Enciclopedia de la Literatura en México

Oraciones, ensalmos y conjuros mágicos, una literatura tradicional de la época colonial mexicana

mostrar Introducción

Los textos de los que hablaremos a continuación se vinculan a prácticas y creencias mágicas populares, cultivadas por las clases marginadas de la sociedad novohispana. Los archivos inquisitoriales demuestran su arraigo, difusión y prestigio. Se emplearon en la hechicería, la adivinación, la curandería “y diversas supersticiones” con propósitos muy precisos: adivinar el porvenir, descubrir un objeto perdido, propiciar el amor, contrarrestar enfermedades, maleficiar al enemigo, etcétera. Los hemos dividido en tres tipos: oraciones, ensalmos y conjuros.

Para comprender la naturaleza de este tipo de literatura, hemos de tener en cuenta su contexto histórico, quiénes y cómo los difundieron, cuál es su sentido y para qué sirven; y finalmente, sus características generales, con ejemplos de cada uno de los textos.

mostrar Breve historia de la magia

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha creído en la magia y aún hoy esta opinión es compartida por muchas personas. En las comunidades tradicionales el mago sigue siendo un personaje destacado y respetado, capaz de resolver los problemas vitales que aquejan a sus feligreses, tales como restablecer la salud de los enfermos, predecir lluvias o sequías,  proteger a su pueblo de espíritus malignos, etcétera.

No existe un concepto de magia único y universalmente aceptado por los especialistas. En términos generales, se entiende por magia el conjunto de ritos y conocimientos de carácter sobrenatural, mediante los cuales supuestamente es posible transformar la realidad a voluntad. Sus devotos creen que sus maravillosos efectos pueden contrarrestar las mayores dificultades, por imposibles e inalcanzables que parezcan. Se trata de una actividad muy humana que funciona para satisfacer las necesidades y los deseos de las personas.

El bien y el mal convergen en la magia. Con sus hechizos, los magos pueden beneficiar o perjudicar los hombres, los animales y la naturaleza. En ciertas épocas su trabajo se consideró no sólo benéfico, sino lícito y necesario. En el mundo greco-latino había magos comunitarios que calmaban los vientos, hacían prosperar plantas y animales y predecían el destino de los hombres. Sus funciones eran públicas y reconocidas por el Estado.

El triunfo del cristianismo condenó las creencias paganas, entre ellas, la magia, la cual paulatinamente fue identificada con la herejía. Teólogos y juristas hicieron profundas reflexiones para determinar cuál era su grado de peligrosidad y si debía ser castigada por el Tribunal inquisitorial. Estas disquisiciones filosóficas determinaron la existencia de la brujería, una religión inducida por el demonio, cuyos adeptos habían renegado a Dios.

A partir del siglo xiv los tribunales inquisitoriales actuaron severamente contra los adeptos de la magia. Una cacería feroz se desató en el sur de Francia, extendiéndose a otros países europeos. Personas inocentes fueron quemadas en la hoguera acusadas de ejercer la brujería. La bruja dejó de ser una vieja pobre y loca para convertirse en “un miembro de un movimiento internacional, una poderosa fuerza subversiva que trabajaba noche y día para destruir la verdadera religión e impedir el establecimiento del reino de Dios".[1]

La persecución de la magia adquirió un tono distinto en España, donde la Inquisición actuó de forma moderada y cautelosa. La Suprema, máximo órgano de gobierno del Tribunal, fue escéptica respecto a la veracidad de los prodigios mágicos. Cuestionó, por ejemplo, el vuelo de las brujas, calificándolas de alucinaciones producidas por fuertes drogas, como el beleño y la mandrágora.

La hechicería se distinguió de la brujería y al parecer hubo dudas para determinar si se trataba de una herejía. A pesar de su popularidad en la sociedad española, los inquisidores no se enconaron contra quienes la practicaban y los castigos que aplicaron a quienes encontraron culpables fueron menos duros que los de los tribunales seglares. Es curioso que España, siendo un país empeñado en castigar la herejía y donde se quemó al mayor número de herejes, no sufriera la cacería de brujas que se dio en otras naciones.[2]

mostrar La magia en el virreinato. Actores y medios de difusión

El 25 de enero de 1569 el rey Felipe ii ordenó el establecimiento de la Inquisición en México. Una cédula de 1571 excluyó a los indígenas de su jurisdicción pues se consideró que no podían ser enjuiciados con la misma severidad que los cristianos viejos. Desde esta fecha, los casos sobre magia que existen en los archivos inquisitoriales son de origen esencialmente español.

En cualquiera de sus manifestaciones, las prácticas mágicas se consideraron un delito religioso, un error que introducía el demonio para alejar a los cristianos del culto que debían dar a Dios. Pero, al igual que en la metrópoli, los inquisidores no se empeñaron en castigarlas. A menudo archivaron las denuncias y las noticias que llegaron a sus oídos y encauzaron pocos procesos.

