Enciclopedia de la Literatura en México

Crónicas de la conquista

mostrar [Introducción]

Con este mismo título apareció en segunda edición, en 1950, un volumen que reconstruía, sobre textos procedentes de diversos autores, lo que pudiera considerarse como una relación coherente de la conquista de México. Los autores seleccionados eran el capellán de la expedición de Grijalva, Andrés de Tapia, Hernán Cortés, Bernal Díaz, junto con la crónica del jefe maya Chac-Xulub-Chen.[1] Este estudio comprende a algunos autores más y excluye a Chac-Xulub-Chen, que debe estudiarse en una parte sobre crónicas indígenas. Entre los autores añadidos están López de Gómara, Herrera y Cervantes de Salazar.

Es necesario centrarse en la conciencia histórica del mexicano del siglo xvi y comienzos del xvii, tal como hubiera sido modelada por las relaciones que, manuscritas o impresas, llegaban a sus manos, sin que se tratase necesariamente de escritores mexicanos o de obras impresas en México. De esta manera he reunido en un bloque las relaciones que abarcan las dos primeras expediciones descubridoras, para agrupar en un segundo conjunto las cinco cartas-relaciones de Hernán Cortés con su contraparte en el Viejo Mundo, Pedro Mártir de Anglería, en sus Décadas del Nuevo Orbe. Introduzco a continuación a Bernal Díaz del Castillo, sin tener en consideración su tardía aparición como obra impresa y estudiando sobre todo la larga y complicada vida de sus manuscritos. Viene después López de Gómara y una pequeña mención a fray Bartolomé de Las Casas.

Paso revista a cuatro cronistas que llamo menores: Francisco de Aguilar, Alonso de Ojeda, Andrés de Tapia y el doctor Cervantes de Salazar; la enumeración y el estudio concluyen con el primer cronista oficial de España e Indias: don Antonio de Herrera y Tordesillas.

 

mostrar Las expediciones descubridoras

En 1517 se organizó en Cuba una expedición que tocó por primera vez las costas yucatecas, sin que al principio se viera en ellas más que otra isla del arco de las Antillas.

Sin embargo, aquella tierra descorrió un tanto el velo que cubría el continente que esperaba manifestarse; la buena nueva llegó pronto a los puntos de la pluma del cronista Pedro Mártir de Anglería, a quien hay que atribuir las primicias en la difusión de aquella noticia que apareció en su Cuarta década,[2] fechada antes de 1521, dedicada al sumo pontífice León x.

Entre tanto, había llegado a buen fin una segunda expedición que confirmó la importancia de aquel descubrimiento. Ésta, como la anterior, se había organizado en Cuba, y venía capitaneada por Juan de Grijalva, a quien enviaba el gobernador de aquella isla Diego Velázquez, quien no estaba muy seguro de que su iniciativa hubiera de encontrar la aprobación del almirante Diego Colón y de los padres jerónimos gobernadores de las Indias.

De la primera expedición habla largamente Fernández de Oviedo en la Primera Parte de su Historia general de las Indias (Toledo, 1526) y puede servir de prólogo al Itinerario de la Armada del Rey Católico a la isla de Yucatán en la India, el año de 1518, en la que Juan de Grijalva fue comandante y capitán general. Escrito para su alteza por el capellán mayor de la dicha armada que encabeza la serie de Crónicas de la conquista que voy comentando, el Itinerario tardó mucho en ver la luz pública, y apareció por primera vez en la conocida colección de viajes (Navigationi et viaggi) que compiló Juan Bautista Ramusio, publicada por primera vez en Venecia en 1550.

La segunda expedición es mucho más conocida. Se trata del grupo que rodeó las costas yucatecas a lo largo de 1518, enviada, como la primera, por Velázquez de Cuéllar bajo el mando de Juan de Grijalva. 

Salió al público –junto con la anterior– en la imperial Toledo en 1526, cuando ya campeaban por las letras europeas las Décadas de Pedro Mártir de Anglería, quien había consagrado a estas expediciones yucatecas su Cuarta década, aparecida antes de 1521, durante el pontificado de León x a quien va dedicada.

Fernández de Oviedo consagró a esta segunda expedición los capítulos viii al xix del libro decimoséptimo de su Primera Parte con mucha mayor amplitud y riqueza de detalles que su contemporánea,[3] la conocida como Itinerario de Grijalva, que si fue compuesta por el capellán de la expedición, Juan Díaz, en 1518, no tuvo la suerte de circular hasta su entrada casi anónima en la ya mencionada Navigationi et viaggi, de Juan Bautista Ramusio, anonimato efectivo del que la sacó el polígrafo mexicano García Icazbalceta al incluirla en su Colección de documentos para la historia de México.

Frente a las dos docenas de páginas que corresponden al Itinerario en el número 2 de la Biblioteca del Estudiante Universitario (2a ed., México, 1950), vienen las sesenta columnas de apretada lectura que ocupa este descubrimiento en el volumen 118 de la Biblioteca de Autores Españoles (Madrid, 1959). Y no se trata sólo de extensión material, sino de contenido factual: el Itinerario se organiza a modo de "diario" con mención expresa de los días 1 de mayo (sábado), hasta el once de junio, día de san Bernabé. En lo adelante se omiten las fechas y se funden los acontecimientos que llevan dos notas características: posibilidades y facilidad de establecerse en el país, y renuencia del capitán Grijalva a llevar esto a cabo, con manifiesto disgusto de sus compañeros.

Si se comparan ambas relaciones, no hay duda en conceder prioridad a la primera, que venía capitaneada por Francisco Hernández y dirigida por uno de los más expertos pilotos de aquel tiempo, Antón de Alaminos.

A lo largo de esta primera apreciación de la tierra yucateca, los recién llegados percibieron señales inequívocas de una cultura mucho más adelantada que la propia de los isleños, que atrajo la atención de los navegantes por la serie de "torres", "no altas –escribe– pero bien asentadas sobre ciertas gradas". Vieron además

gente vestida de algodón, con mantas delgadas e blancas, con zarcillos en las orejas, e con paternas e otras joyas de oro al cuello; e también con camisetas de colores, asimesmo de algodón. E las mujeres cubiertas las cabezas e pechos, con sus naguas, e unas mantas delgadas, como velos, en lugar de tovalla e manto... (Fernández de Oviedo, p. 114).

Oviedo continúa comentando los datos que le proporcionó Antón de Alaminos; y aunque acepta –fiado en su testimonio– la existencia del signo de la cruz, se aparta de su interpretación como símbolo cristiano.

Y aquí se hallan planteados –desde esta primera aparición de tierra firme– unos cuantos problemas sobre su cultura, claramente superior a la isleña hasta entonces conocida.

La gente estaba vestida; y aunque no de seda –como hubieran deseado los partidarios de la identidad asiática de los nuevos pueblos–, sí de algodón finamente hilado, con hábil empleo de sustancias tintóreas. Se planteaba también el problema, que seguiría vigente hasta el siglo xviii, sobre una posible trasmigración de alguna de las tribus de Israel, que se identificaba tentativamente con la tribu de Dan, la cual a pesar de contar con individuos de la importancia histórica y simbólica de Sansón, había desaparecido del grupo de las doce tribus.

mostrar Bernal Díaz del Castillo en ambas expediciones

Bernal Díaz del Castillo tuvo siempre a punto de honra haber participado en ambas expediciones, y sólo en fecha reciente se ha puesto en duda esta afirmación, de la que hay que descontar el grado de "alférez" que se atribuye en la segunda, capitaneada por Grijalva. Y aunque voy a dedicar especial apartado a nuestro "soldado-cronista", incluyo aquí algunas consideraciones sobre la personal visión de Bernal Díaz, que en ese tiempo todavía no se había engalanado con el "del Castillo".[4]

La narración de Bernal aventaja a las demás en la precisión cronológica; sólo él y, como veremos, Cervantes de Salazar, completan el itinerario cubierto con el conocimiento de la Florida; las diversas etapas aparecen mejor destacadas y superan incluso las señaladas por Alaminos, el piloto.

Todas las tradiciones coinciden en los hechos fundamentales, y todas presentan ornamentación folklórica semejante. Se comenta la palabra cotoch que dio nacimiento al vocablo Cotoche con que todavía se conoce el extremo de la península; se explica la etimología de Yucatán que Bernal coloca artísticamente en conversación posterior con el gobernador de Cuba; se describe la visita del cacique de San Lázaro a Campeche, y la lucha en Potonchan (Champotón). Se habla de los adoratorios, de las figuras que en ellos se guardaban, de los vestidos de los indios.

Bernal describe con precisión cómo se apoderaron de dos indios que les sirvieron de intérpretes, y cómo oyeron hablar de castilan, sin caer en la cuenta de que se referían a un par de cautivos castellanos. La narración de Bernal tiene mayor amplitud que las otras; y, como siempre, es maestro en la descripción de sucesos y en la captación de diálogos, en tanto que los escenarios quedan desdibujados.

Sin embargo en todas las narraciones existe un punto controvertido: qué buscaban concretamente los expedicionarios. Las Casas sostiene que buscaban esclavos; y Bernal acepta que ésta era la primera intención de Velázquez, intención retirada por el mismo gobernador ante la postura decidida de los interesados. La interpretación bernaldiana no queda fuera de toda crítica: es muy poco probable la genuinidad histórica de la respuesta que Bernal pone en boca de sus compañeros: "Que lo que decía [el gobernador] no lo mandaba ni Dios, ni el rey, que hiciésemos a los libres esclavos." Y no pudo formularse así, porque por aquellos tiempos se autorizaba la "traída" de indios como trabajadores... Tampoco está claro que una expedición patrocinada por tres socios capitalistas (Velázquez, Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Caicedo), se hubiera podido contentar con el mero equilibrio presupuestario.

En las probanzas que, acabada la conquista de México, organiza Bernal para que le sirvan de presentación en España, este viaje ocupa dos preguntas; y en el manuscrito "Guatemala" se ha rehecho la redacción suprimiendo algunas frases que no habían parecido excesivas a Bernal en su primera escritura. El colofón está, por supuesto, añadido por los correctores de última hora: "Aquí se acaba el descubrimiento que hizo Francisco Hernández y en su compañía Bernal Díaz del Castillo...".[5]

En resumen, la descripción del descubrimiento de Yucatán está hecha por un testigo ocular, sin perjuicio de que los datos geográficos hayan sido corregidos en presencia de cartas posteriores: ya que no hay huella de indecisiones ni de la opinión –entonces vigente– de que Yucatán fuera isla. Tiene toda la frescura de sucesos vividos y no se ha perdido el detalle pintoresco con la lejana perspectiva.

