Enciclopedia de la Literatura en México

Uarikua

mostrar Introducción

La muerte[1] es la parte terminal de un proceso bioquímico en el que se interrumpen los signos vitales de los seres vivos. La muerte del otro es experimentada a través de un intrincado tejido cultural que se elabora a partir de las concepciones de mundo de los distintos grupos humanos. No en vano los restos arqueológicos más antiguos son manifestaciones fúnebres. En las sociedades religiosas se aprecia como un proceso que no sólo implica destrucción o fin. Quizás el afán del hombre por transmutar el miedo, la angustia y la incertidumbre a lo desconocido en algo cierto, asible y continuo, dote al proceso biológico y a sus etapas de consumación en las narrativas de tradición oral con características propias de la vida en sociedad: los muertos viven en grupo, comen y hasta trabajan. La muerte entonces se convierte en otra etapa de la existencia del hombre en un mundo distinto a este. A este proceso incluso se le humaniza atribuyéndole una personalidad que lo configura como una entidad con voluntad propia.

'Uarikua' entre los pueblos de origen purépecha sirve para nombrar tanto al estado de morir, como a la personificación de este estado, una especie de aparición que figura en las narrativas de tradición oral.

En este trabajo ensayaré una propuesta de interpretación de 'Uarikua' como una entidad simbólica que forma parte de la existencia del ser humano. El eje que guía esta propuesta son retratos variopintos de discursos orales documentados videográficamente en la región purépecha de Michoacán: Yunuén, Zirahuén, Ihuatzio, Charapan. Estableceré conexiones de estos materiales orales con otras fuentes literarias, etnográficas e históricas. Partiré de la idea de que los pueblos de origen mesoamericano y, en este caso, los pueblos purépecha conservan un núcleo duro que, aunque se integra a un proceso social proteico, permite la continuidad cultural de ciertos elementos a través del tiempo.

mostrar Sobre la palabra 'Uarikua'

Las palabras para 'muerte' y para 'mujer' en purépecha presentan una raíz homófona: uari. Desde el estudio de las cosmovisiones esta podría no ser una mera casualidad. El nombre de 'Uarikua' deriva del verbo uarini ‘morir’, compuesto por un sustantivo semejante a uari ‘mujer’ y la terminación para verbo ‘ni’. Uariri, por su parte, es la denominación de 'muerto', el cuerpo inherte de la persona. Estos sustantivos no tienen un género definido, se utilizan para nombrar tanto a mujeres como a hombres.

Entre los purépecha del siglo xvi existía un mito de creación del mundo a partir del cuerpo de una diosa, fue consignado por el padre Francisco Ramírez a mediados de este siglo:

Lo qual todo, decían, salía de las espaldas de una diosa que los dioses pusieron en la tierra, que tenía la cabeza hacia poniente, y los pies hacia oriente, y un brazo a septentrión, y otro a meridión; y el dios del mar la tenía de la cabeza; y la madre de los dioses de los pies; y otras dos diosas, una de un brazo y otra de otro, porque no se cayese.[2]

Según Cristina Monzón, a partir de un análisis etimológico de la cosmología tarasca: “Es en el parhaquahpeni donde los dioses son venerados. Este término que utilizan los tarascos para referirse al mundo permite imaginarlo como un cuenco, pues la raíz parha’ significa ‘ser objeto cóncavo’ [...]. Se puede entonces concebir al cuenco terrenal como el cuerpo de un ser animado acostado panza abajo con la mano izquierda hacia el sur, la mano derecha hacia el norte, el poniente -mu, que es el orificio por donde entra el sol, se puede ver como la boca, y el levante -hchu, que es el lugar donde sale el sol, puede asociarse con el ano” [3].

Con esta información podemos suponer que la tierra era concebida como un espacio con características femeninas. Los rituales funerarios entre los pueblos purépecha incluyen, al igual que entre otras culturas, el enterramiento del cuerpo. Según el arqueólogo José Arturo Oliveros, la tumba es concebida como un espacio femenino, tiene forma de útero[4] es la casa del muerto. Si en nuestro mundo el espacio doméstico es un espacio femenino, el de la uari; la tumba es también el espacio doméstico en el mundo otro, el de Uarikua.

