Enciclopedia de la Literatura en México

Manuel de la Torre Lloreda

Nació en 1776 y murió en 1836 en Pátzcuaro, Michoacán. Simpatizante de una conspiración independentista, fue apresado y puesto más tarde en libertad por órdenes del virrey Francisco Javier de Lizana y Beaumont. Diputado constituyente de Michoacán cuando se proclamó Agustín de Iturbide emperador. Fue quien presentó el proyecto particular de Constitución. Destacó como poeta y orador sagrado. Sus artículos y poemas aparecen en las páginas de El astro moreliano y El michoacano libre, primeros periódicos michoacanos.


Notas: Su poesía es de tema erótico, político y religioso. Fue célebre su soneto Al cigarro.

Manuel de la Torre Lloreda ocupa un lugar destacado en la historia intelectual mexicana del siglo xix, no sólo por pertenecer a esa generación de escritores que fueron actores y protagonistas de la transición política en sus respectivas provincias, sino porque además, fue el traductor de la primera edición en español de Las Vigilias de Tasso y editor del primer libro michoacano del que se tenga noticia.

A través de la vida de hombres como De la Torre Lloreda, podemos comprender las mutaciones políticas y culturales de aquella época convulsa de nuestra historia. Por un lado, observamos la manera en que los antiguos habitantes de la Nueva España dejaron de ser vasallos del soberano para convertirse en ciudadanos de una nueva nación; nos explica cómo gracias al empuje de las ideas ilustradas y el gobierno representativo, la soberanía absoluta del rey fue limitada por una Constitución y se transformó de manera radical en soberanía de la nación; y también vemos de qué manera el estatus político de “intendencia de Valladolid” que daba nombre a toda la provincia, dejó de existir para adoptar el de estado libre y soberano de Michoacán, durante la república federal.

Por otro lado, en el registro cultural, De la Torre Lloreda es un buen ejemplo para entender los cambios que sufrieron las formas barrocas del discurso por otras de tintes neoclásicos; permite conocer qué elementos y circunstancias coincidieron para que el sermón panegírico, dedicado anteriormente a reyes, virreyes y prelados, se transformará gradualmente en discurso cívico para honrar a los héroes; y cómo en el ámbito tipográfico se fue dando la separación entre el director, el editor y el oficial de imprenta, funciones no del todo bien definidas a finales del virreinato.

Cuando la ciudad señorial de Pátzcuaro fungía como sede de la alcaldía mayor del mismo nombre y gobernaba en la Nueva España el virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa, la diócesis de Michoacán se quedó sin pastor a causa de la muerte del obispo Fernando de Hoyos y Mier, ocurrida el 7 de mayo de 1776. Aunque esta pérdida debió generar congoja y desazón en el ánimo de algunos fieles, en el hogar del matrimonio conformado por Francisco Justo de la Torre y Rosa María Palacios el sentimiento era distinto porque, dos meses después, nació su hijo primogénito, a quien llevaron a bautizar a la iglesia parroquial. La partida levantada por el bachiller Tomás Martín Valdés y autorizada por el doctor Sotomayor, cura propietario, decía lo siguiente:

En el año del señor de mil setecientos setenta y seis en diez y seis días del mes de junio, en esta ciudad de Pátzcuaro y en la parroquial iglesia mayor del señor San Salvador; el bachiller don Tomás Valdés, de licencia parochi, exorcizó, puso santo óleo, crisma y bautizó solemnemente a un infante, a quien puso por nombre Manuel Francisco Ignacio, español, hijo legítimo de don Francisco de la Torre y de doña Rosa Palacios. Fueron sus padrinos el señor bachiller don José María Zuluaga y su hermana doña Dolores de Zuluaga, quienes supieron su obligación, y para que conste lo firmó dicho señor bachiller con el señor cura de esta dicha ciudad.[1]

