01 sep 2018 / 13 nov 2018 11:37
La literatura es reflejo de una época histórica,
porque para satisfacer la necesidad de arte que el hombre tiene,
en el periodo que se estudie, vive con la vida misma
del pueblo para quien se produce
Andrés Arrollo de Anda, “El modernismo en México”
El presente trabajo intenta reconstruir el panorama editorial y literario en Guadalajara durante el siglo xix, una tarea complicada por tratarse de una apretada síntesis, que enfrenta la abundante actividad intelectual que se vivió en esa época, además de los vaivenes políticos por los que atravesó el país y la ciudad. Recuperar la labor editorial y el quehacer literario en Guadalajara a partir de trabajos y análisis de especialistas que han dedicado gran parte de su vida a sistematizar la información, genera un balance historiográfico y la oportunidad de aportar algo a las ausencias detectadas. La recapitulación aquí presentada permitirá mostrar la riqueza cultural e intelectual de la sociedad tapatía decimonónica.
Para lograr la integración de un contexto editorial y literario en Guadalajara, se acudió a la revisión y análisis de la Colección de Misceláneas de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco “Juan José Arreola” material que, por su variedad y secuencia, permite identificar autores, títulos de obras e impresores a lo largo de ese siglo. En la diversidad documental que integra esta colección se localizan autores con vasta producción de títulos editados, así como otros con menor número de publicaciones, cuya participación en la literatura es significativa, como es el caso de las mujeres escritoras o impresoras.
Establecimiento y consolidación de la imprenta en Guadalajara
En el periodo estudiado se identifica un constante esfuerzo por impulsar el desarrollo de la cultura escrita. Si bien los primeros impresos, en la mayoría de los casos, fueron utilizados para afianzar la hispanización y agilizar la tarea evangelizadora, ahora, esta vía de comunicación forma parte de la tradición de los ilustrados y de las élites, con fines muy distintos a los iniciales. La actividad editorial no era la misma que cuando se estableció la primera imprenta en Guadalajara en 1793. En este nuevo siglo no sólo se tienen objetivos religiosos; la política y la economía son campos fértiles para el discurso de los letrados y con el surgimiento de las publicaciones periódicas el sentido nacionalista, la identidad y el ser de los tapatíos, cobran vida estimulando el orgullo por lo local. Sin embargo, en el transcurso de la primera década del siglo xix, no abundan las asociaciones o clubes culturales. La creación de la Academia de Bellas Artes de Guadalajara en 1817, en pleno fragor de la guerra independentista y el establecimiento del Instituto del Estado en 1827, dieron aliento a la vida cultural, a pesar del cierre de la Universidad y del Colegio de San Juan Bautista. Importa señalar que el Instituto del Estado sólo permaneció hasta 1834, cuando de nueva cuenta abrieron sus puertas la Universidad y el Colegio y con ello se incrementaron las demandas de impresos.
En el ámbito editorial, un elemento importante lo conforman las instituciones educativas. En Jalisco –bajo el gobierno de Prisciliano Sánchez– se aprobó el establecimiento de la primera Escuela Normal Lancasteriana de Guadalajara, en 1828, dotando de maestros capacitados a la entidad. Así florecía la educación básica, en tanto que el Instituto formaba a los intelectuales de la Reforma. Estos procesos fueron relevantes para la ciudad y la región, pero lo que más contribuyó al desarrollo y cultivo de las letras (y la cultura en general) no partió únicamente de los claustros académicos, sino de la generosidad de muchos de los ilustres habitantes de la ciudad. Uno de ellos fue fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera, prior del convento Carmelita, cuyas actividades representaron un importante detonante para el renacimiento de los estudios literarios, ya que al llegar a Guadalajara en 1834, se dio a la tarea de promover actividades de orden cultural, compartir sus saberes, su extensa biblioteca y su rica pinacoteca, acciones que durante más de quince años representaron una influencia decisiva en la vida intelectual de Guadalajara.
Se entiende que si bien “el impacto de la innovación tecnológica gutemberiana fue enorme en una Europa inmersa en una cultura de lo escrito ya fuera en papel o en pergamino, en los virreinatos novohispanos estas prácticas desempeñan un rol muy importante en el proceso de aculturación”. Adaptar la cultura hispánica en los territorios americanos tuvo que atravesar por un amplio proyecto que incluyó diversidad de elementos, dentro de los cuales la imprenta jugó un papel estelar.[1]
La primera mitad del siglo xix en México se caracterizó por la abundancia de publicaciones periódicas de diferente índole, en donde destacadas personalidades de la política, la cultura y los círculos intelectuales escribieron y plasmaron sus creaciones y opiniones. Estos indicios son los que ahora permiten reconstruir los aires de modernidad y de cambio en las maneras de concebir el Estado y la política en la naciente sociedad mexicana. En este tiempo, si bien se logró el desarrollo y consolidación del periodismo en la capital del país, no hay que olvidar que los bandos políticos controlaban los medios de comunicación, por ello la libertad e ideología estaban subordinadas a sus promotores, en Guadalajara las circunstancias fueron similares.
La construcción de un panorama de la industria editorial y de las letras en Guadalajara durante el siglo xix, implica partir de las publicaciones periódicas que representaron un importante canal de comunicación en los procesos políticos del momento, puesto que además de ser órganos de información y difusión, en algunos casos se convirtieron en la vía oficial de intercambio entre sociedad y gobierno. Vale la pena señalar que también en las primeras décadas del siglo, el carácter informativo, narrativo y de entretenimiento que pudo haber caracterizado a los periódicos se transformó paulatinamente, al correr de los años se incluyó el análisis y la opinión.
La prensa se convirtió en un espacio de discusión, donde se afrontaban asuntos de política, lo que provocó un cambio de fondo y forma en el quehacer académico e intelectual de quienes publicaban. Este cambio impactó sin duda alguna al público lector. A partir de entonces, desde el periodismo se generaron materiales dirigidos a las personas que contaban con cierto grado de preparación académica y que buscaban nuevos horizontes. A continuación se ofrecen algunos ejemplos de esta nueva manera de concebir la prensa. En primer lugar se encuentra El Semanario Patriótico,[2] cuyo director fue don Manuel Quintana. Este periódico impreso por José Fructo Romero y distribuido en la casa de don Santiago Alcocer, contenía información que exaltaba el patriotismo español en contra del invasor francés. En segundo lugar, El Despertador Americano, del cual se publicaron siete números, es decir, su vida fue efímera. Y, por último, El Telégrafo de Guadalajara, representante de la ideología conservadora, y de cierta manera, una respuesta del bando realista al periódico El Despertador Americano de corte liberal. El impresor y director de ambos fue don Francisco Severo Maldonado[3] lo que permite plantear la hipótesis de que él sólo cumplía con su oficio de impresor y escritor y que no necesariamente comulgaba con las ideas de uno u otro grupo. Ejemplos como éste que se vivió en Guadalajara, se multiplicaron a lo largo y ancho del territorio de la todavía llamada Nueva España, ya que surgieron publicaciones periódicas tanto en apoyo como en contra del movimiento insurgente. Este fenómeno deja ver que la cultura escrita fue por excelencia un instrumento de comunicación y difusión valioso, con funciones sociales y políticas muy importantes.
