Roberto Sosa (1930-2011) fue un poeta y ensayista hondureño. La historia de literatura lo consideró como un agente de cambio en el campo de las letras centroamericanas, así como un escritor de transición: generó un antes y un después en la literatura de Honduras. Como bien lo menciona Carmen Y. Cruz Rivas su obra “dividirá en dos la historia de la lírica hondureña: literatura vanguardista, por una parte, y literatura contemporánea, por otra”.[1] Aunque resulta difícil encasillar la poesía de Sosa en una corriente o estética, es notable el predominio del tema social en ella. La escritura sosiana adopta a los despojados, pobres y marginados de la sociedad como protagonistas de sus poemas. Así lo propone en un afamado poema: “construir/ con todas mis canciones/ un puente interminable hacia la dignidad,/ para que pasen,/ uno por uno,/ los hombres humillados de la Tierra”.[2]
Los pobres (1968) y Un mundo para todos dividido (1971) fueron los poemarios de mayor consonancia en y fuera de Honduras. Ahí consolidó Sosa, ante los ojos de los lectores, su imagen como poeta, así como su estilo: sucinto, claro y contundente. Ambos poemarios fueron laureados internacionalmente, primero con el Premio Adonáis de Poesía en España; posteriormente con el Premio Casa de las Américas. De manera que la lírica que gestó el literato hondureño, desde su poética del oprimido, se convirtió en una voz universal. Y aún, se podría decir que los ecos de su lírica movieron las venas literarias otros países; aún más que en el propio. Los poemarios de Sosa han sido traducidos al inglés, francés, alemán, ruso, japonés, finlandés y holandés.
No obstante, la trascendencia de Roberto Sosa no se restringió al papel –a la letra muerta. Al ser un poeta con una gran conciencia social, comprendió que las revoluciones no se construían únicamente con letras, sino con acción social y política:
la literatura no ha hecho nunca ninguna revolución. Y no la podría hacer. Las revoluciones se hacen con personas concientizadas para tal efecto, y se hacen con armas, con pensamientos, con proyectos políticos, filosóficos e ideológicos propios de un sistema. La literatura podría ser un complemento de eso, siempre que personas que estén metidas en un proyecto de esa naturaleza la sientan y les sirva de apoyos éticos o estéticos[3]
Por lo mismo, parte de su labor como literato radicó en abrir nuevos causes para la expresión hondureña. Sosa perteneció al grupo intelectual Vida Nueva y dirigió la Revista Presente. Ambas asociaciones de escritores tenían por objeto renovar y buscar nuevos senderos para la literatura de Honduras y de Centroamérica: “destacan por su amplia labor de difusión de la cultura nacional y de los nuevos valores literarios”.[4] Lo que pretendía Sosa, así como los integrantes de dichos grupos, era producir una literatura auténtica, que expresara la realidad, así como la plenitud de la creatividad hondureña.
