Enciclopedia de la Literatura en México

Fiestas de huapango en la Huasteca: Amatlán

mostrar Introducción

Jontoni ku ejto tu ucha, aval ni biyal
in cooychi Yan in pu vel ani vel ejat chich.

¿Cómo puedo decirte que la gloria pasada
de tus antiguos abuelos aún sobrevive?

 

Hacia 1990, el poblado de Amatlán fue elegido como sede de la primera fiesta de huapango en la Huasteca, la cual fue inspirada en el sueño del artista plástico y decimista David Celestinos, con el objetivo principal de reavivar el gusto por esta antigua tradición musical regional. Después de 28 emisiones ininterrumpidas, este evento se ha consolidado como el más antiguo e importante en la región y ha sido tomado como modelo para la realización de diversas fiestas huastecas.

La fiesta de huapango es un evento comunitario conformado por música, danza, poesía, exhibición y venta de artesanías, comida, conversatorios, conferencias, presentaciones de libros y discos y numerosas actividades culturales relacionadas con la música tradicional de la región huasteca. En esta fiesta generalmente se congregan afamados tríos, compañías de danza de todos los niveles, poetas, versadores e improvisadores huastecos que conviven y comparten el escenario con niños y jóvenes músicos, bailadores, aficionados y público en general. La convivencia suele durar de tres a cuatro días con sus noches en las que, en ocasiones, después de la programación, o incluso durante la misma, los músicos y trovadores suelen formar grupos y echar trovada, esto es, se ponen a improvisar para deleite de la concurrencia.

mostrar La región

La región de la Huasteca ocupa la costa del Golfo y parte del Altiplano central, llanura limitada al Norte por el río Pánuco y al Sur por el río Cazones y por la zona conocida como el Totonacapan; al Occidente, por la Sierra Madre Oriental; y al Oriente, por el Golfo de México. El ancho de la llanura costera del golfo casi es constante, pues su altura va de cero a 200 metros sobre el nivel del mar.[1]

Desde la época precortesiana y la Conquista, esta región ha recibido diversas denominaciones, de las cuales las más comunes son 'Guasteca' o 'Cuextecapan' debido a que estuvo habitada mayormente por los huaxtecos, pobladores originales de la región y cuyos descendientes directos son los tennek.[2]

La Huasteca está habitada por una población pluriétnica compuesta por indígenas ténnek, nahuas, tepehuas, otomíes, totonacos y pames, a los que se agregan los mestizos y los españoles y sus descendientes, así como los negros introducidos como esclavos en la Colonia.

mostrar Los pobladores

Agustín Ávila afirma que el origen de los pobladores de la Huasteca es incierto: por un lado, se ha señalado que los mayas se separaron de los huaxtecos para emigrar a la península de Yucatán; por el otro, se dice que los protomayas migraron desde el sur, de los altos de Guatemala y Chiapas, y los huaxtecos se separaron de ellos para ir más al norte. No obstante, la hipótesis más aceptada sobre el origen de los huaxtecos indica que provienen de la población maya establecida a lo largo de la costa del Golfo de México, cuya continuidad fue rota por la llegada de totonacos y mexicas.

En las hipótesis se perfila la presencia de una antigua relación entre huaxtecos y mayas, la cual se fundamenta en el hecho de que la lengua huaxteca se clasifica dentro del grupo maya-totonaco, tronco mayance, familia mayance; por tanto, el huaxteco-tennek es la única lengua separada geográficamente del resto de las lenguas de esta familia, además de no tener diferencias dialectales.

La cultura huaxteca tuvo gran esplendor entre 750 a. C. y 800 d. C. Por las evidencias de desarrollo cultural, se cree que los primeros huaxtecos llegaron hacia 1 500 a. C.; sin embargo, es hasta 200 a. C. cuando puede hablarse de un asentamiento huaxteco en la región.

Ochoa Salas menciona que en un principio sus asentamientos estaban diseminados y se trataba de casas de barro y varas. Posteriormente, en los siglos inmediatos —previos y posteriores― a la era cristiana, fabricarían las primeras plataformas para sostener templos. Hacia el siglo ii d. C. se revelan como una cultura con características propias con una arquitectura de un estilo sencillo y sobrio.

En la época posterior a la Conquista son escasas las crónicas respecto a su cultura; sin embargo, se ha accedido a aspectos de su cultura por medio de exploraciones arqueológicas realizadas a la fecha.