¿Seguirá vigente esta visión de mundo en nuestros días? Edgar Alejandre, antropólogo oriundo de Santa Fe de la Laguna —pueblo ribereño del lago de Pátzcuaro— relató durante una conferencia:

Va llegando la gente con mazorcas, con mazorcas, y está el ataúd rodeado de petates y va la gente colocando las mazorcas alrededor del ataúd. Entonces aquello me va llamando la atención y generándome inquietud de por qué, por qué llevan las mazorcas, por qué llevan cinco mazorcas y una serie de aspectos. Total que era la primera vez que yo veía un ataúd rodeado de muchas mazorcas y pregunto a una de las personas, y pregunto:
—¿Por qué trae mazorcas?
Y me dice:
Noch jutanhi in karantasi.
Es decir: “Nosotros lo sembramos de nuevo”.

Pareciera que la tierra conserva, como antaño, su pertenencia al ámbito simbólico de lo femenino. El que el sustantivo uari, sirva como raíz de ‘mujer, señora’ y de uarikua ‘muerte’ tal vez pueda considerarse una evocación de este ámbito, pues como hemos visto, entre los pueblos purépecha el enterrar al muerto es sembrar su semilla en el útero terrestre.

En la narrativa de tradición oral de los pueblos purépecha el espacio cósmico está constituido por tres partes: aunda, el cielo o espacio celestial; la tierra o mundo de los hombres; y el inframundo o el mundo en el que viven los muertos, el Uarichoo, donde mantienen una vida similar a la que llevan aquí.[5]

En ciertas fuentes históricas se dice que tras su muerte, mujeres y hombres continúan su existencia despojados de la carne, como esqueletos:

La inhumación directa es la forma de depósito más usualmente observada en los contextos arqueológicos tarascos, es posible inferir que, desde la colocación del cadáver en el interior de la tierra, ya se pensaba que el muerto penetraba en el inframundo o, cuando menos, iniciaba su viaje a él. Esto también coincide con el hecho de que, en algunos relatos, se menciona que en el Ynfierno —como en las sepulturas— se residía en forma esquelética.[6]

Por ejemplo, en la Relación de Michoacán del siglo xvi aparce el siguiente pasaje: “Unos sacerdotes y hechiceros suyos, hiciéronles en creyente a la gente, que los religiosos eran muertos y que eran mortajas los hábitos que traían, y que de noche, dentro de sus casas, se deshacían todos y se quedaban hechos huesos y dejaban allí los hábitos y que iban allá al infierno donde tenían sus mujeres y que vinían a la mañana”.[7]

mostrar Uarichoo, 'casa de la muerte'

Al Uarichoo, 'casa de la muerte', pueden acceder las personas a través de cuevas, cerros, sepulturas y lugares acuáticos. Los datos recopilados en trabajo de campo permiten recrear la imagen de esta particular morada de los muertos en el inframundo. Se dice que estos sitios están llenos de riquezas y son habitados por una figura nombrada en español como 'el Chango', con el que se puede pactar para que, a cambio del alma, otorgue algunas de sus valiosas posesiones: ganado, peces, dinero.

Es el caso del lugar llamado Uarikua o Uaririo en la isla de Yunuén, localizada al noroeste del lago de Pátzcuaro. Este sitio es “un lugar delicado”, su geología es especial, pues abundan en él formaciones rocosas de basalto que tienen un tono blanquizco, que "parecen huesos", tal como lo narró Benjamín Antonio:

Hay otro que se llama Uaríkuaro. Ahí le dicen así porque así está, pues, más o menos como acá hay una piedra larga y otro acá y en el medio ahí está. En el medio está el que le llaman así: Uaríkuaro. Pus, es como… por decir que… sí , como un muerto. Sí, por eso está acá al lado, y él está en el medio. Allí, allá, eso, allá en la punta, por eso le llamamos así. Siempre le llamamos así: Uaríkuaro. Así, y toda la gente ya lo sabe. Si uno le dice: no, pues allá. Y ya la gente entiende bien: no pus allí es Uaríkuaro.

En ese espacio se dice que hay un encanto, la gente puede pactar. Aquí el relato de Alfredo Menocal y Alicia Morales Antonio, documentado en el sitio:

Alfredo: Su papá o su abuelo del compadre Benjamín, que ellos también tenían un encanto de pescado blanco. Que allá en la Uarikua, dice pues ahí, cuenta ahí, está el cuento de ellos. No, pus no, no creo que… no son cuentos porque eso, eso viene generación tras generación, han platicado eso. Que él cuándo iba a pescar, que primero iba:
—¿Sabes qué? Ahorita vengo, ahorita vengo.
Y iba ahí en la Uarikua, en la punta. Que una vez fueron a buscarlo, y que estaba medio metido en un agujero.
Alicia: En una piedra.
Alfredo: En una piedra.
Alicia: Y que según él decía:
—No, yo voy a una casa, me manda llamar…
¿El qué? El patrón o algo así
—Me manda llamar ya cuando estoy por ir a pescar. Ya, este, voy con él. No, él me invita, me invita la mejor comida, dice. Y ya entro, me pasa, dice: “Pásate, espérate”. Es un palacio grande, es puro de oro, el piso cómo brilla y es… y la sirvienta, que así decía. Pues la sirvienta, ella camina y camina, y ya me sienta en una mesa de oro, y ya me prepara el mejor pescado blanco, y yo ya me siento a comer ahí. Yo le pellizco al pescado blanco y ese me saca la lengua, pero es la mejor comida. No, yo voy allá y ya nomás le pido yo y ya salgo. Pero es una casa tan bonita.
Alfredo: Pero que con una lanza, pues nada más tendía red así y ya no podía levantar, puro pescado blanco y charal.
Alicia: Que él terminaba eso y ya:
—Vayan —a los piones—, vayan a pescar en tal parte ya, pongan chinchorro. Ahí mero está, ya me dijeron dónde.
Y sí: que aventaban el chinchorro ahí, y pescado blanco que salía. Y que ya un día los piones dijeron:
—Bueno, ese señor, pus, ¿para dónde va? Nos cuenta así, que él llega en un palacio donde hay oro.
Y que ya fueron los piones, y que mi bisabuelito, era mi bisabuelito pues, dicen que estaba sentado en una piedra grande, que estaba así sentado, pus yo creo que su imaginación o… Y sí, digo: “¡Ay, Dios mío!, no nos vaya a anotar a mí, mi bisabuelito ahí”. No, dicen pues que cuando ya todos sus nietos y bisnietos ahí, digo: “¡Ay, no, Dios mío, que no me haya anotado a mí!”[8]
Alfredo: Sí había, pues.
Alicia: Antes.
Alfredo: Sí había mucho, mucho, pero todo se fue alejando, se fue ya, a lo mejor sí existe, pero ya no tanto.
Alicia: Ya no, ahora ya con Dios. Sí, porque yo creo que antes había, bueno, ignorancia o ya nomás un sueño o no sé: “No pues yo quiero de ese dinero”. ¿Verdad? Pero no, ahora ya no.
Alfredo: Sí, va cambiando.
Alicia: Y que se acabe pues eso. Porque eso es malo, y ya mejor uno trabajar y echarle ganas y pedirle a Dios, y él es el que nos da todo.
Alfredo: Ahorita, ahorita va tener uno, pero a base del esfuerzo del trabajo, que sepa uno administrar, que tenga uno trabajo, y pues sí va a salir uno adelante, pero pues si no sabe uno administrar, pus tampoco. Y más antes no: mucha gente le tiró a eso. Todos los… todos aquellos que fueron caciques, que hacenderos, pues eran, eran de ellos pues. Eran de ellos porque ellos se dedicaban a perder el, perder el miedo: pedirle, pedir a él. Pus si les daba, pues sí les daba. Pus yo creo que igual, ahorita si le pides a Dios así y así, te da. Y si le pides a él también a lo lleno, pus también te da.
Alicia: Nos lleva al infierno y luego ahí no podemos pagar para salir. Mejor con Dios, sí.

Según las fuentes históricas del Altiplano central, cuando una persona moría era tragado por la tierra; los seres del lugar de los muertos, dejaban limpio el esqueleto junto con una sola de sus almas: el teyolía, un alma identitaria, que era depositada en el Tlalocan o cerro de las mieses. Este espacio, consideraban, era un lugar lleno de riquezas: el almacén de las semillas que surgirían de nuevo a la vida, a la espacio temporalidad del hombre y era habitado por Tláloc.

Alfredo López Austin y otros estudiosos han tratado el tema del dueño del monte o del cerro como una entidad que, a través de un largo proceso histórico de colonización, pudiera derivar de la visión prehispánica del mundo. Se le llama también 'El Malo', 'el Enemigo', 'el Napateko', 'el Chango' o, en el caso que nos ocupa, Uarikua o Uaricha. La Uarikua habita en los mismos sitios que las deidades de antaño vinculadas con la muerte: es poseedora de grandes riquezas: semillas, pescado, tesoros. Como en este relato de Ahuirán:

Un señor una vez andaba cuidando sus animales y vio una mujer con collares, anillos, faldilla negra, fajita, una blusa y su rebozo; y que ella le dijo que por qué andaba sufriendo tanto, que se fuera con ella y ella le iba a dar todo lo que necesitara; él, por interés la siguió y después de un rato de caminar se acordó de su Cristo que traía y entonces se dio cuenta que estaba en mal país, y dijo una oración. Luego vio a un señor que tenía tinas grandes de dinero y él le dijo que no quería nada, entonces dijo otra oración y de pronto ya estaba en otra cueva; ella es la Uaricha.[9]