Los impresos de Guadalajara transitan de las cartillas bilingües, catecismos, vocabularios, diccionarios, gramáticas, crónicas y los elogios fúnebres,[4] a publicaciones dinámicas ya con tintes de modernidad, en donde si bien se tratan asuntos de política, los asuntos cotidianos y de la vida cultural y económica integran una diversidad de géneros que permiten al público lector estar informado, así como tener esparcimiento y recreación.
Para 1820 se establece en la ciudad la imprenta de Mariano Rodríguez, quien en gran medida debió su éxito a los múltiples encargos que tuvo del Gobierno. Una de las primicias emanadas de este establecimiento fue el “opúsculo intitulado xxx Primi Davidis Psalmi ad heroicum carmen translati del presbítero don Juan Manuel de Mendiola y Parra”,[5] con este nuevo establecimiento proliferó la producción de textos, panfletos, libelos y escritos de diversa naturaleza.
Las publicaciones periódicas del siglo xix circulan con mayor rapidez y a menor costo, pero además adquieren personalidad propia al brindar a sus lectores en un sólo ejemplar, una amplia gama de géneros y estilos literarios donde escribían plumas de científicos, poetas, hombres de letras y políticos, hasta algún lugareño que se atrevía a narrar acontecimientos del orden local. Una de las primeras publicaciones –producto de sociedades culturales– fue La Aurora de la Sociedad de la Nueva Galicia, órgano de difusión de la Sociedad Patriótica de la Nueva Galicia, publicada por la imprenta de Urbano Sanromán en el año de 1822. Otro ejemplo digno de mención es La Mariposa, revista dirigida a las mujeres fundada durante la segunda mitad del siglo, que tuvo su segunda época en 1893. No gozaba de una periodicidad establecida, ya que dependía de los fondos que tuviese su editor don Jesús Acal Ilisaliturri para salir a la luz. Cada ejemplar, a decir de Iguíniz, constaba de: “16 páginas en cuarto, con la particularidad de que todo el texto inclusive las noticias y hasta los anuncios, estaban escritos en verso”,[6] la prosa y el estilo de estas publicaciones dejan ver la impronta de la época.
Esta efervescencia de la prensa y la expresión de nuevas ideas, se vio beneficiada con la efímera Constitución de Cádiz, que en el Artículo 371 otorgó la libertad de imprenta para España y sus dominios. Así, los primeros años del siglo xix para la Nueva España fueron de excitación y disfrute por el gozo de la libertad en la prensa. La Constitución dio paso a múltiples publicaciones, pero lo más importante de este movimiento de ideas, de este auge de producción editorial, fue la formación de públicos lectores y la creación de nuevas arenas de debate, que propiciaron el surgimiento de la opinión pública.
Si bien las publicaciones periódicas se produjeron por todo el territorio y en la capital con mayor fuerza, la disputa por el poder político y las distintas ideologías que cada grupo postulaba, provocaron vidas fugaces en la mayoría de los casos. Las persecuciones de que eran objeto los dueños, los encargados de los talleres editoriales o quienes ahí colaboraban, obligaban a cerrar las puertas de sus imprentas y dar por concluida la vida de las publicaciones. Sin embargo, como la atención se concentraba en la capital, en ciudades como Guadalajara además de los periódicos, surgieron revistas y gacetas, aprovechando de alguna manera la poca atención que les brindaban las autoridades centrales; gracias a esto, la prensa local y las publicaciones de corte liberal fueron consolidándose y ganando terreno. Con ello la vida literaria se vio favorecida.
Urbano Sanromán, originario de Lagos de Moreno, Jalisco, apareció en el escenario del año de 1821. Había adquirido en la ciudad de México los implementos del taller de imprenta que había sido propiedad de José María Benavente para establecerlo en Guadalajara “en la primera calle del Palacio número 5 y continuó trabajando por espacio de unos quince años”. Al igual que la imprenta de Rodríguez, también tuvo significativos encargos del gobierno, de este taller salió la primera Constitución Política del Estado Libre de Xalisco (1824), además de un sinfín de reglamentos, leyes y disposiciones.[7]
La amplia experiencia de la familia Rodríguez en el quehacer editorial, así como la de su colaborador, el tipógrafo José Trinidad Buitrón, apoyaron el desarrollo del arte tipográfico en la región. Buitrón, después de muchos años de servicio quedó al frente de la imprenta y fue considerado uno de los talleres más importantes y prestigiados. Refiere Juan B. Iguíniz que sin duda podía decirse que contribuyó en gran medida al desarrollo de la tipografía en Guadalajara, además las publicaciones que de ahí salían podían estar en griego o latín y hasta en mexicano, como las obras del doctor don Agustín de la Rosa, era un taller singular, por ser políglota.[8]
Guadalajara con esta sólida empresa editorial, encabezada por personajes ilustres y con talleres prestigiados que se distinguieron por la pulcritud de sus publicaciones y la versatilidad de formatos, pudo enfrentar la reforma radical que planteó el Estado entre 1833 y 1835,[9] periodo que desde la perspectiva de Íñigo Fernández Fernández estimuló a la prensa “para atacarse mutuamente y polemizar con la autoridad”.[10] Así, el centralismo incentivó aún más el trabajo periodístico y, con ello, la persecución de quienes escribían en contra del régimen.
Siguiendo el desarrollo de la empresa editorial en Guadalajara, otra familia importante fue la de los Brambila, quienes se establecieron en la ciudad alrededor de los años veinte y por más de cincuenta años mantuvieron su empresa con calidad y buena ejecución apreciada por los bibliófilos. Se localizan impresos de esta familia hasta el año de 1875. Manuel Brambila ha sido reconocido como uno de los mejores tipógrafos que dio impulso al arte de la imprenta en Guadalajara. Iguíniz considera que fue innovador al romper con la tradición de los antiguos impresores coloniales de la Nueva España al especializarse en la confección de frontispicios, portadas y orlas y por combinar magníficamente estos elementos en sus ediciones.[11]
Imagen 1. Institución pastoral sobre los cinco preceptos de nuestra Sta. Madre Iglesia, Guadalajara, Imprenta de Manuel Brambila, 1840. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola.
En Guadalajara proliferan escritos de distintos órdenes y categorías. A lo largo del siglo xix observamos una gran cantidad de publicaciones, en su mayoría textos breves, como puede constatarse en la colección de Misceláneas ya citada, integrada por impresos que van desde simples hojas o volantes, hasta gacetas con capítulos de libros, folletería, panfletos y pliegos con una rica y abundante información de la vida en la ciudad, pero también de quienes escribían, opinaban, o apoyaban al gobierno en turno. El tamaño más generalizado de los materiales impresos contenidos en las Misceláneas es de 32 centímetros de ancho por 45 de largo, aunque algunos se salen del promedio. Esta fuerte actividad editorial dio vida a un sinnúmero de talleres. Así surgieron la Tipografía Económica de Luis P. Vidaurri en 1858 que se mantuvo activa hasta 1871, la Agencia General, que funcionó entre 1864 y 1865, así como el taller de Ramón Nuño en ese mismo tiempo. Pero además, existieron talleres auspiciados por las casas de beneficencia, por ejemplo el del Hospicio que tuvo una primera época en los años de 1832 a 1847, y que resurgió de 1871 a 1891. Cabe destacar la notable imprenta del Orfanatorio del Sagrado Corazón de Jesús en 1893, porque además de ser un taller funcionó también como escuela, donde se forjaron importantes tipógrafos.