Sigo con Bernal en la "supuesta" compañía de Grijalva. Velázquez –nos dice Bernal– lo invitó en calidad de deudo suyo a regresar a las tierras descubiertas; y, según Bernal, no sólo regresaron los mismos pilotos, sino incluso dos de los navíos utilizados en la expedición precedente. En esta ocasión entra en escena Pedro de Alvarado, que no se apartará ya de la mirada de nuestro escritor.

mostrar Hernán Cortés, Pedro Mártir de Anglería

Pedro Mártir de Anglería era el humanista italiano venido a la corte castellana en 1488 por invitación del segundo conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza, padre a su vez de Antonio de Mendoza, futuro virrey de México. Su nombre se escribe usualmente a la castellana, Anglería, en lugar de Anghiera, que sería más correcto.

En los primeros tiempos en que fue completándose la jerarquía gubernamental sobre el Nuevo Mundo, con la lenta gestación del Consejo de Indias que no aparecerá como tal hasta 1519, se estableció el cargo de Cronista, y recayó su nombramiento en Pedro Mártir, que ostentaba ya el título de protonotario apostólico y abad de Jamaica, abadía que ocupó el cuarto lugar, por orden cronológico, permaneciendo en ella desde el 19 de diciembre de 1524 hasta su fallecimiento.

Pedro Mártir escribió siempre en latín, y en esta lengua publicó[6] en forma de Décadas su De Orbe Novo, con las que entreveró sus epístolas. Es un cronista naturalmente "de retaguardia", pero excepcionalmente dotado para su papel de "portavoz" en la cristiandad de lo que estaba ocurriendo al otro lado del mar océano.

Pedro Mártir se inició en Castilla, como preceptor de los hijos y parientes del de Tendilla, enseñanza que atrajo la atención de la reina Isabel, la cual lo protegió como medio –nos dice el mismo maestro– para "apartar a los jóvenes caballeros cortesanos de sus entretenimientos vanos, llevándolos al estudio de las letras...", proyecto que tuvo mayor éxito del esperado, ya que unos meses más tarde, precisamente en septiembre de 1492, cuando Colón se acercaba a las primeras playas americanas, "tenía el maestro su casa llena de jóvenes estudiosos...".

mostrar Las relaciones de Cortés

A manos de Anglería habían llegado también las relaciones precedentes, pero su fino instinto humanista vislumbró en Cortés un excepcional talento de narrador, que añadía nuevo valor al tema tratado. Como presentación de don Hernando, nada mejor que el retrato que nos ha dejado Bernal Díaz del Castillo en uno de los últimos capítulos de su Historia verdadera:

Fue de buena estatura e cuerpo y bien proporcionado e membrudo; e la color de la cara tiraba algo a cenicienta e no muy alegre, e si tuviera el rostro algo más largo, mejor le pareciera; y los ojos en el mirar amorosos, y por otra parte graves. Las barbas tenía algo prietas e pocas y ralas; y el cabello que en aquel tiempo se usaba era de la misma manera que las barbas; y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera; y era cenceño y de poca barriga; y algo estevado, y las piernas e muslos bien sacados; y era buen jinete, y diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien menearlas. Y sobre todo corazón y ánimo que es lo que hace al caso... [7]

Retrato que tiene su mejor realización pictórica en el cuadro que se ha conservado hasta hace poco en Oggiono de Italia y que fue reproducido frecuentemente en su tiempo, sin parecido alguno con la caricatura de Rivera, o con el mismo cuadro del Hospital de Jesús que es reproducción de una imagen orante y muy tardía del conquistador y humanista, don Hernando Cortés.

Primera relación de Cortés

La primera relación de Cortés, o la que la sustituyó, que fue redactada por el cabildo de la Veracruz, representó una auténtica revelación: se trataba de una novedad que rompía la monotonía en que habían caído las noticias procedentes de Indias.

El encuentro de la hueste de Cortés con los primeros representantes de la entidad política que rápidamente fue calificada de imperio, ya no podía representarse delante del telón de fondo habitual hasta entonces: palmares que hundían sus raíces en un mar siempre azul y personajes totalmente desnudos que eran, alternativamente, buenos como ángeles o monstruos peligrosamente dañinos como los caribes.

En la relación del cabildo veracruzano se habla de casas de piedra, de personajes social y religiosamente jerarquizados y de un lejano, poderoso y misterioso emperador.

La noticia no era sólo lo que se contenía en la relación que había llegado a manos de Carlos v; venía envuelta en una serie de circunstancias que añadían dramatismo al suceso. La primera de todas era que la carta proclamaba la ruptura del orden establecido en las tierras ribereñas del Caribe. Hernán Cortés, por ella y a través de las declaraciones del cabildo, pedía la sanción suprema sobre aquel acto que venía a romper la unidad gubernamental que subía desde Velázquez, gobernador de Cuba, y pasaba por Fonseca, el prelado manipulador de las cosas de Indias.[8] La carta traída a la península por los hidalgos Puerto Carrero y Montejo, marcaba, además, una especie de récord en la rapidez de los viajes oceánicos de regreso, pues bajo la inteligente mano de Antón de Alaminos se acababa de descubrir el canal de Bahama, por el que la corriente del Golfo se derramaba en el mar abierto, facilitando así el regreso transmarino. A pesar de que los mensajeros llegaron a una península que no había alcanzado la plena pacificación tras el levantamiento comunero, sin embargo era buena noticia la exaltación al trono pontificio de quien había ejercitado el mando supremo en España, el cardenal Utrecht, más conocido con el nombre oficial de Adriano vi.[9]

Segunda relación (30 de octubre de 1520)

No se conserva la primera relación, pero hay dos párrafos en la segunda que aluden a su contenido.

En la otra [relación] dije a vuestra majestad las ciudades y villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido, y yo a él tenía sujetas y conquistadas. Y dije asimismo que tenía noticias de un gran señor que se llamaba Moctezuma [...]. Y que confiado en la grandeza de Dios, y con esfuerzo del real nombre de vuestra alteza, pensaba irle a ver doquiera que estuviese; y aun me ofrecí en cuanto a la demanda deste senor, a mucho más de lo a mí posible: porque certifiqué a vuestra alteza que lo habría preso o muerto o súbdito a la corona real de vuestra majestad [...] (Cortés, p. 12).

Al explicar su programa de acción, lo presenta de esta manera: debilitar al enemigo, Moctezuma –en este caso–, infiltrándose en los grupos de descontentos que iba encontrando, programa de acción que pondrá en práctica a lo largo de su marcha sobre Tenuxtitlan. Describe al mismo tiempo, con habilidad de dramaturgo, los altibajos de amistad y enemistad que fueron surgiendo a lo largo del camino. Los de Zempoal sugirieron el paso por Tlaxcala, cuyos pobladores aparecían en el esquema cortesiano como cordiales enemigos de los aztecas. Su resistencia inicial no entraba en los cálculos de nuestro capitán, pero el resultado final fue una sincera amistad que se demostró en los momentos decisivos de la retirada de México.

Viene el "castigo" de Cholula que nunca recibió el placet de los moralistas de la escuela lascasiana; y seguían adentrándose... y seguían recibiendo mensajes de Moctezuma, que no encontró el procedimiento mágico ni realista para detener la marcha de aquellos "huéspedes" que presentía poco oportunos.

El "encuentro de culturas"

Pasada Cholula la hueste cortesiana avista la gran ciudad de Tenuxtitlan, en una de cuyas calzadas de acceso ocurrió de hecho el llamado "encuentro de culturas" que no puede situarse en las playas caribeñas en octubre de 1492, sino en aquel mes de noviembre de 1519, momento que Cortés no olvidaría nunca.

Vio venir a su encuentro a Moctezuma, con hasta doscientos señores [...] que venían en dos procesiones, y muy arrimados a las paredes de la calle, que es muy ancha; y muy hermosa y derecha, que de un cabo se parece el otro, y tiene dos tercios de legua [...] y el dicho Moctezuma venía por medio de la calle, con dos señores [...] cada uno le llevaba de su brazo [...].

La solemnidad de los ritos, el intento de Cortés de abrazarle, que no se le consintió; el intercambio de collares, la introducción en el palacio que tenían aderezado para su aposentamiento y de sus soldados. Y finalmente, el discurso de Moctezuma excusando su debilidad y nula resistencia a tan pequeña hueste, como era la cortesiana, por haberla identificado con el mítico regreso de Quetzalcóatl... quien sería, no Cortés ni los recién llegados, sino el lejano emperador en cuyo nombre venían.

Las palabras de Moctezuma contenían además la plena justificación de la empresa; ya que "sed cierto [decía Moctezuma, siempre según Cortés] que os obedeceremos y tendremos por señor, en lugar de ese gran señor que decís [...]" (Cortés, p. 25).

No pierde detalle Cortés de lo que va viendo, que le sirve para marcar las diferencias con las restantes tierras descubiertas en aquel cuarto de siglo. Diferencias que bien merecen la consideración de encuentro de culturas que se viene aplicando sin tanta justeza a los contactos realizados en las islas y playas caribeñas.

Que no todo estaba solucionado, quedaba claro y patente.

La mejor y más noble ciudad

Cortés y sus castellanos están "encantados" en el doble sentido, arcaico y moderno, del vocablo: "encantados", como envueltos en clima de algún "encantamiento" y "encantados" por el alto nivel de satisfacción alcanzado.

Como en el mejor libro de caballería acaban de dar con una habitación en que las cosas preciosas se amontonan como si fueran objetos inútiles; el "encuentro" se completa con la palabra de Moctezuma que decide consagrar aquel tesoro al lejano emperador.

Sus excursiones por la ciudad, que se completan con un paseo náutico, con los bergantines rápida y eficientemente construidos, les permiten "invitar" a Moctezuma, quien accede a su convite dejándose querer, aun a riesgo de perder su reputación entre los suyos; porque –dicen– que está prisionero... y así era en verdad.