Uno de los aspectos más preponderantes es el culto a los muertos, los que han sido investidos de una fuerza cósmica con un valor positivo o negativo que puede manifestarse a los seres vivos. Dicho culto está estrechamente relacionado con su cosmogonía, pero no procede de los primeros huaxtecos, pues éstos estuvieron en condiciones de aislamiento cultural; se cree que fue a finales del periodo Clásico o principios del Posclásico cuando recibieron influencias de un grupo extraño, lo que se manifiesta en sus costumbres étnicas y funerarias.

De acuerdo con Jesús Vargas Ramírez, es difícil delimitar los aportes de la cultura huaxteca a la civilización mesoamericana, debido a que ni la arqueología ni las fuentes coloniales conocidas distinguen entre huaxtecos y nahuas. Únicamente se sabe que a los largo del río Pánuco y en otros asentamientos en la sierra de Tamaulipas se hablaba tennek.

En cuanto a los tepehuas, totonacos, otomíes y pames, se sabe muy poco. Strésser Péan comenta que en el siglo  xvi los tepehuas estaban asentados en los alrededores de Huejutla. Por su parte, los primeros pobladores totonacos llegaron desde la sierra y ya para el periodo Clásico, según Ochoa Salas, se extendieron por la costa desde el río de La Antigua hasta el Cazones, y por el interior hasta la sierra. Antonio Escobar Ohmstede sostiene que los otomíes se asentaron en una zona comprendida entre Huejutla, Tulancingo y Pahuatlán, hacia finales del siglo vi  y principios del vii  d. C. Los pames eran un grupo seminómada pertenecientes al clan chichimeca con el que compartían territorio y compartieron fronteras con otomíes, nahuas y huaxtecos.

Cuando los primeros españoles llegaron a la Huasteca y erigieron sus destacamentos, fueron exterminados por los huaxtecos en Pánuco. Fue hasta 1525 cuando los peninsulares lograron establecerse mediante guarniciones e iniciaron una violenta colonización bajo el mando de Gonzalo de Sandoval y Nuño de Guzmán, lo que provocó un fuerte descenso en la población indígena, pues además los españoles vendían huaxtecos en calidad de esclavos a cambio de ganado vacuno. De esta manera se estableció un corredor ganadero de bovinos en la planicie, mientras la población indígena se concentró en las serranías para escapar a la esclavitud. Algunas regiones, entre ellas el bajo Pánuco, quedaron despobladas debido a las guerras de conquista, las razzias de esclavos y las epidemias.

César Hernández Azuara expresa que “la población indígena fue menguada paulatinamente por los tratos esclavizantes de los conquistadores españoles. Durante los siglos xvi  y xvii se inició una lenta recuperación demográfica y fue durante las reformas borbónicas cuando se recuperaron las poblaciones de indios, mulatos, blancos, mestizos y pardos”[3]. Desde esta época se diferenciaron los pobladores de los territorios ocupados: en la planicie se asentaron los blancos y establecieron sus propiedades privadas con ganadería extensiva y población indígena dispersa. En la zona serrana se instalaron las haciendas con una producción diversificada a costa de las propiedades indígenas comunales. El codueñazgo consistía en que la propiedad tenía más de un dueño, los cuales eran, generalmente, familiares. En el siglo xix se dio un incremento en la recuperación demográfica, es así que la población indígena se convirtió en el grupo mayoritario de la Huasteca.

Según Jesús Ruvalcaba, ya en el siglo xx , a partir de 1960, “no es posible identificar a toda la población urbana como mestiza, ni a toda la población rural como indígena, pues existen rancherías habitadas por mestizos, y buena parte de la población concentrada en las orillas de las ciudades es gente india de congregaciones aledañas”.[4]

mostrar La cultura

Esta población ha desarrollado características propias fácilmente distinguibles de las de otras zonas de la República, las que han influido a la vez en sus actividades ganaderas y agrícolas y en la conformación de una cultura propia; se manifiestan en la lengua, religión, indumentaria, patrones alimentarios, sistema político de gobierno, economía, uso de la medicina tradicional, producción artesanal y modo de vida en general. Es así que la música y la danza, de acuerdo con César Hernández Azuara, como manifestaciones artísticas propias de esta cultura, “se retroalimentan de la narrativa oral y de las festividades religiosas patronales tradicionales, tales como el culto a los muertos en el xantolo y los carnavales entre nahuas y ténnek, música de sones y huapangos, y sus ofrendas de zacahuil, zapataxtles o bolines, páscal y palmito”.[5]

