Lo único que no puede ser destruido es la expresión, tan impetuosa, tan irreverente como el juego de las palabras, de los números, de los signos. Es ahí, en ese punto fugaz, donde todo vuelve a ser discurso, donde la convergencia de miradas devela mundos y abre la posibilidad del encuentro de lo metafórico. Una poética sonora que no responde a ningún código, más que a la aparición inherente de su sentido. Por ello, para escribir hace falta recordar dónde quedan las imágenes, dónde queda el hombre y su animalidad; pero eso no basta: hace falta el olvido de los recuerdos laberínticos. Luis lo sabe y conoce el camino: la aparición de una y mil figuras: el poema.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2008. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.