Cortés expresa en su carta al emperador una genuina admiración por aquella ciudad surgida, como por arte de encantamiento, al otro lado del mar. Son frecuentes sus comparaciones con lo castellano, pero lo mexicano suele llevar la ventaja. "Es una plaza [dice] tan grande como dos veces la [de la] ciudad de Salamanca [...] la [mezquita] más principal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla." Muy cuidadosa y admirativa es la descripción de lo que ahora llamaríamos "equipamiento" urbano: canales, calles, distribución de agua potable y otras semejantes. Tampoco se escapa a su observación la cantidad de casas o palacios de las personas poderosas, que aunque vivieran fuera de la capital tenían casa abierta en México-Tenuchtitlan para estar cerca del jefe Moctezuma. Pero su paleta tiene riesgo de agotarse cuando pasa a describir el palacio y el servicio que tenía Moctezuma; descripción que debió de hacer mella en Carlos v quien nunca gozó de un palacio estable y digno de su rango (Cortés, pp. 29-39).

Llega Narváez...

En el momento en que todo parecía arreglado, llega Narváez; tras la detención de Moctezuma en su propio palacio, vino la invitación –exigencia–para que todos los reyes y reyezuelos de la comarca rindieran tributo de sumisión al lejano emperador; y también la exigencia de la condena y ejecución de Quetzalpopoca, culpable de la muerte de algunos castellanos. Cortés parece gozar en este juego de peligrosos equilibrios, y hace quemar al culpable en presencia de Moctezuma encadenado en su trono. Llega al momento máximo cuando exige la limpieza de aquellos inmundos y hediondos cuajarones de sangre para consagrar una de aquellas estancias en las alturas del templo a una imagen de la virgen.

Actitud que –nos dirá Bernal Díaz– no era aprobada por fray Bartolomé de Olmedo, el director espiritual de aquella expedición; Cortés se lanza a la obra y arremete con los "bultos y cuerpos de los ídolos [...]. Y los derroqué [dice] de sus sillas y los fice echar por las escaleras abajo [...]" (Díaz del Castillo, p. 244).

El ritmo de la narración se altera con las primeras noticias del desembarco de la poderosa expedición que por orden del gobernador de Cuba y capitaneada por Pánfilo de Narváez venía a imponer la jerarquía sobre la "revolución" cortesiana. No se le olvidó la fecha a don Hernando:

Entrante el mes de mayo [de 1520] que estando en toda quietud y sosiego en esta dicha ciudad [...] con mucho deseo que viniesen navíos con la respuesta de la relación que a vuestra majestad había hecho desta tierra [...] para con ellos enviar todas las cosas de oro y joyas que en ella había habido para vuestra alteza [...] vinieron a mí ciertos naturales desta tierra, vasallos del dicho Moctezuma [...] y me dijeron [...] cómo habían llegado cotorce navíos [...]

Derrota de Narváez y sublevación en la capital

La relación de este acontecimiento que llamaríamos "relámpago" lleva de nuevo a Cortés al estilo literario del primer tiempo. Cortés tiene interés en dejar bien clara la rectitud de su conducta; para ello enumera las distintas embajadas cruzadas entre la capital y Zempoal donde habían puesto su "plaza de armas" los recién llegados. Hay abundancia de apellidos vascos, particularidad que da pie a don Hernando para el juego de palabras que refiere Bernal, con toda la verosimilitud requerida (Díaz del Castillo, p. 36).

A la pregunta de Moctezuma, con su punta de insidia, que se admira, y con razón, de aquella especie de expedición punitiva, tratándose de gente del mismo origen, con idéntico credo religioso e idéntico emperador, Cortés responde:

Que como nuestro emperador tiene muchos reinos y señoríos, hay en ellos una diversidad de gentes, unas muy esforzadas y otras mucho más; e que nosotros somos de dentro de Castilla, que llaman Castilla la Vieja, e nos nombran por sobrenombre castellanos; e que el capitán que está ahora en Cempoal, y la gente que trae que es de otra provincia que llaman Vizcaya, e que tienen la habla revesada, como a manera de decir como los otomís de tierra de México (Díaz del Castillo, p. 115).

La conversación concluyó con grandes abrazos y apretadas recomendaciones para que trataran bien a su hermano Tonatio, hijo del sol, como llamaban a Pedro de Alvarado.

Cortés derrotó con facilidad a Pánfilo y se encontró con un aumento considerable en su hueste; alegría empañada con la noticia que se le transmitió desde la capital de haberse levantado el pueblo, y sometido a cerrado asedio a los castellanos.

Cortés pone de relieve en su relación la imprudencia tanto del gobernador de Cuba, como de su teniente Narváez, que pusieron en peligro de perderse la ciudad y reino, y no comenta la posible responsabilidad de Alvarado en aquel levantamiento popular.

Vida literaria de la segunda carta-relación

La segunda carta-relación se fechó en la villa de Segura de la Frontera el 30 de octubre de 1520, pero no pudo salir de la Nueva España hasta el 5 de marzo de 1521; paso el Atlántico y llegó a Castilla en manos de un hidalgo de Medellín, Ilamado Alonso de Mendoza, siendo finalmente impresa en Sevilla el 8 de noviembre de 1522, cuando hacía un año que había concluido el asedio de Tenuchtitlan.

Este retraso quedó subsanado en parte –lo he dicho ya– por la diligencia de Pedro Mártir de Anglería que la comentó en su cuarta Década de Orbe Novo, aparecida en Alcalá antes de finalizar el año de 1521, ya que había sido dedicada al sumo pontífice León x.

La Década abarca los primeros descubrimientos de Córdoba y Grijalva que ocupan sus tres primeros libros; en el sexto libro se inicia la empresa cortesiana, que se continúa el séptimo, reservándose para el octavo y noveno una pequeña introducción acerca de los "libros" y otros signos externos de la cultura mexicana.

En la misma segunda relación se basa la Década quinta que pudo salir al público en 1522, y que abarca la primera entrada en la capital mexicana y la expedición de Narváez.

Como dato adicional hay que recordar que Narváez consiguió una real cédula que prohibía la impresión de las cartas de Cortés; real cédula que conocemos solamente por la contraorden dada al mismo Narváez, encargándole que recogiera los ejemplares que tuviera, o conociera, de tal disposición, que quedaba así revocada.[10]

Cuando los herederos de Bernal Díaz quisieron poner al día una copia de la Crónica, no se contentaron con modificar el texto del capítulo sino que fue íntegramente tachado para evitar protestas de los descendientes de los compañeros de Pánfilo.

Pudiera considerarse respuesta "oficial" a la carta el nombramiento de Hernán Cortés como gobernador y capitán general, el 15 de octubre de 1522 (Cortés, p. 33).

La tercera carta-relación. Coyoacán 1522

Es una relación triunfal que, además de cubrir el largo asedio de la ciudad, narra los intentos casi siempre acompañados de éxito que tenían por objeto completar el dominio del emperador sobre aquella Nueva España que surgía tanto de las ruinas de la asolada Tenuchtitlan como de puntos más periféricos: Guazacualco, a mitad del camino de Yucatán; y las costas del mar del sur en la provincia de Tecoantepeque que abrían la nueva perspectiva de la navegación en busca de la especiería.

La tercera relación contiene una serie de disposiciones que fueron de incalculable importancia. Como primera, por ejemplo, la decisión de reedificar la nueva capital en el emplazamiento de Tenuchtitlan, a cuya resurrección consagra este párrafo:

Está muy hermosa; y crea vuestra majestad que cada día se irá ennobleciendo, en tal manera que como antes fue principal y señora de todas estas provincias, que lo será también de aquí adelante; y se hace y se hará de tal manera que los españoles estén muy fuertes y seguros, y muy señores de los naturales [...] (Cortés, p. 92).

En este mismo orden de cosas anuncia "que yo repartí los solares a los que se asentaron por vecinos; e hízose nombramiento de alcaldes y regidores en nombre de vuestra majestad, según en sus reinos se acostumbra [...]".

Cortés tomó otra disposición que años después encrespó el celo "indigenista" de fray Bartolomé de Las Casas; la decisión no le fue fácil, y Cortés describe su deliberación interna y la razón de su disposición final que fue:

depositar los señores y naturales destas partes a los españoles, considerando en ello las personas y los servicios que en estas partes a vuestra majestad han hecho: para que en tanto que otra cosa mande proveer [...] los dichos señores y naturales sirvan y den a cada español [...] lo que hubieran menester para su sustentación (Cortés, p. 95).

Implantación del sistema de "encomiendas" que habría de durar un par de siglos, dentro de un lento proceso de liquidación hasta llegar al ideal de convertir a los indígenas en vasallos libres de los reyes de España.

Cortés intercala en su relación al emperador, la carta particular de uno de sus soldados, Hernando de Barrientos, a quien él había encargado establecer una estancia de ganado en tierras de Chinanta, preciosa muestra del ambiente que existía en aquella hueste.

Nobles señores, dos o tres cartas he escrito a vuestras mercedes, y no sé si han aportado allá o no; y pues de aquellas no he habido respuesta, también pongo en duda habella desta. Hágoos, señores, saber como todos los naturales desta tierra de Culúa, andan levantados y de guerra, en muchas veces nos han acometido; pero siempre, loores a nuestro señor, hemos sido vencedores. Y con los de Tuxtepeque, y su parcialidad de Culúa, cada día tenemos guerra. Los que están al servicio de sus altezas, y por sus vasallos son siete villas de los Tenez [en la provincia de Tabasco, donde se coge mucho cacao]; y yo y Nicolás siempre estamos en Chinanta, que es la cabecera. Mucho quisiera saber dónde está el capitán para le poder escribir y hacer saber las cosas de acá. Y si por ventura me escribieredes de donde él está, y enviaredes veinte o treinta españoles, irme hía con dos principales de aquí, que tienen deseo de ver y fablar al capitán; y sería bien que viniesen: porque como es tiempo de coger el cacao, estorban los de Culúa con las guerras. Nuestro Señor guarde las nobles personas de vuestras mercedes, como desean. De Chinantla, a no sé cuántos del mes de abril de 1521 años. A servicio de vuestras mercedes. Hernando de Barrientos (Cortés, p. 69).

Curiosa pieza que Cortés consideró digna de ser presentada al emperador, sin que aparezca muy clara la última motivación de tal proceder de nuestro capitán.

