Enciclopedia de la Literatura en México

Las artes de lenguas indígenas. Notas en torno a las obras impresas en el siglo XVIII

mostrar Introducción

Desde su llegada al Nuevo Mundo los misioneros de las distintas órdenes religiosas que provenían de España aprendieron las lenguas indígenas y muchos de ellos hicieron gramáticas con el fin de facilitar a sus compañeros el aprendizaje de las mismas, tarea que perduró hasta el fin de la etapa colonial.

En este trabajo se describen los aspectos más relevantes de las artes de lenguas indígenas que se hablan o se hablaron en lo que hoy es el territorio mexicano y que fueron elaboradas y publicadas durante el siglo xviii,[1] las cuales pueden considerarse herederas de la tradición latina reflejada principalmente en Antonio de Nebrija, así como de una tradición que tuvo su origen, en 1547, con la aparición de la primera gramática conocida de una lengua amerindia: el Arte de la lengua mexicana de Andrés de Olmos.[2]

Los gramáticos del siglo xviii[3] le dieron continuidad a temas que habían ocupado a sus antecesores desde dos siglos atrás, como la existencia o no de casos y declinaciones, y si los hay, cuántos son y cómo se expresan en las distintas lenguas. En este sentido, debe decirse que diversos gramáticos de la época aceptaban que si bien el nombre no se declina, sí posee casos que se expresan mediante diversos recursos, como el de las preposiciones. Algunos más opinaban que no es posible establecer casos, como en latín, pero sí declinaciones; como se verá, éstas se determinaron, por lo general, a partir de la formación del plural y de la derivación nominal.

Otros aspectos que desarrollaron los autores de las artes durante el mencionado siglo son, a manera de ejemplo, cuántas clases de pronombres, verbos y conjunciones tienen las lenguas; cuántos y cuáles accidentes verbales poseen; la aceptación o el rechazo de la interjección como una parte de la oración. Además, en las gramáticas es constante la mención de las variantes dialectales, de la evolución de la lengua y de la importancia del uso, el cual para algunos gramáticos dicta la norma.

Entre paréntesis, debe destacarse que, en el siglo xviii, la política lingüística de la corona española fue prohibir el uso de las lenguas indígenas para la evangelización e implantar el castellano como lengua oficial en sus colonias americanas; por lo que podría ser relevante preguntarse por qué se continuó con la redacción de gramáticas de dichas lenguas. Sin intención de responder a esta pregunta, pues sería objeto de otra investigación, debe anotarse que, a pesar de tal política, entre manuscritos e impresos hubo una gran producción de artes hechas durante el último siglo de la colonia.[4] En seguida se presenta la descripción de 17 obras publicadas, las cuales pertenecen a siete familias lingüísticas: yutonahua, maya, mixe-zoque, totonaca, oaxaqueña, otopame y guaycura.

mostrar Las artes de las lenguas yutonahuas: náhuatl, ópata y tepehuán

Arte de el Idioma Mexicano[5] (1713), de Manuel Pérez

La primera descripción gramatical del náhuatl publicada en el siglo xviii es la de Pérez, quien divide su Arte en cinco libros, al modo tradicional. Dedica dos capítulos del libro primero a la pronunciación y letras de la lengua, y a partir del tercer capítulo aborda las ocho partes de la oración.

En la parte correspondiente al nombre el agustino reduce a tres las cinco declinaciones que establecieron “todos” los gramáticos anteriores a él: la primera declinación está formada por los nombres terminados en tl cuyo participio finaliza en ani; la segunda, por los terminados en tli, lli e in, en singular y que en plural finalizan en tin, y la tercera, por los acabados en c, hua, e, [y] o y qui,[6] con plural en que; en esta declinación incluye la cuarta, que se refiere a los sufijos reverenciales y apreciativos, y la quinta, a los posesivos. Los siguientes dos capítulos los dedica precisamente a la pluralización de las partículas “que otros ponen en cuarta y quinta declinación” y al significado de tales partículas, respectivamente.

El autor se suma a la discusión de los gramáticos novohispanos acerca de la existencia de casos en las lenguas indígenas. Señala que “es moralmente impossible hablar Mexicano” sin hablar de casos y agrega: “Todos los Authores le han negado al Idioma la declinabilidad de casos; pero no se le puede quitar en el todo, aunque es verdad que no es con la perfeccion que en el Latin, sino por frazes, y equivalencias” (p. 9), es decir, a través de preposiciones, las cuales deberían llamarse –destaca el autor– posposiciones, pues se colocan después del nombre.

Pérez define los pronombres como aquellos que “pueden estar, y hablar por si solos”, y los divide en primitivos e interrogativos; mientras que los semipronombres se denominan así “porque siempre van conjugando el Verbo, y no pueden estar sin èl, ni èl sin ellos” y están clasificados en: conjugativos, posesivos, reflexivos, reverenciales, pacientes y demostrativos, de acuerdo con su terminología. Como se observará, tanto la clasificación propuesta para los nombres como la establecida para los pronombres tiene algunas variaciones de un autor a otro.

Los capítulos ocho al veinte están dedicados al verbo. En ellos se explican los modos y tiempos, así como su conjugación. En el décimo capítulo establece tres tipos de oraciones: dos de voz activa y una de voz pasiva, a diferencia del latín, que posee dos de activa y dos de pasiva.

En la clasificación de los verbos aparecen los conceptos de transitivo e intransitivo como sinónimos de activo y neutro, respectivamente; aunque sus continuadores seguirían usando, en general, estos últimos términos. Pérez encuentra que los verbos pueden ser impersonales, defectivos o anómalos (también llamados irregulares), compulsivos, aplicativos, reverenciales, frecuentativos y dos clases de reflexivos, los que se forman con pronombres y los que lo son por naturaleza, esto es, los que no poseen pronombre reflexivo pero que en su traducción al castellano lo son, como zotlahua, ‘desmayarse’; aunque también comenta que éstos son más verbos pasivos que reflexivos y no tiene inconveniente en llamarlos neutros.[7] Reserva, además, un capítulo para el participio, que agrupa en dos de voz activa, los terminados en ni y qui, y dos de voz pasiva, los que finalizan en lli y tli.

De los adverbios apenas se hace mención, pues “no es facil reducirlos â numero”. Mientras que ni la interjección, que bien puede llamarse adverbio,[8] ni la conjunción, que es “la que ata las oraciones, y demas partes”, son abordadas en esta gramática.

En el libro segundo se ofrecen algunas “notas necessarias”, es decir, especificaciones sobre las partes de la oración. El libro tercero trata sobre la derivación. El cuarto, sobre la composición o sintaxis. El quinto se refiere a los acentos y las cantidades.

La postura de Pérez con respecto a la clasificación del nombre en casos lo hace uno de los gramáticos de la lengua mexicana del siglo xviii más apegados al modelo latino, pues, como se verá adelante, los gramáticos de ese siglo aceptaban la declinabilidad nominal pero no a través de casos, como en latín.