Roberto Sosa nació el 18 de abril de 1930 en Yoro, Honduras. Aparte de ser una localidad que trascendió por su inusual lluvia de peces –Eduardo Galeano plasmó el suceso en un cuento breve[5]–, Yoro apareció en el mapa del canon literario gracias al tránsito del poeta. Los primeros años de vida de Sosa estuvieron marcados, profundamente, por el oficio de su padre: la música. Por una parte, esto implicó que hasta los once años viajaría por la mayor parte del territorio hondureño y de El Salvador. Así lo expresó él por medio de una entrevista en 1999:
Mi padre era salvadoreño. Y debido a su profesión —era músico de banda— andaba para todo sitio. Me acostumbré un poco a sentir cierta nostalgia por un viaje próximo, por una circunstancia de llegada, de descubrimiento de algo nuevo, y por ahí pues que adquirí una psicología de viajero...[6]
Desde temprana edad se hizo afín a la máxima de los modernistas: “viajar es reformarse, y reformarse –según José Enrique Rodó–es vivir”.[7] Hábito que lo llevó a cambiar de ciudades constantemente. Y, por otra parte, la música se convirtió en un elemento constitutivo de su escritura: “He sentido siempre una pasión por la lectura y otra pasión por la música. Tengo dos pasiones que (…) se complementan: la música y la lectura son diversas caras de una misma visión del mundo”.[8]
No obstante, pese al ánimo de trotamundos, Sosa decidió permanecer en las cordilleras y bosques húmedos de Honduras. De sus viajes aprendió la necesidad universalizar su pensamiento y voz, para que su poesía alcanzara a todos los hombres de la tierra. Pero de su estancia en Tegucigalpa, aprendió el compromiso ante el dolor e injusticias de su sociedad. Motivo por el cual él reconocía que se sentía extraña y confusamente atraído a su país:
Yo me siento fundamentalmente un hondureño. No podría sentirme de otro país. He nacido aquí, he vivido aquí y espero morirme aquí. Estoy plenamente identificado con la sociedad hondureña. Sin embargo (…) lo que me importa es la universalización del texto poético.[9]
La formación de Sosa fue ambivalente. Sus estudios superiores los realizó en la Universidad de Cincinnati, Ohio; donde obtuvo el título de Maestría en Artes. No obstante, el poeta hondureño reconoció que el cimiento de su formación fue el autodidactismo. En una conversación con E. Waters Hood refirió que: “mi formación básica es la de un autodidacto, me he hecho yo mismo”.[10] Sosa comprendió que el conocimiento surgía de la estrecha relación entre la conciencia y la observación. Y entre esos dos elementos, habita el lenguaje como resultado de su vínculo, y de aquella perfecta unión surge el arte:
Esto me ha ayudado a ir complementando los estudios sobre la vida, que, según pienso, no terminan nunca: uno siempre está aprendiendo todos los días. Todos los días se aprende de las personas, de las imágenes, de los niños, de los animales. La relación con los animales es muy particular porque te enseñan a no perder el instinto
Ejemplo expreso de lo antes dicho fue su poemario Secreto Militar. Pues la obra es un resultado de la observación, del ejercicio crítico ante mundo natural (de sus correspondencias con la sociedad) y de la expresión lingüística del artista.
Durante toda su vida, Roberto Sosa permaneció activo como escritor y como un agente de cambio en el campo cultural. Su trayectoria y proyecto creativo fueron ampliamente reconocidos. En 1967 recibió el premio "Juan Ramón Molina", en Honduras, por su poemario Mar Interior y, un año después, consiguió el premio "Adonais", en España, por Los pobres. En 1971 conquistó el premio "Casa de las Américas", en la Habana, con Un mundo para todos dividido; misma obra que recibió reconocimiento público un año después, con el premio Nacional de Literatura de Honduras. Y en 1990 fue nombrado Caballero en la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de la República de Francia por la aportación cultural que representaba su obra.
El quehacer literario de Sosa fue ininterrumpido hasta que, en mayo del 2011, la muerte visitó su lecho. Produjo poemarios, estudios sobre la poesía hondureña y poesía negra, y buscó reunir las mejores plumas que su país engendró (aquellas que expresaran con veracidad y rigor la realidad social).[11] El deseo de parir un legado, verso tras verso, página tras página, se ancló a dos necesidades: la trascendencia individual y la raigal. Necesidad de extensión que mantuvo su vena creativa viva por ochenta y un años de vida. Como él mismo lo expresó en una entrevista de 1999, su trabajo era en cierta medida:
una ilusión de una lucha contra la muerte. La preocupación de seguir escribiendo, de poder trabajar en torno a una obra imperecedera, hasta donde uno puede decirlo. Porque sólo el tiempo es el único juez insobornable, y el tiempo es quien va a decidir qué es lo que queda de este trabajo.[12]
Además, creía fielmente en que a través de su trabajo él junto con su nación podrían perpetuar su memoria en los anales de la historia. Como lo menciona Héctor M. Leyva, tenía la esperanza de que “el pensamiento pudiera rescatar el destino de su pueblo”.[13]
La tierra y tiempo de Roberto Sosa
Las guerras del siglo xx
El universo poético de Sosa habla mucho del universo factual que lo rodeaba. Sin caer en determinismos, es adecuado decir que la obra del poeta hondureño es producto de su tiempo y de su sociedad. Pero es aún más preciso decir que su obra es un testimonio, evidencia, del tipo de sociedad y tiempo en el que nació y maduró.
