Viajar para perder países, como quería el lisboeta. Crónicas, apuntes al vuelo, pequeños ensayos. En Polaroids de grullas volando bajo un cielo naranja está el deseo de atrapar gestos, miradas, paisajes, imágenes que son obsesiones para su autor, quien escribe: “Un perro trata de capturar inútilmente una gaviota a las orillas del Tajo muy cerca del Padrão dos Descobrimentos; una mujer conduce veloz una motocicleta por las diminutas calles del Sacromonte; en un pequeño bar madrileño una mujer fuma distraída y acomoda su cabello con un movimiento de insólita belleza; el rostro sorprendido de MR mientras ve desde el cielo el pico del monte Fuji; la mirada tranquila del anciano en la lancha que cruzaba uno de los brazos del Orinoco; el camino solitario y frío de la Cordillera de los Andes mientras los caballos pastan en medio de la nieve”.
Aquí hay prosa con tintes poéticos; tonos y atmósferas de luz variable; continentes, geografías distintas, y una mirada particular: la del viajero que captura instantes y detalles de lugares cercanos o tan lejanos como Japón y Corea. Para decirlo con el autor, “a veces quedan esquirlas, formas recuperadas que provienen de un sueño”.
