¿Qué espera un lector de cuentos? Que la primera línea lo tome del cuello de la camisa, lo levante del suelo, lo deje en vilo y lo suelte sin que haya podido mediar defensa. La narrativa de Jaime Panqueva tiene ese poder; ese embrujo al que los lectores nos hemos rendido desde que la narración alrededor del fuego se volvió impreso, rito íntimo y silencioso. Con una prosa elegante y rica que no sacrifica la naturalidad, Panqueva cristaliza las tradiciones literarias y experiencias de vida de las que ha abrevado: su impronta colombiana y su adopción mexicana se carean en la cancha de la ficción donde la residencia en Alemania también ofrece historias y miradas.
Debe ser de su pasión por la ópera que Jaime aprendió la estructura dramática, el manejo de la intensidad. En este tapiz de historias diversas, de registros variables, el escritor le toma el pulso al mundo y a las pulsiones de nuestra condición. A veces el humor, a veces la crudeza, la vida en familia, o la sencilla camaradería son algunos de los tonos y temas de El final de los tiempos que calan en el lector.
Panqueva mostró ya sus dotes de embaucador —como Vargas Llosa nombra la tarea del narrador— con la novela ganadora del Juan Rulfo, La rosa de la China. Con este enjambre de cuentos subraya sus habilidades narrativas en el rigor del género de encuadre y disparo. Sin duda de puntería memorable.