La magia popular fue la más denunciada. En los documentos inquisitoriales se distinguen varios tipos: hechicería, adivinación, brujería y superstición. Suelen definirse como costumbres erróneas en las que se mezclaba lo sagrado con lo profano. Sus adeptos son considerados gente rústica e ignorante. Las hechiceras, por ejemplo, son vistas con menosprecio y sus hechizos son considerados fantasías, falsedades, productos que comerciaban a fin de ganarse la vida.

Como antes hemos señalado, las clases bajas del virreinato estuvieron involucradas en este tipo de prácticas. Los casos de negros y mulatos son muy numerosos. Pertenecían a un ínfimo nivel social, sin estatus ni esperanzas. Como esclavos, sufrían crueles maltratos de sus amos y trabajaban en inhumanas condiciones en los obrajes, las minas o las siembras de caña. Esta situación propició que la magia se convirtiera en un recurso para transformar sus trágicas vidas. Al cometer este delito mostraban su rechazo a la sociedad que los oprimía.

Del total de casos registrados, las mujeres constituyen el grupo más numeroso. Inmersas en la adversidad, a menudo ejercieron la hechicería amorosa para propiciar una relación ilícita, provocar el regreso del hombre que las había abandonado, vengar los maltratos del marido, saber si se casarían, etcétera. Como la Celestina de Fernando de Rojas, sus conocimientos herbolarios eran empíricos y sus hechizos amorosos se consideraban infalibles.

Transmitían este tipo de conocimientos viudas pobres, entrometidas y muy enteradas de las flaquezas de sus vecinos, a los que procuraban ofrecerles un hechizo a cambio de una prenda de vestir o unas monedas. Españolas humildes se aconsejaban entre sí para rezar un conjuro de tintes diabólicos en la noche y sin testigos. Las mulatas tenían fama de ser hechiceras. Sigilosas, atareadas e imprudentes, prometían solucionar los problemas amorosos de sus vecinas haciendo suertes adivinatorias o rezando el conjuro de Santa Marta. Los inquisidores no prestaron mucha atención a esta clase de mujeres, salvo cuando formaban grupos, pues temían que contagiaran con sus ideas a otras personas.

En la historia del Tribunal novohispano son muy raros los procesos de brujas. Los códigos institucionales recomendaban prudencia a los inquisidores antes de juzgar a quienes integraban esta secta que adoraba al demonio, pues se necesitaban más pruebas que para otros delitos y, al igual que los otros tipos de magia, se dudaba de la veracidad de sus efectos mágicos.[3]

mostrar Difusión y sentido de las palabras mágicas

La magia no sólo se compone de ritos, sino también de palabras. Entre los pueblos primitivos las fórmulas mágicas imitaban los sonidos de la naturaleza, como el silbido del viento, el rugido del trueno o el rumor del mar. Tales sonidos simbolizaban los fenómenos naturales en los que el mago quería incidir.[4]

Las palabras mágicas invocan seres o fuerzas sobrenaturales, formulan y ordenan los deseos que se pretenden conseguir. Son instrumentos efectivos, herramientas maravillosas que pueden alterar el orden común de las cosas: provocar la intervención de los dioses, extraer el daño incrustado en el cuerpo de un enfermo, eliminar las influencias malignas, brindar protección contra los peligros, etcétera. En ciertas comunidades primitivas el mago, chamán o hechicero es un ser elegido porque posee, entre otras cosas, “el aliento”, es decir las palabras mágicas para realizar hechizos.[5]

En los archivos de la Inquisición novohispana tenemos informes sobre el uso de textos con estas características. Por ejemplo, en un edicto de fe del siglo xvii, en el que se consignan varias creencias supersticiosas, se condenan las nóminas, recetas y cédulas con supuestos poderes maravillosos, así como las oraciones que nombran a Dios y a los santos, mezclando “invocaciones y palabras indecentes".[6]

Muy interesante es un documento de la misma época, en el cual los inquisidores autorizaron a unos médicos poblanos tratar la epilepsia con un cráneo de ahorcado. El prestigioso médico que consultaron para dilucidar el tema, también aconsejó emplear la voz humana en el tratamiento de enfermedades, explicando cuáles eran sus cualidades: si es blanda, dice, aplaca la ira; la altiva mata, como la de san Pedro; la artificiosa y dulce cura la melancolía, “como lo hacía la música de David con Saúl templando la moción que el mal espíritu le hacía en los humores para atormentarlo".[7]

Las oraciones, los ensalmos y los conjuros aquí analizados formaron parte de la superstición, la curandería y la hechicería coloniales. Aparecen en las declaraciones de los acusados y los testigos de las prácticas mágicas. En su estudio debe tomarse en cuenta el contexto al que pertenecieron y su grado de pragmaticidad. Como lo señala Díez Borque, nada nuevo es colocar la literatura al servicio de una causa, sólo que en estos textos no es una consecuencia derivada, sino su razón de ser, pues a través de la palabra se pretende conseguir un fin deseado.[8]

Las personas que los usaron los concibieron como instrumentos de poder, capaces de influir en el mundo sobrenatural. Al igual que los amuletos y los talismanes, algunos textos manifiestan sus cualidades maravillosas guardándolos como preciosas reliquias. Ninguno de ellos fue autorizado por la Iglesia católica, aun cuando hayan sido buenos sus fines y se suplique la intervención de Dios y de los santos.