Para el año de 1930, el uso de los vocablos “revolución”, “insurrección” o “independencia” evidenciaban el recrudecimiento de las pugnas ideológicas en el mundo. La agrupación de élites sociales y frentes populares evidenciaban, trifulca tras trifulca, huelga por huelga, la cruenta lucha de las clases sociales. Las aspiraciones de cada estrato social germinaban a gran velocidad en el consciente colectivo. Y así también lo apunta João Luis Lafetá:
El decenio del treinta está marcado en el mundo entero por un recrudecimiento de la lucha ideológica: fascismo, nazismo, comunismo, socialismo y liberalismo miden sus fuerzas en activa disputa; los imperialismos se expanden… La conciencia de la lucha de clases, aunque en forma confusa, penetra en todas partes, incluso en la literatura…[14]
Al oeste del Océano Índico, Gandhi luchaba incansablemente para liberar a India del yugo británico. Inspiraba a futuros líderes políticos a luchar pacíficamente –como lo fue para Martin Luther King–, al mismo tiempo que presidía la Marcha de la sal. En América del Sur, la Alianza Liberal de Brasil derrocaba el gobierno de Washington Luis y consumaba, así, la Revolución de 1930; asimismo en Argentina prosperaba el golpe de Estado que finalizaría el mandato de 14 años de Yrigoyen.
Además, en el centro del continente se encendía el polvorín que detonaría el medio siglo más violento de Latinoamérica. Se repara en el conflicto armado de 1924 entre Nicaragua y los Estados Unidos. También se considera el levantamiento campesino de 1932 en el Salvador que cobró la vida de más de treinta mil campesinos. Y, finalmente, completaron dos sucesos el panorama bélico, en Honduras estallaron dos guerras civiles (1919, 1924) y falló el Tratado de paz de 1923 entre Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala.[15] Dentro de esa atmósfera beligerante creció Roberto Sosa.
El campo cultural de Honduras
La historia cultural de Honduras dista mucho del devenir sociopolítico del país. El campo de las letras no se plagó de los mismos chispazos o piras que sus ciudades, sino fue todo lo contrario: fue oscuridad y olvido. Y dicho vacío no fue por carencia de autores, sino por las condiciones históricas propias del país. Éstas generaron una especie de cisma comunicativa con el resto del mundo, que se pueden ver reflejadas en la ausencia de difusión editorial y cultural.
La historia de Honduras es análoga a la de cualquier país en Centroamérica. Esto se entiende en el sentido de que la literatura de principios de siglo xx se desarrolló bajo la sombra del gobierno (al amparo de sus ideales) o subrepticiamente a éste (beligerante a la ideología hegemónica). Y es que la naturaleza de los gobiernos en Centroamérica era, radicalmente, la misma: de corte imperialista. Se observó en Nicaragua que Anastasio Somoza (1937-1956) apoyó al gobierno norteamericano para explotar recursos y obreros; mismo fenómeno que se percibió en El Salvador a finales del siglo xix con los presidentes Rafael Zaldívar y Francisco Menéndez, que dejaron las bases liberales para asegurar la extracción de sus recursos naturales; o en Honduras, en 1932 con Tiburcio Carías Andino (1932-1948). Y justo así, es como lo menciona la revista hondureña, El Heraldo, en un artículo llamado “La generación del 35”:
Este grupo de cuentistas, narradores, ensayistas y poetas entre los que encontramos a Marcos Carías Reyes, Alejandro Castro h., Argentina Díaz Lozano y Óscar Castañeda Batres, entre otros, crecieron y se desarrollaron bajo la sombra frondosa de la dictadura de Tiburcio Carías Andino (1933-1949), aliado denfensor de las compañías bananeras que en todo momento puso a su disposición una burocracia estatal y un ejerciti obediente y sumiso a sus dictados.[16]
En el tiempo y sociedad en la que Roberto Sosa nació, ser escritor implicaba una proclama favor o en contra del imperialismo yanqui.
