Enciclopedia de la Literatura en México

Eduardo J. Correa

Ángel Muñoz Fernández
1995 / 28 nov 2017 10:17

Nació en Aguascalientes, Aguascalientes, en 1874 y murió en la Ciudad de México en 1964. Abogado, novelista, poeta y periodista. Diputado federal, secretario del Tribunal de Aguascalientes y agente del Ministerio Público. Fundó El Horizonte, primer diario de Aguascalientes, con el Dr. Atl (Gerardo Murillo), y El Observador con Ramón López Velarde. En 1912 dirigió La Nación. Colaboró en Excélsior, El Diario de Yucatán y El Porvenir, entre otros.

Notas: Fue escritor costumbrista. Guillermo Sheridan publicó su correspondencia con Ramón López Velarde.

 

José Luis Martínez
1995 / 07 sep 2018 12:23

El aguascalentense Eduardo J. Correa (1874-1964) tuvo en su tiempo renombre, sobre todo en el periodismo católico, y escribió una extensa obra literaria, ahora olvidada. Recuérdase a Correa por su relación inicial con López Velarde, quien le escribió, de 1907 a 1913, 46 cartas para enviarle sus colaboraciones destinadas a los periódicos que Correa publicaba en Aguascalientes, Guadalajara y la ciudad de México. De regreso, Correa enviaba a López Velarde sus versos, y éste los analizaba y juzgaba con procesión, buen juicio y cierta aspereza. Y aunque el poeta solía decir a Correa que lo consideraba su maestro, era más bien su interlocutor en cuestiones tanto literarias como políticas. Correa fue importante para López Velarde por haber estimulado y publicado sus primeros trabajos y porque proyectaba también publicar su primer libro. La amistad de López Velarde y Correa se enfriará a partir de 1918, cuando éste le reprocha abandonar la militancia católica –que nunca había profesado sin reservas– y haberse entregado a los espejismos de la modernidad y al carrancismo, enemigo de los católicos.[1]

Correa fue inicialmente poeta. Entre sus cinco libros sobresale En la paz del otoño (Guadalajara, 1909), dedicado a Ramón López Velarde y corregido por él: poesía sentimental, tradicional y correcta, sin ningún relieve ni contacto con las innovaciones del jerezano. Su último libro de versos, Viñetas de Termápolis (1945), son “renglones rimados” con estampas de lugares, personajes y escenas típicas de Aguascalientes. El mismo apego a su ciudad natal había inspirado Un viaje a Termápolis (1937), en prosa, el libro más logrado y agradable de Correa.

De 1929 a 1946, Eduardo J. Correa publicó once novelas, algunas de ellas listadas como “agotadas” aunque nunca reimpresas. La crítica lo ha ignorado, con la excepción de José Rojas Garcidueñas quien le dedica cuatro líneas en las que dice que sus novelas, “sólo se caracterizan por servir a las ideas tradicionalistas de su autor” (Breve historia de la novela mexicana, México, Ediciones Andrea, 1959, p. 77). Lo cual es verdad, al menos por las tres novelas de Correa que he podido leer. Las almas solas (1930), una de las primeras, es la historia de un idilio en Guadalajara, obstaculizado por un diputado gobiernista y perverso. La comunista de los ojos cafés (1933) cuenta el desarrollo de un doble idilio –una pareja más el padre de él y la madre de ella, ambos viudos–, y enlazada con estos sucedidos, la historia de una guapa comunista, que había decidido serlo en venganza de agravios, pero que acaba convertida y se hace monja. Y Los impostores (1938) que es una complicada requisitoria contra el agrarismo. A pesar de sus muchas novelas y de su contacto con escritores excelentes, Correa fue un narrador de estilo recargado con adornos de gusto dudoso; que sólo concebía galanes apuestos, ricos y elegantes, y novias bellísimas, rubias y estatuarias; que cuando cita versos son de Núñez de Arce, Campoamor, Selgas y Dicenta, o si es música, romanzas de Tosti; y que creen que los comunistas extranjeros son judíos y masones. Sus descripciones de las bellezas de Guadalajara, donde hizo sus estudios de jurisprudencia, son tan entusiastas como las que dedicó a su Aguascalientes natal.

Estudió en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, Zacatecas. En 1891 se trasladó a Guadalajara para estudiar en la Escuela de Jurisprudencia, en la que obtuvo el título de abogado en 1894. Desde entonces ejerció su profesión y sus actividades periodísticas y literarias iniciadas tiempo atrás. Ocupó algunos cargos públicos en el tribunal de justicia de Aguascalientes; militó en el Partido Católico y representó a su estado en la Cámara de Diputados durante el gobierno de Madero. En su época estudiantil fundó El Iris y La Juventud (1891). Posteriormente editó El Horizonte, primer diario de Aguascalientes, junto con el Dr. Atl y luego, El Observador, con Ramón López Velarde, José D. Flores y Enrique Fernández Ledezma, y La Provincia (1903-1906), revista literaria, en el mismo lugar. En la Ciudad de México creó y dirigió, en 1912, La Nación (órgano del Partido Católico), El Hogar y La Bohemia (1896), periódicos literarias. En Guadalajara impulsó y dirigió El Regional y el semanario Pluma y Lápiz (1912), revista de jóvenes católicos. Colaboró además en Excelsior, en el Diario de Yucatán y en El Porvenir, de Monterrey; sus artículos publicados en estos diarios se reproducían en otros periódicos de provincia casi de manera simultánea. Hasta 1912 se dedicó predominantemente a la poesía; después de este año publicó novelas y ensayos.

Eduardo J. Correa, narrador, poeta y ensayista, manifiesta en su literatura y periodismo su formación moral y religiosa, su experiencia como jurista y político y sus vivencias adquiridas en gran parte del país. Escribió crónica de ambiente costumbrista y taurino, artículos sobre política nacional, las relaciones México-Estados Unidos, la educación y la literatura. En su columna "Evocaciones" publicó algunos artículos autobiográficos. Su obra literaria, poemas, cuentos y novelas, se ubica en un ambiente histórico que va de fines del siglo xix a los años cuarenta abordando el acontecer político, los problemas agrarios, la Revolución de 1910 o el movimiento cristero, así como los vicios sociales. Publicó estudios biográficos sobre personajes de la jerarquía católica y ensayos históricos.

Seudónimos:
  • C. de Rotavador