Arte de la lengua mexicana[9] (1717) de Francisco de Ávila

Mucho más breve que el anterior es el Arte de Ávila. Esta obra sigue la distribución en ocho partes de la oración y se inicia con un apartado de ortografía y fonética. Cabe mencionar que varias gramáticas de este siglo dan cuenta de la pronunciación de los indígenas con respecto a las palabras castellanas, por ejemplo: Ávila señala, con respecto a los nombres propios, que la /d/, que no existe en náhuatl, la pronuncian como /t/; por lo que en lugar de Diego dicen Tiego.

Comienza así el primero de ocho capítulos dedicados a las categorías gramaticales. De los nombres establece cinco declinaciones:[10] 1] los que terminan su singular en tl y el plural en me; 2] los que terminan en li o tli en singular y en tin el plural; 3] los que se adjetivan con las “partículas” c y [y] o,[11] cuyo plural se forma con –que; 4] los reverenciales y diminutivos, y 5] los posesivos. Como se observa, hay variaciones en cuanto al establecimiento de las declinaciones por parte de Pérez y de Ávila, y aunque coinciden en la primera de ellas, el criterio que emplean para determinarla es distinto: Pérez señala que los nombres terminados en -tl conforman una primera declinación porque hacen el participio en -ani; mientras que para Ávila la razón es que el plural lo hacen en –me.

Por otro lado, de acuerdo con lo que se observa, para el franciscano el tema de las preposiciones y posposiciones, que aborda en el segundo capítulo, es relevante porque con su significado hacen que el nombre sea declinable.

La siguiente parte de la oración que el autor desarrolla es la de los pronombres, que clasifica en seis clases: primitivos, semipronombres conjugativos, reflexivos, posesivos, pasivos, interrogativos. En cuanto a los verbos, que conforman el cuarto capítulo, Ávila los divide en activos, reflexivos, aplicativos, compulsivos, neutros y reverenciales. En este punto vuelven a aparecer las discordancias entre Pérez y Ávila en cuanto a la distinta terminología que emplean.

Los tres últimos capítulos del Arte fueron reservados para los adverbios, las interjecciones y las “conjunciones, y disjunciones”. Finalmente, el capítulo noveno trata sobre la sintaxis, en la que el fraile muestra la forma de construir oraciones ejemplificando con el persignum Crucis o señal de la cruz.

Arte Novissima de Lengua Mexicana (1753) de Carlos de Tapia Zenteno

A mediados del siglo Tapia Zenteno publicó su Arte Novissima, obra conformada por cinco capítulos dirigidos a los principiantes en la materia, por lo que trata en todo momento de ser lo más conciso y sencillo en su exposición.

El primer capítulo hace referencia a los gramáticos de la lengua mexicana que Zenteno revisó para elaborar su obra; ellos son Agustín de Vetancurt, Manuel Pérez, Martín de León, Diego Galdo Guzmán, Antonio del Rincón, Horacio Carochi y Francisco de Ávila. Los estudiosos europeos a los que se refiere son Ambrosio Calepino, Juan Gerardo Vossio, Manuel Álvarez. No obstante sus fuentes, se trata de una gramática innovadora en varios sentidos, desde su propuesta sobre las letras que existen en la lengua mexicana hasta el número de partes que hay en la oración.

Zenteno, en oposición a la opinión general, y sin diferenciar entre letras y sonidos, señala que ni la g ni la s faltan en la lengua mexicana, pues existen pronunciaciones en las que se podría remplazar h por g, como en nehuatl; mientras que de la z dice que es la representación gráfica del sonido /s/ náhuatl, como se observa en nihualaz. Pero agrega: “avrémos de conformarnos con lo que hallamos, assi porque de otra manera no podrémos entender a los Autores, que assi la quisieron escribir”.

Con respecto a las partes de la oración, tema que ocupa el capítulo dos, el autor determina cuatro: nombre, pronombre, verbo y adverbio. Las otras cuatro, explica, no existen en náhuatl: a] como ya Galdo y Rincón expresaron, y a diferencia de lo que opina el resto de los gramáticos del náhuatl del siglo xviii, el participio, aunque se derive del verbo, no forma tiempos particulares como el latino; b] las preposiciones no son sino “dicciones” que se unen al nombre para conformar otra palabra distinta;[12] c] la interjección –y en esto señala como fuente directa a Vetancurt– es afecto y éste es parte de “la Oración mental, no de la que proferimos con la lengua”,[13] por lo tanto los indios sólo profieren “aquellos signos de su pena, ó de su alegría, general de todas las Naciones”; d] la única conjunción para Zenteno es ihuan.

De esta manera se da inicio, en el capítulo tres, a la descripción del nombre. El autor expresa que definirlo a través de los casos es definirlo con base en el modelo latino; por lo que, siguiendo al jesuita Manuel Álvarez, lo define semánticamente como “aquella voz, con que conocemos las cosas: y que tenga casos, ó no los tenga, es atributo, ò accidente [...] que no le pone, ni le quita cosa à su naturaleza” (p. 8).[14]

Hace además una crítica a los anteriores gramáticos de la lengua mexicana, pues así como aceptaron que el nombre náhuatl es indeclinable, también debían aceptar que no tiene casos; ya que una de las razones por las que se divide el nombre latino en casos es justamente su declinabilidad.[15] Otra manera de establecer casos en náhuatl, como se ve en Pérez y Ávila, era mediante la forma en que se pluralizan los nombres; sin embargo, para Zenteno este argumento no es válido porque los latinistas, dice, no emplean tal criterio.

El autor destaca, en el capítulo cuatro, la importancia de los pronombres y semipronombres para la formación de palabras. Mientras que, en el capítulo cinco, dedicado al verbo, señala que sólo hay activos y de éstos se forman los pasivos. Además, a diferencia de sus dos antecesores, rechaza que haya verbos reflexivos; esto porque las oraciones son las reflexivas, considera, no los verbos.

Por otro lado, Tapia Zenteno acepta que no es lo más adecuado definir el verbo como los latinos, sino como lo definió Maturino Gilberti, esto es, atendiendo al aspecto semántico: “Verbum est pars orationis, agere aliquid significans” (p. 31).[16] Al adverbio apenas le dedica unas líneas para decir que su significado se encuentra en el diccionario, por lo que es innecesario tratarlo en el Arte.

Debe notarse que si Zenteno establece la diferencia entre el latín y el mexicano en cuanto al nombre y al verbo, no sucede lo mismo con los comparativos y superlativos, pues opina que en rigor no hay tales en náhuatl, cuando menos, matiza, no al modo de aquella lengua. No obstante, es uno de los gramáticos menos influidos por el modelo tradicional.

Arte de la lengua mexicana (1754), de Joseph Agustín de Aldama y Guevara

Sin divisiones en libros o capítulos, Aldama y Guevara hizo su Arte a manera de compendio de las obras realizadas por Molina, Rincón, Carochi, Galdo, Vetancurt, Pérez, Ávila y Vázquez Gastelu. Nos encontramos ante una gramática que señala la variante dialectal que describe: “Las reglas de este Arte estan conformes al estylo de los Indios de Mexico, y sus contornos.” De igual manera, Aldama atiende al uso, pues recomienda que el aprendiz copie a los indios en el “estylo”, aunque haya aspectos que no se encuentren en las gramáticas. Además, hay un evidente criterio de corrección y prestigio lingüísticos, ya que, según el autor, debe procederse con cuidado “porque no todos los Indios hablan bien su lengua, como no todos los Españoles hablamos bien la nuestra”; por lo que es mejor fiarse de quienes “mejor hablaren en el Lugar en que estuvieres; y tales son regularmente, los que llaman Caziques, ô nobles”.