Imagen 2. Informe de las escuelas municipales de Guadalajara, Guadalajara, Tipografía del Gobierno a cargo de Luis P. Vidaurri, 1859. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola.
A fin de configurar el panorama editorial en Guadalajara habría que retomar el trabajo de Rosalba Cruz Soto,[12] quien realizó un balance en torno a la producción editorial de la ciudad mediante la colección de José Toribio de Medina. Para explicar la producción de impresos en la capital tapatía, su estudio constituye una muestra representativa de la producción editorial en Guadalajara, así encontramos que: “el promedio de producción de impresos de la única imprenta que hubo en Guadalajara por espacio de 28 años habría sido de 4.6 por año”. Tomando como referente la capacidad de producción de los talleres de la época, Cruz Soto argumenta que “una de las imprentas más fecundas durante el virreinato fue la que dirigieron en México Bernardo Calderón y sus herederos por espacio de 87 años (1631- 1718). Ésta llegó a producir ocho impresos anuales, mientras que sus competidores elaboraban entre dos y tres títulos al año”.[13] En Guadalajara por mucho tiempo, sólo existió un taller de imprenta, con esto entenderemos la causa por la que los primeros impresos pueden parecer escasos. Hay que recordar que no todo era publicado en libros, este tipo de publicaciones es más bien escaso, la mayoría de los impresos eran hojas sueltas o constaban de una a diez cuartillas; en el fondo que logró reunir José Toribio de Medina se localizan 128 impresos publicados en Guadalajara entre 1793 y 1821, lo cual permite reconstruir en parte el quehacer editorial en la ciudad. El universo del que parte la autora es limitado, sin embargo constituye una muestra representativa de la producción editorial tapatía. Además de lo anterior, Cruz Soto señala que el índice de publicaciones aumentó considerablemente, ya que de 5.6 impresos por año, pasó a 27.2; se observa que entre 1806 y 1821 se editaron en Guadalajara 84 impresos y 409 entre 1821 y 1836.[14]
Imagen 3. Informe a la vista, Guadalajara, Taller Tipográfico del Orfanatorio del Sagrado Corazón de Jesús, 1900. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola.
Si bien para finales del siglo xviii la mayor parte de la producción editorial en Guadalajara tenía como base la publicación de catecismos y cartillas, las novedades que introduce el xix son los catones y calendarios que salen de la imprenta de Mariano Valdés, hijo de don Manuel Valdés,[15] al despuntar el siglo xix (1807-1808) pasó a manos de Fructo Romero, años más tarde en 1820 se instaló la segunda imprenta en Guadalajara, propiedad de Mariano Rodríguez.
En los inicios de la industria editorial tapatía los religiosos, demandaban la publicación de sermones e instrumentos propios para la evangelización, en tanto que la universidad lo hacía generalmente para satisfacer sus necesidades protocolarias. La imprenta no podía ser considerada un negocio próspero, las ganancias eran modestas a pesar de que el trabajo no faltaba. Será hasta después de los años veinte del ese siglo que se diversifican los intereses y surgen contenidos novedosos, lo cual influye en la ampliación de ámbitos de circulación así como de las temáticas, pero se continúa con el mismo formato de diez o veinte páginas. Los talleres “se dedicaban a elaborar productos breves porque breves eran los textos que se escribían, por tanto, cortas eran las lecturas que hacía la sociedad”.[16]
Durante la primera mitad del siglo xix y partiendo del análisis de la colección de Toribio de Medina, Cruz Soto “destaca la presencia de obras religiosas en donde […] predominan los novenarios, elogios y oraciones fúnebres, sermones, pastorales, recreaciones, indulgencias, meditaciones, devociones, etcétera”. Refiere también la autora que de la colección motivo de su estudio, de 44 escritos sólo cuatro son periódicos, lo cual le permite observar, que “la importancia de las publicaciones periódicas fue mínima”, en la sociedad civil habrían circulado fundamentalmente impresos breves, por lo general manuales de rezo y literatura devocional.[17] Vale señalar que estas aseveraciones deben tomarse con cuidado, ya que la investigación en torno a los hábitos y espacios de lectura en Guadalajara es escasa y son estos elementos los que pueden ayudar a calibrar la importancia o no de la circulación de esos impresos.
Con el siglo xix se inauguró la publicación de manifiestos y proclamas en hojas de gran tamaño en donde podemos encontrar avisos, precios de diversas mercaderías, registro de enfermos, instrucciones para elecciones, reglamentos y textos didácticos, todos elaborados en distintos calibres y de una a ocho páginas.[18]
Teniendo en cuenta lo anterior, una de las primeras grandes empresas editoriales del siglo xix tapatío fue la publicación de los periódicos El Semanario Patriótico en 1809 y El Despertador Americano publicado del 20 de diciembre de 1810 al 11 de diciembre de 1811 bajo la dirección del Dr. Francisco Severo Maldonado; de los siete números que se publicaron de este último, se conserva la colección completa en la Biblioteca Nacional de Chile. En Guadalajara, si bien circularon, no existen ejemplares, su desaparición de estas tierras puede atribuirse a muchas causas, pero la que más pesó fue la del temor de las personas a ser juzgadas por la inquisición, al ser un impreso considerado sedicioso cuya lectura y posesión era castigada. En 1812 se publicó El Telégrafo de Guadalajara, de corte conservador, publicitaba el ideario realista; otro periódico fue El Mentor de la Nueva Galicia en 1813, que a decir de Cruz Soto, era el mismo Telégrafo con nuevo nombre; posteriormente vio la luz el Espectador del Régimen Constitucional en el Reino de Nueva Galicia, que se publicó en 1820.[19]
En medio de la inestabilidad política y económica del país, las agrupaciones con interés en la vida cultural e intelectual en las ciudades medias fueron surgiendo y consolidando sus acciones. Como muestra de lo anterior puede tomarse la publicación de La Estrella Polar que fue uno de los periódicos más famosos de la época, su primer número se publicó el 11 de agosto de 1822. El origen de esta publicación podemos rastrearlo desde mediados del siglo xviii cuando surgió la Sociedad Guadalajarense de Amigos deseosos de la Ilustración, mejor conocida como La Estrella Polar, grupo de personas ilustradas, procedentes del Seminario Conciliar y de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, los Polares “sostenían el régimen republicano federal y los principios liberales más exaltados y se atacaba con acritud a la iglesia”.[20] Lo anterior conmocionaba a la sociedad tapatía, ya que los Polares pretendían llevar a cabo los planteamientos de la ilustración, por lo que fueron vistos como individuos peligrosos por su espíritu radical en medio de una sociedad conservadora.
