Enciclopedia de la Literatura en México

mostrar Introducción

José María Arguedas Altamirano (1911-1969) nació en Andahuaylas, en las serranías de Perú. Su padre fue Víctor Manuel Arguedas Arellano, jurista y reconocido hacendado; y su madre Victoria Altamirano Navarro. Como escritor, su vida ha sido ampliamente estudiada por la historia de la literatura; pues en pocos autores contemporáneos se ha visto una relación tan diáfana entre vida y obra. Arguedas tomó su historia personal, su acervo de experiencias, y los convirtió en la materia prima de su obra literaria: la muerte de su madre y el abandono de su padre, su vida en las haciendas de Viseca, su infancia entre las comunidades andinas, la marginalidad y el choque de sus dos mundos: el indígena y el occidental.

Arguedas cultivó su escritura en casi todos los géneros: poesía, cuento, novela y los estudios antropológicos y folclóricos. Pese a que sus investigaciones acerca de las culturas indígenas del Perú se considera su legado más vasto, sus obras más reconocidas fueron de corte literario. Sus cuentos de Agua (1935) y La muerte de los Arango (1955), y sus novelas Los ríos profundos (1958) y El sexto (1961) fueron reconocidos internacionalmente y son la evidencia más fehaciente de su genio e ideología. La crítica ha dividido la obra de Arguedas en etapas. Y éstas describen el avance de su proyecto artístico; qué en última instancia, quedaría trunco por la prematura muerte del autor andahuaylino.

Al paso de las décadas, su obra ha sido valorizada por su valor testimonial y estético. Por una parte, su obra narrativa es una deposición muy honesta de su vida personal; y al mismo tiempo, un testimonio de las penalidades de un escritor que coexistió entre los márgenes dos culturas: la occidental y la andina. Y por otra parte, su prosa es considerada como la “máxima plasmación” del Indigenismo en Perú, junto con la de Ciro Alegría.[1] Y, de igual forma, se estima como la expresión “más plena y afortunada” del Neoindigenismo.[2]

La obra de Arguedas, sin duda, se considera una apología de la cultura nativa de Perú. Durante toda su vida se ocupó en reivindicar la imagen del indio y su mundo: su lengua, mitología, expresión artística, sociedad y moral. La cosmogonía quechua se halla presente en su vasta producción literaria; y aun se puede decir que ésta fue la fuerza que amalgamó la narrativa de Arguedas. Fundió el lirismo y la expresión indígena con la lengua y las formas occidentales, para lograr una obra que expresara con nitidez la esencia del quechua. El legado de su obra se halla en que desechó los prejuicios (hechos desde afuera) del indigenismo ortodoxo y se ocupó en retratar íntimamente al indígena (desde adentro).  

mostrar Vida e infancia del autor

José María Arguedas Altamirano (1911-1969) nació en Andahuaylas, Perú, y falleció en Lima el 2 de diciembre de 1969, cuatro días después de un segundo intento de suicidio. Su padre fue Víctor Manuel Arguedas Arellano, reconocido abogado y terrateniente. Su madre fue Victoria Altamirano Navarro. Vivió sus primeros tres años entre las comodidades típicas de una familia hacendada de Perú, hasta el fallecimiento de su madre en 1914. Suceso que daría inicio a las múltiples aflicciones que pasó el escritor peruano y que tuvieron por desenlace la bala que Arguedas se plantó en la cabeza el 28 de noviembre de 1969.

La infancia de Arguedas se comprende a la luz de la historia como un ancla de penalidades que arrastró el escritor toda su vida. Y éste es un tema de interés por dos motivos: por los eventos que forjaron su alma de escritor y por la presencia de su infancia en sus obras, particularmente en Los ríos profundos. La prematura muerte de su madre, las segundas nupcias de su padre, el subsecuente abandono de éste, su falta de arraigo, los abusos de su hermanastro, la marginalidad a la que sería sometido por su propia familia y su época entre los indígenas de Viseca (en la hacienda de su tío) serían temas que darían rumbo a su tránsito por el mundo de las letras. El dolor y el quebranto familiar no sólo dotarían de forma a su persona, sino también a los personajes de su narrativa. 

Formación académica 

Pese al óbice de su adolorida infancia, José María Arguedas trabajó incansablemente toda su vida para aguzar su intelecto. Se empeñó en excavar y palpar las entrañas de la cultura andina. La pasión del escritor  andahuaylino por la expresión indígena tuvo vuelcos en todos los ámbitos del saber: en su escritura, sus meditaciones, sus emprendimientos y, sobre todo, en sus estudios. Arguedas comenzó su vida académica en el Colegio Santa Isabel en 1928. Posteriormente, en 1931 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Letras; para luego especializarse en Antropología en 1951. Luego adquirió el grado de Bachiller, con especialidad en Etnología. Y finalmente en 1963 adquirió el grado de doctor en Etnología.

 

Académico y difusor de cultura

Durante su vida, Arguedas permaneció fiel a la vocación que poseía. El escritor peruano se desenvolvió como verdadero difusor de arte, pues su amor a la lengua y a la cultura popular del Perú lo llevaría por derroteros en los cuales dejaría su marca. Todas sus prácticas laborales se vincularon con el arte y la cultura; a excepción de la breve pausa entre 1932 y 1937, cuando fue empleado de la Administración Central de Correos de Lima. Como académico, Arguedas perteneció al Instituto de Estudios Peruanos, del cual fue investigador destacado. Fue parte del Instituto de Etnología (1941) y trabajó en la sección de Folklore del Ministerio de Educación (1946). En 1947 fue nombrado Conservador General de Folklore de la institución antes referida. Luego, de 1963 a 1964 se desempeñó como Director de la Casa de Cultura de Perú, en cuyo periodo creó la revista Cultura y Pueblo (1964). Un año después dirigió el Museo Nacional de Historia, función que desempeñó hasta 1966. También se desarrolló como Jefe del Departamento de Sociología en la Universidad Nacional Agraria “La Molina” en 1968, cargo que ocuparía hasta su muerte.

