El sueño es antificción. Todo en este es creencia, convencimiento puro. La experiencia de la ficción, lo sabemos, implica la suspensión voluntaria del recelo. Cuando la duda y la voluntad surgen en el sueño, este suele terminar. El sueño, además, es antimemoria. Todo en él es olvido, desvanecimiento. La experiencia de la memoria es una batalla contra la entropía y la incertidumbre. El sueño es la puesta en escena de un desorden fundamental e imbatible. Algo más: el sueño es antinarrativo, su relato es una contradicción, una artificialidad, si se quiere. En el sueño, como canta Lera Lynn, «No hay futuro, no hay pasado/ En el presente, nada dura».
Pese a todo, he escrito un libro de sueños. ¿Son relatos? Eso parecen, pero no puedo asegurarlo. Tienen la apariencia de ficciones, pero no lo son. Da la impresión de que hablan de mí y eso, de alguna manera, es cierto.