Cabe destacar que en Guadalajara, como en otras ciudades de México, en el siglo xix “las imprentas aumentaron de dos a seis durante los primeros 15 años, incluida la imprenta del gobierno del estado. Los periódicos pasaron de tres, en el periodo colonial, a por lo menos 25 en los siguientes tres lustros. Y por supuesto los papeles se multiplicaron por miles”.[21]
Estos nuevos tiempos, que desde inicios del siglo se denominaban como modernidad, vivieron su esplendor hasta finales del siglo xix con los avances tecnológicos que impactaron en la elaboración de la prensa, cuando se adoptó el linotipo y se facilitó la impresión. Ejemplo de ello fue
El Jalisco Ilustrado, primer periódico de Guadalajara que ilustró sus páginas con fotograbados. Como apenas se conocía este arte en el país y aún no existían talleres para la fabricación de los clisés,[22] estos se mandaban hacer a Estados Unidos. El introductor del fotograbado en Guadalajara lo fue D. Evaristo C. Iguíniz, […] quien presentó sus primeros trabajos por 1896.[23]
Asimismo, como señala del Palacio Montiel:
Otros signos de modernidad en la prensa tienen que ver con el acomodo de los contenidos y el carácter de la información a fin de hacer más atractivo un objeto que no sólo tiene importancia ideológica, si no que se ha convertido en mercancía, un producto sujeto a las veleidades del mercado y dependiente de ciertas estrategias de venta.[24]
Editores y publicaciones en Guadalajara
El oficio de impresor tuvo distintas modalidades: quien estaba al frente generalmente era el dueño o un administrador del taller y en algunos casos se designaba un oficial o se contrataba un sirviente. No obstante, hubo dueños que fueron expertos impresores como Mariano Valdés; en cambio, otros sólo fueron inversionistas que, sin conocer el oficio, se aventuraron a la empresa de las publicaciones y a la venta de libros, como fue el caso de José Fructo Romero y de su heredera y viuda Petra Manjarrés y Padilla. Cobra relevancia conocer quiénes fueron los propietarios de los talleres tipográficos durante el siglo de referencia, así como dónde se encontraban localizados y cuáles eran las publicaciones que imprimían. La ubicación es importante dado que hasta nuestros días las imprentas están en el radio de acción iniciado por los antiguos impresores.
En los albores del siglo xix en Guadalajara destaca Mariano Valdés, el más antiguo de los impresores. Su taller de imprenta y tienda de libros data del año de 1793, ubicado en la Vía Lauretana, también conocida como calle de Loreto por encontrarse a un lado de la capilla del mismo nombre y del Colegio de la Compañía de Jesús.[25] Posteriormente se trasladó a una casa frente a la plaza de Santo Domingo. En este taller trabajó Manuel Domínguez, como componedor y administrador, a él se debe un registro de autores y obras realizado por mandato de su patrón. Los cambios de dueño se sucedieron a partir del año de 1808, pero el taller continuó ubicado en la calle de Santo Domingo.
La imprenta de Valdés pasó a manos de José Fructo Romero en el año de 1808, convirtiéndose en más relevante y productiva. Probablemente, esto se debió a la gran demanda que existía de publicar el ideario de las distintas corrientes políticas y a la efervescencia de este nuevo medio de comunicación. En el taller de Fructo Romero se imprimieron los primeros semanarios, entre ellos El Despertador Americano, El Telégrafo de Guadalajara y El Mentor de la Nueva Galicia, los dos últimos, defensores de la causa realista. Para el año de 1820, apareció como propietaria de la imprenta la viuda de José Fructo Romero. Es importante notar que desde el mismo taller, insurgentes y realistas lanzaban la ofensiva propagandista de sus respectivas ideologías. Así con el pie de imprenta de Petra Manjarrés y Padilla se imprime El Nuevo Pacto Social, propuesto a la nación española para su discusión en las Cortes de 1822 y 1823.
Don Urbano Sanromán y Gómez inició actividades con su taller en 1821. Esta imprenta destacó por sus publicaciones de carácter jurídico. En la lista de sus impresos se encuentra una traducción de Aforismos contra la monarquía absoluta, del historiador español Juan Antonio Llorente; así como Escritos breves del jansenista fray Servando Teresa de Mier. En 1824 se imprimió la Constitución Política del Estado Libre de Jalisco, que fue la primera carta magna del estado. También se imprimió El directorio oficial, eclesiástico, profesional y mercantil de la ciudad de Guadalajara, en donde se menciona que, para 1821, Guadalajara contaba con tres talleres de imprenta: el de Petra Manjarrés, el de Urbano “San Román” y el de Mariano Rodríguez; así como tres talleres de encuadernación: el de Tranquilino García, el de Manuel Díaz Infante y el de Miguel Muñiz. De lo que no cabe duda es que el modelo federal fue difundido por la imprenta de Urbano Sanromán, quien fuera calificado como “el primer editor de Guadalajara y del Federalismo”.[26]
Imagen 4. Protesta, Guadalajara, Dionisio Rodríguez, 1847. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola.
El taller tipográfico de Mariano Rodríguez funcionó a partir de 1820, se localizaba en el cuartel número 3, doceava manzana, en la calle de Catedral, que hacia el norte se llamaba de Santo Domingo y estaba en el número 13. Ahí se imprimió La Gaceta del Gobierno del Guadalajara. Las publicaciones de Rodríguez estaban impregnadas de la nueva idea de nación y abrieron espacios discursivos novedosos. Puesta al servicio de la primera experiencia del imperio mexicano, exhibió de 1821 a 1823 el título de Imprenta Imperial. Una característica del impresor Rodríguez fue que no cuestionó los principios tradicionales, ni del Estado, ni de la iglesia. Contó también con el apoyo del gobierno que le encargó algunas publicaciones, además de imprimir libros escolares y obras de reconocido mérito, como por ejemplo, la de Tomas de Kempis, en 1865, Imitación de Jesucristo meditada y el Catecismo de la perseverancia del abate Gaume. En 1868 inició la publicación de un calendario que hasta la fecha se realiza y es conocido como el Calendario de Rodríguez.[27]
El heredero de Mariano Rodríguez, su hijo Dionisio, desde 1834 continuó en el taller ubicado en la zona centro de Guadalajara. Sin embargo, se identifican impresos con su firma desde 1829 hasta 1877, año de su muerte; por lo tanto su producción abarca 48 años. Las publicaciones que imprimió Dionisio incluyen hojas sueltas, folletos de varias cuartillas y libros completos de hasta 240 páginas. La mayoría de sus impresos estaban dirigidos a un público religioso, se identifican sermones, pastorales y oraciones, algunos con temas políticos-religiosos producto de las peticiones que los grupos religiosos hacían al gobierno para la protección de sus creencias. Abarcó también los temas de moda de la época: derecho, educación, política y literatura. Como un ejemplo de que su nombre figura, encontramos el libro de 1864 Recuerdos del Carmen de Guadalajara.[28]
Imagen 5. Carta Pastoral, Guadalajara, Tipografía de Dionisio Rodríguez, 1871. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola.
En el padrón de impresores de 1821 se registra el señor Sabino Oldorica, con el domicilio de Cuartel 3, octava manzana de la calle Príncipe (a tres cuadras de la imprenta de Rodríguez), pero para el año de 1822 en dicho registro aparecía como sirviente de impresor, ya no como titular del taller.
Una familia de impresores que destacó fue la de los Brambila, quienes por mucho tiempo mantuvieron su tipografía. El que inició esta actividad fue Ignacio Brambila. Su trascendencia se debe a que en su taller se imprimió el periódico La Estrella Polar en 1822 pero, sobre todo, por ser el primero de los miembros de la familia que se dio a conocer en Guadalajara, logrando un notable prestigio con el paso del tiempo.
