sus ataques a Juárez. Entre junio y septiembre escribe 49 artículos, entre ellos: “La ciudad modelo”, “Bibliografía. Pepe Castillo y El Nigromante (diálogo)”, “El ejército reeleccionista. Payno y El Nigromante (diálogo)”, “La charlatanería política”, “El Monitor Juarista. Juvenal y El Nigromante (diálogo)”, “La tradición política y los servicios a la patria”, “¡Alianza!”, “Apología de la alianza”, “Santa Teresa”, “Cómo baja el Espíritu Santo, según la Voz de México”, “¡No habrá reelección!”, “Cómo se hacen los presidentes, los monarcas y los santos padres”, “La verdad y el lenguaje”, “¿Cómo se hace al pueblo soberano? ¿Cómo se hacen los incrédulos?”, “La cuestión municipal”, “Trabajos electorales”, “¡He aquí el problema!”, “¡He aquí la cuestión!”, “¡Sigue la cuestión!”, “Un nuevo aspecto de la cuestión”, “La colonización en Sonora”, “La independencia entre las autoridades mundana y religiosa”, “¿Viene la revolución?”, “La garantía de los valores mercantiles”, “Los Montepíos”, “El libro del destino”, “Los deudores y los acreedores”, “Reformas civiles y criminales a favor de los desvalidos”, “Tarifomanía”, “Exportación de los metales preciosos”, “¡16 de septiembre!”, “La moneda lisa”, etcétera. El 15 de julio, en el periódico La Oposición aparece una noticia que favorece su labor como redactor de El Mensajero: “Felicitamos a nuestro colega. Ramírez no sólo es un hombre de carisma, inteligencia y profundamente instruido, sino un verdadero periodista, un liberal firme y sincero...” Escribe “La colonización en Sonora”, manifiesto de su inquietud por la ocupación de tierras.

 

Redacción del Código Civil de la Federación, en el que se establecen medidas para proteger a los trabajadores. Benito Juárez se reelige por segunda vez ante la oposición del general liberal Porfirio Díaz, quien proclama el Plan de la Noria, bajo el lema “No reelección”. Juárez gasta todos los recursos e invierte toda su fuerza en combatir la revuelta de La Noria, organizada por Porfirio Díaz. Los meses de junio y julio son de hondas divisiones en el grupo porfirista, cuyas discrepancias son insalvables para conducir la batalla contra Juárez en la víspera de las elecciones presidenciales. La mayoría parlamentaria deja de ser favorable a Juárez hasta junio. Fracasa el movimiento de La Noria, y Díaz se embarca con rumbo a Nueva York, vía La Habana.

 

 

 

1872

 

 

Muere su esposa Soledad Mateos, a quien dedica varios poemas. En enero escribe a Prieto “Una carta notable”, publicada en El Federalista, y “La economía política”, después de que Prieto publicó sus lecciones sobre Economía Política, aparecidas en El Monitor Republicano. El 12 de mayo, en su carácter de vicepresidente de la Sociedad de Geografía y Estadística, escribe “Promoción de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística a la exposición internacional”. En julio, el director de la Escuela Nacional Preparatoria, Gabino Barreda le solicita dictaminar el libro Bosquejos históricos, traducido del francés. El 14 de octubre expone su opinión en el diario El Siglo xix sobre el proyecto de construcción del “Ferrocarril de Sonora”. Escribe el poema “Por los gregorianos muertos”. En el Liceo Hidalgo dicta dos conferencias: “La poesía erótica de los griegos” y “La religión de los griegos”. Ante la Sociedad de Geografía y Estadística, expone “Los habitantes primitivos del continente americano”.

 

El 18 de julio muere Benito Juárez. Sebastián Lerdo de Tejada, a pesar de haber sido vencido en las elecciones presidenciales de 1871, sustituye a Juárez tras su muerte y es electo presidente constitucional por una aplastante mayoría. Lerdo de Tejada expide una Ley de Amnistía para acoger a los rebeldes sin más pena que la pérdida de sus grados y honores militares. El 26 de octubre, Porfirio Díaz está en Chihuahua y tiene que acogerse a la Ley de Amnistía, con lo cual pierde su grado militar y sus condecoraciones. El 12 de noviembre, Díaz llega a México para las elecciones, cuyo resultado favorece a Lerdo de Tejada sobre Díaz: 10 502 votos contra 680. El 1º de diciembre, Lerdo de Tejada toma posesión de la presidencia de la República.

