Enciclopedia de la Literatura en México

Españoles en el exilio

José Luis Martínez
1995 / 20 ago 2018 09:01

El resultado adverso para la causa republicana que tuvo la Guerra Civil española (1936-1939) determinó la emigración de un gran número de profesores, escritores, científicos y artistas cuyas convicciones no tenían cabida en el régimen triunfante. La amplia y permanente hospitalidad que México ofreció a los españoles trasterrados, originó que recibiéramos un valioso contingente de intelectuales que provocó una reanimación de nuestra vida cultural y que a ellos les hizo posible proseguir sus labores.

El primer grupo llegó a México en 1938, invitado por el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas para que integrara La Casa de España en México. Esta institución, dirigida por Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, se transformó en 1940 en El Colegio de México, centro de investigaciones y estudios humanistas y de ciencias sociales, en el que siguieron laborando profesores españoles al lado de mexicanos.

Posteriormente continuaron llegando nuevos grupos de escritores. Algunos, como Enrique Díez-Canedo, Antonio Zozaya, Joaquín Xirau, Ramón Iglesia y Roberto Castrovido, tras de reemprender aquí animosamente sus tareas y de interesarse por la cultura mexicana, murieron en los años cuarenta. Unos más salieron de México hacia otros países del continente o de Europa, retornando algunos de ellos. Y todos, tarde o temprano, dejaron llegar hasta su espíritu la presencia de la nueva tierra y de la nueva cultura. Escribieron, junto a las evocaciones nostálgicas de su tierra lejana, obras en las que al mismo tiempo que descubren lo mexicano, nos revelan no pocas veces perfiles insospechados o realizan útiles investigaciones sobre nuestro acervo cultural.

Junto a las obras de los españoles que echaron nuevas raíces en México y que ya se han considerado –como Max Aub, José Moreno Villa, José Gaos y Agustín Millares Carlo–, deben mencionarse los certeros estudios literarios de Enrique Díez Canedo (Badajoz, 1879-México, 1944) contenidos en el volumen de Letras de América (1944); los históricos de Ramón Iglesia (Santiago Compostela, 1905-Madison, Wisconsin, 1948), Cronistas e historiadores de la conquista de México (1942) y El hombre Colón y otros ensayos (1944); los de José María Miquel i Vergés (Arenys de Mar, 1904-México, 1964), La Independencia mexicana y la prensa insurgente (1941) y el espléndido Diccionario de insurgentes (1969); los de José Miranda (Gijón, 1903-Sevilla, 1967), El tributo indígena en la Nueva España durante el siglo xvi (1952), Las ideas y las instituciones políticas mexicanas. 1521-1820 (1952), España y Nueva España en la época de Felipe ii (1962), Humboldt y México (1962) y La función económica del encomendero en los orígenes del régimen colonial (Nueva España, 1525-1531) (1965); los de Juan A. Ortega y Medina (Málaga, 1913-México, 1992), México en la conciencia anglosajona (dos volúmenes, 1953, 1955), Humboldt desde México (1960), Polémicas y ensayos en torno a la historia (1970), Estudios de tema mexicano (1973), así como sus notables ediciones del Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, de Humboldt (1966) y de la Historia y conquista de México, de Prescott (1970); los estudios de crítica de arte de Juan de la Encina (Bilbao, 1980-México, 1963), El paisajista José María Velasco (1840-1912) (1943), Estudios sobre arte mexicano (1945) y el curso sobre El estilo barroco (1980); los ensayos sobre temas mexicanos del poeta Juan Rejano (Córdoba, 1903-México, 1976), La esfinge mestiza. Crónica menor de México (1945); de Eduardo de Ontañón (Burgos, 1904-Madrid, 1949), Desasosiegos de fray Servando (1941) y Manual de México (1946); las estampas líricas sobre la provincia del poeta Francisco Giner de los Ríos (Madrid, 1916), tan justamente celebradas, Los laureles de Oaxaca (1948), y sus poemas reunidos en Jornada hecha 1934-1952 (1953) y en Poemas mexicanos (1958); ); y en fin, la obra de Eulalio Ferrer (Santander, 1921) que ha dado dignidad intelectual a la publicidad y ha impulsado la ciencia de comunicación en México.