Como suele suceder en las tradiciones populares, oraciones, ensalmos y conjuros se transmitieron de forma oral, pasando de persona a persona, de un sitio a otro, en un fenómeno dinámico que traspasa fronteras geográficas y se revitaliza continuamente. Tómese como ejemplo el caso de Leonor de Isla, una hechicera mulata, que en 1622 fue procesa por ser hechicera. Había nacido en Cádiz, España, donde siendo muy joven, en un convento gaditano  escuchó a unas monjas el Conjuro del Ánima Sola.  En el texto se invoca a un ánima del Purgatorio para adivinar acontecimientos presentes y futuros. Sin miramientos, la mulata confesó haberlo recitado muchas veces, pues le parecía que sus efectos mágicos eran verídicos, que servía para hacer cosas buenas. En el Puerto de Veracruz, donde entonces vivía, lo había recitado para saber si un amante suyo había muerto.

También en España había aprendido el Conjuro de Santa Marta, el cual explicó no sólo había recitado para hacer volver a su amante, sino además para otras mujeres del puerto veracruzano que asimismo habían sido abandonadas por sus hombres. Leonor lo recitaba frente a una imagen de la santa que siempre llevaba consigo, la cual había sido pintada por un mulato, vecino suyo. Es lógico suponer que tanto el mulato como las mujeres que acudieron a ella aprendieron, o al menos conocieron, el conjuro.[9]

Los textos más numerosos fueron los conjuros, los cuales solían transmitirse en forma oral. Las oraciones y los ensalmos se difundieron en hojas manuscritas. Es posible que, por ser menos profanos que los conjuros, no fuera demasiado peligroso darlos a conocer de forma escrita. En cualquier caso, esta situación revela que lo oral y lo escrito pueden convivir sin conflicto; lo escrito incluso refuerza la difusión oral del texto y apoya su memorización.[10] Todos los textos se recitaron en voz alta. Algunas testigos comentaron a los inquisidores que no alcanzaron a saber su contenido, percibiendo apenas un murmullo.

Al estar inmersos en rituales mágicos, ciertas acciones los acompañaban; por ejemplo, en los ensalmos para curar heridas cuando se nombra a la Trinidad, al mismo tiempo el ensalmador hacía la señal de la cruz sobre el enfermo. También había horas y días especiales para recitarlos; casi siempre  en la noche y en los días sagrados considerados sagrados por la Iglesia, como el Viernes Santo o el día de San Juan. Algunos conjuros adivinatorios se decían frente a la imagen de un santo o ante la presencia de un niño o un indígena, a los que, por estar límpidos de pecado, se les revelaría la respuesta que se deseaba conocer.

mostrar Características de oración, ensalmo y conjuro

Los manuales, edictos y compendios inquisitoriales no precisan las diferencias entre oración, ensalmo y conjuro, ni tampoco lo hicieron los inquisidores ni las personas que los utilizaron. A menudo son denominados "oraciones", un término general e impreciso. Tratandóse de los conjuros, los informantes o acusados que los recitaban ante los inquisidores los identificaron como “palabras”, tal vez porque el término conjuro se asociara más fácilmente con lo profano, por lo que fuera comprometedor usarlo. Los ensalmos, en cambio, recibieron este nombre.

Es difícil separar tajantemente los tres tipos de textos, pues sus rasgos pueden mezclarse entre sí. Pocos son los estudiosos que los han precisado. Al respecto, vale la pena señalar a Pedro Laín Entralgo, que analiza las características de los ensalmos en su libro La curación por la palabra en la Antigüedad clásica. Por su parte, José Manuel Pedrosa, que ha escrito mucho sobre este tipo de textos, hace una excelente clasificación en la introducción de su libro Entre la magia y la religión: oraciones, conjuros y ensalmos.

En cuanto a los materiales que se encuentran en los archivos de la Inquisición, hemos diferenciado unos de otros tomando en cuenta tres aspectos: la actitud del invocante, la manera en que se formula la petición y los propósitos para los que se utilizaron.[11]

En las oraciones y los ensalmos el creyente tiene una personalidad más sumisa y rogativa que el de los conjuros. Tal actitud se ve reflejada en el modo como invoca a las divinidades y expresa su petición. En la oración del Santo Sepulcro, por ejemplo, se dirige a la virgen María en estos términos: "Bendita y abogada nuestra,/ rruega por mí a tu presioso yjo". Alabando a Jesucristo, el invocante del ensalmo para curar heridas dice: "Señor mío Xesucristo,/ suplico a vuestra divina maxestad sea servido/ qu'esta herida sea sana y salva".