A la Uarikua no solamente se le representa como esta entidad asociada a lugares donde hay riquezas. En los relatos de tradición oral se presenta de formas distintas:

  1.  Como la persona que va a fallecer, “que está recogiendo sus pasos”
  2. Como un alma en pena
  3. Como un cráneo que golpea a los hombres
  4. Como una persona descarnada
  5. Como el muerto familiar que viene en fechas o contextos regulados

mostrar Recogiendo sus pasos, la persona que va a fallecer

En las fuentes coloniales del Altiplano central son tres las principales entidades anímicas que posee el cuerpo humano, no las únicas, y se encuentran concentradas en partes específicas del cuerpo: además del teyolía que, como dijimos líneas arriba, se encuentra en el corazón, están el ihiyotl en el hígado y el tonalli en la cabeza. Entre los pueblos tarascos, según , el cuerpo del hombre también tiene una comRoberto González Martínezposición anímica variada, pero constituida a partir de tres elementos: mintsita, siuanta y jurhiata. La tercera entidad siuanta, ‘vaho’, también llamada sombra, se concentra en la cabeza y en los pensamientos.

A partir de trabajo de campo con especialistas rituales, Gallardo Ruiz ha encontrado en los pueblos purépecha un patrón similar al del pensamiento registrado en las fuentes coloniales.

La mintsita, albergada en el corazón es considerada “fuente primaria de vida, tanto en el hombre como en los animales […], infunde vigor a todo el cuerpo a través de la circulación sanguínea. Se supone que este elemento viaja a La Gloria después del deceso del cuerpo".[10] En este sentido, la mintsita va al lugar de los muertos, al Uarichoo. El sitio de las riquezas al que ya nos referimos.

Por su parte, la jurhiata —que circula por el cuerpo en la sangre, pero que se concentra mucho más en la coronilla de la cabeza— es un elemento que, según los especialistas rituales, proporciona energía caliente[11]. Es una entidad anímica codiciada por seres de naturaleza fría. Durante el sueño se desprende del cuerpo y sale a recorrer el mundo; según Gallardo: “puede perderse como consecuencia de una brujería, durante el sueño cuando sale a conocer el mundo y es atrapada por una Sikuame”.[12] Quizás a ella se refieren los relatos sobre los paseos de las uarichas. En la comunidad de Charapan, ubicada al noroeste del estado de Michoacán, en la llamada Meseta Purépecha, se dice que cuando una persona va a morir su alma “pasa algún tiempo visitando todos los lugares donde ha estado y viendo a sus parientes”.[13] Aquí el relato de Santiago Nipita:

Áhi donde están moliendo la avena, ahí, ahí iba una señora, era uaricha. Le digo que las uarichas están como a tanto así de alto, este, a caminan, caminan pa abajo. O le corrí yo para alcanzarla. No la alcance, ahí nomás subió pa arriba pa otra calle. Y eso es como le decía... día, sea hombre o sea mujer, hasta de día
Ese se llama, Norberto, ese señor venía yo de la tarea con los animales pacá, y vi que andaba cercando y dije: “Pero pus está cercado, y él todavia anda duramente cercando".a
No, ya no era él, era pues la uaricha, que ya casi.

A pesar de que la persona no sabe que va a fallecer, se siente fatigada, está cansada, le duelen las piernas de tanto recorrer los caminos por los que anduvo alguna vez. En Zirahuén, comunidad ribereña del lago que lleva el mismo nombre, ubicada en la región lacustre a 21 km de Pátzcuaro, por ejemplo, abundan los relatos de ahogados que antes de su muerte manifiestan algún indicio de su destino fatal. Aquí el relato de Guillermina Patricio, originario de esta localidad:

Yo, como cuando se ahogó mi hermano, ya ve que se ahogó mi hermano. Él llegó a la casa. Y dice:
—¡Ay hermana!, dice, ¿qué estás haciendo?
Le digo:
—Nada.
Tenía dieciocho años él.
—¡Ay!, dice. Fíjate que no se qué tengo, dice.
—¿Por qué?
—No sé, dice, estoy bien cansado, pero cansado, cansado.
Le digo:
—¿Fuistes a jugar?
—No, dice. Ni he jugado en estos días. Estoy bien cansado.
Y le digo:
—¿Por qué será?
—Pues quién sabe.
Y decía mi abuelito que es que uno junta sus pasos y se cansa. Que depende de cómo haiga andado uno en la vida que se cansa, porque junta uno todos sus pasos y todo recuerda uno.