mostrar La música

Existe una gran variedad de géneros musicales y dancísticos en la Huasteca, producto de la influencia que los medios de comunicación masiva han ejercido en las comunidades a lo largo del tiempo, de ahí que se pueden encontrar géneros tan disímiles como la canción ranchera y la cumbia entremezclados con baladas de música comercial del momento además del son huasteco y la música ritual o son costumbre; es, precisamente en estos dos últimos géneros en donde se condensan la cultura e identidad huastecas.

En la música ritual hay una prevalencia de mitos y creencias indígenas que no son propiamente producto del sincretismo de las religiones española y nativa y que pueden considerarse religiones indígenas regionales en la zona huasteca que si bien muestran elementos distintivos, también comparten algunas creencias y rituales. Dichos rituales se denominan el costumbre o la costumbre, y son acompañados de una música ritual llamada son costumbre. Para Jesús Montoya Briones, en la costumbre se refleja el respeto del individuo al medio ambiente en una actitud de reverencia.

El son costumbre está íntimamente ligado a la danza y al rito más que a la poesía; la mayoría de los sones carecen de lírica, y cuando llega a existir, aparece en la lengua indígena correspondiente. Para su ejecución se utilizan los instrumentos característicos del son huasteco: violín, jarana y quinta huapanguera.

El son huasteco constituye una categoría regional de la vasta tradición del son mexicano, por lo que además de poseer las características de un son tiene rasgos particulares, propios de la región huasteca que han sido proporcionados por los músicos y cantores. Se trata de una expresión musical también conocida como huapango, vocablo en torno del cual existen diversas hipótesis en cuanto a su significado. Algunos músicos y estudiosos, basados en aspectos líricos, musicales y de autoría —entre otros—, señalan que debe haber una diferenciación en el uso de los términos son huasteco y huapango, puesto que, para ellos, son dos géneros distintos, como expresa Gloria Libertad Juárez, quien ha profundizado en el estudio de estos aspectos. No obstante, para la población común, los términos huasteco y huapango son utilizados como sinónimos, al margen de lo que los investigadores sugieren.

Esta diversidad o mixtura de aspectos viene de antiguo con el son mexicano, el cual es resultante de la combinación de formas musicales cantables y bailables europeas con elementos musicales indígenas o negros, además de la cristianización de danzas rituales con temáticas acordes a la nueva religión.

Entre las danzas europeas que se importaron en la Colonia, llegaron el zapateado, el fandango y las seguidillas, mientras que los bailes de carácter popular en la Nueva España, preferidos por la sociedad criolla y mestiza, eran los sonecitos de la tierra y las tonadillas. Según Vicente T. Mendoza, la tonadilla proporcionó un riquísimo acervo de bailes españoles, los cuales fueron inmediatamente imitados y asimilados hasta llegar a convertirse en el núcleo principal de la música mexicana:

Términos como caramba, tirana, cielito, canelo, morena, mi vida, caray, entre otros; así como las formas musicales de peteneras, malagueñas, soledades, fandangos, olés, tangos, cañas, guajiras; además de recursos literarios como estribillos, vueltas, tornadas, intercaladas, repeticiones, muletillas, retintines, retahílas y jaleos, contenidos en la tonadilla española, pasaron a formar parte de toda clase de sones, jarabes, canciones, coplas y corridos.[6]

César Hernández Azuara precisa que los estudios sobre el origen de la música tradicional mexicana tienen la finalidad de establecer una identidad nacional o regional; de acuerdo con dichos estudios, la música nacional comenzó a formarse en el siglo xviii hasta concluir con la creación de los estereotipos nacionales y regionales.

Hacia la segunda mitad del siglo xviii, los valores nacionales asumieron gran importancia en la ideología de la sociedad novohispana. Esta revaloración proporcionó a criollos y mestizos la certeza de que ellos representaban al pueblo y tenían el derecho de ejercer una mayor participación en la vida política del país. Es así que criollos y mestizos decidieron cuáles características se reconocerían como mexicanas (lo que no era español). Cabe hacer notar que las aportaciones indígenas fueron objeto de negación, aunque algunas de ellas ya se habían asimilado de manera oculta o evidente. A los elementos criollos y mestizos se le agregó un tercer factor: la influencia negra proveniente de los esclavos y del comercio con el Caribe.