Aparte de su labor administrativa, Arguedas destacó en la docencia. Se desempeñó como profesor de lengua española en los colegios nacionales “Alfonso Ugarte”, “Nuestra Señora de Guadalupe” y “Mariano Melgar de Lima”. Incluso tuvo la oportunidad de representar al profesorado peruano en el Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro, en México (1942). Arguedas ejerció su oficio como educador hasta que en 1949 fue destituido porque se le consideró comunista por su filiación al pensamiento de Mariátegui.

Y así como fue académico y docente, es importante señalar su papel como difusor de cultura. Pues fue conocida su devoción por el arte popular, que orientó sus “esfuerzos por una educación adaptada al Perú de todas las sangres, [de un] mestizaje transculturador”.[3] Aquel fervor se vio reflejado de tres maneras: en publicaciones periódicas, antologías y traducciones.

En primer lugar, se advierte su temprana participación en Antorcha e Intí en el año de 1928. Posteriormente, en 1936, conformó un equipo de trabajo (en el que estaban José Alvarado Azar, Emilio Champion, Augusto Tamayo Vargas y Alberto Tauro) para la revista Palabra, en defensa de la cultura. Y de 1951 a 1961 editó la revista Folklore Americano; y tres años después reanudaría su faena editorial con el proyecto: Cultura y Pueblo.

En segundo lugar, se considera el afán de Arguedas por compilar las memorias y tradiciones andinas. Anhelo que materializó en las siguientes antologías: Canto kechwa (1938) y Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947). Y por último, se estima como aportación cultural sus traducciones: Canciones y cuentos del pueblo quechua en 1948 (narrados por Carmen Taripha y recogidos por Jorge A. Lira) y Dioses, y hombres de Huarochirí (recogido por Francisco de Ávila).

 

Premios y becas

El reconocimiento de la obra de Arguedas fue un suceso que, al paso de los anales, se polarizó en dos extremos. Ricardo González Vigil, en su edición de Los ríos profundos, anotó que el medio literario de su época percibió su narrativa de forma adversa. Sobre todo, la recepción de su novela Todas las sangres. Y aún, el propio autor fue del todo severo con su propia labor artística.[4] No obstante, mientras vivió Arguedas, su obra fue galardonada con numerosos premios.

En 1955 su cuento “La muerte de los Arango” obtuvo el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuento, organizado en México. Tres años después, su tesis de especialidad en Etnología, “La evolución de las comunidades indígenas”, obtuvo el Premio Nacional Fomento a la Cultura Javier Prado. En esa misma época fue becado por la unesco, para efectuar estudios en España y Francia. En 1959, su novela Los ríos profundos ganó Premio Nacional de Fomento a la Cultura “Ricardo Palma”. Y nueve años después esta obra sería condecorada de nuevo con el premio de novela iberoamericana de la Fundación William Faulkner. Luego en 1961 publicó su novela El Sexto, por la cual se le concedió por segunda vez el Premio Nacional de Fomento a la Cultura “Ricardo Palma”. Y, finalmente, en 1968, meses antes del ocaso de su vida, le fue otorgado el premio “Inca Garcilaso de la Vega”, por haber sido considerada su obra como una contribución al arte y a las letras del Perú.

mostrar Formación académica

Pese al óbice de su adolorida infancia, José María Arguedas trabajó incansablemente toda su vida para aguzar su intelecto. Se empeñó en excavar y palpar las entrañas de la cultura andina. La pasión del escritor  andahuaylino por la expresión indígena tuvo vuelcos en todos los ámbitos del saber: en su escritura, sus meditaciones, sus emprendimientos y, sobre todo, en sus estudios. Arguedas comenzó su vida académica en el Colegio Santa Isabel en 1928. Posteriormente, en 1931 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Letras; para luego especializarse en Antropología en 1951. Luego adquirió el grado de Bachiller, con especialidad en Etnología. Y finalmente en 1963 adquirió el grado de doctor en Etnología.

 

Académico y difusor de cultura

Durante su vida, Arguedas permaneció fiel a la vocación que poseía. El escritor peruano se desenvolvió como verdadero difusor de arte, pues su amor a la lengua y a la cultura popular del Perú lo llevaría por derroteros en los cuales dejaría su marca. Todas sus prácticas laborales se vincularon con el arte y la cultura; a excepción de la breve pausa entre 1932 y 1937, cuando fue empleado de la Administración Central de Correos de Lima. Como académico, Arguedas perteneció al Instituto de Estudios Peruanos, del cual fue investigador destacado. Fue parte del Instituto de Etnología (1941) y trabajó en la sección de Folklore del Ministerio de Educación (1946). En 1947 fue nombrado Conservador General de Folklore de la institución antes referida. Luego, de 1963 a 1964 se desempeñó como Director de la Casa de Cultura de Perú, en cuyo periodo creó la revista Cultura y Pueblo (1964). Un año después dirigió el Museo Nacional de Historia, función que desempeñó hasta 1966. También se desarrolló como Jefe del Departamento de Sociología en la Universidad Nacional Agraria “La Molina” en 1968, cargo que ocuparía hasta su muerte.

Aparte de su labor administrativa, Arguedas destacó en la docencia. Se desempeñó como profesor de lengua española en los colegios nacionales “Alfonso Ugarte”, “Nuestra Señora de Guadalupe” y “Mariano Melgar de Lima”. Incluso tuvo la oportunidad de representar al profesorado peruano en el Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro, en México (1942). Arguedas ejerció su oficio como educador hasta que en 1949 fue destituido porque se le consideró comunista por su filiación al pensamiento de Mariátegui.

Y así como fue académico y docente, es importante señalar su papel como difusor de cultura. Pues fue conocida su devoción por el arte popular, que orientó sus “esfuerzos por una educación adaptada al Perú de todas las sangres, [de un] mestizaje transculturador”.[3] Aquel fervor se vio reflejado de tres maneras: en publicaciones periódicas, antologías y traducciones.

