La capacidad de observación, la retentiva y la recreación narrativa de este autor causan profunda reflexión en los lectores. Muchos se preguntan si un pueblo semirrural puede constituirse en una veta inagotable para el escritor. Y Edilberto Nava García, en los hechos, nos dice que sí es posible.
Apango es ahora mucho más conocido a través de lo que él ha publicado, quien ha descrito de cómo eran sus calles, el alcalde, el párroco, las procesiones, los casamientos; del pueblo sin luz eléctrica y luego con ella; de atoles y tamales, pero también de hechiceros y sus víctimas.
Los manantiales —dice Tiopan, el cuentacuentos—, se han venido secando por la incontrolable tala de árboles; es uno de los mensajes, igual cuando dice: a los hijos se les debe enseñar a trabajar cuando son pequeños; ya grandes no obedecen y pone un ejemplo: "yo me quedé callado, oyendo; hasta sentí pesada mi cabeza sobre mis hombros".
Y Apango no es una comunidad misteriosa, es real, existe, pero su alma, su intimidad y sus palpitaciones pareciera que sólo el narrador las conoce. Hay quienes consideran que en las narraciones de Nava García está la historia antigua y reciente de la comarca y sus contornos