 

 

 

1873

 

 

Escribe el ensayo “Cuestión antropológica”. El 22 de junio presenta el “Proyecto de enseñanza primaria” y el “Reglamento para la instrucción primaria”. Entre 1873 y 1877 escribe una serie de textos escolares destinados a cubrir las necesidades de las escuelas municipales. En ellos incluye nociones sobre los diversos alfabetos, física, química, historia natural, geografía, historia patria y ensayos en torno a los principios fundamentes de los conocimientos humanos. Estos textos son publicados por iniciativa del general Carlos Pacheco en 1884, bajo el título de Libros rudimental y progresivo para la enseñanza primaria. Ocupa el cargo de profesor de la escuela normal de Guanajuato y escribe Elementos de geografía del Estado de Guanajuato. El 31 de octubre publica en El Federalista “Una página notable”, discurso pronunciado en la última sesión del Liceo Hidalgo en honor de Fernández de Lizardi. Lee el discurso “La lluvia de azogue” ante la Sociedad de Geografía y Estadística.

 

En enero, y en medio de un regocijo desbordante, se inaugura la línea del ferrocarril entre México y Veracruz. La operación formal del Ferrocarril Mexicano reanima el negocio de las importaciones y exportaciones. José María Iglesias, diputado, ministro de Hacienda, de Justicia y de Gobernación, es electo vicepresidente. El 25 de septiembre se incorporan finalmente a la Constitución las Leyes de Reforma.

 

 

 

1874

 

 

Es reelecto magistrado de la Suprema Corte de Justicia. Frecuenta las reuniones de Rosario de la Peña, la musa favorita de los poetas románticos de la época, cuya casa se convierte en el centro de tertulias y en el refugio intelectual de quienes huyen de las pugnas políticas. Su poesía de tono amoroso reaparece en composiciones como “A Rosario (en su cumpleaños)”, “En el álbum de Rosario” y “Mi retrato (soneto a Rosario)”. Y con carácter autobiográfico: “El año nuevo”, “A mi musa”, “Enfermedades de amor” y “El hado y la cruz”. En octubre escribe “El san Agustín de la biblioteca nacional”, “La Economía Política” y “Sr. Lic. D. José de Jesús Cuevas”, publicados en El Precursor.

 

Vicente Riva Palacio funda El Ahuizote, periódico que se caracteriza por su sátira mordaz. Lerdo de Tejada es atacado por conservadores y liberales porque, a la vez que pretende unir al partido liberal, amedrenta y combate al partido conservador. Conforme a las Leyes de Reforma, la religión queda excluida de los centros escolares dependientes de la Federación, de los estados y de los municipios. El gobierno de México presenta una segunda reclamación en contra de los Estados Unidos por el caso de El Chamizal.

 

 

 

1875

 

 

Dirige a Porfirio Díaz varias cartas y telegramas. En mayo pronuncia en el Liceo Hidalgo el discurso sobre “Espiritismo y materialismo”. El 5 de junio, escribe los poemas “A Josefina Pérez” y otro “A...” El 27 de julio le escribe una carta a Juan A. Mateos, que sale publicada en El Monitor Republicano, como “Una carta del Nigromante”. En agosto escribe “Mahomet”, artículo de denuncia e indignación por las calumnias al islamismo. El 18 de agosto lee un discurso en el Liceo Hidalgo, “El trabajador y las fuerzas equivalentes”. El 14 de octubre escribe una carta a Prieto sobre el “Libre cambio”, en la que sostiene la imposibilidad de un sistema proteccionista en México. Entre el 23 y el 25 de octubre escribe varias cartas a Olaguíbel y al general Arista, en las que plantea sus opiniones contra el proteccionismo. El 28 de octubre escribe dos artículos contra el proteccionismo, “El sistema protector del Señor Aubry” y “Sistema protector”. En octubre se publican tres artículos en la primera plana de El Federalista: “Sobre proteccionismo”, “Contra el proteccionismo i”, y “Contra el proteccionismo ii”. El 12 de noviembre escribe el artículo de “El trabajo”. El 20 de noviembre El Siglo xix, publica “El paso de Venus”, discurso pronunciado en la Escuela Nacional Preparatoria.