En primer lugar, se advierte su temprana participación en Antorcha e Intí en el año de 1928. Posteriormente, en 1936, conformó un equipo de trabajo (en el que estaban José Alvarado Azar, Emilio Champion, Augusto Tamayo Vargas y Alberto Tauro) para la revista Palabra, en defensa de la cultura. Y de 1951 a 1961 editó la revista Folklore Americano; y tres años después reanudaría su faena editorial con el proyecto: Cultura y Pueblo.

En segundo lugar, se considera el afán de Arguedas por compilar las memorias y tradiciones andinas. Anhelo que materializó en las siguientes antologías: Canto kechwa (1938) y Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947). Y por último, se estima como aportación cultural sus traducciones: Canciones y cuentos del pueblo quechua en 1948 (narrados por Carmen Taripha y recogidos por Jorge A. Lira) y Dioses, y hombres de Huarochirí (recogido por Francisco de Ávila).

 

Premios y becas

El reconocimiento de la obra de Arguedas fue un suceso que, al paso de los anales, se polarizó en dos extremos. Ricardo González Vigil, en su edición de Los ríos profundos, anotó que el medio literario de su época percibió su narrativa de forma adversa. Sobre todo, la recepción de su novela Todas las sangres. Y aún, el propio autor fue del todo severo con su propia labor artística.[4] No obstante, mientras vivió Arguedas, su obra fue galardonada con numerosos premios.

En 1955 su cuento “La muerte de los Arango” obtuvo el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuento, organizado en México. Tres años después, su tesis de especialidad en Etnología, “La evolución de las comunidades indígenas”, obtuvo el Premio Nacional Fomento a la Cultura Javier Prado. En esa misma época fue becado por la unesco, para efectuar estudios en España y Francia. En 1959, su novela Los ríos profundos ganó Premio Nacional de Fomento a la Cultura “Ricardo Palma”. Y nueve años después esta obra sería condecorada de nuevo con el premio de novela iberoamericana de la Fundación William Faulkner. Luego en 1961 publicó su novela El Sexto, por la cual se le concedió por segunda vez el Premio Nacional de Fomento a la Cultura “Ricardo Palma”. Y, finalmente, en 1968, meses antes del ocaso de su vida, le fue otorgado el premio “Inca Garcilaso de la Vega”, por haber sido considerada su obra como una contribución al arte y a las letras del Perú.

mostrar Contexto estético y cultural

La escritura arguediana se insertó en un tiempo de independencia cultural. En la primera mitad del siglo xx, los países latinoamericanos buscaron distanciarse de las temáticas y formalidades europeas. Surgía en estas primeras décadas una literatura con tintes más regionales, enfocada en las localidades de Centroamérica y el Cono Sur. Ya existían antecedentes de obras que exaltaban los aspectos geográfico-sociales de estas regiones e incluían denuncias sobre la explotación indígena, pero poseían mayor valor documental que literario. Ejemplos de ello son El Padre Horán (1848) de Emilio Aréstegui, Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner, Los hijos del sol (1921) de Abraham Valdelomar o La venganza del cóndor (1924) de Ventura García Calderón. En dichos casos, la obra escrita era más un móvil (de un tipo de discurso) que una finalidad estética en sí misma.  

Posteriormente aparecieron autores que buscaron romper los modelos europeos e innovaron los procesos de creación literaria. Estos ya no pretendían la imitación, sino la expresión propia. Escritores como Mariano Azuela (México), Alcides Arguedas (Bolivia), José Eustasio Rivera (Colombia), Rómulo Gallegos (Venezuela), Jorge Icaza (Ecuador) o Miguel Ángel Asturias (Guatemala), ya estaban produciendo obras con un afán crítico y un deseo estético de representar su realidad. Estos literatos fueron los que Vargas Llosa catalogó como autores de literatura “primitiva”. Y los llama así precisamente por lo que dicho término sugiere: origen (nativos de Latinoamérica), valores (autóctonos) y forma (rudimentaria).[5]

Y en efecto, las formas que poseían aquellos escritores primitivos aún comulgaban con algunas de las viejas estructuras europeas, pero innovaban en su temática y propósito. Y la relevancia de esta literatura regionalista radicó en su capacidad de representar una “toma de conciencia de la propia realidad, una reacción contra el propio desdén en que se tenía a las culturas aborígenes y las subculturas mestizas, una voluntad de reivindicar a esos sectores segregados y de fundar a través de ellos una identidad nacional”.[6] Esta narrativa pretendió aproximarse lo suficiente a la realidad indígena, como para retratarla con mayor fidelidad.

La narrativa de José María Arguedas se sumó a este mundo de obras. Pero Arguedas quiso distinguirse de sus coetáneos deliberadamente al pretender una cercanía absoluta ante el mundo andino. El escritor andahuaylino expresó que su escritura fue reacción a la literatura que tildaba de indigenista las expresiones falaces del indígena: “contra esa descripción totalmente falsa que se hacía de la población indígena”.[7] Las narraciones de García Calderón y López Albújar resultaban para Arguedas artificiosas y poco fieles a la realidad peruana.[8] Arguedas trabajó en un estilo fiel a la esencia quechua, representada en lengua española para “guardar la esencia” del indio y “el mismo mundo, él debe brillar con aquel fuego que logramos encender”.[9] Y luego de leer Tungsteno de César Vallejo, él quedó plenamente convencido de que había formas fieles de expresar el mundo indígena del Perú. Entonces decidió convertirse en el novelista de los Andes.[10]

 

Contexto socio-político

En las primeras dos décadas del siglo xx se agravó la fragmentación social en Perú. Se acentuó el antagonismo entre el campesino indígena y los terratenientes. Este fenómeno se ancló en dos sucesos. El oncenio de Augusto Leguía (1919-1930) y la relación económica de Perú con Estados Unidos. Estas condiciones llevaron al país a una “recomposición y restructuración de las clases sociales”.[11] Los países de eminente capitalismo hallaron en Perú su mina de materias primas para sus industrias. Aspecto que facilitó la imposición de un sistema económico de enclave[12], cuyas condiciones laborales obligaban a los campesinos a “someterse a inaceptables condiciones laborales de explotación, lo que propició movilizaciones indígenas en Puno y Arequipa.[13] Estas circunstancias pusieron en relieve la animalización y deprecio de la imagen del indio y del mestizo serrano. 