Aldama inicia al estudiante de esta lengua en el alfabeto y los acentos, que son: breve (sin marca), largo (´), saltillo (`) y salto, que otros gramáticos llamaron saltillo final (^).[17] Del nombre acepta que es indeclinable en cuanto a casos pero no en cuanto al número; a pesar de esto, y pensando probablemente en que el aprendiz del mexicano es un religioso que sabe latín, el autor decide denominar a las declinaciones de acuerdo con los casos latinos. Su propuesta en torno a las declinaciones es muy parecida a la de Ávila, pues también señala cinco, que se refieren a los nombres terminados en: 1] tl, ni, con plural en me; 2] tli, li, in, con plural en me o tin; 3] qui, c, hua, e, [y] o; 4] reverencial y apreciativos; 5] posesivos.

Para el verbo se reconocen tres modos: indicativo, optativo y subjuntivo; cinco especies: transeúnte, reflexivo,[18] neutro, pasivo e impersonal, y otras cuatro “especies” que se forman de aquéllas: compulsivos, aplicativos, reverenciales y frecuentativos; se trata de formas derivadas del verbo.

En cuanto a los pronombres, en este Arte se dividen en: 1] conjugativos o afijos[19] de verbo neutro, reflexivo y transeúnte, y 2] separados, divididos en: personales, demostrativos y relativos. Asimismo, se reserva una parte para hacer mención de los adverbios, preposiciones, interjecciones y conjunciones; además de los mexicanismos, en los que se observa la diferencia de términos usados por hombres y mujeres; por ejemplo, la madre no dice nopiltzin ‘hijo mío’, sino noconeuh ‘niño mío’ o noconetzin ‘niñito mío’; por lo que el sacerdote debe emplear esta forma cuando señale que la virgen se dirigía a su hijo Jesús.

Arte, Vocabulario, y Confessionario en el Idioma Mexicano, como se usa en el Obispado de Guadalaxara (1765), de Gerónimo Thomas de Aquino Cortés y Zedeño

En este Arte Cortés y Zedeño hace referencia tanto a las reglas de la lengua “legítima mexicana”, es decir, al náhuatl clásico descrito por los primeros misioneros llegados a Nueva España, como al uso de las mismas en el “Idioma falseado, ô adulterado”, esto es, la variante de “Guadalaxara, parte de Valladolid y parte de Guadiana”. El fin que tiene esta descripción es que los ministros entiendan el náhuatl y puedan comunicarse con los indígenas, no que éstos “lo hablen culto”, razón por la que ofrece otro título en su prólogo: Arte de lengua Mexicana usual.

Cortés y Zedeño da cuenta de la evolución de la lengua al señalar que los primeros gramáticos describieron el idioma “quando no estaban lejos de su origen”, pero dos siglos después estaba ya “muy adulterado” al mezclarse con el castellano. De esta manera, establece diferencias entre la lengua clásica y la usada en Guadalajara en el siglo xviii, como el desuso del sufijo aumentativo pol, que se sustituyó por el adverbio huel.

Sus fuentes explícitas son Agustín de Vetancurt y Juan Guerra. De acuerdo con el primero de ellos, Cortés y Zedeño establece que en realidad son siete partes de la oración porque la interjección, asegura, no es una clase de palabra. Más adelante cita a Nebrija para decir que las interjecciones son signa naturalia; mientras que las voces [palabras] no significan naturalmente sino por imposición de los hombres. No obstante, menciona las que se usan en el dialecto que describe.

La obra está dividida en cuatro libros: en el primero expone las declinaciones de los nombres y la conjugación de los verbos; en el segundo “se ponen las ocho, ô las siete partes de la oracion”; en el tercero se refiere a los géneros, los pretéritos y la derivación nominal y verbal; finalmente, explica la composición y sintaxis de las ocho –o de las siete– partes de la oración.

Así, el autor establece que los nombres de “la mera Lengua Mexicana son indeclinables”; los únicos casos son el singular y el plural. Pero más adelante asevera que las declinaciones del nombre son cinco “en Lengua Legítima Mexicana”, las mismas que establece Ávila. Comenta además que la falseada sólo tiene tres, que corresponden a los plurales me, tin y que, aunque “por algunos Lugares de Guadalaxara se usan cinco”.

Cortés y Zedeño enfatiza que el tipo de declinación que posee el nombre en náhuatl es formal, no material.[20] La declinación formal, también llamada monoptota, a diferencia de la material, es aquella que no tiene variación morfológica; pero, a pesar de no expresarse mediante sufijos, tanto los nombres como las preposiciones son clasificados en casos por el autor. Por otra parte, los pronombres se dividen en: primitivos o separables, conjugativos, reflexivos comparativos o recíprocos, posesivos, pacientes, adjetivos e interrogativos.

Según el autor, en el dialecto de Guadalajara todos los verbos son activos o neutros; a los primeros también se los llama transitivos; éstos son: reflexivos, compulsivos, aplicativos y frecuentativos, mientras que a los neutros suele llamárselos aplicativos. Los modos son: indicativo, imperativo, subjuntivo e infinitivo. Del participio señala dos terminaciones: ani y hual; también menciona los sufijos li y qui, aunque estos últimos, dice, son muy poco usados en la región. Los que sí son muy usados en el “idioma falseado” son los adverbios, los cuales son “elegantes”, como los de lugar y los modificativos; de este último el ejemplo es paratez, que significa ‘para qué’, donde evidentemente hay interferencia entre el castellano y el náhuatl.

La parte de la oración cuya existencia se había negado al inicio del segundo libro, es decir, la interjección, es definida como la que “declara los varios afectos de la alma”, y la divide en dos clases: ai, para expresar dolor, además de o, igual que en castellano, para expresar tristeza o admiración. Asimismo, el Arte trata brevemente sobre las conjunciones, que son: copulativas, disyuntivas, adversativas, colectivas y causales. Finalmente, comenta de manera sucinta las partículas y ligaduras.

Por último, Cortés y Zedeño explica los procesos de composición y sintaxis, por ejemplo: en un enunciado comparativo debe expresarse la “partícula” que, como: ‘yo soy más fuerte que tú’ achinichicahuac nehuat, que tehuat; éste, entre otros ejemplos, nos permite reflexionar sobre la interferencia del castellano en el náhuatl, que explica como parte esencial de las construcciones sintácticas.

Compendio de Arte de la Lengua Mexicana
del P. Horacio Carochi (1759), de Ignacio de Paredes

El Arte de la lengua Mexicana de Carochi fue publicado en 1645. Las razones que tuvo Paredes para hacer un compendio de dicha gramática las expone él mismo: “buscando muchos dichos Artes, ò no los hallan; ò solamente à un precio subidissimo (como és constante) de doze, ò quinze pesos, con gran dificultad los consiguen”; la segunda razón es que “muchos, assi de esta Ciudad, como de la de la Puebla” le pedían que reeditara y compendiara la obra.

