Hacia 1940 los abuelos lo vieron todavía. Era un hombre de rostro curtido que recorría, resignado e infatigable, las calles tranquilas y arboladas de la ciudad de México. Al hombro llevaba cortes de telas vistosas y en la mano una vieja maleta llena de maravillas, que desplegaba ante los ojos de mujeres humildes. Con la ilusión de estrenar, viejas y muchachas compraban cintas, hilos, listones, bisutería, polvos de arroz, perfumes, que luego pagaban poco a poco en abonos semanales. Quién iba a imaginar que ese hombre traía sobre sus hombros, además de las telas, el recuerdo de un país lejano, las imágenes de un viaje terrible, la lucha por sobrevivir en un país nuevo, tan diferente al suyo. Mucho menos se podía haber pensado que la historia personal del abonero formaba parte de la gran historia de las multitudes expulsadas de su querencia por la miseria, la guerra, la tiranía. En las aventuras de Yusef nos asomamos a la vida de un emigrante que traía consigo el polvo de muchos caminos, pero también la esperanza de echar raíces en una tierra promisoria.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 1993. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.