Estas circunstancias fueron determinantes para el desarrollo en la narrativa arguediana. De forma progresiva se aprecia que el choque entre dos culturas, implicó también una oposición entre dos clases: los campesinos (indígenas) y los hacendados (colonizadores). Por eso, el desarrollo narrativo desde Agua (1935) hasta El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) consta de un acercamiento progresivo a los conflictos de todas las esferas sociales de Perú; desde los poblados, hasta la capital de Perú.  

 

Su proyecto literario

La obra de Arguedas está categorizada en la historia de la literatura por el proyecto creativo del autor. El deseo del escritor era retratar la realidad peruana sistemáticamente: desde la esfera social más chica, hasta la más grande. Por lo mismo, la crítica[14] ha dividido la obra de Arguedas en tres etapas. Éstas se pueden comprender como círculos que progresivamente abarcan diferentes estratos sociales. La primera fase abarca el mundo andino: la naturaleza, las comunidades indígenas, las haciendas y terratenientes. Esta fase se halla en Agua (1935), los primeros cuentos de Arguedas. La segunda estaba se desplaza más allá de las cordilleras, centra su atención en los poblados más cercanos a la costa; aquellos que están más urbanizados. Esta se puede apreciar en Yawar Fiesta (1941), Diamantes y pedernales (1954),  Los ríos profundos (1958) y El sexto (1961). Y finalmente, en Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo pretende abarcar la totalidad peruana: su idea de nación, su diversidad cultural y su autonomía política y económica. 

En una entrevista que realizó Raúl Vargas a José María Arguedas, el autor afirma que cada obra representa un desplazamiento de su ojo crítico por los diversos estratos sociales del Perú de su época. Al respecto de eso, Arguedas comenta lo siguiente: “concebir esta novela me costó algunos años de meditación. No habría alcanzado a trazar su curso si no hubiera interpretado primero en Agua la vida de una aldea; la de una capital en provincia en Yawar fiesta; la de un territorio humano y geográfico más vasto y complejo en Los ríos profundos”.[15]

mostrar El legado escrito de Arguedas: cronología de su obra

La obra de Arguedas se extendió en casi toda la plenitud de haber literario. Desde la aparición de su primer cuentario, Agua (1935), hasta la publicación póstuma de su novela El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), el escritor  andahuaylino cultivó su escritura con casi todos los géneros literarios. Escribió ensayos, poemas, cuentos y novelas; muchos de sus escritos en quechua y también en español. La mayor parte de su obra está compuesta de estudios etnológicos y antropológicos. No obstante, las obras que la historia de la literatura ha considerado como las más representativas pertenecen a su producción literaria.[16] 

En 1935 José María Arguedas a sus 24 años de edad, publicaría Agua. La primera edición de esta obra constaría de tres narraciones: “Los escoleros”, “Warma kuyay” y “Agua”, cuento homónimo. Estos relatos tienen como objeto común la protesta: el reclamo de los indios ante las injusticias de los hacendados y mestizos acaudalados. Y como portavoces de las querellas andinas, Arguedas empleó a jóvenes: niños y adolescentes impetuosos que discreparon de la violencia ejercida al pueblo indígena. El valor de estas narraciones radicó en la visión y cimiento que el autor peruano pondría en ellas.

Por una parte, estas breves narraciones fueron el primer acercamiento que Arguedas hizo a la cultura andina. Al respecto de ello, comenta Cornejo Polar que “es un primer y muy logrado ensayo de aprehensión de la naturaleza andina y de las relaciones que guardan con ella”.[17] Y por otra, Agua sería el fundamento ideológico sobre el cual construiría sus demás novelas, como Los ríos profundos y Todas las Sangres:

tiene un sentido fundacional: expresa una inconmovible adhesión al mundo indígena y señala las dos rutas (una fundamentalmente social, en cierto sentido objetiva, que tienda hacia la representación épica; y otra más bien psicológica, introspectiva, de raíz y plasmación líricas) por las que discurrirá la obra del autor.[18]

Posteriormente, en 1941, José María Arguedas continuaría con Yawar fiesta el trabajo que inició en su cuentario. Esta fue la primera novela del autor y su primer logro formal; pues sería su primera publicación extensa y adecuada a los criterios de un indigenismo ortodoxo. Aunado a ello, esta narración representa un paso adelante en su labor crítica al retratar su sociedad, mayormente ligada a la costa y orbe de Perú. En esta novela como en Los ríos profundos destaca el antagonismo entre la cultura y geografía del mundo occidental y el andino: “la oposición básica es conflicto sociocultural entre la sierra y costa.”[19] Y esta pugna toma lugar en la novela en Puquio, cuando los pobladores indígenas luchan por preservar íntegras sus tradiciones. Yawar Fiesta hace referencia a la fiesta popular “Yawar Punchay[20] de Perú, la cual es prohibida por autoridades por la brutalidad y salvajismo que representan.

De nueva cuenta, Arguedas siembra en sus personajes el espíritu contestatario que anhelaba ver en la comunidades indígenas. Los indios se oponen y el gobierno cede, pero irónicamente les concede una fiesta yawar occidentalizada, hecha a las costumbres europeas. Se aprecia la lucha y, a diferencia de Agua, un cierto aire victorioso en el nativo peruano. Como también lo señaló Cornejo Polar:

más que revelar la opresión y congoja de los indios, esta novela busca subrayar el poder y la dignidad que el pueblo quechua ha sabido preservar pese a la explotación y al desprecio de los blancos. Es la narración del triunfo de este pueblo en su decisión de conservar su idiosincrasia cultural y ciertos aspectos de su organización social.[21]

Trece años después de su primera incursión novelística, Arguedas publicaría su segunda novela: Diamantes y pedernales. Ésta fue editada y compilada junto con la reedición de Agua, por la editorial Juan Mejía Baca y P.L. Villanueva en 1954. En esta novela corta Arguedas proseguiría su labor de crítica social; pero, a diferencia de Yawar Fiesta, aquí volcaría sus esfuerzos en construir un simbolismo más exclusivo entre indio y del mestizo.