En un artículo nombrado “Literatura en Honduras: las luchas de ayer y hoy”, S. Torres, recopila la opinión de escritores de talla y vocación, tales como Eduardo Bähr, Rigoberto Paredes, Jéssica Sánchez y Carlos Ordóñez. En dicho testimonio, los autores refieren los derroteros y dificultades del oficio de escritor hondureño desde el siglo xix:
la verdad es que el talento es secundario cuando existe la necesidad y la decisión de cumplir con el encargo de las palabras, que no es otro que restituir los significados que el poder y la demagogia se esmeran en deformar para crear un pensamiento único, donde palabras como ‘dignidad’ y ‘libertad’ son vanos sustantivos…[17]
Y dicha opinión coincide con la Leonardo Alvarado, al comentar que la ocupación del escritor podía ser dual: contendiente o esteticista. El escritor debía escindir su proyecto creativo de su labor como crítico social o político. Pues de otra forma la subsistencia de su ocupación estaría condenada al fracaso. “Esto explica que Molina y Turcios escribieran crónicas y artículos incendiarios en contra de la ocupación norteamericana, sin dejar de ser simbolistas y parnasianos en sus textos personales.”[18] Los dos grandes escritores de Honduras, de finales del xix e inicios del xx, hicieron esa separación en pro de no ser relegados u olvidados. Y, en ese mismo sentido ético, se comprende el génesis y publicación de la obra de Fausto Maradiaga: La palabra y sus deberes en la década de los años ochenta.
Además de considerar la ausencia de apoyo por parte de instituciones oficiales, se repara en el ostracismo que la falta de difusión generó. En la narrativa, Arturo Mejía Nieto o Arturo Martínez Galindo tuvieron que salir de Honduras para entrar en contacto con las vanguardias. Ambos, en 1940 viajaron a Estados Unidos para empaparse de las innovaciones estéticas de Europa. O bien, como lo refiere Rigoberto Paredes respecto a Turcios o Molina, de las luchas que tuvieron por abrirse brecha en el campo de las letras:
andaban comunicándose con el mundo exterior por medio de cartas, por periódicos, revistas que a ellos llegaban o que ellos mismos hacían con mucho esfuerzo, son las luchas heroicas que han sucedido, en el sentido de darse un lugar y darse a conocer, porque si no te dan a conocer no te dan nada.[19]
Debido a ese aislamiento, la literatura hondureña se renovó más por el contagio de individualidades, que por ruptura generacional (como fue en el caso de los vanguardistas). Basta revisar los manifiestos u obras que impusieron una corriente estética en la primera mitad del siglo xx. Al revisar la historia de la literatura –en autores como Jorge Schwartz–resulta de interés hallar vacíos significativos de manifiestos vanguardistas o autores de ruptura; entre los cuales figura Honduras. Y muy a propósito comenta L. Alvarado: “Nuestro siglo xx no estuvo marcado por la ruptura, sino por la transición generacional; no hubo en nuestra poesía esos enfrentamientos generacionales feroces que ocurrieron entre poetas de tantos países”.[20] Y justo en esa brecha de transición, en la generación de escritores, marcados por las dictaduras, surge Roberto Sosa.