Sin realizar cambios relevantes, Paredes divide el Compendio en tres partes: la primera, conformada por los tres primeros libros del Arte de Carochi, contiene la descripción gramatical de las partes de la oración, esto es, reglas y sintaxis de la lengua; la segunda parte, que está constituida por el libro cuatro del Arte, aborda el tema de la derivación y composición de los nombres y verbos, y la tercera parte, o libro quinto de la obra de Carochi, se refiere a los adverbios y conjunciones.

Paredes explica los criterios de edición que empleó, entre los que se encuentran: la especificación de los acentos y el uso de i latina para vocal y el de la y griega para señalar la consonante; omite la sinalefa “que tanto usa este Idioma”, y usa letra “grande, clara, y hermosa”. Para la ortografía del español emplea el “Diccionario Castellano”; seguramente se refiere al Vocabulario de Nebrija.

Arte donde se contienen todos aquellos rudimentos y principios preceptivos que conducen a la lengua mexicana (s. xviii),[21] de Joseph de Carranza

Conformado por cuatro libros, aunque el subtítulo dice: Divídese en siete libros, el Arte de Carranza no ahonda en la explicación de la fonética, los acentos y cantidades del mexicano, porque “es neccesario para aprenderlas [las pronunciaciones], oirlas dezir a los indios, ô a quien con perfeccion sabe la lengua Mexicana”.

Para el dominico las partes de la oración náhuatl son ocho más las partículas y, al igual que Tapia Zenteno, no acepta la declinación nominal ni pronominal ni su clasificación en casos; aunque, de acuerdo con lo que comenta, éstos se dan a conocer mediante partículas.[22] De este modo, al nominativo corresponden los pronombres conjugativos, es decir, primitivos y reverenciales; al genitivo, los posesivos; al dativo y acusativo, los pacientes, y al ablativo, el posesivo añadido a una preposición.

En cuanto a los verbos, poseen modos [voces]: activa, pasiva y neutra; además de los modos: indicativo, subjuntivo, imperativo, y aunque no hay infinitivo, se suple sintácticamente. También se dividen en: primitivos, compuestos, derivativos, recíprocos, compulsivos, aplicativos, frecuentativos, impersonales y reverenciales.[23]

Por su parte, al participio, al igual que el resto de los gramáticos, Carranza lo divide en dos de activa y dos de pasiva, pero este autor establece sus propios criterios; los de activa son: 1] ni/qui, como en tepiani, tepixqui ‘el que guarda’, y 2] in + tercera persona, como en in tetlazotla ‘el que ama’; los de pasiva: 1] lli/tli, por ejemplo, tlachihualli, tlachiuhtli ‘cosa hecha’, y 2] in + tercera persona, como en in tetlazotlalo ‘el que es amado’.

Carranza trata brevemente el tema de las preposiciones, entre las que encuentra las que sirven a: 1] nombres, 2] pronombres posesivos, 3] nombres y pronombres posesivos y 4] verbos. Trata también las categorías de los adverbios, interjecciones y conjunciones de manera breve, al igual que sus antecesores. Por su parte, el libro segundo está destinado a la formación de plurales; el tercero, a la conjugación de los verbos; el cuarto se enfoca principalmente a la formación nominal.

Arte de la Lengua Tegüima vulgarmente llamada Ópata (1702), de Natal Lombardo

Del ópata, la única obra gramatical del siglo xviii publicada es la del jesuita Natal Lombardo. El Arte de la Lengua Tegüima que se localiza en la Biblioteca Nacional de México está incompleto. Se inicia con una descripción de las letras y sonidos propios de la lengua, haciendo comparaciones no sólo con el latín sino también con el castellano, italiano y francés. Advierte en seguida del carácter tonal de la lengua y especifica tres tipos de acento: (^) para la pronunciación larga, (?) para marcar la brevedad, y (¨) para expresar que “la vocal señalada se ha de pronunciar como doble”. Refiere también que las consonantes finales v, t y c no se pronuncian.

Una vez aclarados tales aspectos, inicia formalmente el Arte constituido por cinco libros. El libro primero trata del nombre y lo divide en: propio, apelativo, adjetivo, sustantivo, primitivo y derivativo. El autor establece cinco casos para el nombre: nominativo, genitivo, dativo, acusativo y ablativo; del vocativo, que es eh, dice que sólo se usa pospuesto a los nombres propios. Mientras que las declinaciones de la lengua son diez, pues diez son los sufijos del genitivo: te, ri, si, gui, ni, tzi, qui (morfema +) cu, cu, pi; además de los nombres anómalos, que se refieren a personas, los cuales son anómalos por su declinación y formación.

El libro segundo trata del verbo, para el que establece cinco “maneras”: activos (transitivos), pasivos, neutros (intransitivos), recíprocos, impersonales de activa y pasiva. En seguida establece, a través de sufijos, las conjugaciones de los verbos: 1] regulares, 2] anómalos, 3] defectivos, y 4] impersonales activos. Posteriormente Lombardo hace referencia a la formación de los tiempos; de ellos llama la atención el futuro “rogativo o suplicante”, el cual se forma con las partículas guetza y nedu, por ejemplo: gueza ma nedu hio, ‘pintarás te ruego’.

En el libro tercero se explica la formación de los verbos pasivos y su conjugación, mientras que el libro cuarto trata de las nueve partes de la oración y el “modo de colocarlas entre si”; se refiere con esto a la derivación y composición. Las nueve clases de palabras son: nombre, pronombre, verbo, participio, preposición, adverbio, interjección, conjunción y artículo; este último puede ser de cosa o persona presente (are y re ‘lo, y la’) y ausente (da, para singular, y me, metze, para plural).[24] El último libro aborda el tema de las partículas y de algunos verbos.

Como se observa, a pesar de que Lombardo no menciona ninguna gramática como fuente, es evidente y esperada la influencia nebrisense.

Arte de la lengua tepeguana: Con vocabulario, confessionario y catechismo (1743), de Benito Rinaldini

La gramática se divide en las partes de la oración y sintaxis. A decir de Rinaldini, el tepehuán es una de las lenguas más difíciles que se hablaban en las misiones jesuitas, y aunque hay diversos dialectos, dice el autor, es mejor no apartarse de las reglas del Arte.

Después de algunas advertencias con respecto a la ortografía que emplea en la gramática, Rinaldini comenta sobre la tonalidad de la lengua; el signo que emplea para distinguir el tono breve es (`) y el largo no se marca, por ser el menos usado. Aparecen luego los diez capítulos que constituyen la primera parte de la obra, en los que aborda las categorías gramaticales: del nombre, el jesuita explica que “en ningun caso obliquo varia el nombre en su declinacion”, sólo se distingue el singular del plural porque este último reduplica la primera sílaba, aunque hay excepciones. Señala además que no hay artículo en esta lengua ni marcación de género, lo cual causa confusión a quien no la conoce bien.

Los pronombres se dividen en: posesivos, demostrativos, relativos, personales,[25] reflexivos o recíprocos. De las preposiciones y adverbios no da reglas de uso, sólo pone los más comunes. La interjección, explica, es de dos tipos: las de “affecto de desseo, ù amor”, Ah, y las de pena, Ai iji Ai. Después, Rinaldini se enfoca en el verbo, en el cual no hay distinción en cuanto a las conjugaciones, pues ésta la dan las preposiciones; por lo tanto sólo explica la formación de tiempos.