La narración se centra en Mariano, un músico prodigioso e incomprendido que toca el arpa. Éste es contratado por don Aparicio, un acaudalado latifundista, para su deleite personal. Pero al entrar en su mundo, el personaje queda atrapado entre sus hurtos y amoríos. De manera significativa, el protagonista muere al ser empleado como un medio, un mero instrumento, para provocar celos al patrón.

Después, en 1958 Arguedas publicaría Los ríos profundos, novela que se ha vuelto foco de atención por la crítica e historia de la literatura. En 1959 fue condecorada con el Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ricardo Palma; y en 1968 de nuevo fue galardonada por la Fundación William Faulkner. Posteriormente fue reeditada en 1978 por la Biblioteca Ayacucho de Caracas con un prólogo de Mario Vargas Llosa.

Esta novela atrajo las miradas de numerosos académicos por su complejidad y riqueza. Como su título lo sugiere, Los ríos profundos, hace referencia a los aspectos geográficos que distinguen a la cultura andina, pero también a las ancestrales raíces de la civilización quechua. Y de manera análoga, se acopla el sentido del título a la profundidad de la vida del autor. Relaciones y correspondencias que se clarifican a la hora de estudiar la biografía del autor.

La narración está centrada en la vida y madurez de Ernesto, un mestizo adolescente de catorce años. Y discurre el relato a lo largo de diversos espacios: parte del mítico corazón de la cultura andina, Cuzco; pasa por Abancay, asentamiento y centro económico del sur de Perú; y culmina en Apurimac, en las serranías donde habitaban los hacendados. En su travesía el joven será testigo de los efectos del adoctrinamiento escolar, de las injusticias ejercidas a los campesinos, de su miseria económica, así como de su excelencia moral. El peregrinaje del protagonista posee una polivalencia de significados. Pues éste no sólo representa el desarraigo de la querencia andina o la pérdida de un paraíso ancestral, sino la evolución de la identidad peruana: la toma de conciencia ante la ruptura social entre la autonomía nacional y el imperialismo capitalista, la “doble marginalidad”[22] (al no ser blanco ni indio) y la dualidad cultural (occidental y autóctona).

Y en consonancia a lo antes dicho, Cornejo Polar anota que de la novela destaca: la introspección de un personaje adolescente, hasta cierto punto autobiográfico, pero en ese movimiento de examen interior está presente, en primera línea, una angustiosa reflexión sobre la realidad, sobre el carácter del mundo andino y sus relaciones con los sectores occidentalizados del país […] Los ríos profundos está centrado en el empeño del protagonista por comprender el mundo que lo rodea y, por insertarse en él como en una totalidad viviente.[23]

Luego, en 1961, se da a conocer la tercera novela de José María Arguedas: El Sexto. Misma que recibió el Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ricardo Palma en 1962. Ésta devino de su reclusión de ocho meses en la prisión homónima, por las manifestaciones estudiantiles de 1937. En aquel año el general italiano Camarotta visitó Perú, como emisario de Francisco Franco y del gobierno fascista.

En esta novela, Arguedas salió un tanto de la veta que había trazado en Yawar Fiesta y Los ríos profundos. En su narración el autor prescindió de la mistura quechua-castellana que había creado y empleado en las obras antes mencionadas, y focalizó su mirada crítica en otro grupo social. En esta ocasión su atención no se volcó sobre el nativo peruano,

sino limeños, serranos que se expresan ordinariamente en español y gentes de otras provincias de la costa. Arguedas trató de reproducir las variedades regionales y sociales —el castellano de los piuranos, de los serranos, de los zambos, de los criollos más o menos educados— mediante la escritura fonética, a la manera de la literatura costumbrista[24]

El año siguiente a la publicación de El sexto, Arguedas siguió ejercitando su escritura. En 1962, publicó un cuento y un poema: “La agonía de Rasu Ñiti” y “Túpac Amaru Kamaq taytanchisman. Haylli-taki/A nuestro padre creador Túpac Amaru”, respectivamente. El primero trata del trance y agonía de Pedro Huancayre (Rasu-Ñiti) por medio de una danza ceremonial, que va acorde a la cosmovisión quechua; el segundo, es un himno dedicado al caudillo de la independencia peruana: José Gabriel Condorcanqui. Este último se dio a conocer de forma bilingüe, en español y quechua.

En 1964 fue publicada la polémica novela de Arguedas, Todas las sangres. Y se emplea ese adjetivo por la discusión que desató la propuesta de esta obra entre autores y críticos. La obra, al igual que El sexto, rompe el hito de sus dos primeras novelas. Para el retrato social de esta novela, Arguedas desenfocaría al indio para ampliar el panorama social del Perú de la segunda mitad del siglo xx. Pondría en escena a otros grupos sociales, de manera que en la mencionada obra se representaría una realidad heterogénea: multicultural y estratificada: acorde a todas las sangres de Perú.

Por ello, el autor articuló el conflicto de la narración en los herederos del gran hacendado Andrés Aragón: Fermín y Bruno. En estos personajes, Arguedas construiría un simbolismo de los dos pensamientos más preponderantes de Perú: el capitalismo nacional y el latifundismo tradicional. Estos hermanos se disputarían las tierras y buscarían traerles el progreso bajo sus preceptos. Finalmente los hermanos fracasan en sus contiendas; pero no entre ellos, sino ante un tercero: el consorcio internacional Wisther-Bozar. Esta entidad se apodera de los recursos de las propiedades de Fermín y, coludida con las autoridades, busca apoderarse de las tierras circundantes, pertenecientes a las comunidades campesinas. El consorcio se transforma entonces en un agente desintegrador, que busca extenuar la fertilidad de las tierras peruanas. Y surge en oposición Rendón Willka, un indio criado en la capital como un agente ordenador, que se empeña y organiza la insurrección en contra del capitalismo mordaz del consorcio internacional. 