Historia literaria de la cuarta relación

La cuarta relación de Cortés, fechada en Tenuchtitlan a 15 de octubre de 1524, aportó a la península en manos de un hidalgo de Toro que se llamaba Diego de Soto. Con él iba un Juan de Ribera, que había sido secretario de Cortés, pero a quien nunca guardó fidelidad, al punto de quedarse con los pesos de oro que llevaba encomendados para el padre de don Hernando. En esta ocasión llevaron al emperador ochenta mil pesos de oro y una culebrina "de oro bajo y plata". Dice Bernal que representaba el ave Fénix –símbolo de la resurrección– y un mote escrito a lo largo del cañón: "Esta ave nació sin par; y yo en serviros sin segundo; y Vos sin igual en el mundo" (Díaz del Castillo, p. 498).

La riqueza del donativo y la esplendidez del obsequio dieron mucho que hablar sin que, por ello, hubiera unanimidad en favor de Cortés.

No había tenido tiempo el general de la orden franciscana para recibir las órdenes del papa, pero adelantándose a ellas había organizado una expedición de doce franciscanos que iniciaron en México aquella gloriosa empresa de conversión al cristianismo, en un movimiento de masas sin igual en la historia sociorreligiosa de la humanidad.

Cortés salió a recibir aquella insólita embajada. El contraste entre los hábitos pobres de los recién llegados y el multicolor atuendo de los soldados, y el ver cómo, empezando por Cortés, se postraban ante ellos para besar sus hábitos y sus manos y pedir su bendición, consiguieron entre los atónitos indígenas un efecto profundo y duradero. No merecieron tan buena calificación para Bernal los doce dominicos que llegaron "tres años y medio más tarde" pero esta primera impresión quedó superada en Bernal cuando ya en Guatemala pudo experimentar la bondad de la vida de los dominicos con los que convivió en su encomienda de Sacatepéquez.  

En la cuarta relación escrita el 15 de octubre de 1524, Cortés sugería al emperador un cambio en la política religiosa que había de seguirse en México; había que olvidar el esquema aceptado en Europa, con obispados que fueran pequeñas cortes en las que se congregaran los cabildos canonicales en torno a magníficas catedrales; las diócesis americanas habían de ser más efectivas y también más económicas. El procedimiento era sencillo: encargar a órdenes de larga tradición pastoral –franciscanos, dominicos, agustinos–, el trabajo de roturación y de posterior consolidación; en otros términos, cambiar las diócesis en provincias religiosas. Resolución de este tipo fue asumida de hecho por Adriano vi, en la encíclica que hacía a los provinciales religiosos una especie de obispos titulares o in partibus que, manteniéndose en el nivel de pobreza religiosa fueran, al mismo tiempo, jefes espirituales de las nuevas diócesis. Encíclica que al renovar en toda su amplitud los antiguos privilegios de las órdenes mendicantes, llevó el nombre ambicioso de Omnimoda.[11]

Todas las veces [escribe] que a vuestra sacra majestad he escrito, he dicho a vuestra alteza el aparejo que hay en algunos de los naturales destas partes para se convertir a nuestra santa fe católica y ser cristianos; y he enviado a suplicar a vuestra cesárea majestad para ello, mandase proveer de personas religiosas de buena vida y ejemplo. Y porque hasta ahora han venido muy pocos, o cuasi ningunos, y es cierto que harían grandísimo fruto, lo torno a traer a la memoria a vuestra alteza; y le suplico lo mande proveer con toda brevedad: porque dello Dios nuestro señor será muy servido, y se cumplirá el deseo que vuestra alteza en este caso, como católico, tiene [...] (Cortés, p. 115).

Cortés aprovecha la ocasión para recordar que en su primera relación pedía

obispos [...] y entonces pareciónos que así convenía, y agora mirándolo bien, háme parecido [...] los debe mandar proveer de otra manera [...] que vuestra sacra majestad mande que vengan a estas partes muchas personas religiosas [...] y muy celosas deste fin de la conversión destas gentes; y que destos se hagan casas y monasterios [...] y que a estos se les dé los diezmos para hacer sus casas y sostener sus vidas; y lo demás que restare dellos sea para las iglesias y ornamentos de los pueblos donde estuvieren los españoles, y para clerigos que las sirvan; y que estos diezmos los cobren los oficiales de vuestra majestad y tengan cuenta y razón dellos [...] que bastará para todo y aún sobra harto, de que vuestra majestad se puede servir [...] Y esto no se podría hacer sino por esta vía: porque habiendo obispos y otros prelados no dejarían de seguir la costumbre que por nuestros pecados hoy tienen en disponer de los bienes de la iglesia, que es gastarlos en pompas y en otros vicios; en dejar mayorazgos a sus hijos o parientes [...] y aun sería otro mayor mal, que como los naturales destas partes tenían en sus tiempos personas religiosas [...] y estos eran tan recogidos [...] si agora viesen las cosas de la iglesia y servicio de Dios en poder de canónigos o otras dignidades [...] y los viesen usar de los vicios y profanidades que agora en nuestros tiempos en esos reinos usan, sería menospreciar nuestra fe y tenerla por cosa de burla; y sería a tan gran daño, que no creo aprovecharía ninguna otra predicación que se les hiciese [...] Asimismo vuestra majestad debe suplicar a su santidad que conceda se poder y sean sus subdelegados en estas partes las dos personas principales de religiosos que a estas partes vinieren: uno de la orden de san Francisco y otro de la orden de santo Domingo, los cuales tengan los más largos poderes que vuestra majestad pudiere [...] porque hay necesidad que su santidad con nosotros se extienda en dar a esas personas muy largos poderes; y los tales poderes sucedan en las personas que siempre residan en estas tierras, o en el provincial de cada una de estas órdenes [...] (Cortés, p. 115).

El sistema así preconizado por Cortés parece llevar la mano y el asesoramiento de su pariente, el franciscano Urrea, que por entonces estaba en México. El sistema perduró hasta mediados de siglo en que el Concilio de Trento decidió aumentar los poderes y al propio tiempo las obligaciones episcopales, con lo que se produjo una elevación general en la espiritualidad de los obispos, sin que fuera necesario mantener indefinidamente esta situación. El lento cambio de la estructura diocesana llevó el nombre algo desorientador de "secularización de las doctrinas", que se prolongó hasta el siglo xviii.

En cambio, el esquema anterior de prelados, templos y canónigos, llenó la América hispana de catedrales que son auténticas joyas, que no hubieran podido llegar a tal nivel de magnificencia si las diocesis hubieran seguido el estilo de medias provincias regulares.

Relaciones de Godoy y Pedro de Alvarado

Ha sido costumbre imprimir la cuarta relación de Cortés junto con las relaciones de sus capitanes Godoy y Alvarado.

De escaso valor histórico la primera, de enorme interés la segunda, que abarca la conquista del reino cakchiquel y subsiguiente fundación de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, así como las primeras noticias de las grandes ciudades "perdidas" de los mayas.

Ambas habían sido dirigidas a su jefe y Cortés las incorporó a su propio escrito, en demostración de su talante característico que lo llevaba a extender a sus camaradas y capitanes las ventajas que pudieran reportar sus comunes empresas. La primera relación de Alvarado está fechada en Utatlán, capital del reino quiché, a 11 de abril de 1524. La segunda, en Santiago, a 28 de julio de 1524; en ella se queja precisamente del abandono en que se tiene a sus soldados, en tanto que los que van a la corte, regresan provistos no sólo de blasones, sino aun de rentas.[12]

Historia literaria de la quinta relación

Está fechada en Tenuchtitlan, a 3 de septiembre de 1526. No es un nuevo canto triunfal; se perciben notas de tristeza y añoranza. Las cosas no han ido tan bien como hubiera deseado y desearía presentarlas al emperador.

Se siente obligado de vez en cuando a referirse al detalle económico, y no sólo porque son muchos los que le calculan las rentas sin apoyo, ni con base en la realidad, ni apenas en los llamados signos externos de riqueza; ni faltan los que dejándose llevar de la imaginación le atribuyen deseos de acumular dinero como paso previo a la conquista de un poder autónomo frente al monarca español.

Está muy sentido por la mala correspondencia a sus trabajos, demostrada en el saqueo de su casa en México, que lo ha dejado sin dinero para poder ir a España, como lo desea. Para ello pide al monarca le señale una renta que vendría a ser la décima parte de lo que le calculan sus enemigos; y poder trabajar "en su real presencia [...]" pues se le daría crédito diciéndolo desde allá, "lo que no se me dará aunque desde acá lo escriba; porque todo se atribuirá [...] a ser dicho con pasión de mi interés, y no de celo que como vasallo de vuestra majestad debe a su real servicio [...]".

En esa misma línea comunica la noticia de haber aportado a Tehuantepeque en el Pacífico uno de los navíos de la escuadra de García de Loaisa: el navío era el pateche Santiago capitaneado por Santiago de Guevara. Hernán Cortés comunicó en su carta quinta la noticia al emperador, comprometiéndose a ayudar a Guevara en lo posible, como lo realizó.

Sin embargo, las cosas no se arreglaron, como lo hubiese deseado nuestro capitán, y la enorme empresa cortesiana naufragó poco a poco en lo que tenía de personal; en cambio, quedó perfectamente establecida en la geografía, donde pudo mantener durante tres siglos el título con que él la había designado en su segunda carta-relación: La Nueva España del mar océano.

La quinta relación no contó ya con el resonador de Anglería, que había fallecido, y no logró interesar al público como las anteriores; signo de este desinterés es que no fuera dada a la imprenta hasta 1852, cuando Enrique de Vedia la público en el tomo 22 de la Biblioteca de Autores Españoles, como volumen primero de los Historiadores primitivos de Indias

La academia renacentista de Hernán Cortés

No se puede cerrar este capítulo literario dedicado a don Hernán Cortés, sin mencionar la academia en que entretuvo su ocio.

Habla de ella el poeta épico Lasso de Vega en su Cortés venturoso, que la recuerda "como una de las más reputadas y de más estima que entonces había"; y con mas detalle el obispo de Comenge, don Pedro de Navarra, en sus Diálogos de la preparación de la muerte: "Entre las academias que había de varones ilustres [dice el obispo] en el tiempo que yo seguía la corte de aquel invictísimo César [...] era una (y no de las postreras) la casa del noble y valeroso Hernán Cortés, engrandecedor de la honra e imperio de España [...]."