Para 1827 encontramos a J. María Brambila, publicando los Discursos pronunciados por el general Juan Prim, sobre la cuestión de Méjico,[29] desde la Imprenta del Gobierno del estado, donde era el encargado. Identificamos también pies de imprenta de Manuel Brambila, entre 1831 y 1852, a través de publicaciones diversas, como por ejemplo, Ya se salieron las monjas de miedo de los hereges [sic] o sea Reseña del pronunciamiento del día 20 de Mayo en Guadalajara y discurso sobre su origen, pormenores y desenlace, Guadalajara, de1846.[30]
La iglesia tuvo la necesidad de contar con un taller tipográfico debido a los constantes “ataques” expresados por los liberales a través de los medios impresos, particularmente lo divulgado en el periódico de Urbano Sanromán en torno al folleto “Libertad de imprenta a lo eclesiástico”, en el que se consideraba inadmisible en un estado de derecho el monopolio de publicar. Los clérigos denunciaban que sus enemigos habían llegado al grado de mezclar todo y confundir “la persecución de los abusos de imprenta en el ordenamiento político, con el conocimiento de las causas contra los herejes”. Al tomar consciencia de los nuevos tiempos, los miembros de la iglesia de Guadalajara, adquirieron el arma de combate más moderna para dar a conocer su posición ideológica: un taller de imprenta que les permitiría difundir su postura mediante publicaciones propias.[31] En 1828 se instaló la imprenta de la casa de la Misericordia del Hospicio Cabañas.
Para 1834, el administrador y encargado era Teodosio Cruz Aedo, y sobresale la impresión que realizó de la novela histórica El Misterioso, considerada la segunda novela de Hispanoamérica, escrita por el tapatío Mariano Meléndez Muñoz. La novela narra las aventuras del infante don Carlos, príncipe de Asturias que defiende al débil e inocente cubierto con el manto del vigilante, combate a los infames y corruptos, busca expiar los pecados de su turbulento pasado. Contiene el trabajo litográfico más antiguo que se conoce producido en el occidente de México. Para ese entonces (abril de 1834), Mariano Meléndez Muñoz era trabajador en la imprenta de la casa de la Misericordia, desempeñándose en la actividad de tiro, que consistía en prensar la plancha de la imprenta, iniciando así su aprendizaje del oficio. El 17 de octubre de 1836 tomó la administración del expendio de la imprenta y la “Librería Purten”. De los muchos libros y documentos que salieron de ese taller, se sabe de la existencia de algunos títulos. Entre ellos destaca Redacción del código civil de México de Vicente Gonzáles Castro de 1839, por ser uno de los primeros estudios sobre la Constitución y las leyes en México. Mariano Meléndez Muñoz figura en los registros a partir de 1838 como director del taller tipográfico ubicado en la calle de los Doctores número 4, actualmente calle Ocampo del centro tapatío, el cual funcionó de manera independiente, sin embargo en los pies de imprenta aparece trabajando hasta el año de 1842, en la misma dirección.
Existen impresos de 1834 en Guadalajara que nos remiten al impresor Narciso Parga, cuyo taller estuvo ubicado en la calle del Seminario número 26. A pesar de que para ese año difícilmente existe información de apertura de talleres, se encuentra referenciado en la obra Elementos de gramática castellana según las doctrinas de la academia española, de Martínez López y Avendaño. Es de suponer que el taller continuó funcionando hasta el año de 1884, con el pie de imprenta de la Antigua Imprenta de N. Parga.
El taller de tipografía de Luis Pérez Verdía estaba ubicado en los bajos del Hotel Hidalgo, número 1. Publicó entre 1883 y 1884 los dos tomos de El enjuiciamiento conforme al código de procedimientos civiles del estado, de la autoría de Jesús López Portillo. La imprenta de Pérez Verdía, para 1884 ya contaba con la colaboración de un socio, tal y como figura en las Lecciones de gramática general escritas para alumnos del liceo de varones del Estado de Jalisco, de Tomás V. Gómez, obra en la que se consignan en pie de imprenta los nombres de Luis Pérez Verdía y de Ciro L. Guevara.
Además de los talleres anteriores se identifica una serie de imprentas que tuvieron corta vida y de las cuales se recuperó información a través de los pies de imprenta de diversas publicaciones. Son datos relevantes por formar parte de la geografía del quehacer editorial en la ciudad. Por ello, a pesar de ser escasos, se consideran un aporte a la historia de la industria editorial. Se integra como anexo 1 la tabla “Talleres de Imprenta”.
Vale la pena señalar que la participación de la mujer en torno a la producción editorial y literaria es significativa. Así encontramos a Petra Manjarrez y Padilla, como impresora en las publicaciones producidas en su taller. Por otra parte, Esther Tapia de Castellanos, Isabel Prieto de Landázuri y Refugio Barragán de Toscano figuran como escritoras activas tanto en la fundación de sociedades literarias como en la publicación de escritos en revistas y periódicos de la época. La efervescencia literaria amplió el panorama de las lectoras, quienes además de las publicaciones religiosas ahora contaban con lecturas de distinta índole. Para ellas se fundó La Mariposa “dirigida al bello sexo” que constaba exclusivamente de poemas y La Golondrina. Semanario de señoritas con temas de ciencia, literatura y amenidades. A finales de siglo se encuentra a Petronila Parada y a Clemencia Valencia como editoras de La Cencerrada y El Guerrillero respectivamente; a Sara B. Howland como redactora de La Estrella de la Mañana y a Ausencia López Arce como responsable de El Mentor, en Lagos de Moreno, Jalisco.
Historiografía de la prensa tapatía
Son escasos los estudios que abordan la cultura editorial en la Guadalajara decimonónica, ya sea de imprentas y de impresores, publicaciones y escritores. Las investigaciones realizadas centran su interés en temas generales y dedican mayor atención a las décadas iniciales y finales del siglo, por lo que quedan en el olvido los tiempos medulares de la centuria. Sin embargo, existe material original abundante en archivos y bibliotecas locales, que puede respaldar investigaciones que completen una visión profunda sobre la cultura editorial en Guadalajara.
Investigadores como Juan B. Iguíniz, Alberto Santoscoy, Carmen Castañeda, Magdalena González Casillas, Celia del Palacio Montiel y Carlos Guzmán Moncada aportan con sus trabajos elementos fundamentales para la construcción del presente estudio. También resultó imprescindible, acudir a las fuentes primarias resguardadas en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco.
Carmen Castañeda[32] realizó grandes aportaciones retomando los estudios clásicos de la historia de la prensa y la cultura escrita, que a la par de sus puntillosas investigaciones en archivos permitió hacer un balance de los trabajos que dan cuenta de esta temática en la vida de las letras tapatías decimonónicas. Además identificó las obras que conforman el eje básico para el presente estudio.