La segunda parte de la gramática son aditamentos a lo dicho en la primera; además de que hay algunos capítulos dedicados a la sintaxis, en los que se aborda el tema de las conjunciones “por ser tan necesarias para la sintaxis en esta lengua” y el uso de síncopa, sinalefa y elipsis.

mostrar Dos artes de lenguas mayenses: maya y huasteco

Arte del Idioma Maya reducido a succintas reglas y semilexicón yucateco (1746), de Pedro Beltrán de Santa Rosa

El Arte del Idioma Maya es la última gramática sobre esta lengua que se hizo en la colonia, cuyo autor fue el franciscano Pedro Beltrán. El texto, conformado por doce artículos, está elaborado con base en el Arte (1684) de Gabriel de San Buenaventura, a quien refuta en diversas partes del texto.

La obra responde al uso de la lengua, pues Beltrán dice consignar aspectos que su predecesor no pudo señalar porque había transcurrido ya casi un siglo entre la publicación de una y otra obras. Consciente de la evolución de la lengua, observa que hay “nuevas cosas que advertir y yerros, que es forzoso enmendar perfeccionando y reduciendo a lo más corriente del tiempo”.

Para Beltrán el nombre no se declina, por lo que los casos se establecen a través de partículas y pronombres; estos últimos son de cinco tipos: dos demostrativos, dos mixtos (se usan para demostrativos y posesivos) y uno recíproco.

Del verbo, advierte que hay absolutos y no absolutos, y cuatro conjugaciones: una de voz pasiva y tres de activa. En seguida trata sobre los verbos irregulares y los tiempos. Presenta un listado de preposiciones, adverbios y conjunciones, además de los numerales y otro listado de “nombres, partes del alma y cuerpo, enfermedades”.

Noticia de la Lengua Huasteca (1767), de Carlos de Tapia Zenteno

Se divide esta Noticia de Tapia Zenteno en nueve apartados. Se inicia haciendo referencia a la pronunciación y escritura de la lengua, que el autor define como un “dialecto blando y sin violencia, aún más que el mexicano”; pero debe tenerse cuidado de “no tropezar con el dialecto de los de Tamtoyoc y los más de la jurisdicción de Tampico”, pues su pronunciación es diferente de la que se explica en esta obra. Además hace especificaciones sobre las variantes de acuerdo con el género; así, las mujeres “tienen más aguda y clara pronunciación que los hombres”.

Igual que en su Arte Novissima, Zenteno discrepa de la descripción del nombre mediante casos y declinaciones; por lo que, aunque en huasteco haya diversas terminaciones; el nombre, según este autor, sólo tiene nominativo y vocativo.[26]

El pronombre, como el latino, es primitivo o derivativo; los últimos son: semipronombres, posesivos, interrogativos y demostrativos; el autor señala que no hay pronombres relativos en esta lengua. Y del verbo explica que sólo tienen voz activa, pues la pasiva “más parece verbo distinto, reflexivo o frecuentativo”; pero, aceptando el modelo de los gramáticos del náhuatl y latín, los divide en voz activa y pasiva. Los modos son tres: indicativo, imperativo y optativo. Las conjugaciones son dos: la que hace el pretérito en itz, titz, al, mal, alitz, y la que lo hace en nec o nenec; no obstante, aclara, hay verbos que son comunes a ambas conjugaciones. Por otro lado, Zenteno señala que no hay participios, pero sí locuciones que corresponden a los de presente y pretérito.

Las preposiciones pueden llamarse propiamente así porque, al contrario que en latín y en mexicano, nunca se posponen al nombre. Asimismo, “de estas preposiciones, a los adverbios, hay poquísima diferencia, y aun equivocación alguna vez en el significado”, dice el autor; por lo que hace un listado de estos últimos, incluyendo su significado. De la conjunción copulativa comenta que a veces es disyunción e incluso adverbio, por ejemplo: ani puede ser la conjunción ‘y’ y el adverbio ‘así’. Tal parece que Zenteno encuentra una estrecha relación entre estas categorías gramaticales.

Con respecto a la interjección, “si acaso es parte de la oración distinta de las otras”, el autor asegura que sólo ha escuchado ¡ah!; pues los afectos o la pasión del alma se expresan mediante palabras. Aparece implícito aquí lo que Zenteno hace explícito en el Arte Novisima: la interjección no es una clase de palabra. En este sentido, el autor de ambas obras se muestra consistente con respecto a la clasificación que propone.

De la familia mixe-zoque: Arte de la lengua mixe[27] (1729), 
de Agustín de Quintana

Inicia este Arte de Quintana con el “modo de hablar la lengua mixe”, donde, además de especificar las letras que faltan en la lengua, explica la formación y pronunciación de los diptongos uo (û) y oe (ô) y proporciona una lista de palabras que los tienen. Con respecto a los acentos, dice Quintana que el largo se usa en las palabras que tienen diptongo (^), las que duplican la última sílaba (`) y las que tienen acento o “viruelita ensima” (¨). Los demás vocablos son breves.

Esta obra se conforma en apartados en los que se describen las ocho partes de la oración. El dominico anuncia que ninguna de estas partes es declinable. Así, el nombre, además de no poseer declinaciones, tampoco posee casos ni números. En este sentido, asegura que no hay partículas que puedan hacer distinción entre el singular y el plural; pero en seguida consigna algunas de ellas que funcionan como plurales, como la partícula tôhc (para los sustantivos que significan persona) y ait (para los adjetivos principalmente).

Los sustantivos se clasifican en propios, apelativos y verbales; estos últimos se subdividen en 1] agente o "hacedor de la obra", los cuales se forman con el verbo añadiéndole pa, como en yxpa 'el que vee ó el veedor', de ix 'ver', y 2] los que significan acción, formados por la 2a. persona del singular en imperativo, por ejemplo: maiatn 'el amor beneficioso o hagazajo' del imperativo maiat 'ama' y éste del verbo maiatpòtz 'amar'.

Por otro lado, los adjetivos se dividen en: 1] los que lo son “por si mismos”, los cuales “en su significado tienen tres géneros, masculino, femenino y neutro, y dos números, singular y plural”; así, mai significa ‘mucho, mucha, mucho, muchas, muchos’, y 2] los que “salen del verbo”.

En seguida, Quintana describe las clases de pronombres y su formación, los cuales son primitivos, que pueden ser simples (formados por una letra “y no hablan por si solos”) y compuestos (formados por muchas letras “y hablan por si solos”). Los pronombres posesivos, demostrativos y recíprocos se explican mediante sus correspondientes latinos, y además de éstos se presentan los pronombres interrogativos, relativos y absolutos.

En el siguiente apartado el misionero aborda la “materia del verbo”, el cual tiene dos voces: activa y pasiva; una conjugación; tres tiempos: presente, cuya terminación es p, pretérito perfecto, ô, y futuro imperfecto, ob, op, ot, todos ellos del modo indicativo. Con estos tiempos, dice Quintana, se suplen los demás tiempos de indicativo, subjuntivo e infinitivo.

