El vacío, el hueco, la tiniebla, el desorden , la anarquía, el anticosmos, el desmadre, la tertulia orgiástica que burló a los dioses, la rebeldía, el azar, lo innominado, lo incontrolable, el instante preciso en el cuál frenar es imposible, el instinto, el monstruo, la revelación, la destrucción, la maleza, lo salvaje, el remolino, lo indeterminado, la incertidumbre, la crisis, el desfase, el Anticristo que se anuncia entre la sombra, la paradoja, lo injusto, la excepción…
En este sincronizado cosmos que pensamos universo, fluye el aliento mefítico que antecedió a la luz y se cuela en cada trayectoria y cada móvil.
Ese aliento de vagina primitiva que contradice los cálculos, que esquiva momios y arruina a los profetas es el germen de la angustia, la sustancia entrópica que atisba mientras destila ese inútil y sublime conformar de la belleza.
Antes del inicio, antes del antes, en la eternidad como una mujer desnuda.
Ese aroma omnipresente es la ontología del caos.