Las investigaciones sobre la historia de la imprenta tapatía pueden rastrearse en el propio siglo xix, concretamente en el año de 1885 con el Apéndice a La Filosofía en la Nueva España, del padre Agustín Rivera, quien realizó observaciones sobre la fundación de la imprenta en la ciudad. Asimismo, destaca el estudio de José Toribio de Medina en el año de 1904 acerca de las imprentas y los impresores de inicios del siglo hasta después de consumada la independencia, la obra se intitula La Imprenta en Guadalajara 1793-1821.[33] Posteriormente el multicitado bibliófilo Juan B. Iguíniz fue quien en 1911 publicó La Imprenta en la Nueva Galicia 1793-1821. Apuntes bibliográficos.[34] Él mismo efectuó un estudio sobre la prensa llamado El Periodismo en Guadalajara 1809-1915, publicado por la Universidad de Guadalajara en 1955. Según Celia del Palacio éste es uno de los trabajos más completos, ya que “además de ser un exhaustivo catálogo de las publicaciones periódicas, es una fuente obligada de referencia para la consulta de biografías de autores, editores y periodistas que participaron en ellas”.[35]
El historiador Miguel Mathes publicó en 1992 “Los principios de la imprenta mexicana en Guadalajara, el primer imperio 1821-1823”,[36] donde elaboró un catálogo de los folletos y opúsculos, después de hacer un recorrido por los impresores del periodo. Celia del Palacio, por su parte, realizó el Catálogo de la Hemerografía de Jalisco. 1808-1950[37] y la Hemerografía Mínima de Guadalajara, 1809-1864.[38]
Un estudio especializado en un sólo tema lo constituye el libro La imprenta de Rodríguez, donde Edmundo Aviña Levy se ocupa de la larga y fecunda historia de la segunda imprenta establecida en Guadalajara.[39] Por su parte, de Alberto Santoscoy[40] se localizaron dos ensayos: “La primera imprenta de los insurgentes” del año 1893 y “La introducción de la Imprenta en Guadalajara” de 1902, publicados en una recopilación de sus obras.
Un acercamiento a la prensa desde el punto de vista histórico lo encontramos en el artículo del investigador David Piñera Ramírez: “El federalismo en El Iris de Jalisco y panfletos de 1823 a 1825”.[41]
Finalmente, hay que resaltar que entre los autores contemporáneos destacan los trabajos de Celia del Palacio Montiel[42] en torno a la historia de la imprenta y el periodismo, en donde identifica distintas tipologías como recopilaciones cronológicas de títulos de impresos, entre otros. Además, a Carlos Guzmán Moncada,[43] quien centra su atención en el tema de la crítica literaria decimonónica jalisciense. Los textos seleccionados en su obra son producto y testimonio de un largo y complejo proceso de conformación cultural, indisociable de la gestación, desarrollo y modificación de las instituciones públicas, a cuyo amparo se consolidó lo que más tarde pudo ser llamado crítica literaria.
Diversidad documental y géneros literarios
Los diferentes tipos de publicaciones, así como los autores, sus obras y los géneros en que publican son aspectos relevantes para el conocimiento de los proyectos editoriales. Las obras seleccionadas para el presente estudio nos aproximan al conocimiento de las características físicas de las publicaciones y nos invitan al análisis de sus contenidos.
Es posible recrear la vida literaria en la Guadalajara decimonónica gracias a su producción editorial, por lo que a continuación se presenta una selección de materiales localizados en los Fondos Especiales de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola, así como de títulos referidos en obras de autores contemporáneos, lo que permitirá una aproximación a los tipos documentales y literarios publicados a lo largo del ese siglo.
Entre los escritores del siglo xix fue común que se presentara una constante interacción entre papeles y pliegos, panfletos y folletos de la cual surgieron distintos tipos de discursos, con el afán de dar respuesta o hacer cuestionamientos en torno a los asuntos difundidos en los medios de circulación impresa. Un ejemplo es la contestación que se publicó en 1824 en la imprenta de Mariano Rodríguez titulada Otra zurra a la tapatía por retobada y por impía,[44] un folleto de nueve páginas y 29 centímetros de alto. El escrito surgió como respuesta al folleto Hereje la tapatía. Con el mismo fin se publicó también Conversación familiar entre un sacristán y su compadre contra el papel titulado Herege [sic] la tapatía,[45] de once páginas, el cual –a manera de diálogo– presenta una férrea defensa católica de los bienes de la iglesia por considerar que estaban en riesgo, ya que se proponía que el gobierno se encargara del manejo de los gastos del culto.
Otro género de texto es el discurso, como el que dictó fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera,[46] para la inauguración de cursos en el Colegio de San Juan de Guadalajara el 22 de octubre, Sobre la utilidad del aprendizaje y enseñanza de las lenguas.[47] Editado en la imprenta del gobierno en 1844, en él menciona la importancia del estudio del latín y del griego, por lo que se puede aprender de textos clásicos leídos en sus idiomas originales; que si mucho han dado a la sociedad, más seguirán dando a aquellos que ahonden en su contenido que instruye y edifica. Se reconoce además lo publicado por la Junta Patriótica de Guadalajara en 1871 en la Tipografía de Isaac Banda, un ejemplar de 74 páginas con los discursos leídos desde la noche del quince y hasta la tarde del dieciséis de septiembre, sobre temas de la república, la independencia, la constitución y las leyes de reforma de los autores: Amado Camarena, Rafael Arroyo de Anda, Manuel Blanco y Esteban Toscano. La publicación cuenta con imágenes en la portada.[48]
La escritura en verso fue muy común en las primeras décadas de la centuria, tanto en los escritos poéticos como en los políticos o narrativos. Así, en 1819, se identifica un pliego publicado en la imprenta de Mariano Rodríguez[49] sobre la Tolerancia cuya introducción inicia en verso y continúa con una limpia prosa. Además del anterior, en el año de 1853 figura un escrito de Agustín de la Rosa, dedicado A sus discípulos en prueba del más sincero amor, impreso en la Tipografía de Brambila, cuenta con doce páginas de 21 centímetros de alto, la portada presenta imágenes.[50] De Bibiano Hernández se publicó en 1855, A mis muy amados discípulos en nuestra dolorosa separación. El escrito consta de 22 páginas y mide 21 centímetros, la portada está adosada con orla.[51] Los versos de Luciano Crestas publicados en la Tipografía de Dionisio Rodríguez en 1856 de una “Proclama Falsa”, denominada, Al renegador de Zacatecas, que consta de cuatro páginas, a pie de la primera página se señala la errata del título que debe leerse “Regenerador”. Cuenta con una viñeta en la portada.[52]
Un género literario que gozaba de mucha aceptación era la poesía, por eso encontramos ejemplos como Memorias y lágrimas, poemas de José Monroy, folleto de 42 páginas, publicado por la Tipografía de Isaac Banda en 1870, la pubicación cuenta con imágenes en portada.[53] También, en 1871 se publicó Horas de ocio. Poesías de...setiembre [sic] de Antonio Alegría Victoria, en la Tipografía del Hospicio a cargo de Gumesindo Rangel, la publicación consta de 16 páginas y tiene imágenes en la portada. En la imprenta de Isaac Banda, se publicó en 1872 Espiridión Carreón, Prisión de Capuchinas, Crímenes, acusaciones, consta de dieciocho páginas con imágenes en portada.[54] Asimismo, de la imprenta de Domínguez sale a la luz en 1893 Hidalgo. Poemas cortos en dos cantos y en verso con nostas [sic] históricas en prosa por […] Ascanio, Efraín[55] es una publicación de ocho páginas en las que se recuerda el México antiguo en versos que evocan el pasado prehispánico, lo funesto de la época colonial, la batalla de Hidalgo en pro de la independencia y su muerte en aras de la libertad. Los versos están acompañados de notas históricas a pie de página para guiar al lector.
Con motivo de la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción, José María Vigil publicó en 1855 una invitación para celebrar el acontecimiento en la iglesia del Sagrario, con un poema de 24 páginas en español y latín[56] titulado ¿Quién es esta hermosa Niña más hermosa mil veces que el sol, y que en gracias y dones se eleva sobre todos los hijos de Sion?[57] La invitación está profusamente ilustrada con una imagen de la virgen, querubines y motivos florales decorativos en las esquinas.