En los ensalmos el invocante es el ensalmador, un ser que ha adquirido por gracia divina el don de curar. En la siguiente versión del ensalmo para curar heridas se sitúa como un intermediario entre el paciente y la divinidad; precisa que en las palmas sus manos residen sus virtudes curativas, pues en una está la del Espíritu Santo y en la otra, la de la Virgen María. Por contacto, estas divinidades le han transmitido el poder de curar:

Debajod'esta mi mano
ponga la suya el Espíritu Santo.
Y debajo de esta mano mía,
ponga la suya la Birjen María.

En los conjuros la actitud del invocante es apremiante y coercitiva, como se puede observar en esta versión del Conjuro de las habas:

Conjúroos, habas,
en nombre de los diablos del Infierno,
quedigáis verdad...

o en el conjuro del Ánima Sola:

¡Anima, ánima, ánima!
traedme a Garci Pérez.
¡Luego, luego, luego!

A diferencia de las oraciones y los ensalmos, las peticiones en los conjuros suelen ser más apremiantes que en los conjuros. En varios casos el invocante solicita que la respuesta a sus deseos sea inmediata:

Diablos de la putería,
traémelo más ahyna.
Diablos del horno,
traémelo en torno.
¡Presto, andando a mis puertas!
¡Yo mando, presto, corriendo! (Núm. 56)

Las oraciones normalmente reflejan una profunda devoción religiosa. Sus propósitos son muy diversos. La oración del Santo Sepulcro, por ejemplo, se empleaba para proteger al creyente de situaciones adversas, como librarse de los ladrones, de la muerte, de ser sentenciado, de morir en la hoguera, etcétera. La oración Acuérdate, cristiano tiene el propósito de restablecer la salud de un enfermo.

Los ensalmos estuvieron supeditados a prácticas curativas. Como lo indica el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, se recitaban "unas vezes solas, otras aplicando medicamentos". Al parecer, su nombre ha sido tomado de los Salmos bíblicos, pues se asegura que "de ordinario usan versos del Psalterio". Los ensalmadores los enunciaban ciertos días a determinadas horas "sobre la herida, o llaga, o apostema".[12] En algunas de las versiones del ensalmo para curar heridas se utiliza el vino, con el cual probablemente se desinfectaba la herida. Algunas veces se colocaban unos paños blancos en forma de cruz sobre el paciente.

Las peticiones de los ensalmos tienen propósitos más específicos. En ocasiones se detalla la manera en que se efectuará la sanación, como se puede observar en este texto en el que se pide que la herida: "no haga sangre ni materia/ ni hi[n]chaçón ni obilación", y si tuviera "algún güeso, palo o piedra,/ o otra cualquier cosa mala,/ salga fuera".[13]

También los conjuros tienen fines concretos y peticiones específicas. En los adivinatorios, con frases como "Así me declaréis todo esto que os pido", "que me declaréis esto", se da pie para que el conjurante exprese cuál es su petición. En otros casos se piden señales para saber una respuesta, o bien, se explicita la petición en el mismo texto:

que me quieras y me ames
y me vengas a buscar,
como el sancto olio
detrás de la cristiandad.

Las oraciones y los ensalmos son menos profanos que los conjuros. Normalmente reiteran dogmas religiosos o pasajes bíblicos, como el misterio de la Trinidad, el nacimiento milagroso de Jesús, la virginidad de María, etcétera. Ambos tipos de textos sirvieron para buenos fines, como pedir la salud de un enfermo, salvar las ánimas del Purgatorio, evitar una muerte violenta, morir sin confesión, etcétera.

En los conjuros la profanación de las entidades divinidades y los objetos sagrados es evidente. Tal es el caso del siguiente texto, en el que, para enamorar a una mujer, intervienen elementos de la liturgia católica:

Conjúrote Fulana,
con la sal y con el libro misal
y con la ara consagrada,
que me quieras y me ames
y me vengas a buscar,
como el sancto olio
detrás de la cristiandad.

Hay conjuros que pretenden provocar un daño, al pedir, por ejemplo, el sometimiento de un varón de la siguiente manera:

Fulano,
el rostro te veo,
las espaldas te saludo.
Aquí te tengo metido en el puño,
como mi Señor Jesucristo todo el mundo.

Asimismo, en algunos textos se solicita la intervención de seres demoníacos. Tal es el caso del conjuro de los Diablos corredores, en el que es necesaria la mediación de Barrabás, Satanás, Belcebú, Candilejo, Mandilejo, el Diablo Cojuelo "y quantos diablos y diablas/ ay en el Infierno" para hacer volver a un hombre.