 

Lerdo de Tejada intenta reelegirse en la presidencia de la República. La Cámara de Senadores queda constituida legítimamente. Se establece la Ley de Colonización, a favor de la explotación de terrenos baldíos. Rebelión yaqui en Sonora. Hay dos versiones del Plan de Tuxtepec, ambas auténticas: una fechada en diciembre de este año, firmada por Porfirio Díaz, y otra fechada el 10 de enero de 1876, en la Villa de Ojitlán, Oaxaca, y firmada por varios signatarios.

 

 

 

1876

 

 

Escribe el poema “A Ezequiel Montes” y el soneto “Al amor”. El 23 de diciembre se ocupa de la legislación educativa y se dirige al Ministerio de Justicia con el comunicado “Dotación de becas para hijos y parientes de inutilizados o muertos en defensa del Plan de Tuxtepec”. El 27 de diciembre se dan a conocer las “Disposiciones sobre los horarios de trabajo para jueces y subalternos”, y el 28 de diciembre “Fijación de horario para la entrega de los autos de los actuarios”, ambos publicados un año después en La Voz de México (2 de enero).

 

Rebelión de Porfirio Díaz contra Lerdo de Tejada. El 8 de febrero, Díaz proclama en Tepeji el Plan de Tuxtepec. El 21 de marzo, Díaz hace pública la jefatura del Plan de Tuxtepec, cuyas enmiendas se conocen como reformas de Palo Blanco. Las fuerzas de Lerdo de Tejada son derrotadas en Puebla y el 30 de noviembre concluye su periodo presidencial y entrega el gobierno a Protasio Tagle. Muerte de Santa Anna. El 20 de noviembre, Lerdo de Tejada sale desterrado de México y, el día 28, Díaz es nombrado presidente provisional hasta el 6 de diciembre.

 

 

 

1877

 

 

En enero, como vicepresidente de la junta directiva de instrucción pública, se dirige al Ministerio de Justicia para presentar los documentos “Dotación de becas para alumnos”, “Establecimiento de cátedras en la Escuela Nacional de Agricultura” y “Gastos y nombramientos de peritos”. A la Secretaría del Estado y del Despacho de Justicia e Instrucción Pública, envía documentos sobre “Materias que deben estudiarse en la Escuela de Jurisprudencia”, “Estudios para la carrera de abogado” y “Disposiciones reglamentarias sobre los estudios en la Academia de las Bellas Artes”. El 1º de febrero comunica al Ministerio de Justicia los “Reglamentos para las dotaciones de los establecimientos de instrucción pública”. En febrero, como vicepresidente de la Junta Directiva de Instrucción Pública, redacta dos oficios a la Secretaría de Estado y del Despacho de Justicia e Instrucción Pública: “Prevención de castigos a alumnos” y “Disposición sobre los alumnos externos de la Escuela Nacional Preparatoria”. Entre enero y febrero, con el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, trata asuntos como “Disposición sobre la entrega de autos a los representantes del Ministerio Público”, “Sobre la competencia de los jueces del fuero común”, “Facultades a los directores para amonestar y castigar a los alumnos responsables de faltas graves”, “Bases para el establecimiento de una penitenciaría”, “Proyecto de establecer en la capital una penitenciaría moderna”, “Reglamento para la elección popular de las autoridades políticas, municipales y federales”, etcétera. El 15 de marzo, a cargo de la Dirección de la Escuela de Agricultura, lleva a cabo las Disposiciones relativas a los aprendices en las escuelas de Agricultura y de Artes y Oficios. Lee su poema “A la Fraternidad” en el banquete fraternal de la Asociación Gregoriana. Escribe “Proemio a la historia” para el libro de Juan A. Mateos, Historia parlamentaria de los congresos mexicanos de 1821 a 1857. Escribe una carta a Guillermo Prieto en la cual hace un estudio detallado de la sociedad mormónica.