Comentando este hecho, Carlos Pereira introduce en el grupo recordado por el obispo don Pedro de Navarra, al humanista, afincado más tarde en México, Francisco Cervantes de Salazar. No he encontrado su nombre en las enumeraciones conocidas, y me inclina a olvidarlo, entre los "académicos" de Cortés, que el mismo Cervantes no mencione este hecho al dedicar a don Hernando el Diálogo de la dignidad del hombre, impreso en Alcalá en 1564: "Las materias que entre estos insignes varones se trataban [prosigue el prelado] eran tan notables, que si mi rudo juicio alcanza alguna parte de bueno, tuvo de ellas el principio; tanto, que en doscientos diálogos que yo he escrito, hay muy pocas cosas que en esta excelente academia no se hayan tocado [...]."[13]

De esta amistad en el seno de la academia, surgió el deseo del historiador Giovio de tener un retrato de Cortés para enriquecer su museo, que pasó finalmente a la colección de grabados ilustrados con pequeños comentarios, publicada en Basilea en 1575 con el título de Elogia virorum bellica virtute illustrium; grabado y retrato que pude identificar hace años, y cuyos rasgos más característicos curiosamente coinciden con la descripción que Bernal hizo en su Historia verdadera... Los Elogia... de Giovio, probablemente no vistos en su edición original, ni en la edición castellana de Gaspar de Baeza (Granada, 1568), pero captados en conversaciones que insistían en el exclusivismo de las alabanzas dedicadas al conquistador, con olvido de sus colaboradores movieron a Bernal a situar al Giovio entre los que habían deformado la historia de la conquista, trasformándola en una epopeya con héroe único.

A Giovio –con parecido desconocimiento inmediato– lo cita Bernal junto con Illescas, autor de la Historia pontifical y católica a quién considera responsable junto con Gómara de la exclusiva atribución a Cortés de todo el mérito de su empresa.[14]

En cambio, Bernal desconoce al cronista de Aragón, Bartolomé Leonardo de Argensola que lo cita vinculado con las relaciones de Cortés, y específicamente en torno a la simpática fábula en que Bernal se atribuía la introducción accidental de las naranjas en Tabasco: simpática fabulita que fue suprimida en el manuscrito "Guatemala", pero que había entrado en el dominio público a través de "Remón".[15]

mostrar Francisco López de Gómara

Se le puede considerar el primer "historiador" de las Indias que se levanta sobre el detallismo de las crónicas que le precedieron y organiza todo aquel hervidero de grandes acciones bajo una impresionante unidad.[16]

Se sabe muy poco de la juventud y primeros años de Gómara: nació en Sevilla hacia 1510; se le supone estudiante en Alcalá, aunque su presencia no consta en ningún documento universitario. 

Gómara dice que estuvo en Bolonia y en Venecia; en relación con tal estancia menciona su larga amistad (a quien –dice– yo conversé mucho tiempo) con Olav, arzobispo de Upsala, que dejó su diócesis por haber sido derrotado en su empeño de excluir a los luteranos de su patria (López de Gómara, p. 159). 

Naturalmente, no hay datos que nos permitan profundizar más en su formación literaria, que yo considero retórica, en el mismo colegio de San Clemente de Bolonia donde habían sido colegiales Vives y Nebrija; allí mismo pudo comenzar el curso de Artes que le permitió asumir la notable erudición grecolatina que campea en los primeros capítulos de su Historia general. 

Gómara organiza su obra en dos partes: la primera, que forma una especie de enciclopedia, recoge todo lo que entonces se sabía sobre el "Nuevo Mundo": el Orbe Novo de Anglería. Y conforme a las costumbres de otros cronistas, abre su historia con una amplia y detallada geografía que permita al lector situar cada cosa en su lugar correspondiente. Dedica la Primera Parte de la Historia al emperador "de romanos, rey de España", don Carlos v y abre la dedicatoria con la frase que se ha hecho célebre: "La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las Indias" (López de Gómara, p. 156).

La Historia de las Indias se alarga hasta las islas de la especiería y la primera vuelta al mundo; en el tiempo intermedio, Gómara deja a un lado la Historia de la conquista de México, que será objeto de la Segunda Parte. Ambas aparecieron en 1552 en Zaragoza: la primera con 122 folios, la siguiente con 139, esta última dedicada al "muy ilustre señor don Martín Cortés, marqués del Valle". El cambio en la dedicatoria parece indicar que entre la Primera y la Segunda Parte se produjo el fallecimiento del conquistador, con lo que pondríamos la fecha de separación en diciembre de 1547, haciendo un paréntesis de cuatro años para el trabajo de impresión después de muerto Cortés; es bueno aclarar que carecemos de apoyos documentales para mayores precisiones. 

La frase que podría servir de lema a esta segunda parte es la siguiente: "La conquista de México y conversión de los de la Nueva España justamente se puede y debe poner entre las 'historias del mundo'; así porque fue bien hecha, como porque fue muy grande" (López de Gómara, p. 295). 

Gómara entrelaza la historia de México con la de su conquistador; así, comienza con su nacimiento, y cierra con su muerte y sepultura. El cronista estaba muy satisfecho con su estilo de redacción: "El romance que lleva es llano, el cual agora usan; la orden concertada e igual, los capítulos cortos por ahorrar palabras, las sentencias claras, aunque breves [...]." Y aconsejando a los trasladadores [traductores], dice: "Yo ruego mucho a los tales, por el amor que tienen a las historias, que guarden mucho la sentencia, mirando bien la propiedad de nuestro romance que muchas veces ataja grandes razones con palabras [...]" (López de Gómara, p. 155). 

No calculaba mal Gómara, pues fueron muchas las traducciones de su Historia. Conozco ocho al francés antes de 1608; otras tantas al italiano y dos o tres al inglés. 

Gómara tiene muy buen estilo, sabe escoger los detalles y las palabras; y aunque le falta –como era de temer– color local, sabe aprovechar los informes que han ido llegando a sus manos. 

Cuando el doble libro de Gómara llegó a uno de los antiguos conquistadores, hizo la impresión de que se trataba de una alabanza de Hernán Cortés, con olvido de sus colaboradores; tal impresión es innegable en la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, aunque este rechazo de la obra gomariana es más aparente que real, ya que la obra de Gómara sirvió de pauta, cronológicamente ajustada, para las crónicas posteriores. 

La impresión de panegírico cortesiano se acrecienta al verificar la constante presencia de Cortés como sujeto de la acción no sólo gramatical, sino sobre todo real y afectiva. 

La obra de Gómara tiene un cierto desenfado que impresionó mal a los censores del Consejo, los cuales procedieron a ordenar su recogida. Pero, naturalmente, esta orden sólo tuvo efectividad dentro de los reinos peninsulares, mientras su edición y venta quedó libre en el resto de Europa. Años después se estableció en las Leyes de Indias una norma que limitara la impresión de libros que detallaran excesivamente las costas y sobre todo los puertos del continente, para evitar que tales publicaciones cooperaran en las innumerables incursiones piratas que se multiplicaron a lo largo de los siglos; tampoco se aceptaron las discusiones sobre el derecho exclusivo de los reyes de Castilla en relación con el continente; estaba también acotada y limitada la exposición de las idolatrías indígenas que pudieran renovar recuerdos perjudiciales en los recién convertidos..., puntos todos objetables que pudieron dificultar la libre impresión de las obras de Gómara

La Historia de López de Gómara pudo ser incluida en cualquiera de estas limitaciones, con su correspondiente prohibición. La cédula real dada por Felipe ii llevaba fecha de 8 de enero de 1554; y las impresiones en lengua castellana (dos en España y siete en Amberes) no volvieron a reanudarse hasta 1743 en que fue publicada por Andrés González Barcia. Por su parte, Enrique de Vedia publicó la Historia de Gómara en el torno xxii de la Biblioteca de Autores Españoles (con una pequeña pero ajustada introducción; Madrid, 1852). Finalmente, la mejor edición se debe a Joaquín Ramírez Cabañas (México, 1943). 

La obra de Gómara ha tenido sus tiempos de popularidad y de olvido; alternativas inducidas por la mayor o menor importancia dada a la Historia de Bernal Díaz, la cual, después de los estudios realizados sobre sus manuscritos, ha vuelto a gozar del favor del público.[17]

mostrar Bartolomé de Las Casas

Bartolomé de Las Casas había dado a la imprenta, algo subrepticiamente, su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), con la excusa de tratarse de un memorial para conocimiento de los consejeros y demás personajes que deberían ser informados con mayor detalle sobre los asuntos de Indias, y no estaba destinado para el público en general. La Brevísima fue un éxito editorial, especialmente cuando pudo ser ilustrada por el buril de De Bry, convirtiéndose así en una especie de compendio del antiespañolismo europeo.

El capítulo dedicado a la Nueva España reúne a todos los que participaron en su conquista bajo el apelativo general de "hostes públicos y capitanes enemigos del linaje humano". Las Casas no detalla las distintas fases de la conquista, ya que sólo le interesan "en globo" y como demostración de su tesis general, afirmaciones que no gustaron nada a Bernal, quien las ataca al bajar el número de muertos –o de habitantes– en que se refocilaba Las Casas.

La obra de Las Casas nunca gozó de verdadero valor documental, ya que fue considerada como un alegato en favor de una tesis: la injusticia, total y singularizada, de la empresa americana; también de la aptitud de Las Casas, por su conocimiento teórico y experiencia práctica, para enderezarla.[18]

mostrar Bernal Díaz del Castillo

En Historia de una historia he seguido y comentado las fases evolutivas de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España desde que se inició su redacción en Santiago de los Caballeros de Guatemala (ca. 1552) hasta 1632 cuando aparece impresa en Madrid; ahora voy a reducir este trabajo a sus puntos fundamentales.[19]

Bernal Díaz nació en Medina del Campo entre octubre de 1495 y marzo de 1496, en una familia de cierta consideración social ya que su padre, Lope, había sido regidor de aquella "muy noble e insigne villa". Lo suponemos niño estudioso que llega a dominar el escribir, leer y contar cuando todavía este conocimiento no era patrimonio común de los pequeños de su edad. Medina era famosa por el arte caligráfico que había hecho célebres a sus escribanos, los cuales encontraban campo abierto para su especialidad en la activa vida comercial de la villa. Se contaba la frase de Isabel, la Reina Católica: entre los puestos que hubiese deseado para sus hijos, tras la corona y la mitra estaba una escribanía en Medina.