En las siguientes secciones reproducimos tres textos, uno de cada tipo, acompañados de un breve análisis, a fin de dar una idea más completa de la naturaleza de estos materiales.

mostrar La oración del santo Sepulcro

La oración del Santo Sepulcro tuvo una amplia difusión en la Nueva España, según lo demuestran los archivos inquisitoriales, donde hemos encontrado muchas versiones de la plegaria. Como otras creencias mágicas, la oración proviene de España, donde también muy conocida y llegó a comercializarse públicamente.

En México se dio a conocer en hojas manuscritas. Los textos, parecidos o idénticos, no forman parte de ningún proceso y rara vez se integran a una denuncia, por lo que no tenemos suficiente información de quiénes eran las personas que los transmitieron. Fueron recogidos por funcionarios de las provincias coloniales o entregados por personas que los habían rezado.

La oración debe su nombre a que, supuestamente, fue encontrada en el sepulcro de Jesucristo. Por contagio, sus poderes maravillosos habían sido proveídos por un objeto sagrado, muy venerado y crucial en la historia de la cristiandad, pues fue el sitio donde se verificó la resurrección de Jesús.

A pesar de su nombre, nada se dice del sepulcro en el contenido de la oración. En las primeras líneas se nombra a Jesús y el resto del texto el creyente se dirige a la virgen María, a quien le pide su ayuda en el momento de morir. A manera de una letanía, se alaba a la Virgen, enumerando sus cualidades divinas en un largo listado.

Todavía hoy, este tipo de oraciones ofrecen a los feligreses algún dato para dotar al texto de autoridad y veracidad. Con el fin de avalar y documentar los poderes de la maravillosa oración, breves historias en prosa se integran en casi todos los textos. Una es la de un hombre que, yendo a Barcelona, rumbo al santuario de la Señora de Monserrate, es atacado por unos maleantes que le cortan la cabeza. Cuando un caballero pasa por ahí, la cabeza le habla, pidiéndole que le lleve un confesor. Autoridades eclesiásticas llegan a él y cuando termina su confesión, fallece. Se asegura que, al examinar el cuerpo, encuentran la milagrosa oración.

Una segunda historia, tan espeluznante como la anterior, es certificada por un escribano o notario, quien asegura haber sido testigo de cómo, para probar la oración, unas gentes apuñalaron a un perro, le colocaron la plegaria y, con una piedra al cuello, lo arrojaron al agua. El can no se ahogó hasta haberle quitado la oración.

Una tercera historia cuenta el caso de un hombre que, después de haber sido arrojado al mar, no se ahogó por llevar consigo la oración. Se añade, en cualquiera de las tres historias anteriores, que una mujer se libró de ser sentenciada a muerte por traer la oración. En todas las versiones de la oración del Santo Sepulcro se asegura que la plegaria ha sido aprobada por los inquisidores, ya sea de Barcelona ya de México.

También en prosa se enumeran los dones y virtudes que posee la oración, como evitar la muerte y las enfermedades, ayudar a las mujeres en el proceso de parto, morir súbitamente sin confesión, evitar las peleas entre marido y mujer, etcétera. Poseer la oración resuelve todos estos conflictos, además de ofrecer una "recompensa", pues quienes sus devotos verán el rostro de la Virgen María antes de morir.[14] La oración funciona como un amuleto que debe llevarse consigo.

La siguiente versión está fechada en 1619 y sabemos por una anotación al margen que un soldado de negros cimarrones la entregó a los inquisidores de la ciudad de México:

En catorçe de çetienbre de mill y quince años y setenta y dos años, acaesió que un o[m]bre saliendo de Barçelona para nuestra señora de Monsarate, en elcamino le salieron unos ladrones y le cortaron la cabesa. Y apartada del cuerpo quatro pasos, pasó por allí un caballero y le pidió le truxese un confesor, çertificándole, no podía morir sin confeción. Fue este caballero a Ba[r]selona y le truxo confeción, él y otra mucha gente, y acabada la cabesa de confeçar dio el ánima a Dios. Y buscándole el cuerpo le gallaron la oraçión sigiente:[15]
Jesús, gigo de Dios bibo,
guárdame y sálbame, Çalbador del mundo.
Bendita y loada madre de Dios,
ruega a tu benditísimo ygo,
precioso Señor nuestro, por mí. 5

Flor de los pat[r]iarcas,
profetas del Sielo,
tesoro de los apóstoles, mártires[16] y confesores,
corona de la Birgen,
ayudá[d]me en la posprimera[17] de mi muerte; 10
quando mi ánima salga deste mi cuerpo
sea para yr a gosar de gloria.