 

El 11 de febrero, Porfirio Díaz regresa al poder y abre la convocatoria para la conformación del gabinete que concentra los supremos poderes. El 5 de mayo, el general Díaz es designado presidente constitucional; con esto se inicia el periodo conocido como porfiriato, que se prolongará hasta 1911. El 7 de diciembre se firma una convención preliminar sobre límites territoriales, que dará origen a la “Comisión Mexicana de Reconocimiento de la Frontera entre México y Guatemala”, en 1878.

 

 

 

1878

 

 

El 8 de septiembre prepara el folleto El Partido Liberal y la Reforma Religiosa en México, dedicado a los miembros del Partido Liberal.

 

En abril, el gobierno de los Estados Unidos de América reconoce a Porfirio Díaz como presidente. El 5 de mayo, por reforma constitucional, se establece en los artículos 78 y 109 el principio de la “no reelección”.

 

 

 

1879

 

 

Se mantiene ocupando el puesto de magistrado y permanece en él hasta el día de su muerte. En la mañana del 15 de julio “se pasea por última vez en el jardín de la Plaza Mayor”, llega a su casa y expira a las 10:30 horas en la ciudad de México. Pimentel escribe que Ramírez fue: “Hombre modesto y honrado, muere pobre, habiendo tenido a la mano, como ministro, los bienes nacionalizados del clero, pudiendo hacer uso fácil de las leyes de desamortización y habiendo despachado asuntos de sumo interés como magistrado”. Por orden presidencial, los gastos funerarios de Ignacio Ramírez son costeados por el Estado. En sus exequias, Justo Sierra lo despide como “el sublime destructor del pasado y el obrero de la revolución”. El 18 de junio se rinde una ceremonia en memoria de Ignacio Ramírez, en la que se leen discursos y poemas, como el de Altamirano, Tagle, Parra, Sierra, entre otros. Los restos son enterrados en el cementerio del Tepeyac. Desde el 6 de octubre de 1934 los restos de Ignacio Ramírez descansan en la hoy rotonda de las Personas Ilustres.

 

Porfirio Díaz refuerza la conducción enérgica, personalista y centralista del país.

Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada nació el 22 de junio de 1818 en San Miguel el Grande, actualmente San Miguel Allende, Guanajuato. Sus padres fueron Lino Ramírez y Sinforosa Calzada. Murió el 15 de junio de 1879, en la Ciudad de México y fue sepultado en el cementerio del Tepeyac. Desde el 6 de octubre de 1934, sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres, ahora de las Personas Ilustres.

Su padre fue vicegobernador de Querétaro, por lo que sus primeros años los vivió en ese estado. A los 16 años, se trasladó a la Ciudad de México en donde ingresó al Colegio de San Gregorio para estudiar artes y continuar sus estudios en el Colegio de Abogados. En 1845, se graduó en la Universidad Pontificia Nacional. Además de su preparación jurídica, emprendió estudios de ciencias naturales, filología y teología escolástica. Por sus amplios conocimientos, varios de sus compañeros y maestros le llamaron el Voltaire de México. Es representativa de su carácter la anécdota de que, al querer ingresar en la Academia de Letrán, en 1838, presentó un texto en el que decía: “No hay Dios; los seres de la Naturaleza se sostienen por sí mismos”, frase que causó controversia entre los miembros. Este tipo de cometarios e ideas propiciaron que el papa Pío ix lo excomulgara en 1860.

Representó diversos cargos públicos, ya que no sólo se desempeñó en la abogacía y en el ámbito literario, sino que también tuvo un papel importante en la política nacional. Como secretario de Guerra y de Hacienda del Estado de México, en 1846, inspiró la promulgación de diversas leyes, destacando aquellas que consagraron la autonomía de este municipio. Impulsó la fundación del Instituto Literario de Toluca y proveyó una ley para que cada municipio enviara al alumno más apto a cursar sus estudios en este plantel, con la condición de que los seleccionados fueran de escasos recursos y de raza indígena. Es importante mencionar que Ignacio Manuel Altamirano fue beneficiado con esa beca. A éste se le debe la primera gran biografía de El Nigromante y el primer rescate de su obra.