A la edad de 4 años el pequeño Manuel quedó huérfano de padre, por lo que su madre volvió a contraer matrimonio con el comerciante español Francisco Lloreda, de quien tomará el apellido. En 1782 comenzó a estudiar las primeras letras en el colegio jesuita de su ciudad natal bajo las enseñanzas del maestro Luis Antonio Orozco. Luego, entre 1785 y 1788, su padrastro le enseñó la aritmética comercial con la finalidad de que se fuera familiarizando con los números y la contabilidad que demandaba todo negocio, hasta que al llegar a la adolescencia fue inscrito como colegial pensionista en el Seminario Tridentino de San Pedro, en Valladolid.[2] Esto debió ocurrir después del 26 de octubre de 1789, fecha en que sus padres solicitaron copia de su partida bautismal en la notaría parroquial de Pátzcuaro, misma que debían presentar en el colegio para formalizar su admisión.

En dicho establecimiento cursó gramática y la retórica teniendo como profesor al bachiller José Verde. El 18 de agosto de 1790 el joven Lloreda y su compañero Ignacio López Rayón, hicieron su acto público de todo el curso de Humanidades y

presentaron de memoria mínimos, menores, medianos, mayores y un tratado pequeño de retórica de construcción, los cánones del Concilio, todo el Cornelio, todo el Catecismo, San Jerónimo en sus Epístolas, las Selectas de Cicerón, dos libros de Quinto Curcio, Las Tristes de Ovidio, y de Virgilio el cuarto y el quinto de la Eneida.[3]

Meses más tarde, defendió un acto público de lógica y metafísica y enseguida otro de todo el curso de filosofía con el catedrático Manuel de la Bárcena, quien se convertirá en su amigo y protector de toda la vida. El primer curso lo llevó en 1791 y el segundo duró hasta el 14 de abril de 1793, en el cual “tuvo la presidencia de su clase, y a consecuencia del primer lugar in recto”.[4] Trece días más tarde, cuando el inquieto joven frisaba por los 17 años de edad, viajó a la ciudad de México para optar al grado de bachiller en Artes por la Real y Pontificia Universidad, el cual obtuvo, teniendo como sinodales a los doctores Luis Pérez Texada, Pedro Foronda y Juan Vicuña.[5] Según el propio De la Torre Lloreda, en dicha facultad “logró el mismo lugar”.

De regreso a Valladolid, fue opositor a las cátedras de gramática y filosofía en 1796, y dos años después concursó a todas las cátedras del colegio de San Nicolás Obispo; en 1799 ganó por oposición la capellanía del Seminario y en mayo de 1800 sustentó un acto mayor sobre los Lugares Teológicos de Melchor Cano. A pesar de no contar con la primera tonsura, el obispo San Miguel le concedió licencia para predicar en la ciudad y fuera de ella, dada su brillantez en el púlpito; fue por eso que pudo predicar algunos sermones durante la Semana Santa en Tacámbaro. No había duda que De la Torre Lloreda se había ganado la confianza del prelado, gracias a las recomendaciones de De la Bárcena, pero aun así, no estaba plenamente convencido de querer ser sacerdote; había otros campos del conocimiento que también le atraían y que varios jóvenes de su generación ya cultivaban. Uno de sus primeros biógrafos señala que

no pensaba en recibir las sagradas órdenes, y puede creerse por su inclinación a la medicina y a la botánica, así como a todas las ciencias naturales, que quiso ser profesor de la primera. Más el destino del hombre que está inscrito con el dedo de Dios, encaminó las cosas a términos, que sospechando el señor don fray Antonio que su protegido pensara en casarse, lo sorprendió confirmándole las órdenes hasta Evangelio, sin requisito de ningún género, habiéndose mostrado tan obstinado, que no precedió a su día de sacerdote, el mero aviso, y a la hora dada, estando en un profundo sueño, lo despertó un enviado del palacio episcopal, anunciándole que en aquel momento lo aguardaba el prelado para hacerlo sacerdote. Se negó el señor Lloreda a un paso tan festinado, y el obispo insistió tanto, que al tercer recado le previno que pasaría en persona a llevarlo, y que estaba resuelto a no ceder un punto en su pretensión. […] y cedió al fin, el señor Lloreda […] cuando volvió a su casa a las siete de la mañana, aún no se levantaba la señora su madre, y que arrodillándose al frente de su cama le pidió a bendición y le participó que ya era sacerdote”.[6]