Otto Mayer Serra escribe que en las piezas mexicanas se manifestó una gran preferencia por las formas de procedencia negra y de argumento indígena. Entre las más apreciadas se encontraban la bamba y lajarana, y sonecitos como Las negritas, El bejuquito, El churripampli, etcétera. La influencia africana también se advierte en los nombres de ciertos ritmos, bailes y sones, como El sacamandú. Toda esta música, de acuerdo con la tradición española, era llamada en general música de son, y era identificada como sonecitos de la tierra o aires del país .

Los jarabes y fandangos tomaron un tono de protesta con lo cual violaban de forma permanente censuras y prohibiciones, se constituyeron en un factor de identificación de lo propio y fueron considerados composiciones insurgentes. Al inicio de la guerra de Independencia adquirieron su carta de nacionalidad, y al término de la misma una buena parte del repertorio se convirtió en expresión musical de la reciente nación al asumir una nueva identidad. Tales melodías fueron modificadas y adaptadas a las características y lugares de la naciente nación mexicana, entre ellos la Huasteca, en la que se arraigó la modalidad del son huasteco y la fiesta del huapango.

mostrar El huapango o fandango

Una de las primeras referencias de la fiesta del huapango o fandango huasteco data de alrededor de 1876, y está documentada por Antonio Cabrera:

Los bailes son allí clasificados de dos maneras: o son de piezas porque se bailan polkas, cuadrillas, danzas, etcétera, o son de sones que también llaman huapangos. En estos últimos se bailan como jarabes ciertas sonatas que allí se usan mucho y que […] cada una se distingue por su nombre, como el caimán, el sacamandule. Todas son muy antiguas y mientras unos están bailando, otros cantan una tonada parecida a las que se llaman glosas o justicias[7]. Hay también trovadores que improvisan y a veces cantan dos alternativamente.[8]

El arraigo y popularidad de las fiestas de huapango continuó vigente durante el siglo xx:

En la Huasteca, el huapango era ley, la música y el canto de todo festejo, fuese campirano o citadino convocaba a todos a zapatearlo y disfrutarlo. Si era en el campo o en la ranchería, luego de una compra-venta de ganado, se organizaba la huapangueada bajo frescas enramadas o en amplias galeras; si era en la ciudad, en los patios y estancias de casonas […] Sentaba así sus reales la fiesta huapanguera que a lo largo del tiempo tantos y tan brillantes exponentes del canto, la música y el verso, además de bailadores magníficos, generó por décadas.[9]

Además, durante el siglo pasado la tradición sonera huasteca tuvo que salvar y asimilar algunos procesos que repercutieron en ella, tanto en el nivel estructural lírico- musical, como en su entorno y transmisión.

A principios del siglo xx, el movimiento revolucionario reivindicó el nacionalismo, y nació así una orientación nacionalista en el discurso de los gobiernos posrevolucionarios. A decir de Hernández Azuara, con la finalidad de consolidar la nación se dio a conocer la cultura del pueblo; es así que artistas y folcloristas se dieron a la tarea de describir fiestas, danzas, atuendos, artesanías, música, juegos, cuentos, leyendas y poesía, entre otras manifestaciones. Hacia 1937, el estereotipo de figuras y cuadros representativos de la mexicanidad se consolidó como un elemento primordial de lo mexicano, lo cual generó que el cine, la prensa y la radio explotaran hasta la saciedad las imágenes del charro, la china y el jarabe tapatío, entre otras; a la vez que se reafirmaron, asegura Ricardo Pérez Montfort, los estereotipos de las diversas culturas a lo largo y ancho del país, como las adelitas del norte, la guelaguetza oaxaqueña, las tehuanas del Istmo y los huapangueros de la Huasteca.