En 1848, Ramírez fue designado jefe político del Estado de Tlaxcala, comisión que desempeñó por breve tiempo. De ese año a 1851 vivió en Toluca e impartió las cátedras de Derecho y Literatura en el Instituto Científico y Literario de Toluca. Las ideas liberales y reformistas que expuso en ese lapso influyeron en sus alumnos, por lo que se le impidió seguir dando clases.

En 1852, abandonó el Estado de México y viajó a Sinaloa, donde fue nombrado secretario de Gobierno por el gobernador Francisco de la Vega. Al año siguiente, el presidente Antonio López de Santa Anna lo encarceló once meses por sus escritos contra el régimen; Ramírez recuperó su libertad con el destierro de aquél.

En 1856, fue nombrado diputado por Sinaloa y, al año siguiente, comenzó su participación como promotor de la Constitución de 1857. El presidente Ignacio Comonfort lo designó su secretario, pero, por diferencias ideológicas, abandonó el puesto.

Durante el gobierno de Benito Juárez (1858), Ramírez obtuvo los cargos de ministro de Justicia, Instrucción Pública, Fomento, Agricultura, Comercio, Colonización e Industria (el único que ha ocupado al mismo tiempo estos puestos).

En 1861, en su cargo como ministro de Justicia y Educación, desarrolló dos proyectos principales: en el ámbito cultural, convirtió la Catedral de Puebla en biblioteca y en sus torres construyó dos observatorios, uno astronómico y otro meteorológico. En la capital del país, ordenó la creación de la Biblioteca Nacional; en el área educativa, redactó la Ley de Instrucción Pública y consiguió que el Estado otorgara gran parte de los impuestos a la educación.

En 1862 Ramírez fue reelecto para el Congreso Legislativo y fue nombrado jefe del Ayuntamiento de la Ciudad de México. En 1868, fue ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a pesar de las discordias que tenía con Juárez. Estas se acentuaron, en 1871 con la reelección de este último. Ignacio Ramírez ayudó a Justo Benítez a redactar el Plan de la Noria con la ayuda de Manuel M. Zamacona y Francisco Mena.

Ramírez impulsó la construcción del ferrocarril de Veracruz a la Ciudad de México en 1868 y diseñó la carta hidrológica y geológica de la Ciudad de México, por lo que en 1872 recibió el nombramiento de vicepresidente de la Sociedad de Geografía y Estadística.

En 1875 creó, con Altamirano, la Sociedad Mutualista de Escritores Mexicanos, antecedente de la Sociedad General de Escritores de México. Al siguiente año, cuando se promulgó el Plan de Tuxtepec, Ramírez se levantó junto con Porfirio Díaz contra el régimen lerdista y fue encarcelado en Tlatelolco. Salió libre al triunfo de dicho Plan.

Durante el régimen presidencial de Díaz fue nombrado ministro de Justicia e Instrucción Pública. Reestructuró la educación elemental y el calendario oficial, reorganizó la Escuela Nacional Preparatoria y asignó fondos para reconstruir con aulas el edificio de San Ildefonso. En 1877 fue electo nuevamente como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por lo que renunció al gabinete presidencial de Díaz.

En lo que respecta a las asociaciones y a los grupos: formó parte de la Academia de Letrán (1836); participó en las Veladas Literarias (1867-1868); estuvo presente en la Bohemia Literaria (1870-1872), y formó parte del grupo de la revista El Renacimiento (1869) y del Liceo Hidalgo, segunda época (1872-1882).

En 1845, con Guillermo Prieto, Manuel Payno y Vicente García Torres fundó el diario Don Simplicio, publicación en la que adoptó el seudónimo de El Nigromante; con Guillermo Prieto y Vicente Segura Argüelles firmó también con el seudónimo colectivo Los Simplicios. En este periódico escribió “A los viejos”, texto en el que abogó por una completa reforma política, religiosa y económica del país. Al siguiente año, la publicación fue cancelada por la constante critica al gobierno. Por lo anterior, fue encarcelado, junto con algunos de sus colaboradores y después liberado con el restablecimiento de la Constitución Federal (1846). También firmó como Tirabeque, José Ábrego y sus variantes J. M. Ábrego, J. Ábrego, Nigromante, Nigromante del Jacobinismo, N. del J.