Bernal Díaz nos confiesa que soñaba, en su primera juventud, con parecerse a sus padres y antepasados, y para ello había decidido "pasar" a Indias. En Sevilla se conservaba una ficha que, bajo el nombre de Bernal Díaz (hijo de Lope y Teresa –ambos Díaz–) se embarcó el 5 de octubre de 1514; dato en pequeña discrepancia con Bernal, el cual afirma haberse embarcado en la expedición de Pedrarias, que ya para esa fecha estaba navegando.

Nada nos narra Bernal de la travesía ni de su primera temporada en Castilla del Oro –así se llamaba lo que, andando el tiempo, sería Panamá–; y lo poco que cuenta se le enreda, ya que parece suponer que estuvo en aquella tierra al mismo tiempo que Vasco Núñez fue decapitado, suceso que tuvo lugar en 1519 cuando, según el propio Bernal, ya estaba incorporado a la expedición de Hernán Cortés. Continúa describiendo el paso a Cuba, en busca de su pariente, el gobernador Velázquez de Cuéllar, por cuyo consejo se enrola sucesivamente en las empresas de Fernández de Córdoba y de Grijalva. La doble expedición es descrita por Bernal en primera persona, aunque la tradición posterior ha encontrado serias dificultades para admitir su presencia en ellas. Curiosamente, la inexactitud en fechas y nombres de etapas, sería un argumento en contra de la autenticidad de su relato, lo cual es el mérito principal de su estilo narrativo.

En las probanzas que encargo a modo de moderno curriculum vitae, Bernal no menciona más que la expedición que capitaneó Fernández de Córdoba, dejándose en el tintero la de Grijalva, que queda así en la penumbra de la duda.

Y se enrola en la expedición de Cortés: su estilo llega al máximo nivel. Yo creo que los 137 capítulos que dedica su crónica a la gesta de Hernán Cortés y sus huestes, desde su desembarco en Tabasco hasta la rendición de Cuauhtémoc, puede tener ventajoso lugar entre los grandes narradores de la historia. Y sin embargo, no es la exactitud del dato, del nombre o fecha lo que ha de buscarse en Bernal. Es más exacto Cortés en sus Cartas de relación; han compulsado más fuentes Gómara, Herrera o Torquemada; conocen mejor las actuaciones indígenas Sahagún, Ixtlilxóchitl o Gamargo; pero algo tiene Bernal que lo hace imprescindible: el acierto en la captación del ambiente humano.

Los itinerarios en Bernal se traducen al lenguaje humano por el recuerdo del frío, del calor o del cansancio; y etapas que no despiertan sensaciones características corren peligro de desaparecer de su memoria; por eso es imprescindible la lectura paralela de Cortés para organizar las experiencias bernaldianas en el tiempo y en el espacio. Así creo, con Iglesia y Ramírez Cabañas, que los itinerarios de Gómara, basados en los de Cortés y Motolinía, le proporcionaron el mínimo geográfico necesario para ordenar sus recuerdos de manera inteligible, tanto para el escritor cuanto para sus lectores.

No gusta Bernal de los números que aparecen en la Historia de Gómara; éstos son un simple eco de los que parecían orgullo de Cortés en sus cartas-relaciones. Años más tarde, cuando el ambiente castellano se había vuelto contra los conquistadores, los números de muertos en las batallas habían dejado de ser cantidades positivas y se habían convertido en acusaciones:

Tantos números que dicen que había de vecinos [en los pueblos] que tanto se les da de poner ochenta mil como ocho mil [...] pues de aquellas grandes matanzas que dicen que hacíamos siendo nosotros cuatrocientos y cincuenta soldados [...] que aunque estuvieran los indios atados no hiciéramos tantas muertes [...]. Y escriben los cronistas [...] que hacíamos tantas muertes y crueldades que Atalarico muy bravosísimo rey y Atila muy soberbio guerrero [...] en los campos catalanes no hicieron tantas muertes de hombres [...] (Sáenz de Santa María, 1984, p. 34).

En las sucesivas correcciones por las que ha pasado la crónica –como veremos más adelante– el corrector Bernal o sus hijos se han fijado en las cifras, que casi siempre han disminuido, pero otras veces han aumentado y otras más han vuelto al número inicial... En otras palabras: los números en Bernal no pueden tomarse como datos indiscutibles ya que siempre fueron imprecisos para el mismo narrador.

Decía Gómara en su aviso a los traductores que tuvieran cuidado con los nombres, tanto indígenas como castellanos; en los manuscritos que se conservan de la crónica bernaldiana los nombres han pasado por la misma danza que los números, y en ningún momento pasan de una discreta probabilidad.

Hace años decía yo –y sigo opinando lo mismo– que esta misma indecisión confirma el carácter y el nivel de instrucción del autor más propios de un soldado que de un hombre de letras.

Distintas redacciones de la Historia verdadera

Antes de continuar en este comentario me parece oportuno aclarar el tema de las distintas redacciones que han ido modificando el texto de Bernal y su justificación manuscrita.

Yo he adoptado como fecha inicial para el comienzo de la redacción de esta Historia el ano de 1551, cerrándose una primera redacción en 1575, cuando Villalobos, presidente de la Audiencia de Guatemala, envía una copia del manuscrito a España. Esta copia no fue trasladada a la imprenta y quedó en alguna de las "covachuelas" del Consejo, hasta que "reapareció" hacia 1630 y fue vista y leída por el consejero de Indias don Lorenzo Ramírez de Prado, que la consideró de mucho interés para su amigo y colega en aficiones históricas fray Alonso Remón, cronista de la orden mercedaria.

Fray Alonso la leyó y, coincidiendo con el parecer de su amigo don Lorenzo, consideró la Historia como una especie de biografía del mercedario fray Bartolomé de Gimedo y por lo tanto digna de ser publicada por cuenta de la Orden. Antes de concluir la correspondiente preparación, fray Alonso falleció y le sucedió en el oficio fray Gabriel de Adarzo y Santander, quien no mantuvo la discreta y respetuosa actitud de Remón: debió considerar que no eran suficientes los loores dedicados a Olmedo, y que entraba en su carácter de cronista mercedario apoyarlos y, consiguientemente, ampliarlos. El conjunto de estos apoyos, y eventuales implicaciones, ha recibido el nombre de "interpolación mercedaria"; y en nuestra edición crítica (Madrid, 1982) llegan a 63, distribuidos en 19 capítulos que van desde el clviii hasta el cxcix (Sáenz de Santa María, 1984, pp. 30-35).

Esta interpolación aumentaba el número de los mercedarios, y asignaba a la Orden la gloria de haber sido la primera en la cronología de la evangelización de Guatemala. Afirmación que no fue llevada con paciencia por los franciscanos ni por los dominicos, que se tomaron el trabajo de establecer un primer cotejo entre la copia manuscrita que había quedado en poder de la familia Díaz del Castillo y la impresión madrileña. Este cotejo trascendió poco a poco a los círculos eruditos y constituyó un primer golpe contra la credibilidad de la obra bernaldiana.

La familia Díaz del Castillo había decidido poner en limpio el manuscrito, pues se desconocía el paradero del que había sido enviado por Bernal a Madrid. Durante años esta copia quedó en poder de los familiares junto con el manuscrito que pudiera llamarse "borrador": así, se denomina manuscrito "Remón" el que había servido para la edición que naturalmente no se conserva, conociéndose como manuscrito "Guatemala" el que se había mantenido siempre en este último lugar. Finalmente, se conoce como "Alegría" la copia sacada en limpio a principios del siglo xvii debido al nombre de la familia que fue su última poseedora antes de ser adquirida por la Biblioteca Nacional de Madrid.

Resumamos los valores respectivos. El "Guatemala" es un borrador que conserva –entre multitud de tachaduras y añadiduras– lo que pudiéramos llamar historia interna del manuscrito bernaldiano. Contenía con bastante exactitud la primera copia que Bernal envió a España en 1575 y que se mantuvo intacta hasta el primer cuarto del siglo xvii; mientras el cronista Remón, la preparó para la imprenta sufrió añadiduras caprichosas completamente ajenas a Bernal Díaz en años cercanos a 1630, cuando Adarzo y Santander introdujo en aquellos folios la llamada "interpolación mercedaria". Pero se había producido otra crisis, y más peligrosa, en manos del hijo de Bernal, don Francisco, quien entró "a saco" en el "borrador" para una "puesta en limpio" que corrigió, añadió, tachó, y hasta se atrevió a suprimir folios enteros, modificaciones que han sido reconstruidas gracias a la versión que se mantuvo casi intacta en el manuscrito "Remón".

El primer bloque de variantes abarca los folios 1-17, que han sido rehechos en su totalidad, aunque fueron recopiados con bastante exactitud, a excepción del primer párrafo, sustituido y corregido varias veces; en una de estas correcciones desapareció el párrafo en que declaraba su naturaleza y el nombre de su padre: "natural [decía] de la muy noble e insigne villa de Medina del Campo, y de [Francisco] Díaz del Castillo, regidor que fue della [...]".

Hay un gran capítulo que no desapareció del original pero sí de la copia en limpio –o manuscrito "Alegría"– y comprendía el capítulo cx en que se iniciaba el asunto de la venida de Narváez con tres nombres propios cuyos descendientes se hubieran podido molestar. Pero las supresiones no llegan a mayores proporciones hasta el capítulo 203, equivalente al 253 en "Guatemala", donde se ha sustituido el folio entero, y sólo han quedado la cabeza y el pie del capítulo tachados en "Guatemala" como testigos de la versión anterior. La desaparición del folio fue más completa en el capítulo ccxii bis; el cual se mantuvo solamente en "Remón" y por lo tanto en la edición de 1632. ¿Qué tenían estos dos capítulos para su mutilación en uno y su completa supresión en el otro? Pues –a juzgar por la posible causa común– se trata de borrar todo recuerdo de la catástrofe que asoló la primitiva Santiago de Guatemala en Almolonga, los providencialismos que habían llevado a los vecinos de la ciudad anegada a señalar como culpable ante la providencia divina a doña Beatriz, la viuda de don Pedro de Alvarado. Idéntico motivo condujo a los vecinos criollos a la misma Santiago a perseguir con todas sus fuerzas a fray Antonio de Remesal y su Historia: habían revuelto con clara imprudencia ciertas cenizas que estaban más tranquilas en su tumba (Sáenz de Santa María, 1984, pp. 35-39).