Las últimas clases de palabras que se exponen son el participio, que no existe en la lengua pero se suple; las preposiciones, presentadas a manera de listado con su correspondiente traducción latina; el adverbio, que puede ser cualquier adjetivo; las interjecciones, que son A o Ha, y las conjunciones copulativas y disyuntivas.

Hay una parte final de notas donde se comentan algunos aspectos sobre la formación y composición de las palabras, así como sobre la sintaxis. Quintana termina con una advertencia: de las reglas señaladas en esta gramática, “muy pocas se hallaran en esta Lengua, la qual por si parece irregular”, y más adelante insiste en que la lengua mixe “verdaderamente es dificil por su irregularidad”.

De la familia totonaca: Arte de la Lengua Totonaca (1752),
de Joseph Zambrano Bonilla

“Se asemeja (amigo Lector) la lengua Totonaca à la Castellana, y Latina”. Así inicia Zambrano su Arte conformado por cinco libros; en el primero de ellos sienta las bases de la ortografía totonaca, y dice que la lengua: “usa de unas letras por otras”, esto porque, como se ha observado, el modelo ortográfico y fonético de las gramáticas hechas durante la colonia es el castellano y el latín. Zambrano también comenta que el totonaco tiene acentos largo, breve y aspirado, aspecto en el cual profundiza más adelante.

El dominico hace una descripción del nombre y sus declinaciones: 1] los que acaban en vocal y el plural lo hacen con –n, como en: ogxa ‘mancebo’, ogxan ‘mancebos’; 2] los que acaban en –n y el plural lo hacen reduplicando la consonante mediante la ligadura i, por ejemplo, agapon ‘el cielo’, agaponin ‘los cielos’, y 3] los que terminan en t y el plural lo hacen reduplicando la última vocal de la palabra mediante la ligadura n, como: xanat ‘la flor’, xanatna ‘las flores’.

El verbo posee tres conjugaciones, de acuerdo con la formación del pretérito perfecto y terminación de las tres personas del singular: 1] sufijo y, para la primera persona, 2] a, para la segunda, y 3] n, para la tercera.

Algo que llama la atención de la explicación sobre el verbo es lo que se refiere a los semiverbos: poton, liquihuin, tilhay, palay, mah, taquiy; los primeros cuatro no tienen significado por sí solos, pero junto con el verbo significan: ‘querer hacer’, ‘andar haciendo’, ‘ir haciendo’, ‘volver a hacer’ lo que el verbo significa, respectivamente. Mah significa ‘estar acostado’, pero con otro verbo es ‘estar haciendo’ lo que el verbo significa. Taquiy quiere decir ‘levantarse’, pero en composición con otro verbo se traduce como ‘dejar hecho’ lo que significa el verbo.

El libro segundo lleva por título: De Institutione Grammaticæ. Liber Secundus, en el que vuelve a tratar la categoría del nombre y sus tres declinaciones; pero incluye los nombres anómalos (no tienen uno de los números) y los extravagantes (su formación no corresponde con ninguna de las declinaciones). Del verbo, explica tanto los simples como los compuestos.

En el libro De Institutionæ Grammaticæ Totonacæ. Liber Tertius se mencionan las categorías declinables. Se inicia con el nombre (sustantivo y adjetivo), sigue con el pronombre (primitivo y derivativo), el verbo (activo y pasivo) y termina con el participio (activo y pasivo). Continúa con las partes no declinables: preposición, adverbio, interjección y conjunción. Las definiciones que ofrece están completamente apegadas a las Introductiones de Nebrija.

El libro cuarto, que se refiere a la sintaxis de las partes de la oración, desarrolla, entre otros temas, la composición de frases nominales, la posición del adjetivo en la frase, los nombres derivativos, esto es, adjetivos, posesivos, nacionales y abstractos, composición de nombres deverbales y de verbos, además de varias notas.[28]

Por último aparece De Institutione Grammaticæ. Liber Quintus, donde habla de las sílabas, diptongos y algunos fonemas, como /l/, “que es muy ordinaria entre los Totonacos (no Olmecos) la qual herida de la T, se liquida” y se forman sílabas en tl; lo mismo sucede con la z. Ambas se “liquidan” “porque pierden su fuerza, y vigor”. En este punto es importante decir que, según creo, además del citado texto de Nebrija, Zambrano está profundamente influido por las gramáticas nahuas.

De regreso al Arte, Zambrano retoma al tema de los tres acentos o tonos, esto es, el largo (´), el breve (`) y el circunflejo “que llaman saltillo” (^). El uso de la elipsis, metáfora y sinalefa en el habla es el tema con el que finaliza esta gramática. Pero le sigue una lista de palabras homófonas y homógrafas y otra de parentesco y partes del cuerpo.

De la familia oaxaqueña: Gramáticas de las lemguas [sic], Zapoteca-serrana y Zapoteca del Valle (1704),[29] de Gaspar de los Reyes

Se trata de dos artes cuyo título original es Artes de las lenguas, cerrana y del Valle Careados y numeradas sus reglas al margen; para la nota de su similitud y diferencia. En el prólogo el autor explica que, en opinión de “Zelosos Doctos, y exemplares ministros”, la serrana y la del Valle son dos lenguas distintas, y a pesar de que confiesa que “el Cerrano tendra menos dificultad para entender la deel Valle, por Razon de benir de imper fecto, ad per fectum”; también señala que se trata de la misma lengua, pues “las mismas Reglas y fundamentos” se encuentran en ambas.

Las gramáticas que sirvieron como fuente para el trabajo del fraile son el Arte de la lengua zapoteca de Juan de Córdova y la de Jerónimo Moreno.[30] Dicho trabajo se compone de un Arte en lengua zaapoteca cerrana; careada con el Arte del Valle y un Arte en lengua Zaapoteca del Valle careada con el Arte Cerrano. Inicia el prólogo a ambas obras con algunas observaciones fonéticas para después abordar las partes de la oración (empieza con el nombre, sigue con pronombre, preposición, interjección, conjunción, numerales, y termina con el verbo [incluye al participio] y el adverbio).

El nombre es indeclinable y se divide en: 1] sustantivos propios, apelativos y verbales, y 2] adjetivos. En cuanto a los pronombres, pueden ser primitivos, de los que unos significan “por si solos; y otros en composision”;[31] estos últimos adquieren significado añadidos a sustantivos, pronombres y verbos. También hay pronombres derivativos, que se dividen en posesivos, demostrativos y recíprocos, y pronombres relativos organizados en “meros” relativos, interrogativos y absolutos.

En cuanto a las preposiciones, las enumera “no porque rijan cassos, pues todos los nombres son indeclinables; sino para dar a los nombres alguna declinasion mediante estas proposiciones [sic]” (p. 22).

Otro aspecto que vale la pena comentar es el que se refiere a los verbos, que se dividen en: activos, pasivos, neutros, reiterativos, compulsivos, impersonales y potenciales. Establece distintos prefijos para las cuatro conjugaciones, en los que se observa la variación fonológica entre ambas lenguas:

Al hacer la comparación, se observa que la <g> en la lengua serrana es <c> [k] en la del Valle. La <r> serrana en el Valle es <t> , aunque De los Reyes señala que ésta se pronuncia como <r>. Asimismo, la < b > de la Sierra es < p > en la del Valle.