Quienes profesaban la enseñanza ingresaron en los centros culturales mexicanos y contribuyeron a la difusión de nuevas ideas y nuevas técnicas para la investigación. Otros exiliados establecieron aquí colegios, corporaciones y asociaciones culturales, como el Ateneo Español de México (1949); fundaron editoriales, como Xóchitl, uteha, era, ediapsa, Patria, Grijalbo, Séneca –de José Bergamín–, Joaquín Mortiz –de Joaquín Díez-Canedo– y las de Rafael Giménez Siles; crearon numerosas revistas literarias y culturales: España peregrina (1940), Romance (1940-1941) –la más importante– Ruedo Ibérico (1942), El Pasajero (1943), revista personal de José Bergamín, junto a Sala de Espera (1948-1951), de Max Aub, ya mencionada; Litoral (1944), Las Españas (1946), Ultramar (1948) y Clavileño (1948) –que solo publicaron un número–, y Presencia (1948), y colaboraron en las revistas mexicanas de la primera década del exilio, como Letras de México (1937-1947), Taller (1938-1941), Tierra Nueva (1940-1942), Cuadernos Americanos (1942-...) y en los suplementos culturales de El Nacional (1947-...) y Novedades (1949-...).

Quienes llegaron a México muy jóvenes, como Arturo Souto Alabarce, Rafael Segovia y Tomás Segovia, Ramón Xirau, José de la Colina, Carlos Blanco Aguinaga, Luis Rius, Manuel Durán, José Pascual Buxó, César Rodríguez Chicharro, Federico Álvarez, Carlos Bosch García, y tantos otros, se incorporaron paso a paso a la vida cultural mexicana.

La guerra civil, los cuarenta años del franquismo y la emigración a México constituyeron, para un sector considerable de escritores españoles, una profunda experiencia que imprimió hondas transformaciones espirituales en sus obras. En ningún caso podría afirmarse que un poeta, un novelista o un ensayista hayan continuado en México su obra, siguiendo, sin cambio alguno, la evolución que indicaban sus escritos de preguerra o predestierro. Uno y otro temas –guerra y destierro– se imprimieron en las obras de todos, de manera intensa y rencorosa en los primeros años, para irse diluyendo con el paso del tiempo en nostalgia y recuerdo que van dejando sitio a la conciencia y al interés por la realidad mexicana que los acogió. No son pocos los casos en que esta experiencia determinó un impulso de vitalidad que hizo surgir nuevos brotes en obras de poco aliento, o que ha sido el origen de una vocación literaria o cultural. A todos, parece haberles impreso la convicción de que era necesario que dejasen un testimonio de su aventura humana, como si la lucha que interrumpieron se hubiese trasladado a la silenciosa pelea con las palabras, con las ficciones y con las ideas.

Allí, ciertamente, ganaron una batalla cuyos anales constituyen, como en el pasado, un nuevo capítulo de la historia de la cultura de España y de México.

Para una información más amplia, véanse: Francisco Giner de los Ríos, “La actual poesía española”, en Cuadernos Americanos tomo ii, número 4, julio-agosto de 1943; las antologías: José Ricardo Morales, Poetas en el destierro, Santiago de Chile, 1943; Francisco Giner de los Ríos, Las cien mejores poesías españolas del destierro, México, 1945, y Poetas libres de España peregrina en América, Buenos Aires, 1948, con bibliografía.

Sobre el tema en general: Carlos Martínez, Crónica de una emigración (La de los republicanos españoles en 1939), dibujos de A. Souto, México, Libro Mex, 1959; Patricia W. Fagen, Transterrados y ciudadanos. Los republicanos españoles en México (1973), traducción de Ana Zagury, México, fce, 1975; El exilio español en México. 1939-1982, México, Salvat-fce, 1982. Esta última es la obra más comprensiva, con estudios sobre varias especialidades, índice biobibliográfico y testimonios. Ilustrada con dibujos de Miguel Prieto y fotografías.

Testimonios: Ascensión H. de León-Portilla, España desde México. Vida y testimonio de transterrados, México, unam, 1978, con 16 entrevistas. El inah inició una recopilación sistemática de testimonios, Palabras del exilio, 1980-1988, de la cual se publicaron cuatro volúmenes.


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