Toda la escritura sosiana se caracterizó por el rigor vocacional del poeta. Pues él concebía la escritura como una profesión y un instrumento. Por una parte, la poesis no sólo es inevitable en el ser humano, sino que es irreversible para aquellos que se les revela su fuerza creadora: “No hay retorno. Porque si ha descubierto que la naturaleza lo ha proyectado de tal modo, si se dedica a otra cosa va a dar un traspiés fundamental, esencial en su vida y se va a perder, se va a frustrar en su esencia. Y si se descubre poeta, y se cultiva, el hecho se magnifica, por cuanto se puede convertir en un maestro. En eso estriba la respuesta.”[21] Y fue así como el se descubrió y se halló como poeta, por lo que se formó como tal y asumió su papel social –y hasta beligerante– como escritor.
Por otra parte, Sosa creyó con firmeza que la poesía develaba algo de la realidad, que las demás disciplinas del saber no podrían. A través de ella se manifiesta la genética de las acciones humanas, la “química” de las relaciones sociales. El hondureño decía que la poesía:
es un instrumento de indagación. Es un instrumento verbal para ir entendiendo las relaciones de la sociedad, porque el poema puede lograr un reflejo de un grupo social de un país y del universo. La poesía es eso: es un resumen de una visión del mundo, es una concentración química de la realidad. Y uno de los problemas del ser humano es conocer la realidad.
La realidad que es variable en Honduras, en la China, en Rusia, en los Estados Unidos y en cualquier rincón terrestre; porque la realidad la hacen los seres humanos; la cambian, pero la realidad está ahí objetivamente, móvil, cambiante como un río heraclitano…[22]
Sobre ese cimiento, Roberto Sosa construyó un corpus diáfano –en todo rigor de la palabra– y trascendente durante 36 años; lapso entre Caligramas (su primera obra) y El llanto de las cosas (último poemario publicado en vida). En más de tres décadas edificó un proyecto creativo profundamente comprometido con la lucha social: en contra de la injusticia, en contra de la incultura. Así fue como su escritura halló su derrotero en esas dos vías: once poemarios, dos estudios sobre la poesía y dos empresas para antologar el pensamiento hondureño: la poesía y la ensayística más característica de su país.
Aunque toda la bibliografía de Roberto Sosa es harto interesante, un par de poemarios marcaron un parteaguas dentro y fuera de su ser: afirmó su escritura y renovó la de su entorno. La crítica considera que, después de Caligramas (1959), Muros (1966) terminó de cimentar las bases de la expresión del bardo hondureño. La sencillez y la transparencia fueron los grandes pilares de su poética, sobre ellas plasmó una de las experiencias humanas más profundas de la literatura hispanoamericana. Se puede concordar con H. Bermúdez que: “En verdad, fue solamente a partir de Muros que Sosa encontró una modulación adecuada para incorporar los filamentos de su experiencia personal, tatuada por una intensa reflexión sobre la propia condición del poeta en un país atrasado abismalmente como Honduras, ese "país niño" (p. 116), "…la última de las naciones" (p. 97). Muros abre las compuertas para darle a esos filamentos, a esas esencias, una realidad literaria o, mejor, una recreación imaginativa.”[23] Después de Muros, la relación del yo lírico con el mundo cambiará su talante. El poeta tomará una postura más seria y caustica con la realidad circundante. Después de 1966, la poética de Sosa dejará la inocencia de lo sencillo, para embarcarse hacia la complejidad de la lucha social. Se encaminará rumbo a una poesía más comprometida.
Posterior a dicho poemario, se publicaron las dos obras que captaron la atención del mundo literario: Los pobres (1968) y Un mundo para todos dividido (1971). Ya se dijo con anterioridad que ambos poemarios conquistaron los laureles de los premios Adonáis (1968) y Casa de las Américas (1971), pero resta expresar los méritos de éstas para la Historia de la literatura. Las virtudes de esas obras fueron inherentes y representativas. Por una parte, el valor de su escritura radicó en la vitalidad de su expresión poética. Dejó atrás los simbolismos modernistas y románticos, así como las protestas panfletarias. Introdujo un balance estructural entre la claridad y lo metafórico: versos que expresaban con tremenda literalidad la realidad social de Honduras, versos que expresaban simbólicamente la profundidad implícita en la miseria de sus habitantes.