En 1849 fundó y dirigió el diario Temis y Deucalión, en el que publicó su manifiesto “A los indios”, razón por la que fue nuevamente detenido, ya que “incitaba a la rebelión”. Fue encarcelado poco tiempo y liberado por su propia defensa. Ramírez describió este suceso en el periódico El Demócrata. En 1855 comenzó a escribir para El Monitor Republicano y al año siguiente, fundó dos diarios El Porvenir y El Clamor Progresista, en los que criticó a Comonfort, por lo cual fue aprehendido y trasladado a la cárcel de Tlatelolco. Obtuvo su libertad a finales de 1858 y de inmediato escribió en El Mensajero, El Precursor, La Sombra de Robespierre y Las Cosquillas. En 1862, durante la Intervención Francesa, fundó el diario antiimperialista La Chinaca, que sobrevivió por algún tiempo, a pesar de las restricciones a la libertad de imprenta de Manuel Doblado. De 1864 a 1865, Ignacio Ramírez organizó grupos armados en Sinaloa y Sonora para combatir al Ejército Francés. Durante este tiempo, fundó La Insurrección, periódico opuesto a la intervención extranjera y escribió en la publicación sonorense La Estrella de Occidente de Ures, en el que publicó el artículo “La desespañolización”, texto con el que venció al escritor Emilio Castelar en una polémica; en 1868, este artículo fue reimpreso en El Semanario Ilustrado, con lo que inició su participación en esta publicación.

Un año después, salió desterrado a San Francisco, California, lugar en el que buscó apoyo para la causa republicana; a su regresó a México, en Sinaloa, continuó escribiendo artículos en contra de los franceses en periódicos como La Opinión de Sinaloa. Fue encarcelado y mandado a San Juan de Ulúa; ahí se contagió de fiebre amarilla, por lo que fue deportado a Yucatán.

En septiembre de 1867, ya restaurada la República, Ramírez junto con Altamirano, Guillermo Prieto, Antonio García Pérez, Alfredo Chavero, José Tomás de Cuéllar y Manuel Peredo, colaboró en El Correo de México, diario que atacó la política juarista y apoyó la candidatura de Porfirio Díaz.

En 1868 fundó El Semanario Ilustrado, revista científico-literaria, en la que contribuyó con textos sobre educación, historia e industria. Al siguiente año, el 2 de enero, apareció la revista El Renacimiento en la que Ramírez fue redactor responsable y colaboró con Ignacio M. Altamirano, Gonzalo Esteva y Guillermo Prieto. En El Mensajero, fue editor de julio a agosto de 1871 y escribió sus “Diálogos”, que provocaron escándalo por los ataques al gobierno de Juárez. También publicó en El Federalista, El Siglo XIX, El Combate y La Voz de México

En cuanto a su producción literaria, fue conocido por su poesía de tema cívico, patriótico y amoroso. Algunas de sus composiciones son: “Por los gregorianos muertos”, “El rapto”, “Después de los asesinatos de Tacubaya” y “Fragmentos”, en los que expresó el abandono que sintió al perder a su esposa Soledad en 1874.

Entre sus textos en prosa se destacan Apuntes para la historia de la guerra contra los Estados Unidos (1847), en el que describe las vivencias durante la acción bélica de Padierna; Ensayo sobre las sensaciones (1848), en el que plasmó sus teorías sobre la relación entre filología y crítica literaria; Cartas a Fidel (1862), donde narró a Guillermo Prieto sus experiencias sobre el batallón Hidalgo, en el cual se enlistó.

Entre enero y mayo de 1854 elaboró los cuadros de costumbres “El alacenero”, “La coqueta”, “El abogado”, “El jugador de ajedrez” y “La estanquillera” que integran la obra colectiva Los mexicanos pintados por sí mismos. Tipos y costumbres nacionales, publicado por la Sociedad de Literatos.

