El vértigo de la pureza y la lucidez incandescente —de las 52 composiciones que integran este libro— hará renacer al lector que a sus páginas se acerque. Este libro contiene la máquina invisible —la sintaxis poética— de los instantes perfectos. Porque uno lee a Gilberto Castellanos y se disuelve la frontera del sueño y la vigilia. Súbitamente el lector se descubre a sí mismo cantando; cantando interiormente cada verso, cada palabra; cantando una melodía -profunda, oscura, poderosa- que cura brevemente la herida primordial de nuestra vida. Flores, frutos, árboles, cuerpos, astros surgen de estas páginas de cosmogónico erotismo. Entre la piel y el vacío no es la expresión de una dicotomía, es la declaración de la condición binaria del ser. Y el deseo es voluntad de eternidad que se yergue y manifiesta como un lenguaje altísimo, como un apetito de sintaxis, de trascendencia, de sentido. Nada está en reposo. El libro es un rumbo que nos lleva a la parte que no existe, hacia el horizonte de lo que no se sabe. El alma enamorada y Dios son los únicos personajes de la historia: son la negociación ardiente de la trivialidad maligna de los días. El Amado es flor que se abre en medio de la noche y el alma enamorada es el corazón que se abre en las alturas. Porque el cuerpo es en tiempo presente -es la fugaz presencia del instante- que, no obstante, alimenta con su combustión la espiral ardiente del impulso, la columna de fuego del elan original. El cuerpo es tierra, somos barro que canta. El cuerpo es la piel y es el vacío; es el deseo y es lo que no escrito. Lo que no se puede escribir es el vacío.