Por su parte, la novela fue un recurso literario utilizado para analizar y presentar las circunstancias de la vida de la época, como es el caso de La Quinta Modelo,[58] novela política que satirizaba los cambios y las nuevas instituciones del Estado, escrita para “La Cruz” por el conservador José M. Roa Bárcena en 1856, e impresa en la Tipografía de Rodríguez. El texto aborda la situación del país mediante los sucesos de la finca llamada “La Quinta Modelo”, en donde el propietario cambia la manera de organización con la finalidad de introducir nuevas formas de gobierno e ideas que mejorarían su producción, estableciendo condiciones de igualdad entre los peones y los dueños. No obstante, la situación desemboca en un caos que sólo se soluciona volviendo al antiguo régimen. Se advierte en el texto la sujeción al pensamiento conservador y la resistencia al cambio. La publicación mide 17 centímetros de alto, muestra un exlibris impreso de Manuel Escobedo con el año de 1857 e imágenes en la portada.[59] De Paul Bourget, se publicó, en 1895, la versión española de la novela La Roma del siglo xix, en la Tipografía de la República Literaria, versión de 514 páginas de 20 centímetros de alto.[60]
Otro tipo de texto fue la reseña. Como ejemplo se encuentra la narrativa de la matanza del 11 de abril de 1859, hecha por los sobrevivientes del ejército liberal, recién derrotado por tropas conservadoras en Tacubaya, que fueron asesinados por órdenes del general Leonardo Márquez. En Los asesinatos de Tacubaya. Grato recuerdo a los mártires de Guadalajara, sacrificados en los meses de setiembre [sic] y octubre de 1859 por la demagogia[61] se refiere con profundo sentimiento la injusticia cometida contra los líderes de la tropa, quienes ya derrotados fueron asesinados, algunos directamente, mientras que otros rogaron por sus vidas sin ser atendidas sus súplicas. Se cuenta, con dolor, la pérdida de vidas jóvenes, de médicos e incluso de civiles. Al final de la narración de los hechos, la reseña contiene una oración fúnebre de Epifania Vázquez. Editada en la Tipografía del Gobierno a cargo de Luis P. Verdía en 1859, consta de 20 páginas y viñetas en portada.[62] Otro ejemplo de este tipo de escritos es el que se intitula El seis de julio de 1864 en Guadalajara,[63] publicación de 27 páginas escritas en prosa y verso en honor de la visita del emperador Maximiliano a Guadalajara, impreso en la Tipografía de Dionisio Rodríguez. Ahí se reseñó la visita del emperador con motivo de su onomástico y el regocijo que representaba para los tapatíos aquel acontecimiento; la publicación incluye cinco poemas que celebran su natalicio. Destacan en la portada del impreso los elementos decorativos como orlas y corona y el uso de letras capitales, presenta orlas en todo el texto y al final el grabado de la imagen de la justicia.
Asimismo destaca, por su singular presentación, el folleto Sobre el buen gusto literario i [sic] artístico,[64] ensayo escrito por Agustín Rivera y dirigido a su amigo Victoriano Salado Álvarez. El autor reflexiona sobre el buen gusto literario guiado por una educación humanista, la lógica aplicada a la estética y lo sublime de los escritos clásicos. Lo que caracteriza al texto es la irregularidad en su escritura, que insistía en utilizar una ortografía guiada por su uso fonético, de tal manera que cambiaba la conjunción “y” por “i”, no acentuaba las palabras graves y esdrújulas y tanto a nombres como a palabras les hacía cambios; aunque estos no alteraban el sentido del mensaje, sí daban testimonio de la idiosincrasia lingüística del autor.
Existen además publicaciones políticas de corte descriptivo en las que se da cuenta de los acuerdos, debates, discusiones o actas de índole política, como por ejemplo, Actas de la discusión que tuvo lugar con motivo de la reforma sobre elección popular de los magistrados del supremo tribunal de justicia iniciada en la cámara por el C. Lic. Ignacio F. Figueroa, Diputado por el 6° distrito en el 4° Congreso Constitucional de Jalisco,[65] publicado en la Imprenta de Teófilo Echeverría en 1874. Reflecciones [sic] sobre la naturaleza y origen de los males y trastornos que han producido la decadencia de México, sobre la intervención francesa en este país, escritas en Guadalajara por Jesús Agras, magistrado suplente del Superior Tribunal de Justicia de Jalisco y dedicadas por el mismo al Excmo. Sr. General de división D. Juan N. Almonte Presidente de la Regencia del Imperio,[66] impreso en la Tipografía de la Agencia General, en 1864. Lo destacable de ambas publicaciones son sus características comunes: presentan en la portada títulos mayores a diez renglones y cada uno tiene un tipo de letra distinto.
En la Tipografía de la República Literaria se imprimió un aviso sobre las funciones en el Teatro Degollado[67] anunciando la presencia de la gran compañía de ópera inglesa, las fechas de presentación, el programa con el reparto y una dedicatoria. Se utilizan orlas y diferentes tipos y tamaños de letras, las capitales tienen florituras.
La variedad de los textos hasta ahora descritos se localizaban en las publicaciones de mayor circulación como los periódicos y las revistas, por lo que resulta pertinente citar algunos ejemplos de estas publicaciones periódicas. Para el año de 1890 el Juan Panadero[68] fue uno de los periódicos de mayor circulación en Guadalajara. En la portada aparece una imagen panorámica de la ciudad, se hace mención de las condiciones de venta (precios), los lugares de expedición y datos del editor. Se presentan a cuatro columnas artículos, gacetillas, informes breves como datos de aprensiones y al final la publicidad de tipo comercial en la que se anuncia la lotería, venta de máquinas de coser, vino, boticas, entre otras. La presentación de este periódico contrastó con sus números anteriores. En 1872 la portada de este periódico se imprimía con el nombre, el lema y el texto a doble espacio.[69] El Juan Panadero fue tan popular que incluso circuló una versión falsa por espacio de un año.[70]
En la revista La Aurora Poética de Jalisco, Pablo Jesús Villaseñor escribió un prólogo en el que proyectaba el plan de trabajo a seguir con la producción de la publicación, mostraba la pretensión de que fuera semanal, de 16 páginas y que contuviera poesía lírica y ensayos, puntualizando que se les dará un espacio tanto a hombres como a mujeres.
En el periódico ilustrado El Domingo, de 1899, se publicó: la revista semanal Joyas neo-latinas, un drama, una novela y un poema,[71] el drama El sueño de una noche de otoño de Gabriel D'Annunzio traducido por Victoriano Salado Álvarez, la novela La ciencia inútil escrita por Gabriel Bourget y el poema religioso Flora, dividido en siete cantos, de Salvador Rueda. La tipografía y encuadernación de ésta fue responsabilidad de José Cabrera. Es oportuno mencionar que cada una de las obras reunidas en esta publicación de 170 páginas tuvo un tipo de letra distinto y contenía imágenes en la portada. Importa resaltar que presenta un exlibris de Paulino Machorro Narváez.