Dicen que estas apariciones son una licencia que Dios concede a los que van morir, una forma de recuperar su alma, o los fragmentos que ha dejado por ahí: “Dios le permite durante siete años recorrer todos los lugares que recorrió uno para recoger los pasos, porque ya cuando muere aquí ya no queda nada, todo se lleva uno para allá a la otra vida, y por eso es que ve uno la uaricha, ese anda recogiendo sus pasos”. Es decir, una vez que la persona ha desandado el camino muere y va al lugar de los muertos, al Uarichoo.

mostrar Siuanta: la sombra

Sin embargo, tras la muerte de la persona, otra de las entidades anímicas, la siuanta, de naturaleza fría y asociada con el aire, puede quedarse en el mundo si no se le da el tratamiento adecuado al cadáver. Según datos etnográficos, “si al difunto se le levantaba la mesa o le barrían el cuarto donde había estado tendido, o bien le apagaban la vela antes de los 22 días, entonces ese muerto no descansaba en paz y andaba por allí asustando a la gente”.[14]  Pareciera que esta entidad está vinculada al lugar donde sucede la muerte o al sitio donde se encuentra el cadáver, tal como sucede en este relato de Jesús Melgarejo, documentado por Alejandra Yunuén García:

En el barrio de Santo Santiago había muerto tía Rosa, [...]. Este, eh, falleciendo tía Rosa hacía tres días, estaba un, estaba en la cocina la familia platicando, eh, con alguno de, como se acostumbraba y decía alguien: “Ay, vi pasar la uaricha de tía Rosa rumbo al solar”, deduciéndose entonces que la Uaricha en sí, significaba que era el alma o el ánima de aquella persona que había fallecido (Jesús García Melgarejo).

Los ahogados, los asesinos, aquellos que no tuvieron cargos religiosos o que no recibieron de sus familiares las oraciones fúnebres moran en el lugar de las sombras Kumiehchúkuarhu, que es un sitio indeterminado entre este y el mundo de los muertos, estas son las almas en pena.[15]  Como sucede en este relato de la señora Alicia Morales Benito, documentado en la isla de Yunuén:

Alicia: Luego andaban aquí, que haciendo, este, ¿cómo se llama?, pozo profundo para el agua. Y que ahí también se les aparecían soldados, ¿verdad? Ya cuando los señores, pues algunos ya andaban solitos y dicen que ahí aparecían soldados, yo creo que estaban enterrados por ahí. Eso antes, yo creo que se morían y nadie decía: “¿Dónde está? ¿A dónde quedó?” Eso es lo que cuentan los señores que andan luego haciendo pozos.

Para los otomíes, por ejemplo, una de las almas de los hombres vive en los huesos.[16] Podríamos pensar que siuanta permanece en el espacio del difunto después de la muerte, más aún podemos, a través de la fuentes, pensar que es la única entidad que habita al cadáver en el material orgánico que resiste a la descomposición de los tejidos blandos: los huesos, como sugieren los otomíes. En la Relación de Michoacán aparece el caso del rey Achun Hiripem, asesinado en el juego de pelota y cuyos restos óseos son rescatados por su hijo Sirata Tapezi:

Como oyó aquello, fuese allá a probarse con el que había muerto a su padre. Y vencióle y sacrificó al que había muerto a su padre y cavó donde estaba enterrado y sacóle y echóselo a cuestas y veníase con él. En el camino estaban en el herbazal una manada de codornices, y levantáronse todas en vuelo. Y dejó allí su padre por tirar a las codornices, y tornóse venado el padre.[17]

En este pasaje, podemos suponer que la esencia vital del rey asesinado se encontraba en su osamenta, y aunque no pudo regresarlo a la vida como hombre, sí que lo hizo como venado.

mostrar Achá, el cráneo golpeador

Otra de las formas en que se le representa a la muerte es el ureche’po o achá, una calavera que a partir de las nueve de la noche, cuando sonaban las campanadas de la iglesia, “recorría el pueblo en forma de un cráneo, mataba a los hombres que encontraba en las calles. Saltaba de la tierra y golpeaba el pecho de la persona, ocasionándole una muerte instantánea".[18] A veces los achás entraban a las casas de las personas, este es el relato de Rafael Acha Rincón, en el pueblo de Charapan:

Que otra vez, cuentan que, pus antes había puras casas de madera en el pueblo, no de material --las trojes que nombramos, y que quedan algunos pocos todavía--, pus dicen que no usaban las personas para dormir ni cama ni nada, puro petate, pero que siempre, siempre acostumbraban tender su petate en las orillas del nombrado troje, nadie que pusiera un petate a medio cuarto, porque dicen que también el que tendía su petate a medio cuarto, le pegaba ese espanto que llamaban los achás, y lo golpeaban y moría. Por eso nadie, nadie, nadie se dormía a medio cuarto, sino siempre siempre en un rinconcito así. Esas eran los relatos que nos hacían, pues, nuestros abuelos.
Y algunas personas que todavía, este, ya son pocos los ancianitos que ven los mismos, y ellos sí respetan todavía todo eso que nos platicaban a nosotros.