Por otro lado, la sencillez y cotidianeidad vertidos en sus versos cumplen dos objetivos. El primero se aprecia en Los pobres, donde Sosa hace una radiografía del hombre repudiado y oprimido. Forma y recipiente que estaban dirigidos a un lector universal, porque expresaban universalmente al ser humano. El segundo se observa en Un mundo para todos dividido, donde se manifiesta la conciencia poética del entorno que ha producido y que auspicia la miseria del hombre.
Nicasio Urbina expresa perfectamente esos méritos en Los Pobres:
Ahí radica me parece, la maestría de la poética de Sosa, en la belleza de la simplicidad. No se necesita fuegos artificiales ni complejas estructuras sintácticas para alcanzar la belleza poética. Tampoco hay que caer en el panfleto para denunciar una injusticia humana, la denuncia y el arte pueden ir de la mano. No se cae ni en la diatriba ni en la impenetrable construcción barroca.[24]
Por otra parte, Ivannia Barboza Leitón concluye que la temática revolucionaria en Un mundo divido para todos puede “‘abrir conciencias’ a través de la palabra”.[25] Los tópicos más recurrentes en el poemario, en vez de enfocarse en el individuo oprimido, giran entorno giran en torno a las causas: el señalamiento, la acusación y repudio a quienes han humillado al hombre.[26] Temas que funcionan como un complemento –o más bien, como una extensión– a Los Pobres. De ahí también, el valor y la trascendencia de estas obras; funcionan como unidad, pero también como complemento de una misma visión del artista.
Y por último, cabe hacer una mención de Secreto Militar (1985). Aunque esta obra no consiguió el mismo reconocimiento que las anteriores, fue un foco de atención por la crítica por su tono tremendista y contestatario. Es decir, no es recordada con justicia por su valor estético, intrínsecamente literario, sino por su infamia ante la crítica oficialista. Algo que destacó la obra de Sosa fue la mesura, la claridad y el criticismo perfectamente velado por la metáfora. No obstante, Secreto Militar adopta la fórmula de los bestiarios y de la fábula para enfatizar (y nominar) los rasgos reprobables del poder. .
H. Bermúdez sintetiza su valor poético como: “una modalidad [de] la entonación contestataria- que el autor había manejado antes con relativa mesura, es llevada demasiado lejos y, ávida, desemboca en el énfasis e incluso en el tremendismo”.[27] De toda su obra, destaca este poemario porque Sosa abandona el fin estético de la obra, y adopta una postura ética-estética ante la escritura. Tal y como lo registró Miguel Barahona en su entrevista con el poeta en el 2008[28], Secreto militar es única como obra porque en ella se denuncia (por nombre) a los protagonistas de las injusticias.