Por otra parte, Ramírez perteneció al grupo que realizó actividades del Teatro Nacional del Liceo Mexicano; ese interés quedó plasmado en críticas de teatro y obras poco conocidas, como La caverna de Cacahuamilpa, El argumento de un drama, Un perro en barrio ajeno y Deudas de juego son deudas de honor.

Algunos de los títulos de sus obras de carácter pedagógico son: El niño campesino, el método racional de escritura y lectura para las escuelas federales, que fue usado para la alfabetización de las zonas rurales durante la presidencia de Lázaro Cárdenas 1934-1940, y el Libro rudimentario y progresivo para la enseñanza primaria.

Como se puede observar, El Nigromante asumió distintas facetas que lo llevaron a escribir poesía, ensayo, teatro, textos históricos, políticos, científicos y educativos, que han sido recopilados casi en su totalidad por la edición de Obras completas de Ignacio Ramírez, preparada por la Fundación Tamayo que comenzó a publicarse en 1984. Cada tomo contiene un prólogo específico escrito por David Maciel, Carlos Monsiváis, José Luis Martínez, Luis de Tavira y Jorge Madrazo; todos ellos buscaron redescubrir el pensamiento de este escritor decimonónico. Liliana Weinberg en “La palabra de la reforma en la República de las Letras” (2009), menciona acertadamente los estudios y recopilaciones que se han realizado sobre la obra literaria de este autor. Por otra parte, en lo que concierne a datos biográficos de Ramírez se cuenta con el libro de Emilio Arellano, La nueva república: Ignacio Ramírez, el Nigromante (2012).

Ángel Muñoz Fernández
1995 / 16 feb 2018 11:35

Nació en San Miguel El Grande, Guanajuato, en 1818 y murió en la Ciudad de México en 1879. Perteneció a la Academia de Letrán. Su discurso de ingreso "No hay Dios..." causó polémica entre los conservadores. Diputado en el Congreso Constituyente. Encarcelado por Antonio López de Santa Anna. Ministro de Justicia y Fomento con Benito Juárez. Ministro de Justicia con Porfirio Díaz. Fundó la Biblioteca Nacional.

 

Notas: Cartas del Nigromante a Fidel son publicaciones de periódico y se han reeditado parcialmente en libro. En 1984 el Centro de Investigación Científica Ing. Jorge L. Tamayo inició la publicación de sus obras completas.

 

El indio Ignacio Ramírez, “el Nigromante”, fue un liberal de la política y un clásico de las letras. Nadie en su tiempo escribió una prosa más bella y bien esculpida. Entre sus poemas, de sobrio pesimismo y varonil elegancia, alguno ha merecido ser comparado a los epigramas de la Antología Griega. Jacobino con sentido de las tradiciones, indianista de entrañable casticismo hispano, ofrece páginas superiores a cuanto entonces nos brinda  la  literatura  mexicana; ora arrebatado  y fantástico;  ora  estoico  y sereno –con esa serenidad que hace temblar en medio de los naufragios y las tormentas–, la crítica aún no desentraña todos los tesoros de su cultura y de su estilo. Fue ministro de Justicia y Fomento en el gabinete de Juárez, y se lo considera como una de las columnas de la Reforma liberal. Su obra, dispersa en la polémica de ocasión, no es muy extensa. Su amor tardío por Rosario –la ya inmortal Rosario de Manuel Flores y de Acuña– puso algunos últimos arrullos en aquella poesía gravemente filosófica y aun severa. 

