Enciclopedia de la Literatura en México

Andanzas por las tierras del caimán y la sirena

ESE ORLANDO, HUASTECO DE CORAZÓN 

Para hablar de la Huasteca hay que haber nacido allá”, dice Nicandro Castillo y aunque hable como chilango, camine como chilango y escriba en castellano, ese Orlando es huasteco de corazón. En Tampico enterraron su ombligo y esa es servidumbre cultural de las buenas. No hay nostalgia en la asunción de su identidad; hay gozo y hay orgullo por su pertenencia, ese modesto orgullo que gastamos los huastecos, que portamos la dignidad de quien no se somete, de quien no aprendió a olvidar. Porque ¿para qué sirve el olvido? Para dejar de ser, pero atención, “en tanto somos, dar un sí que dignifica”, como afirma el luminoso poeta Gabriel Celaya.  
El Bicentenario debiera ser ocasión de una celebración gozosa para todas las naciones que formamos esta grande patria —matria— que es México. Nunca antes como hoy, en estos días aciagos, precisamos afirmar con algo más que discursos, lo que verdaderamente somos: esta rabia, este desencanto, esta cólera que sentimos al vernos ante el espejo y encontrar allí los despojos que de nuestras vidas han hecho los poderosos, los de aquí y ahora, y los ajenos, desde... pa’ qué te digo, si lo sabes tanto como yo, mi buen Orlando.
Pero la raíz más honda de nuestra gente arraigó en el corazón de sus hijos bien nacidos, y desde sus cantos, sus danzas, sus ceremoniales sagrados brota esa hermosísima flor portadora del fruto luminoso que nos sustenta y nos arroja al futuro con no otra cosa que el inmenso amor a la vida, fecundando la fe que recibimos de nuestros ancestros y que preservamos con el coraje y la alegría de ser lo que nos distingue entre las demás gentes: Huastecos de corazón.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2010. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.