El Ghetto opera en las aperturas del nombre judío en un eterno duelo, casi sin retorno. Delata las zonas en que son canjeados ciertos símbolos del tráfico de la cultura del cristianismo primigenio. Nombre y representación, colectividad y memoria, en el doble judío y cristiano realizan el “con qué escribir ahora?”, en donde la palabra poética no resuelve ni basta a una subjetividad absoluta. Un duelo vívido con la ciudad –El gran Buenos Aires- a cuestas, de la escritura que traslada al yo junto a su paisaje que muda los regresos.
Acaso, si la escritura acarrea su propia patria, El Ghetto repacta los símbolos de una diáspora del gran duelo en relevo. Y representa, frente a los ojos esa “tranquilidad luminosa” que alimenta la pérdida colectiva.
Javier Norambuena