La imagen del huasteco mexicano ahora aparece ligada al mestizo ranchero, ya no al indígena.[10] Respecto a la música huasteca, la canción huapango, cantada con falsete, a imitación del son huasteco tradicional, en ese momento ya había sido incorporada a la tradición sonera huasteca; su interpretación musical en películas, discos y transmisiones televisivas además de darse con el trío huasteco, también incluye guitarras y hasta mariachi.[11]

Por otra parte, la segunda influencia que recibió la tradición sonera huasteca fue la incursión de la música estadunidense, la cual modificó considerablemente su entorno local y social. En las ciudades y poblaciones urbanas, sobre todo las más cercanas al norte como Ciudad Victoria y Tampico, la música de orquesta, ya fuera en vivo o tocada en el fonógrafo y el tocadisco, vino a relegar a la música huasteca, misma que fue perdiendo terreno ante la imposición de las modas musicales, a decir de Roberto Priani.

Aunque el son huasteco tradicional todavía no perdía vigencia en las poblaciones huastecas más remotas, en las ciudades capitales el espacio para su interpretación se redujo a los sitios a los que los músicos de pueblo tenían acceso.

La influencia paulatina de los medios de comunicación masiva a lugares cada vez más apartados, aunada al desinterés y apatía de algunos gobernantes hacia la música tradicional, hizo que esta música huasteca se viera amenazada desde su raíz. Santiago Pérez Gómez asevera al respecto: “sólo en algún festival de academia, en excepcional regocijo de ganadero, en las fiestas de los ricos, o en los bares y cantinas, se podía gozar de este son tan entrañable de los huastecos”:

Así las cosas, después de la invasión de ritmos musicales foráneos y la expansión de los medios de difusión masiva, el huapango contaba cada vez con menos adeptos en las fiestas populares. Las nuevas generaciones de jóvenes si acaso lo asociaban a los gustos y costumbres de los viejitos y del pueblo marginado, señaladamente indígena o ranchero.

Ante este panorama gris, David Celestinos, artista plástico, decimista y artífice de la fiesta de huapango, se planteó una importante cuestión: ¿Qué sociedad avanzada renuncia a su pasado en aras de un futuro? Su respuesta se transformó en la inquietud de recuperar los rasgos de la cultura huasteca más sensibles, entre los que, indudablemente, se encuentra el huapango, “fruto de la amalgama de culturas que nos sustancian, y que representa además ―música-danza y verso— la expresión más completa de la creatividad festiva del huasteco de por lo menos dos siglos hacia atrás, a partir de su evolución”.

mostrar Amatlán: el proyecto

Es así que la esperanza se materializó en el proyecto de la Fiesta del Huapango de Amatlán, lugar de amates o higueras, pueblo que se encuentra localizado en las faldas de la sierra de Otontepec, a escasos 10 kilómetros de Ciudad Naranjos, Veracruz. Es una localidad que cuenta con alrededor de 2 000 habitantes, originariamente perteneciente a la etnia tennek, hoy predominantemente mestiza.

A pesar de que el lugar es netamente huasteco, su nombre proviene del náhuatl, como muchos otros pueblos de esta sierra que fueron avasallados por Moctezuma Ilhuicamina en el siglo xv. Sin embargo, tal vez debido al carácter insumiso del huasteco, en Amatlán, Tancoco y Chontla se mantuvo la lengua tennek.

Poblado ubicado entre los puertos de Tampico y Tuxpan, su asentamiento data de la época prehispánica; Rosendo Martínez Hernández manifiesta que entre los años de 800 a 1200 de la era cristiana, este sitio llegó a ser prácticamente una ciudad huasteca con dominio político y es muy probable que haya ejercido cierta influencia religiosa o ceremonial, y en un periodo perteneció al señorío de Tamiahua. Fue dominado por los mexicas en los siglos xiii-xiv, aunque ya había experimentado inclusiones de pueblos como el chichimeca, otomí y tolteca, este último después de la destrucción de Tula, cuando emigró al Golfo de México.

Inicialmente, el poblado estuvo localizado en el valle, cercano al arroyo; aunque, tal vez debido al peligro del cauce crecido que baja de la sierra, sus habitantes decidieron construir cuesta arriba. Reconocida como zona arqueológica, Amatlán cuenta con un monolito de piedra caliza cuya figura masculina representa una deidad solar: El sol poniente, que data del siglo xiii y revela una influencia tolteca en su manufactura.