Como se había dicho antes, Todas las sangres generó debate en el ámbito literario del tiempo de Arguedas. Su propuesta del realismo no compaginó con los preceptos estéticos de sus coetáneos:

Me parece que con Todas las sangres hemos rebasado el tema estrictamente indigenista o tradicionalmente llamado indigenista. Nosotros hemos descrito (¿?) principalmente sobre el indio porque era lo que conocíamos mejor, pero después de treinta años de vivir en la ciudad de Lima, estamos en condiciones de escribir también sobre la ciudad de Lima.[25]

Esta opinión fue expresada por Arguedas en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos en 1965. Sin embargo, el escrutinio y juicio del cuerpo colegiado del Instituto de Estudios Peruanos contravino la propuesta del autor andahuaylino en 23 de junio de 1965. Sociólogos y críticos literarios concluyeron que dicha novela “no se ajustaba con exactitud a la realidad del Perú de los años sesenta”.[26] Discrepancia que afectaría el alma de escritor de José María Arguedas.

En ese mismo año, el autor daría a conocer su cuento El sueño del pongo (1965). Este relato fue editado en español y quechua. Consta la narración de un testimonio oral que Arguedas recibió de un indio comunero de Cuzco, pero que tenía su raíz en una anécdota popular de la cultura quechua.

El año posterior a la publicación de su cuento sería precario en todo sentido. Por un lado, publicaría sólo un poema, “Oda al jet”; composición lírica donde se contrasta el mundo natural (sus deidades arcanas) y el mundo del hombre (la innovación tecnológica). Y por otro lado, en 1966 culminaría la profunda depresión que acarreaba el autor años atrás en un primer intento de suicidio. Sobre este suceso el autor dejó un testimonio escrito: una carta de suicidio dirigida a su hermano, Arístides Arguedas.[27]

En 1967 fue publicada una colección de cuatro cuentos de tema erótico: Amor mundo. El cuentario constaría de “El horno viejo”, “La huerta”, “El ayla” y “Don Antonio”, mismos que estarían unidos por el personaje de Antonio, un adolecente de las haciendas andinas. Las narraciones tienen por objeto insertar al protagonista en medio de los instrumentos de la sexualidad: el poder, la culpa y el placer, el gozo o el sufrimiento. O como bien lo anota Eduardo Huaytán, son personajes que ejercen su sexualidad pero sin acercarse al romanticismo.[28]

Y, finalmente, en 1969 la producción de Arguedas se verá truncada de manera definitiva por un segundo intento de suicidio. Este sería el año en que publicaría su poema Qollana Vietnam Llaqtaman/Al pueblo excelso de Vietnam y dejaría las últimas anotaciones para la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo. La publicación de esta última en 1971, así como de su poemario Katatay y otros poemas. Huc jayllikunapas en 1972,  se lograrían gracias a los esfuerzos de su esposa Sybila Arredondo de Arguedas.

Respecto a El zorro de arriba y el zorro de abajo es pertinente señalar dos aspectos de importancia. El primero, el génesis de esta obra tuvo lugar un año después del primer intento de suicidio de Arguedas y culminó con el trágico suceso del 28 de noviembre de 1969.[29] El segundo, que la edición de El zorro de arriba… fue construida con los apuntes de Arguedas sobre esta novela y sus cartas personales. Por una parte, en sus notas se halló la narración de un ficticio puerto en Chimbote. Y relata ahí la degradación moral y la pérdida de identidad cultural ante la repentina modernización de aquella localidad pesquera. Y por otra, la obra se acompañaría del acervo epistolar de Arguedas que documenta su declive anímico y artístico. Tal como lo expresa Rubén Bareiro en su “Liminar” a la edición de la unesco de esta novela:

Se puede notar en las tres novelas más importantes de Arguedas [Los ríos profundos, Todas las sangres y El zorro de arriba] una profesión creciente –inconsciente– de la degradación de ese su universo [al andino] amenazado […] El proceso de degradación culmina con El zorro de arriba y el zorro de abajo, en Chimbote, ese símbolo premonitorio de la devastación, del desmantelamiento, de la degradación peruana.[30]

Su segundo intento de suicidio, y su posterior agonía, serían la evidencia de lo que en su mente y última narrativa ya había ocurrido. Arguedas se había dado por vencido como escritor, ante la terrible degradación moral y pérdida de identidad cultural. “Yo soy un hombre feliz y continuaré siéndolo mientras pueda seguir trabajando, aquí o allá”[31] declaró el escritor peruano meses antes de quitarse la vida. Una vez que él vio frustrado su propósito escritor, su esperanza de continuar su vocación se vio finada. 

mostrar Arguedas ante la crítica

Uno de los aspectos más relevantes en el desarrollo creativo de Arguedas fue la recepción de su obra. Durante su vida, su proyecto literario osciló entre la aceptación y rechazo. Por una parte, sus obras representaron para Perú una fiel traza de la complejidad y riqueza que encerraba la cultura indígena. Aspecto que fue reconocido a través de los diversos premios que recibió Arguedas: en 1955, el primer lugar del Concurso Latinoamericano de Cuento, de México; en 1958, el Premio Nacional Fomento a la Cultura Javier Prado; en 1959 y 1961, el Premio Nacional de Fomento a la Cultura “Ricardo Palma”; y en 1968, fue doblemente reconocido: con el premio “Inca Garcilaso de la Vega” y el de novela iberoamericana por parte de la Fundación William Faulkner. Su obra fue bien acogida por concretar con maestría las propuestas de las corrientes Indigenista y Neoindigenista.[32]