Otro recurso importante para la vida literaria en la Guadalajara del siglo xix fue el teatro. Se trataba de una actividad bien recibida por la sociedad, además de ser un estímulo para la lectura y el desarrollo de animadas tertulias. Su influjo abonó, sin duda, al ámbito de la cultura editorial.[72]
Algunas de las obras que se representaban cotidianamente en las calles y en los foros existentes, también fueron impresas, como lo demuestra la antología de teatro de Magdalena González Casillas,[73] quien distinguió dos tipos de autores: los ocasionales para los cuales la escritura dramática era un ejercicio literario necesario y los profesionales, para quienes el teatro era su modo de vida.
Las estructuras de las obras dramáticas conservan formas neoclásicas, sobre todo antes de la década de los cincuentas, como es el caso del autor Fernando Calderón, pero van anunciando en su lenguaje el arribo del romanticismo. Por lo general la temática de las puestas en escena hacía referencia a la fe cristiana y a los valores morales. Los dramas eran representados en verso, sin embargo en el ocaso del siglo se empieza a introducir la prosa poética y en casos aislados la prosa llana. Prácticamente, los últimos veinte años del siglo xix estuvieron marcados por una dramaturgia romántica intimista, moralista y en menor medida nacionalista o ideológica,[74] en comparación con la ciudad de México.
Algunos de los autores dramáticos que realizaron publicaciones en Guadalajara fueron los siguientes:
- Isabel Ángela Prieto de Landázuri, Los dos son peores, (publicado en 1862). Impreso en los talleres del gobierno a cargo de Antonio de P. González.
- Emeterio Robles Gil, ¿Quién de ustedes es perico?, (drama en verso publicado en 1876). Editado por La Alianza Literaria, t. i, núm. 1.
- Refugio Barragán de Toscano, Composiciones líricas y dramáticas (libro publicado en 1880). Imprenta de Agapito Ochoa, en Ciudad Guzmán, Jalisco.
- Antonio Becerra y Castro, El fin de la carrera, (monólogo publicado y representado en 1890). Impreso en los talleres de El Diario de Jalisco.
- Jesús Acal Ilisaliturri, Corona de Guadalupe, (obra de teatro publicada y editada en 1892). Imprenta de Juan Rodríguez, en Guadalajara.
- José López Portillo y Rojas, La venganza de Bravo (drama publicado en 1893), sin referencia de impresor. Aunque es posible deducir que haya sido en la Tipografía de Francisco Arroyo de Anda quien años antes le imprimió el libro Seis leyendas.
El teatro es una actividad importante como función pública y género de “masas” privilegiado, aunque incipiente y carente de la institucionalización necesaria para su desarrollo profesional, como lo señala Guzmán Moncada en su obra.[75] Así, con esta breve muestra de obras inmortalizadas gracias a la letra impresa, podemos proyectar la complementariedad de dos disciplinas: la literatura y la actuación.
Los vaivenes políticos entre gobiernos centralistas y federalistas impulsaron el desarrollo de la cultura escrita. Esta circunstancia fue uno de los motores para incentivar el periodismo y el surgimiento de diferentes formas de comunicación escrita. Esta acción gozó de buena recepción entre la sociedad tapatía, a pesar de las persecusiones a quienes expresaban ideas en contra del régimen establecido, y de que el panorama de las letras no era el mejor. Sin embargo, la industria editorial crecía a paso lento por no ser un negocio rentable para sus propietarios.
El país vivió escenarios confusos a lo largo de la decimonovena centuria, por lo que el estudio de la producción editorial en Guadalajara durante este siglo es una tarea titánica, propia de grandes equipos y visiones diversas, por la multiplicidad de fuentes y autores que surgieron en ese campo.
Otro de los aspectos que se debe atender es la necesidad de estudiar con mayor profundidad la prensa literaria tapatía durante la segunda mitad del siglo xix, comparando el análisis con otras regiones; es decir, una tarea similar a la que realizó Celia del Palacio con la prensa de Veracruz y Jalisco para la primera mitad del siglo. Recuperar y hacer accesible la información de la segunda mitad todavía es una asignatura pendiente.[76]
Para Carlos Guzmán Moncada la comparación de la prensa de diferentes regiones crea una visión más compleja, pero integradora del quehacer cultural. Así señala que separar los análisis impide
entender el intercambio de ideas entre las regiones y la metrópoli, el siglo xix sería muy útil, porque la producción literaria decimonónica representa el momento de creación y consolidación de un espacio público inédito en todo Hispanoamérica, gracias sobre todo a la actividad periodística, la cual modifica las prácticas de lectura y escritura prevalecientes hasta entonces.[77]
Con un estudio minucioso de la prensa y las publicaciones periódicas de los distintos rincones de México mediante una metodología comparativa, será posible reconstruir la imagen de una literatura multifacética, con vínculos y relaciones que rebasen las fronteras geográficas. México vivió el fenómeno de la ilustración en pleno siglo xix, cuando emergieron un sinnúmero de grupos intelectuales, que organizados en asociaciones, conformaron una nueva manera de comunicar, polemizar y difundir un nuevo pensamiento. Al respecto, Moncada señala una ruptura cultural de la etapa anterior y el asomo de una serie de prácticas culturales innovadoras como, por ejemplo, el periodismo, el asociacionismo y la crítica literaria, alentadas por el espíritu ilustrado.[78]
El desarrollo e influencia de las sociedades literarias así como de la activa vida editorial de la segunda mitad del siglo xix, en cuyo seno se gestó una corriente crítica importante, no puede entenderse cabalmente sin las instituciones que de alguna manera fueron su sustento, como los seminarios, la Universidad, el Instituto de Ciencias y la Escuela Normal Lancasteriana.
A grandes rasgos y partiendo de los análisis que realizaron en distintos momentos Juan B. Iguíniz, Magdalena González Casillas y Carlos Moncada podemos concluir que entre los años de 1840 y 1870 se observa en la producción literaria jalisciense la influencia de intelectuales como el padre Nájera, Miguel Cruz-Aedo, Pablo Jesús Villaseñor y sobre todo José María Vigil. Por su parte, en los últimos treinta años las figuras que más influyeron fueron Manuel Puga y Acal, José López Portillo y Rojas, Salvador Quevedo y Zubieta y Victoriano Salado Álvarez; sin dejar de mencionar a los que jugaron un papel no tan estelar, encontramos a Fernando Nordensternau, José Alberto Zuloaga, Andrés Arroyo de Anda (hijo), Agustín Rivera y Juan Manuel Caballero. Modernistas y antimodernistas coincidieron más de una vez en las páginas de las mismas publicaciones, entre ellas El Correo de Jalisco, compartieron además una trayectoria académica y profesional semejante: pero lo más relevante es que desde muy temprana edad incursionaron en el periodismo y la política jalisciense.
Finalmente, hay que señalar que la gran empresa editorial en la Guadalajara de la segunda mitad del siglo xix se enriqueció con la proliferación de publicaciones periódicas, que propiciaron la realización de tertulias y reuniones de carácter social. Esto con el fin de leer y comentar las novedades de los periódicos, los lugares privilegiados para llevarlas a cabo fueron casas particulares así como los portales, algunos cajones y librerías. En Guadalajara, la prensa fue un instrumento de la ideología dominante, sus intereses fueron de carácter político más que utilitario, así se dio el surgimiento de un lector crítico y con ello la formación de la opinión pública, que impulsó el desarrollo de la cultura impresa y la tarea literaria e intelectual de los tapatíos.
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Cultura editorial de la literatura en México / CELITMEX