Fue a principios de 1990 cuando se dio inicio al proyecto Fiesta Huasteca de Amatlán:

Luego de una deliberación, se tomó la decisión de impulsar una acción cultural que, a partir de la recuperación del huapango, obtuviera otros logros que coadyuvaran dos ejes principales de apoyo: la formación de una Casa de Cultura y la organización e impulso de la Fiesta Anual de Huapango, con la participación de todas las regiones huastecas de las entidades federativas: Hidalgo, Puebla, San Luis Potosí, Tamaulipas y Veracruz, por lo que se denominó también Encuentro de las Huastecas.

Se decidió realizar la fiesta el último fin de semana del mes de noviembre. Para la primera emisión se llevó a cabo un ensayo de fiesta el 3 de mayo de 1990, en el cual participaron tríos y bailadores de huapango provenientes de las localidades vecinas de Cerro Azul y Ozuluama. La aceptación que este festival previo tuvo entre los amatecos fue la pauta que dio inicio a la organización de la primera fiesta, la que se realizó casi con el apoyo exclusivo de la Gerencia de Asuntos Culturales y Sociales de Petróleos Mexicanos, debido a los bueno oficios de José Alberto Celestinos.

mostrar La fiesta

7. La fiesta

En la primera emisión realizada los días 17 y 18 de noviembre de 1990, participaron tres tríos huastecos y cuatro grupos de danza, se realizó la premiación a los mejores altares de día de muertos y se organizó la conformación de mesas redondas en torno al huapango y su contexto histórico-cultural.

La segunda emisión del evento, de 1991, se efectuó con la presentación de 15 grupos de danza y nueve tríos, además de tres versadores y dos parejas de baile. Para 1992 se estableció una fecha fija del evento y se organizó un concurso de baile de huapango. Se creó, además, un boletín informativo que depende del patronato: Huasteca Linda, en el que se da cuenta de las noticias más importantes en el medio huapanguero e incluye también obra poética de connotados poetas huastecos.

Como puede apreciarse, no hay aspecto cultural huasteco que no haya sido considerado e incluido en la fiesta amateca. Si bien Amatlán nunca se distinguió como un poblado forjador de son huasteco, uno de los roles más importante que ha tenido en la tradición huasteca ha sido la preservación de las danzas La monarca y El rebozo, que fueron consideradas desde el primer festival para recibir su vestuario.

A partir de la cuarta emisión del festival se consideró la entrega de un reconocimiento de esta expresión popular, que a la fecha es el máximo galardón al que puede aspirar un músico huapanguero, autor, intérprete, bailarín o, incluso, promotor del huapango: la estatuilla de El sol poniente. “Esta presea de bronce macizo de treinta centímetros de alto es la réplica fiel de la pieza arqueológica llamada Sol poniente, que es un monolito de 1.70 mts. De alto del siglo XIII, de influencia tolteca y que desde su descubrimiento a principios de 1900 se encuentra en el parque central del pueblo.”

David Celestinos afirma: “la veta insondable del espíritu de los viejos huastecos, los tennek, los ‘hombres verdaderos’ que así se llaman, está depositada en la mirada eterna del xipe totec: El sol poniente, deidad pétrea que desde la placita del pueblo escruta el horizonte del valle donde otrora estuvo su ciudad”.

Algunos de los artistas que han recibido este máximo galardón son:El Viejo Elpidio, Los Cantores del Pánuco, Los Hermanos Calderón, El Negro Marcelino, Heliodoro Copado, Frumencio Holguín Nápoles, Raúl Pazzi Sequera, Patricia Florencia Pulido, Nicandro Castillo, El Güero Nieto, Serafín Fuentes, Darío Salazar, Víctor Samuel Martínez Segura, Gilberto Ortega Raga, Rosita del Ángel, Trío Tamalín, Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra de Xichú, Elías Chessani y sus huapangueros, Los Microsónicos, Trío Calamar, y la radiodifusora La voz de las Huastecas.

Además, previamente a la cuarta emisión, a lo largo del año se promovieron varias actividades alternas: un ciclo de conferencias con la temática Historia Viva de Huapango; el primer taller de laudería tradicional huasteca en Amatlán y se constituyó legalmente el Patronato Pro Huapango y Cultura Huasteca, A. C., Amatlán, Veracruz.

La realización de la Fiesta de Amatlán también ha repercutido en el bienestar de los habitantes, puesto que en la quinta emisión del evento, en 1994, se inauguró en la localidad el Jardín de Niños Justo Sierra; en el sexto festival (1995) se contó con la visita de una delegación cubana, con lo que se proyectó internacionalmente el evento; y para 1996, la séptima emisión, ya se había pavimentado la carretera de acceso al pueblo.