Pero por otra parte, su obra fue severamente criticada por no adecuarse a las propuestas estéticas de su tiempo. Luego de la publicación Los ríos profundos, el trabajo novelístico del autor andahuaylino fue escrutado con severidad; sobre todo su obra Todas las sangres. Esto se puede apreciar de dos maneras: por la realidad que representó en su narrativa y por los recursos estilísticos que empleó para ello. Sobre este primer punto, comenta González Vigil:

la inseguridad cundió cuando, en una mesa redonda efectuada el 23 de junio en 1965 en el Instituto de Estudios Peruanos (entidad de la que era investigador destacado), críticos literarios (Sebastián Salazar Bondy y José Miguel Oviedo, discrepando de ellos Alberto Escobar) y sociólogos conceptuaron que su novela Todas las sangres no se ajustaba con exactitud a la realidad del Perú de los años 60.[33]

Crítica que afectó el curso del autor en el mundo de las letras; y que se vería manifestada como una de las razones terminantes por las cuales Arguedas decidió quitarse la vida.

Y la segunda consideración fue que su estilo narrativo no se compaginaba con las innovaciones técnicas de los escritores del Boom de mitad de siglo. Al respecto de ello, queda como testimonio en la historia de la literatura la disputa que sostuvo Arguedas con Julio Cortázar entre 1967 y 1969.[34] Ambos, como lo apunta Julio Ortega, consideraban que “la literatura es la búsqueda de un destino individual dentro de un destino común.[35] No obstante, las visiones sobre lo “común” para ambos estaba en lugares diferentes: uno en lo autóctono, el otro, en el cosmopolitismo. O como lo referiría Cortázar para la revista Life el 7 de abril de 1969, fue un conflicto del “cosmopolitismo europeizante, (...) frente al telurismo militante y atormentado del peruano”. Por lo mismo, el escritor argentino lo tildaría de ser un escritor retrógrado, colonizado y con severos prejuicios. Aseveraciones que realizó el autor de Rayuela por su visión personal del arte y la cultura, misma que lo llevarían a autoexiliarse en Francia en aquellos años.  

Y esta confrontación, entre la escritura arguediana y el estilo vanguardista de su época, Vargas Llosa lo señaló como un problema de carácter técnico. Él comenta que, pese a ser un gran escritor:

nunca llegó a ser moderno en el sentido que lo fue Rulfo […] en sus ficciones futuras [a Los ríos profundos] más bien retrocedió, formalmente hablando, a las técnicas más convencionales y rudimentarias del realismo y del naturalismo, lo que frustró en buena medida su más ambicioso proyecto novelístico: Todas las sangres.[36]

Pues para el autor de La ciudad y los perros la esencia de un buen escritor se halla en el conocimiento y dominio de las técnicas literarias.

Pese a los juicios y depreciaciones del pasado, la obra de Arguedas ha sido revalorizada. Arguedas es relevante para la tradición literaria por las interesantes relaciones y correspondencias entre su vida y obra. Mismas que se ven reflejadas en cuatro aspectos: su identidad cultural, legado lingüístico, proyecto creativo y propuesta estética.

En primer lugar, se considera que Arguedas poseía una doble identidad cultural: occidental (por nacimiento) e indígena (por educación). Este aspecto ha sido un tema muy recurrente en las investigaciones sobre el escritor andahuaylino y su obra. Pues su indigenismo no está cultivado por una observación distante de la cultura andina; sino desde lo más hondo de su experiencia con la sociedad indígena del Perú. Este aspecto lo comenta muy acertadamente Gracia Morales: “no parte de la realidad blanca para después realizar un acercamiento, más o menos profundo al ámbito indígena. Su camino […] es contrario: él parte desde la cultura quechua para ir hacia el ámbito occidental”.[37]

En segundo lugar, se considera su formación lingüística. Ha sido polémica la discusión sobre el bilingüismo del autor. Pues existen dos posturas, opuestas, que pretenden privilegiar la adquisición de español o quechua como primera lengua. No obstante, estas valoraciones pueden llegar a distraer la atención de la riqueza intrínseca de su singular expresión literaria. 

El valor del bilingüismo en Arguedas no se halla en su germen, sino en los mecanismos de su escritura. Es decir, su aportación literaria radica en la forma en la que cultivó una narrativa en español, con sintaxis y semiótica quechua. O en palabras del propio autor:  

yo aprendí a hablar quechua. Me formé en una población muy pequeña, en donde la mayor parte de la gente sólo hablaba quechua español […] Siempre hablé un poco de español, ¿no? Pero mi lengua predominante era el quechua. Hasta los nueve años hablaba muy poco español y dominaba el quechua […] yo puedo escribir poesía en quechua y no lo puedo hacer en castellano, lo que me está demostrando que mi lengua materna es el quechua.[38]

En tercer lugar, se consideran las contradicciones comunicativas que resolvió Arguedas en su narrativa. Toda su obra en prosa pretendió ser un diálogo entre dos culturas, pese a las diferencias lingüísticas, ideológicas y sociales de la civilización andina y la occidental. Palpita en su primera narrativa la esperanza de lograr una amalgama de valores entre ambas culturas. Sin embrago, dicha labor implicaría un sinfín de obstáculos comunicativos. Estos finalmente se manifestarán como problemas escriturales, casi irresolubles, para el autor. Por un lado, debía hacer hablar en español a un nativo del Perú; por otro lado, expresar las profundidades de la cultura quechua con un lenguaje ajeno a su cosmovisión. Por lo mismo, su obra implicó para él una “pelea verdaderamente infernal”[39] con el lenguaje.

José María Arguedas determinó confeccionar una mistura de ambos idiomas, para retratar con mayor fidelidad lo que él estudió y atestiguó de la cultura indígena. “No, yo lo tengo que describir tal cual es, porque yo lo he gozado, yo lo he sufrido”, declaró el propio autor frente a la corriente indigenista de su tiempo.