Roberto Sosa: antólogo de la memoria hondureña
Aparte de ser poeta, Roberto Sosa es reconocido como ensayista y antologador.[29] Y se hace énfasis en esta segunda ocupación, pues sus ensayos como Breve estudio sobre la poesía y su creación (1967) y Honduras, poesía negra (2011) tienen el mismo objeto que la antología: compilar para preservar los anales literarios. En una entrevista con E. Waters Hood en 1999, el escritor de Yoro expresó que aquella necesidad de trascender era una “lucha contra la muerte”. Una lucha que libraría para sortear su muerte y la de su pueblo, pues creía que por medio del pensamiento se podía perseverar la memoria de Honduras.[30]
De aquel deseo, nacieron dos proyectos. El primero se sumó los trabajos que publicó en 1967 y en el 2011. Aquella empresa consistía en una antología de poesía hondureña, que abarca la producción literaria de 1830 a 1974. Esta obra se planeó en tres tomos, que funcionarían como una división temática de la historia de Honduras: la política, el amor y la muerte. En el año de 2003, Marta Leonor González entrevistó a Sosa acerca de esta labor titánica:
Estos tres libros, cuyos nombres siempre encabezan la palabra honduras, como “Honduras poesía política” que es el reciente libro presentado en Costa Rica, abarca todas las respuestas políticas y contestarías, y está ligado a la historia de nuestro país, la mayor parte de los poemas tiene un ambiente antiyanqui. Y los otros dos libros antológicos cuyo título está tomado de uno de mis poemas “Honduras el corazón acerto”, y “Honduras la muerte hasta en los labios”, son parte de esa recopilación de la poesía hondureña.[31]
El segundo proyecto consistió en una compilación del pensamiento ensayístico de Honduras. “Últimamente su interés era reunir en varios volúmenes los mejores ensayos nunca escritos sobre la realidad social y la historia de su país, en la confianza quizás de que el pensamiento pudiera rescatar el destino de su pueblo”.[32]
La aceptación y cobijo que recibió la obra de Roberto Sosa fue polivalente. Dentro de la bibliografía crítica del poeta se pueden hallar juicios categóricos y laudatorios, comparaciones, análisis sociopolíticos e inmanentes, así como revisiones biográficas de sus poemas. De manera que la poesía del autor ha probado, en la práctica, ser basta y profunda; lo suficiente como para cubrir los diversos intereses de la crítica e Historia de la literatura. Portales de difusión, periódicos y revistas de humanidades (tales como Círculo de Poesía, El Heraldo de Honduras o Ismo) se han encargado facilitar el acceso a este variado corpus. Y, justamente, de ahí deviene la dificultad de trazar líneas definitorias respecto a la poesía del escritor de Yoro.
Hernán Antonio Bermúdez –quien probablemente ha leído más detenidamente a Sosa– hace un aporte respecto a la problemática. En su escrito “La sal dulce de la palabra poesía” define tres categorías en las que se podría agrupar la poesía más representativa del escritor de Yoro. En primer lugar, se halla Muros (1966), Los pobres y Un mundo para todos dividido (1971); que Bermúdez nombra como “Las tempranas obras maestras”. Después se halla Secreto militar (1984), identificada como “Los excesos”; y finalmente El llanto de las cosas y Máscara suelta como “Los textos de madurez”.[33] En cada una de las categorías se aprecia el tipo de recepción que ha obtenido los poemarios de Roberto Sosa. En el primer grupo de obras, se aprecia la consolidación y maestría de su expresión característica (diáfana y contundente); seguido de un breve paréntesis de un discurso ético-utilitario (el deber moral y la denuncia explícita ante las injusticias); y concluyendo con el tercer grupo, donde depura su estilo y añade la experiencia ganada con los años.
Cabe destacar que Eduardo Bahr propone una división muy semejante a la de Bermúdez. En primer lugar se halla su primera etapa como poeta, que inicia en Caligramas (1959) y concluye con Mar interior (1967). Luego se hallan sus galardonadas obras: Los pobres (1969) y Un mundo para todos dividido (1971); aclamadas por la crítica española y cubana. Y finalmente, se hallan sus poemarios desde Secreto militar (1995) hasta Digo mujer (2003).
Asimismo, Leonardo Alvarado propone otra posible manera de percibir la escritura sosiana. En un artículo publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, titulado “La poesía de las honduras”, el autor divide los causes que ha seguido la lírica hondureña en el devenir de los años. Propone cuatro discursos que “que han dominado nuestra poesía: el amoroso, el militante, el existencial y el metapoético. Quizá no haya poeta hondureño que no se mueva entre estos discursos. Reconozco la prevalencia de los dos primeros, lo amoroso y lo militante, a lo largo del siglo xx”.[34] Dentro de las dos primeras vetas, Alvarado ubica a Roberto Sosa: en la militancia y en lo amoroso. Aunque esta visión resulta reduccionista, el mérito del estudio radica en ubicar a Sosa dentro del engranaje que es campo literario de Honduras. Lo propone como la entidad de mayor influencia nacional y de identificación internacional, tanto así que llega a “eclipsar” a otros poetas consagrados de Honduras.