En 1997, la octava fiesta se celebró con la presencia de 35 grupos de danza, 16 tríos y 12 versadores, además de 60 parejas de baile. En la novena fiesta (1998) se impartieron talleres de laudería, versificación y ejecución instrumental huapanguera, e igualmente se realizó una exposición de herramientas e instrumental de laudería.

Es importante señalar el hecho de que en la Fiesta de Huapango de Amatlán, siempre ha habido un diálogo constante con expresiones musicales hermanas; un ejemplo es el contacto con el huapango arribeño, el cual se ha difundido por medio de la participación en la fiesta de dignos exponentes de esta disciplina, como Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra de Xichú, Lupe Reyes, de Arroyo Seco, Querétaro, El Dr. Chessani y sus huapangueros de Río Verde y Ángel González y su grupo de huapango arribeño de Xichú, entre otros. En otras ocasiones se ha invitado a músicos y bailadores jarochos como Patricio Hidalgo y Wendy Cao, entre otros.

La décima emisión de la fiesta de huapango, realizada en 1999, se vio engalanada con la presencia de Miguel Alemán Velasco, quien en esa ocasión declaró a Amatlán como La catedral del Huapango.

Las celebraciones subsecuentes se han caracterizado por el aumento en el número de las compañías de danza, tríos, versadores y bailadores participantes. En la XIII fiesta se documenta la presencia de importantes medios de comunicación: el Canal 11, del IPN, por medio del cual se realiza una transmisión del evento, y de Radio Educación, radiodifusora que en los años subsecuentes se dará a la tarea de difundir la fiesta en sus programas: Son… idos de la Huasteca, ¿Quién canta? y El chahuistle, cuyos conductores, Enrique Rivas Paniagua, Cruz Mejía y Eugenio Sánchez Aldana, respectivamente, continuarán realizando con profesionalismo la difusión de esta fiesta huapanguera. Asimismo, los medios de comunicación regionales, entre ellos Canal 7 de Tampico, dirigido por Patricio Cabezut y Mariza Latuada, Radio Televisión de Veracruz, Radio Pánuco, Radio Tampico y Radio Tamaulipas, por medio de las conductoras Leonila Barrera Calles, Laura Ahumada y Ludivina Nieto Ornelas, persistirán en la tarea de promover esta fiesta de huapango.

En la fiesta de Amatlán también se ha dado un espacio para el intercambio académico de primer nivel en disciplinas como la historia, la arqueología y la antropología, entre otras; investigadores como Lourdes Aquino, Lourdes Beauregard, Héctor Cuevas Fernández, Soledad García Morales y Román Güemes, auspiciados por la Dirección de Vinculación Regional de Conaculta, respaldada por Amparo Sevilla, Marco García Franco y Patricia Olalde, participaron en la mesa redonda “La Huasteca ayer y hoy”, realizada en la Fiesta XIV, en 2003. Diálogos similares se han seguido realizando en las emisiones subsecuentes del festival, junto con otras actividades culturales como la presentación de libros y discos, entre otras publicaciones.

De hecho, a decir de Román Güemes, esta fiesta ha desatado un movimiento artístico en torno al huapango: pintores, escultores, fotógrafos, etnólogos, etnomusicólogos, coreógrafos, poetas y bailadores han encontrado una fuente de inspiración en el festival. No es gratuito el hecho de que a Amatlán, a lo largo de los años, se le hayan dedicado más de 40 temas musicales inspirados en su fiesta.

Además, la Fiesta de Amatlán ha permitido participar en la recuperación del entorno geográfico; comenta Román Güemes: “Siempre dijimos que había que defender el río, la selva, el entorno. Luchamos por crear conciencia en los lugareños sobre el uso racional del cedro: ‘corta el cedro, pero siémbralo, para que siempre haya’”.