Birgen çantísima,
fuente de birtudes del tenplo de Jesucristo
de la monarq[u]ía de Y[s]rrael, 15
tenplo de conçolaçión de todo el mundo.
Birgen y madre de Dios, santísima María,
escudo de la esperança de los cristianos,
pa[ra]íso de los trabaxadores,
consuelo temporal, 20
tem por bien, santísima María, mostrarme tu cara graciosa el día de mi muerte,
por el misterio de su santísima paçión
de tu bendito Yjo.
Amén.
Esta oración fue gallada sobre el Santo Sepulc[r]o de Xerusalén. Y tiene tal birtu que q[u]alquiera perçona que la [tru]xere concigo, no morirá en poder de la Justiçia, ni será çentenciado a muerte y será libre de sus enemigos, ni morirá muerte súpita ni en fuego nien agua del mar. Y aprobecha para mal de coraçón y gota coral.[18] Y puesta en el cuello de qualquiera perçona o muger que estubiere de parto, parirá[19] luego. En la casa do estubiere, no abrá cosa mala. Y la perçona que la trugere berá a nuestra Señora quarenta días antes de su muerte.
Y[o], Alonço Rodríguez, notario de Córdoba, doi fe que la dicha oración que yo traslado fue xallada en el Santo Sepulc[r]o de nuestro señor Jesucristo. Y para esta aprobación, la amarraron al cuello de un perro y le dieron siete estocadas, y no murió gasta que se la quitaron la oraçión, y acabada murió. Y a una muger que estaba sentençiada a muerte, porque la traya se libró. Yten otra birtu[d]: qu’entre marido y muger no puedeaber discordia, sienpre abrá pas. Y es buena para la peste. Y está aprobada por los señores y[n]quisidores de México para aber de dar y resibir esta oración. El que la pidiere [h]a de desir: "vuestra merced se sirva de darme esta oración, en amor de nuestro Señor y nuestra Señora de Monsarate". Y al que la diere [h]a de desir: "la resiba para que gaga bien con ella. Amén".
Laus deo.[20] Bírgenes.

mostrar El ensalmo para curar heridas

En los archivos inquisitoriales, hay varias versiones del Ensalmo para curar heridas, todas ellas, en hojas manuscritas. Como sucede en las oraciones, al no estar integrados a una denuncia o proceso, poco sabemos de las personas que utilizaron los textos y de cómo los recitaban.

Tenemos cuatro versiones muy parecidas de principios del siglo xvii, tres de las cuales tienen la misma caligrafía. Esto nos hace suponer que hubo el interés en copiar el ensalmo, ya sea para difundirlo ya para comerciarlo, debido a sus cualidades taumatúrgicas. En cualquier caso, el ensalmador debía usarlo, pues en la curandería popular el ensalmador es el especialista en curar con las palabras.

Las cuatro versiones antes mencionadas tienen la misma estructura y similares temas o motivos. En la primera estrofa se nombra a la Santísima Trinidad. Al nombrarla los ensalmadores bendecían al paciente o la herida. Con este inicio la curación quedaba justificada y santificada. Muchos ensalmos comienzan de esta manera, asimismo hay repeticiones y asociaciones con el número tres, considerado un número mágico por excelencia.

Característica general de estos ensalmos es que, casi siempre en la segunda estrofa, se describe el nacimiento, la pasión y la muerte de Jesús, enfatizando que vino al mundo a salvar al género humano del pecado original. Normalmente en la tercera estrofa se confirman los misterios anteriores, con frases hechas como las siguientes: "Y ansí confieso ser berdad" o "Así como esto es verdad", que permiten realizar la curación de la heridas. A continuación aparece una lista, a veces muy larga, de enfermedades o males que deberán evitarse para que la herida sane. La mayoría de los ensalmos concluyen nombrando a Jesús: "Loado sea el nombre de Jesús", "Amén, Jesús", "En el nombre de Jesús", "Jesús, Jesús, Jesús", etcétera.

El texto que ilustra las características antes mencionadas es el siguiente:

En el nonbre de la Santísima Trinidad:
Padre, Yjo, Espíritu Santo,
tres personas distintas y un solo Dios berdadero.
Amén, Jesús.

[La] santísima noche de Nabidad
parió la serenísima Reyna de los ángeles
al buen Jesús de Nasareno,
para el remedio a todo el jénero umano;
lo qual creo y confieso ser berdad.

Y ançí como es berdad
y en birtud de tan alto misterio,
ssuplico y ru[e]go, señor mío Jesuc[r]isto,
por güestro[21] santísimo nasimiento
y por güesa santísima pasión
y por buestra santísima resurisión,
que con estos paños y bino
[que] se pusiere[n] [en] esta [h]erida,
sea serada y sana
sin dolor, [h]y[n]chasón,[22] materia,[23] cáncer [24] u pasmo.[25]
u otra cosa que le pueda benir
por agua o por biento,
por otro qualquier elemento,
ansí como no creó a beneno [sic]
la lansada que dio Lonjinos a Jesusçristo.[26]

Jesús,
si esta erida tubiere güeso roto, yer[r]o,
astilla o plomo dentro,
todo salga fuera y sane la erida,[27]
como sanó sin dolor
la lansada que di[o] Lonjinos a mi Dios y mi Señor.