Y de esta manera, “sin examen previo”, se le admitió “a todos los órdenes” y fue consagrado sacerdote el 21 de marzo de 1801. A pesar de su juventud, se le dio licencia de confesar, incluso religiosas, y gozó de facultades especiales “como fue en esta ciudad en tiempo de misiones, en que el señor provisor y vicario general doctor don Juan Antonio de Tapia lo nombró entre los doce sacerdotes que se escogieron, concediéndole facultades para habilitar y revalidar en el fuero sacramental”. También, a finales de 1802 y todo el siguiente año de 1803, se desempeñó como vicario de la parroquia de Salamanca, en Guanajuato, donde no desaprovechó la oportunidad de pronunciar algunos sermones, “predicando la doctrina todos los domingos”.[7]

El año de 1804 fue muy importante para Manuel. Luego de la muerte del obispo San Miguel ocurrida el 18 de junio de aquel año, fue elegido por los comisionados para dirigir la pira y escribir las poesías en latín y castellano en memoria del prelado, dejando su ejecución artística a don Juan Alcázar, uno de los mejores maestros de pintura de entonces. También obtuvo a través de un concurso de oposición la sacristía de Jacona, cuyo título en propiedad se le expidió el 7 de agosto de 1805 y la colación canónica el 13 de enero de 1806.[8]

A partir de este último año, Lloreda encontró en el Diario de México un espacio apropiado para desarrollar sus cualidades literarias. Allí dio a conocer su famoso Soneto al Cigarro publicado en diciembre de 1806; sus Coplas de una tonadilla, escritas en 1807; la fábula El Asnar y el lobo y una Proclama en coplas, publicadas ambas en septiembre de 1808. También editó un Sermón de la gloriosa Asunción de la Virgen María, pronunciado por él en la catedral de Valladolid, el cual fue impreso ese mismo año por Mariano de Zúñiga y Ontiveros en la ciudad de México, a expensas de “un amigo del orador”.[9]

De la Torre Lloreda también contó con la protección del juez de testamentos, capellanías y obras pías, doctor Manuel Abad y Queipo. Gracias él, de nuevo tuvo a su cargo la elaboración de la pira y relación de honras fúnebres por las exequias del obispo fray Marcos Moriana y Zafrilla, cuya publicación se retardó más de lo normal “por varios incidentes y enfermedades del comisionado para la obra de la pira”. El incidente al que se refiere Lloreda fue la conspiración de Valladolid de diciembre de 1809 en la que estaría implicado. Por eso, cuando el capitán realista José de la Cruz volvió a tomar Valladolid, se expresó así del joven bachiller: “Presbítero americano. Muy declarado partidario de la insurrección, propagador funesto de noticias para los de la buena causa y opresor celosísimo de los desahogos de éstos”.[10]

Aunque fue aprehendido y enjuiciado, gracias a sus amistades e influencias en las ciudades de México y Valladolid, fue absuelto a principios de 1811, a condición de que elaborara varios escritos contra la insurgencia. Y así lo hizo. El 8 de abril de aquel año, le envió una carta al virrey Francisco Xavier Venegas desde Pátzcuaro reprobando el movimiento, y a través de una proclama que él mismo pronunció en su tierra natal, se dirigió a todos los “michoacanenses” conminándolos a abandonar la idea de la independencia, porque según él, era un proyecto “injusto, impracticable e irracional”.[11]