Completo la historia del manuscrito bernaldiano añadiendo que, tras la impresión de 1632, se volvió a publicar el manuscrito "Remón" en 1795, 1837, 1853, 1854, 1862 y 1870; fue traducido al inglés en 1800, 1803, 1824 y 1843; también fue traducido al alemán en 1838 y 1849; al francés en 1876,1877 y 1897; y finalmente al húngaro en 1877 y 1899 (Sáenz de Santa María, 1984, pp. 153-156).

La desconfianza inducida entre los historiadores al hacerse pública la poca fiabilidad del texto conocido los hizo volver al manuscrito "Guatemala", presentado al público por Genaro García, en versión tan ajustada a la original que resultó ilegible (México, 1904). Sobre este borrador y con ciertos ajustes que parecían imprescindibles, salieron casi todas las ediciones de principios de siglo (1920, 1928, 1933, 1938 y 1942) de acuerdo con el texto preparado por Carlos Pereyra. Del mismo original se hizo una versión alemana (1906-1909), y dos inglesas (1928, 1938). Debe agregarse la que se publicó en Guatemala, bajo la dirección de J. A. Villacorta, que es independiente (Sáenz de Santa María, 1984, pp. 156-157).

El estado algo fragmentario de las versiones hechas sobre el manuscrito "Guatemala" movió a preparar una nueva versión que aprovechara el manuscrito "Remón" para corregir y completar el "Guatemala": obra iniciada por Ramón Iglesia e interrumpida por la guerra civil española y cuya continuación me fue encargada por el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo; en ésta se varió el sistema hasta entonces empleado y se tomó como base el manuscrito "Remón" en lugar del "Guatemala". Así, apareció una nueva versión en Barcelona (1978); y tras la edición crítica monumental (Madrid, 1982) fue reeditado el texto en México (1983) y en Madrid (1984). Con ello pudo darse también el verdadero valor al manuscrito "Alegría" en el que quedaron claramente localizadas las modificaciones introducidas por don Francisco Díaz del Castillo; con ello el manuscrito "Alegría" perdió el aire de versión auténtica que se le había asignado (Sáenz de Santa María, 1984, pp. 157-162).

¿Por qué escribió Bernal?

Suele decirse que Bernal escribió su Historia para contestar –o por lo menos rectificar– la Historia de López de Gómara. No creo que se pueda decir tanto. Bernal sitúa artísticamente el primer "encuentro" con la obra de Gómara cuando llega al capítulo xviii:

Estando escribiendo [dice] esta relación, acaso vi una historia de buen estilo, lo cual se nombra de un tal Francisco López de Gómara que había de las conquistas de México y Nueva España; y cuando vi su gran retórica, y cómo mi obra es tan grosera, dejé de escribir en ella, y aun tuve vergüenza que pareciese entre personas notables; y estando tan perpejo como digo, torné a leer y mirar las razones y pláticas que el Gómara en sus libros escribió, y vi desde el principio y medio hasta el cabo, no llevaba buena relación [...] (Díaz del Castillo, pp. 33-34).

Bernal selecciona algunos puntos en los que especialmente discrepa con Gómara y arremete así finalmente: "Para que meto yo aquí tanto la pluma en contar cosa por sí que es gastar papel y tinta? [...] porque si parte se hubiera de escribir, sería mayor la costa en recoger la rebusca que en las verdaderas vendimias [...]" (Díaz del Castillo, p. 35).

Gómara –lo hemos visto– era un verdadero estilista, y Bernal no pudo menos de darse cuenta de la difícil empresa que le aguardaba si quería desafiar a Gómara en su propio campo; su resolución fue no dejar la empresa para poner la verdad –y no la retórica– en el punto de mira de su trabajo. "Quiero volver [escribe] con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda por la mar, descubriendo los bajos, cuando siente que los hay. Así haré yo en caminar a la verdad de lo que pasó la historia del cronista Gómara" (Díaz del Castillo, p. 35).

Los ambientes en Bernal

Bernal es maestro en dibujar no los paisajes, que no los sabe hacer, pero sí los ambientes humanos; y esto lo consigue con un mínimo de recursos retóricos. En la empresa cortesiana sobre México hay un momento decisivo, cuando los soldados invitan a Cortés a salir del encargo recibido del gobernante de Cuba e iniciar por cuenta propia la marcha sobre la capital mexicana y sobre aquel jefe supremo que han denominado emperador. Bernal lo describe así: "Está descansando en su tienda, y le hacen salir para explicarle bajo estricto secreto el plan que tienen de invitar a Cortés a salir del mandato de Velázquez." La iniciativa –explica Bernal– estaba en manos de los soldados y capitanes: "Cortés se hacía de rogar, pero como dice el refrán 'tú me lo ruegas y yo me lo quiero'." Con razón se molesta nuestro escritor por la interpretación de Gómara que pone bajo la responsabilidad de Cortés aquella iniciativa.

La carta del cabildo al emperador está de acuerdo con Bernal. Cortés lo deseaba y soñaba con ello, pero los capitanes y soldados que soñaba también en empresas caballerescas, proporcionaron a Cortés la base popular necesaria para que pudiera considerarse caducado el mandato de Velázquez, e iniciara, sobre un reconocimiento que se suponía altamente probable, la empresa imperial de México.

Las escenas que han preparado este golpe hacen recordar a Bernal en un escarceo poético entre Portacarrero y Cortés, inclinados ambos sobre la borda del navío, viendo desarrollarse perezosa la línea blanca de las rompientes y a lo lejos, inmóviles, los altos picos nevados:

¡Catá Francia, Montesinos, 

catá París, la ciudad; 

catá las aguas del Duero, 

do van a dar a la mar! 

¡Y catá las ricas tierras,

y sabéos gobernar!

La respuesta de Cortés, también con aire de romance, no se hace esperar:

Dénos Dios ventura en armas

como el paladín Roldán: 

que si os tengo por señores

¡bien me sabré gobernar! (Díaz del Castillo, p. 58).

El ambiente religioso

No hubiera sido fiel la descripción de Bernal si no hubiera contado en ella el factor religioso: se sentían "cruzados" y como aquéllos llevaba adelante una cruzada que formaba parte de la lucha entre el bien y el mal, entre Dios y el demonio. No caen de sus labios frases de sentido activamente religioso: "Dios lo hizo", "quiso Dios", "con la ayuda de Dios"; de las que yo pude contar –hace años– unas cuarenta en la primera parte de la crónica, con otras dos docenas de expresiones de agradecimiento que las completan: "Dimos gracias a Dios", "dimos muchas gracias a Dios"... Y dentro de este ambiente, sin que en ninguna manera lo contradiga, aparece un sano escepticismo ante posibles intervenciones milagrosas, de la virgen de Santiago. En este ambiente de exaltación religiosa el mercedario fray Bartolomé de Olmedo no es el principal móvil –ni mucho menos el director–: el animador religioso es el mismo capitán don Hernando (Sáenz de Santa María, 1984, p. 134).

Y lo religioso así vivido nos lleva a lo caballeresco

La caballería incluso llevaba un código que valía más por los ejemplos de todos conocidos que por las normas que a fines de la Edad Media se habían concretado en torno a la orden militar de la Banda. La honradez, el respecto a la palabra dada, la defensa del débil frente a la prepotencia del poderoso... Todo ello venía proclamado en francés incluidas en el romancero que era el verdadero código de valor internacional, que en España se concentraba en piezas del ciclo de Roncesvalles, como esta frase puesta popularmente en labios del arzobispo Turpín:

Ah, tan bien se les esfuerza

ese arzobispo Turpín:

vuelta, vuelta los franceses 

con corazón a la lid: 

¡Más vale morir con honra 

que deshonrados vivir!

Frase del romancero que se incorpora así a los ideales tanto del capitán cuanto de los soldados, en dos ocasiones especiales: la primera cuando se duda sobre la posibilidad de continuar en la búsqueda de Moctezuma. Ante la suspicacia que parecía adquirir fuerza en la hueste, Cortés –dice Bernal– les respondió medio enojado:

Que valía mejor morir por buenos, 

como dicen los cantares, 

que vivir deshonrados [...]

La misma frase aflora en los labios de Cortés al prepararse para la pelea con Narváez: "No tengo más que pediros por merced, ni traer a la memoria: sino que en ésta [empresa] está el toque de nuestras honras y famas para siempre: y más vale morir por buenos que vivir afrentados [...]" (Sáenz de Santa María, 1984, pp. 135-139).

El romancero servía además como vehículo de expresión de las rachas emocionales que encrespaban a aquellos soldados sometidos a tamañas tensiones. Bernal trata de recordar algunos de ellos que nunca pudieron haber ganado algún concurso de poesía; ni Bernal era poeta, ni parece haber gozado de finura de oído para reproducir lo que entre sus camaradas se repetía.

Y me refiero especialmente a las coplas que dedicaron a Cortés en los momentos de la crisis producida en México tras la poco triunfal expedición de las Hibueras. Las coplas al estilo de las "coplas del provincial", que corrieron por la corte castellana en los últimos tiempos de los Trastamaras, y que en México se atribuyeron a Gonzalo de Ocampo, uno de los frustrados capitanes de la expedición de Garay, se centraron en torno a un supuesto convento en el que dominaba un prior, el provincial de las coplas castellanas, llamado fray Sarsapelete. Ahí va un ejemplo:

¡Oh fray gordo de Salazar 

factor de las diferencias 

con tus falsas reverencias 

engañaste al provincial [...]! (Sáenz de Santa María, 1984, p. 34).

En la crónica desfilan algunos personajes que reciben distintos tratamientos por parte de Bernal. Sea Cortés el primero: Bernal se considera autorizado a "apearle el tratamiento" y desde el principio lo declara así; frente a Gómara cree que ni Cortés hizo nada sin ellos, ni ellos hubieran podido hacer nada sin su capitán. Es opinión suya que la gran conquista de México –con los sucesos que la precedieron y siguieron– fue una obra colectiva; al concluirse y coronarse la empresa mexicana, Cortés quedó como abandonado por la "aventura [...] y algunos dicen [concluye sentencioso] que fue por maldiciones que sus soldados le dedicaron [...]".[20]

Con Pedro de Alvarado la actitud de Bernal es diferente; son muchos los párrafos que fueron paulatinamente encomiosos al principio de la crónica y fueron especialmente recogidos en una última revisión (Sáenz de Santa María, 1984, pp. 53-54, 64-66, 77-81). En cambio nunca le pudo pasar a Gómara sus alabanzas de Pedro de Ircio; pero lo que no sospecha Bernal es que estas alabanzas son simple eco de las afirmaciones cortesianas (Díaz del Castillo, p. 34).

mostrar Tres cronistas menores

Hay tres narradores que no llegan a la categoría de los precedentes: fray Francisco de Aguilar, Alonso de Ojeda y Andrés de Tapia.

