Enciclopedia de la Literatura en México

reuniones en casa de Rosario de la Peña, Las

En la Ciudad de México, en los años que siguieron al triunfo de la república, se llevaba una vida más de intranquilidad que de sosiego. Los grupos liberales dejaban oír sus voces por todas partes y el grupo conservador parecía sumiso y herido. En estas circunstancias las damas solían salir poco; el hogar se había convertido para ellas en templo, colegio, diversión y ‘centro de publicidad’. En esta situación, el único lugar donde podían los poetas ver a sus musas era en la propia casa de ellas, si en éstas eran bien recibidos.

Así fue como Rosario de la Peña, centro de admiración de los literatos de su época, recibió en su casa, en los años siguientes a 1871, a los más destacados poetas. La simpatía que derramó Rosario fue un verdadero imán para mexicanos y extranjeros. Las tertulias que ella ofrecía a sus admiradores se convertían, la mayor parte de las veces, en verdaderos centros de discusión literaria y política. Los asistentes, miembros todos de las principales asociaciones literarias de la época, traían a estas reuniones de Rosario de la Peña los debates no terminados en las sesiones de los círculos o iniciaban futuras discusiones; no es de extrañar, por tanto, que en esta casa se hayan fraguado muchos de los acontecimientos literarios y políticos que después fueron de trascendencia para la cultura patria.[1]

Los concurrentes a las fiestas de Rosario, viejos o jóvenes, iban llenos de ambiciones o de glorias literarias. Entre ellos estaban Altamirano, maestro ya de la nueva generación que formaban Acuña, Flores y Peza; Guillermo Prieto, que fungía como consejero de Rosario; asistía también Gustavo Baz, secretario de El Liceo Hidalgo; Porfirio Parra; Ignacio Ramírez, El Nigromante, admirador sin esperanza de Rosario, presidía las sesiones de El Liceo Hidalgo; José Martí, el apóstol cubano, célebre por las acaloradas discusiones que sostuvo en El Liceo Hidalgo durante su estancia en la capital, rindió también tributo de admiración a Rosario de la Peña.

Con tales contertulios, era natural que en aquella casa se escucharan críticas acertadas, para lo cual bastaba Altamirano, y se tramaran proyectos de nuevas actividades literarias de resonancia nacional.

El Álbum de Rosario puede considerarse como el órgano y el documento de estas reuniones, pues recogió en sus páginas los versos de numerosos poetas mexicanos y extranjeros, inspirados en la pasión que sus autores sintieron por aquella musa de nuestro romanticismo.

Es famoso aquel dístico: “Ara es este Álbum: esparcid, cantores, / a los pies de la diosa, incienso y flores”, que en 1874 puso Ramírez al frente del Álbum, y que después había de censurar Pimentel.[2] Hay también en él versos del infortunado Manuel Acuña, cuya muerte hizo famosas las reuniones de la calle de Santa Isabel; de Manuel M. Flores, de quien Rosario estuvo enamorada; de José Martí y de muchos otros escritores del siglo xix, quienes confirmaron con su puño y letra en este Álbum su admiración romántica por esta mujer, que había de sobrevivir a la mayoría de sus innumerables admiradores.


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