"El Dr. Escarria era un médico adivino que vivía en Progreso, pero tenía sus potreros en la frontera con Costa Rica.
Sus recelas eran muy originales. Nunca se me olvida. Su clínica y farmacia caminaban juntas. Tenía varios anaqueles altos con puros frascos transparentes vacíos, de todo los tamaños. Algunas damajuanas que me hacían recordar la que guardaba mi madre en casa, ésa donde depositaba centavos hasta el infinito.
El médico, que era una entidad muy querida en el pueblo, recelaba como medicina unos consabidos papelillos con un polvo blanco tan especiales que eran como la panacea del pueblo. Ahora cuando me acuerdo los comparo con esas medicinas genéricas que dan los médicos del Seguro Social y que son un cúralo todo, así como es el mentado noni que muchos le aducen poderes milagrosos.
Así era el Dr. Escarria con sus célebres papelillos. Cualquier enfermedad la curaba o por lo menos la aliviaba.
Casilda, aquella muchacha campesina que llegó de la montaña de Vique, recurrió al Doctor con un mal de ojo y los papelillos la curaron, por eso conceptuaba al Dr. como un adivino y mago".