El poeta Jeremías Marquines no se ha dejado subyugar por las estéticas modernas que se regodean buscando una originalidad sostenida en los últimos cantos de los trompetines apocalípticos. Su destino está en dar sentido a las preocupaciones que en el espíritu de los hombres concurren, y sabe que las veredas están bordeadas de espinas para el inquieto pie de su poesía, y tiene qué andar. Hasta ahora su camino es correcto; está dotado de herramientas para el trayecto donde las imágenes plásticas, móviles, bruñen más allá de la huella en el lodo. Frente a él no hay nada más que el ojo de la aguja por donde mira la epifanía de la palabra poética, de la enunciación: las atmósferas que le dan vida a él, "como sueños de poetas afiebrados", "en esa como necesidad de hablar a solas".