Sea una perspectiva u otra, todos ellos pueden coincidir con lo declarado por Héctor Leyva en “Presentación” del homenaje a Roberto Sosa:
De verde mirada felina y de filoso corvo, la hoja metálica de sus versos y de su voz de susurro, podía degollar cerdos y farsantes. Había alcanzado las más altas distinciones a que un escritor hondureño hubiera podido aspirar, pero su gusto era reconocerse entre los desposeídos y los caídos de la gracia. Su obra poética refulge como un diamante obsesivamente pulido cuyas luces pudieran herir la inmoralidad y la oscuridad del destino humano. A su muerte, había logrado una obra comprometida con los que sufren y con los ideales más elevados del humanismo.[35]
Estudios sobre la escritura sosiana
La vida y obra de Roberto Sosa se enfrentan al mismo problema que otros grandes poetas de Centroamérica: existe sólo para sus habitantes. Aunque ha cautivado la atención traductores e instituciones en otras partes del mundo, todavía no ha sido estudiado como es debido. Pues la traducción de una obra o su condecoración no necesariamente implica difusión y, menos aún, comprensión. El propio Sosa reconocía que las traducciones llegan a ser “visión un poco ajena –se podría decir así– al original”. Y la evidencia de ello es la ausencia de estudios panorámicos de su obra.
Su legado poético aún vive en el conocimiento general de los panoramas literarios de Centroamérica, tales como historias y diccionarios. Su mención en obras notables como Literatura Hondureña contemporánea (1986), de Helen Umaña, Diccionario de literatos hondureños (2004), de José González, o Diccionario de escritores hondureños (2004), de Mario Argueta (2004), son testimonio de su trascendencia como influencia literaria. Como excepción, se menciona un libro que fue editado, publicado y reeditado (a petición de Sosa) por Ediciones Atlántida, titulado Roberto Sosa para siempre (2007). Pero la ausencia de más estudios exhaustivos acerca de sus poemarios y de su poética denota el desconocimiento de la riqueza literaria de cada uno de estos.
Por lo mismo, se enlistarán los artículos y apuntes más destacables de su obra. En estos los autores mencionados ahondan en su escritura y en las consonancias que ha tenido su proyecto creativo en el campo de las letras.
- Ivannia Barboza Leitón “Roberto Sosa y Un mundo dividido para todos: rasgos vanguardistas e intertextualidad”, 2005.
- Steven F. White, “Roberto Sosa, fabulador y creador de un nuevo bestiario”, 2005.
- Hernán Antonio Bermúdez, “Caja de música” y “La sal dulce de la palabra poesía” en Afinidades (Notas y ensayos críticos, 1991-2006), 2007.
- Miguel Barahona, “Secreto Militar. Un encuentro con el universo de Roberto Sosa”, 2008.
- Carmen Yadira Cruz Rivas, “La poesía de Roberto Sosa”, 2010.
- Sara Rolla, “La trayectoria poética de Roberto Sosa”, 2010.
- Marisa Trejo Sirvent, “El poeta hondureño, Roberto Sosa”, 2011.
- Bladimir Jaén, “El universo de Roberto Sosa”, 2012.
- Nicasio Urbina, “La estructura de la poesía de Roberto Sosa”, 2012.
- Carlos Lanza, “Roberto Sosa: 50 años después, es imposible olvidarlo”, 2019.
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Barahona, Miguel, “Secreto Militar. Un encuentro con el universo de Roberto Sosa”, en Istmo: Revista de estudios literarios y culturales centroamericanos, núm. 24, enero-junio 2012. En línea (consultado el 26 de junio del 2020).
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Enlaces Externos
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Roberto Sosa, Homenaje a Roberto Sosa, en Canal de televisión de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. En línea (consultado el 24 de marzo del 2020).
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