Aquí otro relato de Jesús García Melgarejo documentado por Alejandra Yunuén García Martínez, en 2012:

En la capilla del barrio de San Andrés se oía a las nueve de la noche un rechinido de la puerta de la capilla, y que salía una cabeza saltando para recorrer las calles del poblado acompañada con dos fantasmas también, que la custodiaban en ese recorrido y llegaban a alguna casa donde todavía no habían apagado la luz que debería, será a las ocho de la noche porque deberían de estar a esa hora ya dormidos. Se metía con acompañantes y estaban saltando ahí en la cocina de la, de esa, de esa casa, hasta que apagaban todo tipo de luz […]. Y ya salía para seguir el recorrido en toda, en toda la, la ciudad, viendo que a esa hora estuviera todo… la gente ya dormida.

Podríamos relacionar esta forma de la muerte con las cabezas rodantes que figuran en las narrativas orales de los altos de Chiapas y Guatemala.[19] Si atendemos el cuerpo humano a los ojos de los especialistas rituales podríamos pensar que ciertas entidades son representables por una cabeza, el sitio en el que se alberga siuanta. Quizás los golpes que da esta cabeza en el pecho a las personas sean una metáfora de cómo se acelera el corazón cuando una persona se asusta. En el caso particular de los purépecha nos explica Carrasco: “Cuando una persona se asusta, su alma está a punto de abandonar el cuerpo. ‘Se me sale el corazón (i.e. el alma)’, dirá, y se supone que por eso se asusta”.[20] Esta cabeza puede ser la abstracción figurativa de alguna de las entidades anímicas.

Cabe recordar también a esa célebre cabeza que figura en el Popol Vuh, libro maya k’iché, la del gemelo precioso Hun Hunahpú decapitado por los señores de Xibalbá. En el libro maya es una representación de los ancestros, permite la continuidad de la vida al surgir de un jícaro y fertilizar a la doncella Ixquic:

Mi cabeza ya no trabaja bien,
es sólo hueso,
a no tiene carne.
Es como cabeza de los grandes Señores:
sólo los músculos les dan apariencia.
Pero cuando se mueren, espantan a la gente a causa de sus huesos.
Así, pues, son sus hijos, como su saliva
                                            como su baba;
                                            ésa es la naturaleza de los hijos de los Señores
                                             sean estos hijos de sabios,
                                             de oradores.[21]

mostrar El señor Muerte

La Uarikua también se presenta como una persona descarnada: el señor Muerte. Se le ha llegado a ver conduciendo un carretón, como en Ahuirán, comunidad ubicada también en la meseta purépecha, así lo documentó Acevedo Barba.

Un hombre salía del templo por una ventana. Cuando salía se oía como si fuera una carreta, de esas antiguas. La carreta llegaba a las partes donde había lumbre y delante de la carreta iba una calavera que hacía un fuerte ruido. San Andrés no quería que hubiera lumbre en la casa ya tarde, sino que estuvieran dormidos todos a esas horas. En donde hubiera lumbre a esa hora sonaba la calavera en el zaguán y caían muertos los que adentro estuvieran despiertos (por eso morían muchos)
Se deshilaba el algodón, para después convertirlo en tela, y como se quedaban hasta más tarde, entonces llegaba la calavera y se morían.
Se juntaron veinte muchachos y se pusieron de acuerdo para ver qué era lo que salía en las noches del templo. Se pusieron a espiar por la ventana y se previnieron con un machete. Cuando salió le pegaron a la calavera con el machete, casi toda la noche hasta el amanecer.[22]

La Uarikua en Charapan, por ejemplo, lleva una túnica, está descarnada y toca un teponastle, un tambor:

La mayoría de los habitantes coinciden en el hecho de que el Señor de la Muerte siempre transita las calles tocando un teponastli (tambor de madera). Todas las noches viene del país de los muertos, que está localizado debajo de la tierra, y que en tarasco se llama uarhíchoo. Como es un ser nocturno, en el día muy poco se le puede ver. Sin embargo, cada vez que la gente oye su tambor por las calles, los fogones de las casas deben extinguirse inmediatamente; ninguna luz debe salir de una casa, nadie debe hacer algún ruido, por temor de que sus casas puedan ser visitadas por él .[23]

Trae consigo enfermedades o padecimientos que desembocan en la muerte. A veces simplemente decide llevarse a las personas sin dejar nada a su paso. Tiene también un ejército de uaricheras, criaturas nocturnas que se encargan de anticipar su presencia: el tecolote, la lechuza y algunos perros.