Uno de los rasgos más distintivos de la Fiesta de Huapango de Amatlán es el hecho de que concentra al mayor número de músicos, improvisadores y poetas huastecos que, con singular alegría, interpretan sus trovadas de manera informal en diversos espacios, las que en muchas ocasiones se prolongan hasta el amanecer, por lo que esta fiesta se ha convertido en un vivo escaparate de la tradición sonera huasteca, del verso improvisado y la décima. A partir de la fiesta de Amatlán, numerosas instituciones de cultura del Estado retornaron a la política de la promoción cultural, inspiradas de alguna manera en los primeros talleres de versificación, instrumentación, zapateado y laudería que se suelen organizar: “logramos recuperar la décima, que estaba abandonada, la quintilla, la sextilla, la seguidilla, el verso largo y muchos tipos de verso antiguo”, expresa Román Güemes. Los músicos asisten por la oportunidad de convivir, de intercambiar impresiones y hacer gala de sus habilidades musicales; no por un pago. Esta valoración de la tradición musical huasteca está tan arraigada que el evento se inaugura anualmente con la celebración de una misa dedicada a los músicos huapangueros ya fallecidos.

Los comerciantes y artesanos también ocupan un lugar especial puesto que en el festejo se dedican espacios para la exhibición y venta de sus productos; entre ellos destacan artículos regionales como compotas, dulces, licores, pan, miel, bordados, tejidos, sombreros y huaraches, entre muchos otros.

La fiesta de Amatlán tiene la particularidad de ser el primer evento en su género impulsado por la sociedad civil que, a la fecha, se ha mantenido vigente y que, a su vez, ha sido punta de lanza para la realización de otros proyectos de fiestas de huapango comunitarias, entre ellas La Fiesta Huasteca de Tepetzintla, La Cascada del Huapango en Colatlán, de Ixhuatlán de Madero, El Huapango de Tamalín, El Encuentro de Huapango en San Sebastián, Tantoyuca, El Encuentro de Huapango en Platón Sánchez, El Huapango del Domingo Grande en Álamo, Temapache, La Fiesta Huasteca de Citlaltépetl y algunos otros eventos de creación reciente.

Estos eventos comparten un mismo objetivo; a decir de Antonia Vera, impulsora de la Fiesta Huasteca de Tepetzintla, se trata de recuperar la música y el baile tradicional del pueblo. Al referirse a la Fiesta de Amatlán, expresa: “fue algo impactante ver aquella fiesta y reforzó en mí la idea que yo ya tenía de organizar un encuentro con ese mismo espíritu, pero rescatando la raíz del huapango que es el baile y la música tradicional”.

Antonia Vera lo ha logrado, puesto que La Fiesta Huasteca de Tepetzintla, que data del año 2000, y ha cumplido 17 emisiones, ocupa un lugar destacado entre las fiestas huastecas. De ella han surgido más de ocho tríos huastecos de jóvenes y niños originarios de la región, tres de los cuales ya tienen grabaciones propias. Además de la difusión de la tradición sonera huasteca, se realiza una derrama económica que beneficia a comerciantes y artesanos.

Por su parte, El Huapango de Tamalín refleja también este modelo de convivencia fraterna comunitaria en la que participan principalmente los habitantes del pueblo. Data de 2005 y mantiene vigencia a la fecha.

Debido al éxito de estos eventos, algunos municipios han emprendido la tarea de realizar fiestas de huapango en sus comunidades, por lo que hoy en día prevalece una efervescencia de fiestas de huapango en diversas modalidades, como concursos de baile, fiestas de huapango o concursos de tríos.

La Fiesta de Amatlán es el sueño de un hombre que nunca imaginó la proyección que alcanzaría; vital y colorido jolgorio que permanece vigente como una celebración huasteca por excelencia, con gran prestigio y un lugar privilegiado dentro de las fiestas de huapango, impulsada siempre por la mística de David Celestinos, quien, con ella, enalteció con creces a su cultura.

mostrar Bibliografía

Ávila Méndez, Agustín et al., Huastecos de San Luis Potosí, INI, 1995 (Etnografía contemporánea de los pueblos indígenas de México. Región Oriental). 

Cabrera, Antonio, La huasteca potosina: Ligeros apuntes sobre este país, ciesas, El Colegio de San Luis, 2002.

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Entrevistas

Arturo Castillo Tristán, poeta huasteco y promotor cultural, Citlaltépetl, septiembre de 2017.

Nicolás Cárdenas, fotógrafo, octubre de 2017.

Alberto Priani, profesor, habitante de Amatlán, octubre de 2017.

Antonia Vera, promotora cultural, Tepetzintla, octubre de 2017.