Mis amigas están cansadas, de Iveth Luna Flores, nos lleva en un viaje preciso, sus versos saben el lugar que ocupan en el mundo y entregan desde ahí una poesía inconforme y descarnada, una poesía nítida que nos hace sentir la incomodidad de quien ha encontrado las palabras exactas para nombrarse —y, con ella, nombrarnos— a partir de muchas sesiones de psicoterapia y autoanálisis.
Aquí, las inquietudes que habitaban ya en su primer libro adquieren dimensiones hacía adentro: sólo lo muy íntimo tiene salidas al exterior. En las horas laborales, la casa que se desborda y que es tanto un espacio seguro como un sitio del cual huir, hay una búsqueda insistente de aquello que trasciende lo poéstico: el derecho a una vida vivible, el amor, todo lo que cuesta sostener con dignidad un cuerpo en el presente de la catástrofe climática y la necropolítica.
No hay en estos poemas lugar para la autoconmiseración ni para la autoindulgencia porque si de alguien somos enemigas es siempre de nosotras mismas. Sin embargo, aprender a tratarse con ternura es aquí una de las tareas más urgentes, que Luna logra sin caer en los dogmas y los slogans de las trampas del individualismo neoliberal; los resquicios para la suavidad se disponen como una piel nueva para el mundo: un espacio para las amigas, para las compañias no-humanas, y para inventar nuevos modos de parentesco y de familia.
Yolanda Segura