A diferencia de otras entidades que forman parte del circuito de tradición oral y que sólo pueden ser vistas por personas que poseen ciertos dones, la Uarikua se hace presente para todos sin distinción, aunque el que la ve corre el riesgo de no poder contarlo, pues se asegura, su muerte está próxima. Así lo contó Ismael García Marcelino, escritor oriundo de Ihautzio, pueblo ribereño del lago de Pátzcuaro, que fuera uno de los tres señoríos tarascos:

Este, temer a la muerte y decir: “es que vino la muerte, y viene por mí”. Y entonces la describen, y a lo que describen regularmente es a un ser descarnado, que yo me atrevo a decir que es mujer, porque suelen describirla con túnica, lo cual no equivale necesariamente a que sea mujer, porque en la antigüedad, este, los hombres usaban túnica.

Esta cuarta manera de representar a la Uarikua, así como una calavera, es quizás la representación más acabada de la muerte.

En la iconografía prehispánica se nos presentan seres descarnados dotados de características particulares: personajes huesudos devoradores de cadáveres, de sangre, de excremento. En este sentido existe entre los purépecha una continuidad representacional que se ve reforzada en la imaginería colonial: la muerte en el viejo mundo también está despojada de sus carnes. Llama la atención, a diferencia de otras tradiciones orales, que la muerte no tenga un sexo definido y que se hable de un señor muerte y de una muerte femenina. En los años sesenta, durante el trabajo etnográfico de Van Zantwijk en Ihuatzio, los niños dibujaron el lugar de la morada de los muertos representado por serpientes, animales acuáticos de naturaleza fría y femenina: “Un niño de nueve años pintó a la diosa de los muertos, reina del inframundo, sentada en una monstruosa serpiente de cuatro cabezas que cruza una puerta con un séquito de muertos".[24]

Las fuentes coloniales tarascas se refieren a la esposa del señor del infierno o deidad de la muerte, quien en el relato mítico citado anteriormente es la encargada de generar la vida y se asocia con la tierra:

Y, después de haberlos tornado otras dos veces a deshacer [a los hombres] los dioses del cielo, por no estar a su contento, la tercera los destruyeron con un diluvio de cinco días, en que abrieron todas las fuentes y ríos, y cayó tanta agua, que los consumió a todos con todas las demás cosas de la tierra que decían haberlos parido la diosa del infierno por haber mandado los dioses del cielo al dios del infierno que diese traza en cómo se criasen estas cosas de acá abajo. Y ansí parió primero su mujer las sierras peladas y la tierra sin fruto; y, pareciéndole a la diosa del cielo, que llamaban Cuerauaperi, por haber nacido de ella todos los demás dioses, que sus hijos no se podían pasear en la tierra, sin ser vistos ni ella podía bajar a ella; estando cerca la luz envió su mensajero al dios del infierno, mandándole pusiese remedio. Y así parió su mujer los árboles y las demás plantas y animales.[25]

mostrar Los muertos ancestros

Por último habría que comentar sobre los muertos que vienen de forma regulada en fechas específicas como el 1 y 2 de noviembre, en el umbral de las fiestas de los cargos, para eventos determinados —como bodas o fiestas familiares—, o para recoger al agonizante. Estos muertos se presentan en formas muy diversas: desde las llamadas ánimas —que son unas mariposillas blancas que pueblan los jardines, los caminos y los cemetarios desde finales de octubre y todo noviembre— hasta materializaciones más corpóreas como los muertos que vienen en sueños. Esta forma de Uarikua adquiere una forma familiar.

En Ihuatzio la vida está regida por una serie de fiestas religiosas que dan cohesión y sentido al grupo social. Así nos contó el mismo Ismael García Marcelino, cuando vino su papá un día antes de recibir el cargo de san Antonio, en el umbral de la fiesta del santo que a él le tocaba organizar.

