Ante las palabras impresas se actúa como en presencia del lenguaje de señas. Aún en el caso de los alfabetos fónicos, pues lo que se ve no emite sonido. Este aparece ni siquiera como una reproducción mental, sino como una sensación que se asemeja a las vibraciones en el aire. Una situación semejante ocurre respecto de su representación gráfica, aún en los ideogramas. Esto es explorado radicalmente por la poesía sonora y visual. Pero en el caso de un escrito que no opte por tales opciones, igualmente esa relación estará presente, sobre todo si este apunta a la manifestación de un relato que aúlla o grita una situación que se va constituyendo en el texto, y que aparece como referente de una que se plantea como insostenible.
El libro de Fabián Burgos es no sólo extremo en ello, sino que consciente y lo hace evidente y presente al exponer que el desgarro allí expuesto, sólo es perceptible en su sombra, la sombra del grito, el murmullo que se escucha de las teorías generales en lo cotidiano. Lo sociológico, lo sicológico, lo político, como teorías aparecen como una tenue explicación de un momento que se vive radicalmente en el cuerpo, el que también oculta, a la vez que expone la intensidad del quiebre. Textualmente se manifiesta en distintas grafías, cortes y espacios que incluso en sus tachaduras, develan que lo que se pretende eliminar no deja de aparecer.
Si la primera percepción de los signos aparece como arenga e indignación, esta se carga aún más cuando se hace evidente su fragilidad para dar cuenta del estado del momento. El punto de fuga hacia la totalidad se elabora en el propio texto, haciendo referencia a otros, que marcados por sus autores, adquieren su peso al asumir su materialidad, ya no imaginaria sino como un elemento propio de lo que se pretende referir. La indignación es el relato en y como acción. -Carlos Cociña, Santiago de Chile, 2015.
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