Ante tales muestras de arrepentimiento, por el año de 1812, “en el tiempo más crítico de la revolución”, el obispo electo de la diócesis Manuel Abad y Queipo le asignó de manera interina la parroquia de Santa Clara del Cobre, cerca de Pátzcuaro, en calidad de cura coadjutor y juez eclesiástico. No obstante su empeño por entregar cuentas claras sobre la administración de su curato, en muy poco tiempo se dio cuenta de la crítica situación que privaba en el lugar a causa de la guerra. En una carta dirigida al secretario Camiña, le dijo preocupado: “no son lo mismo los curatos ahora que antes, como ni es lo mismo ser cura en este tiempo de revolución y de miseria, que haberlo sido en tiempo de paz y de abundancia”.[12] Y en otra carta que le envió semanas más tarde al mismo funcionario, le decía que la presencia de la peste en el distrito de su curato estaba causando muchas muertes; por eso solicitó que el bachiller Rafael de Robles se restituyera al curato de Ario y que el bachiller Genaro Peguero se regresara al de Santa Clara para que le ayudara en la administración de los servicios. Además, aprovechó para pedir la renovación de sus licencias para poder celebrar un matrimonio, “que es preciso se ejecute por mala versación que es muy difícil de impedir, haberse seguido prole y otras causa de bastante consideración”.[13]

De su labor al frente de esa parroquia no se conoce mucho, pero podemos destacar sus intentos por negociar con los insurgentes José Sixto Berdusco y Francisco Lorenzo de Velasco, a quienes solicitó audiencia varias veces sin conseguirlo. Poco conocida es su participación en la instalación del Supremo Tribunal de Justicia de los insurgentes en marzo de 1815 en el pueblo de Ario, Michoacán, donde Manuel de la Torre fue escogido para decir el sermón.[14]

Finalmente, debemos destacar la redacción de ciertos “papeles” cuyo contenido desconocemos y que fueron enviados para su publicación en las Gazetas de México, además de “otros servicios a la Religión y al Estado” que no precisa, pero que probablemente se refieran al trabajo catequístico y de convencimiento que realizó entre los meses de junio y julio de 1818, cuando se ocupó de la conversión del anglo-americano José Nicholson.[15] Un testimonio de la época señala que el padre De la Torre Lloreda

con el auxilio divino logró que detestase la secta presbiteriana que seguía y que confesara y abrazara nuestra santa religión católica con todo gusto. Hizo una confesión dolorosa de sus culpas y recibió poco antes de morir el Santísimo Sacramento públicamente con edificación. Dicho Nicholson seguía el partido de los rebeldes con el título de coronel y fue aprehendido el 16 de junio último con otros cabecillas en las inmediaciones de Puruarán por la división al mando del teniente coronel don Miguel Francisco Barragán, y lo condujo a Pátzcuaro para aplicarle allí el justo castigo correspondiente a sus delitos.[16]

En su relación de méritos, De la Torre Lloreda agrega que, “movido de esto, y de la relación de su carrera, nuestro santísimo papa el señor Pío vii reinante, se dignó concederle a más de otras gracias especiales, amplísima facultad para leer y retener libros prohibidos, exceptuando únicamente los que son por derecho natural”.[17]

En agosto de 1820 fue nombrado cura interino de la congregación de Irapuato, y en ella permaneció hasta principios de 1821.[18] Antes del grito de Iguala se hallaba “con la indispensable carga de una madre viuda y fatigada del trabajo y una hermana doncella que no tiene otro apoyo que la debilidad de sus arbitrios”; por eso concursó nuevamente para obtener en beneficio la sacristía mayor del pueblo de Jacona, logrando obtenerla en la segunda oportunidad, pues enseguida logró la permuta por el de Santa Clara del Cobre, donde ya había estado.

Desde la proclamación del Plan de Iguala se adhirió al movimiento Trigarante que encabezó Agustín de Iturbide. Aprovechó las planas del periódico La Abeja Poblana para publicar un soneto dedicado “a todos los sabios de la provincia de Mechuacán” con el que los exhortaba a unirse al partido de la libertad, de la verdad y la justicia, como ya lo habían hecho Guadalajara y Puebla.[19] Posiblemente se entrevistó con Iturbide en el mes de mayo de 1821 cuando este jefe estuvo en Valladolid, pues sólo así se explica que al mes siguiente De la Torre Lloreda hubiese quedado a cargo de la dirección de la imprenta que desde el 12 de junio había llevado a la ciudad el joven Luis Arango. Conocemos de su actividad como editor por una carta de Iturbide dirigida a su cuñado Ramón Huarte, intendente de Valladolid, en la que le dijo:

Para retribuir al licenciado don Manuel Lloreda el trabajo que debe emprender en la dirección de la imprenta que está en esa ciudad, le he cedido la utilidad que produzca en un año, siendo de mi cuenta los gastos de impresiones y demás que sean necesarios para tenerla en corriente, con sólo la condición de que se impriman de balde todos los papeles de la nación y se le remitan con este objeto. Y lo aviso a usted para su inteligencia.[20]

Tres semanas después, Iturbide escribió de nuevo a su cuñado, acusándole recibo de 300 ejemplares de pasaportes impresos, 300 de licencias absolutas y 200 de una proclama de Guadalupe Victoria, cuyos papeles fueron editados bajo el cuidado del presbítero patzcuarense.[21] Probablemente De la Torre Lloreda estuvo en México cuando se proclamó la Independencia. Hay evidencias de que el 21 de octubre de 1821 entregó a la imprenta de Alejandro Valdés el segundo número del papel titulado: “Apuntes sobre la libertad de imprenta”, con la intención de que se imprimiera y publicara.[22] Como una muestra de agradecimiento hacia la persona que le había distinguido con aquel empleo, en mayo de 1822 pronunció en Pátzcuaro un sermón dedicado a Iturbide celebrando su coronación.

Es posible que para ese entonces nuestro personaje haya dejado la dirección del taller, el cual quedó a disposición de la Diputación Provincial de Valladolid de Michoacán, instalada desde el mes de febrero de dicho año. Algunos autores sostienen que “fue llamado por Iturbide y permaneció cerca de él en calidad de ministro”,[23] pero las evidencias con que contamos indican otra cosa.

El 29 de agosto de 1822, siendo aún cura y juez eclesiástico del partido de Santa Clara del Cobre, De la Torre Lloreda se trasladó a Pátzcuaro para celebrar el bautizo de un hijo del coronel Román de Lamadrid y de doña Mariana Sámano, siendo padrinos el bachiller José Manuel de Leiva y María Dolores Arbayza.

En marzo de 1824 fue elegido diputado suplente en el Congreso Constituyente de Michoacán, pero al mes siguiente fue llamado a suplir en propiedad a uno de los diputados porque su elección fue declarada nula.[25] Ya como diputado propietario, propuso que las mujeres “se ocupen exclusivamente en todas las salas de las labores de puros y cigarros”; que ni el Congreso ni los diputados tuviesen tratamiento alguno; que mientras se formaba la Constitución al Congreso se le hablase en tercera persona y que los diputados no tuvieran otro tratamiento que el de ciudadanos; integró junto con Juan José Martínez de Lejarza la comisión de Relaciones de Federación, Negocios Eclesiásticos, Instrucción Pública y redacción de estilo; propuso el arreglo del teatro, la necesidad de la imprenta “para actas y demás del Congreso” y planteó nuevamente el tema de los esclavos. Más adelante, insistió en el establecimiento de un periódico y en la contratación de dos escribientes que se ocuparan de la redacción.[26]

Sin descuidar sus compromisos en el Congreso, el 11 de agosto de 1824 solicitó al cura párroco de Pátzcuaro, copia de las partidas de bautizo de varios de los hijos de Gertrudis Bocanegra, fusilada por los realistas durante la revolución, posiblemente con la idea de organizar un expediente y remitirlo a la comisión de premios del Congreso General.[27] Mantuvo una estrecha amistad con el naturalista vallisoletano Juan José Martínez de Lejarza, quien lo menciona en su testamento dejándole “alguna obra” de las administradas por su albacea, el licenciado José María Ortiz Izquierdo.[28]

Aunque no formó parte de la comisión redactora, algún tipo de influjo ejerció en la elaboración de la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Michoacán, sancionada el 19 de julio de 1825. También fue nombrado individuo de la Junta eclesiástica de censura y examinador sinodal del obispado. Su admiración y aprecio por Iturbide fue siempre sincero, y de ello dan prueba estas palabras que Manuel escribió ante su retrato, probablemente cuando aquel ya había muerto:

En ese genio inmortal

cada hombre verá su hermano;

cualquiera sabio su igual;

su terror todo tirano,

y cada héroe su rival.[29]

Desde agosto de 1826, De la Torre Lloreda quedó al frente de la parroquia de Pátzcuaro y en ella permaneció como cura principal hasta el 11 de diciembre de 1830, en que quedó bajo la responsabilidad del licenciado José María Rayón, tercer hermano varón de aquella pléyade de patriotas oriundos de Tlalpujahua que lucharon por la Independencia. Esto se dio cuando el gobierno de la diócesis se encontraba en sede vacante, ya que debido a la falta de reconocimiento por parte de la santa sede, Michoacán no contaría con obispo sino hasta el 28 de febrero de 1831 en que fue designado el doctor Juan Cayetano de Portugal y Solís. Como muchos michoacanos distinguidos de su tiempo, se opuso a las leyes de expulsión de españoles decretadas por el Congreso General en diciembre de 1827 y marzo de 1829.

Precisamente, aquel año de 1827 publicó en Valladolid de Michoacán bajo el seudónimo de “Lelardo”, el primer libro de que se tiene noticia intitulado: Las Vigilias de Tasso, traducida por él del italiano, con un epigrama que decía: Su corazón debía ser / igual á su ingenio. / vigilia 12”.[30] Se desconoce el número de ejemplares impresos de esta obra, mas se sabe que constaba de 136 páginas en formato de 16°. Lo más probable es que para sufragar los gastos que implicaba su publicación, De la Torre Lloreda haya acudido a las tradicionales suscripciones.

La obra de Giuseppe Compagnoni (1754-1833) ha tenido múltiples ediciones. En 1799 y 1800 se imprimió en italiano en Paris, por Maradan; en 1803 se hizo la primera edición italiana en Milán, en la imprenta Agnello Nobile; en 1810 en Milán por Silvestri; en 1823 en Pavía, por Giacomo Capelli; en 1828 y 1928, se sacó de nuevo en Livorno, en la tipografía Vignozzi; y finalmente en 1992 en Roma, por Salerno. En 1798, 1799, 1800 y 1804 se publicó en francés en Paris, por Maradan en la imprenta de Crapelet; en 1826 en Amsterdam y en 1992 en Roma, por Salerno. En 1808 se difundió en alemán, por Darmstadt Leske, y en español en 1827, por la Imprenta del Estado, en la antigua Valladolid de Michoacán.[31]

Rico Cano y Reyes Hurtado coinciden en señalar que De la Torre Lloreda también llegó a hacer traducciones de los mejores poemas de Metastacio, “su poeta favorito”, así como los de Tíbulo, Cátulo y Propercio, “además de otras infinitas traducciones que durante 40 años elaboró”.[32]

Siguiendo con su producción literaria, es digno de resaltar su Discurso que en el solemne aniversario de los patriotas difuntos celebrado en la iglesia catedral de Morelia, pronunció el 17 de septiembre de 1828, apenas un día después del cambio de nombre de la ciudad.[33] A propósito de esta pieza cívica, el escritor Rico Cano apunta que

el signo que presidió los afanes políticos y literarios de don Manuel de la Torre Lloreda, fue el de la naciente nacionalidad mexicana. […] Fue el primero en cantar los hechos y personajes de la Independencia. Antes que Sánchez de Tagle, cantor del Ejército Trigarante y de Morelos, don Manuel de la Torre Lloreda cantó a la patria naciente y a sus caudillos, en un estilo que casi nada conserva del neoclasicismo imperante y sí tiene los tintes propios del romanticismo literario que rompió las ataduras que tenían postrada nuestra propia expresión.[34]

En los años posteriores De la Torre Lloreda continuó sacando artículos y poesías en los periódicos El Astro Moreliano (1829) y el Michoacano Libre (1830-1831). Destacan entre ellos el que tituló: “Rapto del sentimiento en la muerte del señor doctor don Manuel de la Bárcena y Arce”, dedicado a su gran amigo y protector fallecido en 1830.[35]