Ismael: De pronto se detuvo como que dijo:
--Yo aquí me quiero quedar a tomar agua.
Y se sentó a tomar agua en el arroyo. Pero había mucha sombra, porque como no había luz, así, sol, sino que había muchos árboles. Entonces llegamos ya, ya, este, cuando, cuando yo quise hablarle, ya tomaba y se levantó y se fue. Entons en ese irse, sí se difuminó. Pero como que yo estaba consciente de que se iba a difuminar, como que, o sea, no. Es que nada más, este, nada más vino, pero no me dijo nada. Nada, no me dijo nada.
Marcelo: Pero él toda su vida fue así, ¿no?, de este…
Ismael: Hablaba poco. Tonces, claro que tiene una interpretación. Uno de pronto interpreta, uno dice uno: “Pues claro, vino como a preguntar:
--¿Qué pasó? ¿Ya, todo? ¿Ya está bien todo, o… o algo?
O diciendo:
--Si faltan cosas, muévete pues, porque no...”
Anoche.
Y pienso que mamá, que mamá Lu vino en la mañana, Chelo.

Estas manifestaciones entrañables de la muerte son muertos ancestros que de alguna manera vienen al mundo de los vivos a cumplir una función específica: aconsejar, ayudar, trabajar, acompañar al familiar en la agonía. Más allá de ello, estas manifestaciones son indicios de la memoria que, entre otras cosas, dan cohesión a la familia y al grupo social.

Los datos etnográficos no distinguen entre unas apariciones de la Uarikua y otras, sin embargo los discursos orales de las personas sí. Los narradores que hablan sobre alguna de las manifestaciones de Uarikua no la personifican: los muertos no hablan con los vivos salvo en sueños, como en el caso del relato de Ismael García Marcelino. En los relatos que la refieren se emplean una serie de marcadores o características significativas que hacen que los espacios y los seres vivos muestren indicios de su paso, por ejemplo, estas entidades hacen que los perros, los tecolotes, los gatos, en fin, todo un ejército de uaricheras, emitan sonidos agudos, dolorosos, terribles. En los hombres y mujeres generan sensaciones de lo más distintas, algunas son como aires que causan escalofríos y miedo: “hacen que los pelos se pongan de punta”, incluso provocan enfermedades. En cambio, otras no dan miedo, la gente que dice haber encontrado una uaricha a su paso, a veces no distingue si se trata de un vivo o un muerto. También tienen irrupciones distintas, algunas se manifiestan en un espacio y temporalidad precisa: la noche, los caminos, los barrancos, los ríos, los cerros. Otras se manifiestan de día o de noche en los sitios asociados con las actividades cotidianas: casas, milpas, calles del pueblo, etc. La muerte entonces no sólo posee una cara, es ruidosa o silenciosa, a veces asusta, otras veces no, se siente fría y a veces proporciona calor, a veces huele y otras veces no. Toda esta información, este conocimiento taxonómico sobre la muerte, que no es otra cosa que otra de las caras de la vida, y en sí de la existencia, se transmite de forma eficaz a través de discursos orales.

Si suponemos una cierta continuidad entre las fuentes históricas y la etnografía, podríamos pensar que las formas de la muerte conservan características del pensamiento de los pueblos prehispánicos, en las que era parte de un continuo que no interrumpía la existencia del ser, sino que permitía su flujo en un mundo invertido en el que los muertos vivían, hacían cosas similares a los vivos, y tenían una comunicación constante con ellos. Los materiales orales, prosodia y gesto, son puertas extrasensoriales que nos permiten conocer los mundos posibles dentro de este mundo. Espero que nos de la vida para seguir estudiando este apasionante tema que es la muerte.

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Fuentes de consulta

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Orales, entrevistas

Acha Rincón, Rafael, 67 años, agricultor y escritor. Entrevista realizada en octubre de 2014, en Charapan.

García Marcelino, Ismael, 50 años, escritor. Entrevistas realizadas en junio y octubre de 2013, en Ihuatzio y en Morelia respectivamente.

García Melgarejo, Jesús, 75 años, comerciante. Entrevista realizada por Alejandra Yunuen García Martínez en Morelia, Michoacán, en noviembre de 2012.

Guzmán, Andrés, 62 años, pescador. Entrevista realizada en junio de 2013, en de Yunuén, Michoacán.

Menocal, Alfredo (sin información de su edad) y Alicia Morales Antonio (53 años), comerciantes. Entrevista realizada en junio de 2013, en de Yunuén, Michoacán.

Morales, Benjamín, 87 años, pescador y agricultor. Entrevista realizada en junio de 2013, en de Yunuén, Michoacán.

Nipita, Santiago, 97 años, agricultor. Entrevista realizada en octubre de 2014, en Charapan.

Patricio, Guillermina, 52 años, artesana. Entrevista realizada en mayo de 2013, en Zirahuén, Michoacán.