Glorificado sea el dulse no[m]bre de Jesús.
Ensalsado sea el dulse no[m]bre de Jesús.
Loado sea el dulse no[m]bre de Jesús.

mostrar El conjuro de Santa Marta

Tanto en México como en la Nueva España el conjuro de Santa Marta fue muy popular entre las hechiceras y mujeres que sufrían el desamor. Las referencias literarias de la santa provienen de tiempos bíblicos. Tenía una personalidad fuerte: a Jesús le reclamó su falta de diligencia pues de no haber llegado tarde su hermano Lázaro no habría muerto. Conmovido por sus demostraciones de dolor, Jesús resucitó a Lázaro.

En otra ocasión, la santa ofreció al Nazareno una cena en su casa. Mientras desarrollaba eficientemente su papel de anfitriona, su hermana María Magdalena escuchaba embelesada las palabras de Jesús. Resentida, Marta le pidió al Nazareno que ordenara a su hermana ayudarle en las tareas de la casa. La respuesta recibida favoreció a Magdalena: "Marta, Marta, te agitas y te inquietas por demasiadas cosas, mientras que sólo una es necesaria. La parte que escogió María es la mejor, y no le será quitada".[28]

Este episodio le valió ser identificada con los quehaceres domésticos e imagen de la perfecta hostelera y mujer hacendosa. Actualmente, en la hagiografía popular es la patrona de los posaderos, hoteleros y cocineros. Suele ser representada con una escoba, un cucharón, una cubeta y un manojo de llaves.

En La leyenda dorada aparece un relato que será retomado en las creencias mágicas hispánicas. Se cuenta que Marta llegó milagrosamente desde Palestina hasta el sur de Francia, a un poblado llamado Tarascón. El lugar era entonces asolado por un dragón denominado la Tarasca. La santa pasó al río Duranza, se internó en un bosque donde halló al dragón devorando a un hombre y, rociándolo con agua bendita, lo ató con su ceñidor y lo condujo a la ciudad como si fuera un cordero.[29]

Al domesticar al dragón, simbólicamente Marta domina y acaba con el Mal y se convierte en heroína del cristianismo. En el Tarascón se construyó una iglesia en su honor, donde se guardan sus restos. Actualmente, es centro importante de peregrinación de los cristianos, sobre todo, de los gitanos.

Durante la época medieval, se promovió la veneración de la santa, extendiéndose a los países cristianos, especialmente, a España. En Galicia es donde se sitúa su culto más antiguo y Andalucía, el lugar en que su veneración fue más arraigada.[30]

Ligada a prácticas mágicas, la santa es invocada en conjuros para resolver problemas amorosos de mujeres despechadas y enamoradas.[31] Ciertos elementos de la Leyenda dorada fueron retomados para pedir, por ejemplo, el sometimiento del marido, así como Marta dominó y ató al dragón.

Las hechiceras distinguieron dos tipos de conjuros: el de Santa Marta la Buena y el de la Mala. En estos últimos no sólo se solicita la intervención de la santa para causas amorosas, como pedir el reencuentro entre los amantes, sino también adquiere connotaciones diabólicas. En algunas versiones se pide maleficiar al hombre mediante “ligadura”, es decir, causándole impotencia sexual.

La costumbre de asociar a Santa Marta con las prácticas mágicas continuó en la Nueva España. Al parecer, la versión más antigua del conjuro data de 1592. A lo largo del periodo colonial aparece en los registros inquisitoriales.

El siguiente conjuro fue recitado por Benita del Castillo, que voluntariamente se presentó a los inquisidores para confesar sus delitos, entre ellos, la recitación del Conjuro de Santa Marta. Originaria de Sevilla, de treinta y ocho años de edad, vivía en Puebla en el año 1629. Según se observa en su declaración, era una gran conocedora de conjuros mágicos con fines amatorios. Como se observa en el texto, el dragón es sustituido por una serpiente, un animal más acorde a la realidad novohispana que el mítico animal. La petición que se hace a Santa Marta es muy explícita: someter al varón, quitándole toda voluntad

Madre mía Santa Martha,
digna sois y santa;
de mi señor Jesucristo
querida y amada;
de la Virgen ssantisíma
güéspeda y conbidada.

En el monte Olibete entrastes,
con la serpiente fiera encontrastes,
braba la hallaste,
con vuestros santos conjuros la conjurastis,
con vuestro hisopo la rosiastis,
con vuestra sinta la atastis,
con vuestro pie la quebrantastis,
a los cavalleros de la franco-conquista se la
entregastis:

"Cavalleros, amigos de mi señor Jesucristo,
véis aquí la serpiente braba que braba estaba
mansa, queda,
lega, legada
humilde y atada".