Por el mes de noviembre de ese mismo año el obispo Gómez de Portugal le confirió en propiedad la sacristía de San Miguel de Allende, en Guanajuato. Dada su pasión por las letras y por todo lo que tuviera que ver con su profesión de cura, en marzo de 1832 adquirió una suscripción para cubrir el costo de la reimpresión de los Concilios Mejicanos.[36] En ese mismo año mandó publicar en la Imprenta del Águila de la ciudad de México, lo que podríamos llamar la síntesis de su trayectoria política e intelectual, la cual tituló: Carrera literaria del presbítero Manuel Justo de la Torre Palacio, a quien por su padrastro se le dio el apellido de Lloreda, hijo legítimo de Francisco Justo de la Torre y de doña Rosa María Palacio, vecinos distinguidos de la ciudad de Pátzcuaro, donde nació en 1776.[37]

También fue durante su residencia en aquella ciudad cuando conoció al presidente de la república, Antonio López de Santa Anna, en ocasión de un discurso septembrino que le tocó pronunciar en septiembre de 1833. Su paso por la tierra de los Allende y Unzaga lo marcaría para siempre. Faltando a su voto de castidad a que le obligaba su investidura clerical, mantuvo una relación íntima con Guadalupe Acosta Álvarez, una jovencita originaria de Pátzcuaro, “de virtudes nobles y sublimes”, maestra de niños, asidua a las reuniones “en sociedad”, quien murió el 4 de octubre de ese año en San Miguel a causa del cólera, y a la cual le habría de dedicar una pieza poética.[38]

En 1834, abatido y cansado, con algunas enfermedades, regresó a su ciudad natal con la intención de recuperarse. Aún tuvo tiempo de mandar publicar en Morelia, en la Imprenta de Antonio Quintana, su Elegía al Sepulcro de Silvia en la cual retrató las virtudes y vivencias de aquella joven, amante del teatro y la poesía. Algunos autores señalan que el padre Manuel de la Torre Lloreda falleció en Pátzcuaro el 26 de julio de 1836 a las 5 horas con 30 minutos de la tarde, cuando frisaba por los 60 años de edad.[39] Sin embargo, su partida de entierro levantada por el cura del lugar decía lo siguiente:

En el curato de Pátzcuaro a 28 días del mes de julio del año del señor de mil ochocientos 36, yo el bachiller don Francisco Javier Orozco, cura propio de dicho partido, mandé dar sepultura eclesiástica a el cadáver del bachiller don Manuel de la Torre Lloreda, clérigo presbítero domiciliario de este obispado, vecino de esta ciudad, en primer tramo de la capilla del Perdón del convento de San Agustín con insignias altas. Recibió los santos sacramentos de extremaunción y para constancia lo firmé.[40]

Así terminó sus días el escritor y poeta que en vida se hizo llamar “Lelardo Munela”, anagrama de su nombre y su segundo apellido. Después de su muerte, el señor Pedro Estrada patrocinó la publicación de una décima en una hoja, impresa en el pueblo de Ario, que el propio De la Torre Lloreda había dispuesto para después de su muerte. Decía lo siguiente:

Saber, mi pasión ha sido,

Y sólo supe con leer,

Que había mucho que saber,

Y que nada había sabido.

Mi nombre, Patria, Apellido,

Pregúntalo y lo sabrás;

Mis trabajos y demás,

Esta cláusula la encierra:

“Vivió en el tiempo de guerra”.

Pide que descanse en paz.[41]

 

Acervos

Archivo General de las Notarías-Morelia

Archivo Histórico Casa de Morelos

Archivo Parroquial de San Miguel Arcángel

Archivo Parroquial del Sagrario de Pátzcuaro

Biblioteca Nacional de México Fondo Lafragua

Centro de Documentación del Colsan

 

Bibliografía

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Seudónimos:
  • El ciudadano Lelardo