Y, finalmente, una cuarta consideración es su propuesta estética. El realismo que trabaja el autor se fundamenta sobre dos hechos concretos: sus vivencias y la influencia del pensamiento de Mariátegui en su obra. En primer lugar, Arguedas estimaba que el método más eficaz para captar la realidad objetiva era transmitir la experiencia personal en la escritura. Es decir, la experiencia de un autor con el mundo externo debe ser la fuente primaria de su proyecto creativo. O bien, en palabras del mismo Arguedas:

La realidad es la fuente de la creación. Cuanto más contacto haya tenido el hombre con la realidad, su obra será mucho más expresión de lo que es el hombre y al describir a un hombre de cualquier parte del mundo por ventura se estará describiendo al hombre universal.[40]

Por lo mismo, la relación entre su obra literaria y su biografía están íntimamente (e indisociablemente) vinculadas. De tal forma que su narrativa, los protagonistas, representan en muchos casos “desdoblamientos y ocultamientos del escritor.”[41]

En segundo lugar, se estima que la escritura arguediana está influida por los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui. Uno de los temas centrales que propone el ensayista peruano en la obra referida es el indio. Y de manera más concisa, las consideraciones sobre la literatura indígena. Mariátegui, que fue ampliamente estudiado por José María Arguedas, dividía la expresión literaria indigenista en dos: el exotismo y el indigenismo auténtico[42]; sobre este segundo, era aquel que diera apertura a una genuina reflexión sobre la plena representatividad del indígena en la sociedad peruana. Es decir, la obra indigenista debe buscar una reivindicación del indígena y de todo lo que representa.

 

Estudios sobre la obra de Arguedas

Al paso de los años, la obra de Arguedas ha sido ampliamente estudiada. No solo por los aspectos mencionados anteriormente (relativos a su proyecto como escritor), sino por las cimas que logró conquistar dentro de sus propios derroteros como escritor. En ambos casos, es importante mencionar a los críticos y autores que han dedicado páginas y libros enteros a la escritura arguediana.

Desde el fallecimiento de Arguedas, durante más de cuatro décadas, han disertado numerosas plumas sobre las páginas del autor andahuaylino. Literatos que vale la pena mencionar, en orden de publicación.

En primer lugar se halla Los universos narrativos de José María Arguedas, estudio hecho por el crítico peruano Antonio Cornejo Polar, y publicado por la editorial Losada en 1974. Posteriormente, se considera el estudio del ensayista y crítico uruguayo Ángel Rama sobre los aspectos de la transculturación en la narrativa arguediana: Transculturación narrativa en América Latina,  publicado en 1982 por la editorial de origen mexicano Siglo xxi. Diez años después de su primera publicación sobre Arguedas, Cornejo Polar da a conocer Vigencia y universalidad de José María Arguedas, texto publicado por editorial Horizonte en 1984, misma casa de publicaciones que editó las obras completas de José María Arguedas. Y, a final de la década de los ochenta, Roland Forges, académico francés, realizaría un amplio estudio sobre la evolución narrativa del autor andahuaylino. Éste sería titulado José María Arguedas: del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico: historia de una utopía, publicada por editorial Horizonte en 1989.

Ya en los noventa, se inauguró la década con el estudio de Ignacio Díaz Ruiz Literatura y Biografía en José María Arguedas, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1991. Posteriormente, en 1996, Mario Vargas Llosa daría a conocer sus consideraciones sobre la prosa e ideología de Arguedas: La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo.

Y finalmente, comenzado el siglo xxi, se consideran dos estudios panorámicos sobre la obra de Arguedas. En primer lugar se halla la obra de Carlos Huamán, maestro en estudios latinoamericanos, Pachachaka: puente sobre el mundo, narrativa, memoria y símbolo en la obra de José María Arguedas. Obra que fue coeditada por El Colegio de México, el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios y la Universidad Nacional Autónoma de México, en 2004. Y en segundo lugar, se aprecian las consideraciones de Dora Sales en torno a la relación de Arguedas con el cine en José María Arguedas y el cine, estudio editado por la casa editorial Iberoamericana Vervuert en 2017.

mostrar Bibliografía

Arguedas, José María, “El indigenismo en el Perú”, en Tlatoani, vol. 18, 1967, ciesas-uam-uia (Clásicos y Contemporáneos en Antropología). En línea (consultado el 31-10-19).

---, El zorro de arriba y el zorro de abajo, ed. Eve-Amrie Fell, Madrid, Consejo Nacional para las Culturas y las Artes, 1992.

---, Los ríos profundos, ed. Ricardo González Vigil, Madrid, Cátedra, 2015.

Cirpiani López, Carlos, “La polémica ‘Arguedas-Cortázar’ (1967-1969)”, en Narratura, portal web. En línea (consultado el 8-11-19).

Cornejo Polar, Antonio, “Historia de la literatura del Perú republicano” en Historia del Perú, t. viii,  Editorial Mejía Baca, Lima, 1980.

Díaz Ruiz, Ignacio, Literatura y Biografía en José María Arguedas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1991.

Huamán, Carlos, Pachachaka: puente sobre el mundo, narrativa, memoria y símbolo en la obra de José María Arguedas, El Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2004.

Huaytán, Eduardo, “Temprano hay que ser hombre”. Masculinidades, educación sexual y confesión en Amor Mundo de José María Arguedas” en Letras, no.125, vol. 87, (enero-junio), Lima 2016. En línea (consultado 06-11-19).

Morales, Gracia, “José María Arguedas: una voz imprescindible en la literatura peruana”, en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 730, abril 2011, pp.51-61. En línea (consultado el 8 de octubre de 2019).

Rovira, José Carlos, “José María Arguedas y la memoria autobiográfica del indigenismo contemporáneo”, en Biblioteca de la Universidad de Alicante, Anales de Literatura Española, núm. 14, 2001. En línea (consultado el 05-11-2019).

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---, La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

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