Comienzo por fray Francisco de Aguilar: se nos dice que su Historia de la Nueva España se encuentra en la Biblioteca de El Escorial; fue editada en México en 1903 y en 1938. Es una relación compendiosa y tardía. La redacta habiendo profesado en la orden dominica y tiende a la moralización, sin que valga tanto en el aspecto propiamente histórico (Sáenz de Santa María, 1984, p. 175).

Alonso de Ojeda entra y sale en la crónica de Cervantes de Salazar. Comenta Díaz Thomé su aporte histórico y no lo conceptúa demasiado valioso. Se trata naturalmente de una relación de méritos muy interesante para él, no tanto para la historia general.[21]

Mayor valor tiene la relación de Andrés de Tapia, que ocupa 60 páginas en las Crónicas de la conquista. Está también citado en 21 capítulos de la Historia verdadera de Bernal Díaz.[22] Es jinete, se le menciona como capitán. En algunos momentos se le asocia con el alguacil mayor y capitán, Gonzalo de Sandoval. Con él marcha a Castilla en el grupo de los "fieles" de don Hernando y finalmente muere en México.

Su relación tiene formas arcaizantes del lenguaje, pero es muy directa y realista. Llegó solamente a la derrota de Pánfilo de Narváez; pero produce en el lector la impresión de que hubiera sido un cronista algo más rudo que Bernal Díaz, aunque muy valioso como su complemento y hasta, a veces, suplemento. 

Bernal Díaz no se excede en su alabanza: "fue muy buen capitán y esforzado soldado", así a pie como a caballo, y concluye: "murió de su muerte".

mostrar El Doctor Cervantes de Salazar

Fue un personaje importante en la segunda mitad del siglo xvi mexicano: universitario, canónigo y escritor posrenacentista.

Su obra quedó manuscrita y últimamente ha tenido un periodo de especial aprecio, aunque no parece que se haya mantenido en este nivel de fama. Lo hemos visto en Castilla participando en las sesiones académicas que se celebraban bajo la presidencia y en el palacio de don Hernando. Tal vez se inició así un deseo de mantener la celebridad de su persona y de su empresa.

Había nacido en Toledo a comienzos del siglo xvi y pasado por algunas universidades sin detenerse demasiado en ninguna. Fue secretario latino del cardenal García de Loaysa; y en Alcalá publicó algunos de sus diálogos (Sáenz de Santa María, 1978, pp. 31-82). Se le supone profesor de retórica en Osuna que no era una universidad precisamente de primera.

Vino a México hacia 1551, y comenzó a situarse en los campos académico, eclesiástico y ciudadano: en esta última línea cultivó la amistad de Martín Cortés, hijo del conquistador: amistad que continuaba la de su padre y que obviamente le sugirió la idea de escribir una nueva Crónica de la conquista de la Nueva España, la cual le sirvió para gestionar un puesto de cronista –no lo llegó a conseguir–, y un encargo del ayuntamiento de México que, al asignarle una retribución por su escrito, lo ayudó a estabilizarse en su trabajo literario.

Jorge Hugo Díaz Thomé no cotiza demasiado alto su obra: la considera una copia de Gómara a la que ha agregado –o con la que ha entrelazado– pequeñas conexiones que, según el mismo autor, no siempre se tomó el trabajo de perfilar a fin de conseguir una relación coherente y menos expuesta a la crítica: la concesión del cabildo mexicano se conserva en el acta original y lleva fecha del 24 de enero de 1558. Díaz Thomé demuestra con abundancia de citas lo poco que Salazar agregó de su cosecha a lo escrito por Gómara.[23]

La crónica de Salazar quedó inédita y sólo en este siglo ha sido editada en México (1914) y en la Biblioteca de Autores Españoles de Madrid (1971).

mostrar El cronista Antonio de Herrera

Antonio de Herrera y Tordesillas fue el primer cronista de Indias que emprendió oficialmente la relación de una crónica general bautizada con el nombre de Historia de los hechos de los castellanos, conocida también como Las Décadas de Herrera.

Nació en Cuéllar, provincia de Segovia (1540-1550?). Tras un tiempo de estudios en Castilla, que no se ha concretado más, marcha a Italia donde entra al servicio del príncipe Vespasiano Colonna, con el que permanece hasta su muerte. Vuelve a la corte castellana bien recomendado por su antiguo jefe; a recomendaciones de éste debió probablemente el nombramiento de cronista, en pugna con historiadores de "nombre" como Garibay y Argensola. En 1596 recibe su nombramiento de Cronista Mayor de las Indias; Carlos Bosh García –cuyo estudio sigo– opina que trabajó demasiado rápidamente ya que en 1599 tenía parte de la obra concluida, por lo menos lo suficiente para que los censores pudieran fechar en este año las aprobaciones. En 1600, siendo ya Herrera Cronista de Indias, se le agrega el nuevo título de Cronista de Castilla.

Son típicas de la profesión que asumió las circunstancias de su muerte, cuyo primer accidente acaece mientras rinde testimonio en un proceso histórico, sin poder completarlo, como consta en certificado rendido por el notario Bernabé Hurtado, quien además da la fecha del 27 de marzo de 1625 como la de fallecimiento.

Fue traductor, escritor e historiador: en todas estas líneas muy fecundo. Como cronista le corresponde en la historia un puesto de segunda línea; en su oficio entraba la lectura de las fuentes manuscritas y su posterior comparación para llegar a la versión más coherente de los hechos. Inmediatamente consiguió que pasaran a su poder todos los papeles que pudieran contener datos históricos de interés. No incluye en su numeración a Hernán Cortés ni a Bernal Díaz; pero sí menciona a fray Bartolomé de las Casas y al padre Acosta. En el documento mencionado no trataba, es verdad, de hacer un recuento exhaustivo, pero es curioso que siendo Bernal Díaz una de las principales fuentes documentales, se le haya escapado en este papel.

Bosh García ha procedido a un análisis detallado de las fuentes empleadas por Herrera en sus Décadas ii y iii, y llega a la conclusión de ser Bernal Díaz el autor al que más sigue en la Década ii, a lo largo de sus Libros ii a ix. Pasa en la Década iii a Cervantes de Salazar que, desde entonces, es su autor preferido.[24]

Su calidad de cronista al servicio de la corona le daba una especie de súper dominio sobre los cronistas particulares, que deberían de sentirse honrados por su elección; disfraza los plagios –a veces continuados a lo largo de varios capítulos– con una simple mención, en cualquier momento del texto, del "autor plagiado". Sólo habría que tener cuidado, y Herrera o sus copistas lo tenían, de no plagiar frases que llevaran incorporado el nombre del autor, sustituyéndolo en ese caso por una simple mención que en aquellos felices tiempos se consideraba suficiente.

En este aspecto, Herrera tiene bien merecido renombre; de él se dice que en cierta ocasión "sepultó" una crónica entera –concretamente La guerra de Quito, de Cieza de León– en una de sus Décadas. A lo largo de mi edición de las obras de Cieza, era trámite normal anotar en cada capítulo del cronista peruano la década, libro y capítulo en que Herrera había "colocado" el texto correspondiente.[25]

mostrar Bibliografía y abreviaturas empleadas

Alvarado, Pedro de, "Las relaciones de Pedro de Alvarado y la relación de Diego Godoy", Madrid, (Biblioteca de Autores Españoles; t. xxii), 1852.

Anglería, Pedro Mártir de, De Orbe Novo, Alcalá, 1530. [Trad. al castellano por J. Torres Asensio, Madrid, 1892].

Argensola, Bartolomé Bernardo de, Primera Parte de los Anales de Aragón, ed. de Ramírez Cabañas, México, D. F., 1940.

BAE= Biblioteca de Autores Españoles, Madrid.

Bosch García, Carlos, "La conquista de la Nueva España en las Décadas de Antonio de Herrera y Tordesillas", Estudios de Historiografía de la Nueva España..., pp. 145-201.

Cedulario cortesiano, México, D. F., 1949.

Cieza de León, Pedro de, Obras completas, t. iii, ed. de Carmelo Sáenz de Santa María, Madrid, 1985.

Cortés, Hernán, "Las relaciones de Cortés", Madrid, (Biblioteca de Autores Españoles; t. xxii), 1852. [Véase la edición de Madrid, 1985, de Mario Hernández Sánchez Barba].

Crónicas de la conquista de México, introd., selec. y notas de Agustín Yáñez, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, (Biblioteca del Estudiante Universitario; 2), 1950. 

Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. crít. de Carmelo Sáenz de Santa María, Madrid, 1982.

Díaz Thomé, Jorge Hugo, "La crónica de Cervantes de Salazar", Estudios de Historiografía de la Nueva España... [referencia a Alonso de Ojeda, pp. 32-35].

Fernández de Oviedo, Gonzalo, Historia general y natural de las Indias, Madrid, (Biblioteca de Autores Españoles; t. cxviii), 1852.

Illescas, Gonzalo de, Historia pontifical y católica, Dueñas, 1565.

López de Gómara, Francisco, Hispania victrix. Primera y segunda parte de la Historia general de las Indias... hasta el año 1551. Con la conquista de México y de la Nueva España, Zaragoza, 1552, Madrid, (Biblioteca de Autores Españoles; t. xxii), 1852.

Menéndez Pidal, Ramón, Fray Bartolomé de las Casas: su doble personalidad, Madrid, 1963.

Sáenz de Santa María, Carmelo, "Iconografía Cortesiana", Revista de Indias, julio-diciembre de 1978, pp. 541-560.

----, Historia de una historia, Madrid, 1984.

----, "Los procuradores de Hernán Cortés visitan en Vitoria a Adriano vi", Boletín Sancho el Sabio, Vitoria, 1960.

Torres, Pedro, La bula Omnimoda de Adriano vi, Madrid, 1946.