Me parece interesante destacar que ambas obras, además de la misma organización, tienen la misma redacción, aunque la ortografía varía, por lo que parece lógico suponer que una fue el modelo para la otra. En mi opinión pudo haberse hecho primero el Arte para el zapoteco del Valle, pues en éste se hace referencia constantemente al latín. Por su parte, el Arte serrano hace referencia a “la manera” del Valle.

En este sentido, cuando De los Reyes explica la formación del adjetivo dice en el Arte del zapoteco del Valle: “Los Nombres âdxetiuos comienzan en una de estas particulas; Na; Ne; Ni; No; Ya; hua”, y más adelante, “Y tambien Notaras qe los Nombres sesuelen poner en lugar de Verbos; Yseles subentiende el Sum, est, fuy deesta lengua” (p. 64). En el Arte del zapoteco serrano se anota lo siguiente, también para los adjetivos: “Estos comiensan aca como enel Valle; combiene asauer en =Na=Ne=Ni=No=Ya=hua=Na” (p. 14).

Del pronombre expresan la gramática del Valle: “Notta que en lugar deel tonoo, Y noo, de los Plurales; Vssan Vn Na; qe Comprehende mas, Yes termino reuerenzial, y copulatiuo absoluto” (p. 66). Ahora la serrana: “Notta que â la manera que enel Valle el Ná en los plurales es mas comprehensiuo, y reuerensial que el Tonoo” (p. 17).

Un último ejemplo: con respecto al verbo dice la del Valle: “Ay enesta lengua lasmismas Espezies de Veruos, qe enla latinidad” (p. 72); y la serrana: “Ai enesta Cierra las mismas espesies de Verbos, que ai enel valle” (p. 25). Así se estarían cumpliendo las dos tareas que De los Reyes se propuso: “[1] redusir succintamente lo difuso del arte del M Cordoua, y [2] dar extension ael arte Cerrano [que estudió]”.

Las descripciones de lenguas pertenecientes a la familia otopame: Otomí y pame

reglas de orthographia, diccionario y arte del idioma othomi (1767), de luis de neve y molina

Neve y Molina expresa en su prólogo que su intención al hacer las Reglas es que “todo el Idioma sea uno, assi en el modo de pronunciar, como en el modo de escribir, pues por este defecto se hallan muchas voces totalmente adulteradas, y mudadas del principio que tuvieron en sus Ethymologias”.

El texto está dirigido a “Grammaticos” y se divide en tres partes. La primera, que trata de las Reglas de Orthographia, presenta la descripción gráfica y fonética de la lengua. De esta manera, Neve y Molina destaca el aspecto tonal de la lengua y el “sonsonete” con el que hablan los indios.

La segunda parte de esta obra corresponde al vocabulario, mientras que la tercera la dedica al Arte. La gramática está constituida por 16 capítulos; en el primero de ellos expone las partes de la oración; del segundo capítulo al cuarto explica las características del nombre, el cual no tiene casos y es indeclinable, pero sí tiene número: na para el singular y ya para el plural; éstos equivalen, de acuerdo con el autor, a los artículos. Además el nombre se divide en sustantivo y adjetivo, así como en positivo, comparativo y superlativo y diminutivo, al igual que en simple y compuesto.

El quinto capítulo está dedicado al pronombre, que puede ser de varias clases: primitivos, adjetivos (demostrativos), posesivos, interrogativos y relativos. Mientras que el verbo, categoría a la que dedica tres capítulos, posee los modos indicativo e imperativo, tiempos, números y personas, que se expresan a través de partículas.

En la preposición y el adverbio, el cual “dà adorno y hermosura â la oración”, no abunda, pues el Diccionario presenta un listado de ellos. Y de la interjección, tema expuesto en el decimoprimer capítulo, explica Neve que no hay “voz particular â quien pudieramos darle el titulo de interjeccion”. Pero anota algunas como tema, que expresa admiración. Con respecto a la conjunción, sólo destaca que las únicas que tiene la lengua son copulativas, para después pasar al tema de las partículas.

Los últimos tres capítulos se refieren a la síncopa, a los tiempos de “me, te, se” y de “siendo, estando y haviendo”; estos últimos, añade Neve y Molina, deben “romancearse” porque no los hay en otomí, así por ejemplo, para decir: Siendo Juan Confesor, murió Pedro, debe decirse en otomí: Quando Juan era Confesor, murió Pedro. Y por último, se refiere a las concomitancias, es decir, a las expresiones de acciones que se hacen junto con otra persona, además de “otras advertencias”.

cuaderno de algunas reglas y apuntes sobre el idioma pame (s. xviii), de francisco valle

Este Cuaderno escrito por Francisco Valle hace referencia a los dialectos de las poblaciones de Jalpa, Landa y Tilaco, Tancoyol, Pacula, Jiliapan. Como señala Manrique (1960: 285): “la parte substancial de ella [la gramática] se dedica a la conjugación [...] Desgraciadamente el padre Valle no hizo un estudio similar del nombre ni de otros elementos de la oración, aunque a veces los menciona de paso.”

La obra se inicia con una introducción a las letras, es decir, hace un recuento de las que le faltan al pame en comparación con el castellano; pero Valle se encuentra con una primera dificultad para determinar cuáles son las letras que no existen en la lengua, esto debido a la variedad de dialectos, pues “solo pareze, que se pudiera dezier [sic], aqui en este Pueblo N. no usan de la R. ó de la L &; pero no asegurar que a este Ydioma en general, le faltan estas Ó aquellas letras”. Por otra parte, señala que las letras no se pronuncian como “ellas piden” y según lo requiere el castellano, de manera que será el uso el que dará las pautas para hablar de acuerdo al lugar.

Con respecto a los acentos, tema que constituye el segundo apartado de la gramática, Valle señala cuatro tipos: breves (´), largos (`), nasales (ˆ) y “otros como guturales” (~), que son “como” el saltillo. De los semipronombres, el autor señala que no tienen significado por sí mismos, y a través de ellos explica las tres conjugaciones del verbo. Con respecto a éste afirma que, en rigor, en pame no hay voz pasiva, ni modo optativo, ni los tiempos de futuro perfecto y pretérito imperfecto de subjuntivo, los cuales se suplen mediante otros recursos. Tampoco hay “circunloquio” de gerundios, supino ni participio de presente. Finalmente, Valle dedica un breve espacio a la formación de sustantivos y adjetivos deverbales, así como a la formación de verbos intransitivos y reflexivos.

De la familia guaycura: De la lengua de los californios 
(Von der Sprache der Californier) (1773), de Jacob Baegert

De la lengua waicura de la Baja-California. Traducido del alemán, de una obra anónima de un jesuita misionero publicada en 1773, por Oloardo Hassey (1872), es, como el título lo indica, una traducción al español del capítulo x de la obra Nachrichten von der Amerikanischen Halbinsel Californien: Mit einem zweyfachen Anhang falscher Nachrechten, del jesuita Jacob Baegert.