Ignacio Ramírez (Arranque)

Tengo desde hace años la convicción de que Ignacio Ramírez es un escritor que no hemos comprendido y apreciado adecuadamente y que merece una reconsideración o una reconquista.  En primer lugar, creo que merece encontrarse entre ese breve número de nuestros escritores del siglo xix que tienen un carácter propio, una individualidad literaria claramente diferenciada. En este pequeño museo de medallones que hemos ido forjando para aclararnos la identidad de los personajes del drama que es nuestro siglo xix, Fernández de Lizardi es el escritor y el defensor del pueblo, Guillermo Prieto el costumbrista y romancero de las gestas nacionales, Manuel Payno el entretenido folletinista, Luis G. Inclán el novelista de la vida rural, Ignacio M. Altamirano el maestro e impulsor de la causa nacionalista, Vicente Riva Palacio el creador de truculencia colonial y el autor de un soneto “Al viento” de serena belleza, Manuel M. Flores el poeta del erotismo, Manuel Acuña el amargo y desilusionado suicida, Juan de Dios Peza el poeta de los niños que ya no leemos, José Tomás Cuéllar el costumbrista de la clase media urbana, Justo Sierra el escritor de gran vuelo retórico, Manuel Gutiérrez Nájera el precursor del refinamiento verbal, Rafael DelgadoJosé López Portillo y Rojas y Emilio Rabasa los serenos y reposados cronistas de la primera sociedad porfiriana y Ángel del Campo el escritor de la compasión y la ternura para los humildes. Pero ¿qué rasgos grabar en el perfil indio de Ignacio Ramírez? De él solemos recordar que fue uno de los más constantes y acérrimos defensores de la Reforma y el liberalismo, que escandalizó a la Academia de Letrán con su afirmación: “no hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”; que a pesar de su liberalismo escribió una poesía de entonación clásica o académica de la cual las antologías recogen unánimemente sus tercetos “Por los gregorianos muertos” que concluyen con un grito de altiva y desdeñosa belleza:

Madre naturaleza, ya no hay flores por do mi paso vacilante avanza: nací sin esperanza ni temores; vuelvo a ti sin temores ni esperanza.

Y sabemos, finalmente, que tuvo una polémica con Emilio Castelar, por entonces el summun de la sabiduría española, en la cual éste se declaró caballerosamente derrotado, y que fue un orador cívico muy admirado por sus contemporáneos.

Me parece que a propósito de Ignacio Ramírez nuestra ineptitud para comprenderlo como escritor y para identificar su obra con algo más que fórmulas de manuales de historia literaria –el liberal clásico– ha encontrado sobre todo el obstáculo de una personalidad política más acentuada y definida que su personalidad y su obra literaria. Lo cual no está muy lejos de la verdad. En efecto, del millar de páginas de los dos volúmenes de sus Obras coleccionadas en 1889, una década después de su muerte, sus versos ocupan sólo un poco más de un ciento de páginas y no llegan a media docena sus artículos propiamente literarios, dejando aparte sus Lecciones de literatura, impresa aparte y que se refieren a retórica y a filología. La parte principal de los escritos del “Nigromante” son, pues, sus discursos y sus estudios sobre materias políticas, cívicas, económicas y sociales, esto es, las que incumben a su personalidad de ideólogo y de hombre político, que fue, notoriamente, la dominante. Quien libró tantas encarnizadas batallas y padeció cárceles por sus ideas, quien sólo compartió los afanes también ideológicos y políticos de sus amigos escritores –Prieto, Zarco, Altamirano–, sólo ocasionalmente pudo y quiso ser escritor literario.

De acuerdo. Pero entonces, ¿cómo ajustar la precaria imagen de escritor ocasional que así nos queda de Ramírez con el fervoroso entusiasmo, la exaltada admiración que algunos de sus contemporáneos: Guillermo Prieto en sus Memorias de mis tiempos, Hilarión Frías y Soto y Juan de Dios Peza en artículos periodísticos, Francisco Sosa en su biografía e Ignacio M. Altamirano en la excelente introducción que escribió para las Obras de Ramírez, tuvieron no sólo “del eminente pensador, del inmaculado liberal, del gran apóstol de la Reforma”, como decía Altamirano, sino también del escritor sabio en todas las disciplinas, del maestro de literatura, del persuasivo y elocuente orador, del polemistas terrible y del poeta extraño e inspirado?

Seudónimos:
  • El Nigromante
  • Los Simplicios
  • Tirabeque
  • José Ábrego
  • J. M. Ábrego
  • J. Ábrego
  • Nigromante
  • Nigromante del Jacobinismo
  • N. del J.