Madre mía, santa Marta,
con aquellos conjuros que conjurastis [a] la
serpiente,
me conjuréis a Fulano
y así me lo pongáis manso, lego, legado,
como pusistis a la serpiente.

mostrar Conclusiones

No ha sido el principal objetivo de este artículo hablar de la magia virreinal. Nuestro propósito central ha sido la literatura marginal que se difundió en la época novohispana, ligada a costumbres y prácticas mágicas, y pocas veces considerada como literatura. Prejuicios sociales no han permitido valorarla; por el contrario, se le desprecia. Los antropólogos han rescatado algunos textos, pero como de parte de un todo, sin perspectiva filológica.

En los archivos inquisitoriales tenemos un conjunto sólido y grande de oraciones, ensalmos y conjuros, que esperan ser rescatados y estudiados. Aquí solo nos hemos aproximado a unos cuantos. Como hemos visto, son textos tradicionales, caracterizados por su variación, que fueron difundidos por personas de origen español en la Nueva España. Enraizados en las mentes de las personas, todavía es posible comprar en los mercados tradicionales la Oración del sepulcro, el Conjuro de Santa Marta  y muchos textos más, que cada día se renuevan y se transmiten según las necesidades del mercado y de las personas que los usan.

mostrar Bibliografía

Alberro, Solange, Inquisición y sociedad en México. 1570-1700, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1988.

Archivo General de la Nación, Edictos, vol. 1, fol. 27r.

Aguirre Beltrán, Gonzalo, Medicina y magia: el proceso de aculturación en la estructura colonial, Veracruz, Universidad Veracruzana, 1992.

Blázquez Miguel, Juan, Eros y Tánatos. Brujería y superstición en España, pról. de Julio Caro Baroja, Toledo, Arcano, 1989.

Campos Moreno, Araceli, Oraciones, ensalmos y conjuros mágicos del archivo inquisitorial de la Nueva España, México, D. F., El Colegio de México, 1999.

----, “Un tipo popular en la Nueva España: la hechicera mulata. Análisis de un proceso inquisitorial”, en Revista de Literaturas Populares, núm. 2, año xii, pp. 401-435.

Cirac Estopañán, Sebastián, Los procesos de hechicerías en la Inquisición de Castilla la Nueva. Los Tribunales de Toledo y Cuenca, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1942.

Ciruelo, Pedro, Tratado de las supersticiones, pres. de Dolores Bravo, Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, 1986.

Covarrubias, Sebastián de, Tesoro de la Lengua castellana o española, Madrid, Turner, 1984.

Delpech, François, "De Marthe à Marta ou les mutations d'une entité transculturelle", en Culturas populares. Diferencias, divergencias y conflictos. Actas del coloquio celebrado en la casa de Velázquez los días 30 noviembre y 1-2 de diciembre de 1983, ed. de Yves-René Fonquerne y Alfonso Esteban, Madrid, Casa de Velázquez/ Universidad Complutense, 1986.

Díez Borque, José María, “Conjuros, oraciones, ensalmos…: formar marginales de poesía oral en los Siglos de Oro”, en Bulettin Hispanique, 1985, pp. 47-87.

Englebert, Omer, La flor de los santos o vida de santos para cada día del año, México, D. F., Imprenta Ideal, 1985.

Laín Entralgo, Pedro, La curación por la palabra en la Antigüedad clásica, Barcelona, Antropos, 1987.

Malinowski, Bronislaw, Magia, ciencia, religión, introd. Robert Redfield, Barcelona, Ariel, 1982.

Pedrosa, José Manuel, Entre la magia y la religión: oraciones, conjuros, ensalmos, Oiartzun, Gupuzkoa, Sendoa, 2000.

Pérez Tamayo, Ruy, El concepto de enfermedad. Su evolución a través de la historia, t. i, México, D. F., Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología/ Fondo de Cultura Económica/ Universidad Nacional Autónoma de México, 1988.

"Proceso criminal contra Leonor de Isla", Archivo General de la Nación, Inquisición, 1622, vol. 341, 1ª parte,1-180 fols.

Quezada, Noemí, Enfermedad y maleficio. El curandero en el México colonial, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.

Rosell Hope, Robbins, Enciclopedia de brujería y demonología, trad. de Flora Casas, Madrid, Debate/ Círculo, 1980.

"Segundo abecedario en que se contienen diferentes apuntamientos, doctrinas […]", Archivo General de la Nación, Colección Riva Palacio, vol. ii, cap. 13.

Vorágine, Santiago de la, La leyenda dorada, 1, trad. del latín fray José Manuel Macías, Madrid, Alianza Editorial, 1994.