Hassey, el traductor, comienza con una carta dirigida al presidente de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana en la que muestra las ideas sobre el perfeccionamiento y la superioridad de unas lenguas sobre otras, ideas que permearon el siglo xix, pues comenta que: “Por sí sola la perfección de la estructura gramatical indica que la nación [mexicana] habia alcanzado un alto grado de civilizacion, y que muchos gramáticos y sabios debieron trabajar durante largos siglos en su perfeccionamiento.” Mientras que

Los Waicurios de la Baja-California parecen ser un ramal de las muchas naciones mexicanas. Pero su lengua carece de todo lo que caracteriza á la azteca, otomí ó maya. Nos preguntamos naturalmente: ¿vinieron junto con los aztecas, ó ántes ó después? ¿Tuvieron al tiempo de entrar á la California una lengua mas perfecta? ¿Puede una nacion, una vez civilizada, olvidar jamas las letras ó sonidos que tenia, y la conjugacion, las declinaciones, las preposiciones y conjunciones, cuando emigra á un país estéril, é interrumpe sus comunicaciones con otras naciones? ¿O son aborígenes verdaderos, criados en la California, y una raza diferente de la azteca? (Hassey 1872: 31-32)

Pero si la influencia de los pensadores y lingüistas del siglo xix y del anterior se deja sentir fuertemente en Hassey, no es menos fuerte en Baegert, quien en su texto aborda diversos temas acerca de la vida del pueblo guaycura y, en el capítulo x, titulado: “De la lengua de los californios”, señala su percepción sobre la vida y costumbres de ese pueblo, así como su nula relación con los grupos aledaños; por lo que cómo podía hablar una lengua superior “una nacion sin policía, sin religion, gobierno y leyes, sin honor y sin vergüenza, sin vestidos y habitaciones”.

En esta lengua “salvaje y bárbara” faltan las letras: O. F. G. L. X. Z. y S. (excepto en tsch, comenta Baegert), y su “barbarie” consiste en:

1] La “sorprendente falta de infinitas palabras”, esto es, sustantivos y adjetivos, con excepción de algunos “cuyo significado se puede conocer en la cara”, a saber, “alegre, triste, flojo y colérico”. Por lo que es inútil, dice el jesuita, buscar en el “diccionario Wäicuro” palabras como: vida, muerte, temperatura, tiempo, frío, amigo, doncella, juicio, odio, cólera, redondo; a la lista se agregan verbos, como: agradecer, castigar, callar, acariciar, quejarse, dudar, respirar “y otras mil”, incluyendo los sustantivos que en alemán terminan en heit, keit, ung y shaft.

Sin embargo, en seguida explica que palabras como malo, lejos y poco se forman mediante la negación ja o ra y las palabras bueno, cerca y mucho. Además, plantea la ausencia de sustantivos abstractos como joven, pero sí concretos, mediante el artículo indeterminado, como un joven. La idea de que el pueblo guaycura no tenía la capacidad de significar conceptos abstractos se ve reforzada porque a las partes del cuerpo, el parentesco, entre otras, como idioma, palabra, aliento y compañeros, siempre se les añaden pronombres posesivos. Por lo que los guaycura dicen, por ejemplo, bedáre ‘mi padre’, edáre ‘tu padre’, tiáre ‘su padre’, kepedáre ‘nuestro padre’, sin saber, explica el autor, qué significado tiene are, “porque nunca han pensado ó hablado entre sí de la voz abstracta, padre”.

2] La falta de preposiciones, conjunciones y pronombres relativos, con excepción de déve o tipitscheú ‘a causa de’ y tína ‘sobre’. También usan me, pe, te “que significan todos lo mismo, ó los omiten”.

3] La falta de comparativos y superlativos. Es evidente que Baegert se une al pensamiento de la época al señalar la inexistencia de dichos adjetivos. Comenta que los nativos decían: Pedro es alto y tiene mucho, Pedro [sic] no es alto y no tiene mucho, en lugar de: Pedro es más alto y tiene más que Pablo.

4] La falta de subjuntivo, imperativo, y “casi” del optativo, así como de los verbos pasivos y recíprocos. Tampoco había declinaciones ni artículo definido. El autor señala que el verbo tenía un modo y tres tiempos, a los que se les añade partículas. Destaca también que “algunos” verbos tienen un participio de pretérito pasado.

Por su parte, los sustantivos y adjetivos también pluralizan y “modifican la forma”, por ejemplo: el plural de ánaï ‘una mujer’ es kánaï ‘mujeres’, y en composición con entuditú ‘desierto, malo’ se forma la palabra entuditámma ‘cuando hay muchas malas mujeres’.

En cuanto a los pronombres, tal parece que se utilizaba una misma forma para expresar los personales y los posesivos, como: be ‘yo, me, a mí, mío’, ‘tú, te, a ti, tuyo’. Sin embargo, parece que también se empleaban otras formas para los posesivos: becún o beticún ‘mío’, ecún o eticún ‘tuyo’.

Además, “no entienden nada de metáforas; por eso hemos puesto en el Ave, en lugar del fruto de tu vientre, simplemente tu hijo”. Pero destaca su astucia para ponerles nombre a los objetos nuevos para ellos; así, Baegert ofrece una lista de neologismos, aunque no la consigna en guaycura, con excepción de dos vocablos: ‘los caballos y mulas’ titschénu-tscha, es decir, “hijo de una madre sabia”; al misionero le decían tiá-pa-tú, “el que tiene su casa en el Norte, ó hombre venido del Norte”; el autor consigna también agua mala ‘vino’, arco ‘fusil’, porta-palo ‘magistrado’, salvaje o cruel ‘capitán español’. Finalmente se presenta una traducción del Padre Nuestro y del Credo y la conjugación del verbo amukíri ‘jugar’.

mostrar Comentarios finales

La búsqueda del correlato entre la lengua latina y las lenguas indígenas fue constante durante los siglos xvi y xvii y continuó a lo largo del xviii. Considero, sin embargo, que es necesario distinguir entre la elaboración de las artes hechas para el náhuatl, maya, otomí y zapoteco y la de las artes de otras lenguas, ya que los autores de las primeras recurrieron cada vez menos al modelo latino, aunque esto pudo traer como consecuencia las inconsistencias que se observan de un texto a otro con respecto a la clasificación de los elementos gramaticales y a la terminología. En cuanto a las descripciones de las otras lenguas comentadas en este trabajo, se observa que es mayor su apego a la gramática latina.

La explicación de lo anterior podría ser que, para las tres lenguas mencionadas, se contaba con un gran número de trabajos al iniciar el siglo xviii, pues fueron ampliamente estudiadas desde el inicio de la colonia, por ser lenguas generales, en el caso del maya, del otomí y del zapoteco, y lengua franca, en el caso del náhuatl, lo que permitió la recopilación de datos suficientes para describir y explicar con más precisión su propio sistema, y de manera resumida, con la finalidad de hacer más asequible a los misioneros su aprendizaje. Mientras que el estudio de lenguas como el ópata, guaycura, totonaco o tepehuán no se inició de modo más o menos consistente hasta el siglo xvii  y con pocos aprendices, por ser zonas evangelizadas muy posteriormente a la conquista. No obstante, para ampliar estos comentarios, será necesario profundizar en la estructura y contenidos de las artes desde un punto de vista menos descriptivo y más analítico, tarea que queda pendiente.

mostrar Bibliografía

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