Enciclopedia de la Literatura en México

Kiko's

Marco Antonio Campos
2001 / 05 ene 2018 15:34

1) Fue una cadena de cafés, o mejor dicho, de fuentes de soda donde servían también café. Estuvieron de moda en las décadas de los cuarenta y cincuenta. De alguna forma, son los antecedentes de las cadenas como los Vips, los Dennys, los Lynnis, los Toks. El local representativo era el situado en avenida Juárez, frente a la glorieta del Caballito. Este local fue, escribe Humberto Musacchio en un informado artículo sobre cafés,[31] “el Kiko’s por antonomasia, lugar frecuentado por los periodistas veteranos, aprendices de jilguero [oradores] y parejitas que hacían rugir la sinfonola”.

Por el 1946 Salvador Novo se escarnecía a sí mismo diciendo que le faltaba juventud para aparecerse en los Kiko’s (Nueva grandeza mexicana); en cambio, el poeta Tomás Segovia los aborrecía y consideraba que entrar en ellos representaba un estigma: “Una de las primeras rebeldías que tuve (y he tenido muchas) fue negarme a ir a los Kiko’s, como iban los jóvenes de mi generación”.

Pero no sólo los jóvenes, sino un buen número de intelectuales se reunió a lo largo de los años en el llamado “Kiko’s por antonomasia”.

 

2) ¿Cómo era el local? Al poeta Guillermo Fernández, que lo tomó como su café a finales de los cincuenta cuando llegó de Guadalajara, le daba la impresión de una caballeriza. Era profundísimo: “Tenía como treinta metros. Había un pasillo en medio y, en las alas, mesas como reservados especiales. Los muebles parecían de sala, grandes y acojinados”. Con asombro ingenuo, con frescura provinciana, se admiraba de encontrar en el sitio a escritores como Agustín Yáñez y Juan Rulfo.

Cuando salía del local, Guillermo solía pensar si no había olvidado dentro el caballo.

 

3) Varios poetas amigos –Eduardo Lizalde, Marco Antonio Montes de Oca, Enrique González Rojo, Arturo González Cosío– fundaron a principios de los años cincuenta una corriente que llamaron Poeticismo. Ultragongorinos, creían, como en un canon, en el rigor formal y en la imagen elaborada. La aventura poética terminó pronto. Quien mejor la definió fue Lizalde desde el título mismo del libro que recobra aquellos tiempos con ternura y desparpajo: Autobiografía de un fracaso. Aquel grupo, que trabajaba o vivía en los rumbos del centro de la ciudad, solía reunirse en cafés de chinos o en el Kiko’s.

En una página de este libro Lizalde recuerda la noche (sería 1952 o 1953) cuando con Montes de Oca y González Rojo fueron a sacar a González Cosío de su casa, quien vivía en la calle de Emparán, a unos pasos del monumento a la Revolución. Lo encontraron agripado y ya en pijama. Lo invitaron a acompañarlos al Kiko’s; González Cosío argüía que estaba enfermo. Como no fue posible convencerlo, lo tomaron en vilo y entre los tres lo llevaron cargando hasta el Kiko’s donde lo depositaron en una mesa.

Lizalde no acabó de contar si González Cosío durmió allí.

 

4) Hacia 1956 una joven periodista llamada Elena Poniatowska llegaba a visitar sus oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores, situadas en avenida Juárez,[32] al poeta Octavio Paz, quien acababa de llegar de París.[33] Elena no olvidaba nunca llevar una pluma y una libreta de apuntes Scribe.

Paz y Poniatowska caminaban a la sombra de los árboles de Paseo de la Reforma y solían detenerse en la Librería Francesa, que se hallaba entonces a unos pasos de Bucareli. Paz resultó fundamental en la formación francesa de la joven Elena recomendándole libros definitivos.

Otras veces Elena y Paz iban al Kiko’s. Elena recuerda a un poeta peruano Lunel,[34] de quien creía que Paz lo llamaba así por tener cara de luna. “Pero no, Augusto Lunel era su nombre.”

Sin embargo Augusto era sólo augusto a la hora de comer. En el Kiko’s manducaba por varios. Ante los ojos azorados de la joven periodista, el glotonazo de Lunel se zampaba tres tortas con tremenda telera: “una de pollo con mole, otra de queso de puerco y la tercera de pierna adobada”. No siempre fue la misma rutina: a veces “pedía de milanesa”. Lunel acompañaba su festín mexicano con un gigantesco vaso de café con leche, al que tenía el buen gusto de bebérselo con popote. Lunel tenía cara de luna pero a la hora de comer era como Orozco. Una vez Paz, al mismo tiempo que disertaba lúcidamente sobre la figura y la obra de Flaubert, sugirió a Lunel que mordiera un chile verde, pero al probarlo Lunel dio una serie de gritos tan espantosos que Paz decidió interrumpir su conferencia.

Elena cuenta que varios años después encontró a Lunel en las calles de París. Iba en motocicleta. Se saludaron con cordialidad, y Lunel, seguro de su condición latinoamericana, le contó que las francesas no dejaban de perseguirlo.

–¿A poco?– preguntó Elena con incredulidad femenina.

Ofendido, Lunel respondió arrancando con furia la motocicleta.

 

5) Hacia fines de los años cincuenta acostumbraba congregarse allí un grupo de poetas y escritores: el narrador veracruzano Sergio Pitol, laborioso conocedor de las literaturas eslavas, el cronista Carlos Monsiváis, famoso por sus textos lúdicos y su humor lancinante, el poeta Hugo Gutiérrez Vega, autor de una obra poética llena de los aires de ciudades del mundo, y el polígrafo José Emilio Pacheco, que ha navegado ríos de literatura.

Gutiérrez Vega rememora que conversaba con Pacheco de literatura en general y con Pitol de literatura inglesa y literaturas periféricas. “Cuando llegaba Monsiváis los temas se ampliaban a la política, a la vida social y al ambiente cultural mexicano. Pero ante todo reíamos mucho. Basta pensar en el humor de Monsiváis y Pitol. Ocasionalmente se sentaban a la mesa los poetas Óscar Oliva y Juan Bañuelos.”

Del Kiko’s el grupo solía ir a la planta baja del edificio contiguo, donde se hallaba la librería Zaplana, para ver las novedades editoriales españolas, argentinas y chilenas.

En un artículo,[35] que después recogió en libro, Sergio Pitol recordó veintinueve años después, el día de 1957, cuando quedó de verse con Monsiváis a comer en el Kiko’s a las dos de la tarde para revisar las últimas planas del breve libro que el entonces joven narrador veracruzano publicaría en Cuadernos del Unicornio, colección que editaba Juan José Arreola, mago del texto breve. Para Pitol era una seguridad que Monsiváis revisara sus textos. Monsiváis hizo esa tarde un puñado de correcciones a los dos cuentos. En 1958 el libro se editó: Vittorio Ferri cuenta un cuento.

La irregular tertulia no duró mucho: Gutiérrez Vega y Pitol empezarían poco después, salvo temporadas en México, una prolongada vida en numerosos países extranjeros, casi siempre en tareas diplomáticas.